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Editor ial Portafolio

S íntes is de Noticias
Política P r i m er m an i f ies t o s u r r eali s t a [ 1 9 2 4 ]
An dr é B r et on
Economía y Petr oleo
I nter nacionales Vier n es , 7 de abr i l de 2 0 0 0
Global y S ocial
E l clás ico t ex t o de An dr é B r et on qu e acom pañ ó la f u n daci ón del m ov i m i en t o
Diver timento s u r r eli s t a. P u bl icado du r an t e la década de 1 9 2 0 , t u v o u n f u er t e i m pact o s obr e el
des ar r ol lo es t ét i co con t em por án eo.
Ar te y Cultur a
Rayones T anta fe s e tiene en la vida, en la vida en s u as pecto más
Depor tes pr ecar io, en la vida r eal, natur almente, que la fe acaba por
Entr evis tas des apar ecer . E l hombr e, s oñador s in r emedio, al s entir s e de día en
día más des contento de s u s ino, ex amina con dolor los obj etos que le
han ens eñado a utiliz ar , y que ha obtenido al tr avés de s u
indifer encia o de s u inter és , cas i s iempr e al tr avés de s u inter és , ya
B itblioteca
que ha cons entido s ometer s e al tr a?baj o o, por lo menos no s e ha
Cyber analítica negado a apr ovechar las opor tunidades ... ¡ Lo que él llama
Columnis tas opor tunidades ! Cuando llega a es te momento, el hombr e es pr ofun?
Venez uela en la pr ens a damente modes to: s abe cómo s on las muj er es que ha pos eído, s abe
inter nacional
cómo fuer on las r is ibles aventur as que empr endió, la r iqueza y la
I ber oamér ica OnL ine
pobr ez a nada le impor tan, y en es te as pecto el hombr e vuelve a s er
como un niño r ecién nacido; y en cuanto s e r efier e a la apr obación
de s u conciencia mor al, r econoz co que el hombr e puede pr es cindir
de ella s in gr andes dificultades . S i le queda un poco de lucidez , no
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tiene más r emedio que dir igir la vis ta hacia atr ás , hacia s u infancia
Agencia de Viaj es
que s iempr e le par ecer á mar avillos a, por mucho que los cuidados de
B ols a de tr abaj o
s us educador es la hayan des tr oz ado. E n la infancia la aus encia de
Es tilís imo toda nor ma conocida ofr ece al hombr e la per s pectiva de múltiples
S aludalia vidas vividas al mis mo tiempo; el hombr e hace s uya es ta ilus ión;
Onir ic s ólo le inter es a la facilidad momentánea, ex tr emada, que todas las
Hor ós copo cos as ofr ecen. T odas las mañanas los niños inician s u camino s in
inquietudes . T odo es tá al alcance de la mano, las peor es
cir cuns tancias mater iales par ecen ex celentes . L uz ca el s ol o es té
negr o el cielo, s iempr e s eguir emos adelante, j amás dor mir emos .

Per o no s e llega muy lej os a lo lar go de es te camino; y no s e tr ata


s olamente de una cues tión de dis tancia. L as amenaz as s e acumulan,
s e cede, s e r enuncia a una par te del ter r eno que s e debía conquis tar .
Aquella imaginación que no r econocía límite alguno ya no puede
ej er cer s e s ino dentr o de los límites fij ados por las leyes de un
utilitar is mo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho
tiempo es ta función s ubor dinada, y cuando alcanza
apr ox imadamente la edad de veinte años pr efier e, por lo gener al,
abandonar al hombr e a s u des tino de tinieblas .

Per o s i más tar de el hombr e, fues e por lo que fuer e, intenta


enmendar s e al s entir que poco a poco van des apar eciendo todas las
r az ones par a vivir , al ver que s e ha conver tido en un s er incapaz de

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es tar a la altu?r a de una s ituación ex cepcional, cual la del amor ,


difícilmente logr ar á s u pr opós ito. Y ello es as í por cuanto el hombr e
s e ha entr egado, en cuer po y alma al im?per io de unas neces idades
pr ácticas que no toler an el olvido. T odos los actos del hombr e
car ecer án de altu?r a, todas s us ideas , de pr ofundidad. De todo
cuanto le ocur r a o cuanto pueda llegar a ocur r ir le, el hombr e
s olamente ver á aquel as pecto del conocimiento que lo liga a una
multitud de acontecimientos par ecidos , acontecimientos en los que
no ha tomado par te, acon?tecimientos que s e ha per dido. Más aún,
el hombr e j uzgar á cuanto le ocur r a o pueda ocur r ir le poniéndolo en
r elación con uno de aquellos acontecimientos últi?mos , cuyas
cons ecuencias s ean más tr anquiliz ador as que las de los demás . B aj o
ningún pr etex to s abr á per cibir s u s alvación.

Amada imaginación, lo que más amo en ti es que j amás per donas .

Únicamente la palabr a liber tad tiene el poder de ex altar me. Me


par ece j us to y bueno mantener indefinidamente es te viej o fanatis mo
humano. S in duda alguna, s e bas a en mi única as pir ación legítima.
Pes e a tantas y tantas des gr acias como hemos her edado, es pr ecis o
r econocer que s e nos ha legado una liber tad es pir itual s uma. A
nos otr os cor r es ponde utiliz ar la s abiamente. Reducir la imaginación a
la es clavitud, cuando a pes ar de todo quedar á es claviz ada en vir tud
de aquello que con gr os er o cr iter io s e denomina felicidad, es
des poj ar a cuanto uno encuentr a en lo más hondo de s í mis mo del
der echo a la s upr ema j us ticia. T an s ólo la imaginación me per mite
llegar a s aber lo que puede llegar a s er , y es to bas ta par a mitigar un
poco s u ter r ible condena; y es to bas ta también par a que me
abandone a ella, s in miedo al engaño (como s i pudiér amos
engañar nos todavía más ). ¿En qué punto comienz a la imaginación a
s er per nicios a y en qué punto dej a de ex is tir la s egur idad del
es pír itu? ¿Par a el es pír itu, acas o la pos ibilidad de er r ar no es s ino
una contingencia del bien?

Queda la locur a, la locur a que s olemos r ecluir , como muy bien s e ha


dicho. Es ta locur a o la otr a... T odos s abemos que los locos s on
inter nados en mér itos de un r educido númer o de actos r epr obables ,
y que, en la aus encia de es tos actos , s u liber tad (y la par te vis ible de
s u liber tad) no s er ía pues ta en tela de j uicio. E s toy plenamente
dis pues to a r econocer que los locos s on, en cier ta medida, víctimas
de s u imaginación, en el s entido que és ta le induce quebr antar
cier tas r eglas , r eglas cuya tr ans gr es ión define la calidad de loco, lo
cual todo s er humano ha de pr ocur ar s aber por s u pr opio bien. S in
embar go, la pr ofunda indifer encia de los locos dan mues tr a con
r es pecto a la cr ítica de que les hacemos obj eto, por no hablar ya de
las diver s as cor r ecciones que les infligimos , per mite s uponer que s u
imaginación les pr opor ciona gr andes cons uelos , que goz an de s u
delir io lo s uficiente par a s opor tar que tan s ólo tenga validez par a
ellos . Y, en r ealidad, las alucinaciones , las vis iones , etcéter a, no s on
una fuente de placer des pr eciable. La s ens ualidad más culta goz a
con ella, y me cons ta que muchas noches acar iciar ía con gus to
aquella linda mano que, en las últimas páginas de L’I ntelligence, de
T aine, s e entr ega a tan cur ios as fechor ías . Me pas ar ía la vida enter a
dedicado a pr ovocar las confidencias de los locos . S on como la gente
de es cr upulos a honr adez , cuya inocencia tan s ólo s e pude compar ar

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a la mía. Par a poder des cubr ir Amér ica, Colón tuvo que iniciar el
viaj e en compañía de locos . Y ahor a podéis ver que aquella locur a
dio fr utos r eales y dur ader os .

No s er á el miedo a la locur a lo que nos obligue a baj ar la bander a de


la imaginación.

Des pués de haber ins tr uido pr oces o a la actitud mater ialis ta, es
imper ativo ins tr uir pr oces o a la actitud r ealis ta. Aquélla, más poética
que és ta, des de luego, pr es upone en el hombr e un or gullo
mons tr uos o, per o no compor ta una nueva y más completa
fr us tr ación. E s conveniente ver ante todo en dicha es cuela
bienhechor a r eacción contr a cier tas r is ibles tendencias del
es pir itualis mo. Y, por fin, la actitud mater ialis ta no es incompatible
con cier ta elevación intelectual.

Contr ar iamente, la actitud r ealis ta, ins pir ada en el pos itivis mo, des de
S anto T omás a Anatole Fr ance, me par ece hos til a todo géner o de
elevación intelectual y mor al. Le tengo hor r or por cons ider ar la
r es ultado de la mediocr idad, del odio, y de vacíos s entimientos de
s uficiencia. Es ta actitud es la que ha engendr ado en nues tr os días
es os libr os r idículos y es as obr as teatr ales ins ultantes . S e alimenta
inces antemente de las noticias per iodís ticas , y tr aiciona a la ciencia y
al ar te, al bus car halagar al público en s us gus tos más r as tr er os ; s u
clar idad r oza la es tulticia, y es tá a altur a per r una. E s ta actitud llega
a per j udicar la actividad de las mej or es inteligencias , ya que la ley
del mínimo es fuer z o ter mina por imponer s e a és tas , al igual que a
las demás . Una cons ecuencia agr adable de dicho es tado de cos as
es tr iba, en el ter r eno de la liter atur a, en la abundancia de novelas .
T odos ponen a contr ibución s us pequeñas dotes de « obs er vación» . A
fin de pr oceder a ais lar los elementos es enciales , M. Paul Valér y
pr opus o r ecientemente la for mación de una antología en la que s e
r eunier a el mayor númer o pos ible de novelas pr imer izas cuya
ins ens atez es per aba alcanz as e altas cimas . E n es ta antología
también figur ar ían obr as de los autor es más famos os . E s ta es una
idea que honr a a Paul Valér y, quien no hace mucho me as egur aba,
en ocas ión de hablar me del géner o novelís tico que s iempr e s e
negar ía a es cr ibir la s iguiente fr as e: la mar ques a s alió a las cinco.
Per o, ¿ha cumplido la palabr a dada?

S i r econocemos que el es tilo pur a y s implemente infor mativo, del


que la fr as e antes citada cons tituye un ej emplo, es cas i ex clus ivo
patr imonio de la novela, s er á pr ecis o r econocer también que s us
autor es no s on ex ces ivamente ambicios os . E l car ácter
cir cuns tanciado, inútilmente par ticular is ta de cada una de s us
obs er vaciones me induce a s os pechar que tan s ólo pr etenden
diver tir s e a mis ex pens as . No me per miten tener s iquier a la menor
duda acer ca de los per s onaj es : ¿s er á es te per s onaj e r ubio o
mor eno? ¿Cómo s e llamar á? ¿Le conocer emos en ver ano...? T odas
es tas inter r ogantes quedan r es ueltas de una vez par a s iempr e, a la
buena de Dios ; no me queda más liber tad que la de cer r ar el libr o,
de lo cual no s uelo pr ivar me tan pr onto llego a la pr imer a página de
la obr a, más o menos . ¡Y las des cr ipciones ! E n cuanto a vaciedad,
nada hay que s e les pueda compar ar ; no s on más que
s uper pos iciones de imágenes de catálogo, de las que el autor s e

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s ir ve s in limitación alguna, y apr ovecha la ocas ión par a poner baj o


mi vis ta s us tar j etas pos tales , bus cando que j untamente con él fij e
mi atención en los lugar es comunes que me ofr ece:

La pequeña es tancia a la que hicier on pas ar al j oven tenía las


par edes cubier tas de papel amar illo; en las ventanas había ger anios
y es taban cubier tas con cor tinillas de mus elina, el s ol poniente lo
iluminaba todo con s u luz cr uda. E n la habitación no había nada
digno de s er des tacado. L os muebles de mader a blanca er an muy
viej os . Un diván de alto r es paldo inclinado, ante el diván una mes a
de tabler o ovalado, un lavabo y un es pej o ados ados a un entr epaño,
unas cuantas s illas ar r imadas a las par edes , dos o tr es gr abados s in
valor que r epr es entaban a unas s eñor itas alemanas con páj ar os en
las manos ... A es o s e r educía el mobiliar io.(1)

No es toy dis pues to a admitir que la inteligencia s e ocupe, s iquier a de


pas o, de s emej antes temas . Habr á quien diga que es ta par vular ia
des cr ipción es tá en el lugar que le cor r es ponde, y que en es te punto
de la obr a el autor tenía s us r az ones par a ator mentar me. Per o no
por es o dej ó de per der el tiempo, por que yo en ningún momento he
penetr ado en tal es tancia. L a per ez a, la fatiga de los demás no me
atr aen. Cr eo que la continuidad de la vida ofr ece altibaj os demas iado
contr as tados par a que mis minutos de depr es ión y de debilidad
tengan el mis mo valor que mis mej or es minutos . Quier o que la gente
s e calle tan pr onto dej e de s entir . Y quede bien clar o que no ataco la
falta de or iginalidad por la falta de or iginalidad. Me he limitado a
decir que no dej o cons tancia de los momentos nulos de mi vida, y
que me par ece indigno que haya hombr es que ex pr es en los
momentos que a s u j uicio s on nulos . Per mitidme que me s alte la
des cr ipción ar r iba r epr oducida, as í como muchas otr as .

