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Biografía del Autor

Juan Emilio Bosch Gaviño

Escritor, cuentista, novelista y ensayista. Nació en la ciudad de la Vega el 30 de junio de 1909,


hijo de don José Bosch y Ángela Gaviño. El padre de nacionalidad española y la madre
también, nacida en Puerto Rico, se habían establecido en el país en los finales del siglo
pasado.

Juan Bosch vivió los primeros años de su infancia en una pequeña comunidad rural de esa
provincia, llamado Río Verde. Allí realizó sus estudios primarios y más tarde su familia se
trasladó a La Vega en donde cursó los primeros años del bachillerato. En su juventud vivió en
la ciudad de Santo Domingo y trabajó en establecimientos comerciales; más tarde viajó a
España, Venezuela y algunas de las islas del Caribe. A su retorno a la República Dominicana
en los primeros años de la década iniciada en 1931, publicó su ensayo "Indios",
inmediatamente después "Camino Real" y la novela "La Mañosa", aclamada por la critica
nacional como una obra de extraordinario valor en la literatura dominicana. Fundó y dirigió la
página literaria del periódico Listín Diario, en el cual se perfiló como un notable critico de arte y
ensayista. Se casó con la señora Isabel García y en su matrimonio procrearon a sus hijos
León y Carolina.

Dedicado a tareas pedagógicas políticas en ese lugar y a sus actividades como Presidente del
PRD, el más importante Partido político opositor del Régimen de Trujillo, en el exilio, se
produjo en Cuba el triunfo encabezado por Fidel Castro, que motorizó un reordenamiento
político, económico, y social en los países del Caribe. Bosch, con instinto certero, percibió el
proceso histórico que se había iniciado a partir del 1ero de enero de 1959, con el
advenimiento de Castro a la jefatura política y militar de la nación cubana y dirigió a Trujillo
una carta, el 27 de febrero de 1961, en la cual le advertía que su papel político, en términos
históricos, había concluido en la República Dominicana.

Ajusticiado Trujillo el 30 de mayo de ese año, Bosch regresó a su país luego de veintitrés años
de exilio, cuatro meses después de haberse establecido en territorio dominicano el Partido que
había fundado en 1939. su presencia en la vida política nacional, como candidato a la
presidencia de la República revolucionó y modificó substancialmente el estilo de realizar
campañas electorales en el país. Su forma directa y sencilla de dirigirse a las capas mas bajas
de la población, tanto rurales como urbanas, le permitió desarrollar una profunda influencia y
simpatías populares, que lo perfilaron como incuestionable ganador de las elecciones de
diciembre de 1962.

Celebrado el torneo electoral, Bosch obtuvo un triunfo arrollador sobre los electores más
conservadores del país, representado por la Unión Cívica Nacional. Combatido desde ante de
su ascensión al poder por esos mismos sectores que fueron derrotados en las elecciones,
tomó posesión como Presidente de la República el 27 de Febrero del 1963.

Bosch dio inicio a una gestión gubernativa patriótica, reformadora, de incuestionable


honestidad administrativa y de profundo reordenamiento económico y social. Su gobierno fue
derrocado por un golpe militar apoyado por las fuerzas mas conservadoras de la nación,
estimuladas y apoyadas desde el exterior. Menos de dos años después, la insatisfacción
generó el levantamiento militar del 24 de abril de 1965, que tenía como objetivo el
reestablecimiento del gobierno constitucional que Bosch había presidido, y la vigencia de la
constitución que su gobierno había promulgado el 29 de abril de 1963, la mas progresista y
liberal que ha conocido la República.
Impedido de regresar al poder por la intervención militar de los Estados Unidos, apoyado por
la Organización de los Estados Americano (OEA), se vio obligado, por las circunstancias, a
participar en las elecciones realizadas el 30 de mayo de 1966, bajo la dirección y el control de
las fuerzas intervensoras. Bosch se marchó al exterior radicándose en España, donde realizó
una extraordinaria labor literaria produciendo algunas de sus obras más importantes entre las
cuales están: "Composición Social Dominicana", "Breve Historia de la Oligarquía", "De
Cristóbal Colón a Fidel Castro" "El Caribe, Frontera Imperial" y numerosos artículos de
diferentes géneros publicados en revistas, periódicos y otras publicaciones del país y del
exterior.

