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EXPERIMENTOS PARA VOLVERSE LOCO


Electrocutar, drogar y torturar era habitual en las investigaciones psicológicas
extremas. Estas son diez de las más llamativas que se han hecho

POR POR JOSÉ A. RODRÍGUEZ/JUAN SCALITER. ILUSTRACIONES: SKINPOP 26/01/2015

 

La psicología es una ciencia joven. N a c i ó a f i n a l e s d e l s i g l o


X I X . Los primeros experimentos psicológicos se relacionaban con
procesos básicos, como la percepción y la sensación. Por ejemplo,
se medían tiempos de reacción ante determinados estímulos. Nada
excitante. Debido al avance de la psicología social, los estudios se
fueron animando; en buena parte gracias, además, a los horrores de
la Segunda Guerra Mundial, ya que loos p s i c ó l o g o s q u e r í a n
responder a la pregunta de c ómo podía ser posible que l os
humanos hubieran cometid o tantas atrocidades .

Muchos de los grandes experimentos que descubrirás en este texto


serían totalmente impensab les hoy en día, ya que ningún
comité de ética los aprobarí a.
En muchas de las investigaciones, los científicos responsables
explicaban medias verdades y lograban que la gente participara en
ellas. Porque de lo contrario, quién querría angustiarse, hacer lo
impensable, desmoronarse, por un investigador que buscaba poner
a prueba una teoría psicológica. Precisamente a raíz de estudios
como el de Milgram y Zimbardo (que explicamos adelante) s e
determinó establecer un cód igo ético para futuros
e x p e r i m e n t o s , una serie de reglas basadas en el consentimiento
plenamente informado de los voluntarios sobre los objetivos y las
implicaciones del experimento, así como en su libre y total derecho
a dejar la prueba cuando quisieran. Por eso, desde finales de la
década de 1970, los experimentos de psicología social son más
seguros, pero también (hay que reconocerlo) más aburridos.

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Hacerse pasar por loco


¿ I r í a s a u n p s i q u i á t r i c o p a r a h a c e r t e p a s a r p o r l o c o ? Esto es lo
que propuso en 1971 el psicólogo David Rosenhan a varios
amigos. Debían acudir a diferentes hospitales y decir que unas
voces les decían: “vacío”, “hueco” y “ruido”. Todos fueron
recluidos. Siete de ellos con diagnóstico de esquizofrenia y otro
como maniaco-depresivo. Las instrucciones de Rosenhan eran:
dentro del hospital debían comportarse de forma normal y decir
que ya no oían voces.
La lógica indica que una vez que los médicos descubren que el
comportamiento del voluntario es normal, dejarían que se fuera a
casa. Pues no fue ese el resultado. En promedio, quienes
participaron en el experimento estuvieron ingresados 19 días. Uno
de ellos llegó a estar 52 (menudo amigo resultó ser Rosenhan). Los
psiquiatras evaluaban continuamente a estos pacientes, que
aseguraban estar sanos. Pero no les creían. El objetivo de Rosenhan
era poner a prueba las técnicas de diagnóstico de los psiquiatras.
En su opinión, cuando etiquetaban a alguien como enfermo mental,
los médicos ya no veían a la persona, sino a la etiqueta.
Manipular a las masas.
Ron Jones, profesor en un instituto de California, Estados Unidos,
dejó patas arriba las normas de su clase para poner a prueba a sus
alumnos. Cuando un estudiante hablaba, se ponía de pie en
posición de firmes al lado de su pupitre. Los alumnos de su clase y
él tenían un saludo secreto, un gesto con la mano como si imitaran
el movimiento de una ola. Y empezaron a crear eslóganes, como
“La fuerza es fruto de la disciplina” o “La fuerza es fruto de la
acción” o “La fuerza es fruto del orgullo”. Se autodenominaron
como La Tercera Ola.
¿ Q u é o c u r r i ó ? Los alumnos se sentían cada vez más poderosos,
más especiales, más importantes. Empezaron a reclutar a alumnos
de otras clases. Ron Jones, deseoso de llevar su experimento hasta
el final, convocó a todos los miembros de La Tercera Ola en la sala
de actos del instituto, les puso un discurso de Hitler y les dijo que
tenían que realizar una revolución social.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? Era 1971. Ron Jones quería demostrar
lo sencillo que es manipular a las masas, como lo hizo Hitler. Al
final del experimento, que duró apenas cinco días, les dijo a sus
alumnos: “Habéis sido empujados por vuestros propios deseos
hasta donde os encontráis ahora. La Tercera Ola solo ha sido un
experimento. Habéis sido usados. Manipulados. No sois peores ni
mejores que los nazis que hemos estudiado”.

