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La-Filosofia-Moral-y-Politica-de-Habermas-Jose Antonio Gimbernat PDF
La-Filosofia-Moral-y-Politica-de-Habermas-Jose Antonio Gimbernat PDF
Y POLÍTICA
DE JÜRGEN HABERMAS
José Antonio Gimbernat (Ed.)
LA FILOSOFÍA MORAL
Y POLÍTICA
DE JÜRGEN HABERMAS
BIBLIOTECA NUEVA
© José Antonio Gimbemat y otros, 1997
© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 1997
Almagro, 38
28010 Madrid
ISBN: 84-7030-418-6
Depósito Legal: M-10.646-1997
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índice
JOSÉ A. GIMBERNAT
La recepción de la filosofía
de Jürgen Habermas en España
JOSÉ ANTONIO GIMBERNAT
[H]
intelectual. Entre toda su producción filosófica destacaba una
obra de gran aliento y ambición, Conocimiento e interés de Jür-
gen Habermas.
Simultáneamente en los medios de la sociología española
había causado impacto y resonancia —aún un tanto descon-
textualizada—, la obra editada por Adorno con el título, La
disputa del positivismo en la sociología alemana. Los dos frentes
contrapuestos fueron etiquetados de manera un tanto simplifi-
cadora como analíticos versus dialécticos. En estos últimos, na-
turalmente estaban alineados los patrocinadores de la teoría crí-
tica. Entre otras cosas, Conocimiento e interés define la posición
original de Habermas en ese debate; siguiendo en un nuevo ho-
rizonte, personalmente creado, la estela de la crítica al positi-
vismo realizada por Adorno y Horkheímer.
Nuestra lectura de entonces de este escrito de Habermas
confirmaba nuestra resistencia, a que los impulsos de una filo-
sofía con intención emancipatoria, esto es, práctica, se viera
frenada por la pretensión dogmática de convertir a la técnica
y a la ciencia como saber paradigmático. Pretensión que era el
anuncio de la nueva ideología, que vista desde hoy, hay que de-
cir que sólo estaba en el comienzo de un camino de grandes
éxitos. Representaba el ascenso de la apariencia y la procla-
mación de la objetividad del conocimiento, en una nueva ver-
sión que trataba de imponer como modelo, lo que los prime-
ros frankfurtianos habían denominado la razón instrumental.
Habermas en aquel texto revelaba que tras cada tipo o método
cognoscitivo, quedaban ocultos por implícitos los intereses
rectores de esos conocimientos específicos, que había que des-
velar —ésta era la propuesta— mediante la autorreflexión de
cada disciplina científica o hermenéutica.
Visto en la distancia, Conocimiento e interés continúa
siendo una gran obra de filosofía, innovadora y con enverga-
dura sistemática. Pretende hacer un balance e insertarse en la
gran tradición de la filosofía alemana, y al mismo tiempo sig-
nifica el giro de un pensamiento filosófico que se empeña en
reconstruir una filosofía de la práctica, inaugurada por Karl
Marx. A la vez en este escrito están presentes y ya en germen
los propósitos de una teoría de la comunicación con intención
práctica, lo que se plasmará mas de dos lustros después en la
Teoría de la acción comunicativa.
A mediados de la década de los 70, Habermas comienza a
ser en España punto de referencia obligado en congresos, se-
minarios, estudios de sociología y filosofía política 1 . Van
siendo traducidas sus obras, y a principio de la década si-
guiente cada vez será más corto el espacio que media entre la
publicación de los textos de su prolífica obra y sus traduccio-
nes en castellano. Hoy prácticamente la totalidad de sus libros
están traducidos, con textos importantes también en lengua ca-
talana.
Sus obras posteriores desarrollarán temas que estaban ya
anunciados en aquel gran programa de filosofía y ciencias so-
ciales que es Conocimientos e interés. Así, por ejemplo acon-
tece en La reconstrucción del materialismo histórico, donde se
subraya la unilateralidad del marxismo en destacar la función
determinante de las relaciones de producción en la evolución
histórica, relegando el factor comunicativo como poco rele-
vante para las transformaciones sociales: marginando así el fac-
tor subjetivo (intersubjetivo) y el componente moral, derivado
de la comunicación.
En esta época los trabajos de Habermas suponen una apor-
tación de elementos sustantivos para una teoría crítica de la so-
ciedad. Ello desde nuevos supuestos que los de sus anteceso-
res y con un discurso diferente que manifiesta su intención de
proseguir objetivos de la primera teoría crítica.
En este marco de referencias es recuperada tardíamente en
la sociología española su primera obra de gran relieve, que apa-
rece con el título de Historia y crítica de la opinión pública. En
ella se reivindica como factor insoslayable de la constitución de
las democracias modernas la existencia de un discurso público,
que garantice la participación potencial de todos los ciudada-
nos. De otra manera los Estados democráticos sufrirán un de-
bilitamiento de su legitimación ante la ciudadanía, con serios
riesgos para su supervivencia. Este nuevo tipo de legitimidad
es en nuestra época insustituible, después de la pérdida de vi-
gencia y credibilidad de otras formas premodernas de legiti-
midad política. Historia y crítica de la opinión pública, contiene
la contribución de Habermas al debate posterior planteado
por otros escritos y autores, acerca de la crisis de legitimación
que en su opinión era ya posible percibir en sus síntomas, en
coni, en Italia.
cultura de masas más bien habría que decir, una incultura po-
lítica de masas, manejadas implacable y eficazmente, utilizando
el exacerbado poder de los medios de comunicación social, en
unas magnitudes que sólo se atrevieron a sospechar los funda-
dores de la Escuela de Fráncfort.
Pero la amplitud de perspectivas de la obra de Habermas
hace que las críticas que se le puedan dirigir queden relativi-
zadas. Su reciente obra, Faktizitat und Geltung es una crítica
del derecho en cuanto institución. Se afirma y mantiene la ten-
sión necesaria entre los dos polos indisolubles. La positividad
del derecho como un fáctum que crea progreso jurídico y la
pretensión normativa con la que aquélla tiene que confron-
tarse. Es una obra ambiciosa que ofrece múltiples elementos
para abordar una teoría crítica del derecho.
Y, además, Habermas es un defensor de los grandes obje-
tivos de la modernidad, que considera inconclusa y necesitada
de renovada actualización. Sigue siendo un programa la ilus-
tración de la ilustración. Ello frente al avance neoconservador
que considera la modernidad cerrada, y en contra de las pro-
uestas postmodernas que la consideran liquidada. Son las am-
ivalencias, fracasos, frustraciones, expectativas decepciona-
das, las que han conducido a un sector del pensamiento actual
a declarar liquidado su proyecto. Nos hablan de la despedida
de las grandes narraciones, que han mostrado su inviabilidad
o fracaso. Es la despedida anunciada de una emancipación glo-
bal de la humanidad. Frente a ello la filosofía de Habermas es
un punto de apoyo fuerte, reivindicando la puesta al día de los
grandes objetivos de la modernidad ilustrada.
En otras obras, artículos y ensayos Habermas se muestra
un testigo activo y crítico de su época. La unidad alemana, los
movimientos sociales, el fin de la civilización del trabajo o la
disputa con los historiadores acerca de la interpretación del pa-
sado nazi en Alemania, son ejemplo de ello.
Este último debate de alguna manera revive la necesidad
de la confrontación con el pasado que la década de los 60 con
enorme coraje moral, desde la perspectiva del psicoanálisis,
emprendieron Margarita y Alexander Mitscherlich. Pensaban
entonces que la gran tarea intelectual de los alemanes, era dis-
cernir cómo se podría haber producido con el apoyo de la so-
ciedad aquella barbarie sin freno. Margarita Mitscherlich está
también presente en este curso para aportar esta perspectiva.
Es un motivo de orgullo su participación en este curso. Ha-
bermas ha afrontado esa cuestión décadas después, desde su
filosofía, con coraje semejante.
