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Entrevista > Arnau Sanz

Gerardo Vilches

Arnau Sanz es un joven ilustrador, músico y dibujante de cómics de trayectoria singular. Tras
publicar dos novelas gráficas con la recientemente clausurada Edicions De Ponent y el 50 % de un
flipbook con Apa Apa, ha decidido fundar su propio sello, Aia, donde dar salida a su obra y a la de
otras personas. Arnau plasma en sus páginas vivencias autobiográficas con un trazo espontáneo y
naif, y prepara actualmente una nueva obra en la que se sumergirá en la memoria familiar. En esta
entrevista que ha tenido la amabilidad de concedernos, Arnau habla de su decisión de autoeditarse,
sus cómics, su música y su vida.
¿Cómo decides lanzarte a la aventura de la autoedición y crear tu propio sello editorial?
Cuando yo estudié en la Escuela Joso, siempre te decían que tu meta era entrar en una editorial.
Parecía que lo máximo para un autor era que te publicaran, y que a partir de ahí todo sería magia.
Trabajo también, pero ya tendrías mucho hecho. Yo tuve la suerte de publicar con De Ponent, pero
me di cuenta de que tenía que hacer yo mucho más trabajo del que me pensaba. Por ejemplo, casi
todo el trabajo de promoción lo tuve que hacer yo. Seguramente si hubiera estado en otra editorial
no tendría que haberlo hecho, pero así fue. Me daban total libertad en mi trabajo, pero por otro lado
yo tenía que invertir mucho esfuerzo en casi todo: la distribución, la imprenta, etcétera. Y cuando
De Ponent desapareció, o entró en este periodo de incertidumbre, yo ya tenía pensado que
Llavaneres sería mi último libro con ellos. Ya no quería seguir allí, encontraba que no avanzaba. Y
viendo que tampoco encajaba en el resto de editoriales de España, por ser muy tradicional para las
más avanzadas y demasiado diferente para las más tradicionales, me dije que con lo poco que sé, y
con los contactos que había ido haciendo con librerías, prensa y demás, iba a intentar montar una
pequeña editorial en serio. Hace años ya había hecho alguna cosa. Le publiqué algo a Aidan Koch,
pero era más amateur, poco serio. Ahora voy a intentar hacerlo bien, trabajármelo. Y la decisión fue
fácil.
¿Cómo está a día de hoy la situación con De Ponent, sabes algo?
Desde SD Distribuciones me pasaron el contacto del gestor, y me dijeron que teníamos que
escribirle con la situación contractual con De Ponent de cada uno: si tienen libros, si nos deben
dinero, si tienen originales… Yo escribí de inmediato para explicar que a mí me debía dinero, y que
había libros míos en SD. Y para saber cómo se iba a solucionar, si me iban a pagar, qué pasaba con
los derechos… Yo entiendo que si la editorial desaparece los recupero, o si cambia de nombre o de
persona al mando yo tendría que firmar un nuevo contrato, cosa que no quería hacer. Me dicen,
entonces, que ellos no pueden solucionarme nada, que simplemente querían tener toda la
información para pasársela al abogado de la familia de Camarasa, que decidiría si acepta o no la
herencia. Desde que me contestaron eso, no he vuelto a saber nada. Por otro lado, imagino que De
Ponent tendrá asuntos que liquidar o aclarar con SD, y evidentemente, hasta que SD no los aclare
la cosa va a estar un poco parada. La distribuidora tampoco es una ONG, es normal. Lo que está
claro es que los autores aquí somos los últimos monos, no tenemos la fuerza suficiente. Yo me he
hinchado de llamar y de enviar la información a todos los autores de De Ponent que he podido
encontrar, pero no tenemos fuerza suficiente para poder pagar un abogado. Estamos con el culo al
aire.
Yo leí que hasta Altarriba y Kim están en esa situación, y que no han recibido ningún
dinero de la venta de derechos al extranjero de El arte de volar.
Yo entiendo que Paco podía hacer muchas cosas que igual no eran muy profesionales, pero si tú le
decías que te liquidara, lo hacía, yo nunca tuve ningún problema. Es más: una semana antes de
fallecer me estaba preparando la liquidación. Hay algunos autores que según he leído publicaron el
libro con De Ponent y no se interesaron nunca por la liquidación. Yo, que dependo casi
exclusivamente de mis ventas, a los seis u ocho meses ya le estaba diciendo a Paco: «Hey, ¿cómo
va esto, cómo han ido las ventas?». Si vendiera los derechos al extranjero de una de mis obras a los
dos minutos ya habría estado diciéndole a Paco: «Hey, ¿qué tal? Ya tienes mi número de cuenta…».
Y a raíz de la desgracia que ha sucedido creo que se ha creado un debate en torno a la situación de
los autores cuando sucede algo así. Creo que nunca, desde que yo estoy publicando, desde hace
cuatro o cinco años, se había dado una situación en la que fallece el editor y se queda todo en el
aire. Normalmente vas publicando y confías en que se irán haciendo las cosas, pero hay que luchar
por lo tuyo.

