Juan caminaba por el piedemonte una noche de primavera.
En el horizonte vio la silueta de un castillo sobre una colina cercana. Decidió ir hasta allí. Al llegar encontró una construcción antigua de estilo medieval. Sintió mucha curiosidad, se acercó. Con mucho esfuerzo abrió la gigantesca puerta de entrada que lo triplicaba en altura. Estaba muy oscuro, caminó a tientas con pequeños pasos hasta que a su izquierda apareció un pasillo de techo abovedado. Al final de este se veía una tenue luz y alguien sentado junto a una mesa. Entonces escuchó una voz que dijo: -Te estaba esperando. Se acercó con temor. En una silla estaba una mujer con la cabeza cubierta por una capucha. -¿Quién eres? ¿Qué es este lugar?- Preguntó él. -Yo soy tu guía en el reino de la noche. Se levantó, tomó la lámpara de aceite y comenzó a caminar lentamente. La siguió con temor, varios pasos detrás. Anduvieron mucho tiempo por un amplio corredor de paredes desnudas, que se volvían visibles a medida que eran develadas por la luz del candil. Se detuvieron ante una gran abertura cubierta por un cortinado negro de tela pesada. Ella tiró de la soga que colgaba, y se descorrió el telón dejando ver un bosque maravilloso. Sobre un fondo de cielo claro aparecían perfiles de árboles de distintos tamaños formando una bella escenografía, donde se movían animales de distintas especies. El aire estaba sutilmente movilizado por sonidos de hojas que acompañaba el repetitivo canto de cigarras. De las flores se desprendían aromas que trazaban brillantes estelas con tonalidades diferentes según su origen. Los cinco sentidos no le eran suficientes a Juan para poder captar todo lo que aparecía a su paso. Un simple pétalo de rosa contenía ahora para él un mundo infinito de texturas y formas. Caminaron por la orilla del río, acompañando el nado de los peces y la lenta marcha de los caracoles sobre la arena del fondo.Llegaron a una cascada donde la luz de la luna caía con mucha intensidad. Los haces de luz y allí se detuvieron. El río desapareció en una gran cascada, donde el horizonte terminaba en una colosal abertura cubierta por una cortina de mariposas fosforescentes, que les dieron paso al acercarse. Sin poder entender, Juan se encontró nuevamente en el castillo. En esta parte del mismo había un gran salón circular con muchas puertas que comunicaban con habitaciones también circulares. En cada una de ellas podían verse figuras humanas transparentes hechas de luz. Los colores de estas eran los mismos para los que moraban en una habitación. Aquí nuevamente llegó la explicación: estas auras eran sentimientos en estado puro, ellos iban saliendo de las habitaciones azarosamente y se mezclaban hasta tomar un peso determinado. Según su composición era el nuevo color que quedaba. Cuando ya no se podía meter en la mezcla ningún sentimiento mas. Este compuesto se elevaba y viajaba con rumbo incierto hasta encontrarse con algún ser y lo habitaban.
Entonces apareció su habitación, con un precioso sol recién salido,
acariciando su rostro.
Pensó en los fantasmas que lo habían perseguido hasta que se
durmió. En los temores que habían crecido en su mente los últimos días. Y luego con una sonrisa tomó el retrato de su madre que estaba sobre la mesa de luz y le dio un beso…sin capucha se veía mejor.