En este curso vamos a encarar tres líneas de la obra de Ha-
bermas, la filosofía política, moral y del derecho, en lo que se
refiere a su recepción en España. Para complementarla tam-
bién analizaremos aspectos de la recepción en Estados Unidos
y en la propia filosofía alemana.
El nexo interno entre
Estado de Derecho y Democracia
JÜRGEN HABERMAS
(Traducción: José Antonio Gimbernat)
* Deseo dar las gracias a Kenneth Baynes, John Deigh, Reiner Forst, Jür-
gen Habermas, John Rawls, Connie Rosati y Paul Weithman por sus utiles
discusiones y comentarios en torno a este escrito. Desde luego, ninguna de
las personas mencionadas habrá de mostrarse necesariamente de acuerdo
con el resultado final.
1 Véase, por ejemplo, Rainer Forst, Kontexte der Gerechtigkeit, Francfort
del Meno, Suhrkamp Verlag, 1994.
llevadas a cabo por teóricos que militan en los dos flancos del
debate, entre ellas un excelente libro de Kenneth Baynes2.
Pero la publicación en el otoño de 1992 de la obra de Haber-
mas Faktizitat und Geltung —parangonable en complejidad ar-
quitectónica a A Theory ofjustice— y en la primavera de 1993
de Political Liberalism de John Rawls muestra a las claras que
la discusión apenas ha comenzado3. Trataré aquí de hacer
avanzar un poco ese diálogo. Doy por supuesto que el lector
conoce en sus rasgos esenciales la teoría de la justicia de Rawls
y comenzaré en la sección I con un esbozo de los rasgos fun-
damentales de la teoría moral y política de Habermas. En la
sección II se abrirá un frente de crítica contra Rawls desde una
perspectiva habermasiana. A esto le seguirá en la sección III
un argumento contra Habermas desde una perspectiva rawl-
siana. No hará falta proclamar que en absoluto se intenta que
este ejercicio dialéctico vaya a zanjar la discusión. Tan sólo
quiero apuntar en cierta dirección que procuraré aclarar en la
sección IV.
SUNY Press, 1992. Véase también: Seyla Benhabib, Critique, Norm, and
Utopia, Nueva York, Columbia University Press, 1986, capítulo 8; Georgia
Warnke, Justice and Interpretation, Cambridge, Massachussetts, The MIT
Press, 1993, capítulos 3 y 5, y «Rawls, Habermas, and Real Talk: Reply to
Walzer», en Michael Kelly (compilador), Hermeneutics and Critical Theory
in Ethics and Politics, Cambridge, Massachussetts, The MIT Press, 1990,
páginas 197-203. No faltan, en fin, teóricos que se comprometen al mismo
tiempo con Rawls y con Habermas al elaborar sus propios enfoques en teo-
ría de la democracia, Es éste el caso de Joshua Cohen, «Deliberation and De-
mocratic Legitimacy», en Alan Hamlin y Philip Pettit (compiladores), The
Good Polity, Oxford, Basil Blackwell, 1989, págs. 17-34, y de Charles Lar-
more, Patterns of Moral Complexity, Cambridge, Inglaterra, Cambridge Uni-
versity Press, 1987.
3 Jürgen Habermas, faktizitat und Geltung, Fráncfort del Meno, Suhr-
kamp Verlag, 1992. Hay traducción inglesa de William Rehg, Between
Pacts and Norms, Cambridge, Massachussetts, The MIT Press, 1995. John
Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, Massachussetts, Harvard Univer-
sity Press, 1971 (hay traducción castellana de María Dolores González,
Teoría de la justicia, México, Fondo de Cultura Económica, 1978) y Poli-
tical Liberalism, Nueva York, Columbia University Press, 1993 (hay tra-
ducción castellana de Antoni Doménech, El liberalismo político, Barcelona,
Crítica, 1996).
I
«justicia discursiva».
bia el marco de referencia: antes lo era la conciencia moral kan-
tiana, solitaria y reflexiva y ahora lo es la comunidad de suje-
tos morales que dialogan. Se sustituye así el imperativo cate-
górico por un procedimiento de argumentación práctica
dirigido a alcanzar acuerdos razonados entre quienes estén su-
jetos a las normas en cuestión. Más aún, al exigirse que la toma
de perspectiva sea general y recíproca, la ética discursiva in-
troduce un momento de empatia o de «toma ideal de rol» den-
tro de la representación del procedimiento ideal para llegar a
un acuerdo razonado8. Como ilustran los avatares de la discu-
sión en torno a la noción de Rawls de un equilibrio reflexivo,
la carga de la prueba es enorme para los teóricos morales que
aspiren a fundar una concepción de la justicia en algo más uni-
versal que las convicciones de nuestra cultura política.
Y, puesto que Habermas quiere hacer precisamente eso, son
cruciales los vínculos que establece con la teoría de la acción;
están concebidos para mostrar que nuestras intuiciones mora-
les básicas se hallan arraigadas en algo más universal que las
particularidades de nuestra tradición. La tarea de la teoría mo-
ral, según su opinión, es articular, refinar y elaborar reflexiva-
mente —esto es, «reconstruir»— el meollo intuitivo de las pre-
suposiciones normativas de la interacción social que pertenece
al repertorio de los actores sociales competentes en cualquier
sociedad. Las intuiciones morales básicas que reconstruye el
teórico se adquieren, como vio Aristóteles, en el proceso cíe so-
cialización; pero, arguye Habermas, comprenden un «núcleo
abstracto» que no es particular de ninguna cultura, sino de la
especie. Los miembros de nuestra especie se convierten en in-
dividuos al socializarse en redes de relaciones sociales recípro-
8 Esto es, por cierto, una diferencia con respecto al «artificio de repre-
II
* N. del T.: O, en los términos del contexto español, como una senten-
cia del Tribunal Constitucional.
15 Rawls está de acuerdo en que «los límites apropiados de la razón pú-
blica varían en relación con las condiciones sociales e históricas» (pág. 251;
286). Esta «visión inclusiva» permite invocar razones «comprensivas»
—en contraste con las «públicas»— cuando la sociedad de que se trata no
es una sociedad bien ordenada, según ocurría a juicio de Rawls con los mo-
vimientos abolicionistas y de los derechos civiles (págs. 249-251; 284-286).
sólo que hay algo intuitivamente erróneo a propósito de estas
restricciones. Ellas chocan con nuestras convicciones habitua-
les sobre la apertura del debate en la esfera pública democrá-
tica, y de manera especial cuando están en juego asuntos de
importancia grave16. Si esto es así, seguro que tendrán que lle-
varse a cabo ajustes en otras partes de la teoría.
Desde luego, no voy a intentar ahora una cosa así. Pero me
gustaría sugerir que el problema anda ligado al hecho de que
a lo largo de los años 80 Rawls incorporó los problemas de es-
tabilidad política a la teoría normativa de la justicia (en parti-
cular al segundo nivel de ésta)17. A buen seguro que la teoría
Esto se distingue de casos en que la sociedad está «más o menos» bien or-
denada o está «cercana» a serlo, situaciones a las que se aplican restriccio-
nes más exigentes (págs. 247-249; 282-284). Si ninguna sociedad existente
estuviese bien ordenada —como Rawls parece sugerir a veces—, entones la
divergencia de facto entre su visión de lo que es permisible en los foros pú-
blicos efectivamente existentes y la de Hab ermas no sería tan grande como
he sugerido yo. Las diferencias teórico-normativas, empero, se mantendrían.
Por llevar esto a una cuestión concreta: ¿quién decide y cómo si hay o no
«injusticias básicas» que hayan de denunciarse (pág. 248; 283-284) o si la lu-
cha política pertenece a «las condiciones históricas necesarias para estable-
cer la justicia política» (pág. 251; 286)? Lo que argüiría Habermas es que la
decisión sobre esto ha de dejarse a los participantes mismos mediante su in-
clusión en la esfera pública, y esto significa de hecho que las restricciones al
discurso público que propone Rawls nunca están justificadas.
