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SOBRE LOS ORÍGENES DE LA CORRUPCIÓN

EN EL PERÚ

Por: Luis Guzmán Palomino

La documentación escrita pone en evidencia que la


corrupción en el Perú llega con los españoles. Entre
los Incas hubo luchas constantes por el poder,
sangrientas represiones, conspiraciones, guerras
civiles y hasta regicidios, pero no está documentada la
existencia de doblez, transfuguismo, sucios
negociados o prostitución en las altas esferas del
Estado. Estas taras son propias del Estado colonial y
del republicano, y se dan desde los tiempos de la
entrada de los invasores europeos en el Tahuantinsuyo.
Los Pizarro se mantuvieron por algunos años en el
poder porque compraron el apoyo de los consejeros
reales con el oro y plata que en el Perú fluía a
raudales.

Los documentos dejan ver que en la empresa


conquistadora del Perú fue Diego de Almagro quien
más aportó en los difíciles momentos iniciales, y que
agobiado por los fracasos Francisco Pizarro estuvo a
un paso de renunciar, siendo reanimado por su socio. Luego, tras el auspicioso segundo viaje
exploratorio, se planteó la necesidad de concertar la conquista con el propio emperador, en España.
Hernando de Luque exigió el viaje de Almagro, pues siempre receló de Pizarro, decidiéndose que
marchasen ambos. Pero cuando estaban por salir, enfermó de alguna gravedad Almagro, dejando a
Pizarro en libertad de viajar solo, no obstante la oposición de Luque, quien presagiando el mal que ello
acarrearía, propuso de no viajase ninguno y se confiara el asunto a un tercero, propuesta que no
prosperó.

Llegado a España, y gozando del favor interesado de los Consejeros Reales, Pizarro habló solo por él,
minimizando los méritos de sus socios, obteniendo el 26 de julio de 1529 la suscripción de las famosas
Capitulaciones de Toledo, en virtud de las cuales, según explica el padre Rubén Vargas Ugarte, “a
Pizarro se le concedía continuar el descubrimiento de la provincia del Perú… se le nombraba
Gobernador y Capitán General de toda aquella tierra con 725,000 maravedíes de sueldo al año; se le
otorgaba asimismo el título de Adelantado de toda la dicha provincia del Perú, por los días de su
vida… (y) se le señalaban como ayuda de costa, mil ducados de renta de por vida. No podía pedirse
más…A su socio, D. Hernando de Luque, se le presentaría para el Obispado de Tumbes y se le
nombraba Protector de los Indios, con mil ducados de salario al año. A Almagro se le daba la
tenencia de la fortaleza que había de hacerse en Tumbes, con salario de 5,000 maravedíes al año”.

Baste una comparación: 725,000 maravedíes al año para Pizarro como Gobernador y Capitán General
de la Nueva Castilla, frente a 5,000 maravedíes al año para Almagro como Teniente de la inexistente
fortaleza de Tumbes. Mayor inequidad, imposible. Por eso Cieza de León refiriéndose a lo conseguido
por Pizarro escribió: “solamente procuró para sí lo más y mejor, sin se acordar de lo mucho que su
compañero había trabajado y merecido; y así cuando vino a noticia de Almagro que no le traía el
adelantamiento, mostró sentimiento notable”.

Allí encontramos el origen de las disputas entre Pizarro y Almagro. Éste, muy dolido, estuvo a un paso
de romper su sociedad con Pizarro y marchar a la conquista del Perú con un fulano de Cáceres, pero
con una ingenuidad rayana en lo increíble, y por la influencia que sobre él ejercían los frailes
dominicos, aceptó finalmente las excusas y promesas de su taimado socio. Para desgracia de Almagro,

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poco después murió Hernando de Luque, y no hubo ya quien calmara su desasosiego ante un porvenir
bastante incierto. Era ya viejo, estaba tuerto y tullido, pero se consideraba aún fuerte como para tentar
una conquista por cuenta propia, sobre todo pensando en lo que había de legar al hijo mestizo que
había tenido con la bella taína Ana Martínez. Por entonces tenía entonces solo diez años quien llegaría
a ser Diego de Almagro El Mozo.

Como se sabe, las disputas entre ambos socios dieron cauce a la primera guerra civil entre los
conquistadores. La victoria fue para Pizarro, en la batalla de Las Salinas, y en julio de 1538 Almagro
entregó su cabeza al verdugo en la plaza mayor del Cuzco. Pero Almagro había tenido algunos
importantes valedores en la corte, ente ellos Alonso Enríquez de Guzmán, uno de los Grandes de
España, ante cuyas quejas el emperador no tuvo más alternativa que enviar al Perú un juez con
encargo de dirimir en las disputas entre pizarristas y almagristas, nombrándose para tal comisión al
licenciado Cristóbal Vaca de Castro.

