Medida que pasa el tiempo, más conscientes somos de la compleja
relación entre Internet y Democracia. Y aunque esto pudiera parecer una obviedad, lo cierto es que nos ha costado verlo. Habría que retrotraerse a aquel intempestivo 6 de junio de 2013. Fue cuando perdimos la inocencia: pedir resguardo al Leviatán que controlaba nuestras vidas digitales, era como «poner al lobo a guardar las ovejas». Ese monstruo al que pedíamos la protección de los derechos individuales había extendido su poder de control con una profundidad y amplitud difíciles de captar hasta entonces. Vamos viendo ahora de qué manera la privacidad muere o, al menos, la conciencia sobre el valor de la misma. Crecientemente colonizados, hemos convertido nuestras vidas en una mercancía para el consumo público.