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Rituales para ayudar a que los padres cumplan sus funciones parentales sin

interferencias y que el niño supere sus miedos

Noches pares, noches impares

Los rituales inventados al comienzo de los años 70 en el libro “Paradoja y Contraparadoja” (Selvini
Palazzoli, Boscolo y otros, 1975) han representado un impulso importante para el desarrollo de
nuevos rituales. Por ejemplo, el artículo –Una prescrizione ritualizzata nella terapia della famiglia:
giorni pari e giorni dispari– (Selvini Palazzoli, Boscolo y otros, 1977) describe un rito de continuidad
de uso frecuente. En un principio, se pensó para los casos comunes de familias donde los padres
interferían recíprocamente en su función de padres, provocando la confusión en sus hijos. La
intención de este ritual era crear una secuencia temporal, que permitiera a cada uno de los padres
comportarse con los hijos del modo que quisiera, sin que el otro interfiriera.

En este ritual se prescribía que en los días pares (martes, jueves y sábado) uno de ellos sería el
padre de turno, mientras que en los días impares (lunes, miércoles y viernes) estaría de turno el
otro. A los hijos se les encomienda la tarea de controlar que esto se haga y de anotar los
incumplimientos y olvidos. Como en todos los rituales, tiene que haber un periodo en el que la
vida siga su curso como de costumbre. Por eso se pedía a la familia que el domingo se –
comportasen espontáneamente–.

Si el ritual –días pares y días impares– resultó y sigue siendo bastante útil para introducir un orden
y una secuencia en las relaciones diurnas entre padres e hijos, el ritual análogo –noches pares y
noches impares– resulta eficaz cuando en la vida nocturna de la familia se dan patologías, a veces
incluso graves. Según la experiencia, en un cierto número de familias –en particular las que tienen
un miembro psicótico o prepsicótico– se dan formas no comunes, a veces extravagantes, de vida
nocturna. En algunos casos sucede que hijos o hijas adolescentes duermen todavía en el lecho
matrimonial, entre los padres; o duermen con uno de los padres, mientras que el otro se retira a
otra habitación.

Pongamos un ejemplo. Era una familia formada por tres personas: padre, madre e hijo.

El padre era un joven director de una empresa, perteneciente a una familia rica desde hacía varias
generaciones. En el momento de casarse, la futura mujer le había convencido para que
construyera la residencia familiar de modo que la habitación destinada a los hijos tuviese la puerta
frente a la de los padres, a fin de poder – tenerles siempre a la vista–. Habían tenido sólo un hijo,
que al comenzar la terapia tenía nueve años.
Desde hacía un año Giacomo –así se llamaba el niño– padecía graves accesos de terror nocturno,
acompañados de pesadillas y en forma de auténticos ataques de pánico. Se le había diagnosticado
un pavor nocturnus y se le había propuesto una psicoterapia individual, que no había dado ningún
resultado. Entretanto, la vida de Giacomo se había alterado profundamente a causa del problema:
el aprendizaje escolar había disminuido de un modo alarmante, y a menudo se quedaba dormido
en la escuela, en mitad de las lecciones.

Durante la primera sesión, dada la naturaleza del problema presentado, el terapeuta analizó
minuciosamente la vida nocturna de la familia. Giacomo era el centro de la vida de sus padres,
siempre mimado, observado y controlado. Desde hacía un año el niño y sus padres dormían cada
vez menos por las noches. A la primera señal de alarma por parte de Giacomo, sus padres acudían
rápidamente en su ayuda y, después de innumerables intentos de tranquilizarlo, se lo llevaban a
su cama, donde pasaba el resto de la noche. No hace falta decir que en esta casa no había llaves
en los dormitorios ni en el baño.

El terapeuta, antes de prescribir el ritual nocturno, les dijo que tenían que poner llaves en las
puertas de los dormitorios y del baño. Giacomo podía cerrar o dejar abierta su propia habitación,
mientras que sus padres tenían que cerrar con llave la puerta de su dormitorio desde las diez de la
noche hasta las ocho de la mañana del día siguiente. El lunes, el miércoles y el viernes por la noche
–el padre de turno– sería el padre; el martes, el jueves y el sábado por la noche, la madre. La
noche del domingo podían comportarse de un modo espontáneo. El padre de turno tenía que
ocuparse a su manera de todo lo que pasara a Giacomo por la noche. Si decidía acercarse a su
habitación para consolarlo, tenía necesariamente que cerrar con llave al otro en el dormitorio del
matrimonio. Evidentemente, Giacomo no podía entrar de noche en la habitación de sus padres.