Uno de los principales miembros del Consejo Real, el cardenal García de Loayza, tuvo mucho que ver
en el nombramiento, escogiendo a un individuo carente de escrúpulos y fácil de corromper, si no
estaba ya corrupto. Una carta escrita por ese cardenal a Vaca de Castro, desde Madrid el 27 de agosto
de 1540, prueba que el juez nada iba a tener de imparcial, pues se le encargaba apoyar a Pizarro, a
cambio de lo cual se le prometían varias prebendas: “Lo que allá se ha de hacer, Señor, es informaros
de todo lo que ha pasado y castigar a los malhechores, juntamente con el Gobernador Francisco
Pizarro, hacer guardar las instrucciones que del Consejo son enviadas y en otras muchas
particularidades que al tiempo se dirá. El salario será bueno. El gobernador Francisco Pizarro,
creedme a mí, Señor, que es un bendito hombre, y que con él haréis lo que al servicio de Dios y del
rey conviene… En la jornada no se pueden gastar más de tres años, y en estos podreís, Señor, traer
dineros, y que venido es de creer que os quedaréis en uno de estos Consejos Reales”.

Actuar “juntamente con el Gobernador Francisco Pizarro”, para “castigar a los malhechores” (se
infiere, a los almagristas), porque “el Gobernador Francisco Pizarro… es un bendito hombre”, a
cambio de lo cual se le prometía un buen salario, a lo que podría agregar otros “dineros” al volver a
España, donde le esperaría un puesto en el Consejo Real de Indias… Ante todo este cúmulo de pruebas
de corrupción, ¿tendría que agregarse algo más? Pero Vaca de Castro, temeroso de lo que le pudiera
suceder en un país tan convulsionado como el Perú, aun se hizo de rogar, hasta que otra misiva del
cardenal Loayza, fechada en Madrid el 19 de setiembre de 1540, terminó por convencerlo, al
prometérsele que esa misión lo sacaría de la pobreza en que se encontraba, siempre que favoreciese los
intereses del rey y los de Francisco Pizarro, ya que con ello lograría no solo hacerse de “dineros en
buen número”, sino de un puesto en el Consejo Real de Indias, asegurando de esa manera la fortuna
de sus herederos. No se equivoca el prestigioso historiador español Juan Pérez de Tudela cuando dice
que Vaca de Castro "traía consigo corrupción sobrada y de la clase más escogida: la del fariseo
devoto y ambicioso". Algún tiempo después, agrega el mismo historiador, se pondría al descubierto
“la corrupción del presidente cardenal don fray García de Loayza y de los consejeros doctor
Beltrán y don Juan Suárez de Carvajal, obispo de Lugo”. Nótese la presencia protagónica del alto
clero en las decisiones del Estado y en los manejos corruptos, lo que también iba a ocurrir en el Perú.

De alguna forma los almagristas llegaron a sospechar que el comisionado real estaba inclinado a los
Pizarro, y un falso rumor que se propaló por esos días señalando que Vaca de Castro había sufrido un
percance en su travesía marítima, los terminó por desmoralizar. Francisco Pizarro, aunque sabiendo
que contaba con el apoyo del Consejo Real, se mostró entonces receloso y su círculo más cercano le
recomendó acabar con los sobrevivientes del almagrismo, para mayor seguridad. Entonces fue que
éstos, nucleados en Lima en torno de Diego de Almagro El Mozo, decidieron ponerse a buen recaudo
para evitar ser eliminados. Fue una cuestión de defensa propia, más que un plan de venganza y como
recibieron aviso de que los asesinarían a traición, la mayoría se decidió por el golpe de Estado,
ejecutando a Pizarro en su propio palacio, el 26 de junio de 1541. Al apoderarse de su archivo
personal, los almagristas pudieron comprobar hasta qué punto era estrecha la relación entre Pizarro y
el los miembros del Consejo Real. Entonces, con justificada razón, se convencieron de que nada

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beneficioso podían esperar de Vaca de Castro, naciendo en algunos de ellos la idea de oponerse con las
armas a toda autoridad que viniese de España. Además, consideraron acertadamente que el emperador
jamás les perdonaría haber dado muerte a su representante en la colonia. Y por esta razón hubo varios
que propusieron crear un gobierno independiente del imperio español, como leemos en la crónica del
fraile mercedario Pedro Ruiz Naharro, quien dejó anotado que se intentó reconocer al joven Almagro
como nuevo Rey del Perú.

