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CAPITULO 22

Vers. 1–14. LA PARABOLA DEL CASAMIENTO DEL HIJO DEL REY. Esta parábola es diferente de la de la
Gran Cena (Lucas 14:15, sig.), y se relata sólo en Mateo. 2. El reino de los cielos es semejante a un
hombre rey, que hizo bodas a su hijo—“En esta parábola”, comenta admirablemente Trench, “vemos
cómo el Señor se está revelando con más claridad como el personaje céntrico del reino, dando aquí una
insinuación más evidente que en la parábola anterior, de la nobleza de su descendencia. En aquélla él
era el Hijo, el único, el amado (Marcos 12:6) del padre de la familia; pero aquí su estirpe es real, y él
mismo aparece como Rey y como Hijo del Rey (Salmo 72:1). La anterior fue una parábola de la historia
del Antiguo Testamento; y Cristo es el último y más grande de la línea de profetas y maestros del antiguo
régimen, más bien que el Fundador de un reino nuevo. En aquélla, Dios aparece demandando algo de los
hombres; en ésta, parábola de gracia, Dios aparece dando algo a ellos. De esta manera, como acontece
frecuentemente, las dos se complementan, tomando una el asunto donde la otra lo deja”. Las “bodas” de
Jehová con su pueblo Israel, eran una idea muy familiar para los judíos; y en el Salmo 45, estas bodas
son consumadas en la persona del Mesías. “EL REY” quien es reconocido como “Dios”, y quien al mismo
tiempo es ungido por “SU DIOS” con “óleo de gozo sobre sus compañeros.” Estas contradicciones
aparentes (véase el comentario sobre Lucas 20:41–44) se resuelven en esta parábola; y Jesús, quien se
denuncia a sí mismo como el Hijo de este Rey, se presenta como heredero de todo lo que los profetas y
dulces cantores de Israel manifestaron en cuanto a la unión inefablemente cercana y cariñosa de Jehová
con su pueblo. Pero obsérvese con cuidado que LA ESPOSA no aparece en esta parábola, ya que el
propósito es el de enseñar ciertas verdades bajo la figura de invitados a una fiesta de bodas, y de la falta
de un vestido de bodas, lo que no armonizaría con la presentación de la Esposa. 3. Y envió sus siervos
—que representan a los predicadores del evangelio—para que llamasen los llamados—es decir, los
judíos, quienes habían sido “invitados” desde la primera elección de ellos y en cada llamamiento dirigido
a ellos por los profetas, a que se mantuviesen listos para la aparición de su Rey—a las bodas—a las
festividades nupciales cuando estuviesen terminados todos los preparativos. mas no quisieron venir—
como lo demostró tristemente el resultado del ministerio de Juan el Bautista, el de nuestro Señor y el de
sus apóstoles más tarde. 4. mis toros y animales engordados son muertos, y todo está
prevenido: venid a [PAG. 76] las bodas—La expresión: “todo está prevenido,” señala el tiempo de
aquellos llamamientos evangélicos después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo y la venida
del Espíritu Santo; acontecimientos que no podían
mencionarse en la parábola en una forma directa. Cf. 1 Corintios 5:7, 8: “Nuestra Pascua, que es Cristo,
fué sacrificada por nosotros; así que hagamos fiesta”; también Juan 6:51: “Yo soy el pan vivo que he
descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi
carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. 5. Mas ellos no se cuidaron, y se fueron, uno a su
labranza, y otro a sus negocios; 6. Y otros, tomando a sus siervos, los afrentaron—“los
insultaron”—y los mataron—Estos invitados representan dos clases diferentes de incrédulos: unos
simplemente indiferentes, los otros absolutamente hostiles; los unos burladores insolentes, los otros
perseguidores crueles.7. Y el rey—el gran Dios, quien es Padre de nuestro Señor Jesucristo. oyendo
esto, se enojó—por la afrenta a su Hijo y a él mismo, quien se había dignado invitarlos. y enviando
sus ejércitos—Los romanos aquí son llamados ejércitos de
Dios, así como el ejército asirio fué llamado “la vara de su furor” (Isaías 10:5). destruyó a aquellos
homicidas—y ¡en
qué números tan vastos los destruyeron! y puso fuego a su ciudad—Jerusalén, que había sido una vez
“la ciudad del
gran Rey” (Salmo 48:2), y se le había llamado así no mucho tiempo antes (cap. 5:35), ahora es
considerada como “su
ciudad”, de ellos, así como nuestro Señor, unos días después, dijo refiriéndose al templo en el cual Dios
había morado
