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Filosofía Mexicana – Facultad de Filosofía Rafael Guízar Valencia

LA FILOSOFÍA EN LA NUEVA ESPAÑA,


O SEA DISERTACIÓN SOBRE EL ATRASO DE LA NUEVA ESPAÑA EN LAS CIENCIAS
FILOSÓFICAS, PRECEDIDA DE DOS DOCUMENTOS / 1885

DON AGUSTÍN RIVERA


http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080027974/1080027974_52.pdf
DISERTACIÓN (FRAGMENTO)
El descubrimiento del Nuevo Mundo; el origen de los americanos y sus
magníficas ruinas y antigüedades, sembradas en todo el país; la grande civilización
azteca en el orden material; sus sacrificios humanos que en el fondo entrañaban un
gran pensamiento genesiaco y en la aplicación eran un horrible fanatismo; la
Conquista de México, en la que se presentan: Hernán Cortés como el primer guerrero
de los tiempos modernos, aunque con manchas indelebles; sus compañeros Pedro de
Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Diego de Ordaz, con sus hazañas
y sus crímenes; Cuauhtemoctzin, Xicotencatl, Cacamatzin y otros guerreros indios
con su patriotismo inmortal; la muy interesante figura de Marina; Bartolomé de
Olmedo, Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga, Toribio de
Motolinía, Bernardino de Sahagún y demás numerosos misioneros, rodeados de una
aureola de luz que hace caer de rodillas a las posteridad, y todo el conjunto de la
Conquista como el mejor asunto de un poema épico; las Leyes de Indias, la esclavitud,
las encomiendas, la Inquisición; Antonio de Mendoza, el venerable Palafoz, Fray
Payo Enriquez de Rivera, el Duque de Linares, Revilla Gigedo el Segundo y otros
excelentes virreyes; los fecundos sucesos de 1808; la Revolución de Independencia;
el primero y el segundo Imperio, y otros muchos sucesos de la Historia de México en
sus cinco épocas, han sido ya tratados y ventilados en muchos libros, folletos y
periódicos, unos suficientemente y otros sobradamente. […] Mas la Filosófica en la
Nueva España es una materia que no ha sido tratada ex profeso por alguno. Este
opúsculo no tiene, pues, más mérito que la novedad, la cual nada valdría sin la verdad
probada con buenos testimonios. No tomaré los míos de ningún autor extranjero
respecto de España, para evitar que los escritores borbonistas puedan achacarles
desafecto a España y parcialidad y escudarse con esto, sino de autores españoles; a
excepción de uno que otro mexicano aceptado por todos los españoles como autor
fidedigno, como son Alzate y Beristain. Menos citaré a escritores extranjeros de la
escuela de Rousseau, Montesquieu y Bentham, y entre los mismos españoles, me
abstendré de citar a Emilio Castelar y demás de la extrema izquierda. Presentaré en
primer término los testimonios de virreyes y los de dos españoles que reúnen estas
condiciones: 1ª ser los más sabios de la nación, 2ª ser concienzudos, 3ª ser monjes y
4ª pertenecer a la escuela escolástica tomista: el Cardenal Fray Zeferino González

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(1831-1894) y Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) [quienes a través de sus escritos


