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DEL VOLVER SOBRE LOS PASOS

Volver no es fácil, implica exigir la memoria y las emociones que trae consigo.
Recoger los pasos es una cuestión hasta espiritual, dicen los ancianos, vuelven
los muertos del olvido. Salir del aire puro hacia el humo resulta una regresión,
es una terapia autogestiva que practicas en el recorrido del auto. Uno se da
cuenta que es movimiento constante cuando está en la quietud de las
montañas, cuando la incómoda noche te obliga a dormir, y no te coloca a
globalizar tu ser ante el mundo tras cuatro paredes.
El parangón que realza nuestra figura está hasta en las mismas heces que
esquivamos en la calle. Todo se juega en las esquinas, en las viejas tiendas a
las que saludas cuando llegas de algún lugar que el vecino-amigo desconoce.
Al principio es extraño, te sientes hipócrita, tu sentido de pertenencia te hace
creer que vuelves a otra casa, encuentras refugio en los que dejaste hasta que
el ciclo se repita y el calendario vuelva a asomar su cara melancólica cifrada en
abrazos y chismes.
Pisar el parque de un pueblo es un acontecimiento indeseado, más cuando se
te hace tarde y rondan aquellos mitos y leyendas que atemorizan alrededor de
tu casa. En la ciudad, el paso lo marca el suspenso humano, tan intempestivo y
misterioso cuan farola que deja repentinamente de alumbrar un callejón
intransitable.
El asalto es evidente, la risa interna no puede más, vivimos en la locura diaria
que merecemos, una decisión acarrea mil soluciones como pasos
desenfrenados. Somos unos aquí, tratamos de ser los mismos allá, esa es la
pelea más importante a cada movida, a cada desplazamiento. Siento que
volver sobre nuestros pasos es un nomadismo absurdo, sin embargo, intrigante
y acogedor en el que expresamos nuestras quejas diarias por vivir.

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