tan largo tiempo: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (cap. 23:38)! Cf. Lucas 19:43, 44. 8. Las
bodas a la verdad
están aparejadas; mas los que eran llamados no eran dignos—porque ¿cómo serían considerados
dignos de sentarse
a su mesa los que le habían insultado por el tratamiento que habían dado a su invitación cortés? 9. Id
pues a las
salidas de los caminos—a los portones de salida en las ciudades y a los caminos reales fuera de ellas,
donde se hallen
seres humanos—y llamad a las bodas a cuantos hallareis—es decir, tal como estén—10. Y saliendo
los siervos por
los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos—sin hacer
distinción entre los
pecadores declarados y los moralmente correctos. El llamamiento evangélico atrajo de la misma manera
a judíos, a
samaritanos y a extranjeros paganos. Hasta aquí esta parábola está de acuerdo con la de la Gran Cena
de Lucas 14:16,
sig.; pero el rasgo distintivo de esta parábola se encuentra en lo que sigue: 11. Y entró el rey para ver
los
convidados—Estas palabras describen solemnemente aquella inspección omnisciente a que debe
someterse todo discípulo
profeso del Señor Jesucristo en todas las edades, en virtud de la cual su verdadero carácter, de aquí en
adelante, sería
proclamado con justicia. y vió alli un hombre—Esto demuestra que es el juicio individual lo que se
propone enseñar
en esta última parte de la parábola; la primera parte representa más bien el juicio nacional de los judíos
—no vestido de boda—El lenguaje aquí es tomado del siguiente pasaje de Sofonías 1:7, 8: “Calla en la
presencia del Señor Jehová,
porque el día de Jehová está cercano; porque Jehová ha aparejado sacrificio, prevenido ha sus
convidados. Y será que
en el día del sacrificio de Jehová, haré visitación sobre los príncipes, y sobre los hijos del rey, y sobre
todos los que
visten vestido extranjero”. La costumbre en oriente de obsequiar ropa festiva (véase Génesis 45:22; 2
Reyes 5:22),
aunque no está claramente probada, seguramente se presupone aquí. Sin duda, no quiere decir algo que
ellos mismos
traen, porque ¿cómo podrían tener semejantes vestidos los que eran juntados promiscuamente desde los
caminos?,
sino algo que reciben como ropaje conveniente. (Véase Salmo 45:13, 14). Y ¿qué puede ser el significado
de esto sino lo
que entendemos por la expresión: “de Cristo estáis vestidos” (Gálatas 3:27), y “JEHOVA JUSTICIA
NUESTRA”
(Jeremías 23:6)? Tampoco sería extraño semejante lenguaje a aquellos en cuyos oídos habían resonado
las palabras de
gozo profético: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió
de vestidos
de salud, rodeóme de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia compuesta de sus
joyas” (Isaías
61:10). 12. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí no teniendo vestido de boda? Mas él cerró la
boca—sintiéndose
justamente condenado. 13. Entonces el rey dijo a los que servían—los ministros angélicos de la
venganza divina
(como en el cap. 13:41)—Atado de pies y de manos—haciéndole imposible toda resistencia—
tomadle, y echadle en
las tinieblas de afuera—(Véase cap. 8:12; 25:30). La expresión es enfática: “las tinieblas que están
afuera”. Estar
“afuera” en todo caso, o según el lenguaje de Apocalipsis 22:15, estar “afuera” de la ciudad celestial.
excluído de sus
bodas gozosas y festividades alegres, es un hecho bastante triste en sí. Pero hallarse no sólo excluído del
esplendor y
gloria y gozo y felicidad del reino celestial, sino arrojado a la región de “tinieblas”, con todos sus
horrores, es la
retribución funesta aquí anunciada que espera a los indignos en el gran día. allí—en aquella región y
condición—será
el lloro y el crujir de dientes—Véase el comentario sobre el cap. 13:42. 14. Porque muchos son
llamados, y pocos
escogidos—Así como en el cap. 19:30. Véase el comentario sobre el cap. 20:16.
15–40. PREGUNTAS EMBARAZOSAS TOCANTE AL TRIBUTO, LA RESURECCION Y EL MANDAMIENTO
GRANDE, CON LAS RESPUESTAS. (Pasajes paralelos, Marcos 12:13–34; Lucas 20:20–40). Para su
exposición, véase el
comentario sobre Marcos 12:13–34.
41–46. CRISTO FRUSTRA A LOS FARISEOS HACIENDOLES UNA PREGUNTA EN CUANTO A DAVID Y EL
MESIAS. (Pasajes paralelos, Marcos 12:35–37; Lucas 20:41–44). Para su exposición, véase el comentario
sobre Marcos
12:35–37.

CAPITULO 25
Vers. 1–13. LA PARABOLA DE LAS DIEZ VIRGENES. Esta y la parábola siguiente se hallan sólo en Mateo.
1.
