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Implicaciones de la psicoterapia existencialista en la

búsqueda de sentido en la vejez

Lucía Yveth Sánchez Herrera

Psicóloga.

1er Premio al Mejor Trabajo Fin de Máster en Psicogeriatría (2003-2005)

Recepción: 08-03-06 / Aceptación: 03-04-06

RESUMEN

Este artículo analiza y sobre todo, busca apoyar la consideración del Enfoque existencial como la
mejor alternativa en el abordaje de

las personas mayores en la búsqueda de un sentido en la vejez. Tal enfoque ayuda a conceptuar
al ser humano de una manera

integral dejando atrás la conceptualización simplemente funcionalista, coadyuvando así, en la


promoción de una salud mental para

todas las edades. Sólo partiendo de los principios teóricos referentes a esta conceptualización
del ser humano, es a partir de la cual

lograremos una intervención más certera ya que nada de lo que nos hable el individuo nos
resultará ajeno sino que se estará

hablando de algo que ambos compartimos. Dando pauta, para la elaboración de nuevas
investigaciones relacionadas con los adultos

mayores, y el planteamiento de nuevos enfoques de abordaje, en la búsqueda de resignificar el


proceso de envejecimiento. Así como

la posibilidad de crear y validar instrumentos idóneos para captar la situación existencial real de
la población geriátrica.

1. INTRODUCCIÓN

A todo lo largo del siglo XX, se ha ido incrementando, la tasa de personas mayores llegando a
principios del siglo XXI a que Europa,

sea el continente más envejecido del mundo con una esperanza de vida al nacer media de
aproximadamente 77 años en el año 2000,

y que aumentará en el 2025 a 81 años (OMS, 1985). Por ello resulta importante considerar, el
envejecimiento como fenómeno

poblacional y como una experiencia individual. Es decir, a partir de lo que ocurre a nivel
macrosocial y cómputo poblacional, número

de sujetos que están en un determinado rango de edad, porcentaje de personas afectas de


discapacidad, etc. Así como del

conocimiento de cómo los individuos envejecen, o en términos más precisos, qué cambios
existen a lo largo de la vida o con el paso

de la edad. Entendiéndose, que:

z Envejecer es un proceso que no tiene un comienzo preciso y que ocurre a lo largo de la vida del
individuo. Tiene que ver con

condiciones genéticas, biológicas, sociales y psicológicas. Es, un fenómeno individual y el


individuo puede hacer mucho para

ser agente de su propio envejecimiento positivo.

z Las condiciones ambientales, económicas, culturales y sociales de un determinado contexto


histórico influirán en las formas de

envejecer, Como hemos visto en la esperanza de vida ajustada a la discapacidad, los países con
más alto nivel

socioeconómico, cuentan con más alta esperanza de vida y esperanza de vida libre de
discapacidad debido, en principio, a los

programas de promoción y prevención de la salud. Así también, la sociedad y el contexto


sociopolítico son actores en el

proceso de que su población envejezcan bien y activamente.

Si bien es cierto entonces, dado que la población que envejece cada vez es, más elevada, es
conveniente plantear la posibilidad de

nuevos enfoques que les permitan vislumbrar, a los adultos mayores, la conveniencia de
significar el tiempo existencial en que están

viviendo y de esta manera tomar la acti


2. JUSTIFICACIÓN

El envejecimiento poblacional es uno de los más grandes logros de la humanidad, y también


plantea uno de sus mayores desafíos.

Nos aparece como un reto que hay que afrontar, siendo necesario para ello contemplar una
reflexión existencial, una reflexión

colectiva y una reflexión científica. Una reflexión existencial, en cuanto a que ante la aspiración
humana a una larga vida, la vejez nos

presenta la contraparte, la imagen viviente de la brevedad de la existencia, lo cual es inevitable


que inquiete y fuerce a la reflexión a

cualquier individuo, para poder llegar a comprender que lo que sucede es que «realmente
nacemos en plenitud cuando

morimos» (Fromm, citado por Villanueva, 1985).

Una reflexión colectiva, en tanto a que como fenómeno social, el aumento de la duración de la
vida resulta ser un suceso nuevo propio

de nuestra época. Resultado de una interacción necesaria entre los progresos sociales y los
avances de las ciencias médicas. Hecho

nuevo en la historia de la humanidad, no se habla sólo del envejecer del individuo, sino también
del envejecimiento de la sociedad. Y

finalmente conlleva a una reflexión científica en lo que se refiere a la proposición de una doble
finalidad en el estudio de la vejez. La

prolongación de la existencia humana y la mejora de las condiciones de esa existencia.

