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EN BUSCA DE LA POLITICA – Bauman (U1)

EN BUSCA DE LA POLITICA – Bauman


La deconstrucción de la política
Las selecciones individuales se encuentran restringidas en todas las circunstancias por dos conjuntos
de limitaciones:
 Agenda de opciones: espectro de alternativas que nos ofrecen.
 Código de elección: las reglas que le indican al individuo porque debe preferir una opción por
encima de otras, y cuando su elección ha sido acertada o desacertada.

En la modernidad para establecer el código de elección, se utiliza la educación. De esta manera nos
dota de la capacidad de discernir las razones correctas e incorrectas para preferir algo y la tendencia a
atender las primeras y no las segundas. El obj de la educación es inducir a los individuos a internalizar
las normas que de allí en más guiaran sus comportamientos. La legislación establece la agenda de
opciones dividiendo las opciones abstractas posibles en aquellas que están permitidas y aquellas que
están prohibidas. Este es un poder de preselección, divide el campo de la disponibilidad práctica del
terreno de las posibilidades abstractas.
La función de establecer una agenda y un código es cedida a fuerzas ajenas a las instituciones
políticas (quiere decir, no elegidas ni controlables). La “desregulación” implica la limitación de la
función reguladora del estado. El efecto más evidente de este retroceso o autolimitación del estado es
la mayor exposición de los electores al impacto coercitivo (la agenda) y doctrinario (el código) causado
por fuerzas esencialmente no políticas (mercados financieros y de productos).
Actualmente el código de elección nos insta a considerar que el mundo es un depósito de
potenciales objetivos de consumo; siguiendo los preceptos del consumo, alienta la búsqueda de
satisfacciones; y siguiendo los principios de la sociedad de consumo, induce a los individuos a creer que
dar satisfacción a sus deseos es la regla que orienta nuestras elecciones y el criterio regente de una vida
valida y exitosa.
La unica condición impuesta por el código es dejar el espacio libre y pronto para otro episodio de
nuevas sensaciones. Un ejemplo cotidiano es el valor otorgado a la salud, reemplazado por el de “estar
en forma”. Es un proceso sin fin y sin meta específica y no implica un estado ideal que, una vez
alcanzado, justifique el esfuerzo.
PROBLEMA ACTUAL: separación del poder y la política. El verdadero poder, que es capaz de
determinar el alcance de las elecciones prácticas, fluye; gracias a su movilidad extraterritorial.
El rol tradicional desempeñado por el estado político en cuanto al establecimiento de una agenda se
reduce cada vez más al “control directo” de ciertas categorías sociales. Estas categorías sociales
incluyen a los pobres posmodernos redefinidos como “consumidores defectuosos” y a todas las clases
sociales peligrosas. El resto de la población se los considera políticamente adiafóricas, ósea, fuera de la
incumbencia de las autoridades políticas.

CONCLUSION: el pasaje al estado moderno tardío o posmoderno no ha producido una mayor


libertad individual, al menos en el sentido de más participación en la composición de la agenda de
opciones o una mayor capacidad de negociación en cuanto al código de elección. Solo ha transformado
al ciudadano político en consumidor del mercado. La obediencia al código esta disfrazada de conducta
auto motivada.

Donde confluyen lo público y lo privado


Hay una falta de libertad, en cada conducta rutinaria. Esta subyace tras una sensación de seguridad y
cotidianidad que resulta gratificante.
La socialización consiste en inducir a la gente a hacer voluntariamente lo que esta obligado a hacer.
Toda falta de libertad implica heteronomía: una conducta agencia, aquella es la que la persona que
actúa es un agente de la voluntad de otra. El hecho es que los agentes son no autónomos, no crean las
reglas que guían su propio comportamiento ni establecen el espectro de alternativas que tendrán que
sopesar para tomar sus decisiones, grandes o pequeñas.