muestran el atraso de España en las ciencias filosóficas; de ahí la obra seguirá con
testimonios de diferentes personajes].
COROLARIO 9º
Mucho se ha escrito sobre los idiomas indígenas y sobre las demás materias de
la Historia Antigua de México, mucho sobre la conquista, mucho sobre fundación de
conventos, sobre encomiendas, Inquisición y otras materias tocantes a la historia del
gobierno virreinal, mucho sobre la Revolución de Independencia, bastante sobre la
época posterior, y bastantes sobre la Poesía en la Nueva España; pero ninguno que yo
sepa, ha escrito ex profeso, sobre la Filosofía en la Nueva España.
COROLARIO 10º
Ni como araña ni como hormiga sino como abeja. Dice Bacon de Verulam que
los médicos son de tres clases, unos como arañas, otros como hormigas y otros como
abejas, y este pensamiento del gran filósofo inglés se puede generar aplicándolo a los
escritores públicos sobre todas materias. Hay escritores-arañas, que todo lo sacan de
su propia sustancia, que discurren sobre sus propios pensamientos, sin apoyarse en
otros autores. Hay otros escritores-hormigas, cuyos libros u opúsculos son un haz de
autoridades, poniendo muy poco de su propio entendimiento. En materia de Historia
de México, el señor García Icazbalceta prefiere a los segundos sobre los primeros;
mas el mismo; mas el mismo señor es abeja en algunos de sus libros, como en la “Vida
de Don Fray Juan de Zumárraga” y en su “México en 1554”. Las abejas no sacan el
papal de su propia sustancia, como las arañas, ni forman únicamente un montón de
granos de trigo como las hormigas, sino que extrayendo la miel de las flores,
arrancando partecillas de madera de los árboles, con materiales ajenos fabrican con
su propio instinto y trabajo una de las más grandes maravillas de la naturaleza: un
panal. De los hombres vulgares, unos admiran en un panal su dulzura y otros su
utilidad; pero según el pensamiento de un sabio, lo que hay en un panal no solamente
admirable sino maravilloso, es la unidad; unidad en la obra, efecto de la unidad en el
instinto, y unidad en el instinto semejantísima a la unidad de pensamiento propia y
exclusiva del ser racional. Un grande edificio destinado a muy diversos usos, el
palacio de Versalles, no tiene más unidad que un panal. De los libros humanos, los
que tienen una semejanza exacta con un panal son tan raros y maravillosos como un
panal: tal es, por ejemplo, la Suma de santo Tomás, el Sistema de Copérnico y la
Eneida. Los libros de los demás escritores-abejas tienen una débil semejanza con un
panal. En la última escala de esta tercera clase de libros está esta pobre Disertación.
Ella no es ni solamente una serie de juicios míos, ni solamente un hacinamiento de
documentos ajenos, sino un conjunto de juicios críticos míos, apoyados en numerosos
documentos históricos.

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CONCLUSIÓN
Comencé a escribir una Disertación, y presentándose exuberante la materia, la
Disertación se ha convertido en libro. Al fin, amigo lector, llego al término de mi libro
como Sancho Panza: en burro. Porque dice san Buenaventura que en el camino del
estudio más se adelanta y más frutos se alcanzan con el paso regular y constante,
aunque lento, del jumento, que con las carreras irregulares del no domado potro, que
ya corre velozmente, ya se va hacia allí ya hacia acá fuera del camino, talando los
alegres sembrados, ya tropieza, ya corcovea y da en el sueño con su desgraciado
dueño. Al tomar la pluma he seguido el consejo del mismo Doctor Seráfico: he
tanteado mi mediana capacidad intelectual, procurando no volar tan alto como Ícaro
ni tan bajo como las gallinas; ni escribir con el orgullo y necia libertad de D. Lorenzo
de Zavala1, ni con un encogimiento y respecto excesivo a la autoridad en materias de
libre discusión, que perjudique a los fueros de la razón, a la verdad de la historia y a
la utilidad de la patria. El cerebro es una lámpara, el alimento es un aceite, el
pensamiento es luz. Este libro es el producto de un cerebro enfermo hace más de
cuatro años; por esto, no es extraño que sea un libro pequeño, débil en su crítica y
razonamiento, opaco en su lenguaje, y yermo de sales y falto de amenidad en su estilo;
máxime en un campo tan árido como la filosofía del Peripato.
Escribo en Lagos, careciendo de los abundantes y selectos libros de una
biblioteca pública, de las consultas y auxilio de los sabios, de una espléndida
tipografía y demás recursos con que las grandes ciudades brindan a los hombres
estudiosos y escritores públicos; y únicamente me consuela esta sentencia de san
Antonino: “No es laudable haber estudiado en París o en Bolonia, sino haber estudiado
con diligencia”. Horacio nos hace una pintura de la vejez tan verdadera y bella, como
conocida en la república literaria. “Muchas incomodidades, dice, rodean a un viejo…
tiene dificultad para las cosas… es quejumbroso” etc., etc. En medio de los trabajos
físicos y morales de los últimos años, el mejor alivio son las letras. Las personas
vulgares tienen como triste la vida de un hombre estudioso. De contrario parecer era
Cicerón, y es muy conocido este su famoso texto en su oración en defensa de Arquias.
“Estos estudios alimentan a la juventud, son el encanto en la vejez, dan lustre en las
cosas prósperas, asilo y consuelo en las adversas, deleitan dentro de casa, no impiden
fuera, pernoctan, viajan y habitan en el campo con nosotros”. El que tiene un libro en
la mano o medita sobre una materia filosófica, histórica u otra semejante, está tan

