Está en la página 1de 1

La Nobleza del Amor

... Una palabra ofensiva, el amor propio herido son temas que se machacan; hablamos
fácilmente de ello a otros. Al final, no aguantamos más y explotamos diciendo palabras
duras y descontroladas que producen terribles estragos. Pero el verdadero amor no se irrita
y nos protege de tales reacciones. La única indignación justificada es cuando vemos a un
desdichado maltratado, o cuando se contradice la Palabra de Dios. La indignación según
Dios nunca resulta de algo que sea hecho contra nosotros. Cuando Jesús limpió el templo
estaba indignado a causa de la profanación de la casa de su Padre (Mateo 21:12), pero
cuando fue atacado o humillado, jamás se enojó ni se defendió. El amor no hace cuentas,
porque no da lugar al resentimiento ni al rencor. Si Dios borró nuestros numerosos pecados,
si no nos inculpa de nuestras faltas (Romanos 4:8), ¡Con cuánta más razón debemos
perdonar y olvidar el mal que se nos ha hecho! Perdonar es no tener cuenta de ellos. ¡Qué
liberación! El amor no guarda rencor. En contabilidad es obligatorio escribir todo lo que se
me debe (y lo que debo), pero en mis relaciones personales recordar todo lo que fue hecho
contra mí es el camino que me conduce a la amargura. “No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal” (Romanos 12:21).

Cuando pensamos en el llamado “día del amor y la amistad”, nada mejor para describir lo que
hace un amor verdadero por otra persona que la presente parábola. Con esto contradecimos el
pensamiento de quien dijera: “Cuando conozco más a los hombres más amo a mi perro”. Nosotros
más bien decimos: “Mientras más amo a mis hermanos, y más amigos tengo, más conozco a Dios”.
En esta parábola descubrimos a un amor ofendido que se mantiene amando hasta el final. Hay
amores que se terminan en la esquina. Amores que no pasan la prueba de alguna ofensa, de algún
desaire, de algún menosprecio. Por lo general el amor humano es egoísta, calculador e interesado.
Pero el amor de Dios desciende, perdona, olvida, abraza, levanta, cobija, recibe y honra al que no
se merece honra. En esta parábola el que arranca todos los aplausos, reconocimientos, elogios,
admiración y hasta una especie de reverencia, es el padre ofendido, no los hijos. Las actitudes de
estos hijos debieran producir nuestro reproche y la necesidad de aplicar un merecido castigo por
la deslealtad y la ofensa cometida. Porque ciertamente el amor de Dios es continuamente
defraudado por las únicas criaturas que hizo a su “imagen y semejanza”. Así que aquí tenemos lo
que llamaremos la extravagancia del amor divino. Mientras uno espera un reproche severo, un
castigo ejemplar por parte del padre ofendido, más bien se encuentra con una asombrosa
reacción de amor, de perdón y de regocijo. La forma cómo este padre recibe al hijo extraviado es
una buena ilustración que debe ser tomada en cuenta porque el amor real pareciera sustituirse
por el egoísmo y el amor propio. Conozcamos las características de la nobleza de un auténtico
amor.

También podría gustarte