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Suplemento Temas CBA | DOM 20 MAY | 09:57 LA VOZ DEL INTERIOR

Política exterior: la hora del balance


Carlos Pérez llana Vicerrector de Relaciones Internacionales Universidad Siglo 21

En poco tiempo más, el país político se sumergirá en el tiempo electoral. Como ocurre en casi todo el
mundo, los temas de política exterior seguramente no acapararán un gran espacio. Claro está que
existen excepciones, verbi gratia en los Estados Unidos, donde la guerra de Irak ya está convertida en
eje de la agenda electoral. Para citar otro país desarrollado, recientemente en Francia la política
exterior no estuvo en el centro de los debates, aunque el futuro de la política migratoria y el ingreso
de Turquía a la Unión Europea, cuestiones "intermésticas", sí captaron el interés colectivo.

Ahora bien, si es cierto que se obtienen pocos votos con la política exterior, no menos cierto es que en
América latina los populismos de manera creciente apelan al nacionalismo antiamericano para ganar
elecciones. Pruebas al canto: la prédica del chavismo en Venezuela; los discursos encendidos de
Ortega en Nicaragua; Correa en Ecuador y Morales en Bolivia.

Decididamente, las corrientes chavistas hacen de la política exterior un recurso de campaña.


Obviamente existe otro factor que subyace en ese discurso: se trata de gobiernos petrogasíferos que,
a la luz de los elevados precios de los energéticos, tratan de legitimarse a través de la captación
directa de la renta nacionalizando yacimientos.

Adicionalmente, el discurso anti-Bush, antiglobalización y anticapital extranjero les sirve para


movilizar a sociedades donde el sistema de partidos políticos ha colapsado. Como ya se sabe, estos
gobiernos no adhieren a la democracia representativa; se dicen partidarios de una democracia
"directa"; erosionan las instituciones y encaran reformas constitucionales al solo fin de concentrar
poder en el Ejecutivo e instalar la reelección presidencial perpetua.

En nuestro país, el discurso oficial de política exterior crecientemente se inspira en esas corrientes. La
paradoja consiste en que la Argentina no es un país petrogasífero, lo que hace insustentable e inviable
ese modelo de política exterior. De manera que, a la hora del balance, estos datos deberían ser leídos
por la mayor cantidad de ciudadanos.

Siempre se ha dicho que una buena política exterior es aquella que optimiza necesidades con
posibilidades. Todo país requiere del mundo inversiones, mercados y un clima internacional propicio,
en términos de paz y de vigencia del derecho internacional. Simultáneamente, a través de la
diplomacia, esas necesidades se alcanzan si existe una apropiada política de alianzas; una correcta
lectura del mundo; una voluntad manifiesta de contribuir a la consolidación del sistema multilateral y
un compromiso en torno a ciertos valores, como el respeto y apego a las instituciones y a la ley.

En definitiva, esa diplomacia construye una imagen del país en el mundo que lo ayuda a preservarlo de
las turbulencias, a potenciar las oportunidades y a contrarrestar los peligros.

Con base en estas premisas, ¿cómo se compone el deber y el haber de la política exterior argentina? El
haber es sencillo: la Argentina tuvo como política exterior la negociación de la deuda externa.
Mientras esta negociación, vital para la sobrevivencia como Estado, le dio forma y contenido a nuestra
diplomacia, el país logró lo que parecía imposible, creando las bases para un retorno a la vida
internacional. Desafortunadamente, la lista de los éxitos comenzó y terminó allí.

Las posibilidades que ofrece el mundo, básicamente en el orden de lo económico, no han sido
aprovechadas, por un conjunto de razones que bien vale la pena señalar. En primer lugar, el discurso
oficial está construido con base en una idea subyacente: el mundo es un peligro; por eso nos
habríamos equivocado en la década de 1990. Y si en el mundo están los peligros, lo mejor sería
alejarse de los poderosos, supuestos responsables de todos los males. La demonización de algunos
gobiernos e instituciones va en línea con ese razonamiento.

Apenas, se advierte cómo se vota en algunos organismos; qué jefes de Estado visitan el país; qué
aliados han sido elegidos; qué enemigos han sido identificados; qué relaciones mantenemos con los
países vecinos y qué tipo de vínculos se establecen dentro de una economía crecientemente
globalizada.

Salta a la vista una falencia: la Argentina está perdiendo la carrera por el posicionamiento
internacional. Tal vez no existe mejor ejemplo que el de las inversiones extranjeras. Según el reciente
Informe de la Cepal, somos el quinto destino en la región. Brasil, México, Chile y Colombia nos
anteceden. Adicionalmente, los problemas en el "vecindario", patentizados en la pulseada energética
con Chile y en el conflicto en torno de las papeleras con el Uruguay, evidencian cómo la Argentina ha
cedido espacios y protagonismo.

Se trata de salir de este laberinto por arriba, en vez de insistir en la inmersión. Existe una manera de
contar con una hoja de ruta internacional si aceptamos un criterio elemental: leer el mundo sobre la
base de la grilla del interés nacional, tirando por la borda la lectura ideológica. Eso se llama apelar a
un sano realismo, lo que hacen los países que funcionan.

Urge comenzar por lo básico: la política exterior de la geografía. La reformulación de la política con
Brasil es impostergable y en términos de Mercosur debemos reconocer algunos errores: ignoramos a
Uruguay y Paraguay; el nivel de institucionalidad es insuficiente y equivocadamente se "huyó hacia
adelante" con el ingreso de Venezuela. Una renovada política con Brasil habilitaría un segundo
objetivo: recrear la idea del ABC (Argentina, Brasil y Chile). Decididamente, sólo ese trípode
diplomático podrá contener las turbulencias que exporta a Sudamérica el populismo petrogasífero.

Más allá de la subregión, una nueva política exterior deberá recoger algunas recomendaciones en
código realista: 1. No es correcto hacer antiamericanismo apostando a un triunfo demócrata,
ignorando que en Washington podrá haber discrepancias en torno a Irak, pero las diferencias entre
republicanos y demócratas son menores respecto de América latina. 2. Gane quien gane, un tema
llegó para quedarse en los Estados Unidos y en el espacio Atlántico: el terrorismo. De manera que al
mundo hay que interpretarlo según la lógica post 11-S. 3. En la Europa de hoy, América latina no es
una prioridad. 4. El Asia requiere de una política exterior coherente, que no se agota en el envío de
misiones comerciales sino que exige elegir socios, asumir compromisos y tener en cuenta lo que hacen
en esa geografía países como Brasil y Chile. Hasta que ésto se asuma, la política exterior seguirá
siendo un tema pendiente.

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