Regresó a la República Dominicana en abril de 1970 con la intención de reorganizar y


modernizar al PRD.

Su conducta patriótica, cívica, honesta, valiente y militante, como gobernante y líder lo


convirtieron en un símbolo de la dignidad nacional y en un ejemplo a seguir para las
generaciones presentes y futuras de la República Dominicana. Falleció el 1 de noviembre de
2001 en Santo Domingo.

La mañosa.

Personajes y características

Personajes Principales

Juan: Es quien narra la novela. Era el mayor de dos hijos, se encontraba enfermo durante la
revolución.

Dimas: No era hombre de engañarse. Voz la tenia alzada y caída. Bajo las cejas tupidas los
ojos se le hacían diminutos y de barba blanca.

Don Pepe (El Papá): Era un sujeto de pasiones más que de pensamientos, rojo, de frente
alta, nariz gruesa y labios duros, hubiera parecido criollo a no ser por los ojos, menudos y
azules, de mirada hiriente y honda, tenia el bigote y los cabellos rubios.

Personajes Secundarios

La Mañosa: (No se considera como personaje principal por ser un animal y no tratarse
de una fabula). Nerviosa como muchacho, tenia figura de estampa, limpia, brillante, pequeña,
rellena. Era oscura como la madera a medio quemar; tenia la mirada inteligente y cariñosa; las
patas finas y seguras; las pezuñas menudas, redondas, negras y duras. Todo en ella era
vistoso y simpático. Era imprescindible, lanuda, inquieta, color rojizo. Casi todo era cabeza.
La mamá (Ángela): tenia una cara filosa, estatura aventajada.

Fello Macario : Fue una persona mansa y de trabajo, hasta que le mataron a su hermano,
que parecía una gente distinguida, seria y apreciable.

La vieja Carmita: Era alta, delgada, con la cara fina, salida de huesos, nunca alzó la voz. Sus
ojos no dejaron de ser dos luces tranquilas en medio de aquel rostro oscuro y afilado.

El Alcalde: Hombre bueno. Tenia entre los dientes un rañoso cachimbo de madera.

Simeón: Era alto, simple y rojo, era la autoridad del lugar.

Viejo Matías: Vivía gozando, persiguiendo reses, camarones, era barbudo, silencioso, y recio.

Mero: Delgado y amarillo, de nariz fina y ojos apagados, un hombre muy callado.

Pepito: Persona cariñosa que quería mucho a su mula “La Mañosa”.

Momón: Pantalones remendados y desteñidos, barba crecida y pies descalzos.

José Veras: Era un ladrón , simpático, el cual le hacia trampa a los jugadores en los juegos.

Valores y Antivalores:

Valores

Amistad

Unión

Aprecio

Fe

Cariño

Antivalores

Sufrimiento

Engaño

Traición

Angustia

Circunstancias

En el Pino una comunidad del norte de República Dominicana, antes del año 1930.
Tipo de Sociedad

Campesina y de pocos recursos.

Idea Central

La Novela La Mañosa trata de una familia muy humilde que vivían en un campo de la
Republica Dominicana, la historia de su mula llamada La mañosa , por sus mañas y
berrinches. Se puede ver también un poco de las revueltas ramadas que vivió el país durante
aquella época.

Argumento

La novela inicia con una narración del viejo Dimas en la cocina de la casa mientras la mamá
hacia el café. El viejo expresaba que se había levantado temprano para buscar caoba cuando
derepente apareció una culebra. Aquella era una noche en que el cielo estaba dorado, unas
nubes horrendas salían por detrás de las lomas y se tragaban la tierra. Dimas al ver el animal
tan negro le cayó a machetazos pero no la mató, esta según el fue a morir a otro lado. Ya era
casi de noche y esos aceleraron el paso, poco después encontraron el rancho del viejo
Matías, y decidieron pasar la noche ahí. Matías el viejo que se dedico a cazar al ver que ya no
habían aves y que en el cibao le iba mejor desapareció pero el rancho que construyó a lo alto
de la montaña permaneció. A media noche Dimas despertó porque escuchó fuertes golpes,
justo en ese momento llego Simeón quien tomó asiento en un banco frente al fogón, el viejo
Dimas y su hijo lo miraban con odio este llegó en el mejor momento de la historia. Dimas
impaciente prendió un cigarro apenas se podía ver su barba entre el humo. De inmediato la
historia continuó. En el transcurso de la historia se volvió, vio la boca de sus hijos torcida y se
refirió a estos como muchachos pendejos, y continuó la historia, hasta finalizarla. Mas tarde
Pedro contó una historia similar. La historia decía que cuando Pepe y Simeón estaban listos
para salir, Pepe sintió algo en su interior, era una culebra que había hallado en una propiedad
que fue comprada al alcalde; esta culebra era larga, negra y gruesa como un tronco. Lograron
matarla, a diferencia de Dimas, y al otro día decidieron quemar los alrededores para evitar que
se sigan expandiendo las serpientes por la zona.

