Había un ci~go qu~ tocaba el acordWn ~n Main Su~et al
que vda todos lo.s días de camino al co l~gio. Se s~maba en un taburete debajo del toldo del .supermercado A&P que hay en la esqui na con Moore Avenu~. y .su perro lazarillo se tumbaba sobre una mama delante de ~1. El animalll~
vaba un pañuelo rojo al cuel lo. Era una labrador negra.
Lo sé porqu~ mi hermana Beauix R lo pr~guntó un dla. -Disculpe, señor, ¿de qué raza ~s ese perro? -Joni es una labrador negra, señorita -co m~stó. -Es muy guapa. ¿ Pu~do tocarla~ -Mejor no. Ahora mismo está trabajando. -Bueno, gracias. Que pase un buen dla. -Adiós, .señorita. Mi hermanaR despidió con la mano. t.l no tenía modo de saberlo, claro, a.sl que no le devolvió el saludo. Beatrix tenía ocho años. Lo sé porque era mi primer curso en Beecher, o sea, que esraba en preescolar. Yo no llegué a hablar con el hombre del acordeón. Me fastid ia reconocerlo, pero por aquel entonces me daba algo de miedo. Siempre ten ía los ojos abiertos, y a mí me parecían vid riosos y empañados. Eran de color crema y recordaban a unas canicas beis. M e asustaba sólo con ver- los. Si hasta me daba un poco de miedo su perro, y eso que a mí me encantan los perros. ¡Incluso rengo uno! El caso es que su perro m e daba miedo; tenía el hocico gris, y sus ojos pa recían viscosos. Pero -y éste es un gran «pero»-, aunque me daban miedo los dos, el hombre del acordeón y su perro, siempre dejaba un billete de un dólar en la fu nda abierta del instrumento. No sé cómo, porque estaba tocando el acordeón, pero por más si len- ciosamente que me acercase a él, el hombre siempre ofa el ~ flap ~ del billete al caer en la funda. -Que Dios bendiga a América --decía haciendo un gesto con la cabeza hacia donde yo estaba. Era algo que me dejaba maravillada. ¿Cómo podía oírlo? ¿Cómo sabfa en qué dirección debía hacer aquel gesto? Mi madre m e explicó que los ciegos desarrollan sus otros sentidos para compensar el que han perdido. Como estaba ciego, tenia un superoído. Eso, claro ~s t á, hizo qu~ m ~ pr~gumara si tambitn t ~nd ría otros s up~rpod~r~s. Por ~;~mp l o: ~n i nvi~rno.
cuando hacía mucho fr ío, ¿tenía alguna manera mágica
d~ calt- n tars~ los d ~dos mientras pulsaba las tedas? ¿Y cómo s~ las arr~glaba para mam~n~r d calor del resto del cu~ rpo ~ En aquel los días d~ frío glacial. ~n los qu~ m~ casrafi~t~aban los di~nt~s tan sólo con recorr~ r a pi~ unas cuantas manzanas con tra el viento helado, ¿cómo hacía él para ~ ntrar ~n calor y s~ r capaz d~ rocar el aco rd~ón?
A v~ces había ll~gado a v~ r unos hilillos d~ hielo form án-
dose ~ n algunas pa n~s d~ su bigot~ y su barba, o lo había visto agacharse para comprobar que su perra estaba tapa· da con la manta. O sea, que sabía qu~ podfa sentir frío, pero ¿cómo co n s~gu ía no dejar d ~ tocar? ¡Si ése no es un SUpc'rpoder. .. ! En inv i~ rno sie mpr~ 1~ pedía a mi m adr~ dos dólares, ~n lugar de uno, para dejarlos en la fu nda del acordeón. Flap. Flap. -Que Dios bendiga a América. Si~ mpr~ tocaba las mismas ocho o diez ca nciones. Menos ~n Navidad, cuando introducía • Rudolph the Red-Nosed Reindw·• y • Hark! Th~ H ~rald Angels Sing•. Si no, repetla las mismas cancion ~s. una y otra vez. Mi madr~ s~ sabía los títulos d~ algunas. ~Delil a h •, ~ Lara's
Th ~m~· •• Those W~r~ th~ Days•. Me descargué todos los