16 La discusión de Rawls del problema del aborto (pág. 243, n. 32; 278,
nota 32) es un caso crucial. En una sociedad bien ordenada, escribe Rawls,
sería «contrario al ideal de la razón pública» votar o hablar en el foro pú-
blico contra el derecho a elegir (al menos durante los tres primeros meses),
ya que «cualquier equilibrio razonable» de los valores políticos implicados
determinará que «el valor político de la igualdad de las mujeres predomina
sobre cualquier otro, y se necesita ese derecho para darle a ese valor toda su
sustancia y toda su fuerza». Cualquier doctrina comprensiva que llevase a un
equilibrio distinto —por ejemplo, una que concediese predominio al valor
político del «respeto debido a la vida humana» e impidiese así el aborto—
sería «en esa medida irrazonable.» En términos teórico-políticos, es capital
la diferencia entre caracterizar un argumento como equivocado o inade-
cuado y caracterizarlo como irrazonable y reñido con el ideal de la razón pú-
blica —y por tanto con el ideal de ciudadanía y el deber de civilidad. Rawls
convierte aquí su interpretación del peso relativo de estos valores en la vara
con que ha de medirse no sólo la fuerza relativa de los argumentos en com-
petencia sino incluso su permisibilidad misma en el foro público de una so-
ciedad bien ordenada. Esto choca frontalmente al menos con mis convic-
ciones en torno a la adecuada apertura del debate'público.
17 Es ésta una diferencia importante con respecto al modo como Rawls
III
que, como sugeriré en la sección III, pudiera ocurrir en la práctica que los
acuerdos públicos en sociedades pluralistas y democráticas con frecuencia
sólo fuese posible alcanzarlos sobre la base de lo que Rawls llama «razones
políticas». Pero esto todavía es una diferencia significativa.
20 Una versión anterior de esta argumentación apareció como capítulo 7
de mi libro Ideales e ilusiones, Madrid^ Tecnos, 1992. Saldrá una versión más
elaborada en Cardozo Law Review con el título «Legitimacy and Diversity».
{jatibles sean regularmente capaces de lograr un acuerdo sobre
o que constituye el bien común? Como parece claro, esto lle-
vará muy a menudo al desacuerdo a ciudadanos dotados de
concepciones distintas del bien. Con otras palabras: puesto
que para Habermas las cuestiones de justicia han de plantearse
en términos de lo que es igualmente bueno para todos, los de-
sacuerdos éticos muy bien pueden dar lugar a desacuerdos
acerca de lo que es correcto o justo. Bajo condiciones de plu-
ralismo valorativo, ni siquiera el discurso idealmente racional
habría de conducir al consenso racional.
Habermas parece inclinado a llevar a cabo dos jugadas bien
distintas en este punto. El sugiere en algunos lugares que los
conflictos de valor irresolubles han de dejarse, al igual que los
conflictos de intereses, a lo que surja de procesos de negocia-
ción equitativos21. Pero también está convencido de que, aun-
que unas regulaciones apropiadas puedan lograr igualar el po-
der de negociación, no pueden neutralizarlo ni pueden
tampoco transformar en una interacción puramente comuni-
cativa la interacción estratégica que es característica de las ne-
gociaciones. De esta manera, el tipo de «acuerdo razonable»
implicado aquí no puede decirse que se asiente en un consenso
logrado comunicativamente, aunque sí puede afirmarse que es
equitativo siempre que se dé un equilibrio de poder. Pero los
procedimientos de la negociación equitativa apenas constitu-
yen el tipo de base racional de la política deliberativa que ne-
cesita Habermas (explícitamente alejado en este punto de cier-
tas concepciones del liberalismo) para su concepción, digamos,
más «republicana» de la legitimidad democrática22. De añadi-
dura, el problema se agrava por el hecho evidente de que a me-
21 Por ejemplo, en Faktizitdt und Geltung, págs. 204 y sigs. Me estoy cen-
IV
Las personas razonables, dice Rawls, «están movidas por el de-
seo mismo de un mundo social en el que ellas, como libres e
toy argumentando: los ensayos de Joshua Cohen, «Moral Pluralism and Po-
litical Consensus», págs. 270-291, de Jean Hampton, «The Moral Commit-
ments of Liberalism», págs. 292-313, y David Esdund, «Making Truth Safe
for Democracy», págs. 71-100.
27 Y, de nuevo: «Las orientaciones de indagación de la razón pública...
2 8 Una fuente de controversia es, por supuesto, que las tradiciones dé in-
JAVIER MUGUERZA
A MODO DE INTRODUCCIÓN
riores textos suyos, por parte de John Rawls, Politicai Liberalism, Nueva
York, 1993, págs. 48 y sigs.
tica —esto es, de su uso monológico o intrasubjetivo a su uso
dialógico o intersubjetivo—, pues la decisión de entrar en un
diálogo no es una de ésas que se pueda a su vez tratar de fun-
damentar dialógicamente sin incurrir en una circularidad tan
viciosa o más que la envuelta en la famosa contradicción per-
formativa con que Apel amenaza al advertirnos que sólo cir-
cularmente nos es dado objetar al diálogo o la argumentación,
para lo cual tendríamos, a saber, que dialogar o argumentar.
Alguien tal vez rechace lo antedicho haciendo ver, con Ha-
bermas, que los individuos que toman decisiones son siempre
ya «individuos socializados», esto es, insertos en estructuras so-
ciales comunicativas, ante lo que no tengo nada que oponer
salvo la observación de que la socialización que los constituye
precisamente en tanto que individuos no implica por sí misma,
o por lo menos de necesidad, la socialización de sus decisiones
individuales6. Pero considerémonos instalados en el uso mo-
ral-discursivo de la razón práctica, lo que para Habermas que-
rría decir instalados en la reformulación discursiva antes men-
tada del «principio de universalización». Estrictamente
hablando, este principio y el «principio del discurso» no son
lo mismo para Habermas, si bien en lo que sigue —y a los efec-
tos de distinguir entre el principio kantiano y el principio dis-
cursivo de universalización— nos bastará con recordar que del
primero al segundo «el énfasis se desplaza de aquello que cada
uno por separado puede querer que se convierta en norma uni-
versal hacia aquello que todos de común acuerdo deseen re-
conocer como una norma universal»7. ¿Qué significa ese des-
plazamiento, que por lo pronto nos recuerda la transmutación
de la atomizada «voluntad de cada uno» en unánime «volun-
tad general» pasando por, y acaso por encima de, la sin duda
más modesta «voluntad de todos»? Como agudamente seña-
lara Albrecht Wellmer, el principio discursivo de universaliza-
ción no se limita a ofrecernos un criterio de validación de nor-
mas morales sino añade a este último, y hasta lo sustituye por,
un criterio de legitimación de consensos normativos que ten-
drían más que ver con la formación de una voluntad política
bre un tema kantiano)», Dianoia, 33, 1987, págs. 17-52, asimismo recogido
en Esperanza Guisán (ed.), Esplendor y miseria de la ética kantiana, Barce-
lona, 1988 y parcialmente traducido en Ethik der Ungewissheit.
versalidad morales, conciliación que habría ahora de confiarse
a las virtualidades del diálogo racional o del discurso. Por otra
parte, Habermas tratará de rescatar a la población del reino de
los fines de su confinamiento en el topos hyperouránios de la
metafísica de las costumbres y conducirla a la tierra de promi-
sión del «pensamiento postmetafísico»18. Pero su prevención
frente a la libertad negativa (Freiheit der Willkür) nos advierte
de que no está dispuesto a renunciar a una caracterización
«fuerte» de la voluntad racional (Wille), esto es, la voluntad
kantianamente determinada por la razón práctica, depositaría
de la auténtica libertad (Freiheit des Willens)4.