¿Cómo fueron las ventas de los dos títulos que publicaste con De Ponent?
Albert contra Albert creo que vendió unos seiscientos ejemplares. Me pareció guay para ser un libro
de alguien que no conoce ni Pedro, pero siempre había tenido muchos problemas de distribución.
Amigos míos que trabajan en la Fnac me habían dicho que los libros se agotaban y se pasaban un
mes pidiéndolo sin recibirlo. Y entonces yo tenía que estar diciéndole al editor que hablara con los
distribuidores, que les metiera caña. Estaba funcionando el boca-oreja: había gente que me contaba
que tenía un hijo con trastorno bipolar, que le había gustado el libro y lo estaba recomendando. Y
eso que sólo había hecho una presentación. Así que con Llavaneres me propuse currármelo a tope.
Hice seis o siete presentaciones, un montón de entrevistas… Por entonces Paco ya estaba enfermo.
Y una semana antes de fallecer, le pregunto por las ventas y me dice que quedan ochocientas
ochenta copias en el almacén.
¿De una tirada de mil?
Sí, de mil. Y entonces pienso: si entre todas las presentaciones he vendido cien, sumados a los
ejemplares de copia de prensa, lo que me está diciendo el editor es que en un año no se ha vendido
ninguno. O quizás veinte o treinta, no sé. ¿Qué tipo de problema de distribución ha habido aquí?
Miré en un par de webs y comprobé que el libro apenas estaba en librerías… Vale, no soy Paco
Roca, pero aquí ha habido un problema claramente, que ha podido darse por la enfermedad de
Paco, o porque si no estás encima de la distribuidora el libro se pierde… Yo creo que con un poco de
promoción cualquier obra puede vender al menos trescientos ejemplares.
Si vendiste seiscientos con el primero, no hay ningún motivo para pensar que en
condiciones normales no vas a llegar al menos a la misma cifra con el segundo…
O al menos quedarme cerca. Yo la verdad es que Llavaneres no lo he visto en ninguna librería.
Yo tampoco.
Lo he visto en las librerías donde lo presenté, pero en la Fnac, por ejemplo, no. Lo que he pensado
es que cuando se arregle todo esto con De Ponent lo pondré a descargar de manera gratuita, para
lograr una difusión máxima. Como muy tarde, en un par de años el contrato termina, en cualquier
caso. Prefiero que las copias las salden y regalar el libro.
¿Tú no podrías hacerte cargo de la distribución de los ejemplares, que te den a ti los
ejemplares para venderlos?
El problema que creo que va a haber es que cuando se solucione el problema SD me puede decir
que tiene una relación contractual con la editorial y que tienen varias opciones… Si fuera pagar solo
portes, me hacía cargo sin problemas… Pero no creo que sea tan fácil, si no no quemarían tantos
libros como queman. Creo que a veces les sale mejor destruirlos que hacer cualquier otra cosa. Yo
ya le he dado la opción a SD de pagar portes, o de ir con el coche a llevarme cajas. Me comentan
que yo con ellos no tengo ningún contrato y por tanto no les puedo reclamar nada. Que cuando se
aclare todo lo vemos. Se podría llegar a un acuerdo con la editorial de modo que la deuda que
tienen con los autores se cancele a cambio de todos los ejemplares existentes, pero la deuda con
SD seguiría estando ahí. Hay demasiadas cosas abiertas que no sé. Cuando falleció Paco, pasaron
dos meses sin que nadie me cogiera el teléfono, ni tampoco se lo cogían a la distribuidora… Hay
que ir insistiendo para que no se diluya con el tiempo.
Hablemos de Tito. En origen es un fanzine que te autoeditas, de corte autobiográfico…
¿Cómo surge la idea o la necesidad de hacer esto?
Yo había hecho un par de fanzines de texto para el Saló del Cómic, porque tenía un amigo que hacía
un fanzine, Chuck Norris, con el que tocaba en el mismo grupo. Me animó a preparar algo para pillar
un stand entre los dos. Escribí un par de fanzines en el estilo de Bukowski, pero eran bastante
malos. Así que al ver que no se me daba muy bien y me daba vergüenza venderlo, pensé en hacer
un cómic. Y justo en ese momento comencé a tener problemas familiares por todo el tema que se
cuenta en Albert contra Albert. Quería hacer algo de humor pero un poco sentido, de chaval que
sufre. Y en ese momento me leí Mis circunstancias de Lewis Trondheim, y vi que llevaba años
haciendo algo parecido a lo que yo quería hacer. También leí, en la Joso, Diario de un álbum de
Dupuy y Berberian, que también me marcó bastante. Me di cuenta de que podían hablar de cosas
que les preocupan, de su carácter, y no pasa nada. Y así hice Perro, en esa línea. Como no quería
que me quedara demasiado egocéntrico, usé a un perro como personaje. Hice cincuenta o cien
copias, y decidí que haría un fanzine anual para el Saló del cómic, pero ya poniéndome a mí como
protagonista. Los haría sin guión, dibujando en una libreta las cosas que se me ocurran. Cuando
llene las páginas, paro y lo llevo a imprimir. Sin bocetos, a saco. Y a partir de ahí surge Tito.