De lo antes citado, surge entonces mi motivación e iniciativa, por plantear dicho fenómeno
desde nuevas perspectivas, tal y como es

el caso del Enfoque existencial ya que la expectativa de vida sigue en aumento, sin que esto
implique una mejor o igual calidad en el

tiempo restante de existencia. Aportando evidencia a favor de la idoneidad de incorporar este


enfoque en psicoterapia, para entender

la búsqueda de sentido en las personas que envejecen.

Partir de un conocimiento empírico, considerando a la vejez en su realidad existencial. Una


aproximación de la vejez suficientemente
universal y fundamental para integrar sus diferentes definiciones científicas (biológica, social,
cronológica, etc.), a la vez que

trascendiéndolas. Logrando con esto definir a la ancianidad desde el punto de vista del principal
interesado, de la persona anciana o

que está envejeciendo, entendiendo a su vez que para mejorar la calidad de vida de los mayores
a nivel existencial, es necesario que

comprendamos lo que significa ser viejo, estar al final del ciclo de la vida y tener setenta o mas
años de experiencia sobre los que se

pueda meditar (Laforest, 1991). Efectivamente sólo conociendo primero como los viejos se ven a
sí mismos, como ven su vida y la

naturaleza de la ancianidad, podemos aspirar a moldear un presente y un futuro significativos


para ellos y para los que serán viejos

después de ellos (S. R. Kaufman, citado por Rappaport, 1986).

Tal y como Erikson (citado por Villanueva, 1985), propone un enfoque que a diferencia de los
tradicionales —los cuales legitiman la

imagen decadente, enfermiza y solitaria del anciano—; éste postula a la vejez como un proceso
de devenir personal, en el cual el

individuo es capaz de instrumentar todo lo negativo y positivo de esta vivencia en una búsqueda
hacia la plenitud. Planteando para su

logro, un contexto favorable, en el cual se le brinde una relación de ayuda que favorezca su
devenir personal.

3. MARCO TEÓRICO

3.1. La vejez

Con la ampliación de la esperanza de vida (75/80 años) se dan 15 ó 20 años de vida «después de
los 60» que no sólo justifican sino

que hacen imprescindible contar con «espacios» de participación para ese sector de la
población, que respondan a una nueva

concepción de la vejez fundada en investigaciones multidisciplinarias. Por ello, la investigación


desarrollada pretende presentar los

fundamentos antropológicos, filosóficos y psicológicos de principios y criterios que justifiquen


una propuesta terapéutica con doble

intencionalidad:

z En lo social: apunte a conseguir «espacio propio» para las personas mayores a partir del
reconocimiento social de intereses,

necesidades y expectativas.

z En lo personal: tienda a revalorizar la llamada «tercera edad» como una etapa de la vida con
sentido y valor propio y que cada

uno deba prepararse para vivirla conforme a las posibilidades que como ciclo del desarrollo
humano presenta.

La importancia actual del tema, radica en, la necesidad de salvar la unilateralidad de la


concepción de envejecimiento que se

manifiesta tanto en el discurso teórico con base en un modelo médico o biologista, como en las
acciones emprendidas con tendencia

político-administrativa, económica y sociológica. Ante ello, contraponer una interpretación


psicológica noética de la vejez centrada en

la persona y sus posibilidades de trascendencia y plenitud. Resignificar el «ser viejo» para


nuestra cultura y sociedad actual e

identificar las características, condiciones y valores que presenta como etapa de la existencia
humana entendida como un continuum.

En consecuencia, abordar al envejecimiento humano desde su multipolaridad, apareciendo a


modo de ejes de significativa

importancia tres núcleos centrales:

1. La salud en estrecha vinculación con bienestar y calidad de vida.

2. El trabajo o «quehacer» entendido como proyección del ser persona y una de las vías por la
cual la vida adquiere

sentido.

3. El desarrollo humano como un continuo marcado por fases o etapas que, si bien cada una de
ellas tiene su propia

razón de ser, adquieren su sentido pleno cuando son explicadas desde la existencia personal
como totalidad.
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Esos tres aspectos nos permitirán integrar las múltiples variables personales y sociales que se
entrecruzan e interactúan.

3.2. Concepción de envejecimiento

Tanto el desarrollo, como el envejecimiento del hombre como ser vivo, son el resultado de la
interrelación entre la «información

genética» y todas las variables naturales y socioculturales que constituyen el ambiente, en el que
se desarrolla la vida humana desde

que se nace hasta que se muere. Esta situación se repite en cada uno de nosotros, pero no en
forma mecánica ni absoluta sino en

forma dinámica, activa, de modo que dicha interrelación es variable, cambiable y particular.