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Todas las sociedades son autónomas: todas las sociedades crean sus instituciones y, en cualquier
caso, las mantienen vivas, operativas y eficientes. El proyecto de autonomía es fin y guía, y no nos
resuelve situaciones reales y concretas. Existen dos clases de autonomías: an sich y für sich. La
diferencia entre una y otra es la presencia o la ausencia de conciencia de autonomía, y el grado en el
que esta conciencia ha sido institucionalizado en el funcionamiento cotidiano de la sociedad. La
consecuencia de saberse autónomo (für sich) es la conciencia de la que las instituciones de la sociedad
podrían ser diferentes, tal vez mejores de lo que son y ninguna de las instituciones existentes puede
considerar inmune al escrutinio, la crítica y la reevaluación.
Gracias a la “mortalidad”, las sociedades pueden mantener sus opciones siempre abiertas, que es
igual a dar la bienvenida a accidentes y azares. Implica negar todo fundamento duradero y cualquier
cimiento inmortal de la validez de facto de las instituciones y significaciones. La validez de facto es algo
dado. Esta esta olvidada debido a que no tienen en cuenta su fugacidad y mortalidad. Solo la validez de
jure es honrada por la sociedad. La búsqueda de esta validez exige una reflexión acerca de todas las
cosas y que debe incluirlas. Construye y desmantela cimientos y objetivos sobre la marcha.
La reflexión crítica es la esencia de toda política genuina. La política es un esfuerzo efectivo y
practico destinado a someter las instituciones que se arrogan validez de facto a la prueba de la
validez de jure. Y la democracia es un espacio de reflexión crítica, cuya identidad distintiva depende
de esa reflexión.
DEFINICION DE POLITICA SEGÚN CASTORIADIS: actividad lucida y explicita que se ocupa de
instaurar instituciones deseables y la democracia es el régimen de auto institución lucida y explicita, en
la medida de lo posible, de las instituciones sociales que dependen de la actividad colectiva explicita.
Propone una sociedad que sea tan libre y justa como sea posible. Para tener éxito debe establecer una
sociedad democrática.
Esta política se ve continuamente impedida y obstaculizada por el hecho de que todo pensamiento y
la actividad subsecuente solo pueden llevarse a cabo en el marco cognitivo proporcionado por la
“tradición” y la legitimidad de la tradición no es cuestionable.
Opuestamente a la autonomía, esta la razón humana que se niega a ofrecer una garantía anticipada.
Desdeña el desesperado deseo humano de confirmación. Sus debilidades fortalecen a su rival
heterónomo; el hambre de fundamentos y códigos de práctica absolutos no pueden saciarse con
facilidades y casi siempre se hace más intenso con cada bocado de libertad-cum-incertidumbre que
proporciona la razón autónoma.
Las posibilidades de la razón autónoma dependen de la condición existencias de sus prospectivos
usuarios. Es improbable que la gente preste más atención al toque de clarín de la autonomía si esta
alude directamente a las realidades de sus vidas cotidianas. Es más probables que, cuanto mayor sea el
sentimiento de inseguridad, tanto más atiendan los individuos las promesas procedentes del lado
contrario: las de la nueva heteronomía. En consecuencia, es poco factible que el mensaje de la
autonomía llegue a la gente que más lo necesita por medio de un mero esfuerzo de esclarecimiento,
educación o propaganda. Su destino es incumbencia de la política.

El ágora atacada: las dos invasiones


El centro del proyecto autónomo debería estar ocupado por el vínculo, la mutua dependencia y la
comunicación entre el terreno de lo público y el terreno de lo privado.
El ágora puede ser atacada de dos maneras, poniendo en peligro su integridad y distorsionando o
socavando el rol que desempeña y provocando la retracción de la autonomía de la sociedad en su
conjunto y de sus miembros individualmente. Una de ellas es la tendencia totalitaria, profundamente
arraigada en el “proyecto moderno”.
El objetivo de la tendencia totalitaria es tornar el pensamiento impotente, irrelevante y carente de
toda consecuencia en lo referido al éxito o al fracaso del poder. Los canales de comunicación (ágora)
existentes entre el poder público y lo que queda de los individuos privados están sellados.
La lógica de la rutina se apodera de la ideología. La lógica es la principal atracción para este
pensamiento totalitario.
La tendencia totalitaria necesita de la ideología como escalera, pero la escalera dejo de ser útil una
vez, que tras ascender, la tendencia se convierte en poder estatal.
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Corriente de masas: el “hombre-máquina” les parecía un fundamento correcto y adecuado para