drid, 1983 (recogidas en Obras completas, ed. de Feliciano Blázquez, vol. II,
Madrid, 1994).
tran en situación o tienen ocasión de inventárselos como
acaso hayan hecho, si lo hicieron, los grandes moralistas y re-
formadores morales de cualquier tiempo o lugar; pero aun-
a u e , en un cierto sentido, la moral como contenido —que ha-
a expresión en códigos morales, ideologías y formas morales
de vida— sea siempre «convencional» en términos de Kohl-
berg, su apropiación autónoma, o su autónomo rechazo, por
parte de un sujeto moral que cree contar con buenas razones
para decidir una cosa u otra instala a éste en la postconven-
cionalidad, con lo que entramos en la dimensión de la «mo-
ral como actitud». Ante la terminante prohibición moral de
matar, pongamos por ejemplo, el sujeto moral puede tenerse
que enfrentar con la necesidad de tomar una grave decisión,
como la de acatar aquella prohibición o de incumplirla, sin-
tiéndose acuciado a recurrir a cuantos usos de la razón prác-
tica se hallen a su disposición, desde el cálculo de las conse-
cuencias de su acción (¿es lícito matar en defensa de una
víctima inocente, incluida la defensa de la propia vida en in-
superable peligro si no lo hace?) a profundas razones de au-
toestima (¿podrá volverse a mirar ante un espejo tras haber
matado a un semejante?) o compasión (¿cómo no experi-
mentar una indecible angustia ante la magnitud del daño in-
fligido a otro al quitarle la vida?). Junto a estos usos mono-
lógicos o intrasubjetivos de la razón práctica llevados a cabo
en la interioridad de la conciencia del sujeto, éste también po-
dría acudir —en las mismas u otras circunstancias, no nece-
sariamente menos dramáticas— a usos dialógicos o intersub-
jetivos, esto es, moral-discursivos de aquélla, sea a título
imaginativo o en la realidad efectiva, como en el caso de un
debate público sobre la pena de muerte, etc. Pero cualquier
sujeto, aisladamente considerado o inmerso en un discurso
multitudinario, podría fallar en su razonamiento, no dar con
las razones pertinentes o no saber apreciar su pertinencia in-
cluso a pesar de haber dado con ellas y, al final, todo lo que
le quedaría es pedir ser juzgado —a ser posible con mayor
benevolencia de la que acaso él sea capaz de prodigar al juz-
garse a sí mismo— por la honesta intención con que tratara
de aproximar su voluntad a los requerimientos de la ley mo-
ral. La moral como actitud es otro nombre para lo que Kant
dio en llamar la «buena voluntad» y se traduce, en la des-
cripción que Aranguren nos ofrece de ella, en «una actitud
cuya única guía es la conciencia moral, sujeta a todas las li-
irritaciones que se quieran pero, en última instancia, irreduc-
tible»24.
Pero retornemos al principio de la humanidad como un fin
en sí, que se presta mejor que cualquier otra versión del im-
perativo categórico kantiano a la interpretación negativa y en
definitiva individualista que nos es ya familiar, en el bien en-
tendido de que dicho individualismo nada tendría que ver para
nosotros con ningún género de individualismo posesivo y po-
dría incluso merecer la calificación de «individualismo ético»,
como propondré por mi parte que lo denominemos. El propio
Kant nos suministra la clave para semejante interpretación
cuando establece que —a diferencia de aquellos «fines relati-
vos» que podemos tratar de realizar con nuestras acciones y
que generalmente son medios para la consecución de otros fi-
nes, como, pongamos por ejemplo, el bienestar o la felicidad—
«el fin (que el hombre es en sí mismo) no habría de concebirse
como un fin a realizar, sino como un fin independiente y por
tanto de modo puramente negativo, a saber, como algo contra
lo que no debe obrarse en ningún caso»25. Bajo su apariencia
gramaticalmente afirmativa, lo que el principio «Obra de tal
modo que tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en
la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y
nunca meramente como un medio» viene a prescribirnos es, en
rigor, lo que no debemos hacer. Y de ahí que yo mismo, si se
me excusa la autocita, le haya llamado alguna vez «el impera-
tivo de la disidencia» en relación con el problema de la fun-
damentación de los derechos humanos, por entender que —a
diferencia del principio de universalización (que suele hallarse
en la base del intento de fundamentar la adhesión a valores
como la dignidad, la libertad o la igualdad)— «lo que ese im-
perativo habría de fundamentar es más bien la posibilidad de
decir "no" a situaciones en las que prevalecen la indignidad, la
falta de libertad o la desigualdad»26. Antes que con cualquier
Herrschaft und Vereinbarung, Fráncfort del Main, 1986, págs. 129 y sigs.
2 8 La expresión «derechos morales» (moral rights) debe su popularidad,
como se sabe, a Ronald Dworkin (cfr., por ejemplo, Taking Rights Seriously,
Cambridge, Mass., 1986 —traducción castellana de M. Guastavino, con Pró-
logo de Albert Calsamiglia, Barcelona, 1984—, A Matter of Principie, 1985
tónoma afirmación de esa exigencia por parte del sujeto disi-
dente no tendría por qué excluir la aspiración a unlversalizarla,
la universalidad ae los derechos humanos, y de lo que se trata
ahora no es tanto de defender el «primado de la autonomía»
frente al «universalismo ético» cuanto de ponernos en guardia
contra la operación de signo inverso auspiciada por falsos uni-
versalismos. Habermas ha hecho gala de una acusada sensibi-
lidad en la denuncia de semejantes falsos universalismos, como
lo muestra este elocuente párrafo:
3 ' En una de las más recientes acuñaciones de esa bien conocida fór-
pág. 106.
41 La primera de aquellas citas procede de Legitimationsprobleme in Spät-
kapitalismus, Fráncfort del Main, 1973 (traducción castellana de J. L. Etche-
verry, Buenos Aires, 1975) y aparece glosada en T. McCarthy, The Critical
tre «moralidad» y «legalidad» permitía posponer a las calen-
das metafísicas, o mejor dicho teológicas, el sueño de una so-
ciedad exclusivamente regida por «leyes de virtud», pero a lo
que Habermas nos invita, según vemos, es más bien a que ha-
gamos virtud de la necesidad, para lo que indudablemente He-
gel podría sernos de más utilidad que Kant, pues no en vano
aquél trató de enmendarle a éste la plana subsumiendo la mo-
ralidad individual en la «moralidad social estatalmente institu-
cionalizada» {Sittlichkeit)A1. Cierto es que la institucionalíza-
ción de la moralidad que tiene Habermas in mente no es la
operada por el Estado prusiano de los tiempos de Hegel, sino
la operada por un Estado de derecho que es un Estado demo-
crático, como acostumbran a serlo, con todas sus imperfeccio-
nes, los Estados que rigen la mayor parte de nuestras socieda-
des occidentales, cuya Sittlichkeit podríamos hacernos la
ilusión de que en algún sentido es ya «postconvencional»,
siempre que diéramos por buena, claro está, la metábasis eis
állo génos consistente en trasplantar al terreno de la evolución
social categorías procedentes de la psicología del desarrollo
moral de los individuos43. Pero lo verdaderamente peligroso
tudio del desarrollo moral ontogenético, haciendo suyo a aquel nivel el de-
senfado con que este último procedía a amalgamar el «es» y el «debe» en su
provocativo manifiesto «From Is to Ought: How to Commit the Naturalis-
tic Fallacy and Get Away with It in the Study of Moral Development», re-
cogido en Lawrence Kohlberg, Essays on Moral Development, Nueva York,
3 vols., 1981-83, vol. I, págs. 101-89 (por mi parte, me hice eco de tal temor,
felizmente infundado, en Desde la perplejidad, págs. 308 y sigs.).