Teóricamente, el hombre debería envejecer a través de un proceso normal y llegar a la senectud


y senilidad sin una patología

exclusiva o necesariamente agregada. Desde el punto de vista psicológico, correspondería ir


pasando de una a otra etapa en forma

consciente y paulatina, encontrando en cada una de ellas su propio significado al igual que
nuevos valores y objetivos. El error

cometido bajo influencia del modelo médico, es el concebir la vejez como una enfermedad o
como un ciclo vital cargado de patología

propia, cuando ésta no es sino la acentuación de problemas que ya existen en la edad adulta.

La vejez no es definible por simple cronología sino más bien por las condiciones físicas,
funcionales, mentales y de salud de las

personas analizadas. De este modo, pueden observarse diferentes edades biológicas y subjetivas
en personas con la misma edad

cronológica lo cual ocurre porque el proceso de envejecimiento es personal y cada sujeto puede
presentar involuciones a diferentes

niveles y en diversos grados al declinar ciertas funciones y capacidades más rápidamente que
otras.

Por lo tanto, es válido distinguir, de acuerdo con H. San Martín y V. Pastor, entre la edad biológica
o funcional, la psíquica o mental, la
subjetiva o fenomenológica y la social (San Martín y Pastor, 1990). Con respecto a la «edad
biológica o funcional», etapas en el

proceso de envejecimiento. Ellas, a su vez, corresponden a etapas en el proceso lento de


declinación o de limitación de las

capacidades de adaptación del individuo.

La edad biológica es diferencial, es decir, de órganos y funciones; es también multiforme, lo que


significa que se produce a varios

niveles: molecular, celular, tejidos, órganos, sistemas orgánicos, resultando estructural y


funcional al mismo tiempo.

La «edad psíquica o mental» cuyo nivel representa el envejecimiento psicológico se manifiesta


en alteraciones diversas, psicosociales

y psicoculturales las cuales podrán o no tener derivaciones patológicas según la concepción de


vejez y de desarrollo personal que

predomine.

La «edad subjetiva o fenomenológica» se refiere a aquélla que la persona siente honestamente


tener desde el punto de vista físico,

mental y social. Corresponde a la percepción del envejecimiento por la persona que lo


experimenta como un sentimiento de haber

cambiado con la edad (capacidades biológicas, funciones, vitalidad, etc.) o de ser el mismo de
antes.

La «edad social», en cambio, hace referencia a la representación social dominante de la vejez. A


veces, es tan precisa que se hace

oficial y se institucionaliza como sucede con la «jubilación» que no necesariamente significa


«vejez» ni incapacidad para el trabajo.

Pero aun en los que no trabajan se produce socialmente la representación del envejecimiento
más por la edad cronológica que por los

síntomas físicos, biológicos, funcionales y mentales que manifiesta el individuo. Se traduce en


una sucesión de cambios irreversibles,

muchas veces críticos tales como la pérdida o disminución de roles sociales, familiares,
profesionales, la disminución de los ingresos

o la limitación de las relaciones sociales. Sin embargo, el envejecimiento social es, al igual que el
biológico, de tipo diferencial entre

las personas y de un grupo social a otro ya que está marcado por la clase social y la historia
familiar y personal del anciano, su

preparación técnica o profesional, su proyección laboral.

Si bien, cada vez más se advierte la complejidad implícita en el proceso de envejecimiento, aún
hoy la mayoría de las tentativas

destinadas a definir o describir tal proceso parten de fundamentos biológicos y se orientan con
las teorías biológico-fisiológicas lo cual

lleva a concebir la gerontología como un ámbito propio de la ciencia médica. Dejando de lado,
explícita e implícitamente, una

concepción de persona como unidad indisoluble y centro de repercusión de los cambios que se
dan en cualquiera de sus

dimensiones. Desde este punto de vista, el objeto de la investigación sólo tendrá sentido si en
vez de circunscribirse a la edad

avanzada considera el «proceso de envejecer» como una totalidad que hay que abordar
interdisciplinariamente debido a su carácter

complejo y sistémico. En consecuencia, interesa considerar los aportes de la psicología evolutiva


del ciclo vital que permitan

comprender mejor el envejecimiento personal.

Para los teóricos de la «Life Span Developmental Psychology» (Psicología del Desarrollo
Continuo), (Rappaport, 1986), entre los que

pueden citarse a Havighurst, Neugarten, Goulet y Baltes, el proceso de desarrollo dura toda la
vida, no tiene un tiempo definido y

determinado de duración. Implica el principio de enfrentamiento con una situación vital que
lleva necesariamente a desplegar una

nueva e inédita respuesta, una nueva orientación. Este concepto de desarrollo permite concebir
la vejez como otra etapa de vida y no

reducirla a involución o regresión. En este sentido es importante destacar que la formación de la


persona es posible en la medida en

que se vayan superando, a través de las distintas fases de la vida, las crisis propias que cada una
de ellas le va presentando. La
vejez, al igual que las otras etapas de la vida, tiene su propio conflicto originado, en este caso,
entre la aspiración natural al

crecimiento y la decadencia biológica y social que vivencia.

