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Hacia el camino de Belén…

- Y sí, hace algunos ayeres, aquí precisamente en el pueblo se

vivió la fiesta que jamás se pudo haber visto desde mucho

tiempo atrás. Se quería un cambio de régimen y se dio. La de-

mocracia triunfaba. Y se los digo yo que lo viví en carne

propia. Todos sabíamos del día porque ya se anunciaba esa

transformación en el país: ¡teníamos nuevo presidente! Por

fin, la oposición ganaba, señores. Las matracas no se hicie-

ron esperar por mucho tiempo, pues se tronaban y también los

cohetes por la felicidad de ese nuevo gobierno que venía. Sa-

lían los presidentes apresurados –el que salía y el que en-

traba– a la toma de protesta… bueno, uno más feliz que el

otro, en camino al recinto legislativo que tenía la mayoría

de admiradores del nuevo mandatario, los diputados, y los se-

nadores, e invitados internacionales que se llenaban de júbi-

lo por este cambio. Mientras que el señor que dejaba la silla

llegaba con un desánimo, el pueblo le gritoneaba constante-

mente. -No lo querían para nada-. Mientras tanto el nuevo

presidente se demoraba mucho porque la gente se le iba a las

carrozas que lo acompañaban. Gritaban: ¡Presidente! ¡Presi-

dente! Hasta que un joven o una joven, no sé, le llegó por un

lado en su bicicleta, le decía: “No nos puedes fallar”, “Con-

fiamos en ti”. Hasta que tuvo un accidente unos metros más

adelante por no fijarse con doña Chuchita. Y llegó el vana-

gloriado, el nuevo dirigente nacional y todos le aplaudían,

se abrazaban y se tomaban varias fotos con él. –Pos pa´l re-


cuerdo- Era el presidente que salió del pueblo. ¡El presiden-

te del pueblo! Cuando entró al recinto legislativo todos gri-

taban: ¡Es un honor, estar con…! ¡Es un honor, estar con…! Y

aplausos y rechiflas y besos y agarradera de manos. El presi-

dente de la Cámara habría sesión para la toma de protesta.

Muy solemnemente subí a la Tribuna… porque ¿qué crees? ¡El

presidente era yo! ¡Protesto cumplir las leyes que hacen que

este pueblo esté en orden, a la Constitución y las normas que

de ella salgan! ¡Y si así no lo hiciere, que los mexicanos me

lo demanden! Y no se dejaron de escuchar los aplausos que re-

sonaban las paredes del edificio. ¡La democracia había gana-

do! El exmandatario solo agarraba su pañuelo y se lo pasaba

en la frente. ¡La banda tricolor era mía! ¡Yo era el presi-

dente de México! Un sindicato de viejitos aplaudían sin ce-

sar… Y llegó el discurso –hasta me enteré que en el país se

oía una calma para escucharlo-: Mexicanos, saludo respetuosa-

mente a todos los presentes… Me chuté como media hora salu-

dando a cada uno, otra media hora hablando mal de todas las

porquerías que hicieron mis antecesores, media hora más del

resumen de todas las promesas de mi campaña, y así otra media

hora que no sé pa’ qué, pero media hora más. Mis opositores

me gritaban que no iba a bajar los precios de los combusti-

bles, y más porque ellos votaron hace tiempo para su alza.

¡Me canso ganso!, les grité. ¡Perdón y olvido!, recalqué.

¡Ténganme paciencia y confianza!, enfaticé. Y para no hacerla

más larga, me fui a echar unos tacos de huitlacoche, muy sa-


brosos, por cierto, a las salas de Palacio Nacional con mi

familia y colegas gobernantes. En el zócalo se escuchaba mi

nombre, repetidamente. Fui ungido por los pueblos indígenas

para ser el guía de esta transformación moral y repetí casi

casi el mismo discurso que dije en el recinto legislativo.

¡Era una fiesta! ¡Presidente! ¡Presidente! ¡Presidente! Y to-

dos bailaban y reían y se abrazaban y lloraban por la gran

felicidad del pueblo. ¡Hay gobierno del pueblo! Te juro que

mientras todo esto pasaba, rumbo a un ranchito que creo que

se llama Atlacomulco el expresidente se iba a echar un taco

de longaniza, pues se la metimos doblada…

- Ya, don Nico, eso sólo fue un sueño guajiro desde que dijo

que era “presidente legítimo”. Dele gracias a Dios que don

Porfirio no lo ha mandado de vuelta a Belén.

- ¿Qué? No, no, no. ¡El presidente soy yo! ¡No fue un sueño! Me

robaron las elecciones y hubo fraude. Díaz me robó la presi-

dencia. ¡Yo gané las elecciones! ¡El presidente legítimo soy

yo!

Mientras don Nicolás Zúñiga y Miranda insistía, con desmedida

locura, sobre su presidencia legítima, llegaron unos soldados,

en nombre de Díaz, pidiendo que los acompañara de nuevo a dormir

en la cárcel de Belén. Pero no era impedimento para continuar

con su campaña de candidato eterno hacia la silla presidencial

que le arrebataron en 1896. Él era el presidente legítimo…

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