Y ahor a llegamos a la ps icología, tema s obr e el que no tendr é el


menor empacho en br omear un poco.

El autor coge un per s onaj e, y, tr as haber lo des cr ito, hace per egr inar
a s u hér oe a lo lar go y ancho del mundo. Pas e lo que pas e, dicho
hér oe, cuyas acciones y r eacciones han s ido admir ablemente
pr evis tas , no debe compor tar s e de un modo que dis cr epe, pes e a
r eves tir apar iencias de dis cr epancia, de los cálculos de que ha s ido
obj eto. Aunque el oleaj e de la vida caus e la impr es ión de elevar al
per s onaj e, de r evolcar lo, de hundir lo, el per s onaj e s iempr e s er á
aquel tipo humano pr eviamente for mado. S e tr ata de una s imple
par tida de aj edr ez que no des pier ta mi inter és , por que el hombr e,
s ea quien s ea, me r es ulta un adver s ar io de es cas o valor . L o que no
puedo s opor tar s on es as lamentables dis quis iciones r efer entes a tal o
mal j ugada, cuando ello no compor ta ganar ni per der . Y s i el viaj e no
mer ece las alfor j as , s i la r az ón obj etiva dej a en el más ter r ible
abandono - y es to es lo que ocur r e- a quien la llama en s u ayuda, ¿no
s er á mej or pr es cindir de tales dis quis iciones ? « La diver s idad es tan
amplia que en ella caben todos los tonos de voz , todos los modos de
andar , de tos er , de s onar s e, de es tor nudar ...» (2) S i un r acimo de
uvas no contiene dos gr anos s emej antes , ¿a s anto de qué des cr ibir
un gr ano en r epr es entación de otr o, un gr ano en r epr es entación de
todos , un gr ano que, en vir tud de mi ar te, r es ulte comes tible? La
ins opor table manía de equipar ar lo des conocido a lo conocido, a lo

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clas ificable, domina los cer ebr os . E l des eo de anális is imper a s obr e
los s entimientos (3). De ahí nacen lar gas ex pos iciones cuya fuer za
per s uas iva r adica tan s ólo en s u pr opio abs ur ?do, y que tan s ólo
logr an imponer s e al lector , median?te el r ecur s o a un vocabular io
abs tr acto, bas tante vago, cier tamente. S i con ello r es ultar a que las
ideas gener ales que la filos ofía s e ha ocupado de es tudiar , has ta el
pr es ente momento, penetr as en definitivamen?te en un ámbito más
amplio, yo s er ía el pr imer o en alegr ar me. Per o no es as í, y todo
queda r educido a un s imple dis cr eteo; por el momento, los r as gos de
ingenio y otr as galanas habilidades , en vez de dedicar s e a j uegos
inocuos cons igo mis mas , ocultan a nues tr a vis ión, en la mayor ía de
los cas os , el ver dader o pen?s amiento que, a s u vez , s e bus ca a s í
mis mo. Cr eo que todo acto lleva en s í s u pr opia j us tificación, por lo
menos en cuanto r es pecta a quien ha s ido capaz de ej ecutar lo; cr eo
que todo acto es tá dotado de un poder de ir r adiación de luz al que
cualquier glos a, por liger a que s ea, s iempr e debilitar á. El s olo hecho
de que un acto s ea glos ado deter mina que, en cier to modo, es te acto
dej e de pr oducir s e. E l ador no del comentar io ningún beneficio
pr oduce al acto. L os per ?s onaj es de S tendhal quedan aplas tados por
las apr e?ciaciones del autor , apr eciaciones más o menos acer ta?das
per o que en nada contr ibuyen a la mayor glor ia de los per s onaj es , a
quienes ver dader amente des cubr imos en el ins tante en que es capan
del poder de S tendhal.

T odavía vivimos baj o el imper io de la lógica, y pr ecis amente a es o


quer ía llegar . S in embar go, en nues tr os días , los pr ocedimientos
lógicos tan s ólo s e aplican a la r es olución de pr oblemas de inter és
s ecundar io. L a par te de r acionalis mo abs oluto que todavía s olamente
puede aplicar s e a hechos es tr echamente ligados a nues tr a
ex per iencia. Contr ar ia?mente, las finalidades de or den pur amente
lógico que?dan fuer a de s u alcance. Huelga decir que la pr opia
ex per iencia s e ha vis to s ometida a cier tas limitacio?nes . L a
ex per iencia es tá confinada en una j aula, en cuyo inter ior da vueltas
y vueltas s obr e s í mis ma, y de la que cada vez es más difícil hacer la
s alir . La lógica también, s e bas a en la utilidad inmediata, y queda
pr otegida por el s entido común. S o pr etex to de civilización, con la
ex cus a del pr ogr es o, s e ha llegado a des ter r ar del r eino del es pír itu
cuanto pueda clas ificar s e, con r az ón o s in ella, de s uper s tición o
quimer a; s e ha llegado a pr os cr ibir todos aquellos modos de
inves tigación que no s e confor men con los imper antes . Al par ecer ,
tan s ólo al azar s e debe que r ecientemente s e haya des cubier to una
par te del mundo intelectual, que, a mi j uicio, es , con mucho, la más
impor tante y que s e pr etendía r elegar al olvido. A es te r es pecto,
debemos r econocer que los des cubr imientos de Fr eud han s ido de
decis iva impor tancia. Con bas e en dichos des cubr imientos , comienz a
al fin a per filar s e una cor r iente de opinión, a cuyo favor podr á el
ex plor ador avanz ar y llevar s us inves tigaciones a más lej anos
ter r itor ios , al quedar autor izado a dej ar de limitar s e únicamente a las
r ealidades más s omer as . Quiz á haya llegado el momento en que la
imaginación es té pr óx ima a volver a ej er cer los der echos que le
cor r es ponden. S i las pr ofundidades de nues tr o es pír itu ocultan
ex tr añas fuer zas capaces de aumentar aquellas que s e advier ten en
la s uper ficie, o de luchar victor ios amente contr a ellas , es del mayor
inter és captar es tas fuer z as , captar las ante todo par a, a
continuación, s ometer las al dominio de nues tr a r az ón, s i es que
r es ulta pr ocedente. Con ello, inclus o los pr opios analis tas no

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obtendr án s ino ventaj as . Per o es conveniente obs er var que no s e ha


ideado a pr ior i ningún método par a llevar a cabo la anter ior
empr es a, la cual, mientr as no s e demues tr e lo contr ar io, puede s er
competencia de los poetas al igual que de los s abios , y que el éx ito
no depende de los caminos más o menos capr ichos os que s e s igan.

Con toda j us tificación, Fr eud ha pr oyectado s u labor cr ítica s obr e los


s ueños , ya que, efectivamente, es inadmis ible que es ta impor tante
par te de la actividad ps íquica haya mer ecido, por el momento, tan
es cas a atención. Y ello es as í por cuanto el pens amiento humano,
por lo menos des de el ins tante del nacimiento del hombr e has ta el
de s u muer te, no ofr ece s olución de continuidad alguna, y la s uma
total de los momentos de s ueño, des de un punto de vis ta tempor al,
y cons ider ando s olamente el s ueño pur o, el s ueño de los per íodos en
que el hombr e duer me, no es infer ior a la s uma de los momentos de
r ealidad, o, mej or dicho, de los momentos de vigilia. La ex tr emada
difer encia, en cuanto a impor tancia y gr avedad, que par a el
obs er vador or dinar io ex is te entr e los acontecimientos en es tado de
vigilia y aquellos cor r es pondientes al es tado de s ueño, s iempr e ha
s ido s or pr endente. As í es debido a que el hombr e s e convier te,
pr incipalmente cuando dej a de dor mir , en j uguete de s u memor ia
que, en el es tado nor mal, s e complace en evocar muy débilmente las
cir cuns tancias del s ueño, a pr ivar a és te de toda tr as cendencia
actual, y a s ituar el único punto de r efer encia del s ueño en el
ins tante en que el hombr e cr ee haber lo abandonado, unas cuantas
hor as antes , en el ins tante de aquella es per anz a o de aquella
pr eocupación anter ior . E l hombr e, al des per tar , tiene la fals a idea de
empr ender algo que vale la pena. Por es to, el s ueño queda r elegado
al inter ior de un par éntes is , igual que la noche. Y, en gener al, el
s ueño, al igual que la noche, s e cons ider a ir r elevante. Es te s ingular
es tado de cos as me induce a algunas r eflex iones , a mi j uicio,
opor tunas :

1. Dentr o de los límites en que s e pr oduce (o s e cr ee que s e


pr oduce), el s ueño es , s egún todas las apar iencias , continuo con
tr az as de tener una or ganiz ación o es tr uctur a. Únicamente la
memor ia s e ir r oga el der echo de imponer las , de no tener en cuenta
las tr ans iciones y de ofr ecer nos antes una s er ie de s ueños que el
s ueño pr opiamente dicho. Del mis mo modo, únicamente tenemos
una r epr es entación fr agmentar ia de las r ealidades , r epr es entación
cuya coor di?nación depende de la voluntad (4). Aquí es impor tante
s eñalar que nada puede j us tificar el pr oceder a una mayor
dis locación de los elementos cons titutivos del s ueño. Lamento tener
que ex pr es ar me mediante unas fór mulas que, en pr incipio, ex cluyen
el s ueño. ¿Cuándo llegar á, s eñor es lógicos , la hor a de los filós ofos
dur mientes ? Quis ier a dor mir par a entr egar me a los dur mientes , del
mis mo modo que me entr ego a quienes me leen, con los oj os
abier tos , par a dej ar de hacer pr evalecer , en es ta mater ia, el r itmo
cons ciente de mi pens amiento. Acas o mi s ueño de la última noche
s ea continuación del s ueño de la pr ecedente, y pr os iga, la noche
s iguiente, con un r igor har to plaus ible. Es muy pos ible, como s uele
decir s e. Y habida cuenta de que no s e ha demos tr ado en modo
alguno que al ocur r ir lo antes dicho la « r ealidad» que me ocupa
s ubs is ta en el es tado de s ueño, que es té os cur amente pr es ente en
una z ona aj ena a la memor ia, ¿por qué r az ón no he de otor gar al

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s ueño aquello que a veces niego a la r ealidad, es te valor de


cer tidumbr e que, en el tiempo en que s e pr oduce, no queda s uj eto a
mi es cepticis mo? ¿Por qué no es per o de los indicios del s ueño más lo
que es per o de mi gr ado de conciencia, de día en día más elevado?
¿No cabe acas o emplear también el s ueño par a r es olver los
pr oblemas fundamentales de la vida? ¿Es tas cues tiones s on las
mis mas tanto en un es tado como en el otr o, y, en el s ueño, tienen
ya el car ácter de tales cues tiones ? ¿Conlleva el s ueño menos
s anciones que cuanto no s ea s ueño? E nvej ezco, y quiz á s ea s ueño,
antes que es ta r ealidad a la que cr eo s er fiel, y quiz á s ea la
indifer encia con que contemplo el s ueño lo que me hace envej ecer .

2. Vuelvo, una vez más , al es tado de vigilia. E s toy obligado a


cons ider ar lo como un fenómeno de inter fer encia. Y no s ólo ocur r e
que el es pír itu da mues tr as , en es tas condiciones , de una ex tr aña
tendencia a la des or ientación (me r efier o a los laps us y malas
inter pr etaciones de todo géner o, cuyas caus as s ecr etas comienz an a
s er nos conocidas ) s ino que, lo que es todavía más , par ece que el
es pír itu, en s u funcionamiento nor mal, s e limite a obedecer s uge?
r encias pr ocedentes de aquella noche pr ofunda de la que yo acabo
de ex tr aer le. Por muy bien condicio?nado que es té, el equilibr io del
es pír itu es s iempr e r elativo. E l es pír itu apenas s e atr eve a
ex pr es ar s e y, cas o de que lo haga, s e limita a cons tatar que tal idea,
tal muj er , le hace efecto. E s incapaz de ex pr es ar de qué clas e de
efecto s e tr ata, lo cual únicamente s ir ve par a dar nos la medida de s u
s ubj etivis mo. Aquella idea, aquella muj er , contur ban al es pír itu, le
inclinan a no s er tan r ígido, pr oducen el efecto de ais lar le dur ante un
s egundo del dis olvente en que s e encuen?tr a s umer gido, de
depos itar le en el cielo, de conver ?tir le en el bello pr ecipitado que
puede llegar a s er , en el bello pr ecipitado que es . Car ente de
es per anzas de hallar las caus as de lo anter ior , el es pír itu r ecur r e al
azar , divinidad más os cur a que cualquier a otr a, a la que atr ibuye
todos s us ex tr avíos . ¿Y quién podr á demos tr ar me que la luz baj o la
que s e pr es enta es a idea que impr es iona al es pír itu, baj o la que
advier te aquello que más ama en los oj os de aquella muj er , no s ea
pr ecis amente el vínculo que le une al s ueño, que le encadena a unos
pr es upues tos bás icos que, por s u pr opia culpa, ha olvidado? ¿Y s i no
fuer a as í, de qué s er ía el es pír itu capaz ? Quis ier a entr egar le la llave
que le per mitier a penetr ar en es tos pas adiz os .