Pepe era sujeto de pasiones mas que de pensamientos, entretenía a los demás contando
cuentos y haciendo malos dibujos pero su padre era mas cariñoso y se sabia miles de juegos
y les cantaba canciones de su tierra.

Juan recuerda que se la pasaba correteando con su padre y en las noches después de la
cena a su padre le gustaba acostarse con los brazos y piernas hacia arriba. Pepito y Juan
eran personas muy distintas, a pepito le gustaban las tamboras y esas cosas y a Juan los
libros, lapice y cuadernos, etc. Un día el padre llego con una mula pequeña y que temblaba de
miedo esta se tuvo que acostumbrar a vivir con ellos, pepe se sentía muy orgulloso cuando
veía su mulita, hacia muchos berrinches, pataleos, mordisqueaba, etc, pero al final se resignó.
Esta fue llamada mañosa por todos los berrinches que armaba, y era para ellos como un
miembro de la familia. Esta familia de fue con la mula de visita a la cueva donde se
encontraba el viejo Dimas. Al día siguiente Simeón fue a recortar a la mula, cuando venían de
regreso pepito y su hermano Juan estaban con su madre y veían como la luna se robaba la
noche.
La casa estaba en el camino, peor antes de llegar había que cruzar el río Jigüey, el cual era
muy raro porque cuando llovía era río y cuando no era solo patio, estaba encerrado en una
empalizada. A finales de octubre la lluvia era cosa eterna sobre la tierra. Todos los horizontes
se gastaban en el gris de los aguaceros. Una gallina había sacado, pero los pollos se fueron
muriendo a causa del frío.

Cuando Pepe no estaba con su esposa los estaba protegiendo, y estos ponían a su madre
muy tiernas y cariñosa. En la noche fueron nuevamente a casa de Dimas este confesó que
estos aguaceros no tenían fin, y hubo un silencio total. Pocos días fueron a visitar a doña
Carmita, esta vivía en el centro de Jigüey, la vieja lo saludó en voz baja pero no quiso seguir
hablando. Un rato después, cuando nadie esperaba nada dijo que los muchachos se habían
ido para el monte, cuanto días depuse al anochecer un viento cruel comenzó a quemarles la
espalda, al otro día en la mañana Simeón fue a verlos la madre estaba en silencio con una
mirada muy profunda.

Cuando su padre llegó. Se sentían los mulos por los pasos, este fue al cuarto de Juan y le dijo
que estaba cansado, luego su padre fue a ayudar a ordenar la mula, luego se dio cuenta al
volver al cuarto de Juan, que este estaba enfermo, para este era incomprensible que su hijo
tuviese fiebre, luego este se sentó y pepito fue a sus piernas y le pregunto que le había traído,
después pepe llamó a su esposa y le dijo que en el pellón habían algunas cosas para ella y
para los niños, pero esta no fue de inmediato, sino que se sentó en un catre, al rato llego
Dimas para saber como le había ido a Pepe, éste le dijo a su esposa que le trajera un bulto
negro que había traído, al traerlo Pepe sacó un nuevo revólver y comenzó a contar su viaje.

Cuando fue a comprar telas, en el camino se encontró con unos revolucionarios peligrosos, al
amanecer estaba lloviendo y este se refugiaron en una casa. Cuando estos cruzaron el río
Jigüey un hombre asustado les dijo que no lo hicieran y pepe lo invitó a ir con ellos, al
continuar el camino se les atravesaron unos revolucionarios y estos trataron de ignorarlos pero
uno de ellos les dijo que no havia paso de una manera insolente, pero uno de ellos era
conocido de pepe y los dejo pasar, al seguir el camino unas personas le comenzaron a
disparar pero al acercarse eran personas cercanas a ellos, estos estaban huyendo pero no se
sabían el camino y pepe les aconsejo que se fueran con el hombre que ellos se habían llevado
ya que este se sabia bien los caminos.