No prosperó el alzamiento y el 16 de setiembre de 1542 los almagristas fueron completamente


derrotados en la batalla de Chupas, localidad cercana a Huamanga. Terminada la batalla Vaca de
Castro ordenó una sangrienta represión y solo después de varios días pudo saciar su sed de sangre,
inclinación que contagió a muchos de sus seguidores, como los vecinos de San Juan de la Frontera de
Huamanga, quienes sin el menor empacho escribieron al rey: “… si la noche no cerrara tan presto
Vuestra Majestad quedara bien satisfecho de estos traidores, pero lo que no se pudo entonces hacer,
ahora el gobernador lo hace descuartizando cada día a los que se escaparon”. Vaca de Castro
consintió que participaran de la orgía sangrienta incluso los “indios amigos” y los esclavos negros que
utilizó como guerreros: “Los indios y negros a los que podían tomar los mataban, y los mismos
españoles hacían cosas más feas, porque después de rendidos les daban cuchilladas por los rostros y
por otras partes del cuerpo denostándoles de palabras”, dice Cieza de León y en la información que el
virrey Núñez de Vela mandó hacer sobre estos actos se lee que Vaca de Castro ordenó “cuartear” a
cuarenta de los almagristas derrotados. Cuartear no es otra cosa que descuartizar.

Vaca de Castro marchó luego al Cuzco, donde se envaneció a tal punto que cual un príncipe estableció
su corte, y sintiéndose todopoderoso se dio a la tarea de reunir tesoros en provecho propio, teniendo
presente la recomendación que le hicieran los corruptos consejeros reales al nombrarlo, esto es, salir
cuanto antes de pobre. Al respecto, Cieza de León hizo la siguiente denuncia: “Como el gobernador
Vaca de Castro llegase a la ciudad del Cuzco… hinchióse tanto de vanidades que no se conformaba
con las letras que tenía, y mandó que estuviesen en su casa muchos caballeros como sus continuos, y
con ellos gastaba bien espléndidamente, arreándose de grandes aparadores de fina plata y crecidos
blandones, lo cual fuera bien excusado para su autoridad; y no entendía en más que en buscar
dineros para henchir la gran codicia que tenía. Caso harto feo, pues enviándolo Su Majestad a que
tuviese el reino en justicia y le gobernase con rectitud, procuraba de allegar tesoros por vías no
lícitas, pues afirman que tenía grandes inteligencias para lo poder hacer; no embargante que muchos
de sus émulos querían decir que recibía presentes y cohechos vendiendo los repartimientos”.

No exageró Pérez de Tudela al calificar a Vaca de Castro como abanderado “del orden encomendero”.
Abundan los documentos que prueban su galopante corrupción. Las cartas del contador Juan de
Cáceres, desde Nombre de Dios, aportan detalles muy singulares. A decir de este funcionario real,
Vaca de Castro no tardó en hacerse millonario. Benefició con repartos de indios a sus cortesanos pero
sobre todo se benefició a él mismo, empezando una novedosa política económica que pondría las
bases de la historia de la corrupción burocrática en el Perú. Esa política económica consistió “en
favorecer ampliamente a amigos y paniaguados, o a los mejores postores, con los repartimientos
vacantes, contándose a sí propio como el primero y destacadísimo entre sus afectos; en echar cuantos
indios hizo falta a las ricas minas de oro, recién descubiertas, y en practicar con franco éxito ese
rudimento de economía dirigida que fue el estanco del comercio. Un arbitrio, este último, que tendría
por cierto en el Perú historia larguísima y trascendental”, escribe Pérez de Tudela.

Lo que estancó fue el comercio de la coca, en provecho propio, provocando escándalo entre sus
antiguos beneficiarios. Y el exceso de codicia, perjudicando a otros codiciosos, hizo que éstos elevaran
sus quejas ante la corona. Con el apoyo de los Consejeros Reales, que tuvieron parte en el botín, Vaca
de Castro hubiese completado los tres años que inicialmente se estipuló que gobernase; pero cometió
el error de consignar en detalle sus actos delincuenciales, en cartas particulares que de pura casualidad
fueron a caer en manos de funcionarios que no te tenían simpatía. Generó con ello un escándalo de
grandes proporciones y pese a su éxito en la lucha contra los almagristas, no solo fue depuesto, sino
que se dispuso una pesquisa sobre todos sus actos. La carta que lo perdió fue la que dirigió a doña

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María de Quiñones, su mujer, desde el Cuzco el 28 de noviembre de 1542, testimonio irrefutable del
carácter corrupto que fue guía de todos sus actos. Esta carta escandalizó sobremanera al secretario del
Real Consejo de Indias Juan de Sámano, pues aparecía citado como uno de los funcionarios a
corromper, por lo que de inmediato la puso en conocimiento del emperador.