3. E l es pír itu del hombr e que s ueña queda plenamente s atis fecho
con lo que s ueña. L a angus tiante incógnita de la pos ibilidad dej a de
for mular s e. Mata, vuela más de pr is a, ama cuanto quier as . Y s i
muer es , ¿acas o no tienes la cer tez a de des per tar entr e los muer tos ?
Déj ate llevar , los acontecimientos no toler an que los difier as .
Car eces de nombr e. T odo es de una facilidad pr ecios a.

Me pr egunto qué r az ón, r az ón muy s uper ior a la otr a, confier e al


s ueño es te air e de natur alidad, y me induce a acoger s in r es er vas
una multitud de epis odios cuya r ar ez a me dej a anonadado, ahor a, en
el momento en que es cr ibo. S in embar go, he de cr eer el tes timonio
de mi vis ta, de mis oídos ; aquel día tan her mos o ex is tió, y aquel
animal habló.

La dur ez a del des per tar del hombr e, lo s úbito de la r uptur a del

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encanto, s e debe a que s e le ha inducido ha for mar s e una débil idea


de lo que es la ex piación.

4. E n el ins tante en que el s ueño s ea obj eto de un ex amen metódico


o en que, por medios aún des ?conocidos , lleguemos a tener
conciencia del s ueño en toda s u integr idad (y es to implica una
dis ciplina de la memor ia que tan s ólo s e puede logr ar en el cur s o de
var ias gener aciones , en la que s e comenz ar ía por r egis tr ar ante todo
los hechos más des tacados ) o en que s u cur va s e des ar r olle con una
r egular idad y am?plitud has ta el momento des conocidas , cabr á
es per ar que los mis ter ios que dej en de s er lo nos ofr ez can la vis ión
de un gr an Mis ter io. Cr eo en la futur a ar moniz ación de es tos dos
es tados , apar entemente tan contr a?dictor ios , que s on el s ueño e la
r ealidad, en una es pecie de r ealidad abs oluta, en una s obr er r ealidad
o s ur r ealidad, s i as í s e puede llamar . E s to es la conquis ta que
pr etendo, en la cer tez a de j amás cons eguir la, per o demas iado
olvidadiz o de la per s pectiva de la muer te par a pr ivar me de anticipar
un poco los goces de tal pos es ión.

S e cuenta que todos los días , en el momento de dis poner s e a dor mir ,
S aint- Pol- Roux hacía colocar en la puer ta de s u mans ión de Camar et
un car tel en el que s e leía: EL POE T A T RAB AJA.

Habr ía mucho más que añadir s obr e es te tema, per o tan s ólo me he
pr opues to tocar lo liger amente y de pas ada, ya que s e tr ata de algo
que r equier e una ex pos ición muy lar ga y mucho más r igur os a; más
adelante volver é a ocupar me de él. E n la pr es ente ocas ión, he
es cr ito con el pr opós ito de hacer j us ticia a lo mar avillos o, de s ituar
en s u j us to contex to es te odio hacia lo mar avillos o que cier tos
hombr es padecen, es te r idículo que algunos pr etenden atr ibuir a lo
mar avillos o. Digámos lo clar amente: lo mar avillos o es s iempr e bello,
todo lo mar avillos o, s ea lo que fuer e, es bello, e inclus o debemos
decir que s olamente lo mar avillos o es bello.

En el ámbito de la liter atur a únicamente lo mar a?villos o puede dar


vida a las obr as per tenecientes a gé?ner os infer ior es , tal como el
novelís tico, y, en gene?r al, todos los que s e s ir ven de la anécdota. El
monj e, de Lewis , cons tituye una admir able demos tr ación de lo
anter ior . E l s oplo de lo mar avillos o penetr a la obr a enter a. Mucho
antes de que el autor haya liber a?do a s us per s onaj es de toda
s er vidumbr e tempor al, s e nota que es tán pr es tos a actuar con s u
or gullo car ente de pr ecedentes . Aquella pas ión de eter nidad que les
eleva inces antemente da acentos inolvidables a s u tor tur a y a la mía.
A mi entender , es te libr o ex alta ante todo, des de el pr incipio al fin, y
de la maner a más pur a que j amás s e haya dado, cuanto en el
es pír itu as pir a a elevar s e del s uelo; y es ta obr a, una vez una vez
des poj ada de s u fabulación noveles ca, de moda en la época en que
fue es cr ita, cons tituye un ej emplo de j us teza y de inocente gr andez a
(5). A mi j uicio pocas s on las obr as que la s uper an, y el per s onaj e de
Mathilde, en es pecial, es la cr eación más conmovedor a que cabe
anotar en las par tidas del activo de aquella moda de figur ación en
liter atur a. Mathilde no es tanto un per s onaj e cuanto una cons tante
tentación. Y s i un per s onaj e no es una tentación, ¿qué otr a cos a
puede s er ? E x tr emada tentación la de Mathilde. El pr incipio « nada es
impos ible par a quien quier e ar r ies gar s e» tiene en E l monj e s u

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máx ima fuer z a de convicción. Las apar iciones ej er cen en es ta obr a


una función lógica, por cuanto el es pír itu cr ítico no s e pr eocupa de
des mentir las . Del mis mo modo, el cas tigo de Ambr os io queda
tr atado de maner a plenamente legítima, ya que a fin de cuentas es
aceptado por el es pír itu cr ítico como un des enlace natur al.

Quiz á par ez ca inj us tificado que haya empleado el anter ior ej emplo,
al r efer ir me a lo mar avillos o, cuando las liter atur as nór dicas y las
or ientales s e han s er vido de él cons tantemente, por no hablar ya de
las liter atur as pr opiamente r eligios as de todos los país es . S in
embar go, s i as í lo he hecho, ello s e debe a que los ej emplos que
es tas liter atur as hubier an podido pr opor cionar me es tán plagados de
puer ilidades , ya que s e dir igen a niños . E n un pr incipio, és tos no
pueden per cibir lo mar avillos o, y, des pués , no cons er van la
s uficiente vir ginidad es pir itual par a que Piel de As no les pr oduz ca
demas iado placer . Por encantador es que s ean los cuentos de hadas ,
el hombr e s e s entir ía fr us tr ado s i tuvier a que alimentar s e s ólo con
ellos , y, por otr a par te, r econoz co que no todos los cuentos de hadas
s on adecuados par a los adultos . La tr ama de ador ables
inver os imilitudes ex ige una mayor finur a es pir itual que la pr opia de
muchos adultos , y uno ha de s er capaz de es per ar todavía mayor es
locur as ... Per o la s ens ibilidad j amás cambia r adicalmente. E l miedo,
la atr acción s entida hacia lo ins ólito, el az ar , el amor al luj o, s on
r ecur s os que nunca s e utiliz ar án es tér ilmente. Hay muchos cuentos
que es cr ibir con des tino a los mayor es , cuentos que todavía s on cas i
azules .

Lo mar avillos o no s iempr e es igual en todas las épocas ; lo


mar avillos o par ticipa os cur amente de cier ta clas e de r evelación
gener al de la que tan s ólo per ci?bimos los detalles : és tos s on las
r uinas r ománticas , el maniquí moder no, o cualquier otr o s ímbolo
s us cepti?ble de conmover la s ens ibilidad humana dur ante cier to
tiempo. S in embar go, en es tos cuadr os que nos hacen s onr eír s e
r eflej a s iempr e la ir r emediable inquietud humana, y por es to he
fij ado mi atención en ellos , ya que los es timo ins epar ablemente
unidos a cier tas pr o?ducciones geniales que es tán más
dolor os amente in?fluenciadas por aquella inquietud que muchas
otr as obr as . Y al decir lo, piens o en los patíbulos de Villon, en los
gr iegos de Racine, en los divanes de B aude?lair e. Coinciden con un
eclips e del buen gus to que s opor tar muy bien, por cuanto cons ider o
que el buen gus to es una for midable lacr a. E n el ambiente de mal
gus to pr opio de mi época, me es fuer z o en lle?gar lej os que cualquier
otr o. S i hubies e vivido en 1820 yo hubier a hablado de la
« ens angr entada mon?j a» , y no hubier a ahor r ado aquel as tuto y
tr ivial « dis imulemos » de que habla el Cuis in enamor ado de la
par odia, y yo hubies e utilizado las gigantes cas metáfor as en todas
las fas es , tal como Cuis in dice, del cur s o del « dis co, plateado» . En
los pr es entes días piens o en un cas tillo, la mitad del cual no ha de
encontr ar s e for z os amente en r uinas ; es te cas tillo es mío, y le veo
s ituado en un lugar agr es te, no muy lej os de Par ís . Las dependencias
de es te cas tillo s on infinitas , y s u inter ior ha s ido ter r iblemente
r es taur ado, de modo que no dej a nada que des ear en cuanto s e
r efier e a comodidades . Ante la puer ta que las s ombr as de los ár boles
ocultan, hay automóviles que es per an. Algunos de mis amigos viven
en él: ahí va L ouis Ar agón, que abandona el cas tillo y apenas tiene

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tiempo par a decir os adiós ; Philippe S oupault s e levanta con las


es tr ellas , y Paul E luar d, nues tr o gr an E luar d, todavía no ha
r egr es ado. Ahí es tán Rober t Des nos y Roger Vitr ac, que des cifr an en
el par que un viej o edicto s obr e los duelos ; y Geor ges Aur ic y Jean
Paulhan; Max Mor is e, quien tan bien r ema, y B enj amin Pér et, con
s us ecuaciones de páj ar os ; y Jos eph Delteil; y Jean Car r ive; y
Geor ges L imbour , y Geor ges L imbour (hay un bos que de Geor ges
Limbour ); y Mar cel Noll; he ahí a T . Fr aenkel, quien nos s aludó
des de un globo cautivo, Geor ges Malkine, Antonin Ar taud, Fr ancis
Gér ar d, Pier r e Naville, J.- A. B oiffar d, des pués Jacques B ar on y s u
her mano, apues tos y cor diales , y tantos otr os , y muj er es de
ar r ebatador a belleza, de ver dad. A es a gente j oven nada s e le puede
negar , y, en cuanto concier ne a la r iquez a, s us des eos s on ór denes .
Fr ancis Picabia nos vis ita, y, la s emana pas ada, hemos dado una
r ecepción a un tal Mar cel Duchamp, a quien todavía no conocíamos .
Picas s o caz a por los alr ededor es . El es pír itu de la des mor alización ha
fij ado s u domicilio en el cas tillo, y a él r ecur r imos todas las veces
que tenemos que entr ar en r elación con nues tr os s emej antes , per o
las puer tas es tán s iempr e abier tas , y no comenz amos nues tr as
r elaciones dando las gr acias al pr ój imo, ¿s aben us tedes ? Por lo
demás , gr ande es la s oledad, y no nos r eunimos con fr ecuencia,
por que, ¿acas o lo es encial no es que s eamos dueños de nos otr os
mis mos , y, también, s eñor es de las muj er es y del amor ?

S e me acus ar á de incur r ir en mentir as poéticas ; todos dir án que vivo


en la calle Fontaine, y que j amás goz ar án de tanta bellez a. ¡ Maldita
s ea! ¿Es abs olutamente s egur o que es te cas tillo del que acabo de
hacer los honor es s e r educe s implemente a una imagen? Per o, s i a
pes ar de todo tal cas tillo ex is tier a... Ahí es tán más invitados par a dar
fe; s u capr icho es el camino luminos o que a él conduce. En ver dad,
vivimos en nues tr a fantas ía, cuando es tamos en ella. ¿Y cómo es
pos ible que cada cual pueda moles tar al otr o, allí, pr otegidos dos por
el afán s entimental, al encuentr o de las ocas iones ?

El hombr e pr opone y dis pone. T an s ólo de él depende pos eer s e por


enter o, es decir , mantener en es tado de anar quía la cuadr illa de s us
des eos , de día en día más temible. Y es to s e lo ens eña la poes ía. L a
lleva en s í la per fecta compens ación de las mis er ias que padecemos .
Y también puede actuar como or denador a, por poco que uno s e
pr eocupe, baj o los efectos de una decepción menos íntima, de
tomár s ela a lo tr ágico. ¡ S e acer can los tiempos en que la poes ía
decr etar á la muer te del diner o, y ella s ola r omper á en pan del cielo
par a la tier r a! Habr á aún as ambleas en las plazas públicas , y
movimientos en los que uno habr ía pens ado en tomar par te. ¡ Adiós
abs ur das s elecciones , s ueños de vor ágine, r ivalidades , lar gas
es per as , fuga de las es taciones , ar tificial or den de las ideas ,
pendiente del peligr o, tiempo omnipr es ente! Pr eocupémonos tan s ólo
de pr acticar la poes ía. ¿Acas o no s omos nos otr os , los que ya vivimos
de la poes ía, quienes debemos hacer pr evalecer aquello que
cons ider amos nues tr a más vas ta ar gumentación?