44 Entre nosotros, el espléndido ensayo de Felipe González Vicén «La
APÉNDICE
cionado con el «uso alternativo del derecho» —al que adhiriera en su mo-
mento Barcellona—, el Habermas de Faktizitat una Geltung sí se halla fa-
miliarizado con el movimiento de los «critical legal studies», como lo
muestra, entre otros, el ya citado cap.V de su libro.
5 9 Duncan Kennedy, «Freedom and Constraint in Adjudication: A Criti-
I. INTRODUCCIÓN
[ni]
moralmente está autorizado a mantener su juicio moral como
válido objetivamente si este juicio es el producto de una espe-
cial formación comunicativa del juicio. Esta es la idea de una
fundamentación comunicativa de la moral.
A continuación desarrollaré esta idea. Pero es importante
observar desde el principio una distinción. Debe distinguirse
entre condiciones epistémicas de autorización y condiciones de
garantía. No afirmo que una formación comunicativa del jui-
cio garantiza el cumplimiento de una pretensión de objetividad
de un juicio moral. La tesis es más débil: una forma determi-
nada de formación del juicio sólo autoriza dicha pretensión. In-
cluso más: la formación comunicativa del juicio obliga direc-
tamente a quien juzga a observar esta diferencia entre
condiciones de autorización y condiciones de garantía, es de-
cir, realiza eso de tal modo que por ello el juicio mejora su es-
tatuto epistémico. Como veremos, pertenece a la idea de una
fundamentación comunicativa de la moral que la conciencia de
falibilidad del que juzga es fructífera epistémicamente. La for-
mación del juicio específicamente comunicativa está orientada
a la objeción y abierta a la experiencia. Estos rasgos son los que
proporcionan a sus productos una superioridad epistémica res-
pecto a sus competidores. Los productos son juicios morales
que ordenan un doble respeto universal e igualitario. La supe-
rioridad epistémica consiste en que estos juicios están mejor
fundamentados que los juicios alternativos.
Dicha forma de hablar sugiere, por supuesto, la siguiente
pregunta: mejor fundamentado, pero ¿con respecto a qué clase
de criterio de buenas fundamentaciones? El peligro estriba en
basarse en un criterio que ya de antemano decide todo en fa-
vor de una moral totalmente determinada. Creo que se puede
escapar de este peligro sólo por un camino. Se puede obtener
los componentes de este criterio a partir de la función de fun-
damentaciones práctico-morales.
Ahora es la función de todas las fundamentaciones la solu-
ción de los problemas. Los problemas son convicciones anta-
gónicas. Su solución consiste en la disolución del antagonismo
de las convicciones. Convicciones son aquellas opiniones en las
que se funda su contenido intencional (esto no tiene que su-
ceder de modo muy consciente). Esto diferencia a las convic-
ciones de emisiones sueltas, meras opiniones, deseos y senti-
mientos episódicos. Las fundamentaciones disuelven el
conflicto de convicciones de modo que ayudan a superar los
bloqueos de la acción. Por eso se puede experimentar con fun-
damentaciones; hay experiencias que verifican el contenido in-
tencional que está unido a una fundamentación.
Este funcionalismo de la fundamentación y la correspon-
diente comprensión de las convicciones caracterizan la pers-
pectiva pragmática, desde la que explicaré la idea de una fun-
damentación comunicativa de la moral 1 . Además tiene la
ventaja de hacer plausible la irrenunciabilidad de las funda-
mentaciones en la vida social de los hombres. Hay conviccio-
nes compartidas intersubjetivamente sin las que no son posi-
bles determinados modos de acción y que de otro lado no
tendrían lugar sin fundamentaciones. Las convicciones mora-
les se cuentan entre tales convicciones bajo una condición, que
nombraré más adelante.
Son necesarias algunas aclaraciones previas. Se refieren es-
pecialmente al concepto de juicio moral y al de moral funda-
mentadora, así como al concepto de fundamentar. Estas acla-
raciones conceptuales previas serán pormenorizadas. Eso se
debe a que mis reflexiones no consisten en la presentación de
un único argumento que sea candidato a ser un argumento de-
cisivo como, por ejemplo, el así llamado argumento de la con-
tradicción performativa. Mi bosquejo de argumentación se ser-
virá de tocia una red de conceptos.
1 Considero una carencia que Habermas diga tan poco sobre la función
5 Este «tiene que» es la consecuencia de que uno tiene que poder vivir
con sus acciones. El test existencial del individuo con respecto a la moral re-
clamada es una condición de sinceridad para con la declaración de voluntad
de cumplir los preceptos morales. Creo además que el pensamiento de di-
cho test intencional se encuentra ya en Kant de modo esquemático. Kant cri-
tica la concepción de que puede darse comportamientos intencionales sin un
acto implícito, certificador (sin una «razón subjetiva de la aceptación») del
sujeto de la acción. Su crítica, claro está, no está motivada por la reflexión
de que a las condiciones de validez de una moral pertenece su vitalidad (aun-
que uno puede ver esta reflexión tras la doctrina kantiana de los postulados).
Cfr. Kant, Die Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft (es-
pecialmente, «Der philosophischen Religionslehre erste Stück. Von der Ein-
wohnung des bösen Prinzips neben den Guten»), en Kant. Werkausgabe Bd.
VIII, ed. Wihlelm Weischedel, Fráncfort, 1977, pág. 667; también Henry E.
Allison, Kant's Theory of Freedom, Cambridge, 1990, págs. 5, 51 y sigs.
Resumamos brevemente las reflexiones anteriores; juicios
morales son, en primer lugar, juicios de obligación. Orde-
nando, al menos, también elreconocimiento recíproco de pre-
tensiones autorreferenciales de los miembros de una comuni-
dad, esto es, de aquellas pretensiones, cuyo mantenimiento se
considera por una comunidad como irrenunciable para la con-
servación de la integridad de sus miembros. Denominamos
moralmente correcto o falso un modo de actuar que respeta o
viola determinadas pretensiones de los otros y no un modo de
actuar que es la acción de una persona moralmente buena o
mala. Y tampoco un modo de actuar que ocasione un estado
en el mundo valorado como bueno o malo.
Hasta aquí esta aclaración sobre el concepto de juicio mo-
ral. Ahora nay que dar un paso preparatorio más acerca de
qué moral debe ser objeto de una fundamentación comuni-
cativa.
La complementariedad de interacciones
y requerimientos morales
9 Sobre las reglas del discurso, cfr. Robert Alexy, Theorie der juristischen
ries into Truth and Interpretation, Oxford, 1984, págs. 183 y sigs., 199.
nen en forma de reglas los principios de la moral del respeto y
los hacen operativos. Así, el seguimiento de la regla de las to-
mas de posición no coactivas es una forma en la que los suje-
tos de obligaciones morales son respetados como insustituibles
en la propia formación del juicio. Junto con la regla de la sin-
ceridad incluye esa regla la consideración de las perspectivas
propias, irreductiblemente subjetivas, que cada cual adopta en
cuanto actor concreto que debe poder vivir con sus acciones.
La tercera regla, esto es, la regla de la igualdad de derechos, es
una forma en la cual la persona afectada es respetada como al-
guien que depende de las prestaciones de todos y de su buena
predisposición.
La cuarta regla, finalmente, hace operativo el entrecruza-
miento de los dos principios. En cuanto precepto de solidaridad
hermenéutica exige además que el extraño, presuntamente in-
comprensible, sea tratado como un miembro igual en derecho
que merece ser escuchado. Este precepto tiene obviamente un
efecto corrector en la suposición de un lenguaje común de fun-
damentación, esto es, del lenguaje que en el enjuiciamiento ex-
presa los hechos relevantes así como las experiencias subjetivas
de sufrimiento y penuria. Suposiciones acerca de dichas cosas en
común asociadas a la comunicación son inevitables en la misma.
Por eso se hace todavía más importante su continuo control.
