Está en la página 1de 4

Bloque temático: El Antiguo Régimen y su crisis (1700-1833)

Tema 3
La crisis del Antiguo Régimen (1788-1833)
Semana A3. Primera parte: Las contradicciones de la monarquía absoluta
y el impacto de la Revolución Francesa (1788-1808)

Introducción
Cuando a la muerte de Carlos III su hijo Carlos IV accedió al trono en 1788, las estructuras
del Antiguo Régimen permanecían intactas a pesar de las reformas ilustradas de su predecesor.
Un año después, en 1789, la Revolución Francesa inició un proceso que en poco más de
cuarenta años derrumbó el Antiguo Régimen en Francia y en Europa Occidental y, junto con los
avances de la Revolución Industrial iniciada en Inglaterra, dio paso al liberalismo político, la
sociedad de clases y el capitalismo económico.
En este proceso, las ideas liberales fueron expandidas por Europa por los ejércitos de
Napoleón. En 1808, España fue invadida por estos ejércitos, lo cual puso en crisis la monarquía
absoluta borbónica y condujo a una guerra en la que se mezcló la defensa de las tradiciones
españolas con las ideas de libertad. La Constitución de 1812 fue un fiel reflejo de esos
principios.
La derrota de Napoleón por las potencias absolutas de Europa en 1815 y el ascenso al
trono de España de Fernando VII, significó el regreso al Antiguo Régimen. Pero el liberalismo ya
no podía ahogarse y las décadas siguientes se debatieron entre el absolutismo y el liberalismo en
toda Europa y también en la España de Fernando VII.
Toda esta etapa está caracterizada, pues, por la crisis del Antiguo Régimen, que
culminará con un largo proceso de construcción del Estado Liberal tras la muerte de Fernando VII
en 1833.

1.- El reinado de Carlos IV. Las contradicciones de la monarquía absoluta. La


crítica de los ilustrados y el impacto de la Revolución Francesa
Durante el reinado de Carlos III se había realizado en España la difusión del pensamiento
ilustrado. Esta difusión se realizó principalmente entre la escasa burguesía del país, aunque
también se extendió entre buen número de la nobleza y el clero que, en la Corte, formaron el
“partido liberal”.
Carlos III y sus ministros ilustrados, sobre todo Aranda, Floridablanca y Jovellanos, siguió
los principios del despotismo ilustrado que defendía no destruir el Antiguo Régimen, sino
reformarlo desde el poder sin eliminar la monarquía absoluta. Se trataba de realizar reformas en
el ámbito económico y social para conseguir el progreso material y la felicidad del pueblo, pero
sin tener en cuenta al pueblo: “todo por el pueblo pero sin el pueblo”.
En 1788 murió Carlos III, su hijo, Carlos IV, mantuvo a Floridablanca al frente del
Gobierno, pretendiendo continuar con las reformas del despotismo ilustrado llevadas a cabo por
su padre. Pero Carlos IV era un hombre débil, políticamente inepto y muy dominado por su
esposa, María Luisa de Parma, mujer tan ambiciosa como inepta y en quién el Rey delegó desde
el principio toda actividad de gobierno.
A pesar de todo, con sus tímidas reformas, los ilustrados españoles atacaron la base de la
desigualdad civil sobre la que se asentaba la propia monarquía absoluta. Avanzar en estas
reformas significaba, ahora, avanzar en la crítica hacia la monarquía absoluta y hacerla
tambalear.

