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LA FUERZA DE LA SANGRE

Vivía en Toledo, en la época de nuestra historia: un joven caballero a quien la riqueza, la


sangre ilustre, la excesiva libertad y, sobre todo, las malas compañías, hacían hacer cosas y
tener atrevimientos que desdecían de su calidad y le daban renombre de atrevido; Rodolfo -
que así llamaremos desde ahora a nuestro caballero por encubrir su verdadero nombre- era
apuesto, simpático e inteligente; pero acostumbrado desde la infancia a una vida sin otro
norte que su capricho, no es de extrañar que jamás emplease su tiempo en nada de provecho.
Todo esto tenía muy disgustados a sus padres, que angustiados comprendían su impotencia
para remediar lo que fácilmente hubieran evitado, sin duda, con un poco más de firmeza y
vigilancia por su parte.

Una de las calurosas noches de verano, paseando Rodolfo por las orillas del río con unos
amigos, se cruzó con una hermosa doncella que regresaba a la ciudad acompañada de sus
padres. Preguntó a sus amigos quién era aquella joven; le respondieron que se llamaba
Leocadia, y que era hija de un anciano hidalgo tan pobre como honrado.

Quedó prendado Rodolfo de la belleza de Leocadia, y en aquel mismo instante se hizo el


firme propósito de casarse con ella; mas no impulsado por el sano deseo de fundar un hogar,
sino por una baja pasión y voluntad torcida.

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