Entonces—en el tiempo referido al final del capítulo anterior, el tiempo de la segunda venida de nuestro
Señor para
recompensar a sus siervos fieles y vengarse de los infieles. el reino de los cielos será semejante a
diez vírgenes, que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo—Este versículo provee la llave a la parábola,
cuyo objeto es, en
general, el mismo como el de la parábola anterior, el de ilustrar la actitud vigilante y expectante de la fe,
por la cual los
creyentes se describen como “los que le esperan para salud” (Hebreos 9:28) y “los que aman su venida”
(2 Timoteo
4:8). En la parábola anterior fué la actitud de unos siervos que esperaban a su señor ausente; y en ésta
son unas
doncellas que acompañarían a una novia, y cuyo deber era el de salir de noche con lámparas, y estar
listas al
presentarse el novio para acompañar a la novia a la casa de él, y entrar allí a la fiesta nupcial. Este
hermoso cambio en
la figura presenta la lección de la parábola anterior bajo una luz nueva. Pero obsérvese que, así como en
la parábola de
la Cena Nupcial, la novia no aparece, pues las Vírgenes y el Novio presentan toda la enseñanza de la
parábola; tampoco
podían ser presentados los creyentes como Novia y como acompañantes a la vez, sin que hubiera
incongruencia. 2. Y las
cinco de ellas eran prudentes, y las cinco fatuas—No se califican como buenas y malas, como
observa Trench, sino
como “prudentes” y “fatuas”, así como en el cap. 7:25–27, aquellos que edifican sus casas para la
eternidad se
distinguen como “sabios” e “insensatos”, ya que esto era más apegado a la verdad. Pensar que el
número de los
salvados y de los perdidos sea igual, nos parece poco acertado, aunque debería advertirnos de que un
gran número de
personas serán desconocidas por Cristo en su venida, aunque hasta el fin hayan sido muy semejantes a
los que le
aman. 3. Las que eran fatuas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; 4. Mas las
prudentes tomaron
aceite en sus vasos, juntamente con sus lámparas—¿Qué son estas “lámparas” y este “aceite”? Se
han dado muchas
respuestas. Pero como las fatuas al igual que las prudentes tomaron sus lámparas, y salieron con ellas a
encontrar al
novio, estas lámparas prendidas v este avance hasta cierta distancia en compañía de las prudentes,
debería significar
aquella profesión cristiana que es común a todos los que llevan el nombre de cristianos; mientras que la
insuficiencia
de esto, y la falta de algo más que ellas nunca poseyeron, demuestra que las “fatuas” representan a
aquellas personas
que, con todo lo que existe en común entre ellas y los cristianos verdaderos, carecen de la preparación
esencial para
encontrarse con Cristo. Entonces, como la sabiduría de “las prudentes” consistía en llevar junto con sus
lámparas una
provisión de aceite en sus vasos para tener las lámparas prendidas hasta que llegara el novio, y así estar
listas para
entrar con él a las fiestas nupciales, esta provisión de aceite tiene que significar aquella realidad interior
de la gracia, que
será lo único que permanecerá cuando aparezca aquel cuyos ojos son como llamas de fuego. Pero esto
es demasiado
general; porque no puede ser que, sin ninguna razón, esta gracia interior se presente aquí bajo el
símbolo familiar del
aceite, símbolo por el cual el Espíritu de toda gracia es representado tan constantemente en las
Escrituras. Fuera de toda
duda, este algo era lo que se había simbolizado por aquel precioso aceite de la unción con el cual Aarón
y sus hijos
fueron consagrados al puesto sacerdotal (Exodo 30:23–25, 30); por aquel “óleo de gozo sobre tus
compañeros” con el
cual el Mesías sería ungido (Salmo 45:7; Hebreos 1:9), aunque expresamente se había dicho que “no da
Dios el Espíritu
por medida” (Juan 3:34); y por el vaso lleno de aceite, en la visión de Zacarías, el cual recibía el aceite de
dos olivos
que estaban a cada lado de él, y lo vertía por siete tubos de oro al candelero áureo para tenerlo siempre
ardiendo
Zacarías cap. 4); porque expresamente se le dice al profeta, sería usado para proclamar una gran
verdad: “No con
ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos [será edificado este templo.]
¿Quién eres tú,
oh gran monte [que te opones a esta empresa]? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura [o
arrastrado fuera del
camino]; él sacará la primera piedra [del templo], con aclamaciones de Gracia, gracia a ella”. Esta
provisión de aceite,
pues, que representa aquella gracia interior que distingue a los prudentes, tiene que significar, más
particularmente,
aquella “provisión del Espíritu de Jesucristo” que, siendo la fuente de la nueva vida espiritual en un
principio, es el
secreto de su carácter permanente. Todo menos esto, podía ser poseído por “las fatuas”; mientras que la
posesión de esto
es lo que hace que “las prudentes” estén “listas” para cuando aparece el novio, y aptas para “entrar con
él a las bodas”. Precisamente es así como en la parábola del Sembrador, estos oidores son representados
por la simiente que
cayó en pedregales,” que “no tenía raíz” ni “profundidad de tierra”, y que aunque brota y crece nunca
madura,
mientras que la que cae en buena tierra produce fruto. 5. Y tardándose el esposo—Así como en el
cap. 24:48 que dice:
“Mi señor se tarda en venir”; y como Pedro sublimemente dice del Señor ascendido: “Al cual de cierto es
menester
que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas” (Hechos 3:21, y Lucas 19:11,
12). Cristo “se
tarda”, entre otros motivos, para probar la fe y la paciencia de su pueblo. cabecearon todas, y se
durmieron—las
prudentes tanto como las fatuas. La palabra “cabecearon” significa sencillamente que se [PAG. 81]
sentían cargadas
de sueño; mientras que “se durmieron” es la palabra usual por “acostarse a dormir”; señalando dos
etapas de
decaimiento espiritual: la primera, aquel letargo medio involuntario, o sea la somnolencia, que es capaz
de apoderarse
de uno que detiene su actividad; y luego un consentimiento voluntario a ella, después de un poco de
vana resistencia.
