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6 de Julio de 2017

Aquí comienza mi pequeño diario de investigación, que se extenderá durante el tiempo


que lleve la búsqueda de mi nueva línea de trabajo. Si esta tiene el éxito deseable, es
posible que este diario tenga algún interés dentro de un tiempo, por lo que la entrada de
hoy puede considerarse como un prefacio.

Quizá por ser una ocupación poco habitual, elegí la alfarería como forma de explorar mi
creatividad. No puedo negar que casi todas las artes me atrajeron en algún momento
como para acercarme a ellas, pero que no tuve el fuelle necesario para destacar en
ninguna, tan solo llegué a aprender algunos acordes y a hacer caricaturas para mis
amigos; me gustaba leer, pero mis relatos y poemas eran mediocres. Sin embargo,
cuando llegué a la alfarería a través de un cursillo de iniciación impartido en mi instituto
durante unas jornadas culturales, encontré en ella una verdadera pasión donde, además,
no sentí la responsabilidad de ser brillante desde un principio, pues con la mera práctica
de esta actividad, ya me desmarcaba de mis amigos. Esto no es mucho decir, pero
supongo que en el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey.

Igual que muchos jóvenes que quieren abarcar todos los campos para no echar ninguno
en falta llegado el momento, tuve problemas para escoger una carrera al terminar el
bachiller y terminé optando por estudiar Historia, por tener lo que yo considero como
“un carácter general”. Aun así, el torno, la arcilla y mis herramientas han seguido
conmigo, adueñándose de la mayor parte de mi tiempo libre. Yo se lo permito,
conscientemente, y me he dedicado a producir la mayor cantidad de piezas posible,
siempre buscando desarrollar algo similar a mi propia corriente, huyendo de la
concepción de la alfarería como un oficio con una mera función práctica y reclamando
para ella la categoría de arte. Puede verse que no tardé en ufanarme de aquello que
empezó como un hobby.

Con lo hasta aquí escrito no quiero dar a entender que me condeno voluntariamente al
ostracismo, aislado en el pequeño taller que mis padres me permitieron montar en la
buhardilla. Conservo la mayor parte de las amistades forjadas en los años de instituto, e
hice algunas nuevas en la universidad, gente tranquila e inquieta al mismo tiempo, una
genial contradicción con la que establecer una amistad. Además, desde el comienzo de
mi afición, decidí asistir a tantos cursos y talleres como me fuese posible y conversar
con otros alfareros, amateurs y profesionales, por mucho más tiempo del que alguien no
iniciado podría imaginar, o tendría interés en imaginar. Extrañamente, no he llegado a
establecer una verdadera relación de amistad con ninguno de ellos, siendo los motivos
más habituales la distancia generacional, el peculiar carácter que generalmente tienen
quienes practican la alfarería o discrepancias en la concepción de la misma.

Esto último enlaza con el objetivo de este diario. En toda actividad artística llega un
punto en el que tienes que romper con lo que has estado haciendo, buscar otra forma de
hacer las cosas o ampliar tus conocimientos. Si no, la pasión se convierte en costumbre
y acaba por hastiarte. Es ahora, que tengo la certeza de encontrarme en este punto,
cuando tomo la piel de un detective. Por esto es que considero esta y las sucesivas
páginas el diario de una investigación cuyo objetivo es encontrar el siguiente estado al
que ha de llegar la alfarería para ser tomado, no como oficio de antaño, sino como un
arte de nuestro tiempo.

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