¿Por qué el nombre de Tito?


Porque hubo una época, no sé por qué, que me dio por saludar a la gente diciéndole: «¿qué pasa,
Tito?». «Tito, Tito». A mí los más allegados me llaman Arni, mi madre cuando se enfada conmigo me
llama Arnaldo, pero muchos amigos empezaron a decirme Tito cuando me veían. Se convirtió en
una broma y pensé que en lugar de llamarlo Arnau era mejor Tito.

¿Cómo alguien que estudia en una escuela tan tradicional como Joso, donde te inculcan
mucho la idea de convertirte en un dibujante profesional y trabajar para Francia o EE.
UU., acaba dibujando algo tan alejado de ese canon como Tito o tus novelas gráficas?
Bueno, creo que Juanjo Sáez también estudió en la Joso. En mi caso, estudié Art Grafic, que eran
cuatro años, y estaba muy frustrado. Yo empecé a dibujar cosas al estilo de Daniel Clowes. Él y
Charles Burns habían sido mis mayores influencias desde los dieciséis años. Yo quería hacer cosas
como ellos, pero no terminaba de funcionar el dibujo, era muy agarrotado y estático. Y a finales del
tercer año, estábamos dibujando un modelo, y se me acercó mi profesor, Jordi Sempere, que
también es autor de cómic. Un tío con mucho carácter, que no se cortaba y era muy claro. A mí
siempre me habló con mucho respeto de mi trabajo. Y me preguntó que por qué no dibujaba en el
estilo de mis bocetos, que tenían mucha más frescura. Que lo que estaba intentando era dibujar
«bien», como alguien que no era. Y me dijo claramente que no le gustaba, que no funcionaba. En
cambio, los bocetos se asemejan más a lo que estaba haciendo Blain o Gipi, una mezcla rara… Y
empecé por ahí. Hice un proyecto de cuarenta páginas, aún inacabado, que es Blain total. Y a partir
de ahí se me abrió un mundo nuevo y diferente. Y fue gracias a Jordi, que me dijo que dejara de
intentar copiar la realidad como si fuera una foto y dibujara al modelo en mi estilo.
Todo esto tiene que ver con qué consideramos que es un buen dibujo… tú mismo has
dicho que intentabas dibujar «bien». Pero al final el buen dibujo es otra cosa…
Sí, es un dibujo expresivo. El 98% de cómics que tengo están «mal dibujados», de una forma poco
académica. Pero al final es lo que recuerdas. Yo tengo algún libro de Alex Ross, y me gusta, pero al
final te das cuenta de que lo bien dibujado es otra cosa. Y eso que a mí de pequeño me gustaba
mucho Conan, me encantaba el dibujo canónico.