Cuando pepe llego a su casa. Por suerte este llego antes de que iniciara la revolución. Las
personas siguieron visitándolos toda la noche para saber como le había ido a pepe. Pepe fue
al pueblo a vender telas y otras cosas, e hizo una buena venta. A pesar de el miedo de la
revolución, las personas seguían haciendo sus fiestas los sábados. En un tiroteo muy cerca de
su casa, vieron a José Veras, quien corrió gran peligro pero no le paso nada. Cuando
comenzaron los disparos de la revolución Juan estaba enfermo. El general Fello Macario fue a
casa de don Pepe, al ver a Juan enfermo le dio ron seguro de que esto le ayudaría. Mero
quien se mantuvo al pendiente de lo que pasaba en la revolución se advirtió de que habían ya
gran cantidad de muertos. Mientras la revolución terminaba la familia de Juan recogieron y
ayudaron a un señor que había sido herido llamado Momón.

Ya estaba todo en paz, aquella revolución había finalizado, solo quedaba la sangre derramada
por los luchadores e inocentes, el dolor y la tristeza de recordar lo ocurrido y lo perdido,
ensuciando de sangre hasta los ríos. Momón ya tenia unos días en la casa. Todos le habían
tomado ya cariño, en las noches cuando a Juan le aturdía la fiebre, Momón se sentaba a la
orilla de su catre y le contaba historias, Momón se había convertido en alguien muy importante
para Juan. Unos días después Momón se enfermó, estaba muy mal. Una tarde llego Mero,
contaba historias y por un momento todos se olvidaron de lo mal que la estaba pasando
Momón y lo que esto les afectaba, hasta que Mero pregunto por este y le informaron lo que
sucedía, inmediatamente Juan comenzó a sentir ese dolor y esa pesadumbre alterante.
Momón llego a un extremo que tuvo que ser sacado de la casa, porque su estado era
peligroso ya no solo para él sino para los demás miembros de la casa.

José Veras era perseguido por la justicia. La mañosa no regresaba después de aquella
revolución y se discutía la actitud de José Veras. No había lugar a explicaciones y nadie sabia
a que atribuir el hecho de que la mula estaba irreconocible. Paso un tiempo y una mula venia
pero se trataba de un animal flaco, fe y destrozado. Don Pepe no creía, su mañosa no podía
ser tal cosa, sin embargo era ella. La contemplaba y se le aguaban los ojos. Mero fue quien
llevó a la mula. Estaban tratando de curar a la mula pero Mero les dijo que la mula no se
salvaría. Don Pepe se preguntaba a Mero el por que traía la mula en ese estado, pero Mero
suponía que ya Veras había hablado. Les contaba y decía que Veras fue quien se percato que
habían robado al animal y salio en su búsqueda. Las encontró con un desconocido, y la llevo a
Don Pepe.

Don Mero hizo cuanto estuvo en sus manos para hacer entender que el no era el ladrón de la
mañosa. Un domingo llegaron unos visitantes a la casa, estos se acomodaron y preguntaron a
doña Ángela si podían quedarse allí, esta sin mas preámbulo aceptó. Entre los viajeros habían
una niña y un bebito que resaltaban entre todos. Un tiempo más tarde llego a la casa un joven
con la noticia de que Momón agonizaba. Los extraños le acompañaron al lecho de muerte de
Momón. Mucho tiempo tenían allí y nadie lloraba, hasta que a una mujer entre la gran multitud
que había ya en el lugar le brillaban en los ojos aquellas lágrimas.

Luego de un rato el hijo de Dimas se acerca borracho al lugar. Estos puso muy mal a Dimas,
el pobre era un hombre que vivía lamentándose, pero se quejaba porque ya no resistía. En el
transcurso de su vida, soporto muchos golpes, muchas lagrimas, pero hubiera preferido ver al
hijo muerto que borracho. Las primeras noches que siguieron a la muerte de Momón fueron
llenas de palabras lastimosas, las fiebres nocturnas parecían haberse olvidado de Juan , pero
aun se sentía inseguro y propenso al llano, débil, incapaz hasta de jugar con pepito.

