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MIÉRCOLES, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2010

Un abrazo

¿Puede una película de tesis ser


también altamente poética? Ayer vi The girlfriend experience de Steven
Soderbergh. Anterior en fecha a The informant y correspondiente a su
producción más personal y experimental. Digamos que desde que Soderbergh
entró con fuerza en el panorama audiovisual en 1989 con Sex, lies and
videotape, trató de definir una actividad marcada por lo experimental como
sello. La línea divisoria principal sería entre películas de un corte comercial
más neto y otras con aliento independiente. Pero esto no es estrictamente
así.
Se puede decir que Erin Brockovich, con Julia Roberts y Albert Finney es una
película comercial y no hay ninguna duda. Lo mismo con Out of sight, con
George Clooney y Jennifer López, u Ocean's eleven, Ocean's twelve y Ocean's
thirteen. Y aunque pusiéramos un punto de referencia con los extremos
desconocidos como en The girlfriend experience, también nos encontraríamos
con una semi experimental Traffic con un reparto de estrellas, o una
excesivamente experimental Full frontal, también alimentada de estrellas
que son buenos amigos de Soderbergh. Una delicada y al mismo tiempo muy
arriesgada The Limey con Terence Stamp y Peter Fonda. ¿Y por qué no una
atrevida indagación de la vida de Ernesto Guevara en sus dos películas de Che?
Y la lista podría seguir. Y por supuesto que no me salto el momento de la
remake de Solaris que a mucha gente no le gustó quizás por la factura o
simplemente por el atrevimiento de versionar a Tarkovsky, pero que yo en su
momento la disfruté sin ningún tipo de problema.
Conclusión inconclusiva: Soderbergh no es presa fácil para los
encasillamientos.
Aquí en The girlfriend experience, nos cuenta la historia de Chelsea, una
escort de 22 años que practica esta modalidad de acompañamiento masculino.
Digamos que el mercado del sexo va profundizando sus derivaciones y que
ahora la demanda ya no se agota ni en una chica maniquí para pasear en
fiestas ni en la máquina sexual, sino en una cierta sutileza. Y esa sutileza
reside en que el oficio empieza a demandar profundidad psicológica. Una
chica ya no tiene que simplemente estar buena, sino que también tiene que
saber escuchar, acompañar, comprender, estar y hasta proporcionar formas
del afecto. Lo cual no es simplemente fingir un orgasmo sino fingir una
cercanía como si hubiera una relación, como si hubiera una historia en común,
como si hubiera un fondo. Como si fuera una novia.
Está claro que esto es una modalidad del mercado y hasta puede ser una
especialización para una prostituta, pero no agota las posibilidades, ya que de
ella se espera también todas las capacidades y servicios clásicos. ¿Tradición y
vanguardia en un mismo plato? ¿Por qué no?
La demanda se sofistica. Se requiere sexo con afecto. Lo que uno esperaría de
una novia real pero que aparentemente en la realidad ocurre menos de lo que
se cree ya que esta práctica comercial se expande. No es ya que se llegue a
un punto en el cual se resienta una relación matrimonial y el marido salga a
buscar satisfacciones por otros medios, sino que los afectos previstos para
etapas muy anteriores: una novia enamorada, veladas románticas, seducción
más blanca, empiezan a escasear.
Esto seguramente está ocurriendo en todas las vías posibles y no solamente en
un plan hetero con orientación de mercado preferentemente masculino, pero
desde el punto de vista del dinero es la que marca la tendencia.
Humanamente, esto tiene que estar afectando a todos.
No sería muy prudente hacer hipótesis sociales de por qué esto pasa, pero lo
cierto es que pasa al punto en que se refleja en un tipo de servicio real que
permite contar esta historia. Que suceda en EEUU donde las relaciones y
transacciones comerciales se inventan y van a la vanguardia hasta que el resto
del mundo las replica, parece bastante normal. En alguna serie japonesa (no
de manga, claro) también he visto situaciones parecidas, pero no tan
indagadas como lo hace aquí Soderbergh.
Él va más allá. Introduce el punto de vista del trabajador: ella, frente a su
mercado. La posibilidad de encarar una carrera en este ámbito sin estar atada
a un proxeneta, pero a sabiendas de que muchas formas de proxenetismo
están acechando por ahí y esperan echarle una garra. La protagonista,
Chelsea, tiene un novio, Chris. Una relación real. Chris es un personal trainer
ambicioso en el sentido práctico y no moral de la palabra. Chris trata de hacer