En tal estado se encontraban las vírgenes prudentes y las fatuas, aunque el anuncio de la llegada del
novio las
despertó. Esto también lo hallamos en la parábola de la Viuda Insistente: “Cuando el Hijo del hombre
viniere, ¿hallará
fe en la tierra?” (Lucas 18:8). 6. Y a la media noche—es decir, la hora cuando menos se esperaba al
novio; porque “el
día del Señor vendrá así como ladrón de noche” (1 Tesalonicenses 5:2). fué oído un clamor: He aquí,
el esposo viene;
salid a recibirle—es decir: “Estad listas para darle la bienvenida.” 7. Entonces todas aquellas
vírgenes se levantaron,
y aderezaron sus lámparas—las fatuas así como las prudentes. ¡Por cuánto tiempo los dos grupos
parecieron ser
iguales: casi hasta el momento de la decisión! Según el contenido de la parábola, es evidente que la
indiscreción de
“las fatuas” no consistió en no tener aceite ninguno, ya que, seguramente habían tenido bastante en sus
lámparas para
tenerlas encendidas hasta este momento. Su indiscreción consistió en no haber hecho provisión contra
su agotamiento,
llevando una vasija de aceite con que volver a llenar sus lámparas de tiempo en tiempo, y así tenerlas
encendidas
hasta que llegara el novio. Entonces ¿hemos de concluir, como lo hacen algunos expositores
competentes, que las
vírgenes fatuas representan a cristianos verdaderos, tanto como las prudentes, puesto que sólo los
cristianos
verdaderos pueden poseer el Espíritu, y que la diferencia entre las dos clases consiste sólo en que las de
una clase
poseen el don de la vigilancia, mientras que las de la otra clase carecen de él? Claro que no. Puesto que
el propósito de
la parábola fué el de presentar a los preparados y a los no preparados para recibir a Cristo en su venida,
y el hacer ver
cómo los no preparados, hasta el fin, podrían confundirse con los preparados, la estructura de la
parábola convenía
acomodarse a esto, haciendo que las lámparas de las fatuas ardiesen tanto como las de las prudentes,
hasta cierto
punto, y sólo entonces descubrir su incapacidad de seguir ardiendo por falta de una nueva provisión de
aceite. Pero
este es sólo un recurso estructural; y la diferencia verdadera entre las dos clases que profesan amar la
venida del Señor,
es radical: la posesión de un principio duradero de vida espiritual por parte de una clase, y la carencia de
este principio
por parte de la otra clase. 8. Y las fatuas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite;
porque nuestras
lámparas se apagan—“se están apagando”; porque el aceite no encenderá la lámpara apagada, pero
evitará que la
lámpara prendida se apague. Ahora éstas descubren no sólo su propia insensatez, sino la prudencia de la
otra clase, y
le hacen honor. No las despreciaban, tal vez, antes, pero las creían demasiado justas; ahora se ven
obligadas, con
amarga humillación, a desear ser como ellas. 9. Mas las prudentes respondieron, diciendo. Porque
no nos falte a
nosotras y a vosotras—Una contestación bien sabia ésta: “Y ¿qué pasará si compartimos nuestro
aceite con vosotras?
Con seguridad que todas fracasaremos.” id antes a los que venden, y comprad para vosotras—El
afirmar que esta
parábola enseña que las personas deben conseguir la salvación aun después que se supone que la
hayan conseguido,
sería ensanchar la parábola más allá de su propósito legítimo. Lo único que hacen las vírgenes prudentes
es recordar
amigablemente a las vírgenes fatuas la manera propia de conseguir el artículo necesario y precioso, con
cierta censura
por tenerlo que buscar ahora tan tarde. Asimismo, cuando la parábola habla de “vender” y “comprar”
aquel artículo
valioso, sería como decir simplemente: “Id a conseguirlo de la única manera legítima”. Sin embargo, la
palabra
“comprar” es significativa, porque en otras partes de la Escritura se nos manda comprar “sin dinero y sin
precio,”
vino y leche, v comprar de Cristo “oro afinado en fuego”, etc. (Isaías 55:1; Apocalipsis 3:18). Ahora bien,
puesto que
aquello por lo cual pagamos el precio pedido, viene a ser propiedad nuestra, la salvación que aceptamos
gratuitamente
de las manos de Dios, siendo comprada en el mismo sentido que Dios da a la palabra, viene a ser
nuestra propiedad
inalienable. Compárese el lenguaje con Proverbios 23:23: cap. 13:14). 10. Y mientras que ellas iban a
comprar, vino el
esposo; y las que estaban apercibidas, entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta—Las
fatuas reconocen su
insensatez; aceptan el buen consejo; están en el acto de conseguir lo único que les hacía falta: un
poquito más de
tiempo, y ellas también estarían apercibidas. Pero el esposo llega; las apercibidas son admitidas; “y se
cerró la puerta”,
y las vírgenes fatuas quedaron excluídas. ¡Qué cuadro tan gráfico y espantoso de personas casi
salvadas, mas perdidas!
11. Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos—En el cap.