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Obedecer hasta la muerte

En 1961, el psicólogo Stanley Milgram, de la Universidad de Yale,


reclutó a voluntarios para u n experimento sobre memo ria y
a p r e n d i z a j e . Los interesados llegaban a la sala donde les esperaba
un científico y otro supuesto voluntario que, en realidad, era un
colaborador. El investigador comentaba que quería medir la
cantidad de castigo necesaria para mejorar la capacidad de
aprendizaje. Para ello, el secuaz del investigador (que hacía de
alumno) debía memorizar palabras que los voluntarios reales le
leerían. Luego, estos leían la primera palabra del par y el alumno
debía recordar la palabra asociada. Si fallaba, los maestros
accionaban una llave para aplicar una descarga eléctrica. ¿Qué
pasó? El “alumno” fallaba, claro, porque era parte del experimento,
y recibía descargas más intensas (no eran descargas reales, pero se
quejaba como si lo fueran). Gritaba y se retorcía de dolor. Los
voluntarios le decían al científico que, quizá, debían parar. Él les
ordenaba que continuaran, que era su obligación. El 62,5% de los
participantes aplicaron 450 voltios, a pesar de que a partir de los
300, el alumno se hacía el desmayado. ¿Qué querían investigar? En
esa época, el mundo asistía al juicio contra Adolf Eichmann,
responsable de la política de exterminio nazi contra los judíos.
Eichmann nunca negó los hechos que se le imputaban, pero se
defendía: “La persecución solo podía decidirla un gobierno, pero
en ningún caso yo. En aquella época era exigida la obediencia”.
Con este experimento, M i l g r a m q u i s o e x p l o r a r h a s t a q u é p u n t o
n o s p o d e m o s s e n t i r o b l i g a d o s a s e g u i r ó r d e n e s que pueden
acabar con la vida de una persona.
E l e f e c t o e s p e c t a d o r.
¿Paseas por una calle concu rrida y una persona cae, ¿la
a y u d a r í a s ? En 1969, los psicólogos estadounidenses Bibb Latané
y John Darley realizaron un experimento para descubrirlo. Los
voluntarios se quedaban solos en una habitación; a veces, con un
cómplice del psicólogo. Este decía que tenía que salir un momento.
Los voluntarios esperaban, pero de repente oían mucho ruido en la
sala de al lado.
Escuchaban que alguien gritaba y se lamentaba de dolor. ¿ Q u é
h i c i e r o n l o s v o l u n t a r i o s ? Si estaban solos, el 70% de ellos iba a
la otra sala a prestar su ayuda. Si estaban acompañados, solo un 7%
de los voluntarios se decidía a ayudar.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? Los psicólogos querían poner a prueba
el efecto espectador en casos de emergencias. Estas situaciones,
como la del grito en la sala vecina, son excepcionales y, en
ocasiones, ambiguas.“En estas circunstancias buscamos elementos
que nos den pistas, y habitualmente lo que hacemos es mirar qué
hacen los demás”. Preferimos ser espectadores antes que
protagonistas.