Uno de los párrafos más interesantes de esa carta es aquel en el que Vaca de Castro sugiere a su mujer
visitar a los funcionarios reales y recordarles que le debían favores, a fin de presionarlos para que le
tramiten nuevas recompensas. Puntualmente esto fue lo que escribió a su mujer: “… si a vuestra
merced pareciere que conviene tomar trabajo de hablar sobre ello al comendador mayor y
secretario Samano, y cardenal y conde de Osorno y los del Consejo de Indias, hacerlo héis, porque
hará provecho; y para lo uno y lo otro ayudaros héis del presidente del Consejo Real, que pues yo
he dado acá a su hermano un repartimiento de indios muy bueno, y con una mina de plata muy
rica, hallándole a puerro en aquella mala tierra de Cali, obligación tiene de hacer bien lo que me
tocare”. Habiéndolo hallado “a puerro”, esto es comiendo plantas para no morir de hambre, lo
convirtió en potentado, solo por saberlo hermano del Presidente del Consejo Real, calculando que le
cobraría el favor a su debido tiempo. A entender de Vaca de Castro, había que cobrar a todos los
funcionarios reales porque a todos los quiso hacer partícipes del botín cogido en el Perú. Por eso
escribió a su mujer: “Y también os ayudad de la señora doña María de Mendoza, mujer del señor
comendador mayor; que pues yo tengo cuidado de servir a todos, razón es que en esto me lo
agradezcan y paguen; y pues yo, señora, lo he trabajado y o merezco, bien es que allá se trabaje
para haber algún provecho y se porfíe que lo hagan, porque de estos servicios tales que hacen
caballeros, se suelen comenzar las casas y mayorazgos”.

Para entonces había ya embarcado para España parte de lo que delincuencialmente acaparó para sí,
pues de otro modo no habría pedido a su mujer mantenerlo en el más absoluto secreto y que más bien
fingiera pobreza para engañar al emperador y obtener más recompensas: “Una cosa habéis de tener
en gran cuidado y poner muy gran diligencia en ello -le dijo-, y es que todo lo que allá hubiere ido y
ahora llegare, lo recibáis muy en secreto, y aun los de casa no lo sepan, y lo tengáis secreto fuera
de casa en algún depósito de monasterio, o do al señor doctor Pero López pareciere; comunicad
con él, que bien creo que se puede fiar de su merced; y aun, si ser pudiese, no querría que lo
supiese sino vos y Gerónimo Vaca, si allá os pareciere que lo callará, y habéis de fingir necesidad y
que yo no he enviado nada… y esto todo conviene, porque, aunque todo es poco, mientras menos
viere el Rey y sus privados, más mercedes me harán”. Confiaba Vaca de Castro en quedarse más
tiempo en el, Perú, y según sus propias palabras creía que ello le reportaría inmensas riquezas: “Si
acaso S. M. y esos señores míos y amigos proveyeren que yo esté acá más tiempo… ya, señora, veis
que no nos estaría mal, para poder comprar un buen mayorazgo que quedase memoria de nuestros
padres y nosotros”.

Pillado en tales componendas, le quitaron apoyo los Consejeros Reales y aceptaron su remoción, lo
que coincidió con la promulgación de las Nuevas Leyes de Indias, la erección del virreinato del Perú y
de la Real Audiencia de Lima. El primer virrey Blasco Núñez de Vela vino con intención de encerrarlo
en prisión, escapando a tiempo Vaca de Castro que llegado a España fue encausado durante tres años.
Finalmente, con la inmensa fortuna que había amasado en el Perú, logró comprar su absolución;
aunque solo con la presión del Consejo de Indias pues Carlos V se resistió durante varios años a
perdonarlo. Al cabo, Vaca de Castro no solo fue eximido de toda falta, sino que obtuvo los títulos e
investiduras que le prometieran los Consejeros Reales cuando lo convocaron para marchar al Perú.
Fue nombrado Comendador de la Orden de Santiago y entre 1557 y 1561 alcanzó la más alta
magistratura en el Consejo de Indias.

Delincuentes de alto vuelo, refinados corruptos ligados a las más altas esferas del poder, los hemos
tenido gobernando el Perú desde los tiempos de Cristóbal Vaca de Castro. Y como éste, aunque fueron
señalados sus múltiples delitos, terminaron siendo absueltos para gozar de fortunas mal habidas.

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