7:22 esta repetición
del nombre “Señor, Señor”, fué una exclamación más bien de sorpresa; aquí es un grito lastimero de
urgencia, cercano
a la desesperación. ¡Ah! ahora al fin sus ojos están bien abiertos v se dan cuenta cabal de las
consecuencias de su
anterior comportamiento. 12. Mas respondiendo él, dijo: De cierto os digo, que no os conozco—
El esfuerzo para establecer una diferencia entre el “no os conozco” aquí, y el “nunca os conocí” en el
cap. 7:23, como si el de nuestra
parábola fuera más suave y así diese a conocer una suerte moderada para “las fatuas”, debe ser
resistido, aunque es
defendida tal diferencia por críticos tales como Olshausen, Stier y Alford. Esta opinión, además de ser
incompatible
con el tenor general de semejante lenguaje, y particularmente con la solemne moraleja del mismo (v.
13), es una
especie de crítica que se interpone con algunas advertencias más terribles tocante al futuro. Si se
preguntara por qué
son admitidos huéspedes indignos a las bodas del Hijo del Rey, en una parábola anterior, y son excluídas
las vírgenes
fatuas en ésta. podríamos contestar, en las palabras admirables de Gerhard, citadas por Trench, que
aquellas fiestas se
celebraron en esta vida, en la iglesia militante; v éstas en el día final, en la iglesia triunfante; a aquéllas
aun son
admitidos los que no vienen vestidos con ropas de bodas; pero a éstas, se admiten sólo aquellos a
quienes es
permitido vestirse con lino fino y blanco, que representa la justicia de los santos (Apocalipsis 19:8); a
aquellas fiestas
los hombres son llamados por la trompeta del evangelio; a éstas por la trompeta del arcángel; a aquéllas
los que [PAG.
82] entran, pueden salir o ser echados; en éstas, quien una vez es introducido, nunca sale ni será
echado de ellas; por
lo cual se dice: “y se cerró la puerta.” 13. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el
Hijo del hombre
ha de venir—Siendo ésta la moraleja o lección práctica de toda la parábola, no necesita comentario.
14–30. LA PARABOLA DE LOS TALENTOS. Esta parábola, aunque se asemeja mucho a la de Las Minas
(Lucas
19:11–27) es, sin embargo, muy diferente de aquélla; y aunque Calvino, Olshausen, Meyer, etc., las
identifican como
una sola, De Wette y Neander afirman que son dos. Para hacer diferencia entre las dos parábolas, véanse
las
observaciones introductorias a la de Las Minas. Trench observa, con su acostumbrada gracia, que en la
parábola
anterior “las vírgenes fueron presentadas como esperando a su Señor, en ésta vemos a los siervos que
trabajan por él. En
la primera se describe la vida espiritual interior; aquí se describe la actividad externa. Se debe pues, a
una buena razón, el
que aparezcan en su orden actual: la de las Vírgenes primero, y la de los Talentos después, puesto que,
para que la
actividad exterior sea provechosa para el reino de Dios, se necesita que la presencia de Dios sea
diligentemente
mantenida dentro del corazón”. 14. Porque el reino de los cielos es como un hombre—Las palabras
“reino de los
cielos” son interpolación de los traductores, es decir, que faltan en el original griego: sería mejor suplir
las palabras
elípticas en el pasaje correspondiente de Marcos 13:34, que “el Hijo del hombre es como un hombre”,
etc. que
partiéndose lejos—o más simplemente, “al extranjero”. La idea de tardanza seguramente se entiende
aquí, como se
expresa en el v. 19. llamó a sus siervos, y les entregó sus bienes—Entre señor y esclavos esto no
era raro en tiempos
antiguos. Los “siervos” de Cristo aquí representan todos los que, por su profesión cristiana, están
enteramente sujetos
a él, Sus “bienes” significan todos sus dones y dotes, ya sean innatos o adquiridos, naturales o
espirituales. Así como
todo lo que tienen los esclavos pertenece al dueño, así Cristo tiene derecho a todo lo que pertenece a su
pueblo, todo
lo que pueda usarse para bien, y él exige la apropiación de ello a su servicio; o, mirándolo de otra
manera, ellos
primero se lo ofrecen a él, por no pertenecerse ellos a sí mismos, ya que “comprados sois por precio” (1
Corintios 6:19,
20), y Cristo lo entrega “de nuevo a ellos para que sea puesto a buen uso en su servicio. 15. Y a éste
dió cinco talentos,
y al otro dos, y al otro uno—Mientras que la proporción de dones es diferente en cada uno, se
requiere de todos la
misma fidelidad, y son recompensados por igual; por tanto, hay igualdad perfecta. a cada uno
conforme a su
facultad—su capacidad natural alistada en el servicio de Cristo, y sus oportunidades providenciales para
emplear los
dones que se le han concedido. y luego se partió lejos—compárese con el cap. 21:33. donde una
partida semejante se
atribuye a Dios, después de haber establecido la antigua dispensación. En ambos casos se indica el acto
de dejar a los
hombres con aquellas leyes e influencias espirituales del cielo bajo las cuales ellos han sido puestos por
la gracia de
Dios, para su propia salvación y el progreso del reino de Dios. 16. Y el que había recibido cinco
talentos se fué, y
granjeó con ellos, e hizo otros cinco talentos. 17. Asimismo el que había recibido dos—más
bien, “los dos”—ganó
también él otros dos—cada uno duplicando lo que había recibido, y por lo tanto, siendo los dos
igualmente fieles. 18.