avanzar su carrera y mejorar sus posibilidades. Puede trabajar dentro de un
gimnasio, pero es casi como un agente libre que se acopla a una empresa. Hay
en todos los personajes esta búsqueda de hacer real el sueño capitalista de
progresar y avanzar en la carrera. De mejorar el negocio y las oportunidades.
Y no por no estar en el fondo, que se pierda el impulso de llegar a ser más. Es
el mundo que narra la novela American psycho de Brett Easton Ellis, pero que
ya no es novedoso sino que está integrado a la vida cotidiana. Ya no es
vanguardia, sino tradición. Chris y Chelsea están juntos, pero la fiebre de
hacer una carrera, de ganar una vida, va por delante de ellos y los está
separando. Son veinteañeros, sobre todo Chelsea, y están corriendo contra un
reloj. Saben que la decadencia del cuerpo es la decadencia de su negocio y si
no avanzan a tiempo pueden perder mucho y quizás hasta perderlo todo.
La realidad los avala y el mundo que les rodea muestra lo que vendrá. Yuppies
cuarentones o casi lamentándose por cómo sus vidas se han visto traspuestas
por una crisis económica mundial en donde ya nada es como antes. Y sin
embargo no paran. Afectados todos por un impulso maníaco de ir hacia
adelante no paran de tratar de hacer negocios y las emociones reales
aparecen cada vez más lejanas. Allí lo único que parece posible, o aceptable,
es conformarse con relaciones simuladas. Efectos parecidos a ciertas
sensaciones, pero que no tienen los pies en la tierra sino que pululan en la
nada. Todo se pospone, nada se concreta. Lo concreto parece en sí una utopía
y se acepta con resignación que lo máximo que puede dar el mundo son
representaciones de afectos y logros, pero ni unos ni otros se consiguen. En
cualquier caso, sí se pueden comprar y quien tiene más dinero puede tener
horas de una novia irreal, atenta y dulce como una geisha, que puede
entendernos con fecha y hora de caducidad, y a la que luego ni siquiera
podríamos evocar porque no tendríamos lazo alguno con ella.
Parte de las pesadillas paranoicas que la ciencia ficción abrazó van tomando
forma en la realidad. Son las mujeres de Stepford, de Ira Levin. Las novias
cibernéticas.
En un mundo hipermaterializado lo inmaterial se revela como una tara. El
impulso humano se resiente y es sustituido por una serie de simulaciones. Lo
más terrorífico de esta situación es que para percibir su tono aberrante hay
que salirse de la realidad, porque en el territorio de la realidad misma es
imposible argumentar. No es del mismo palo, claro, pero en la película The
assassination of Richard Nixon, protagonizada por Sean Penn, un hombre ha
tocado fondo en lo que se puede entender por un modelo de vida y ha
quedado excluido del mismo. Desde esa perspectiva que es casi la de un barco
que se hunde, todos sus amigos, hermanos y su familia, le abandonan. Le
dejan atrás por irrecuperable, por ser incapaz de adecuarse al sistema. Y se
ve cómo en su trabajo le lavan el cerebro o intentan hacerlo. Pero lo
escalofriante no es que esto se vea, sino que hasta nosotros podemos
percibirlo como normal que ocurra. Como que el precio de integración a una
sociedad cualquiera empieza por la aceptación de ciertas reglas y estas reglas
incluyen la programación mental como un imperativo. Se produce de maneras
poco perceptibles. En pequeñas dosis. El pensamiento es controlado y es
imposible que podamos distinguir qué es una idea propia y qué ha sido
implantado. O qué hemos aceptado practicar, miméticamente, para poder ser
integrados.
The girlfriend experience es una película de tesis porque todos estos
elementos, y muchos más que nosotros podríamos conectar por nuestra simple
cosecha, están presentes. Y entonces la tesis explicaría, quizás, que cuanto
más materialistas nos volvemos, más lejos de los sentimientos estamos. Nada
del otro mundo, claro, si no fuera porque es más que una simple moraleja y
porque presenciarlo es dramático.
Hay una última escena en la que Chelsea va a una joyería a tener sexo con su
dueño, un judío. Ella se quita la ropa, pero no la ropa interior. Su cuerpo ya
es lo suficientemente provocativo para llegar a los hombres. Él no para de
hablarle de su negocio, de lo mal que va todo, de lo que le convendría invertir
en oro en lugar de diamantes. Y ella abraza al joyero. El abrazo es intenso y,
sin más, el joyero eyacula.
Habría muchas formas de graficar la distancia entre seres humanos pero, a día
de hoy, creo que esta es una de las mejores que nos han mostrado.
P U B L I CADO P OR G U STAV O P AL AC I OS E N 13: 59

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