También contribuye a este control una quinta regla que
exige el acceso a la formación del juicio moral para todos los
afectados o, como podríamos decir más exactamente, para to-
dos los que están envueltos en una forma de vida comunica-
tiva. Impide que la instancia de justificación de mis juicios sean
ciertos notables como, por ejemplo, aquellos que de modo pa-
radigmático emiten interpretaciones autorizadas acerca de vio-
laciones morales (profetas, letrados, jueces, expertos, etc.).
Esta regla incluye en dicha instancia a todos sans phrase, esto
es, a todos aquellos que en general pueden enfrentarse a uno
rechazando o contradiciendo. Con esta forma de inclusión se
vuelve posible una crítica y eventualmente también una revi-
sión de la división del trabajo lingüístico-moral.
La quinta regla del discurso de la inclusión abarcadora no
tiene de ninguna manera, por tanto, tan sólo el estatuto de una
regla de participación. No sólo sirve para registrar meramente
el voto de todos como en un escrutinio o resolución colectiva.
Esta regla tiene por finalidad específica el conocimiento de lo
moralmente correcto, pues contribuye a hacer valer el princi-
pió del respeto igualitario contra efectos privilegiantes de la di-
visión del trabajo lingüístico-moral y, con esto, del lenguaje de
fundamentación en la formación del juicio.
Todas estas reglas del discurso sirven en su juego de con-
trapesos para hacer valer de igual manera, en la formación del
juicio moral, los dos principios de la moral del respeto. La for-
mación discursiva del juicio moral propia de aquel punto de
vista moral que resultará de estos principios le presta a la for-
mación del juicio moral un sesgo autocrítico. La característica,
relevante para la fundamentación, de la criticabilidad reflexiva
de la moral del respeto es, por tanto, el producto de un pro-
ceder comunicativo.
estatus de sistemas morales que, como las teorías prescriptivas, son series or-
denadas de enunciados. La diferencia entre una teoría moral prescriptiva
(por ejemplo, el utilitarismo o la ética de la compasión), de un lado, y las
concepciones morales extendidas en la vida cotidiana y establecidas histórica
Que la moral universalista del doble respeto deba ser su-
perior epistémicamente frente a las alternativas relevantes sig-
nifica que no hay ningún buen contraargumento para su re-
chazo. La dificultad que se presenta ahora es evidente; la
superioridad epistémica así entendida de la moral del respeto
dehe apoyarse en su propiedad de la criticabilidad reflexiva.
Pero tal como he descrito esta propiedad, esta autocrítica con-
siste sólo en un control de la aplicación de los principios fun-
damentales del respeto, que forman el núcleo de esta moral.
Estos principios no eran, por su parte, objeto de crítica. Pero
si la crítica se detiene ante estos principios, entonces no puede
oyarse dicha superioridad epistémica en esa propiedad! Pues
Í patrón para una superioridad comparativa no puede ser in-
ferido de una de las posiciones competidoras.
Aquí ya sólo parece posible otro modo de proceder. Se va-
lora la moral del respeto universalista con referencia a su dispo-
sición a la autocrítica limitada de modo consentido. La funda-
mentación comunicativa podría ser reemplazada por una suave
retórica. Se haría entonces propaganda para probar la preemi-
nencia de la liberalidad de la moral universalista. Esta es la pro-
puesta de Richard Rorty, profunda, desprejuiciada y meditada a
pesar de su ligera presentación13. Antes de conformarme, sin
embargo, con esta propuesta, quiero intentar superar la men-
cionada dificultad en el segundo paso de la fundamentación.
15 Cfr. Bas van Fraassen, The Scientific Image, Oxford, 1980, págs. 97 y sigs.
objeciones. El debilitamiento así entendido de la crítica es el
quinto y superior criterio de bondad de las razones.
El punto para la superioridad epistémica de la moral uni-
versalista del respeto se ha alcanzado rápidamente. Esta mo-
ral cumple mejor los mencionados criterios neutrales de bon-
dad para las razones práctico-morales. Pues alienta
estructuralmente la crítica y se dirige a su debilitamiento, esto
es, se trata en eso de una crítica en referencia exacta a los men-
cionados criterios de bondad. Pertenece, entonces, al respeto
en cuanto individuo insustituible la atención de la crítica a las
razones morales presuntamente buenas considerando la pers-
pectiva subjetiva del actor obligado. El entrecruzamiento de
este respeto con el respeto en cuanto participantes iguales en
derechos bloquea a la inversa el privilegiar esta perspectiva y
Ejermite la crítica a su justificación de acuerdo con el criterio de
a intersubjetividad de las razones de justificación. Y el hecho
de que este respeto vale ilimitadamente para todos los miem-
bros que participan en una forma de vida, asegura la posibili-
dad de crítica en referencia al tercer criterio de la intersubjeti-
vidad universal de las razones.
De este modo se muestra la crítica, a la que alienta estruc-
turalmente la moral universalista del doble respeto, como una
crítica autoinducida, neutral, frente a la pretensión de tener
buenas razones para determinadas expectativas morales. En
eso se distingue esa moral de las alternativas relevantes tales
como una moral fundamentalista del respeto restringido o una
moral de los señores de carácter racista. Los seguidores de es-
tas alternativas no pueden distinguir finalmente entre las bue-
nas razones práctico-morales para tener que comportarse de
una determinada manera y su creencia délo que son tales ra-
zones. Así, por ejemplo, el fundamentalista considera las nor-
mas de una moral restringida como mandatos y prohibiciones
de una autoridad preestablecida que sólo había a través suyo
cuando reivindica estos mandatos y prohibiciones frente a
otros. El seguidor reivindica estas normas no por responsabi-
lidad propia, imputando al menos personalmente su interpre-
tación. Por eso no degrada las razones para su pretensión de
validez a razones que considera ante todo como buenas razo-
nes y que pudieran deber mostrarse en el debilitámiento de la
crítica de los otros como buenas razones.
IV. OBJECIONES
E L LUGAR DE ENCUENTRO
DE LA FILOSOFÍA Y LA SOCIOLOGÍA
5 Jürgen Habermas, «Ein Interview mit der New Left Review», en Die
mania, como fuera de ella, aunque haya que llamar la atención sobre la pa-
radoja de que esta denominación se generaliza cuando la escuela ha dejado
de existir, si es que existió algún día.
Vorlesung aus dem Jahre 1935». Faz, de 25 de julio de 1953. Vuelto a pu-
blicar en Pbilosophische-politische Profile, Fráncfort/M, 1971, págs. 67-65.
2 6 Martin Heidegger, «Einführung in die Metaphysik», Tubinga, 1953,
Talcott Parsons.
cuerpos principales lo forman, por un lado, la sociología em-
pírica, que asienta sus reales en Colonia y, por otro lado, la so-
ciología de impregnación marxista, que la concibe como la teo-
ría crítica de la sociedad capitalista y que se establece en
Fráncfort. René König es el patrón de la primera; Max Hork-
heimer de la segunda. La tercera rama, que valdría calificar de
marginal, la constituye la sociología que se hacía en Alemania
antes de la derrota y que sobrevive con la restauración general
de aquellos años. A pesar de su colaboración con los nazis —
los que se resistieron tuvieron que exiliarse o dejaron de in-
fluir 29 — a su impronta conservadora, carácter casi residual y
escasa altura intelectual —no ha quedado mucho de ella— era
la más extendida en las universidades, y sobre todo en las es-
cuelas normales. Hans Freyer y Helmut Schelsky30 fueron sin
duda sus representantes más conspicuos.