Mas el que había recibido uno, fué y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor—no
malgastándolo, sino
simplemente no haciendo uso de él. En efecto, el proceder de este siervo parece ser el de una persona
ansiosa de que
el don no fuese malusado o perdido a fin de que estuviese listo para ser devuelto, a su debido tiempo.
19. Y después
de mucho tiempo, vino el señor de aquellos siervos, e hizo cuentas con ellos—Que por estas
palabras pensara
alguien—por lo menos en la era apostólica—que Jesús había dado motivo por qué esperar su segunda
venida dentro
de dicha época, nos parecería extraño, si no conociésemos la tendencia de aquellos que tienen un
desordenado amor y
entusiasmo por su retorno. 20. Señor, cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco talentos
he ganado sobre
ellos—¡Cuán hermosamente ilustra esto lo que dijo el discípulo amado de la “confianza en el día del
juicio”, y de su
deseo de que “cuando apareciere (el Señor), tengamos confianza, y no seamos confundidos de él en su
venida”! (1
Juan 4:17; 2:28). 21. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel—una sola palabra, pero no de
simple satisfacción sino
de alabanza cálida y complacida. Y ¡de qué labios provenía! sobre poco has sido fiel, sobre mucho
te pondré … 22. Y
llegando también el que había recibido dos talentos … 23. Bien, buen siervo y fiel; sobre poco
has sido fiel, sobre mucho te pondré—Los dos son alabados en los mismos términos, y la
recompensa de ambos es exactamente igual (Véase
el comentario sobre el v. 15). Obsérvense también los contrastes: “Tú fuiste fiel como siervo, ahora serás
gobernante; se
te confió poco, ahora tendrás dominio sobre mucho”. entra en el gozo de tu señor—el gozo propio del
señor. (Véase Juan
15:11; Hebreos 12:2). 24. Y llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te
conocía que eres
hombre duro—la expresión usada en Lucas (19:21) es: “hombre recio”—que siegas donde no
sembraste, y recoges
donde no esparciste—El sentido es obvio: “Sabía que eras una persona a quien sería imposible servir,
persona a quien
nada le agradaría, que exigiría lo que es impracticable, y que estaría descontenta con lo que hubiera
ganado”. Así
secretamente consideran los hombres a Dios como un amo duro, y virtualmente, echan sobre él la culpa
de su propia
infructuosidad. 25. Y tuve miedo—de hacer peores las cosas al usarlo para obtener ganancia alguna. y
fuí, y escondí
tu talento en la tierra—Este pasaje describe la conducta de todos aquellos que encierran sus dones
para no usarlos en
el servicio activo de Cristo, aunque no los prostituyen a usos indignos. Por tanto, muy aptamente pueden
aquí estar
incluídos aquellos que, según lo comenta Trench, en la iglesia primitiva, alegaron que ellos tenían
bastante que hacer
con sus propias almas, y tenían miedo de perderlas en su esfuerzo por salvar a otros; y así, en vez de ser
sal de la
tierra, pensaban conservar más bien su propia cantidad de sal, retirándose a veces a cavernas y
desiertos, para alejarse
de todos aquellos ministerios activos de amor por medio de los cuales ellos habrían podido servir a sus
hermanos. 26.
Malo y negligente siervo—“Malo” o “malvado” quiere decir “falso de corazón”, en contraste con los
otros que
enfáticamente fueron llamados “buenos [PAG. 83] siervos”. El término “negligente” es añadido para
señalar la
naturaleza de su maldad; cuya maldad consistía, según parece, no en hacer algo en contra de su señor,
sino
simplemente en no hacer nada a favor de él. sabías que siego donde no sembré y que recojo
donde no esparcí—El
toma el mismo relato de sus exigencias que había pronunciado el siervo, para expresar gráficamente, no
la “dureza”
que ruinmente el siervo le había imputado, sino simplemente la demanda hecha a su siervo de una
ganancia útil por
el don que le había confiado. 27. Por tanto te convenía dar mi dinero a los banqueros, y viniendo
yo, hubiera
recibido lo que es mío con usura—o “intereses”. 29. Porque a cualquiera que tuviere, le será
dado, etc.—Véase el
comentario sobre el cap. 13:12. 30. Y al siervo inútil—por no rendir servicio a su señor—echadle en
las tinieblas de
afuera—“la obscuridad que está fuera de la casa”. Sobre esta expresión, véase la nota sobre el cap.
22:13. allí será el
lloro y el crujir de dientes—Véase la nota sobre el cap. 13:42.