En los barrios se corría la voz de que venia otra revolución por lo que todos estaban
asustados, Mero muy triste se quejaba de que la pobre mula no estaba sana. En la noche ya
la revolución había alcanzado el lugar, todos se arrinconaban huyendo de aquel sangriento
fantasma que venia desde Bonao. Después de una horas ya los tiros sonaban cada vez mas
lejos, al terminar la revolución ganaron los del pedregal, lo que alegro a los habitantes del
pueblo. Pero el alcalde mando a matar a un grupo de 50 personas lo que incomodo a Don
pepe y este asistió al lugar donde se encontraba el alcalde a reclamarle, le decía que no es
necesario matar, mientras que el alcalde respondía que era necesario para dar ejemplos,
mientras que don Pepe reclamaba se le llenaban los ojos de lágrimas a causa de aquel crimen
que había ordenado Fello, no pudo hacer nada la respecto, solo regresar a su casa, ya en su
casa Don Pepe decía que a su mula logro quitarle las mañas, pero que a los hombres nadie
se las quita, mientras que Dimas y Simeón aprobaban en silencio.
JUDAS ISCARIOTE, EL CALUMNIADO.

Este libro, publicado por primera vez en 1955 en Santiago de Chile, analiza la vida de
Judas Iscariote y su papel en la comunidad a la que perteneció. Bosch intenta
responder a los interrogantes de cómo y por qué se originó la acusación de traidor
contra Judas, y por qué se mantuvo durante más de dos mil años. El autor se basó en
los Evangelios y el Libro de los Hechos de los Apóstoles, del canon católico, para
presentar a Judas como un hombre “calumniado” por la historia. Su propósito no es
justificar la conducta de ese personaje o buscar pruebas de su inocencia, sino
conocer las verdaderas causas de los hechos, y demostrar que de los propios
documentos en que se acusa a Judas surge la verdad sobre su conducta. Se trata de
un análisis político que no pretende ser confrontativo con la Iglesia.

Bosch argumenta que los cinco libros analizados por él, fríamente, sin voluntad previa
de hallar al discípulo referido culpable o inocente, lo llevan a conclusiones
inesperadas: “Judas no traicionó a Jesús, no le vendió, no le besó, no cobró su
infamia y por último no se ahorcó”. Atribuye a la acusación de traición un matiz de
contenido político “usado instintivamente por todos aquellos que se lanzan a la
conquista del poder, ya sea en una sociedad o en una organización”. El autor
establece que la primera acusación contra Judas la hace Simón Pedro y que la
supuesta traición fue inventada por los celos que despertó la designación del único de
los apóstoles que no era galileo. Judas manejaba las finanzas del grupo, y sus
compañeros pueden haber pensado que quería encabezar la agrupación y ser el
hombre más poderoso de ella. Bosch plantea así la hipótesis de que la acusación a
Judas puede haber sido parte de una disputa por el liderazgo.

Pedro Henríquez Ureña

"UTOPÍA DE AMERICA"
No vengo a hablaros en nombre de la Universidad de México, no sólo porque no
me ha conferido ella su representación para actos públicos, sino porque no me
atrevería a hacerla responsable de las ideas que expondré. Y sin embargo, debo
comenzar hablando largamente de México porque aquel país, que conozco tanto
como mi Santo Domingo, me servirá como caso ejemplar para mi tesis. Está
México ahora en uno de los momentos activos de su vida nacional, momento de
crisis y de creación. Está haciendo la crítica de su vida pasada; está investigando
qué corrientes de su formidable tradición lo arrastran hacia escollos al parecer
insuperables y qué fuerzas serían capaces de empujarlo hacia puerto seguro. Y
México está creando su vida nueva, afirmando su carácter propio, declarándose
apto para fundar su tipo de civilización.