Desde la concepción de la existencia humana, el concepto de desarrollo existencial más


importante es el de «llegar a ser». La

existencia nunca es estática: siempre está en proceso de llegar a ser algo nuevo, de trascenderse.
La meta es llegar a ser

completamente humano, es decir, realizar todas las potencialidades de ser-en-el-mundo o


Dasein. Este es un proyecto infinito y difícil

porque la elección de una posibilidad siempre significa excluir todas las demás.

Es responsabilidad de toda persona libre, realizar tantas posibilidades de ser-en-el-mundo como


le sea posible puesto que siempre

habrá que contar con la base de la existencia —el lanzamiento en el mundo— que establece
límites precisos al devenir de una

persona. Así entonces la vejez implica tanto posibilidades de crecimiento cualitativo como de
deterioro progresivo e irreversible.

Entendemos, al igual que J. Laforest (1991) que del conflicto entre ambas dimensiones resulta
una situación de crisis. Por ello, «el

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arte de ser anciano consiste en solucionar una crisis ontológica entre la aspiración innata al
crecimiento y la experiencia de un

irreversible declive». Entender la vejez como crisis existencial, permite superar las definiciones
parciales que acentúan ya sea su

dimensión biológica, cronológica o social. También lleva a reconocer su propia dinámica al


quebrar el conflicto, producto de modelos

contradictorios de envejecimiento y a aceptar la dialéctica que se establece entre los dos polos
existenciales: el desgaste e involución

normal del organismo humano y el devenir personal.

Desde una perspectiva de normalidad, una persona sana, madura, integrada, asume el
envejecimiento personal como un proceso
natural, implícito en la condición humana. En coincidencia con Langarica Salazar (1987), es válido
entender que «envejecer es una

vivencia personal, impredecible, única en nuestra existencia: es la gran lección que día a día nos
da la vida».

3.3. Enfoque psicoterapéutico existencial en la vejez

Releer el significado de «ser viejo» y descubrir el «quehacer» o las «tareas de desarrollo» que
ello implica. Revalorizar la vejez en su

propia realidad peculiar y significativa, e igualmente, poner en manifiesto que una sociedad o
comunidad que no respete y potencie la

participación de las personas de edad, constituye un conjunto de seres humanos que niegan una
etapa de sí mismos. Esto es, partir

de una visión más existencialista y no asistencialista, con la finalidad de poder visualizar al ser
humano a la luz de su realidad como

Ser y no partiendo de una realidad del Deber hacer.

Tratando de encontrar una base explicativa que permita dilucidar los supuestos teóricos que
subyacen a un modelo alternativo (no

asistencialista) y que en este estudio asumiré como el enfoque existencialista aplicado a la


psicoterapia, un enfoque más centrado en

la persona. A partir del cual se busca poder contribuir a:

a) Resignificar la vejez y sus posibilidades de trascendencia a través de los valores de creativos,


experienciales, y de

actitud.

b) Descubrir el propio quehacer o tarea que como etapa vital presenta; considerando el
desarrollo humano como un

continuo, marcado por fases o etapas que, si bien cada una de ellas tiene su propia razón de ser,
adquieren su sentido

pleno cuando son explicadas desde la existencia personal como totalidad.

c) Superar mitos y prejuicios personales y sociales arraigados en una concepción funcionalista de


la vejez como etapa de

vida.
O, dicho según la antropología postulada por V. Frankl (1983), que un objetivo válido a ser
planteado es «llevar al hombre hasta donde

puede llegar de una manera autónoma, a sus tareas más auténticas y encontrar el sentido, ahora
ya no anónimo sino más bien

singular y único de su vida» ya que no debe interesarnos «solamente el que vivamos y


sobrevivamos sino para qué y cómo llevar

adelante con sentido esta vida».

Esto es, reflexionar acerca de la existencia como un continuo y del tiempo de vida como
posibilidad para la realización personal nunca

acabada. Retomar una concepción personalista con el fin de resignificar el «ser viejo» y
descubrir el «quehacer» o las «tareas de

desarrollo» que ello implica. No se pretende ahondar en una caracterización de la vejez como
etapa de vida. Pero sí, revalorizarla en

su propia realidad peculiar y significativa en sí misma y en razón de la vida personal como un


todo.

Destacando de esta forma la dimensión noética de la persona, de la que nos habla Frankl, a
través de la cual puede oponerse a los

condicionamientos biológicos, psicológicos y sociales y orientarse hacia el sentido único y


singular en la situación concreta de la vida

Considerando así, a la vejez como un proceso diferencial y no como un estado, permitiendo


derivar consecuencias significativas

Partiendo del hecho de que por tratarse de un proceso dilatado, en él intervienen un número
considerable de factores de todo tipo que

lo van configurando diversamente. Algunas variables producirán efectos acumulativos, otras,


compensatorios.