Un John Buscema, por ejemplo.


Claro, pero un día te cruzas con un dibujo de Robert Crumb, y ves que no está «bien dibujado», y
de repente el cerebro lo entiende. Y autores que te gustaban mucho te cuesta volver a releerlos.
Trondheim es de los pocos que sigo releyendo y cuyo dibujo me aguanta.

En Tito, ¿nunca repites una página, no corriges?


No, no. E incluso con mis novelas gráficas no cambio casi nada. Creo que en Llavaneres cambié dos
viñetas. En el proyecto con el que estoy ahora, Tibirís, he cambiado dos páginas. Pero no suelo
hacerlo. Mi método de trabajo es un poco raro. Siempre me tiro un par de meses pensando en un
proyecto, sin apuntar nada. Pero llega un día en el que cojo un papel y apunto las diez primeras
cosas que se me ocurren en función de lo que he pensado. Los primeros recuerdos que me vienen a
la cabeza se quedan. Con Tito el proceso es incluso más espontáneo: me acuerdo de una cosa que
me pasó y la hago. A veces incluso escribo primero la anécdota y luego adecuo el dibujo. Por eso
hay veces que queda un bloque de texto grande y las caras alrededor… Es una forma de trabajar
que me da libertad total. Lo importante no es el dibujo, sino el conjunto. Que funcione y que se lea
rápido.

Conviertes el lenguaje gráfico en caligrafía… Reduces incluso las caras a la mínima


expresión.
Sí, y creo que con Tito toca música igual me he pasado ya de incluir información. Porque quiero
contar muchas cosas. Siempre intento buscar nuevas fórmulas. Tito en el aeropuerto fue el más
icónico, apenas dibujo los objetos del aeropuerto, las caras… Es que me canso muy rápido de hacer
las cosas, necesito cambiar para no aburrirme. Con Tito pongo mucha energía al principio, pero
estoy a lo mejor veinte minutos y paro. Claro, me hago cuatro páginas. Si, por ejemplo, acabo de
hacer una página en la que salgo yo detrás de la mesa, luego no la voy a repetir igual. Quizás solo
dibuje caras en la siguiente página. Funciona, y a la gente le da igual, porque creo que los lectores
de Tito no tienen expectativas de un buen dibujo, sólo quieren entretenerse un rato en el metro o
en el baño. Es como comerse una aceituna. Y eso me da mucha libertad para ir quitando cosas que
en Tito no me sirven de nada.

¿El color lo das a mano?


Sí. En Albert contra Albert era lápiz de color en los bordes y en los fondos, y las caras eran con
acuarela. En Llavaneres era todo lápiz de color. Creo que eran unos Caran D’ache que me regalaron
por la comunión [risas]. Elegí seis colores nada más, que separé del resto. No puedo tener la caja
abierta, porque me disperso, y pierde fuerza mi trabajo. Con Tibirís son cinco tonos de azul de
acuarela, por ejemplo. Y para mi siguiente proyecto trabajaré con acrílico y tinta negra.