Advertiréis que no os hablo de México como país joven, según es costumbre al


hablar de nuestra América, sino como país de formidable tradición, porque bajo la
organización española persistió la herencia indígena, aunque empobrecida.
México es el único país del Nuevo Mundo donde hay tradición, larga, perdurable,
nunca rota, para todas las cosas, para toda especie de actividades: para la industria
minera tomo para los tejidos, para el cultivo de la astronomía como para el cultivo
de las letras clásicas, para la pintura como para la música. Aquél de vosotros que
haya visitado una de las exposiciones de arte popular que empiezan a convertirse,
para México, en benéfica costumbre, aquél podrá decir qué variedad de
tradiciones encontró allí representadas, por ejemplo, en cerámica: la de Puebla,
donde toma carácter del Nuevo Mundo la loza de Talavera; la de Teotihuacán,
donde figuras primitivas se dibujan en blanco sobre negro; la de Guanajuato,
donde el rojo y el verde juegan sobre fondo amarillo, como en el paisaje de la
región; la de Aguascalientes, de ornamentación vegetal en blanco o negro sobre
rojo oscuro; la de Oaxaca, donde la mariposa azul y la flor amarilla surgen, como
de entre las manchas del cacao, sobre la tierra blanca; la de Jalisco, donde el
bosque tropical pone sobre el fértil barro nativo toda su riqueza de líneas y su
pujanza de color. Y aquél de vosotros que haya visitado las ciudades antiguas de
México, —Puebla, Querétaro, Oaxaca, Morelia, Mérida, León—, aquél podrá
decir cómo parecen hermanas, no hijas, de las españolas: porque las ciudades
españolas, salvo las extremadamente arcaicas, como Avila y Toledo, no tienen
aspecto medioeval sino el aspecto que les dieron los siglos XVI a XVIII, cuando
precisamente se edificaban las viejas ciudades mexicanas. La capital, en fin, la
triple México —azteca, colonial, independiente—, es el símbolo de la continua
lucha y de los ocasionales equilibrios entre añejas tradiciones y nuevos impulsos,
conflicto y armonía que dan carácter a cien años de vida mexicana.

Y de ahí que México, a pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a pesar de las


espantosas conmociones que lo sacuden y revuelven hasta los cimientos, en largos
trechos de su historia, posea en su pasado y en su presente con qué crear o—tal
vez más exactamente—con qué continuar y ensanchar una vida y una cultura que
son peculiares, únicas, suyas

Esta empresa de civilización no es, pues, absurda, como lo parecería a los ojos de
aquellos que no conocen a México sino a través de la interesada difamación del
cinematógrafo y del telégrafo; no es caprichosa, no es mero deseo de Jouer à
l’autochtone, según la opinión escéptica. No: lo autóctono, en México, es una
realidad; y lo autóctono no es solamente la raza indígena, con su formidable
dominio sobre todas las actividades del país, la raza de Morelos y de Juárez, de
Altamirano y de Ignacio Ramírez: autóctono es eso, pero lo es también el carácter
peculiar que toda cosa española asume en México desde los comienzos de la era
colonial, así la arquitectura barroca en manos de los artistas de Taxco o de
Tepozotlán como la comedia de Lope y Tirso en manos de Don Juan Ruiz de
Alarcón.

Con fundamentos tales, México sabe qué instrumentos ha de emplear para la obra
en que está empeñado; y esos instrumentos son la cultura y el nacionalismo. Pero
la cultura y el nacionalismo no los entiende, por dicha, a la manera del siglo XIX.
No se piensa en la cultura reinante en la era del capital disfrazado de liberalismo,
cultura de diletantes exclusivistas, huerto cerrado donde se cultivaban flores
artificiales, torre de marfil donde se guardaba la ciencia muerta, como en los
museos. Se piensa en la cultura social, ofrecida y dada realmente a todos y
fundada en el trabajo: aprender no es sólo aprender a conocer sino igualmente
aprender a hacer. No debe haber alta cultura, porque será falsa y efímera, donde
no haya cultura popular. Y no se piensa en el nacionalismo político, cuya única
justificación moral es, todavía, la necesidad de defender el carácter genuino de
cada pueblo contra la amenaza de reducirlo a la uniformidad dentro de tipos que
sólo el espejismo del momento hace aparecer como superiores: se piensa en otro
nacionalismo, el espiritual, el que nace de las cualidades de cada pueblo cuando
se traducen en arte y pensamiento, el que humorísticamente fue llamado, en el
Congreso Internacional de Estudiantes celebrado allí, el nacionalismo de las
jícaras y los poemas.

