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Anagnórisis

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La anagnórisis (del griego antiguo ἀναγνώρισις, «reconocimiento») es un recurso narrativo que


consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su
identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento. La revelación
altera la conducta del personaje y lo obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y de lo
que le rodea.1

El término fue utilizado por primera vez por Aristóteles en su Poética. Aunque la anagnórisis es
un recurso frecuente en muchos géneros, Aristóteles la describió en relación con la tragedia
clásica griega, con la que está asociada de modo especial.

De acuerdo con Aristóteles, el momento ideal para la anagnórisis trágica es la peripecia (giro
de la fortuna): en un momento crucial, todo se le revela y hace claro al protagonista, con
efectos casi siempre demoledores. Por ejemplo, el descubrimiento por parte del héroe trágico
de alguna verdad sobre sí mismo, otras personas, o de algunas acciones que significan que,
ahora que las sabe, toda la trama cambia de dirección como resultado de su reacción a las
noticias. La revelación de esta verdad (que ya era un hecho, pero el protagonista ignoraba)
cambia la perspectiva y la reacción del héroe, que se adapta y se acomoda aceptando su
destino y en consecuencia ayudando a que este ocurra.

Un ejemplo clásico de anagnórisis en la tragedia griega se halla en el «Edipo Rey» de Sófocles,


cuando Edipo se entera de que la persona que había matado era su padre y que su esposa es
su madre. Un caso especialmente emotivo es el de Ágave al final de «Las bacantes» de
Eurípides, que llega a Tebas con lo que cree la cabeza de una fiera en su mano. A medida que
el dios Dioniso se va retirando de su ser, comprende que se trata de su propio hijo, Penteo, al
que ella y las demás bacantes han despedazado en una orgía de sangre.

En la comedia griega, la anagnórisis es también un recurso frecuente: en las obras de


Menandro y sus imitadores latinos, abundan los personajes que han sido abandonados de
pequeños y criados como miembros de una clase social inferior. Al entablar una relación con
un personaje noble, su extracción humilde supone un estorbo; al final de la obra, se descubre
por algún indicio (una marca de nacimiento, un objeto personal que la madre dejó junto al
bebé) su verdadera identidad, y la pareja puede unirse felizmente en matrimonio.

En la épica griega tenemos un buen ejemplo de anagnórisis en los últimos cantos de la


«Odisea», cuando Ulises vuelve a Ítaca, su patria, y varios personajes lo van reconociendo (su
viejo perro Argos, su nodriza Euriclea, su hijo Telémaco, su padre Laertes...), en una gradación
que termina cuando su esposa Penélope, la más reacia a aceptar la revelación, lo somete a una
última prueba para confirmar su identidad.

En la literatura española, la anagnórisis es moneda corriente en las novelas de caballerías, el


teatro barroco (p. ej. «La dama duende», de Pedro Calderón de la Barca) y el drama romántico.

En la literatura inglesa renacentista, William Shakespeare también utiliza las características


asociadas a este término en sus obras dramáticas, específicamente en sus tragedias. A pesar
del momento de anagnórisis, de reconocimiento, todo acaba mal por el hecho de la inclusión
del fatalismo, propio de las obras trágicas.

En la literatura prehispánica, específicamente en el drama Ollantay encontramos una hermosa


anagnórisis cuando el inca Túpac Yupanqui encuentra a Cusi Coyllur, prisionera, y reconoce
que ella es su hermana.

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