Se observa a la ancianidad como el último periodo de la vida del ser humano, punto en donde el
desarrollo se detiene y los seres

humanos tienen como perspectiva el fin de la vida (Estrada y Salinas, 1991); periodo durante el
cual ocurren cambios paulatinos que

van haciendo consciente al individuo de que esta envejeciendo, la forma de reaccionar ante
estos cambios dependerá de la historia y
la personalidad de cada ser, así como de la cultura en la que se manifiesten.

No sólo se presentan modificaciones en torno a su salud y al aspecto físico, también se dan en


cuanto a la forma de percibir y

expresar emociones, así como en el lugar que se ocupa y el rol que desempeña dentro del medio
en el que el sujeto se desenvuelve

A finales del siglo XIX, el concepto de vejez sufrió un cambio radical en la sociedad, pasó de ser
visto como un proceso natural a un

periodo distinto al de la vida, caracterizado por la declinación, la debilidad y la caducidad. La


edad avanzada considerada antes como

la supervivencia de los más aptos, se comenzó a identificar como una condición de dependencia
y deterioro (Hareven, 1986). Así «E

envejecimiento psicológico de un individuo es consecuencia de la acción del tiempo vivido y


percibido por él sobre su

personalidad» (Jiménez, 1994). El anciano al igual que cualquier otro individuo a lo largo de su
vida se enfrenta a diversas «crisis

personales», frente a las que surgen sensaciones de perplejidad o de «choque» a las que deben
buscar solución para lograr adaptarse

y sobrevivir (Laforest, 1991).

Es indudable que algunas de estas modificaciones son irreversibles y tienen repercusiones en la


vida cotidiana del senecto, ya que

algunas de estas «pérdidas» pueden llegar a provocar que el anciano, en un momento


determinado, se convierta en una persona

dependiente, incapaz de valerse por sí misma; sin embargo, dependerá de numerosas


circunstancias el que el añoso logre o no

adaptarse a su envejecimiento; entre otras situaciones están: la cultura, la educación, la


situación económica, las relaciones con

amigos y familiares, el habitar o no en una Institución, etc.

De ahí la importancia de considerar el papel determinante que la sociedad, juega en la


construcción de la imagen que el ser humano

posee de sí mismo. Siendo la mayoría de las actitudes que giran en torno de la vejez,
desfavorables y como estas son percibidas por
los ancianos, «obligándolos» a comportarse de acuerdo con los estereotipos que lo definen, lo
que muy a menudo hace poco

satisfactoria su forma de vida, ya que dichas actitudes afectan de manera directa la forma en
como viven las personas ancianas y

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como se sienten hacia sí mismas (Papalia, Wendkos y Duskin, 1992).

Es decir la sociedad misma es quien decide el destino de la vejez al imponerle: desconsideración,


rechazo, aislamiento y segregación

(Tapia, 1994); trayendo como consecuencia que frecuentemente el anciano «acepte» el mito de
la vejez como algo «normal» y se

comporte como una «persona de su edad» ya que esto asegura que la sociedad siga
funcionando y se mantenga en equilibrio,

Tomando en cuenta el hecho de que en la actualidad se vive en una sociedad consumista, en la


cual quien no aporta y no consume lo

que se produce no es nada.

La vejez implica el reto individual del enfrentamiento del sujeto con el tiempo. Tiempo que lo
pone de cara a su declinación, a la

muerte y consecuentemente a la dificultad para investir él un futuro no pensado aún. Tiempo de


trabajo psíquico para elaborar estas

novedades y acceder a las elaboraciones posibles: la sabiduría ante la declinación (como


posición de saber y garantía para las

nuevas generaciones), la reformulación del proyecto de vida y catectización de nuevos intereses


y la trascendencia ante la

experiencia de finitud (Petriz 1998).

En estos finales del siglo xx, en donde la sociedad en su totalidad mira al futuro incluyendo y
previendo los distintos impactos de

culturas longevas, será importante que las psicoterapias, al igual que en su momento lo hizo con
los niños, se plantee la forma de

encarar lo que cada vez más aparece necesario: el tratamiento de pacientes añosos.
Considerando al envejecimiento como un
proceso individual de adaptación a condiciones cambiantes provenientes de la propia persona o
del medio social o de ambos, cuyo

carácter dependerá de cómo se encaren o se resuelvan los problemas.