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La cárcel de Stanford
U n o s i b a n a j u g a r a s e r g u a r d i a s y o t r o s a s e r p r e s o s . Philip
Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford, contrató en
1971 a un grupo de 24 estudiantes universitarios. Todos ellos,
según un estudio previo, emocionalmente estables. Así que un buen
día carceleros y delincuentes llegaron al que iba a ser su hábitat: un
espacio de 10,5 m en el sótano del edificio de Psicología. Como
escribió Zimbardo: “Se mandó desnudar a todos los presos, se les
roció con un preparado despiojador y se les hizo estar de pie y
solos, en cueros, durante cierto tiempo en el patio del sótano.
Después de darles el uniforme y tomarles una fotografía, se llevó a
cada uno a su celda y se les ordenó estar callados”. Les dieron un
número. Los guardias, también voluntarios y emocionalmente
estables, decidieron por su cuenta que si un preso se portaba mal,
perdería un privilegio (como hablar con otros). Y fueron
aumentando los castigos: les prohibían comer, dormir o les
obligaban a estar incomunicados. A las 48 horas, algunos presos
intentaron amotinarse. Varios presos empezaron a padecer
pensamiento desorganizado y síntomas de depresión. Así que
Zimbardo canceló el experimento a los seis días. Tenía previsto que
durara dos semanas.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? Por qué muchas personas son tan
sádicas en algunas situaciones. Que los presos se convirtieran en
números permitió que los vigilantes sintieran que tenían delante a
un ser que era menos persona. Deshumanizaron a los presos y les
despojaron de sus derechos.
A prisión por un verbo
Imagina que tu futuro depen de de la memoria de un test igo.
¿Quieres saber si sus recuerdos son fiables? A mediados de la
década de 1970, los psicólogos estadounidenses John Palmer y
Elizabeth Loftus pusieron en marcha este experimento. Siete
personas veían los mismos vídeos sobre siete accidentes de tráfico.
La clave era la pregunta que les hicieron después de verlos. Los
investigadores tenían la hipótesis de que el verbo usado en la
cuestión podía desempeñar un papel fundamental en la respuesta
que dieran los testigos.
Por tanto, formularon la misma pregunta con cinco verbos
diferentes: “¿A qué velocidad iba el coche cuando se
estrelló/chocó/se cruzó/colisionó/entró en contacto?” Esta es la
velocidad media a la que iba el coche según las respuestas de los
voluntarios en función del verbo: estrellarse (65,65 km/h), chocar
(63,23 km/h), cruzarse (61,30 km/h), colisionar (54,71 km/h) y
entrar en contacto (51,17 km/h). Cuanto más suave era el verbo,
más lento iba el auto.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? Las distorsiones de nuestra memoria.
¿Cuántas personas están en la cárcel por un error de memoria de un
testigo? Según el presidente de la Asociación Americana de
Psicología Legal, Gary L. Wells, las malas identificaciones causan
el 80% de las condenas erróneas en Estados Unidos.

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Aterrorizar a un niño
¿Qué pasaría si a un niño qu e no le tiene miedo a las rat as
blancas le presentamos una y al mismo tiempo hacemo s un
r u i d o m u y f u e r t e ? En 1919 John B. Watson, psicólogo de la
Universidad Johns Hopkins y uno de los padres del conductismo,
se hizo esta pregunta.
Para su investigación eligió a Little Albert, un niño de un año, sano
y feliz, que no le temía a estos roedores.
En su experimento, cada vez que el pequeño Albert se acercaba a
acariciar a la rata, Watson provocaba un ruido muy intenso.
Tiempo después, el niño lloraba asustado cuando veía a la rata
blanca, a pesar de no escuchar ningún ruido.
¿Cuál era el propósito?
¿Recuerdas el famoso experimento del perro de Pavlov? Sí, aquel
que llevó a cabo a principios del siglo XX el psicólogo ruso Iván
Pavlov. Consistía en hacer sonar una campana cada vez que le
presentaba comida a un perro. El perro salivaba por la comida.
Pero en su mente fue asociando la comida al sonido de la campana.
Y finalmente, salivaba con solo oír el sonido de la campana.
Watson tuvo la cruel idea de ponerlo en práctica con un niño.
Monos ejecutivos
Para este experimento u t i l i z a r o n s e i s m o n o s r h e s u s , especie muy
común en estas investigaciones porque su comportamiento y
emociones son muy similares a los humanos.
Los primates estaban encerrados por parejas en diferentes jaulas. Y
recibían descargas eléctricas durante dos sesiones de seis horas
cada una y un par de veces al día. Un miembro de cada pareja
podía accionar una palanca para impedir las descargas. Algunos
aprendieron a hacerlo. Pero, ¿ q u é l e s p a s ó ? Todos los que
aprendieron a accionar la palanca desarrollaron una úlcera
gastrointestinal.
¿ Q u é s e q u e r í a i n v e s t i g a r ? Lo malo que es el estrés. Joseph
Brady, el psicólogo estadounidense que realizó esta prueba en
1958, bautizó a los participantes como “monos ejecutivos”. Y
demostró que el estrés nos puede enfermar. En este caso,
ocasionado por saberse responsables de poder evitar las descargas
eléctricas.