1
1.1.- La crítica de los ilustrados a la monarquía absoluta
Ya hemos visto en el tema anterior la actitud crítica de los ilustrados en relación a la
sociedad estamental y a la economía de subsistencia del Antiguo Régimen. Con relación a la
estructura política, basada en la monarquía absoluta, los ilustrados se manifestaban también
muy críticos, aunque la práctica del despotismo ilustrado suponía un pacto con esta
monarquía.
En relación a la estructura política de los Estados, los ilustrados basaban sus ideas en
la teoría del “contrato social” que afirmaba que todos los ciudadanos poseen unos derechos
y libertades naturales que los gobiernos deben garantizar mediante un “pacto” o “contrato”
con éstos. Esta forma ilustrada de concebir el Estado sentó las bases del liberalismo político
del siglo XIX y tuvo en Locke, Montesquieu, Voltaire y Rousseau, a sus pensadores más
influyentes.
El inglés John Locke (1632 - 1704) afirmó en su obra “Tratado sobre el Gobierno Civil”
(1690) que la sociedad se basaba en un “contrato” entre los ciudadanos, mediante el cual
estos ven garantizados sus derechos (vida, propiedad, libertad, …) a cambio de ceder
voluntariamente su libertad en quién gobierna. Para Locke la monarquía absoluta es
incompatible con esta sociedad civil nacida del “pacto”.
El noble francés Montesquieu (1689 - 1755) reelaboró las teorías de Locke en su obra
“El espíritu de las leyes” (1748) y propuso como la mejor forma de gobierno la Monarquía
Constitucional. En este sistema, el poder de la monarquía se limitaba por una ley
fundamental: La Constitución. Esta ley es la expresión escrita del “pacto” o “contrato
social”.
Montesquieu, propone que la monarquía constitucional supone también la separación
de poderes del Estado. La Monarquía absoluta poseía unitariamente todos los poderes del
Estado; legislar, gobernar y juzgar. La teoría de Montesquieu afirma que los poderes del
Estado deben estar separados, es decir, no ejercidos por la misma persona o institución, así:
- El poder Legislativo, encargado de elaborar las leyes, debe estar detentado por un
parlamento de representantes de los ciudadanos
- El poder Ejecutivo, el de gobernar según las leyes, lo detentará el Rey y los ministros
de su gobierno
- El poder Judicial, juzgar según las leyes y velar por el cumplimiento de éstas, estaría
en manos de los tribunales independientes
Las ideas de Montesquieu influyeron decisivamente en la Revolución Francesa y en
todo el liberalismo europeo del siglo XIX. Son también fundamentales en las democracias
actuales.
Más radical se mostró el suizo Jean Jacques Rousseau (1712 - 1778) en su obra “El
Contrato social”, donde afirmaba que el contrato debe respetar la voluntad general de los
ciudadanos. Pero esta voluntad general no puede determinarse a través de representantes
(Parlamento) sino a través de una democracia pura, al estilo de los antiguos atenienses,
donde todos los ciudadanos participan en la toma de decisiones de forma asamblearia. Para
Rousseau la soberanía reside en el pueblo y su expresión son las leyes que éste redacta.
Los ilustrados españoles conocían todas estas ideas y comulgaban con ellas, aunque
nunca pudieron llevarlas a la práctica dado el enorme poder tanto de la monarquía absoluta
española, como de los nobles y los privilegiados que la sustentaban. Con la Revolución
Francesa, la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz la situación cambió.
1.2.- El impacto de la Revolución Francesa. Las Cortes Generales de 1789
En mayo de 1789 el rey, Carlos IV, decidió convocar Cortes Generales para que, como
era costumbre, jurasen a su heredero, el futuro Fernando VII. Estas Cortes restablecieron el
orden sucesorio tradicional de la monarquía española fijado en la Edad Media por “Las
Partidas”, derogando con esto la llamada “Ley Sálica”, que había traído de Francia Felipe V,
y que anteponía en la sucesión al trono los derechos del varón de línea indirecta, sobre los
derechos de la mujer de línea directa. Sin embargo, para no provocar conflictos con los
parientes Borbones de Francia y Nápoles, el Rey decidió no publicar de inmediato la