¿Es una manera de no encasillarte, de no verte haciendo siempre lo mismo?


Sí, es que lo que hago se me va quedando viejo. Yo ahora miro Albert contra Albert y aunque tenga
empaque como libro, lo veo algo flojo. Creo que si me conformo la palmo. Llavaneres me gusta
mucho más, porque es muy blanco y muy abierto, pero me doy cuenta de que ese estilo
seguramente no funcionaría si el libro no fuera sobre el verano. En esos dos primeros libros hice la
línea en una hoja y los fondos en otra. Luego escaneo y lo uno. En Tibirís, sin embargo, lo hago todo
en la misma hoja, excepto los textos, que van en otra capa cuando ya trabajo en Photoshop. Y, para
dar el color, me voy buscando técnicas cada vez más rápidas. Por eso he pasado de lápiz de color a
acuarela, es más espontáneo. Lo que hago es dar el color de cinco páginas a la vez, tengo los cinco
azules por orden de más claro al más oscuro; con un pincel bastante gordo mojo y voy dando cada
tono de azul en las cinco páginas al mismo tiempo. En una hora puedo tener las cinco páginas
coloreadas. No me interesa la perfección, me gusta el error. De hecho si intento hacerlo muy bien la
página me queda peor. Como la acuarela, salvo que seas un Miguelanxo Prado, es incontrolable,
se ajusta a eso y me ayuda a mantener la frescura y el interés en el libro. Si me aburro, la cosa se
complica. Si llega un momento en que me canso prefiero estar una semana sin hacer nada, hasta
que vuelva a tener ganas.
Lo que cuentas de la acuarela me recuerda a la manera en la que la utiliza Joann Sfar.
Él es mucho más exagerado que yo. Y con el tiempo ha ido desfasando mucho más. Desprende
mucha fuerza, te puede gustar más o menos, pero cuando ves un libro de Sfar lo primero que pasa
es que te pega una hostia… «¿Qué coño es esto?». Y creo que juega cada vez más con la fuerza del
color, muchas veces el dibujo no es nada, pero desprende tanta potencia y energía el trazo… Creo
que hay cada vez más autores que buscamos eso. En mi caso, no sé si es por las limitaciones que
tengo para hacer un dibujo académico, o simplemente por el interés de que todo sea cada vez más
potente. A mí no me interesa tanto el dibujo como que la historia te atrape y te metas dentro de
ella.

En Tito te muestras a ti mismo como un tipo un poco gruñón, maniático… ¿hasta qué
punto es exageración humorística y hasta qué punto es catarsis?
Yo creo que soy muy divertido, muy payaso, pero a la vez tengo muy mal carácter y mal humor. Me
molestan muchas cosas. Tengo los dos extremos. Muchísimas veces me han dicho que no se me
puede hablar en serio, porque siempre estoy haciendo bromas de todo. Pero, a la vez, si me hacen
bromas a mí me lo tomo fatal. O cuando comentan algo de mi trabajo que no me gusta me pico…
Soy muy picón. Cualquier comentario me puede sentar mal, y más si me lo dices delante de la
gente. Es algo muy infantil pero que me gusta mantener, no sé, no tiene sentido tener treinta y dos
años y seguir picándome de esta forma, pero es que hay cosas que no cambian. Pero cuando salgo
soy muy divertido, porque estoy casi todo el día en casa.

De hecho, te dibujas muchas veces trabajando en casa, y me da la sensación de que no


importa que no compartan tu profesión para que los lectores se sientan identificados.
Cada vez más gente trabaja en casa, además. Y creo que reproduces muchas cosas que
le pasan a uno cuando trabaja en casa: la procrastinación, las distracciones…
Sí, y eso que yo intento tener un horario bastante marcado. Pero al final siempre me lo paso por el
forro. Me gusta mucho estar en casa pero a la vez me canso rápido de las cosas. He probado a
trabajar con gente y me despisto aún más, porque me levanto, le pregunto, le pongo música… Me
gusta tener mi espacio, escoger la música yo, que nadie me moleste o venga a decirme nada. Creo
que soy más productivo encerrado en casa y viendo gente a las seis de la tarde.