Esta manera de concebir la vejez, privilegiará la idea de que cada individuo es artífice de su
destino personal, ya que elabora una

forma peculiar de enfrentar la realidad de su vejez y de adaptarse y actuar dentro del marco
definido por su realidad socio-económicocultural. Trascendiendo hasta cierto punto las
concepciones sobre el envejecimiento, resultando plausible pensar que la persona

anciana tiene un papel activo en la (re)construcción de estos conocimientos. Es decir, a medida


que va experimentando los cambios

que se suceden a lo largo del ciclo vital iríamos activamente modificando y reconstruyendo
nuestras expectativas de vida futura e

interpretaciones de la vida pasada (Ryff, 1984; Withbourne, 1985). De esta manera,


esperaríamos que los significados atribuidos al

envejecimiento puedan ser diferentes en función de la posición de la persona dentro del ciclo
vital.

Generalmente, se piensa que esta supuesta «reconstrucción» del significado del envejecimiento
puede ser un medio para adaptarse a

los cambios que se van experimentando, con el fin de lograr un sentido de continuidad personal
de la propia vida y/o un

mantenimiento del propio autoconcepto y autoestima en términos favorables. Partiendo para


ello del supuesto de que, lo que los

ancianos han expresado de sí mismos en sus pasadas realizaciones no agotan su riqueza


existencial. Recalcando el hecho de que

esta vivencia significará una situación de cambio y crecimiento que se vivenciará junto con Él, en
la cual se promoverá la aceptación y

reconocimiento de las preocupaciones esenciales de las inherentes a toda existencia humana,


para que de acuerdo a la concepción

de tiempo en la que se interesa el paradigma existencialista «El presente que se convierte en


futuro» se pueda llegar a que el anciano

considere la última etapa de su paso por la tierra como plena y llena de significado.
Eligiendo así, otra manera de definir esta experiencia, rehusando a atribuir a esta última etapa
de la vida una visión tan pesimista y

carente de esperanza, silenciando los aspectos negativos e insistiendo en los positivos: la


ancianidad es la cúspide de una subida, el

perfeccionamiento de una plenitud, una edad de sabiduría y de serenidad, una experiencia de


crecimiento. Así y sólo así, se llega al

concepto de vejez que integra y trasciende las diferentes definiciones de vejez, definiéndola
como «una situación existencial de crisis,

resultado de un conflicto íntimo experimentado entre su aspiración natural al crecimiento y la


decadencia biológica y social

consecutiva al avance en años» (Laforest, 1991).

Enfatizando el hecho de que si existe una solución positiva para la crisis existencial de la vejez, es
en la misma vejez en donde hay

que buscarla. Para llegar a lo que Villanueva (1985) señala, la Vejez es el tiempo en el que el
individuo debe llegar a la siguiente

conclusión: «La vida es mi placer y mi gozo, no es mi pasión ni mi carga y a pesar de que la amo
puedo soltarla y dejarla ir, estando

agradecido por lo que es y por lo que soy». Lograr todo esto, a pesar de la tendencia a definir y a
tratar a las personas de edad en

forma estereotipada y negativa, lo cual es algo muy arraigado en nuestra sociedad actual. Sin
embargo, la investigación demuestra

que la vejez puede ser un tiempo de crecimiento. Perspectiva de desarrollo, según la cual todas
las etapas de la vida, incluida la

vejez, requieren el llevar a cumplimiento determinadas tareas, es un antídoto a esas actitudes y


a esas percepciones pesimistas. Es

un hecho que las teorías del desarrollo de la personalidad, particularmente la de Erikson (1963),
puede fundamentar un enfoque

positivo de la vejez.

Los términos empleados por Erikson (1963), para explicar su diagrama de ocho etapas
demuestran suficientemente, que el ve esas

etapas como los escalones de un crecimiento continuo. Se trata de una teoría epigénetica, la
cual implica, a partir de una

potencialidad original, un devenir según una sucesión ordenada de fases. Cada fase corresponde
a la diferenciación e integración de

partes o funciones nuevas, hasta un estado final en que todas las partes son diferenciadas e
integradas de manera que constituyen un

todo funcional.

El crecimiento de la personalidad entonces debe proseguir normalmente durante el ciclo


completo de la vida y la vejez es la última

etapa de un proceso de desarrollo que sería incompleto sin ella. (Erikson, 1963). Así
encontramos que la crisis a solucionar en la

vejez es Integridad VS Desesperación, cuya tarea de desarrollo es que a pesar del declive que
corresponde a la ancianidad, se debe

buscar el «Logro de la Integridad» lo que significa que, es en la vejez cuando el ser humano
completa su devenir; es la edad en que

llega a ser totalmente el mismo; se trata de «una actitud fundamental de aceptación de su


propia vida en cuanto que ha sido

inevitable, apropiada y significativa» (Erikson, 1963).