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En un acto público de filosofía que sustentó Zavala en su patria Mérida antes de 1810, uno de sus
réplicas o sinodales le dijo: “¿Niegas la autoridad de santo Tomás?” A lo que él respondió: “¿Y por
qué no? Santo Tomás, como tú y yo, era hombre y estaba expuesto a errar” (Biografías de Mexicanos
distinguidos por el literato yucateco D. Francisco Sosa)
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embebido y complacido como un jugador de naipes; no se acuerda de intrigas de


sociedad, ni de ascensos ni de descensos, ni de sus propias enfermedades.
En fin, suplico a mis benévolos lectores que me perdonen todos los yerros en
que he incurrido en esta Disertación, principalmente los pequeños, considerando que
aun al escribirse un convite a exequias, un telegrama u otro escrito semejante es muy
fácil padecer una equivocación, y hasta en un saludo de dos palabras muchas veces
damos las “buenas noches” a las doce del día, cuanto más en un libro de 400 páginas;
considerando que aún los literatos en sus libros algunas veces mezclan “berzas con
capachos”, como un orador que en el templo del Carmen de San Luis Potosí, según
me ha informado el Sr. Dean de la misma ciudad, dijo: “Señor San José fue hijo de
Señor San Joaquín y Señora Santa Ana”, lo cual no fue una ofensa a la religión, porque
en atención a las canas y estudios del orador, todos conocieron claramente que había
sido un lapsus linguae; considerando que hasta respecto de los actos más augustos y
en que se pone la mayor atención, que son los del culto divino y especialmente el
sacrificio de la Misa, ha parecido necesario constituir un maestro de ceremonias con
una pingüe renta y autoridad suprema para que impida los quid pro quo, y en las
iglesias donde no tenemos maestro de ceremonias decimos algunas veces la oración
de santa Gertrudis en lugar de la de la Iglesia, y el Confiteor Deo antes de dar la
Comunión, y bendecimos agua con capa pluvial el día de los Santos Reyes, aunque
no quiera Benedicto XIII, y considerando que hasta los más santos a veces han errado,
como el Abad Teognosto, que erró los salmos 65 y 66 por ver bailar a un muchacho
etíope que creyó era el diablo.
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Don Agustín Rivera y la filosofía mexicana