Poco impor ta que s e dé cier ta des pr opor ción entr e la anter ior
defens a y la ilus tr ación que viene a con?tinuación. Antes , hemos
intentado r emontar nos a las fuentes de la imaginación poética, y, lo
que es más difícil todavía, quedar nos en ellas . Y cons te que no

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 11 de 30

pr etendo haber lo logr ado. Es pr ecis o aceptar una gr an


r es pons abilidad, s i uno pr etende es tablecer s e en aquellas lej anas
r egiones en las que, des de un pr incipio, todo par ece des ar r ollar s e de
tan mala maner a, y más todavía s i uno pr etende llevar al pr ój imo a
ellas . De todos modos , el cas o es que uno nunca es tá s egur o de
hallar s e ver dader amente en ellas . Uno s iempr e es tá tan pr opicio a
abur r ir s e como a ir s e a otr o lugar y quedar s e en él. S iempr e hay una
flecha que indica la dir ección en que hay que avanz ar par a llegar a
es tos país es , y alcanz ar la ver dader a meta no depende más que del
buen ánimo del viaj er o.

Ya s abemos , poco más o menos , el camino s eguido. T iempo atr ás


me tomé el tr abaj o de contar , en el cur s o de un es tudio s obr e el
cas o de Rober t Des nos , titulado « Entr ada de los médiums » (6), que
me había s entido inducido a « fij ar mi atención en fr as es más o
menos par ciales que, en plena s oledad, cuando el s ueño s e acer ca,
devienen per ceptibles al es pír itu, s in que s ea pos ible des cubr ir s u
pr evio factor deter minante» . Entonces , intenté cor r er la aventur a de
la poes ía, r educiendo los r ies gos al mínimo, con lo cual quier o decir
que mis as pir aciones er an las mis mas que tengo hoy, per o entonces
confiaba en la lentitud de la elabor ación, a fin de hur tar me a inútiles
contactos , a contactos a los que yo er a muy hos til. E s to s e debía a
cier to pudor intelectual, del que todavía me queda un poco. Al
tér mino de mi vida, difícil s er á, s in duda, que hable como s e s uele
hablar , que ex cus e el tono de mi voz y el r educido númer o de mis
ges tos . La per fección en la palabr a hablada (y en la palabr a es cr ita
mucho más ) me par ecía es tar en función de la capacidad de
condens ar de maner a emocionante la ex pos ición (y ex pos ición había)
de un cor to númer o de hechos , poéticos o no, que cons tituían la
mater ia en que centr aba mi atención. Había llegado a la convicción
de que és te, y no otr o, er a el pr ocedimiento empleado por Rimbaud.
Con una pr eocupación por la var iedad, digna de mej or caus a,
compus e los últimos poemas de Monte de Piedad, con lo que quier o
decir que de las líneas en blanco de es te libr o llegué a s acar un
par tido incr eíble.

Es tas líneas equivalían a mantener los oj os cer r ados ante unas


oper aciones del pens amiento que me con?s ider aba obligado a ocultar
al lector . E s o no s ignificaba que yo hicier a tr ampa, s ino s olamente
que obr aba impuls ado por el des eo de s uper ar obs táculos br us ?
camente. Cons eguía hacer me la ilus ión de goz ar de una pos ible
complicidad, de la que de día en día me er a más difícil pr es cindir . Me
entr egué a pr es tar una inmoder ada atención a las palabr as , en
cuanto s e r efe?r ía al es pacio que admitían a s u alr ededor , a s us tan?
genciales contactos con otr as palabr as pr ohibidas que no es cr ibía. E l
poema « B os que negr o» , der iva pr eci?s amente de es te es tado de
es pír itu. E mplee s eis mes es en es cr ibir lo, y les as egur o que no
des cans é ni un día. Per o de es te poema dependía la pr opia es ti?
mación en que me tenía, en aquel entonces , y cr eo que todos
compr ender éis mi actitud, aun cuando no la cons ider éis
s uficientemente motivada. Me gus ta hacer es tas confes iones
es túpidas . E n aquellos tiempos , s e intentaba implantar la
s eudopoes ía cubis ta, per o había nacido iner me del cer ebr o de
Picas s o, y en cuanto a mí hace r efer encia debo decir que er a con?
s ider ado como un s er más pes ado que una lápida (y todavía s e me

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cons ider a as í). Por otr a par te, no es taba s egur o de s eguir el buen
camino, en lo r efer ente a poes ía, per o pr ocur aba pr oteger me como
mej or podía, enfr entándome con el lir is mo, contr a el que es gr imía
todo géner o de definiciones y fór mulas (no tar dar ían mucho en
pr oducir s e los fenómenos Dada), y pr etendiendo hallar una
aplicación de la poes ía a la publicidad (as egur aba que todo
ter minar ía, no con la culminación de un her mos o libr o, s ino con la de
una bella fr as e de r eclamo en pr o del infier no o del cielo).

En es ta época, un hombr e que, por lo menos er a tan pes ado como


yo, es decir , Pier r e Rever dy, es cr ibió:

La imagen es una cr eación pur a del es pír itu.

La imagen no puede nacer de una compar ación, s ino del


acer camiento de dos r ealidades más o menos lej anas .

Cuanto más lej anas y j us tas s ean las concomitancias de las dos
r ealidades obj eto de apr ox imación, más fuer te s er á la imagen, más
fuer z a emotiva y más r ealidad poética tendr á... (7)

Es tas palabr as , un tanto s ibilinas par a los pr ofanos , tenían gr an


fuer z a r evelador a, y yo las medité dur ante mucho tiempo. Per o la
imagen s e me es capaba. La es tética de Rever dy, es tética totalmente
a pos ter ior i me inducía a confundir las caus as con los efectos . E n el
cur s o de mis meditaciones , r enuncié definitivamente a mi anter ior
punto de vis ta.

El cas o es que una noche, antes de caer dor mido, per cibí, netamente
ar ticulada has ta el punto de que r es ultaba impos ible cambiar ni una
s ola palabr a, per o aj ena al s onido de la voz , de cualquier voz , una
fr as e har to r ar a que llegaba has ta mí s in llevar en s í el menor r as tr o
de aquellos acontecimientos de que, s egún las r evelaciones de la
conciencia, en aquel entonces me ocupaba, y la fr as e me par eció
muy ins is tente, er a una fr as e que cas i me atr ever ía a decir es taba
pegada al cr is tal. Gr abé r ápidamente la fr as e en mi concien?cia y,
cuando me dis ponía a pas ar a, otr o as unto, el car ácter or gánico de la
fr as e r etuvo mi atención. Ver ?dader amente, la fr as e me había
dej ado atónito; des ?gr aciadamente no la he cons er vado en la
memor ia, er a algo as í como « Hay un hombr e a quien la ventana ha
par tido por la mitad» , per o no había maner a de inter pr etar la
er r óneamente, ya que iba acompañada de una débil r epr es entación
vis ual (8) de un hombr e que caminaba, par tido, por la mitad del
cuer po apr o?x imadamente, por una ventana per pendicular al ej e de
aquél. S in duda s e tr ataba de la cons ecuencia del s im?ple acto de
ender ezar en el es pacio la imagen de un hombr e as omado a la
ventana. Per o debido a que la ventana había acompañado al
des plaz amiento del hombr e, compr endí que me hallaba ante una
imagen de un tipo muy r ar o, y tuve r ápidamente la idea de
incor por ar la al acer vo de mi mater ial de cons tr ucciones poéticas . No
hubier a concedido tal impor tancia a es ta fr as e s i no hubier a dado
lugar a una s uces ión cas i ininter r umpida de fr as es que me dej ar on
poco menos s or pr endido que la pr imer a, y que me pr oduj er on un
s entimiento de gr atitud (gr atuidad) tan gr ande que el dominio que,
has ta aquel ins tante, había cons eguido s obr e mí mis mo me par eció

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ilus or io, y comencé a pr eocupar me únicamente de poner fin a la


inter minable lucha que s e des ar r ollaba en mi inter ior (9).

En aquel entonces , todavía es taba muy inter es ado en Fr eud, y


conocía s us métodos de ex amen que había tenido ocas ión de
pr acticar con enfer mos dur ante la guer r a, por lo que decidí obtener
de mí mis mo lo que s e pr ocur a obtener de aquéllos , es decir , un
monólogo lo más r ápido pos ible, s obr e el que el es pír itu cr ítico del
paciente no for mule j uicio alguno, que, en con?s ecuencia, quede
libr e de toda r eticencia, y que s ea, en lo pos ible, equivalente a
pens ar en voz alta. Me pa?r eció entonces , y s igue par eciéndome
ahor a - la ma?ner a en que me llegó la fr as e del hombr e cor tado en
dos lo demues tr a- , que la velocidad del pens amiento no es s uper ior
a la de la palabr a, y que no s iempr e gana a la de la palabr a, ni
s iquier a a la de la pluma en movimiento. B as ándonos en es ta
pr emis a, Philippe S oupault, a quien había comunicado las pr imer as
con?clus iones a que había llegado, y yo nos dedicamos a embor r onar
papel, con loable des pr ecio hacia los r e?s ultados liter ar ios que de tal
actividad pudier an s ur gir . La facilidad en la r ealiz ación mater ial de la
tar ea hizo todo lo demás . Al tér mino del pr imer día de tr abaj o,
pudimos leer nos r ecípr ocamente unas cincuen?ta páginas es cr itas
del modo antes dicho, y comen?z amos a compar ar los r es ultados . En
conj unto, lo es cr ito por S oupault y por mí tenía gr andes analogías ,
s e adver tían los mis mos vicios de cons tr ucción y er r o?r es de la
mis ma natur alez a, per o, por otr a par te, tam?bién había en aquellas
páginas la ilus ión de una fecundidad ex tr aor dinar ia, mucha emoción,
un cons ider able conj unto de imágenes de una calidad que no
hubiés emos s ido capaces de cons eguir , ni s iquier a una s ola,
es cr ibiendo lentamente, unos r as gos de pintor es quis mo
es pecialís imo y, aquí y allá, alguna fr as e de gr an comicidad. Las
únicas difer encias que s e adver tían en nues tr os tex tos me par ecier on
der ivar es encialmente de nues tr os r es pectivos temper amentos , el de
S oupault: menos es tático que el mío, y, s i s e me per mite una liger a
cr ítica, también der ivaban de que S oupault cometió el er r or de
colocar en lo alto de algunas páginas , s in duda con ánimo de inducir
a er r or , cier tas palabr as , a modo de título. Por otr a par te, y a fin de
hacer plena j us ticia a S oupault, debo decir que s e negó s iempr e, con
todas s us fuer z as , a efectuar la menor modificación, la menor
cor r ección, en los pár r afos que me par ecier on mal per geñados . Y en
es te punto llevaba r az ón (10). E llo es as í por cuanto r es ulta muy
difícil apr eciar en s u j us to valor los diver s os elementos pr es entes , e
inclus o podemos decir que es impos ible apr eciar los en la pr imer a
lectur a. E n apar iencia, es tos elementos s on, par a el s uj eto que
es cr ibe, tan ex tr años como par a cualquier otr a per s ona, y el que los
es cr ibe r ecela de ellos , como es natur al. Poéticamente hablando,
tales elementos des tacan ante todo por s u alto gr ado de abs ur do
inmediato, y es te abs ur do, una vez ex aminado con mayor detención,
tiene la car acter ís tica de conducir a cuanto hay de admis ible y
legítimo en nues tr o mundo, a la divulgación de cier to númer o de
pr opiedades y de hechos que, en r es umen, no s on menos obj etivos
que otr os muchos .

En homenaj e a Guiller mo Apollinair e, quien había muer to hacía poco,


y quien en muchos cas os nos par ecía haber obedecido a impuls os del
géner o antes dicho, s in abandonar por ello cier tos mediocr es

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r ecur s os liter ar ios , S oupault y yo dimos el nombr e de S URREAL I S MO


al nuevo modo de ex pr es ión que teníamos a nues tr o alcance y que
des eábamos comunicar lo antes pos ible, par a s u pr opio beneficio, a
todos nues tr os amigos . Cr eo que en nues tr os días no es pr ecis o
s ometer a nuevo ex amen es ta denominación, y que la acepción en
que la empleamos ha pr evalecido, por lo gener al, s obr e la acepción
de Apollinair e. Con mayor j us ticia todavía, hubiér amos podido
apr opiar nos del tér mino S UPE RNAT URAL I S MO, empleado por Gér ar d
de Ner val en la dedicator ia de Muchachas de fuego (11).
Efectivamente, par ece que Ner val conoció a mar avilla el es pír itu de
nues tr a doctr ina, en tanto que Apollinair e conocía tan s ólo la letr a,
todavía imper fecta, del s ur r ealis mo, y fue incapaz de dar de él una
ex plicación teór ica dur ader a. He aquí unas fr as es de Ner val que me
par ecen muy s ignificativas a es te r es pecto:

Voy a ex plicar le, mi quer ido Dumas , el fenómeno del que us ted ha
hablado con mayor altur a. Como muy bien s abe, hay cier tos
nar r ador es que no pueden inventar s in identificar s e con los
per s onaj es por ellos cr eados . S abe muy bien con cuánta convicción
nues tr o viej o amigo Nodier contaba cómo había padecido la des dicha
de s er guillotinado dur ante la Revolución; uno quedaba tan
convencido que inclus o s e pr eguntaba cómo s e las había ar r eglado
Nodier par a volver a pegar s e la cabez a al cuer po.

Y como s ea que tuvo us ted la impr udencia de citar uno de es os


s onetos compues tos en aquel es tado de ens ueño
S UPERNAT URALI S T A, cual dir ían los alemanes , es pr ecis o que los
conoz ca todos . L os encontr ar á al final del volumen. No s on mucho
más os cur os que la metafís ica de Hegel o los « Mémor ables » de
S wedenbor g, y per der ían s u encanto s i fues en ex plicados , cas o de
que ello fuer a pos ible, por lo que te r uego me conceda al menos el
mér ito de la ex pr es ión... (12).

