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PUNTO PARA PARTIDO

Eulogio tenía 65 años, era separado, tenía 2 hijas mujeres y una nieta. Vivía en una ostentosa
casa de barrio y el frente de esta estaba cubierta por un muro de 3 metros de alto. Nada permitía la
vista hacia el interior.

Su vida era rutinaria y cómoda. Su pasado comercial y un cargo público en la municipalidad le


permitían gozar de una buena jubilación pero su avaricia y ambición lo habían dejado en una perpetua
soledad.

Domingo 08:00 am suena el despertador. Se baña, desayuna café con leche descremada, un
trozo de queso light con mermelada de arándanos, una banana para evitar calambres, frutos secos y un
jugo de naranjas. Se viste y comienza a armar el bolso, en el coloca: Una chomba de piqué, 2 pares de
medias, la raqueta, muñequeras y unos topper. Eulogio se preparaba para jugar la final del torneo
barriall de tenis , era la final de la categoría senior. Su principal objetivo.

A las 09:45 procedía a salir de su casa cuando sonó el teléfono, lanzó un bufido de malestar y
maldijo la existencia de su mundo. Para su sorpresa era una de sus hijas, se llamaba Sofía. Tenía 32 años
y tenía una hija que se llamaba Laura. Sofía le reclamaba que hoy era el cumpleaños de su única nieta y
que iba hacer un almuerzo familiar, que por más que la relación entre ellos era mala ella estaba
dispuesta a dejar las diferencias de lado ya que Laura le reclamaba su presencia.

Eulogio había visto muy pocas veces a su nieta debido a los problemas con sus hijas. Su orgullo y
avaricia habían creado un clima propicio para que ellas se hartaran de él y lo dejaran solo. En
consecuencia Eulogio las desheredo lo que provoco de parte de ellas que nunca más le dirigieran la
palabra.

-¿Algo más que decir?-respondió- Me estoy yendo a jugar un partido y llego tarde.

Del otro lado se escuchó el antipático tono cuando se cuelga el teléfono

A Eulogio le bajo una pelota de saliva por la garganta que le quemo. Salió con su auto importado
como si nada le hubiera pasado, se dirigía rápidamente. Se molestó con la llamada de su hija, lo había
desconcertado. Algo no andaba bien, del cielo cayeron excrementos de palomas que chocaron contra el
parabrisas. Eulogio se asustó.

Llegó al club, el partido comenzó de manera intensa. Su rival tenía 62 años pero aparentaba
menor edad. Eulogio tenía un estado físico estupendo, así y todo su contrincante tenía mejor técnica
que él lo que significaba que tenía que correr a todas las pelotas y siempre llegaba tarde.

En el ambiente había algo inusual que él había detectado, un aroma, una presencia que lo
molestaba.
El partido estaba empatado en 1 set y el último set era el que definía todo, cada uno había
ganado 5 games por lo tanto tenía que definirse en tie break. La pelota cruzaba lentamente la red por
parte de los 2 jugadores producto de la edad y el cansancio de ambos. Volea, smacht, revés, volea, la
pelota no caía nunca al suelo parecía que el esférico estaba atado mediante una cuerda a las dos
raquetas. De pronto el rival de Eulogio llega tarde a una pelota lo que hizo que le pegara con más fuerza.
La pelota terminó en la tribuna. 6 a 5 ganaba Eulogio, un punto más y ganaba la final. Se seca la
transpiración de la cara y de las manos, toma la pelota y cuando se prepara para sacar…

-Vamos nono- se escuchó desde la tribuna-

A 15 metros, en frente de él, reconoció a su hija con su nieta. Sofía con cara de arrepentimiento
le tapó la boca a su hija Laura con su mano.

A Eulogio se le transformó la cara, de certidumbre y satisfacción muto a incertidumbre y


desesperación y por último arrepentimiento. Lo que vio al ver a su nieta fue a el mismo hace más de 50
años. Esa boca, su boca, esos ojos sus ojos. En ese momento su vida pasó delante de sus ojos. El tiempo
que nunca disfruto, los cumpleaños de los que nunca participó, las navidades ausentes y todo lo que él
perdió porque su padre lo abandono cuando él tenía 7 años.

Eulogio era una víctima de abandono y nunca supo cómo lidiar con eso e hizo de sus familiares
sus víctimas. Sus rodillas cayeron simultáneamente al suelo, soltó la raqueta. Su brazo izquierdo se le
adormecía al mismo tiempo que una gélida gota le bajada de la sien. Cayó boca abajo al suelo, su
corazón se paró. Alcanzó a decir con su último aliento la palabra perdón con la esperanza de que el Dios
en el que nunca creyó le diera más minutos de vida para despedirse, pero no fue suficiente. Como
tampoco fue suficiente el tiempo para jugar su último punto para partido.

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