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02 Monologo Interior 170209 PDF
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(...) El alma humana se mueve por muchos canales y el señor Casaubon, como ya sabemos, poseía el sentido de la rectitud y un loable
deseo de dar satisfacción a los requisitos del honor que le obligaban a encontrar razones para su conducta distintas de los celos y del
espíritu vengativo. El señor Casaubon planteaba la situación de la siguiente manera:
«Al casarme con Dorothea Brooke era mi deber ocuparme de su bienestar para el caso de mi muerte. Pero el bienestar no queda
garantizado con la posesión de extensas propiedades; pueden surgir, por el contrario, ocasiones en que semejante posesión la exponga
a mayores peligros. Dorothea es presa fácil para cualquier hombre que sepa jugar hábilmente con su ardor afectuoso o con su
entusiasmo quijotesco; y hay un hombre que espera precisamente con esa intención; un hombre sin otro principio que sus caprichos
pasajeros y que siente una personal animosidad contra mí -de eso estoy seguro-, una animosidad alimentada por la conciencia de su
ingratitud y a la que ha dado rienda suelta ridiculizándome, cosa de la que estoy tan seguro como si le hubiese oído en persona.
Incluso aunque yo viva, no dejará de preocuparme lo que pueda intentar mediante su influencia indirecta. Ese hombre ha despertado
el interés de Dorothea: ha captado su atención; ha tratado de convencerla de que sus derechos van más allá de todo lo que he hecho
por él. Si muero -y está esperando aquí para ver si se produce ese final-, la convencerá para que se case con él. Eso sería una
calamidad para ella y un gran éxito para él. (...). ¿Es que Ladislaw ha perseverado alguna vez en otra cosa que no sea llevar la
contraria? Sólo le interesa el saber de relumbrón, obtenido con el mínimo esfuerzo. En religión podría ser, mientras le convenga, el
fácil eco de las corazonadas de Dorothea. ¿Es que alguna vez se han disociado los conocimientos superficiales de la relajación de las
costumbres? Desconfío por completo de su moral y es mi deber impedir por todos los medios que corone con éxito sus planes.(...)»
p453
Juan Rulfo, “Macario”. El llano en llamas. México, FCE
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el
gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el
sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla
en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo,
menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con
ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que
dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada
vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda hacer las
cosas. .. Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo
lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de
lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte
la comida. P.7
William Faulkner, El ruido y la furia. (s.t) Grupo Santillana, “Ganadores del Premio Nobel”, 2003, pp. 141-42
«Gracias por el pastel», dije.
«Extranjeros», dijo, escrutando la oscuridad donde resonaba la campana. «Hágame caso y no se acerque a ellos, joven».
«Sí, señora», dije. «Vamos, pequeña». Salimos. «Gracias, señora».
Cerró la puerta, la volvió a abrir de golpe, haciendo que la campana emitiese su breve nota solitaria. «Extranjeros», dijo, mirando la
campana.
Salimos. «Bueno», dije, «¿Qué te parece un helado?». Se estaba comiendo el pastel desmigado. «¿Te gustan los helados?». Me miró
inexpresiva, masticando. «Vamos».
Llegamos a la pastelería y pedimos unos helados. Ella no soltaba la barra. «Por qué no la sueltas para poder comer mejor?», dije,
ofreciéndome a cogerla. Pero la sujetó firmemente, masticando el helado como si fuera un bombón. El pastel mordisqueado yacía
sobre la mesa. Comía el helado sin pausa, después regresó al pastel, mirando las cajas del mostrador. Terminé el mío y salimos.
«¿Por dónde vives?», dije.
Una calesa, era la del caballo blanco. Sólo que el Doctor Peabody está gordo. Ciento cincuenta quilos. Subir la colina agarrándote a su
lado. Niños. Caminar es más fácil que subir la colina con él. Visto al médico ya lo has visto Caddy
No hace falta ahora no puedo preguntar después no importa será igual
Porque las mujeres tan delicadas tan misteriosas dijo Padre. Delicado equilibrio de periódica impureza suspendido entre dos
lunas. Lunas dijo llenas y amarillas como lunas de verano sus caderas sus muslos Fuera de ellos siempre fuera pero. Amarilla. Las
plantas de los pies caminando como. Saber entonces que algún hombre que todos aquellos imperiosos miste ríos ocultos. Con todo
ello en su interior conforman una suavidad externa que espera ser palpada. Líquida putrefacción de objetos ahogados que flotasen
como pálido caucho a medio hinchar mezclándose con el olor de las madreselvas.
«Mejor llevas el pan a casa, ¿no?».
Me miró. Masticaba suavemente y sin detenerse; a intervalos regulados bajaba suavemente por su garganta una pequeña distensión.
Abrí mi paquete y le di uno de los bollos. «Adiós», dije. Pp.141-42
James Joyce, Ulysses
Versión al español: J. Salas Subirat. Planeta 1996
Calypso
His hand took his hat from the peg over his initialled heavy overcoat, and his lost property office secondhand waterproof. Stamps:
stickyback pictures. Daresay lots of officers are in the swim too. Course they do. The sweated legend in the crown of his hat told him
mutely: Plasto's high grade ha. He peeped quickly inside the leather headband. White slip of paper. Quite safe.
On the doorstep he felt in his hip pocket for the latchkey. Not there. In the trousers I left off. Must get it. Potato I have.
Ulises
[Tomó su sombrero de la percha en que pendía su pesado abrigo con iniciales y su impermeable de segunda mano de la oficina de
objetos perdidos. Sellos: estampas de reverso pegajoso. Me atrevería a decir buena tanda de funcionarios también metidos en el
asunto. No me cabe duda. La grasienta inscripción en el fondo de su sombrero le recordó en silencio: Plasto,' sombre de alta calidad.
Atisbó rápidamente dentro de la banda de cuero. Tira de papel blanco. Bien segura.
En el umbral se palpó el bolsillo trasero del pantalón buscando el llavín. No está. En los pantalones que dejé. Hay que buscarlo. La
patata,' la tengo. Pp. 53-54
Telemachus
He turned towards Stephen and said:
-- Look at the sea. What does it care about offences? Chuck Loyola, Kinch, and come on down. The Sassenach wants his morning
rashers.
His head halted again for a moment at the top of the staircase, level with the roof.
-- Don't mope over it all day, he said. I'm inconsequent. Give up the moody brooding.
His head vanished but the drone of his descending voice boomed out of the stairhead:
And no more turn aside and brood
Upon love's bitter mystery
For Fergus rules the brazen cars.
Woodshadows floated silently by through the morning peace from the stairhead seaward where he gazed. Inshore and farther out the
mirror of water whitened, spurned by lightshod hurrying feet. White breast of the dim sea. The twining stresses, two by two. A hand
plucking the harpstrings merging their twining chords. Wavewhite wedded words shimmering on the dim tide.
WHO GOES WITH FERGUS? And no more turn aside and brood
Who will go drive with Fergus now, Upon love's bitter mystery;
And pierce the deep wood's woven shade, For Fergus rules the brazen cars,
And dance upon the level shore? And rules the shadows of the wood,
Young man, lift up your russet brow, And the white breast of the dim sea
And lift your tender eyelids, maid, And all dishevelled wandering stars.
And brood on hopes and fear no more. (W.B. Yeats, from The Rose, 1893)