El ideal nacionalista invade ahora, en México, todos los campos. Citaré el


ejemplo más claro: la enseñanza del dibujo se ha convertido en cosa puramente
mexicana. En vez de la mecánica copia de modelos triviales, Adolfo Best, pintor e
investigador —"penetrante y sutil como una espada"—, ha creado y difundido su
novísimo sistema, que consiste en dar al niño, cuando comienza a dibujar,
solamente los siete elementos lineales de las artes mexicanas, indígenas y
populares (la línea recta, la quebrada, el círculo, el semicírculo, la ondulosa,
la ese, la espiral) y decirle que los emplee a la manera mexicana, es decir, según
reglas derivadas también de las artes de México: así, no cruzar nunca dos líneas
sino cuando la cosa representada requiera de modo inevitable el cruce.

Pero al hablar de México como país de cultura autóctona, no pretendo aislarlo en


América: creo que, en mayor o menor grado, toda nuestra América tiene
parecidos caracteres, aunque no toda ella alcance la riqueza de las tradiciones
mexicanas. Cuatro siglos de vida hispánica han dado a nuestra América rasgos
que la distinguen.

La unidad de su historia, la unidad de propósito en la vida política y en la


intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una
agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. Si conserváramos
aquella infantil audacia con que nuestros antepasados llamaban Atenas a
cualquier ciudad de América, no vacilaría yo en compararnos con los pueblos,
políticamente disgregados pero espiritualmente unidos, de la Grecia clásica y la
Italia del Renacimiento. Pero sí me atreveré a compararnos con ellos para que
aprendamos, de su ejemplo, que la desunión es el desastre.

Nuestra América debe afirmar la fe en su destino, en el porvenir de la


civilización. Para mantenerlo no me fundo, desde luego, en el desarrollo presente
o futuro de las riquezas materiales, ni siquiera en esos argumentos, contundentes
para los contagiados del delirio industrial, argumentos que se llaman Buenos
Aires, Montevideo, Santiago, Valparaíso, Rosario. No, esas poblaciones
demuestran que obligados a competir dentro de la actividad contemporánea,
nuestros pueblos saben, tanto como los Estados Unidos, crear en pocos días
colmenas formidables, tipos nuevos de ciudad que difieren radicalmente del
europeo, y hasta acometer, como Río de Janeiro, hazañas no previstas por las
urbes norteamericanas. Ni me fundaría, para no dar margen a censuras pueriles de
los pesimistas, en la obra, exigua todavía, que representa nuestra contribución
espiritual al acervo de la civilización en el mundo, por más que la arquitectura
colonial de México, y la poesía contemporánea de toda nuestra América, y
nuestras maravillosas artes populares, sean altos valores.

Me fundo sólo en el hecho de que, en cada una de nuestras crisis de civilización,


es el espíritu quien nos ha salvado, luchando contra elementos en apariencia más
poderosos; el espíritu solo, y no la fuerza militar o el poder económico. En uno de
sus momentos de mayor decepción, dijo Bolívar que si fuera posible para los
pueblos volver al caos, los de la América latina volverían a él. El temor no era
vano: los investigadores de la historia nos dicen hoy que el Africa central pasó, y
en tiempos no muy remotos, de la vida social organizada, de la civilización
creadora, a la disolución en que hoy la conocemos y en que ha sido presa fácil de
la codicia ajena: el puente fue la guerra incesante. Y el Facundo de Sarmiento es
la descripción del instante agudo de nuestra lucha entre la luz y el caos, entre la
civilización y la barbarie. La barbarie tuvo consigo largo tiempo la fuerza de la
espada; pero el espíritu la venció en empeño como de milagro. Por eso hombres
magistrales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, como Hostos, son
verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de
la independencia. Hombres así, obligados a crear hasta sus instrumentos de
trabajo, en lugares donde a veces la actividad económica estaba reducida al
mínimum de la vida patriarcal, son los verdaderos representativos de nuestro
espíritu. Tenemos la costumbre de exigir, hasta al escritor de gabinete, la aptitud
magistral: porque la tuvo, fue representativo José Enrique Rodó. Y así se explica
que la juventud de hoy, exigente como toda juventud, se ensañe contra aquellos
hombres de inteligencia poco amigos de terciar en los problemas que a ella le
interesan y en cuya solución pide la ayuda de los maestros.

Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe


temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el
poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a
todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en
bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad
verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía.

¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no
es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones
espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor. El pueblo griego da al
mundo occidental la inquietud del perfeccionamiento constante. Cuando descubre
que el hombre puede individualmente ser mejor de lo que es y socialmente vivir
mejor de como vive, no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda
perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin descanso; no le arredra la
necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas
políticos. Es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica. Mira al
pasado, y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías.

El antiguo Oriente se había conformado con la estabilidad de la organización


social: la justicia se sacrificaba al orden, el progreso a la tranquilidad. Cuando
alimentaron esperanzas de perfección —la victoria de Ahura Mazda entre los
persas o la venida del Mesías para los hebreos— las situaron fuera del alcance del
esfuerzo humano: su realización sería obra de leyes o de voluntades más altas.
Grecia cree en el perfeccionamiento de la vida humana por medio del esfuerzo
humano. Atenas se dedicó a crear utopías: nadie las revela mejor que Aristófanes;
el poeta que las satiriza no sólo es capaz de comprenderlas sino que hasta se diría
simpatizador de ellas ¡tal es el esplendor con que llega a presentarlas! Poco
después de los intentos que atrajeron la burla de Aristófanes, Platón crea, en La
República, no sólo una de las obras maestras de la filosofía y de la literatura, sino
también la obra maestra en el arte singular de la utopía.

Cuando el espejismo del espíritu clásico se proyecta sobre Europa, con el


Renacimiento, es natural que resurja la utopía. Y desde entonces, aunque se
eclipse, no muere. Hoy, en medio del formidable desconcierto en que se agita la
humanidad, sólo una luz unifica a muchos espíritus: la luz de una utopía,
reducida, es verdad, a simples soluciones económicas por el momento, pero
utopía al fin, donde se vislumbra la única esperanza de paz entre el infierno social
que atravesamos todos.

¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle a la utopía sus
caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de
reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones; procurar
que la desaparición de las tiranías económicas concuerde con la libertad perfecta
del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después del neminem
laedere, sean la razón y el sentido estético. Dentro de nuestra utopía, el hombre
llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda
organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios
morales y sociales que ahogan la vida espontánea; a ser, a través del franco
ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los
cuatro vientos del espíritu. ¿Y cómo se concilia esta utopía, destinada a favorecer
la definitiva aparición del hombre universal, con el nacionalismo antes predicado,
nacionalismo de jícaras y poemas, es verdad, pero nacionalismo al fin? No es
difícil la conciliación; antes al contrario, es natural. El hombre universal con que
soñamos, a que aspira nuestra América, no será descastado: sabrá gustar de todo,
apreciar todos los matices, pero será de su tierra; su tierra, y no la ajena, le dará el
gusto intenso de los sabores nativos, y ésa será su mejor preparación para gustar
de todo lo que tenga sabor genuino, carácter propio. La universalidad no es el
descastamiento: en el mundo de la utopía no deberán desaparecer las diferencias
de carácter que nacen del clima, de la lengua, de las tradiciones; pero todas estas
diferencias, en vez de significar división y discordancia, deberán combinarse
como matices diversos de la unidad humana. Nunca la uniformidad, ideal de
imperialismos estériles; si la unidad, como armonía de las multánimes voces de
los pueblos.

Y por eso, así como esperamos que nuestra América se aproxime a la creación del
hombre universal. por cuyos labios hable libremente el espíritu, libre de estorbos,
libre de prejuicios, esperamos que toda América, y cada región de América,
conserve y perfeccione todas sus actividades de carácter original, sobre todo en
las artes: las literarias, en que nuestra originalidad se afirma cada día; las
plásticas, tanto las mayores como las menores, en que poseemos el doble tesoro,
variable según las regiones, de la tradición española y de la tradición indígena,
fundidas ya en corrientes nuevas; y las musicales, en que nuestra insuperable
creación popular aguarda a los hombres de genio que sepan extraer de ella todo
un sistema nuevo que será maravilla del futuro.

Y sobre todo, como símbolos de nuestra civilización para unir y sintetizar las dos
tendencias, para conservarlas en equilibrio y armonía, esperemos que nuestra
América siga produciendo lo que es acaso su más alta característica: los hombres
magistrales, héroes verdaderos de nuestra vida moderna, verbo de nuestro espíritu
y creadores de vida espiritual.

(La Utopía de América, 1925)

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