Rivera es un antecedente, quizá el primero, de la filosofía de la liberación
latinoamericana y de lo que hoy en día se conoce como teoría poscolonial,
epistemología del sur y estudios subalternos.
Por Guillermo Hurtado - 18 febrero, 2018
https://www.razon.com.mx/don-agustin-rivera-la-filosofia-mexicana/
Nuestro siglo XIX es una cantera de figuras extraordinarias. Uno de
aquellos hombres, que parecen salidos de una novela de Balzac, fue Don
Agustín Rivera y Sanromán, el más célebre de los sacerdotes liberales y un
destacado filósofo, historiador y pedagogo.
Nació Don Agustín en 1824 en el pueblo de Lagos, en los Altos de
Jalisco, y aunque recorrió el mundo, su vida siempre estuvo ligada a su tierra
natal, donde pasó la mayor parte de su vida hasta su muerte en 1916. La
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huella que dejó en Lagos fue honda y perdurable, como lo atestigua Mariano
Azuela en su entrañable memoria El padre Agustín Rivera (México, Ediciones
Botas, 1942). Sería muy injusto clasificar a Rivera como un simple personaje
de la cultura local. Don Agustín fue uno de los intelectuales mexicanos más
distinguidos del siglo XIX y, a pesar de no vivir en la capital del país, su
influencia y su legado han tenido un carácter nacional.
Se puede decir que Rivera fue el primer historiador de la filosofía
mexicana, pero más aún, que fue el primer filósofo de la historia de la filosofía
mexicana. Otro sacerdote de la región, Don Emeterio Valverde y Téllez,
obispo de León, quizá es más conocido por haber sido autor de varios
compendios —que todavía hoy nos sorprenden por su exhaustividad— de la
filosofía mexicana desde los primeros años de la colonia hasta los primeros
años del siglo XX. Sin embargo, el propio Valverde reconoce que Rivera fue
el primero en abordar la historia de la filosofía mexicana con su característica
erudición e inteligencia.
Rivera es autor de un opúsculo perdurable llamado De qué sirve la
filosofía a la mujer, los comerciantes y los artesanos y los indios que es una
apología de la enseñanza de la filosofía a todos los ciudadanos.
La obra principal de Rivera sobre la filosofía mexicana es La filosofía
en la Nueva España, o sea disertación sobre el atraso de la Nueva España
en las ciencias filosóficas (Lagos, Tip. de Vicente Veloz a cargo de A. López
Arce, 1885). Esta obra fue muy comentada en su tiempo y mereció toda
suerte de elogios y diatribas. Por ejemplo, el padre Agustín Rosas, de
Guadalajara, debatió con Rivera acerca de su tesis central: que en la Nueva
España la filosofía no sólo estuvo atrasada respecto a otros países, sino que
la que se hizo en sus colegios y universidades fue, por lo general, de poca
calidad. Aunque Rivera está en lo cierto en que la Nueva España estaba
dramáticamente atrasada en la filosofía natural, es decir, en física, biología e
incluso en otras áreas como matemáticas e ingeniería, hoy en día, gracias a
la labor de rescate realizada por varios especialistas —entre ellos, Mauricio
Beuchot— podemos matizar el juicio tan drástico de Rivera sobre la filosofía
novohispana.
Más allá de la cuestión de si la filosofía escolástica en la Nueva España
padecía o no un atraso, lo que más interesa ahora es el diagnóstico de Rivera
de por qué se padecía dicho atraso. En los corolarios de su estudio, Rivera
sostiene que no podía ser de otra manera puesto que la Nueva España era
víctima de un régimen colonial. Lo que explica Don Agustín es que la filosofía
no puede florecer en un sistema de dominación que se empeña en que sus

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súbditos no piensen por su cuenta —es decir, sean autónomos— y, por lo


mismo, no actúen por su cuenta —es decir, sean libres. Así lo dejaba en claro
el Virrey La Croix en infame bando publicado el 25 de junio de 1767 —citado
por Rivera como testimonio de su alegato— en el que recordaba a los
americanos que “nacieron para callar y obedecer”. Para poder hacer filosofía
y ciencia con libertad, nuestros antepasados novohispanos tuvieron que
trabajar en los márgenes, la oscuridad y la pobreza: tales fueron los casos de
Sigüenza, Clavijero, Alzate y Muciño.
Rivera es un antecedente, quizá el primero, de la filosofía de la
liberación latinoamericana y de lo que hoy en día se conoce como teoría
poscolonial, epistemología del sur y estudios subalternos. Su tesis principal
sigue siendo válida: para poder pensar hay que ser libre y sólo se es libre
en verdad cuando se piensa.

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