31–46. EL JUICIO FINAL. La conexión íntima entre esta escena sublime y las dos parábolas anteriores, es
demasiado obvia para necesitar que sea señalada. 31. Y cuando el Hijo del hombre venga en su
gloria—Su gloria
personal—y todos los santos ángeles con él—Véanse los comentarios sobre Deuteronomio 33:2;
Daniel 7:9, 10; Judas
14; comparados con Hebreos 1:6; 1 Pedro 3:22. entonces se sentará sobre el trono de su gloria—la
gloria de su
autoridad judicial. 32. Y serán reunidas delante de él todas las gentes—o todas las naciones. Que
aquí se hace
referencia a las naciones paganas, o a todos, con excepción de los creyentes en Cristo, parecerá extraño
a todo lector
sencillo. Sin embargo ésta es la exposición de Olshausen, Stier, Keil, Alford (aunque recientemente con
alguna
diferencia) y de un número (pero no todos) de los que creen que Cristo vendrá la segunda vez antes del
milenio, y que
los santos serán recogidos para encontrarse con él en el aire, antes de su aparición. El argumento
principal de ellos es
la imposibilidad de que alguno que hubiese conocido al Señor Jesús se maravillara en el Día del Juicio, de
que se
pensara que él había hecho algo en contra de Cristo, o dejado por hacer alguna cosa en bien de Cristo. A
esto nos
referiremos cuando lleguemos a lugar más oportuno. Pero aquí podemos decir que, si esta escena no
describe el juicio
personal, público y final de los hombres, según el tratamiento que ellos hayan dado a Cristo y, por
consiguiente,
hombres dentro de la esfera cristiana, tendremos que volver a considerar si la enseñanza de nuestro
Señor, sobre los
temas más grandes de interés humano, realmente posee aquella sencillez y transparencia incomparables
de sentido,
las cuales, por consentimiento universal, le han sido atribuídas a su enseñanza. Si se pregunta: “Pero
¿cómo puede
éste ser el juicio universal, si solamente aquéllos dentro de la esfera cristiana están incluídos en él?”
Nosotros
contestamos: “Lo que en este pasaje se describe, como seguramente no corresponde al caso de toda la
familia de
Adán. naturalmente hasta aouí no es general. Pero no tenemos derecho de concluir que todo “el juicio
del gran día” sea
limitado a los puntos de vista aquí presentados. Otras explicaciones se presentarán en el curso de
nuestra exposición.
y los apartará los unos de los otros—la separación ocurre ahora por primera vez; las dos clases
estuvieron mezcladas
continuamente hasta este momento terrible—como aparta el pastor las ovejas de los cabritos—
(Véase Ezequiel
34:17). 33. Y pondrá las ovejas a su derecha—el lado de honor (1 Reyes 2:19; Salmo 45:9; 110:1,
etc.)—y los cabritos a
la izquierda—el lado de deshonra. 34. Entonces el Rey—¡Título magnífico que el Señor se da a sí
mismo por primera
vez, excepto en lenguaje parabólico, y esto en vísperas de su humillación más profunda! Esto lo hace
para dar a
entender que, al dirigirse a los herederos del reino, él se investirá de toda su majestad real—dirá a los
que estarán a su
derecha: Venid—la misma palabra dulce que había dirigido hacía tiempo a los cansados y trabajados,
para que
viniesen a él a descansar. Ahora se dirige exclusivamente a aquellos que han venido a él y han hallado
descanso. La invitación es la misma: “¡Venid!” y “¡descansad!”; pero este descanso es en un aspecto
más elevado y en una región
nueva—benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación
del mundo—Toda la
historia de esta bienaventuranza es dada por el apóstol, en palabras que no parecen sino la expresión de
éstas:
“Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en
lugares
celestiales en Cristo; segun nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos y sin mancha
delante de él en amor” (Efesios 1:3, 4). Ellos fueron elegidos desde la eternidad para la posesión y el
goce de todas las
bendiciones espirituales en Cristo, y así fueron escogidos para ser santos e irreprensibles en amor. Este
es el santo
amor, cuyas manifestaciones prácticas el Rey está por contar en detalle; y así vemos que su vida de
amor hacia Cristo
es el fruto de un propósito eterno de amor hacia ellos en Cristo. 35. Porque tuve hambre … sed … fuí
huésped … 36.
Desnudo … enfermo … en la cárcel, y vinisteis a mí. 37–39. Entonces los justos le
responderán, etc., 40. Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo, etc.—¡Qué diálogo tan asombroso entre el Rey,
desde su Trono de
gloria, y su pueblo maravillado! “Tuve hambre, y me disteis de comer”, etc. Ellos contestan. “No, Señor,
nunca
hicimos esto; nacimos fuera de tiempo, y nunca gozamos del privilegio de ministrarte a ti”. “Pero lo
hicisteis a estos
mis hermanos, ahora junto a vosotros, cuando necesitaban ellos de vuestro amor”. “En verdad, Señor,
pero ¿acaso
significaba eso que lo hiciéramos a ti? Tu nombre nos era querido, en efecto, y creíamos que era un gran
honor el
sufrir vergüenza por causa de él. Cuando entre los desamparados y angustiados descubríamos algunos
de la familia
de la fe, no negaremos que nuestro corazón saltaba dentro de nosotros al hacer este descubrimiento, y
cuando ellos
llamaban a nuestra puerta, nos sentíamos conmovidos a misericordia, como si ‘nuestro Amado’ mismo
‘metiera su
mano por el agujero’ de la puerta”. (Cantares 5:4) Dulce fué el compañerismo que tuvimos con ellos,
como si
hubiéramos hospedado ángeles sin saberlo (Hebreos 13:2); todas las dificultades entre dador y recibidor
de alguna
manera desaparecieron bajo los rayos de aquel amor tuyo que nos ligaba: más bien, cuando ellos se
despidieron
mostrando su gratitud por nuestras pobres dádivas, parecíamos más bien nosotros los deudores, y no
ellos. Pero,
Señor, ¿estuvimos todos aquellos momentos en compañía contigo? “Sí, allí estaba yo”, [PAG. 84]
contesta el Rey, en la
persona de mis pobres seguidores. La puerta que me había sido cerrada por otros, fué abierta por
vosotros para
recibirme. Cuando estuve preso y encarcelado por los enemigos de la verdad, vosotros a quienes la
verdad había
libertado, me buscasteis diligentemente y me hallasteis; me visitasteis en la celda solitaria, arriesgando
vuestras
propias vidas, para alegrar mi tristeza; me disteis abrigo cuando temblaba de frío, y entonces sentí calor.
