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La vida de Mozart está contada por Salieri, tal como él la vivió, pero no nos la

cuenta directamente a los espectadores sino al confesor, como si éste


representara al espectador dentro de la obra y fuera el primero en sentir las
consecuencias de esa lucha a muerte entre los dos músicos: Mozart y Salieri.
Aunque en realidad no es una lucha porque Mozart en ningún momento rivaliza
con Salieri, más aun, lo cree su amigo y apoyo ante el Emperador. Es Salieri el
que ve en Mozart un rival y trata de destruirlo. Me impresionó la cantidad de niños
de primero o segundo de bachillerato en el teatro. Y salieron emocionados. Es
quizás el público más heterogéneo que he visto en un teatro para una película de
estas características. Pero pensándolo bien no es extraño.

Tiene "Amadeus” dos elementos que pueden explicar la diversidad de públicos: el


espectáculo el conflicto de la rivalidad. Es ante todo una película espectáculo, sin
miedo a lo barroco, a lo exagerado, al impacto de lo imprevisto. Desbordante para
los sentidos no sólo por la música sino por las situaciones y los personajes. Sólo
que no se trata de una espectacularidad gratuita, sino que contrasta con la
solemnidad de la corte de Viena a donde llega Mozart a sembrar el desconcierto,
sin proponérselo, con su presencia sus modales y su música. Todo alií eran
normas. Normas para los comportamientos, normas para el arte. Basta una
pregunta ingenua de Mozart ("¿cuándo son demasiadas las notas en un
compás?") o la ejecución de una de sus obras para que salten en mil pedazos
todas las normas. Las miradas de los consejeros imperiales se buscan en procura
de un argumento que nunca llegará.
La rivalidad. Todo el que alguna vez haya visto televisión, niño o adulto,
reconocería el argumento montado sobre la lucha de dos seres por ser el mejor y
por ser reconocido como tal, o sobre el deseo del inferior por superar al más
fuerte, al más hábil o al más inteligente. Aunque éste, como en el caso de Mozart,
nunca se dé cuenta de la rivalidad del otro, de Salieri. A partir de ahí comienza lo
nuevo, lo que no es tan reconocible:
Salieri, el rival, el hombre que ante Mozart ha sentido su propia mediocridad, logra
si no superar al genio sí vencerlo con la muerte. Y ahí es donde se hace grande y
único Salieri, porque logra destruir a Mozart dominando su secreto más profundo:
la identidad que hay en éste entre vida y música. Él es el único que lo percibe, por
eso lo induce a componer el Réquiem. Mozart también lo presiente, o quizá
íntimamente sepa que terminar esa Misa de difuntos es darle fin a su propia vida,
y se resiste a componer lo que Salieri le pide, pero finalmente cede ante la fuerza
de algo así como un destino. Ese momento de la película en que Salieri acompaña
a Mozart en el acto creativo de los últimos compases del Réquiem, vale por
muchas películas.
VIDA HECHA CINE
Hay otras dimensiones en "Amadeus". Está el conflicto del artista sometido a
múltiples presiones: el poder político y religioso, el dinero, las normas de la época
que rigen la estética y los gustos, la influencia de la propia vida. Está también, muy
ligado con lo anterior, la lucha del arte contra las teorías que intentan someterlo a
cumplir "funciones" (el arte debe ennoblecernos, argumentan los consejeros del
Emperador para impedir que Mozart estrene "Las Bodas de Fígaro"). En este
campo del arte lo que más me intereso fue la nueva imagen de Mozart. Yo
esperaba al músico de élite, para iniciados y me encontré con un Mozart que
recoge el ritmo de la calle, de los mercados, de los bares, cuyas óperas son
representadas con éxito impresionante en los teatros populares. Le dejo a los
expertos el problema histórico, pero si Mozart fue así, si su música fue una ruptura
con la estética cortesana de la época al expresar la vida de las gentes, alguien
tiene que explicarnos en que momento y en virtud de qué fenómenos su música se
volvió "culta", exclusiva para el uno por ciento.
Otra dimensión de la película es el conflicto interno de Salieri, su lucha profunda
con Dios que le ha dado un inmenso deseo de cantarle y, simultáneamente, lo ha
hecho mudo, no en el sentido de que no pueda hablar sino de mediocridad.
Quisiera tener el genio de Mozart y se rebela contra Dios que hizo al revés las
cosas: a Mozart, el pretensioso y libidinoso, le dio las facultades y a él, el recto,
sólo los deseos de alabarle.
Sobre estos y otros muchos puntos se podría seguir comentando, y seguramente
lo harán los espectadores.
No quiero terminar sin resaltar la forma como la película se compenetra con el
espíritu del conflicto central entre Salieri y Mozart, entre la norma y la fuerza de la
emoción que se hace arte, entre esa concepción que divide entre espiritual y
material y una práctica que integra todas las fuerzas en una sola expresión. Esos
conflictos necesitaban ese ritmo vertiginoso de "Amadeus", esa exuberancia, ese
calor en los personajes y, sobre todo, esa fuerza para colocarnos de parte de
Mozart y, simultáneamente, hacernos vibrar con la angustia de Salieri.

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