Tanto por su atracción por el joven Marx, como por su an-
tipatía, casi visceral, hacia el positivismo, Habermas conecta
muy pronto con los problemas y postulados de la Escuela de
Fráncfort, antes incluso de que en 1956 Adorno lo hiciese ayu-
dante suyo. El Habermas de la etapa que tratamos —que va
de 1955 a 1965 aproximadamente— mantiene dos frentes
principales, uno contra la filosofía (Arnold Gehlen) y la socio-
logía (Hans Freyer), de alguna forma vinculadas con el na-
zismo, que, repito, se distinguen por su conservadurismo y
hasta cierto carácter residual. Batalla esta que en aquellos años
{jarecía ganada de antemano y que, sin embargo, en este último
ustro ha adquirido mayor agresividad, tanto porque las viejas
fjosiciones fascistoides se presentan hoy con ropajes más sud-
es, como sobre todo, porque Habermas, después del de-
rrumbe de la izquierda, tengo la impresión de que cuenta con
un apoyo decreciente en los medios académicos. Hasta tal
lektik. Ein Nachtrag zur Kontroverse zwischen Popper und Adorno», 1963.
32 Adorno y cols., «Der Posiüvismusstreit in der deutschen Soziologie»,
E L ESTUDIANTE Y LA POLÍTICA
1957. Nota bene para españoles: en este trabajo Habermas cita el libro de
Ortega y Gasset, Schuld und Schuldigkeit der Universität, Munich, 1952. Un
desarrollo de estos temas lo encontramos en la conferencia pronunciada en
Berlín, «Vom sozialen Wandel akademischer Bildung», 1963, ambos artícu-
los en Kleine politische Schriften I-IV, Fráncfort, 1981, págs. 13-40 y 101-119.
En la Alemania de la restauración de Adenauer, dominada
por la «generación escéptica»37, quién iba a vaticinar que un
decenio más tarde la rebeldía estudiantil originaría los mayo-
res cambios, tanto en el sistema de partidos, como en la men-
talidad y cultura políticas, a la vez que dejaría una profunda
huella en muy distintas esferas, desde las relaciones de la pa-
reja a la educación en el Kindergarten, de modo que sin la me-
nor exageración la rebelión de la universidad puede conside-
rarse el hecho social más relevante ocurrido en Alemania en el
largo trecho que va desde el final de la guerra (1945) hasta la
unificación (1990). Y, como si algo se presintiese, a finales de
los 50 creció rápidamente en Alemania occidental el afán de
estudiar a la juventud, en particular a la universitaria.
En el desarrollo político de Habermas aquella rebelión
ocupa un puesto central, ya que los daños del movimiento es-
tudiantil coinciden con los de su mayor influencia política di-
recta, a la vez que el fracaso —tanto de su relación con el mo-
vimiento estudiantil, como el de este mismo movimiento—
marca el fin de una implicación directa en la política, lo que
no ha dejado de tener consecuencias en sus planteamientos
teóricos. Desde las premisas entonces en boga de la iz-
quierda, el curso de los acontecimientos en 1967 y 1968 pa-
recía exigir la mayor conexión de la teoría con la práctica; jus-
tamente, en un momento en que Habermas ponía énfasis en
las dificultades que implicaba esta relación. En vez de mos-
trar el modo en que se relacionarían teoría y práctica en la
coyuntura especial de la República Federal de los años 60, el
esfuerzo teórico que estaba llevando a cabo concluía en un
amplio catálogo de los problemas irresolubles que esta rela-
ción supondría en las sociedades capitalistas altamente desa-
rrolladas. Un conocimiento que no sólo no servía para la pra-
xis revolucionaria que reclamaba una buena parte del
estudiantado, sino que, al contrario, contribuía decisiva-
mente a disolverla.
Para comprender el papel asignado a Habermas en la re-
vuelta estudiantil, conviene recordar un dato biográfico ya
mencionado. El que hubiese sido expulsado del Instituto
francfortés por desviacionismo izquierdista y hubiera tenido
37 Como reza el titulo del libro de Helmut Schelsky, Die skeptische Ge-
neration. Eine Soziologie der deutschen Jugend, Düsseldorf-Colonia, 1957.
que habilitarse con Abendroth, uno de los pocos profesores
germano-occidentales que se proclama marxista; ambos he-
chos contribuyeron, sin duda, a que diera el paso decisivo
—y único, en su vida— de alistarse a un grupo político.
«Cuando el SPD expulsó al SDS (1960), fui yo uno de los tres
o cuatro profesores, que con Abendroth fundamos la Liga So-
cialista, en cierto modo, la sección de los mayores del SDS» 38 .
Hasta la explosión del movimiento estudiantil en 1967, Ha-
bermas fue, en cierto modo, el líder intelectual, si se quiere, el
hermano mayor de la izquierda socialista universitaria.
En la primera mitad de los 60, en esta función desempeñó
un ,papel de vanguardia en la exigencia de una reforma de la
universidad que implicase su democratización. Llevado de esta
intención, Habermas apoyó las reivindicaciones de las organi-
zaciones estudiantiles, siguiendo de cerca el cariz que tomaban
los acontecimientos en la Universidad Libre de Berlín, enton-
ces a la cabeza en la exigencia de democratización, que llega-
ron a su climax el 2 de junio de 1967, en que un policía, al re-
primir una manifestación contra el sha de Persia, mató de un
tiro a un estudiante.
Pocos días después, el 9 de junio de 1967, se celebró en
Hannover un congreso estudiantil para deliberar sobre la po-
lítica a seguir. En él se produjo un encontronazo entre el joven
profesor que, como hemos comprobado post festurn, desde un
análisis acertado de la situación exige la primacía de la refle-
xión, v el activismo exaltado de un ya no tan joven líder estu-
diantil, Rudi Dutschke, que propone aprovechar la ocasión
para romper la baraja.
4 9 «Wer traute sich noch eine Theorie des gegenwärtigen Zeitalters zu?».
51 «El punto de vista de que los media modernos es una fuerza que atonta
HACIA UN CONCEPTO
DEL CAPITALISMO TARDÍO
TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN
Y ACCIÓN POLÍTICA
Walter Hesselbach (eds.), Kämpfer ohnr Pathos, Festschrift für Hans Matthö-
fer, Bonn, 1985.
nivel de vida al que aspira la población; pero al internaciona-
lizarse las economías, al saltar de una escala nacional a una glo-
bal, el keynesianismo se queda sin base, y con su derrumbe se
desploma el modelo socialdemócrata de Estado de bienestar.
Además el proyecto de un Estado social choca en la con-
tradicción de que se percibe entre fin y método. Su fin es es-
tablecer formas de vida igualitarias, que creen parcelas en las
que quepa un desarrollo libre y espontáneo de los individuos.
Pero justamente, el desarrollo de la libertad individual incluso
de los más débiles, el fin que caracteriza al Estado de bienes-
tar, no puede lograrse recurriendo a los medios administrati-
vos que le son propios. El Estado no es el órgano adecuado
para resolver los problemas del mundo de la vida —no cabe
«administrar» desde el Estado la libertad de los ciudadados—
pero los más débiles para su protección no cuentan más que
con el Estado. Hay razones de peso para criticar el estatismo
y burocratismo de la política social, pero también para temer
el que se reduzca la intervención del Estado a favor de los más
débiles. El «capitalismo desarrollado», que con excesivo opti-
mismo Habermas sigue llamando «capitalismo tardío», estaría
ante el dilema de no poder renunciar, por un lado, al Estado
social, pero, por otro, tampoco se encuentra en condiciones de
proseguir su desarrollo. El Estado social habría llegado a un
callejón sin salida.
De ser cierto este análisis, habría que concluir que con el
Estado social se derrumbaría la base material de nuestras ins-
tituciones democráticas. En la última entrevista concedida a
dos intelectuales brasileños, Habermas se lamenta de no ha-
berse dedicado a la economía, la única ciencia que podría
aclarar estas aporías. Viniendo del marxismo, no deja de te-
ner su gracia que al final de un largo recorrido por las filo-
sofías y sociologías de nuestro tiempo, Habermas descubra
con dolor que ya sería demasiado tarde para dedicarse a la
economía.