I ndica muy mala fe dis cutir nos el der echo a emplear la palabr a
S URRE AL I S MO, en el s entido par ticular que nos otr os le damos , ya
que nadie puede dudar que es ta palabr a no tuvo for tuna, antes de
que nos otr os nos s ir viér amos de ella. Voy a definir la, de una vez
par a s iempr e:

S URRE AL I S MO: s us tantivo, mas culino. Automatis mo ps íquico pur o


por cuyo medio s e intenta ex pr es ar ver balmente, por es cr ito o de
cualquier otr o modo, el funcionamiento r eal del pens amiento. E s un
dictado del pens amiento, s in la inter vención r egulador a de la r azón,
aj eno a toda pr eocupación es tética o mor al.

ENCI CLOPE DI A, Filos ofía: el s ur r ealis mo s e bas a en la cr eencia en la


r ealidad s uper ior de cier tas for mas de as ociación des deñadas has ta
la apar ición del mis mo, y en el libr e ej er cicio del pens amiento.
T iende a des tr uir definitivamente todos los r es tantes mecanis mos
ps íquicos , y a s us tituir los en la r es olución de los pr incipales
pr oblemas de la vida. Han hecho pr ofes ión de fe de S URRE AL I S MO
AB S OL UT O, los s iguientes s eñor es : Ar agon, B ar on, B oiffar d, B r eton,
Car r ive, Cr evel, Delteil, Des nos , Eluar d, Gér ar d, L imbour , Malk ine,
Mor is e, Naville, Noll, Pér et, Picon, S oupault, Vitr ac.

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 15 de 30

Por el momento par ece que los antes nombr ados for man la lis ta
completa de los s ur r ealis tas , y pocas dudas caben al r es pecto, s alvo
en el cas o de I s idor e Ducas s e, de quien car ezco de datos . Cier to es
que s i únicamente nos fij amos en los r es ultados , buen númer o de
poetas podr ían pas ar por s ur r ealis tas , comenz ando por el Dante y,
también en s us mej or es momentos , el pr opio S hakes pear e. En el
cur s o de las difer entes tentativas de definición, por mí efectuadas ,
de aquello que s e denomina, con abus o de confianz a, el genio, nada
he encontr ado que pueda atr ibuir s e a un pr oces o, que no s ea el
anter ior mente definido.

Las Noches de Young s on s ur r ealis tas de cabo a r abo;


des gr aciadamente no s e tr ata más que de un s acer dote que habla,
de un mal s acer dote, s in duda, per o s acer dote al fin.

S wift es s ur r ealis ta en la maldad.


S ade es s ur r ealis ta en el s adis mo.
Chateaubr iand es s ur r ealis ta en el ex otis mo. Cons tant es s ur r ealis ta
en política.
Hugo es s ur r ealis ta cuando no es tonto.
Des bor des - Valmor e es s ur r ealis ta en el amor .
B er tr and es s ur r ealis ta en el pas ado.
Rabbe es s ur r ealis ta en la muer te.
Poe es s ur r ealis ta en la aventur a.
B audelair e es s ur r ealis ta en la mor al.
Rimbaud es s ur r ealis ta en la vida pr áctica y en todo.
Mallar mé es s ur r ealis ta en la confidencia.
Jar r y es s ur r ealis ta en la abs enta.
Nouveau es s ur r ealis ta en el bes o.
S aínt- Pol- Roux es s ur r ealis ta en los s ímbolos . Far gue es s ur r ealis ta
en la atmós fer a.

Vaché es s ur r ealis ta en mí.


Rever dy es s ur r ealis ta en s í.
S aint- John Per s e es s ur r ealis ta a dis tancia.
Rous s el es s ur r ealis ta en la anécdota.
Etcéter a.

I ns is to en que no todos s on s iempr e s ur r ealis tas , por cuanto advier to


en cada uno de ellos cier to númer o de ideas pr econcebidas a las que,
muy ingenuamente, per manecen fieles . Mantenían es ta fidelidad
debido a que no habían es cuchado la voz s ur r ealis ta, es a voz que
s igue pr edicando en vís per as de la muer te, por encima de las
tor mentas , y no la es cuchar on por que no quer ían s er vir únicamente
par a or ques tar la mar avillos a par titur a. Fuer on ins tr umentos
demas iado or gullos os , y por es o j amás pr oduj er on ni un s onido
ar monios o (13).

Per o nos otr os , que no nos hemos entr egado j amás a la tar ea de
mediatiz ación, nos otr os que en nues tr as nos otr os que en nues tr as
obr as nos hemos conver tido en los s or dos r eceptáculos de tantos
ecos , en los modes tos apar atos r egis tr ador es que no quedan
hipnotiz ados por aquello que r egis tr an, nos otr os quiz á es temos al
s er vido de una caus a todavía más noble. Nos otr os devolvemos con
honr adez el « talento» que nos ha s ido pr es tado. S i os atr evéis ,

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habladme del talento de aquel metr o de platino, de aquel es pej o, de


aquella puer ta, o del cielo. Nos otr os no tenemos talento.
Pr eguntáds elo a Philippe S oupault:

Las manufactur as anatómicas y las habitaciones bar atas des tr uir án


las más altas ciudades .

A Roger Vitr ac:

Apenas hube invocado al már mol- almir ante, és te dio media vuelta
s obr e s í mis mo como un caballo que s e encabr ita ante la E s tr ella
Polar , y me indicó en el plano de s u bicor nio una r egión en la que
debía pas ar el r es to de mis días .

A Paul E luar d:

Es una his tor ia muy conocida es a que cuento, es poema muy célebr e
es e que r eleo: es toy apoyado en un mur o, ver deantes las or ej as , y
calcinados los labios .

A Max Mor is e:

El os o de las caver nas y s u compañer o el alcar aván, la veleta y s u


valet el viento, el gr an Canciller con s us cancelas , el es pantapáj ar os
y s u cer co de páj ar os , la balanz a y s u hij a el fiel, es e car nicer o y s u
her mano el car naval, el bar r ender o y s u monóculo, el Mis s is s ipi y s u
per r ito, el cor al y s u cántar a de leche, el milagr o y s u buen Dios , ya
no tienen más r emedio que des apar ecer de la faz del mar .

A Jos eph Delteil:

¡ S í! Cr eo en la vir tud de los páj ar os . Y bas ta una pluma par a


hacer me mor ir de r is a.

A Louis Ar agon:

Dur ante una inter r upción del par tido, mientr as los j ugador es s e
r eunían alr ededor de una j ar r a de llameante ponche, pr egunté al
ár bol s i aún cons er vaba s u cinta r oj a.

Y yo mis mo, que no he podido evitar el es cr ibir las líneas locas y


s er penteantes de es te pr efacio.

Pr eguntad a Rober t Des nos , quien quiz á s ea el que, en nues tr o


gr upo, es tá más cer ca de la ver dad s ur r ealis ta, quien, en s us obr as
todavía inéditas (14) y en el cur s o de las múltiples ex per iencias a
que s e ha s ometido, ha j us tificado plenamente las es per anzas que
pus e en el s ur r ealis mo, y me ha inducido a es per ar aún más de él.
En la actualidad, Des nos habla en s ur r ealis ta cuando le da la gana.
La pr odigios a agilidad con que s igue or almente s u pens amiento nos
admir a tanto cuanto nos complacen s us es pléndidos dis cur s os ,
dis cur s os que s e pier den por que Des nos , en vez de fij ar los , pr efier e
hacer otr as cos as más impor tantes . Des nos lee en s í mis mo como en
un libr o abier to, y no s e pr eocupa de r etener las hoj as que el viento
de s u vida s e lleva.

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 17 de 30

S E CR E T OS D E L AR T E MÁGI CO

D E L S U R R E AL I S MO

Compos ición s ur r ealis ta es cr ita,


o pr imer y último chor r o

Or denad que os tr aigan r ecado de es cr ibir , des pués de haber os


s ituado en un lugar que s ea lo más pr opicio pos ible a la
concentr ación de vues tr o es pír itu, al r epliegue de vues tr o es pír itu
s obr e s í mis mo. E ntr ad en el es tado más pas ivo, o r eceptivo, de que
s eáis capaces . Pr es cindid de vues tr o genio, de vues tr o talento, y del
genio y el talento de los demás . Decíos has ta empapar os de ello que
la liter atur a es uno de los más tr is tes caminos que llevan a todas
par tes . Es cr ibid depr is a, s in tema pr econcebido, es cr ibid lo
s uficientemente depr is a par a no poder r efr enar os , y par a no tener la
tentación de leer lo es cr ito. L a pr imer a fr as e s e os ocur r ir á por s í
mis ma, ya que en cada s egundo que pas a hay una fr as e, ex tr aña a
nues tr o pens amiento cons ciente, que des ea ex ter ior iz ar s e. Res ulta
muy difícil pr onunciar s e con r es pecto a la fr as e inmediata s iguiente;
es ta fr as e par ticipa, s in duda, de nues tr a actividad cons ciente y de la
otr a, al mis mo tiempo, s i es que r econocemos que el hecho de haber
es cr ito la pr imer a pr oduce un mínimo de per cepción. Per o es o, poco
ha de impor tar os ; ahí es donde r adica, en s u mayor par te, el inter és
del j uego s ur r ealis ta. No cabe la menor duda de que la puntuación
s iempr e s e opone a la continuidad abs oluta del fluir de que es tamos
hablando, pes e a que par ece tan neces ar ia como la dis tr ibución de
los nudos en una cuer da vibr ante. S eguid es cr ibiendo cuanto
quer áis . Confiad en la natur alez a inagotable del mur mullo. S i el
s ilencio amenaz a, debido a que habéis cometido una falta, falta que
podemos llamar « falta de inatención» , inter r umpid s in la menor
vacilación la fr as e demas iado clar a. A continuación de la palabr a que
os par ez ca de or igen s os pechos o poned una letr a cualquier a, la letr a
l, por ej emplo, s iempr e la 1, y al imponer es ta inicial a la palabr a
s iguiente cons eguir éis que de nuevo vuelva a imper ar la
ar bitr ar iedad.

Par a no abur r ir s e en s ociedad

Es o es muy difícil. Haced decir s iempr e que no es táis en cas a par a


nadie, y alguna que otr a vez, cuando nadie haya hecho cas o omis o
de la comunicación antedicha, y os inter r umpa en plena actividad
s ur r ealis ta, cr uz ad los br az os , y decid: « I gual da, s in duda es mucho
mej or hacer o no hacer . El inter és por la vida car ece de bas e.
S implicidad, lo que ocur r e en mi inter ior s igue s iéndome
inopor tuno.» 0 cualquier otr a tr ivialidad igualmente indignante.

Par a hacer dis cur s os

I ns cr ibir s e, en vís per as de elecciones , en el pr imer país en el que s e


j uz gue s aludable celebr ar cons ultas de es te tipo. T odos tenemos
mader a de or ador : colgadur as multicolor es y bis uter ía de palabr as .
Mediante el s ur r ealis mo, el or ador pondr á al des nudo la pobr ez a de
la des es per anz a. Un atar decer , s obr e una tar ima, el or ador , s olito,

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 18 de 30

des cuar tiz ar á el cielo eter no, es a Piel de Os o. Y tanto pr ometer á que
cumplir una mínima par te de lo pr ometido cons ter nar á. Dar á a las
r eivindicaciones de un pueblo enter o un matiz par cial y lamentable.
Obligar á a los más ir r eductibles enemigos a comulgar en un des eo
s ecr eto que har á s altar en pedaz os a las patr ias . Y lo cons eguir á con
s ólo dej ar s e elevar por la palabr a inmens a que s e funde en la piedad
y r ueda en el odio. I ncapaz de des fallecer , j ugar á el ter ciopelo de
todos los des fallecimientos . S er á ver dader amente elegido, y las más
tier nas muj er es le amar án con violencia.

Par a es cr ibir fals as novelas

S eáis quien s eáis , s i el cor azón as í os lo acons ej a, quemad unas


cuantas hoj as de laur el y, s in empeñar os en mantener vivo es te
débil fuego, comenz ad una novela. El s ur r ealis mo os lo per mitir á; os
bas tar á con clavar la aguj a de la « B ellez a fij a» s obr e la « Acción» ; en
es o cons is te el tr uco. Habr á per s onaj es de per files lo bas tante
dis tintos ; en vues tr a es cr itur a, s us nom?br es s on s olamente una
cues tión de mayús cula, y s e compor tar án con la mis ma s egur idad
con r es pecto a los ver bos activos con que s e compor ta el pr onombr e
« il» , en fr ancés , con r es pecto a las palabr as « pleut» , « y a» , « faut» ,
etc. Los per s onaj es mandar án a los ver bos , valga la ex pr es ión; y en
aquellos cas os en que la obs er vación, la r eflex ión y las facultades de
gener aliz ación no os s ir van par a nada, podéis tener la s e?gur idad de
que los per s onaj es actuar án como s i vos ?otr os hubier ais tenido mil
intenciones que, en r ealidad, no habéis tenido. De es ta maner a,
pr ovis tos de un r educido númer o de car acter ís ticas fís icas y mor a?
les , es tos s er es que, en r ealidad, tan poco os deben, no s e apar tar án
de cier ta línea de conducta de la que vos ?otr os ya no os tendr éis que
ocupar . De ahí s ur gir á una anécdota más o menos s abia, en
apar iencia, que j us ?tificar á punto por punto es e des enlace
emocionante o confor tante que a vos otr os os ha dej ado ya de
impor tar . Vues tr a fals a novela s er á una mar avillos a s imulación de
una novela ver dader a; os har éis r icos , y todos s e mos tr ar án de
acuer do en que « lleváis algo dentr o» , ya que es ex actamente dentr o
del cuer po humano donde es a cos a s uele encontr ar s e.