Dando la bienvenida sincera a su individualidad y su separatividad, su impotencia y su finitud, a


su libertad y autonomía y a su propia

responsabilidad, aceptando que «realmente nacemos en plenitud cuando morimos» (Fromm,


1955). Es el punto de llegada de un

proceso de crecimiento, iniciado al principio de la vida; este punto de llegada es la emergencia y


actualización de todas las

dimensiones de la personalidad integradas en adelante en un todo original y único, es decir


llegar a la plenitud. O bien caer en la

contraparte de la Desesperanza la cual es el estado del espíritu en el cual se expresa un


sentimiento de que en el presente el tiempo

es corto, demasiado corto para iniciar otra vida o para buscar otras alternativas en pos de la
integridad. Se refiere a la negación y

huida de su realidad existencial, por ello se siente vacío, desgraciado y desesperado. O bien
como ya lo señaló François Mauriac,
(1983) «No podéis imaginar ese suplicio: no haber obtenido nada de la vida y no esperar nada
de la muerte».

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Finalmente no puede faltar hacer mención de que la crisis de la vejez supone tres dimensiones
interrelacionadas. Es ante todo una

crisis de Identidad: necesidad de establecer nuevas relaciones consigo mismo y con el mundo de
los valores. Es también una crisis de

autonomía: necesidad de establecer nuevas relaciones con los demás con referencia a la
satisfacción de las propias necesidades.

Finalmente la crisis de la vejez es una crisis de pertenencia que fundamenta la necesidad de


nuevas relaciones con la sociedad y más

profundamente, con la corriente misma de la vida. Éstas son las tres condiciones principales para
alcanzar la integridad y plenitud en

la vejez (Erikson, 1963).

Erikson, propone un enfoque que a diferencia de los tradicionales —los cuales legitiman la
imagen decadente, enfermiza y solitaria del

anciano—; éste postula a la vejez como un proceso de devenir personal, en el cual el individuo
es capaz de instrumentar todo lo

negativo y positivo de esta vivencia en una búsqueda hacia la plenitud. Planteando para su logro,
un contexto favorable, en el cual se

le brinde una relación de ayuda que favorezca su devenir personal.

Esto es mantener en nuestra labor de psicólogos una condición humanista, en la que no debe
haber nada humano que nos sea ajeno.

Porqué, «Todo está en mí. Yo soy un niño, yo soy un adulto, yo soy un anciano, yo soy un asesino
y soy un santo. No hay nada en el

paciente que yo no tenga en mí. Y sólo en tanto yo pueda modelar dentro de mí las experiencias
de las que el paciente me habla

explícita o implícitamente, sólo si despiertan y resuenan dentro de mí, podré saber de qué está
hablando el paciente y podré restituirle

lo que dice en realidad. Entonces el paciente no tendrá la sensación de que yo estoy hablando
del asunto ni de que yo lo estoy

aleccionando a él, sino que sentirá que le hablo de algo que ambos compartimos» (Fromm,
citado por Villanueva, 1985).

Así entonces, a partir de esta concepción de envejecimiento podrá considerarse que el valor de
una psicoterapia, será probado por lo

que puede hacer por aquellos que padecen y necesitan consuelo. Donde la ayuda ya no es
posible, se debe consolar, donde no hay

consuelo factible, cualquier psicoterapia es inútil.

La psicoterapia temprana no se ocupaba de dar consuelo. Su preocupación principal era


descubrir las motivaciones humanas,

desenmascarar los impulsos ocultos, las emociones inconscientes y revelar las intenciones
secretas. Desde el principio, los

psicólogos profundos hicieron negocio con buscar, encontrar y explicar aspectos negativos. Este
cuadro de la naturaleza humana,

deja poco espacio para las decisiones libres racionales. La persona era vista como un campo de
batalla de tres fuerzas más bien

místicas: Id (ello), ego y superego. Y con respecto a la psicoterapia en personas de más de 50


años, Freud se mostró escéptico y

consideraba que las condiciones de carácter de plasticidad en los procesos anímicos eran poco
favorables al psicoanálisis y que estos

pacientes ya no eran educables por la acumulación del material psíquico, prolongándose el


análisis.

El psicoanálisis, por supuesto se ha desarrollado y muchos de sus practicantes son precavidos


acerca de sus diagnósticos y sí

consideran los sentimientos de los pacientes. Pero el concepto básico permanece. La


psicoterapia aún trata de descu-brir y

desenmascarar, esto significa uno de los ideales. Viktor Frankl, (1990) uno de los más
prominentes críticos del reduccionismo, admite

que el desenmascarar tiene un lugar legítimo en la psicoterapia, pero añade. «El desenmascarar
o desprestigiar, sin embargo, debe

detenerse tan pronto como uno sea confrontado con lo que es auténtico y genuino en el
hombre; por ejemplo; el deseo por una vida

tan significativa como sea posible».