La orden de poner llaves a las puertas de las habitaciones –calientes– tenía por objeto introducir
una posibilidad de elección entre tiempo colectivo y tiempo privado, elección que parecía, de
acuerdo con las informaciones recibidas, imposible en esta familia. El ritual de las noches pares y
noches impares, con la prescripción para el padre de turno de que cerrase la puerta del dormitorio
matrimonial si se acercaba a la del hijo, tenía por objeto ayudar a la pareja a crearse un tiempo y
un espacio separados del tiempo y espacio dedicados al hijo.

Evidentemente, el terapeuta había formulado diversas hipótesis sobre el origen y la naturaleza de


la vida (en particular, de la vida nocturna) de esta familia. El amor y el cariño hacia el hijo parecían
mucho mayores que el amor conyugal; esta hipótesis se veía confirmada por el hecho de que
Giacomo estaba destinado a ser heredero único de una gran fortuna, adquirida durante muchas
generaciones, y era el centro de una complicada red de afectos y de intereses. Por otra parte, al
ocuparse por las noches de su hijo, los cónyuges evitaban tener relaciones íntimas; o bien, visto
desde otra perspectiva, el hijo con su pavor nocturnus impedía que sus padres fueran realmente
pareja: les alejaba del lugar tradicional de la pareja, el dormitorio matrimonial. Otra idea que
apareció era que los tres no eran capaces de constituir una jerarquía. Como Giacomo había
crecido, se había creado una confusión de roles, en la que los tres podían ser vistos (especialmente
por sus familias de origen) como tres hijos. Se podría también observar que la preocupación de los
padres por su hijo, y la falta de tiempo para estar juntos, les impedía tener relaciones sexuales y,
por tanto, tener más hijos.

En la segunda sesión la familia dijo que había tenido lugar un cambio extraordinario: los padres
dijeron que habían realizado el ritual perfectamente, aunque esto había supuesto mucho
sufrimiento, particularmente para la madre. En un mes Giacomo había tenido sólo dos accesos
menores de pavor, ocurridos los dos en noches en que estaba de turno su padre. Parecía que
Giacomo se sentía aliviado y mostraba implícitamente su gratitud hacia el terapeuta por haberlo
liberado de sus padres y haberle permitido recuperar el contacto con el mundo diurno. La terapia
prosiguió durante tres sesiones más sólo con los padres, por las dificultades que tenían entre ellos.
En aquel periodo Giacomo no tuvo más problemas nocturnos, acudía a la escuela contento y tenía
un buen rendimiento.

El ritual había cambiado radicalmente el tipo de vida nocturna de los tres miembros de la familia,
porque había introducido una distinción clara entre el rol de padre y el rol de hijo, permitiéndoles
así emprender de nuevo el camino de la evolución, que se había interrumpido. Además de las
hipótesis propuestas anteriormente, podemos decir que este ritual se había formulado basándose
en los tipos de relación descritos por la familia, que contenían un cambio de ritmos día-noche con
serias consecuencias en la vida escolar y social del hijo.

El caso descrito es un caso simple, mono sintomático. Mucho más complejos en términos de
comportamientos nocturnos, y mucho más difíciles en el plano terapéutico son los casos de
psicosis, en los que a menudo nos encontramos ante una vida nocturna a veces más atractiva y
significativa que la diurna, cuyo conocimiento es muy importante para el terapeuta, porque ofrece
ejemplos significativos de confusión de roles que resultan menos evidentes y claros en la vida
diurna. Por eso en los casos de familias con un miembro psicótico indagamos en la vida nocturna,
porque normalmente la familia no revela espontáneamente estas informaciones. La serie de
interferencias nocturnas entre padres e hijos hace que se detenga el desarrollo y paraliza a los
hijos en un estadio infantil.

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