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Enemigos y amigos
En 1954, el psicólogo Muzafer Sherif, considerado uno de los
fundadores de la psicología social, tuvo la idea de llevar a dos
grupos, cada uno de 11 niños, a un campamento de verano en
Oklahoma, Estados Unidos.
Los menores no se conocían entre sí. Uno de los grupos era el de
las Águilas y el otro el de las Serpientes de Cascabel. Para
empezar, no mantuvieron contacto entre ellos. Realizaban
actividades como montañismo. De este modo, los niños fortalecían
los vínculos con los miembros de su grupo. Pero pasados unos
días, Sherif puso a competir a los dos equipos en actividades
deportivas. La rivalidad era atroz. Algunos niños, incluso, robaban
víveres del equipo contrario.
Sherif se planteó que quizá e r a t a n f á c i l e n f r e n t a r a d o s g r u p o s
c o m o r e c o n c i l i a r l o s . Llevó a cabo actividades no competitivas
para calmar los ánimos. Nada. Así que se le ocurrió plantearles un
reto que les afectara a ambos. Averió el camión que llevaba la
comida al campamento. Así que si querían cenar esa noche, los dos
grupos tenían que empujar el camión. Y lo hicieron en equipo. Otro
día, el psicólogo cortó el suministro de agua. En unas horas, ambos
grupos
se habían organizado y consiguieron arreglar el problema.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? Dinámicas entre grupos rivales. Y qué
fácil es hacer las paces cuando hay intereses comunes. Como
escribió Sherif: “La hostilidad desaparece cuando los grupos se
unen para alcanzar metas dominantes, que son reales y apremiantes
para todas las personas en cuestión”.

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Resistir la tentación
Paciencia” y “niños” son dos palabras que no suelen ir juntas. Pero
en 1968 el psicólogo Walter Mischel, de la Universidad de
Stanford, en Estados Unidos, quiso poner a prueba el autocontrol
de varios infantes. El experimento fue el siguiente: los niños
entraban en la sala en la que estaba el científico. Este les señalaba
una golosina que había dejado encima de la mesa. Los niños, claro,
abrían los ojos como platos. Pero el investigador les decía que
tenía que salir un momento. Y que si a su vuelta no se habían
comido el dulce, les daría otro. Algunos niños lograban reprimirse
(se tapaban los ojos, por ejemplo, o se ponían a cantar para
distraerse), algunos aguantaban un rato, y otros se lanzaban por la
golosina enseguida.
¿ Q u é q u e r í a n i n v e s t i g a r ? La importancia del autocontrol. Walter
Mischel realizó un seguimiento de los chicos que habían
participado en su experimento durante varios años. Y descubrió
que aquellos que habían sido pacientes y resistieron la tentación
obtenían puntuaciones por encima de la media en una prueba de
aptitud escolar. Además, sus padres decían que tenían más
autoestima.
Es decir, la capacidad de tolerar la frustración en la infancia es un
buen termómetro de la salud mental en la edad adulta.

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