¿Tito hace música lo haces ya pensando en la recopilación, o iba a ser un fanzine


independiente al principio?
Yo quería hacer el cierre de una época de Tito, estaba ya un poco quemado, porque al final se
convierte en una obligación. La gente te pregunta qué vas a hacer en el siguiente… No me gusta
que me digan lo que tengo que hacer, por mi carácter de cabezón y picón. Pero sí quería hacer un
homenaje a mis amigos, y como el 90% de la gente que conozco la he conocido en la música, pensé
en hacer Tito toca música. Justo entonces estaba hablando con la gente de la librería Anti de Bilbao,
que es donde presento los libros, y me ofrecieron editarme ellos el fanzine. De esa forma podría
hacer más páginas, tirar más ejemplares… Y mientras estaba dibujándolo me propusieron hacer
una recopilación de todos los Titos más Perro. Me pareció una buena idea para cerrar todo. Pero, al
final, cambiaron la línea editorial, querían hacer cosas más serias y Tito no les encajaba. Y como ya
estaba hecho y estaba ya montando mi editorial, Aia, decidí sacar el libro como la primera
referencia.
De Tito toca música me interesa mucho la unión que puede haber entre la música y el
cómic. Cada vez hay más gente que practica ambos… A priori parecen cosas
antagónicas: el cómic lo haces tú solo, encerrado en casa, y en cambio para la música
necesitas juntarte con otra gente. ¿Cómo ves tú este tema?
Yo encuentro la unión muy natural, porque los primeros fanzines que vi, anarquistas y punk,
estaban en conciertos en Barcelona. Había cosas bastante underground y escatológicas. Te veían
como un niñato de mierda, y te preguntaban si conocías, por ejemplo, a Charles Burns. Esto te lo
decía un punki de los que siempre ha habido en Barcelona, un poco más pijo, gente de Bellas Artes
o de Filosofía. Algunos vendían fotocopias de Robert Crumb o de Peter Bagge. Y empezabas a
hacer tus cosas, a compartir mesas en los salones de cómic con estos punkis que veías que
compraban cosas en el stand de La Cúpula. E ibas a ver qué había. La Cúpula es la editorial a la que
más cariño le tengo porque fue la que me descubrió a muchos autores. El último, Hideshi Hino, y
eso que yo no soy un gran lector de manga.

En Tito cuentas muchas experiencias musicales, en grupos muy diferentes. Hay que
prestar mucha atención para seguir todos los movimientos de cada músico, es algo
típico de esta escena… No sé hasta qué punto es algo central en tu vida, la música. Igual
más que el cómic.
Sí, la música es muy importante para mí. No puedo trabajar sin música, me acuesto pensando en
música, me levanto con una canción en la cabeza… Desde que tenía dieciséis años estoy metido en
grupos. Ahora mismo una parte de mis ingresos viene de tocar en un grupo de música. Aparte hago
cosas mías; con Aia vamos a sacar una cinta de ambient que he hecho yo. Ahora he vuelto a
empezar a ir a muchos conciertos. Cuando era chavalín y sólo dibujaba en el borde de las hojas, me
dedicaba a ir a conciertos, uno detrás de otro. No fumabas, no bebías, no te interesaban las chicas
—o sí, pero eras demasiado tímido para decirles nada— y la música era todo. Además, en mi casa
he tenido la suerte de que siempre se ha escuchado música.

En Tito toca música lo cuentas.


Sí, y en el final de Albert contra Albert recuerdo a mi padre bailando imitando a Freddie Mercury.
Él de joven iba por las calles del pueblo, de San Adrià, con el pelo largo y un rayo pintado en la cara
porque le encantaba Bowie. También Lou Reed… He tenido la suerte de tener unos padres con
gusto musical, que siempre ponían música en el coche… Eso influye. Ahora tengo más cómics que
discos en casa, pero no me quejo de mi colección de discos.