2
correspondiente “Pragmática Sanción”, documento necesario para que la decisión de las
Cortes entrara en vigor. Como veremos, su posterior emisión por Fernando VII en 1830, dará
lugar más tarde a las guerras carlistas.
Pero cuando las Cortes Generales se disponían a presentar ante el Rey las tradicionales
“peticiones” (quejas y solicitudes dirigidas al Rey por los distintos estamentos) se recibió la
noticia de la revolución que en Francia había estallado en Julio, precisamente, cuando se
estaban realizando las peticiones ante el rey Luis XVI en la reunión de los Estados Generales
de Francia. La Revolución Francesa puso de manifiesto, con su carga de terror y de sangre,
hacia donde podían conducir las ideas ilustradas.
La noticia provocó el pánico entre los ministros del Rey Carlos IV que, temerosos de
que se extendiera la revolución por nuestro país, le convencieron para disolver las Cortes en
el mes de octubre.
Ante la gravedad que tomaban los acontecimientos en Francia, Floridablanca se vio
obligado a realizar un brusco cambio de política, renunciando a continuar con las reformas
ilustradas y tomando dos decisiones importantes para evitar el contagio revolucionario en
España:
1.- Realizar un índice de libros prohibidos, que implicaba la censura tanto de los libros
como de la prensa, para evitar la difusión de las ideas revolucionarias. Esta medida
revitalizó una Inquisición que prácticamente ya no actuaba desde hacía más de un
siglo.
2.- Establecer un “cordón sanitario” con Francia para impedir que penetraran las ideas
revolucionarias. Esta medida suponía evitar la entrada de propaganda revolucionaria,
controlar las fronteras y las aduanas, controlar a los residentes extranjeros, prohibir a
los estudiantes españoles trasladarse a Francia para realizar estudios y cerrar los
colegios franceses en España.
Esta política duró hasta 1792, año en que cayó Floridablanca por las intrigas políticas
de la reina María Luisa y su favorito Manuel Godoy, que consiguieron colocar en el poder al
anciano Conde de Aranda, antiguo ministro ilustrado de Carlos III, y que representaba una
corriente más liberal que la de Floridablanca..
Aranda diseñó una política de neutralidad internacional, oponiéndose a una alianza
que diversos países europeos preparaban contra la Francia revolucionaria, pero las constantes
intrigas de la reina y el peso en la Corte de los partidarios de la guerra, acabaron con Aranda
al tiempo que Godoy asumía el poder.
1.3.- El valimiento de Godoy
Godoy, suponía el primer gobernante que Carlos IV no heredaba de su padre Carlos III,
debía su carrera política y su ascenso a la jefatura del gobierno a la reina María Luisa de
Parma, con quién al parecer mantenía relaciones íntimas. Era ambicioso, con mucha
capacidad de trabajo y un cierto talento político. Ideológicamente se acercaba a las ideas de
la Ilustración.
La primera medida de Godoy fue la de participar en la alianza de países europeos que
habían declarado la guerra a Francia tras la ejecución de Luis XVI. Estalló así la llamada
Guerra de los Pirineos contra Francia. La guerra fue para España un desastre militar que
obligó a firmar la Paz de Basilea en 1795. Con esta paz se entregaba a Francia la mitad de la
isla de Santo Domingo (hoy Haiti) y una serie de beneficios comerciales con América.
Irónicamente, a Godoy se le recompensó el fracaso militar otorgándole el título de Príncipe
de la Paz.
En 1796, Godoy cambió de postura internacional y firmó con Francia el Primer
Tratado de San Ildefonso, comprometiéndose a intervenir en la guerra que Francia mantenía
contra Inglaterra. Esta guerra se saldó con la derrota del cabo de San Vicente, que provocó el
colapso del comercio español con América y obligó a Godoy a dimitir en 1798.
En ese momento subió al poder el ilustrado Jovellanos, que centró su actividad en la
situación económica del país. La Hacienda del Estado amenazaba con la quiebra dada la
enorme deuda que arrastraba, motivada por la ayuda prestada a la independencia de los
Estados Unidos de América a partir de 1776, las recientes guerras contra Francia, primero, y

3
contra Inglaterra, después, y el colapso del comercio con América. Ante la imposibilidad de
subir los impuestos y la negativa de los nobles y eclesiásticos a eliminar o limitar su privilegio
de exención de impuestos, un decreto de 1798 puso en marcha la primera desamortización de
bienes de la Iglesia. (Desamortizar es liberar, mediante una disposición legal, los bienes
amortizados para poderlos poner en venta) Se trataba, en realidad, de expropiar y vender
bienes raíces (tierras) de hospicios, casas de misericordia, de reclusión, cofradías …,
dedicando el importe al pago de la deuda del Estado. El resultado no fue el esperado, ya que
la deuda continuó aumentando y las tierras vendidas fueron a parar por poco precio a los
grandes propietarios, con lo que se reforzó la nefasta estructura agraria existente.
En 1799, tras el golpe de estado de Napoleón en Francia, se firmó con éste el Segundo
Tratado de San Ildefonso y Godoy volvió al poder tras el fracaso económico de Jovellanos.
En 1801, siguiendo este tratado, se entró en guerra con Portugal, que se negaba a cumplir el
bloqueo decretado por Napoleón contra Inglaterra. Fue la Guerra de las Naranjas, que
culminó con la victoria Española y la firma de la Paz de Badajoz, por la que la plaza
fronteriza de Olivenza pasó, hasta hoy, a ser española. En 1803, se entró en guerra contra
Inglaterra, pretendiendo su conquista mediante el envío a las islas de una gran armada
franco-española. La guerra se saldó con la derrota y destrucción de la Armada en Trafalgar.
La derrota de Trafalgar motivo una nueva desobediencia de Portugal al bloqueo contra
Inglaterra, esto hizo que España firmara con Napoleón en 1807 el Tratado de
Fontainebleau, por el que se permitía a Napoleón el paso de su ejército por España para
conquistar Portugal.

También podría gustarte