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COMPRENSIÓN DE TEXTOS

INDICACIÓN: Observa el análisis del texto mediante el uso de la cruz categorial.

LOS HERALDOS NEGROS


César Vallejo
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma


de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como


cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!


ANÁLISIS:
“LOS HERALDOS NEGROS” DE CÉSAR VALLEJO

MOTIVACIONES: Demostrar
profundamente el drama radical
y angustiante de la existencia
humana, describiendo el dolor
de una persona y los golpes a los
que tendrá que enfrentarse.

VALORACIÓN: Este poema ha TEMÁTICA:


trascendido porque refleja el
valor de la perseverancia, ya IDEA CENTRAL: 1ra estrofa: el dolor del alma.
que a pesar del sufrimiento y 2da estrofa: el temor y el dolor.
soledad del ser humano; no
El poeta expresa dolor,
sufrimiento y soledad. 3ra estrofa: la fe y el destino.
muestra resignación.
4ta estrofa: soledad y tristeza.

MENSAJE: Tenemos que estar


preparados para enfrentar y
superar los obstáculos, “golpes”
los llama el poeta, que se nos
presentan en la vida; jamás
debemos resignarnos y darnos
por vencidos fácilmente.
¡EL POEMARIO “LOS HERALDOS NEGROS” HA CUMPLIDO CIEN AÑOS!
ACTIVIDAD 1: Analiza el cuento mediante la técnica de la cruz categorial.

LA MAESTRA DE LA SELVA*

Francisco Izquierdo Ríos

El maestro y narrador de Saposoa, Región San Martín, solía manifestar que


escribía en forma natural, como el sonido del río o el arrullo de la paloma; por eso,
sus relatos muestran la dura y cruda realidad de los docentes que interactúan en
lugares o zonas rurales de la selva peruana.

-¡Oh!- exclamó la maestra, temblando de susto.