Como es natur al, s iguiendo un pr ocedimiento análogo, y a condición


de ignor ar todo aquello de lo que debier ais dar os cuenta, podéis
dedicar os con gr an éx ito a la fals a cr ítica.

Par a tener éx ito con una muj er

que pas a por la calle

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Contr a la muer te

El s ur r ealis mo os intr oducir á en la muer te, que es una s ociedad


s ecr eta. Os enguantar á la mano, s epultando allí la pr ofunda M con
que comienz a la palabr a Memor ia. No olvidéis tomar felices
dis pos iciones tes tamentar ias : en cuanto a mí r es pecta, ex ij o que me

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 19 de 30

lleven al cementer io en un camión de mudanz as . Que mis amigos


des tr uyan has ta el último ej emplar de la edición de Dis cur s o s obr e la
Es cas ez de Realidad.

El idioma ha s ido dado al hombr e par a que lo us e de maner a


s ur r ealis ta. E n la medida en que al hom?br e es indis pens able
hacer s e compr ender , cons igue ex pr es ar s e mej or o peor , y con ello
as egur ar el ej er ?cicio de cier tas funciones cons ider adas como las
más pr imar ias . Hablar o es cr ibir una car ta no pr es enta ver dader as
dificultades s iempr e que el hombr e no s e pr oponga una finalidad
s uper ior a las que s e encuen?tr an en un tér mino medio, es decir ,
s iempr e que s e limite a conver s ar (por el placer de conver s ar ) con
cualquier otr a per s ona. En es tos cas os , el hombr e no s ufr e ans iedad
alguna en lo que r es pecta a las palabr as que ha de pr onunciar , ni a
la fr as e que s eguir á a la que acaba de pr onunciar . A una pr egunta
muy s en?cilla s er á capaz de contes tar s in la menor vacilación. S i no
es tá afecto de tics , adquir idos en el tr ato con los demás , el hombr e
puede pr onunciar s e es pontáneamen?te s obr e cier to r educido númer o
de temas ; y par a hacer es to no tiene ninguna neces idad de
devanar s e los s es os , ni de plantear s e pr oblemas pr evios de nin?gún
géner o. ¿Y quién habr á podido hacer le cr eer que es ta facultad de
pr imer a intención tan s ólo le per j u?dica cuando s e pr opone entablar
r elaciones ver bales de natur alez a más complej a? No hay ningún
tema cuyo tr atamiento le impida hablar y es cr ibir gener os amente.
Los actos de es cuchar s e y leer s e a uno mis mo s ólo tienen el efecto
de obs taculiz ar lo oculto, el admir able r ecur s o. No, no, no tengo
ninguna neces idad ur gente decom pr end er me ( ¡B as ta! ¡ S iempr e me
compr ende?r é!). S i tal o cual fr as e mía me pr oduce de momento una
liger a decepción, confío en que la fr as e s iguiente enmendar á los
yer r os , y me cuido muy mucho de no volver la a es cr ibir , ni
cor r egir la. Unicamente la menor falta de aliento puede s er me fatal.
Las palabr as , los gr upos de palabr as que s e s uceden pr actican entr e
s í la más intens a s olidar idad. No es función mía favor ecer a unas en
per j uicio de las otr as . La s olución debe cor r er a car go de una
mar avillos a compens ación, y es ta compens ación s iempr e s e pr oduce.

Es te lenguaj e s in r es er va al que s iempr e pr ocur o dar validez, es te


lenguaj e que me par ece adaptar s e a todas las cir cuns tancias de la
vida, es te lenguaj e no s ólo no me pr iva ni s iquier a de uno de mis
medios , s ino que me da una ex tr aor dinar ia lucidez , y lo hace en el
ter r eno en que menos podía es per ar lo. Llegar é inclus o a afir mar que
es te lenguaj e me ins tr uye, ya que, en efecto, me ha ocur r ido
emplear s ur r ealis tamente palabr as cuyo s entido había olvidado. E
inmediatamente des pués he podido ver ificar que el us o dado a es tas
palabr as r es pondía ex actamente a s u definición. E s to nos induce a
cr eer que no s e « apr ende» , s ino que uno no hace más que « r e-
apr ender » . De es ta maner a he llegado a familiar iz ar me con gir os
muy her mos os . Y no hablo únicamente de la conciencia poética de
las cos as , que tan s ólo he cons eguido adquir ir mediante el contacto
es pir itual con ellas , mil veces r epetido.

Las for mas del lenguaj e s ur r ealis ta s e adaptan todavía mej or al


diálogo. E n el diálogo, hay dos pens amientos fr ente a fr ente;
mientr as uno s e manifies ta, el otr o s e ocupa del que s e manifies ta,

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per o ¿de qué modo s e ocupa de él? S uponer que s e lo incor por a
s er ía admitir que, en deter minado momento, le s er ía factible vivir
enter amente mer ced a aquel otr o pens amiento, lo cual r es ulta
bas tante impr obable. E n r ealidad, la atención que pr es ta el
pens amiento s egundo es de car ácter totalmente ex ter no, ya que
únicamente s e concede el luj o de apr obar o des apr obar ,
gener almente des apr obar , con todos los r es petos de que el hombr e
es capaz . Es te modo de hablar no per mite abor dar el fondo de la
cues tión. Mi atención, fij a en una invitación que no puede r echaz ar
s in incur r ir en gr os er ía, tr ata el pens amiento aj eno como s i fues e un
enemigo: en las conver s aciones cor r ientes , el pens amiento fij a y
« conquis ta» cas i s iempr e las palabr as y las or aciones aj enas , de las
que luego s e s er vir á; el pens amiento me pone en s ituación de s acar
par tido de es tas palabr as y or aciones en la r éplica, gr acias a
des vir tuar las . Es to es es pecialmente cier to en cier tos es tados
mentales patológicos en los que las alter aciones s ens or iales
abs or ben toda la atención del enfer mo, quien, al r es ponder a las
pr eguntas que s e le for mulan, s e limita a apoder ar s e de la última
palabr a que ha oído, o de la última por ción de una fr as e s ur r ealis ta
que ha dej ado cier to r as tr o en s u es pír itu:

¿Qué edad tiene us ted?» - « Us ted» (Ecoís mo). « ¿Cómo s e llama


us ted?» - « Cuar enta y cinco cas as »

(S íntoma de Gans er o de las r es pues tas mar ginales )

No hay ninguna conver s ación en la que no s e dé cier to des or den. E l


es fuer z o en pr o de la s ociabilidad que las pr es ide y la cos tumbr e que
de s os tener las tenemos s on los únicos factor es que cons iguen
ocultar nos tempor almente aquel hecho. As imis mo, la mayor
debilidad de todo libr o es tr iba en entr ar cons tantemente en conflicto
con el es pír itu de s us mej or es lector es , y al decir mej or es quier o
s ignificar los más ex igentes . E n el br evís imo diálogo que
anter ior mente he impr ovis ado entr e el médico y el enaj enado, es ,
des de luego, es te último quien lleva la mej or par te, ya que mediante
s us r es pues tas domina la atención del médico - y, además , no es él
quien for mula las pr eguntas - . ¿Cabe afir mar que s u pens amiento es
el más fuer te de los dos en aquel ins tante? Quiz á. Al fin y al cabo, el
paciente goza de la liber tad de no tener en cuenta s u nombr e ni s u
edad.

El s ur r ealis mo poético, al que cons agr o el pr es ente es tudio, s e ha


ocupado, has ta el actual momento, de r es tablecer en s u ver dad
abs oluta el diálogo, al liber ar a los dos inter locutor es de las
obligaciones impues tas por la buena cr ianz a. Cada uno de ellos s e
dedica s encillamente a pr os eguir s u s oliloquio, s in intentar der ivar de
ello un placer dialéctico deter minado, ni imponer s e en modo alguno
a s u pr ój imo. L as fr as es inter cambiadas no tienen la finalidad,
contr ar iamente a lo us ual, del des ar r ollo de una tes is por muy
ins us tancial que s ea, y car ecen de todo compr omis o, en la medida
de lo pos ible. E n cuanto a la r es pues ta que s olicitan debemos decir
que, en pr incipio, es totalmente indifer ente en cuanto r es pecta al
amor pr opio del que habla. Las palabr as y las imágenes s e ofr ecen
únicamente a modo de tr ampolín al s er vido del es pír itu del que
es cucha. Es te es el modo en que s e ofr ecen las palabr as y las

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 21 de 30

imágenes en Los campos magnéticos , pr imer a obr a pur amente


s ur r ealis ta, y es pecialmente en las páginas baj o el común título de
« B ar r er as » , en donde S oupault y yo nos compor tamos como
inter locutor es impar ciales .

El s ur r ealis mo no per mite a aquellos que s e entr egan a él


abandonar lo cuando mej or les plazca. T odo induce a cr eer que el
s ur r ealis mo actúa s obr e los es pír itus tal como actúan los
es tupefacientes ; al igual que és tos cr ea un cier to es tado de
neces idad y puede inducir al hombr e a tr emendas r ebeliones .
T ambién podemos decir que el s ur r ealis mo es un par aís o har to
ar tificial, y la afición a es te par aís o der iva del es tudio de B audelair e,
al igual que la afición a los r es tantes par aís os ar tificiales . El anális is
de los mis ter ios os efectos y, de los es peciales goces que el
s ur r ealis mo puede e, n, , , , g, en, dr ar no puede faltar en el
pr es ente es tudio, y es de adver tir que, en muchos as pectos , el
s ur r ealis mo par ece un vicio nuevo que no es pr ivilegio ex clus ivo de
unos cuantos individuos , s ino que, como el hax is , puede s atis facer a
todos los que tienen gus tos r efinados .

1. Hay imágenes s ur r ealis tas que s on como aquellas imágenes


pr oducidas por el opio que el hombr e no evoca, s ino que « s e le
ofr ecen es pontáneamente des póticamente, s in que las pueda apar tar
de s í, por cuanto la voluntad ha per dido s u fuer z a, y ha dej ado de
gober nar las facultades » (15). Natur almente, faltar ía s aber s i las
imágenes , en gener al, han s ido alguna vez « evocadas » . S i nos
atenemos , tal como yo hago, a la definición de Rever dy, no par ece
que s ea pos ible apr ox imar voluntar iamente aquello que él denomina
« dos r ealidades dis tantes » . La apr ox imación ocur r e o no ocur r e, y
es to es todo. Niego con toda s olemnidad que, en el cas o de Rever dy,
imágenes como:

Por el cauce del ar r oyo fluye una canción

El día s e des plegó como un blanco mantel

El mundo r egr es a al inter ior de un s aco

compor ten el menor gr ado de pr emeditación. A mi j uicio, es er r óneo


pr etender que « el es pír itu ha apr ehendido las r elaciones » entr e dos
r ealidades en él pr es entes . Par a empez ar , digamos que el es pír itu no
ha per cibido nada cons cientemente. Contr ar iamente, de la
apr ox imación for tuita de dos tér minos ha s ur gido una luz es pecial, la
luz de la imagen, ante la que nos mos tr amos infinitamente s ens ibles .
El valor de la imagen es tá en función de la belleza de la chis pa que
pr oduce; y, en cons ecuencia, es tá en función de la difer encia de
potencia entr e los dos elementos conductor es . Cuando es ta
difer encia apenas ex is te, como en el cas o de las compar aciones (16),
la chis pa no nace. A mi j uicio, no es tá en la mano del hombr e el
poder de cons eguir la apr ox imación de dos r ealidades tan dis tantes
como aquellas a que antes nos hemos r efer ido, por cuanto a ello s e

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 22 de 30

opone el pr incipio de la as ociación de ideas , tal como lo entendemos .


De lo contr ar io, s ólo nos quedar ía el r ecur s o de volver a adoptar un
ar te de car ácter elíptico, que Rever dy condena, tal como yo lo
condeno. Fuer za es r econocer que los dos tér minos de la imagen no
s on el r es ultado de una labor de deducción r ecípr oca, llevada a cabo
por el es pír itu con el fin de pr oducir la chis pa, s ino que s on
pr oductos s imultáneos de la actividad que yo denomino s ur r ealis ta,
en la que la r az ón s e limita a cons tatar y a apr eciar el fenómeno
luminos o.

Y del mis mo modo que la dur ación de la chis pa s e pr olonga cuando


s e pr oduce en un ambiente de r ar ificación, la atmós fer a s ur r ealis ta
cr eada mediante la es cr itur a mecánica, que me he es for z ado en
poner a la dis pos ición de todos , s e pr es ta de maner a muy es pecial a
la pr oducción de las más bellas imágenes .