contrarrestar el quejoso sentimentalismo centrado en la naturaleza y la obsesión lirica por el “yo”, los
dos obstáculos principales que cerraban el camino hacia la “nueva sensibilidad”.
Los ideólogos son los habitantes más audibles y vociferantes del ágora moderna, ese espacio social
donde las preocupaciones privadas se debaten por elevarse al rango de asuntos públicos y donde los
pronunciamientos de los poseedores, reales o potenciales, del poder luchan por cobrar la forma de
soluciones públicas de los problemas privados. En la ideología totalitaria, el ágora tiene la culpa de las
mismas aflicciones que padecen las victimas que acuden a ella en busca de cura y consuelo. Además es
un medio radical de exterminar los mismos problemas que sufren los que acuden a ella para quejarse.
Las “principales fuerzas políticas” eran la avanzada totalitaria de la modernidad agresiva y arrogante,
el sector de las fuerzas modernas que se despojó de toda restricción.
La única libertad que los regímenes totalitarios estaban dispuestos a conceder a los intelectuales y
artistas era la libertad de escuchar, de tomar notas y de obedecer.
Con el régimen totalitario, el estado ocupara el dominio del ágora. Todas las cosas importantes
ocurrirían en el límite entre el ágora y ecclesia, y las luchas que se produjeran es esa frontera serian
decisivas para la futura sociedad humana. En el ágora se esperaba que los intereses privados se
adaptaran a las necesidades- requerimientos presiones de lo público. Lo “publico” y lo “probado” se
aunaba en el ágora en una relación asimétrica. Lo “publico” era el sujeto actuante y lo “privado” era el
objeto de su acción.

Se puede decir que mientras los agentes tradiciones ya no son capaces de llevar a cabo ninguna
acción eficaz, los agentes verdaderamente poderosos y con recursos se han ocultado y operan fuera del
alcance de todos los medios tradicionales de acción política. No necesitan del ágora. Por lo tanto, no
precisan cambiar el mundo en el que viven; se sienten a gusto en el mundo “interconectado” a la
manera de internet, sin un control central pero con responsabilidades flotantes. Todo esto trae un
efecto devastador sobre los intelectuales.
La integración y la reproducción del “orden global” toman la apariencia de un proceso espontaneo y
auto impulsado. La gran novedad de la modernidad fue presentar la creación, la preservación y la
continuidad del “orden” como una tarea. Toda acción que se proponga imponer un orden diferente del
que existe es acusada de entorpecer el accionar de la “mano invisible”. Y no hay necesidad de que las
clases ilustradas asuman el rol de los intelectuales. No hay grandes tarear, y por lo tanto, no hay
necesidad de grandes ideas.

Memorias de paideia
En nuestra sociedad el sinóptico ha ido desplazando gradual pero incesantemente al panóptico de la
modernidad temprana. La comunicación con el público masivo por TV es instantánea, pero, al ser
instantánea, no existe.
Según Eco, divide a los teóricos culturales contemporáneos entre apocalípticos e integrados. La
diferencia entre uno y otro es que uno evalúa la realidad mediante el parámetro de ciertos ideales no
cumplidos y otro toma la realidad tal como se presenta.
En el transcurso de la era moderna lo que definía a la elite ilustrada no era el conjunto de
características únicas de sus miembros sino la relación colectiva que establecían con el resto de la
población necesitada de ilustración y educación y el rol que colectivamente desempeñaban, esperaban
y deseaban desempeñar, o que consideraban su derecho dentro de esa relación.
La ambición del estado moderno de crear un orden posibilito que las clases ilustradas asumieran esa
vocación, que fue ejercida dentro del contexto de la actividad ordenadora.
La visión más difundida entre los escritores acerca del destino histórico de los intelectuales es que
no hay posibilidad de resistirse a lo que está sucediendo en la actualidad; y que aunque la
responsabilidad de los intelectuales con respecto a los valores que rigen la vida de la gente no haya sido
un grave error o un delirio de grandeza desde el principio, de hecho esa responsabilidad ya no existe. Se
espera que la mano invisible, mueva el hilo de los mercados financieros y los mercados de ideas e
intereses, llamado “democracia”.

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La sociedad no puede hacer felices a sus individuos; todos los intentos históricos de hacerlo han
generado más desdicha que felicidad. Pero una buena sociedad puede hacer libres a sus miembros. Y
eso implica primordialmente la capacidad de influir sobre las circunstancias de su propia vida, formular
el significado del “bien común” y hacer que las instituciones sociales cumplan con ese significado. Por lo
tanto la tarea que encabeza la agenda es restituir la ecclesia al agora.
No será un trabajo fácil si se considera el estado actual de la esfera privada publica, una esfera de lo
que lo público se ha retirado, buscando amparo en lugares políticamente inaccesibles y a la que lo
privado está a punto de remodelar a su propia imagen y semejanza. Para que el ágora sea adecuada
para la sociedad autónoma de individuos autónomos es necesario detener simultáneamente su
privatización y su despolitización. Es necesario recomenzar el interrumpido discurso del bien común,
algo que hace que el bien común sea factible y que valga la pena luchar por él.

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