Debo confesar que desde 1989 por primera vez he lamen-
tado sinceramente no ser economista. Estudié tres semestres
de economía y después la abandoné. Fue entonces cuando me
dediqué a Marx. Siempre tuve conciencia de que no saber eco-
nomía era una laguna importante. Pero hoy con la globaliza-
ción de las relaciones de producción ha surgido una situación
bastante diferente... Vivimos una globalización de los merca-
dos financieros, una globalización de los mercados de capital
que afecta a las condiciones de producción... que pierden su
carácter nacional. No soy un técnico en esta materia, pero todo
ello me parece muy serio69.
II
El movimiento más importante —y sorprendente— que se
roduce en los trabajos preparatorios a FG, y en el mismo li-
ro, es el cambio de énfasis en la conceptualización del dere-
cho; de verse como una especie de caballo de Troya del sistema
{System) en el mundo de la vida (Lebenswelt), que podía aca-
bar consumiendo este horizonte y trasfondo de la acción co-
municativa9, aparece ahora por el contrario como el gendarme
más cualificado para someter y disciplinar a los medios dinero
y poder. En cierto modo, gran parte de la originalidad de la te-
sis de la colonización del mundo de la vida (Kolonialisierung der
Lebenswelt) de Habermas residía, precisamente, en la impor-
tancia que este autor dotaba a la amenaza de la Verrechtlichung
o «juridificación», qiie junto a la «monetarización» y «buro-
cratización» —estas últimas ya anticipadas por Marx y We-
ber— constituían la principal fuente reificadora del mundo de
la vida y hacían peligrar a las instancias fundamentales encar-
gadas de la reproducción simbólica: la transmisión cultural, la
integración social y la socialización. La «juridificación» —ex-
presión de una concepción del derecho como «medio de orga-
nización», no como «institución», que siempre se vinculó al
mundo de la vida— se veía en gran medida como producto de
la continua apertura al medio del derecho de ámbitos hasta en-
tonces estructurados comunicativamente, y llega a su apogeo
como consecuencia de la creciente proliferación de normas ju-
rídicas y la autonomización de la Administración originadas
por la expansión del Estado de bienestar. Esta tesis es lo sufi-
cientemente conocida como para no requerir más comentarios.
Sin negar muchos de estos presupuestos, y la amenaza la-
tente y explícita que las lógicas autónomas de los sistemas im-
ponen sobre el mundo de la vida, el estudio más detenido del
derecho emprendido por Habermas le ha llevado ahora, sin
embargo, a apreciar en el derecho otros aspectos que lo inte-
gran ya claramente en este último ámbito; es más, que hacen
de él el valedor principal de los intereses e inquietudes del
III
14 Véase sobre todo, «Un modelo del compromiso del Estado social», en
Teorema, vol. XIII, 1/2, 1983, págs. 9-19; y «Die Krise des Wohlfahrtsstaa-
tes...», ob.cit.
les de aquel tipo de constitución de voluntades y opiniones en las
que la soberanía del pueblo adopta forma jurídica» (pág. 135).
O, en otros términos, que el principio discursivo sólo puede
concretarse dentro del medio jurídico, y que éste a su vez —si
aspira a la legitimidad— debe satisfacer siempre los requeri-
mientos de aquél. Esto significa, no ya sólo que los derechos
que los ciudadanos deben reconocerse mutuamente dentro de
una asociación libre de miembros de una comunidad jurídica,
habrán de tener «en principio sólo el sentido intersubjetivo de
establecer relaciones simétricas del reconocimiento mutuo»
(pág. 306); sino también, que la institucionalización en forma
jurídica del principio del discurso debe adoptar la «imagen del
principio de la democracia» (pág. 155), una voluntad racional
manifiesta por medios comunicativos que se constituye de
forma discursiva. De esta forma se satisfaría lo que el mismo
autor califica como el «núcleo dogmático» de su teoría: la idea
de autonomía, según la cual —y en su formulación— los «hom-
bres sólo actuarían conio sujetos libres en la medida en la que
únicamente obedecen aquellas leyes de las que ellos mismos se
dotan conforme a sus comprensiones obtenidas intersubjetiva-
mente» (pág. 537; énfasis nuestro).
IV
II
III
Las reflexiones anteriores permiten aclarar, según creo, una
cierta ambigüedad de la tesis fundamental de Habermas sobre
la teoría pragmática del significado, a saber: «entendemos un
acto de habla cuando sabemos qué lo hace aceptable»1. Pode-
mos distinguir entre dos significados diferentes de esta tesis
fundamental de Habermas. Por un lado, la tesis habermasiana
es un correlato de la tesis aparentemente intencionalista de que
entendemos un acto de halbla cuando sabemos qué quiere de-
cir (qué piensa) un hablante. Así entendida, la tesis de Haber-
mas dice que sólo podemos captar qué piensa (quiere decir)
un hablante con su emisión en la medida en que podemos re-
conocer, en virtud de nuestro saber semántico y nuestra com-
prensión de la situación, cómo podría pensar la emisión con
pleno sentido. El espacio de juego del pensar posible está tra-
BIBLIOGRAFÍA
págs. 54 y sigs.
Esta disanología entre el concepto de verdad y el de acep-
tabilidad racionaltambién ha sido puesta de relieve por Well-
mer, en su crítica a la teoría discursiva de la verdad2", al insis-
tri en el «"plus" que la idea de la verdad contiene frente a todo
aquello que podamos reclamar en cada caso como saber fun-
dado para nosotros» (WB, pág. 340). La razón de dicha disa-
nología fundamental se retrotrae, en opinión de Wellmer, al he-
cho de que «una buena fudamentación no puede garantizar por
sí misma la anticipación de una acreditación futura contenida en
las pretensiones de verdad» (ibid.); precisamente el que dicha
anticipación, inherente a la validez incondicional de la verdad,
sea algo que lo racionalmente aceptable no puede contener es
lo que convierte a la verdad en aquella instancia que nos hace
conscientes de la falibilidad esencial de todo saber:
rales tienen también algo de molesto en cuanto, de vez en cuando [por im-
perativo moral], actuamos en contra de nuestras inclinaciones —o, al menos,
deberíamos hacerlo, aunque la mayoría de las veces no sea así.
2 Hanna Arendt habla siempre muy enfáticamente de este elemento, del
sivo, partamos de la idea de que hay mía única solución correcta aunque,
como observadores, sepamos que no tenemos bastante tiempo para llegar a
dicha solución; dada esta situación, los procedimientos jurídicos nos ofrecen
una vía de salida razonable.
3 Este es el supuesto habitual en politología; pero hay que señalar que
a las minorías a modificar sus ideas sino que éstas pueden continuar lu-
chando para convencer, mediante la argumentación, a aquella mayoría que
—hasta el momento— no ha aceptado sus planteamientos, contribuyendo
así a modificar de esta forma la praxis de la administración y del gobierno.
Este libro recoge un Curso de verano de la Universi-
dad Complutense en El Escorial, en 1994, con la pre-
sencia extraordinariamente activa de Jürgen Habermas
y un destacado grupo de profesores españoles y extran-
jeros conocedores de su obra. El debate se ordenó en
tres núcleos: filosofía política, moral y del derecho. En
este marco teórico también estuvieron explícitamente
presentes, en muchas de las intervenciones, las cuestio-
nes abiertas por La teoría de la acción comunicativa,
que sin afán de subrayar rupturas, inaugura una se-
gunda etapa del pensamiento de Habermas.
Además de las dos intervenciones del propio Haber-
mas, su conferencia sobre «El nexo interno entre Esta-
do de Derecho y Democracia» y sus «Consideraciones
finales», figuran en este volumen las conferencias de
los profesores José Antonio Gimbernat -preparador de
esta edición-, Thomas McCarthy, Javier Muguerza,
Lutz Wingert, Ignacio Sotelo, Fernando Vallespín, Al-
brech Wellmer y Cristina Lafont.