I nclus o cabe decir que, en el cur s o ver tiginos o de es ta es cr itur a, las


imágenes que apar ecen cons tituyen la única guía del es pír itu. Poco a
poco, el es pír itu queda convencido del valor de r ealidad s upr ema de
es tas imágenes . Limitándos e al pr incipio a s entir las , el es pír itu
pr onto s e da cuenta de que es tas imágenes s on acor des con la
r az ón, y aumentan s us conocimientos . E l es pír itu adquier e plena
conciencia de las ilimitadas ex tens iones en que s e manifies tan s us
des eos , en las que el pr o y el contr a s e ar moniz an s in ces ar , y en las
que s u ceguer a dej a de s er peligr os a. E l es pír itu avanz a, atr aído por
es tas imágenes que le ar r ebatan, que apenas le dej an el tiempo
pr ecis o par a s oplar s e el fuego que ar de en s us dedos . Vive en la más
bella de todas las noches , en la noche cr uz ada por la luz del
r elampagueo, la noche de los r elámpagos . T r as es ta noche, el día es
la noche.

Los innumer ables tipos de imágenes s ur r ealis tas ex igen una


clas ificación que, por el momento, no voy a pr etender efectuar .
Agr upar es tas imágenes s egún s us afinidades par ticular es me
llevar ía demas iado lej os ; es encialmente, quier o tan s ólo tener en
cons ider ación s us ex celencias comunes . No voy a ocultar que par a
mí la imagen más fuer te es aquella que contiene el más alto gr ado
de ar bitr ar iedad, aquella que más tiempo tar damos en tr aducir a
lenguaj e pr áctico, s ea debido a que lleva en s í una enor me dos is de
contr adicción, s ea a caus a de que uno de s us tér minos es té
cur ios amente oculto, s ea por que tr as haber pr es entado la apar iencia
de s er s ens acional, s e des ar r olla des pués débilmente (que la imagen
cier r e br us camente el ángulo de s u compás ), s ea por que de ella s e
der ive una j us tificación for mal ir r is or ia, s ea por que per tenez ca a la
clas e de las imágenes alucinantes , s ea por que pr es te de un modo
muy natur al la más car a de lo abs tr acto a lo que es concr eto, s ea por
todo lo contr ar io, s ea por que implique la negación de alguna
pr opiedad fís ica elemental, s ea por que dé r is a. He aquí unos cuantos
ej emplos de imágenes cor r ectas :

Los r ubís del champaña. L autr éamont.

B ello como la ley de par alización del des ar r ollo del pecho de los
adultos cuya pr opens ión al cr ecimiento no guar da la debida r elación
con la cantidad de moléculas que s u or ganis mo pr oduce.

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 23 de 30

Lautr éamont.

Una igles ia s e alz aba s onor a como una campana. Philippc S oupault.

En el s ueño de Rr os e S élavy hay un enano s alido de un pozo, que


come pan por la noche. Rober t Des nos .

S obr e el puente s e balanceaba el r ocío con cabez a de gata. Andr é


B r eton.

Un poco a la iz quier da, en mi divino fir mamento, per cibo - aunque s in


duda es tan s ólo un vapor de s angr e y as es inatos - el br illante
des pintado de las per tur baciones de la liber tad. Louis Ar agon.

En el inter ior del bos que incendiado


Fr es cos los leones s e han quedado. Roger Vitr ac.

El color de las medias de una muj er no es obligator iamente la


imagen de s us oj os , lo cual ha inducido a decir a un filós ofo, cuyo
nombr e es inútil hacer cons tar : « los cetalópodos tienen más r az ones
que los cuadr úpedos par a odiar el pr ogr es o» . Max Mor is e.

1. T anto s i s e quier e como s i no, ahí hay mater ia par a s atis facer
muchas neces idades del es pír itu. T odas es tas imágenes par ecen
ates tiguar que el es pír itu ha alcanz ado la madur ez s uficiente par a
goz ar de más s atis facciones que aquellas que por lo gener al s e le
conceden. E s te es el único medio de que dis pone par a s acar par tido
de la cantidad ideal de acontecimientos de que es tá pr eñado (17).
Es tas imágenes le dan la medida de s u nor mal dis ipación y de los
inconvenientes que és ta le compor ta. No es malo que es tas
imágenes acaben por des concer tar al es pír itu, ya que des concer tar le
equivale a s ituar le ante un camino er r ado. Las fr as es que he citado
contr ibuyen gr andemente a ello. Per o el es pír itu que s abe
s abor ear las obtiene de ellas la cer tidumbr e de hallar s e en el buen
camino; el es pír itu, por s í mis mo, j amás s e declar ar á culpable de
emplear s utilez as idiomáticas ; nada tiene que temer por cuanto,
además , s e for tifica con la bús queda total.

2. E l es pír itu que s e s umer ge en el s ur r ealis mo r evive ex altadamente


la mej or par te de s u infancia. Al es pír itu le ocur r e un poco lo mis mo
que a aquel que, pr óx imo a mor ir ahogado, r epas a, en menos de un
minuto, s u vida enter a, en todos s us agobiantes detalles . Habr á
quien diga que es to no es demas iado incitante. Per o no me inter es a
en abs oluto incitar a quien tal digan. De los r ecuer dos de la infancia
y de algunos otr os s e des pr ende cier to s entimiento de no es tar uno
abs or bido, y, en cons ecuencia, de des pis te, que cons ider o el más
fecundo entr e cuantos ex is ten. Quiz á s ea vues tr a infancia lo que más
cer ca s e encuentr a de la « ver dader a vida» ; es a infancia, tr as la cual,
el hombr e tan s ólo dis pone, además de s u pas apor te, de cier tas
entr adas de favor ; es a infancia en la que todo favor ece la eficaz , y
s in az ar es , pos es ión de uno mis mo. Gr acias al s ur r ealis mo, par ece
que las opor tunidades de la infancia r eviven en nos otr os . E s como s i
uno volvier a a cor r er en pos de s u s alvación, o de s u per dición. S e
r evive, en las s ombr as , un ter r or pr ecios o. Gr acias a Dios , tan s ólo
s e tr ata del Pur gator io. S e atr avies an, s intiendo un es tr emecimiento,

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 24 de 30

aquellas z onas que los ocultis tas denominan pais aj es peligr os os . Mis
pas os s us citan la apar ición de mons tr uos que me acechan,
mons tr uos que todavía no me tienen demas iada malquer encia,
debido a que les temo, por lo que todavía no es toy per dido. Ahí
es tán « los elefantes con cabez a de muj er y los leones volador es »
cuyo encuentr o nos hacía temblar de miedo, a S oupault y a mí; ahí
es tá el « pez s oluble» que todavía me da un poco de miedo. ¡PEZ
S OLUB LE , no, no s oy yo el pez s oluble, yo nací baj o el s igno de
Acuar io, y el hombr e es s oluble en s u pens amiento! L a fauna y la
flor a del s ur r ealis mo s on inconfes ables .

3. No cr eo en la pos ibilidad de la pr óx ima apar ición de un pontífice


s ur r ealis ta. L as car acter ís ticas comunes a todos los tex tos del
géner o, entr e ellos los que acabo de citar , as í como muchos otr os
que por s í s olos nos podr ían pr opor cionar un r igur os o des glos e
analítico lógico y gr amatical, no impiden una cier ta evolución de la
pr os a s ur r ealis ta, al pas o del tiempo. Pr ueba ir r efr agable de ello lo
s on las his tor ietas que vienen a continuación, en es te mis mo
volumen, his tor ietas es cr itas des pués de gr an cantidad de ens ayos a
cuya elabor ación me entr egué con la finalidad antes dicha dur ante
cinco años , y que tengo la debilidad de j uz gar , en s u mayor ía,
ex tr emadamente des or denadas . No es timo que es as his tor ietas
s ean, en vir tud de lo que de ellas he ex pr es ado, ni más ni menos
capaces de poner de r elieve ante el lector los beneficios que la
apor tación s ur r ealis ta puede pr opor cionar a s u conciencia.

Por otr a par te, es pr ecis o dar mayor enver gadur a a los medios
s ur r ealis tas . T odo medio es bueno par a dar la des eable
es pontaneidad a cier tas as ociaciones . Los papeles pegados de
Picas s o y de B r aque tienen el mis mo valor que la ins er ción de un
lugar común en el des ar r ollo liter ar io del es tilo más labor ios amente
depur ado. I nclus o es tá per mitido dar el título de POEMA a aquello
que s e obtiene mediante la r eunión, lo más gr atuita pos ible (s i no les
moles ta, fíj ens e en la s intax is ) de títulos y fr agmentos de títulos
r ecor tados de los per iódicos diar ios :

POE MA

Una car caj ada


de z afir o en la is la de Ceilán

Las más her mos as es camas

T I E NE N MAT I Z AGOS T ADO


B AJO L OS CE RROJOS

en una gr anj a ais lado


DE DI A E N DI A
s e agr ava
lo agr adable

U n cam in o de car r o
os conduce a los límites con lo ignoto

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 25 de 30

el caf é
pr edica l as loas de s u s an t o
EL COT I DI ANO ART I FI CE DE VUE S T RA
B EL LE Z A
S E ÑORA

un par
de m edi as de s eda
no es

U n s al t o en el Vací o
UN CI E RVO

El amor ante todo


T odo podr ía s ol u ci on ar s e
PARI S E S UNA GRAN CI UDAD

Vi gil ad
L os r es col dos
LA ORACI ON

Del buen tiempo

S abed qu e
L os r ayos u lt r avi ol et as
han culminado s u tar ea
B r eve y beneficios a

E l P R I ME R D I AR I O B L AN CO
D E L AZ AR
R oj o s er á

El cantor vagabundo
¿D ÓN D E E S T Á?
en la m em or ia
en s u cas a
EN E L B AI L E DE LOS ARDI ENT E S

H ago
bai lan do
L o qu e s e h ace, l o qu e s e h ar á

Y s e podr ían dar muchos más ej emplos . T ambién el teatr o, la


filos ofía, la ciencia, la cr ítica, cons eguir ían volver a encontr ar s e a s í
mis mos . Debo apr es ur ar me a añadir que las futur as técnicas
s ur r ealis tas no me inter es an.

Ya he dado a entender con s uficiente clar idad que las aplicaciones


del s ur r ealis mo a la acción me par ecen pos eer una impor tancia muy
difer ente (18). Cier tamente, no cr eo en el valor pr ofético de la
palabr a s ur r ealis ta. « Mis palabr as s on palabr as de or áculo» (19). S í
en la medida que yo quier a, por que ¿acas o no s e es or áculo ante uno
mis mo? (20) L a piedad de los hombr es no me engaña. L a voz
s ur r ealis ta que es tr emeció a Cumas , Dodona y Delfos es la mis ma
que dicta mis dis cur s os menos ir acundos . Mi tiempo no puede s er el

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 26 de 30

s uyo, ¿y por qué ha de ayudar me es ta voz a r es olver el infantil


pr oblema de mi des tino? Por des gr acia, par ez co actuar en un mundo
en el que, par a llegar a tener en cuenta s us s uger encias , es toy
obligado a s er vir me de dos clas es de intér pr etes , unos me tr aducir án
s us fr as es , y los otr os , que es impos ible hallar , comunicar án a mis
s emej antes la compr ens ión que yo haya alcanz ado de es tas fr as es .
Es te mundo en el que yo s ufr o lo que s ufr o (mej or s er á que no lo
s epáis ), es te mundo moder no, es te mundo, en fin... ¡ diabólico!
B ueno, pues ¿qué quer éis que yo haga en él? L a voz s ur r ealis ta
quiz á s e ex tinga, no puedo yo contar mis des apar iciones . Yo no
podr é es tar pr es ente, ni s iquier a un poco, en el mar avillos o
des cuento de mis años y mis días . S er é como Nij ins k i, a quien el año
pas ado llevar on a los ballets r us os y no pudo compr ender qué clas e
de es pectáculo er a aquel al que as is tía. Quedar é s olo, muy s olo en
mí, indifer ente a todos los ballets del mundo. Os doy todo lo que he
hecho y todo lo que no he hecho.