Tanto el psicoanálisis como la terapia del comportamiento están basadas en el determinismo: los
seres humanos son vistos como

determinados por influencias internas o externas, condiciones genéticas o del medio ambiente y
factores intencionales o incidentales,

todo científicamente comprobado. Los extremos crean sus propias limitaciones. El determinismo
que ha dominado el pensamiento

psicológico por más de medio siglo esta siendo cuestionado. El más importante entre aquéllos
que cuestionan, está el psiquiatra

vienés Víktor Frankl (1991), que va más allá de la psicología profunda y del conductismo. Él
considera la dimensión del espíritu

humano, más allá de todas las interacciones psicofísicas y psicológicas. El espíritu humano por
definición, es la dimensión de la

libertad humana y por lo tanto no está sujeto a leyes deterministas.

Frankl, (1991) no habla de libertad de algo, especialmente no de condiciones (nadie está libre de
sus condiciones físicas o

psicológicas), sino de libertad para algo, una actitud libremente tomada hacia estas condiciones.
Él refuerza a la actitud «a pesar de»,

nuestra elección de respuesta al destino. Frankl, (1991) está convencido que los seres humanos
nunca son víctimas del destino,

completamente indefensas. Define el destino, como el que yace mas allá de la libertad humana,
de nuestro poder y responsabilidad.

El destino es la totalidad de todos los factores determinantes, pero también es el trampolín


hacia nuestra libertad, el reto de

responderle de varias maneras y ser responsable por nuestras decisiones. El destino nos hace
humanos por que nos fuerza a escoger

entre las potencialidades disponibles y por tanto hacer uso de nuestra libertad.

Se pueden aliviar muchos problemas al dirigir la atención de los pacientes hacia áreas de
libertad, en donde todavía tienen la

oportunidad de llegar a un acuerdo con el destino, de encaminar la atención lejos de las


situaciones que no pueden cambiar y de sus

posibles causas y consecuencias. Es fundamental asumir que somos libres de dar forma a
nuestras vidas, al menos hasta cierto punto

y no volverse fatalista. Entre más se desarrolla el espíritu humano, más pierde validez el principio
de la homeostasis, la meta ya no es

la simple satisfacción de necesidades del placer a corto plazo, de la liberación de impulsos y todo
el rango de teorías motivacionales.

La dimensión de un espíritu libre nos ayuda a desapegarnos del determinismo y automatismo


del principio de homeostasis que se

halla opuesto a la libertad. Si hay libertad para escoger actitudes, también para decidir si
queremos satisfacción. Podemos decir «no»

a la gratificación, sin ser considerados enfermos o anormales. A la motivación le sigue otro más
alto criterio que la presión por la

satisfacción, y a esto Frankl, (1991) le llama «la voluntad de sentido».

La «frustración» existencial, o para usar otro termino logoterapéutico «vació existencial», ha


aumentado rápidamente durante las

últimas décadas y el problema de la aparente vacuidad de la vida afecta a la gente. La


homeostasis no es suficiente para una vida

saludable y feliz, o de ser así, tendríamos más gente saludable que enferma. Lo opuesto es
verdad: cuando más tratemos de crear un

balance interno a través de influencias externas, más convertimos a la gente en autómatas


«reactivos» o «liberados», en máquinas

que necesitan satisfacción en «nada más» que consumidores. La imagen humana se vuelve
subhumana la verdadera dimensión

humana es eliminada. El determinismo, el fatalismo, y el subhumanismo, es la triple tragedia


cuyas víctimas no pueden ser curadas

por los psicoterapeutas, a menos que la crisis actual mueva a ellos a repensar los conceptos de la
naturaleza humana.

No siempre es fácil ver sentido en una situación. En el dolor y sufrimiento sin esperanza,
difícilmente se vislumbra una meta que valga

la pena perseguir, pero aun así la elección de actitud permanece abierta. Frankl, (1991) habla de
la realización de nuestros «valores

de actitud». Se refiere a nuestra actitud ante los hechos inalterables que nos hacen infelices. La
logoterapia ayuda a que la gente se

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conciencie de que le queda un camino a pesar de lo irrevocable de los hechos: la elección de


actitud ante tales situaciones. Pueden

aceptarla o condenarse ellos mismos o al mundo; pueden mostrar valor y confianza en el futuro,
o desesperación. Ésta es su elección.

Si adoptamos una actitud positiva frente a circunstancias extremadamente negativas,


conservamos el respeto por nosotros mismos y

podemos soportar orgullosamente todo con dignidad y ser un ejemplo para otros en sus
sufrimientos (figura 1).

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