Decías que tanto los fanzines como las novelas gráficas las haces con bastante
espontaneidad, sin planificar mucho. ¿En la música funcionas igual, improvisas y te
quedas con lo primero que sale, o el método de trabajo es diferente?
Si es algo que hago yo solo, cosas de ambient con teclados y demás, por lo general, soy bastante
conformista. Hay que reconocerlo. Tanto con los libros como con la música. Si trabajo con otra gente
es diferente. Ahora estamos preparando el nuevo disco y tenemos un montón de cosas que, si fuera
por mí, saldrían ya. Me gusta la frescura, aunque algo no sea perfecto, pero también es verdad que
hay cosas que cogen más empaque si les das una vuelta y las trabajas. Soy muy compulsivo con las
cosas, y por eso tengo la vara de medir muy baja [risas]. Me gusta ser productivo, me da miedo
quemarme rápido.
Volvamos al cómic para terminar. ¿Qué más nos puedes contar de tu nuevo proyecto,
Tibirís?
Es una historia sobre la posguerra, pero no hay bombas ni nada de eso. Desde pequeño he sido
muy curioso, y le preguntaba a mi abuela cosas de la familia y de la época. Una parte de mi familia
era súper facha y la otra súper anarquista. Y resulta que mi abuela tenía un tío que vivía con ellos:
lo llamaban Tibirís. Era homosexual, y mi abuela siempre me decía que se cocinaba aparte, en su
habitación tenía un hornillo. Lo decía con mucha naturalidad, pero a mí me parecía muy raro. ¿Por
qué? Siempre me había extrañado. También quería contar anécdotas de las mujeres en la
posguerra. Y empecé a hacer este libro, que al principio no era ni una cosa ni otra. Es como una
radiografía de la familia de mi abuela. Las partes de Tibirís son un poco duras, porque son historias
de un homosexual en la posguerra, estaba muy puteado. Pero no puedo saber hasta qué punto es
real lo que aparece, porque me lo está contando una persona de noventa años sobre el recuerdo
que tiene sobre su tío. Pero ella no sabía dónde iba los fines de semana, ni la vida sexual que
tenía… Sabían que tenía un novio, pero poco más. Es una visión muy inocente de todo. Por ejemplo,
cuento la primera regla de mi abuela, cuando «fue mujer». No está contado de una manera dura,
pero en conjunto creo que te permite hacerte una idea de cómo se vivía entonces. En la casa de
mis abuelos, por ejemplo, iba un tío que conocían que era profesor de gimnasia, a hacerles correr,
como si fuera un juego, para que entraran en calor, porque eran tan pobres que no tenían para
leña. Eso es un recuerdo muy bonito de mi abuela, pero para nosotros, que lo hemos tenido todo,
nos parece fuerte. Intento que haya una compensación, que el libro no sea tan duro.
¿Lo sacarás con tu nuevo sello?
Sí, en España lo sacaré yo, pero también estoy hablando con un par de editoriales francesas, pero
cuesta, la comunicación a veces es complicada. Escribes, pasan dos meses y no te contestan, te
piden los trabajos anteriores, quieren ver lo que llevas… Ya tengo casi noventa páginas de Tibirís
terminadas.
¿Qué otros proyectos tienes para Aia? ¿Publicarás obras de otra gente?
Estamos preparando un libro de fotografía de un colega nuestro. Sobre todo son texturas,
montañas, paisajes… También estamos preparando otro libro de fotografía de una chica. A Irkus M.
Zeberio le quiero sacar algunas cosas, también. El año que viene publicaremos una novela, también
un par de cintas de música ambient… Y mío tengo unos cuadernos de viaje de Nicaragua, Costa
Rica y Panamá. No sé si haré una tirada de doscientas copias o subirlo a internet para promocionar
la editorial. ¡Ya se verá!

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