Y, des de entonces , s iento unos gr andes des eos de contemplar con


indulgencia los s ueños científicos que, a fin de cuentas , tan
indecor os os s on des de todos los puntos de vis ta. ¿Los s in hij os ?
B ien. ¿La s ífilis ? I gual me da. ¿La fotogr afía? Nada tengo que oponer .
¿El cine? ¡Vivan las s alas os cur as ! ¿La guer r a? ¡ Que r is a! ¿El
teléfono? ¡ Diga! ¿La j uventud? ¡ Encantador es cabellos blancos !
I ntentad hacer me decir « gr acias » : « Gr acias » . Gr acias ... S i el vulgo
tiene en gr an es tima es o que, pr opiamente hablando, s e deno?mina
inves tigaciones de labor ator io, s e debe a que gr acias a ellas s e ha
cons eguido cons tr uir una máquina o des cubr ir un s uer o en los que el
vulgo s e cr ee dir ec?tamente inter es ado. No duda ni por un ins tante
que con ello s e ha quer ido mej or ar s u s uer te. No s é con ex actitud
cuál es el ideal de los s abios con tendencias humanitar ias , per o me
par ece que de él no for ma par te una gr an cantidad de bondad.
Entendámonos , hablo de los ver dader os s abios , no de los
vulgar iz ador es de cualquier tipo, en pos es ión de un título. E n es te
ter r eno, como en cualquier otr o, cr eo en la pur a alegr ía s ur r ealis ta
del hombr e que, cons ciente del fr acas o de todos los demás , no s e da
por vencido, par te de donde quier e y, a lo lar go de cualquier camino
que no s ea r az onable, llega a donde puede. Puedo confes ar
tr anquilamente que me es abs olutamente in?difer ente la imagen que
el hombr e en cues tión j uz gue opor tuno utiliz ar par a s eguir s u
camino, imagen que quiz á le pr ocur e la pública es timación. T ampoco
me impor ta el mater ial del que neces ar iamente tendr á que
pr oveer s e: s us tubos de vidr io o mis plumas metálicas ... E n cuanto
al método de tal hombr e lo cons ider o tan bueno como el mío. He
vis to en plena actuación al des cubr idor del r eflej o cutáneo plantar ;
no hacía más que ex per imentar s in tr egua en los s uj etos obj eto de
s u es tudio, no er a un « ex amen» , ni mucho menos , lo que hacía;
r es ultaba evidente que había dej ado de fiar s e de todo géner o de
planes . De vez en cuando for mulaba una obs er vación, con air e de
lej a?nía, s in abandonar por ello s u aguj a, mientr as que s u mar tillo
actuaba cons tantemente. E ncar gó a otr os la tr ivial tar ea de tr atar a
los enfer mos . S e entr egó por enter o a s u s agr ada fiebr e.

El s ur r ealis mo, tal como yo lo entiendo, declar a nues tr o


inconfor mis mo abs oluto con la clar idad s uficiente par a que no s e le
pueda atr ibuir , en el pr oces o el mundo r eal, el papel de tes tigo de

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 27 de 30

des car go. Contr ar iamente, el s ur r ealis mo únicamente podr á ex plicar


el es tado de completo ais lamiento al que es per amos llegar , aquí, en
es ta vida. El ais lamiento de la muj er en Kant, el ais lamiento de los
« r acimos » en Pas teur , el ais lamiento de los vehículos en Cur ie, s on a
es te r es pecto, pr ofundamente s intomáticos . E s te mundo es tá tan
s ólo muy r elativamente pr opor cionado a la inteligencia, y los
incidentes de es te géner o no s on más que los epis odios más
des collantes , por el momento, de una guer r a de independencia en la
que cons ider o un glor ios o honor par ticipar . E l s ur r ealis mo es el « r ayo
invis ible» que algún día nos per mitir á s uper ar a nues tr os
adver s ar ios . « Dej a ya de temblar , cuer po» . Es te ver ano, las r os as
s on azules ; el bos que de cr is tal. L a tier r a envuelta en ver dor me
caus a tan poca impr es ión como un fantas ma. Vivir y dej ar de vivir
s on s oluciones imaginar ias . L a ex is tencia es tá en otr a par te.

(1) Dos toiews k y: Cr imen y cas tigo.

(2) Pas cal.

(3) B ar r ès , Pr ous t.

(4) Es pr ecis o tener en cuenta el es pes or del s ueño. En gener al, tan
s ólo r ecuer do lo que has ta mí llega des de las más s uper ficiales capas
del s ueño. Lo que más me gus ta cons ider ar de los s ueños es aquello
que quede vagamente pr es ente al des per tar , aquello que no es el
r es ultado del empleo que haya dado a la j or nada pr ecedente, es
decir , los s ombr íos follaj es , las r amificaciones s in s entido.
I gualmente, en la « r ealidad» pr efier o abandonar me.

(5) Lo más admir able de lo fantás tico es que lo fantás tico ha dej ado
de ex is tir . Ahor a s ólo ex is te r ealidad.

(6) Véas e Pas os per didos , editado por la N. R. F.

(7) “Nor d- S ur d”, mar z o de 1918.

(8) S i hubier a s ido pintor , es ta r epr es entación vis ual hu?bier a s in


duda pr edominado s obr e la otr a. Pr obablemente mis facultades
innatas decidier on las car acter ís ticas de la r evelación. Des de aquel
día, he concentr ado voluntar iamente la aten?ción en par ecidas
apar iciones , y me cons ta que, en cuanto a pr ecis ión, no s on
infer ior es a los fenómenos auditivos . Pr o?vis to de papel y lápiz , me
s er ía fácil tr az ar s us contor nos . Y ello es as í por cuanto no s e tr atar ía
de dibuj ar , s ino de calcar . De es te maner a, podr ía r epr es entar un
ár bol, una ola, un ins tr umento mus ical, infinidad de cos as que, en
es te mo?mento s er ía incapaz de r epr es entar gr áficamente, ni
s iquier a mediante el más s omer o es quema. S i lo intentar a, me
per de?r ía, con la cer tidumbr e de volver a topar conmigo mis mo, en
un laber into de líneas que, a pr imer a vis ta, no par ecer ían
r epr es entar nada. Y, al abr ir los oj os , tendr ía la fuer te impr es ión de
hallar me ante algo « nunca vis to» . La pr ueba de lo que digo ha s ido
efectuada muchas veces por Rober t Des nos ; par a compr obar lo bas ta
con hoj ear el númer o 36 de Hoj as libr es , que contiene abundantes
dibuj os s uyos (« Romeo y Julieta» , « Un hombr e ha muer to es ta

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 28 de 30

mañana» , etc.) que la r evis ta cr eyó er an dibuj os r ealiz ados por


locos , y que como publicó con la mayor buena fe.

(9) Knut Hams un cons ider a que el hambr e es el deter minante de


es te tipo de r evelación que me obs es ionó, y quiz á es té en lo cier to.
(Debo hacer cons tar que en aquella poca no todos los días comía.) Y
no cabe duda de que los s iguientes s íntomas que Hams un r elata
coinciden con los míos :
El día s iguiente des per té tempr ano. T odavía er a de noche. Hacía
lar go r ato que tenía los oj os abier tos , cuando oí las campanadas de
las cinco, dadas por el r eloj de par ed del pis o s uper ior al mío.
I ntenté volver a dor mir , per o no lo logr é, es taba totalmente
des pier to, y mil ideas me bullían en la cabeza.
De r epente s e me ocur r ier on algunas fr as es buenas , muy adecuadas
par a utilizar las en un apunte, en un folletón; s úbitamente, y como
por az ar , des cubr í fr as es muy her mos as , fr as es más bellas que todas
las por mí es cr itas anter ior mente. Me las r epetí lentamente, palabr a
por palabr a, y er an ex celentes . Las fr as es no dej aban de acudir , una
tr as otr a. Me levanté y cogí papel y lápiz , en la mes a que tenía
detr ás de la cama. Me par ecía que s e hubier a r oto una vena en mi
inter ior , las palabr as s e s ucedían, s e s ituaban en s u j us to lugar , s e
adaptaban a la s ituación, las es cenas s e acumulaban, la acción s e
des ar r ollaba, las r éplicas s ur gían en mi cer ebr o, y yo gozaba de
maner a pr odigios a. L os pens amientos acudían tan veloz mente, y
s eguían fluyendo con tal abandono, que des deñé una multitud de
detalles delicados , debido a que el lápiz no podía ir con la debida
velocidad, pes e a que pr ocur aba es cr ibir de la mano s iempr e en
movimiento, s in per der ni un s egundo. Las fr as es br otaban en mi
inter ior y es taba en plena pos es ión del tema.
Apollinair e as egur aba que De Chir ico había pintado s us pr imer os
cuadr os baj o la influencia de alter aciones cenes tés i?cas (dolor es de
cabeza, cólicos ...)

(10) Cada día cr eo más en la infalibilidad de mi pens amiento en


r elación conmigo mis mo, lo cual es natur alís imo. De todos modos , en
es ta es cr itur a del pens amiento, en la que uno queda a mer ced de
cualquier dis tr acción ex ter ior , s e pr oducen fácilmente « lagunas » . No
hay r az ón alguna que j us tifique el intento de dis imular las . E l
pens amiento es , por definición, fuer te e incapaz de acus ar s e a s í
mis mo. Aquellas evidentes deficiencias deben atr ibuir s e a las
s uger encias pr ocedentes del ex ter ior .

(11) T ambién por T homas Car lyle, en S ar tor Res ar tus (capítulo VI I I :
« S uper natur alis mo natur al» ), 1833- 34.

(12) Véas e as imis mo, el I deor r ealis mo de S aint- Pol- Roux .

(13) Lo mis mo podr ía decir de algunos filós ofos y de algunos


pintor es ; de es tos últimos tan s ólo citar é a Uccello, entr e los de la
época antigua, y, entr e los de la época moder na, a S eur at, Gus tave
Mor eau, Matis s e (en « La mús ica» , por ej emplo), Der ain, Picas s o (el
más pur o, con mucho), B r aque, Duchamp, Picabia, Chir ico
(admir able dur ante tanto tiempo), K lee, Man Ray, Max E r ns t y, tan
pr óx imo a nos otr os , Andr é Mas s on.

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 29 de 30

(14) « Nuevas Hébr idas » , « Des or den for mab, « Duelo por duelo» .

(15) B audelair e.

(16) I magen de Jules Renar d.

(17) No olvidemos que, s egún la fór mula de Novalis , « hay cier tas
s er ies de acontecimientos que s e pr oducen par alelamente con los
acontecimientos r eales . Por lo gener al, los hombr es y las
cir cuns tancias modifican el cur s o ideal de los acontecimientos de tal
maner a que és te toma apar iencias de imper fección y s us
cons ecuencias s on también imper fectas . As í ocur r ió con la Refor ma:
en vez del Pr otes tantis mo pr oduj o el L uter anis mo» .

(18) S éame per mitido for mular algunas r es er vas acer ca de la


r es pons abilidad, en gener al, y de las cons ider aciones médico-
j ur ídicas per tinentes en or den a deter minar el gr ado de
r es pons abilidad de un individuo, a s aber , r es pons abilidad plena,
ir r es pons abilidad y r es pons abilidad limitada (s ic). Pes e a lo muy
difícil que me r es ulta admitir el pr incipio de cualquier tipo de
r es pons abilidad, me gus tar ía s aber de qué maner a s er án j uz gados
los pr imer os actos delictuos os de natur alez a indudablemente
s ur r ealis ta. ¿El acus ado s er á abs uelto o s olamente s e apr eciar á la
concur r encia de cir cuns tancias atenuantes ? E s una ver dader a lás tima
que los delitos de pr ens a hayan dej ado cas i de s er per s eguidos , pues
de lo contr ar io no tar dar ía en llegar el momento en que podr íamos
as is tir a un pr oces o del s iguiente tipo: el acus ado ha publicado un
libr o atentator io a la mor al pública; a quer ella de algunos de s us
« más honor ables » conciudadanos es también acus ado de
difamación; contr a él s e for mulan acus aciones de todo géner o,
igualmente aplas tantes , cual ins ultos al ej ér cito, inducción al
as es inato, apología de la violación, etc. Por s u par te, el acus ado s e
mues tr a enter amente de acuer do con los acus ador es , a fin de poder
des vir tuar las ideas por él ex pr es adas . E n s u defens a, s e limita a
pr oclamar que él no s e cons ider a autor del libr o en cues tión, ya que
és te tan s ólo puede cons ider ar s e como una pr oducción s ur r ealis ta
que ex cluye todo géner o de cons ider aciones acer ca del mér ito o
demér ito de quien lo fir ma, ya que el fir mante no ha hecho más que
copiar un documento, s in ex pr es ar s us opiniones , y que es tan aj eno
a la obr a nefas ta cual pueda s er lo el mis mís imo pr es idente del
tr ibunal que le j uz ga.
Y lo que cabe decir de la publicación de un libr o podr á decir s e
también de una infinidad de actos de difer ente natur alez a el día en
que los métodos s ur r ealis tas comiencen a goz ar del favor del
público. E ntonces s er á pr ecis o que una nueva mor al s us tituya a la
mor al us ual, caus a de todos nues tr os males .

(19) Rimbaud.

(20) De todos modos , DE T ODOS MODOS ... Mej or s er á des car gar la
conciencia. Hoy, día 8 de j unio de 1924, hacia la una, la voz me ha
s us ur r ado: « B éthune, B éthune...» ¿Qué quer ía decir ? No conozco
B éthune, ni tengo la menor idea de la s ituación en que s e encuentr a
en el mapa de Fr ancia, B éthune nada me evoca, ni s iquier a una
es cena de Los tr es mos queter os . Hubier a debido empr ender viaj e

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Portafolio - Primer manifiesto surrealista [1924] Página 30 de 30

hacia B éthune, en donde quiz á me es per aba algo; aunque en


r ealidad hubier a s ido és ta una s olución demas iado s implis ta. Me han
contado que en un libr o de Ches ter ton s e r efier e el cas o de un
detective que par a encontr ar a alguien a quien bus ca en una ciudad
s igue el método de ins peccionar , des de el s ótano al tej ado, todas las
cas as en cuyo ex ter ior advier te un detalle liger amente anor mal. Es te
s is tema es tan bueno como cualquier otr o.

De par ecido modo, S oupault, en 1919, entr ó en gr an númer o de


inmuebles impr obables par a pr eguntar a la por ter a s i allí vivía
Phillippe S oupault. Cr eo que no s e hubier a s or pr endido s i le hubier an
dado una r es pues ta afir mativa. E llo s e hubier a debido a que
S oupault habr ía entr ado en s u pr opia cas a.

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