Y su madre dijo: “Me parece que es Julián. ¡Ha naufragado el pobre!”.
Braceando difícilmente por las turbias e hinchadas aguas del Amazonas llegó el niño
hasta la puerta de la escuela. La maestra y su madre lo recogieron.
Chorreando agua el niño apenas pudo decir: “Nuestra canoa se ha voltiao… Mi ñaña
Amelia se augau…”, y cayó en el piso de palos, sin aliento.
La maestra, su madre y otros niños que habían ya llegado, le prestaron auxilio. Le
hicieron oler “agua florida” y le friccionaron el cuerpo y los miembros entumecidos
con grasa de boa, para hacerle entrar en calor. La maestra lo cubrió luego con una
sábana.
-!Oh. Dios mío que desgracia!- dijo parcamente la maestra.
Lo que acababa de suceder no era para perder tiempo con palabras inútiles.
-Nuestra canoa ha chocao con un tronco qui bajaba y nos caímos al agua… Mi ñaña se
hundió como piedra- siguió contando el niño, a medida que recobraba el
conocimiento.
- Pero ella sabía nadar- observó la maestra.
-¿Y la canoa?
-Se ha bajau… Mi libro de Primer Año también li llevó el río- y sollozaba el río.
-Para esta desgracia seria que se ha reído la chicua ayer en los árboles del pan- habló
doña Betsabé. Y que l lechuza ha venido riéndose, también, todas estas noches.
-¡Maldito río!- profirió la maestra, mirando con cólera al río, cuyas aguas en creciente
amenazaban tragarse a la escuela misma.
-¡Cuándo dejara de comer gente este río!- Expresó doña Betsabé.
-¡Nunca!- contestó la maestra.
Ella y su madre, como siempre aguardaban, de pie en la puerta de la escuela, a los
niños que llegaban en sus livianas canoas de los diferentes sitios de la selva de los
contornos en que vivían, cuando descubrieron al náufrago, al pobre Julián Curinari.
Doña Betsabé no se había equivocado al reconocer al muchacho a primera vista.
Las oscuras canoas de los niños se hallaban enfiladas como caballos de agua frente a la
puerta de la escuela.
Era la temporada de lluvias y el río estaba creciendo. Sus aguas se habían internado ya
cuadras de cuadras en los bosques ribereños, principalmente en las hoyadas. Enormes
troncos, con sus raíces y ramas a flor de agua, bajaban lentamente como barcos
fantásticos. Las aguas, hediondas a barro. Habían ceñido a la escuela como un ancho
cinturón rojizo. No existía ya puerto donde atracar; estaba borrado. Los árboles del
pan, que delante de la escuela eran la viva expresión de alegría otrora con sus grandes
hojas y sus pájaros cantores, tenían agua hasta la cintura y parecían llorar la
desolación del ambiente; desolación, tristeza, que se hacía más aguda en la voz
quejumbrosa de los tibis que volaban rasgando el cielo sombrío a lo largo del río
bravo y misterioso.
La maestra y su madre estaban presas, bloqueadas, por el agua. Exprofesamente
construida la escuela para estos desbordamientos de la Naturaleza, resistía el empuje
bárbaro del río. Era como un arca, con los gruesos horcones de huacapú que la
sostenían, sus paredes de tallos rajados de pona y techo de hojas también de esta
palmera. El piso, tejido de los mismos tallos, se encontraba como a tres metros del
suelo, al que ascendía en tiempos buenos, de sol, por una pequeña escalera; ahora las
aguas se debatían bajo él., así como zancudos y fieras.
De repente, junto a la escuela, sacaba su fea cabeza un caimán o bien se peleaban
debajo, manadas de estos animales, emitiendo sus gritos característicos. Las boas
también aparecían por allí, asustando más que los caimanes a la maestra y a doña
Betsabé; algunas de esas serpientes hasta metían la cabeza en la sala de la escuela o
subían al techo. Pero las noches infundían más miedo a las dos mujeres esas fieras,
con sus ruidos y peleas, no obstante que Trifonio Pinchi, un indígena semicivilzado y
compadre de ellas, que vivía a un kilómetro de la escuela, iba a hacerles compañía,
armado de una carabina wínchester.
Los demás moradores, cuyas chozas encontrábase muy distantes unas de otras dentro
del bosque, las visitaban de cuando en cuando en sus canos llevándoles unas cuantas
yucas y otros víveres, de lo poco que tenían, pues en la selva baja, aunque parezca
extraño, hay carestía grave de subsistencias y más en lo que se refiere a productos
agropecuarios. Y es en los ríos, en las riberas de éstos, más que en las ciudades, donde
el hambre se enseñorea; ya que por la Naturaleza misma, con las tremendas crecientes
de sus ríos y sus tempestades, destroza las chacras, las haciendas, ya porque los
nativos se dedican más a las industrias extractivas –explotación de madera, barbasco,
piles de animales salvajes, oro, caucho, chicle- o por cierta dosis de negligencia que el
trópico infiltra como droga sutil en el espíritu de los hombres, o porque estos
prefieren ir a vender sus escasos productos en las ciudades.
Ellas también –doña Betsabé y su hija- cuando necesitaban salir lo hacían en una
canoa, la que se hallaba sujetada a un horcón de la escuela. Se perdían por caminos de
agua, defendiéndose de las ramas. A los primeros indicios de la creciente, doña
Betsabé empezó a vender a los regatones las gallinas que criaba. Sólo algunas
mantenían amarradas de las patas en el interior de la escuela, a las que, al correr de
los días, iba matando. El único cerdo que poseía tuvo la misma suerte. Las boas y
caimanes merodeaban por la escuela, precisamente, en busca de animales domésticos.
En la selva es difícil criar gallinas y cerdos, aun tiempos normales, por la acechanza de
toda clase de fieras.
El jardincito que Alicia Rodríguez, la maestra, Cultivaba con sus alumnos junto a la
escuela, había sido sepultado por las aguas.
-¡Pobres mis rosas, mis dalias!- decía ella con desesperación. Así no vale la pena
trabajar.
-Si hijita… Si –recalcaba doña Betsabé. Pero el sueldo que ganas nos da el pan de cada
día… Sirve para tus hermanos que están en el colegio, en Iquitos… Hay que tener
paciencia, resignación… Dios es grande, misericordioso.
-¡Tanto sacrificio por 75 soles mensuales!- exclamó la maestra. Y calló. En su alma
había una tempestad de amargura y rebeldía, como esas furiosas tormentas que
conmueven a la selva.

*Fuente: IZQUIERDO RÍOS, Francisco. (1949). Selva y otros cuentos”. Lima: Ed. Selva.
ANÁLISIS: “LA MAESTRA DE LA SELVA”

MOTIVACIONES:

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