Con vasos de
agua fría refrescasteis mis labios abrasados; cuando desfallecía de hambre, me proveísteis de pan y mi
espíritu
revivió. Todo eso, “¡A mí lo hicisteis!” A la luz de este resumen del diálogo celestial, ¡qué atrevida y
miserable, por no
decir antibiblica, nos parece aquella opinión a que nos referimos en el principio: que se trata de un
diálogo entre
Cristo y los paganos, quienes nunca oyeron su nombre, y naturalmente nunca sintieron en sus corazones
el influjo de
su amor! Nos parece una objeción muy pobre y superficial a la opinión cristiana de esta escena, el que
no fuese posible
que los creyentes hiciesen tales preguntas como las que con seguridad hacen aquí los “benditos del
Padre de Cristo”.
Si hubiera alguna dificultad en explicar esto, la dificultad para aceptar la opinión contraria es de tal
naturaleza que la
hace, por lo menos, insufrible. Pero no hay dificultad real. La sorpresa expresada no se debió a que se les
dijera que
ellos obraban por amor a Cristo, sino que Cristo mismo había sido el objeto personal de todas sus obras;
que al hallarle
con hambre le proveyeran de alimentos; que le trajeran agua para apagar su sed; que viéndolo a él
desnudo y con frío
le vistieran de abrigo cómodo; que le hicieran visitas en la cárcel al estar preso por causa de la verdad, y
se sentaran al
lado de su lecho cuando él estaba postrado por la enfermedad. Esta es la interpretación asombrosa que
dice Jesús que
“el Rey” dará a las obras de ellos aquí en la tierra. Y contestará algún creyente: “¿Cómo podrá esto
asombrarlos?” ¿No
sabe todo creyente cristiano que él hace estas mismas cosas, si en efecto las hace, en nombre de Cristo?
En efecto, es
concebible que ellos no se asombren, y casi duden sus propios oídos al oír el relato de sus propias obras
aquí en la
tierra, de labios de Jesús? Téngase presente que el Juez ha venido en su gloria, y ahora está sentado en
su trono, y
todos los santos ángeles están con él; y que de aquellos labios glorificados salen estas palabras.
“Vosotros hicisteis
todo esto a mí.” ¿Podemos imaginarnos a nosotros mismos que al oír tales palabras dirigidas a nosotros,
contestemos:
“Claro que lo hicimos a ti; ¿a quién más podíamos haberlo hecho? Y luego comentar: No podía haberse
referido a
otros, los cuales nunca supieron, al efectuar sus buenas obras, lo que en realidad estaban haciendo”?
Más bien,
podemos imaginarnos a nosotros mismos abrumados con asombro, y apenas capaces de creer el
testimonio
comunicado a nosotros por nuestro Rey? 41. Entonces dirá también a los que estarán a la
izquierda: Apartaos de mí,
malditos, etc.—“En cuanto a vosotros a mi izquierda, nada hicisteis por mí. Vine a vosotros también
pero no me
conocísteis; no teníais afecto cálido ni obras bondadosas con que obsequiarme. Yo era como un
despreciado a vuestros
ojos.” “¿A nuestros ojos, Señor? Nunca te vimos antes, estamos seguros de que nunca nos portamos así
contigo.”
“Pero habéis tratado así a estos pequeños que creen en mí y que ahora están a mi mano derecha. En la
persona de
ellos vine solicitando vuestra compasión, pero me cerrasteis vuestras entrañas de misericordia; pedí
socorro, pero no
teníais qué darme. Tomad pues de nuevo vuestra frialdad y vuestro alejamiento insolente. Me
mandasteis retirarme de vuestra presencia, y ahora yo os echo lejos de la mía: “¡Apartaos de mi,
malditos!” 46. E irán éstos—Estos “malditos”.
La sentencia, según parece, había sido pronunciada primero sobre los justos a oídos de los malvados, por
tanto, los
justos se sientan después como asesores en el juicio de los malvados (1 Corintios 6:2); pero la sentencia
aparentemente
es primero ejecutada, sobre los malvados, en presencia de los justos, cuya gloria no será contemplada
por los
malvados, mientras que el descenso de ellos a su “lugar propio” será mirado por los justos, según
comenta Bengel. al
tormento eterno—o, como en el v. 41, “al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles”,
(Véase cap. 13:42;
2 Tesalonicenses 1:9 y sig.), porque ellos fueron los primeros en la transgresión. y los justos a la vida
eterna—el
adjetivo en ambas cláusulas es el mismo: “tormento eterno”, “vida eterna”. De suerte que las decisiones
de este día
terrible serán finales, irrevocables, eternas.

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