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GLOSARIO Historia Del Mundo Actual
GLOSARIO Historia Del Mundo Actual
Glosario
Burbuja especulativa.
Correlación estadística.
déficit, lo que en casos extremos puede conducir a un círculo vicioso: el Estado tiene
que seguir endeudándose para pagar los intereses de la deuda contraída. En tales casos
puede llegar a un acuerdo con sus acreedores para efectuar una quita, es decir una
reducción del montante de la deuda. En último término se puede producir una quiebra o
impago de la deuda soberana (sovereign default) es decir que el Estado anuncie que no
pagará a sus acreedores, pero un Estado que lo hiciera se encontraría en adelante en
dificultades para encontrar crédito. En los siglos XVI y XVII la monarquía española se
declaró varias veces en quiebra.
La tasa de interés es más baja cuanto mayor es la confianza en que el Estado que emite
los títulos de deuda está en disposición de pagar los intereses ofrecidos y se eleva en la
medida que aumenta el riesgo percibido por los inversores. Se denomina por ello prima
de riesgo al incremento de la tasa de interés de las emisiones de deuda pública debido a
la desconfianza de los mercados. En Europa la deuda alemana es la que inspira más
confianza y por ello la prima de riesgo se mide por la diferencia entre la tasa de interés
que se paga por la deuda un país y la que se paga por los títulos alemanes. Así, por
ejemplo, si el bono español a diez años se paga a un interés del 4 % y el alemán al 2 %
se dice que la prima de riesgo es de 200 puntos básicos (un punto porcentual equivale a
cien puntos básicos). La prima de riesgo se mide en el mercado secundario, es decir en
el mercado de reventa de títulos de deuda, y puede presentar oscilaciones muy
marcadas. La prima española, que era prácticamente nula a comienzos de 2007, llegó a
superar los 600 puntos básicos en el verano de 2012.
Cuanto más aumenta el déficit público más aumenta la deuda pública y más disminuye
la confianza de los inversores, lo que genera un círculo viciosos porque esa
desconfianza hace que aumente la prima de riesgo. Para evitar ese círculo vicioso los
Estados han de ajustar su presupuesto, recurriendo a la elevación de los impuestos y a la
reducción de los gastos.
El déficit público está condicionado por las fluctuaciones del ciclo económico. En
momentos de recesión se reducen los ingresos públicos, porque los impuestos rinden
menos, y se elevan los gastos por prestaciones de desempleo. Por otra parte, como
destacan los economistas de la escuela keynesiana, la reducción brusca del déficit en
plena recesión, mediante el crecimiento de los impuestos y/o la reducción de los gastos
sociales, puede resultar contraproducente, al provocar una mayor reducción de la
demanda. Ello implica que las políticas de ajuste, necesarias para reducir el déficit, han
de ser graduales.
Desarrollo humano.
los años medios de estudio de la población actual y los que tendrán los escolares de hoy
de mantenerse los parámetros actuales) y el ingreso nacional bruto por habitante
(medido según la paridad de poder adquisitivo). Su utilidad principal es la de evaluar los
progresos que se producen en los países de menor desarrollo, ya que trata de medir la
satisfacción de las necesidades básicas de salud, educación e ingresos. En 2013 el IDH
más alto era el de Noruega, 0,95, y el más bajo el de Níger, 0,30.
Dado el impacto negativo de la desigualdad sobre el bienestar social, el PNUD calcula
también el IDH ajustado por la desigualdad, que en 2013 era de 0.89 en Noruega y de
0,17 en la República Democrática del Congo.
El IDH no toma en consideración aspectos importantes de la vida, como los ecológicos
o los morales, pero constituye un instrumento muy útil para expresar en términos
cuantitativos el nivel de bienestar humano alcanzado por un país.
Economía de mercado.
muchas opciones diferentes. El Estado juega hoy un papel más importante en la Europa
occidental continental que en Estados Unidos y Gran Bretaña.
La intervención del Estado se incrementó en Europa y América en el período
comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo de
1973, período en el que tuvieron gran influencia las ideas del economista británico John
M. Keynes y se produjo el gran desarrollo del Estado de bienestar. Pero desde
comienzos de los años ochenta, se produjo un retorno hacia el libre mercado,
protagonizado por Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados
Unidos (neoliberalismo).
Algunos defensores de la economía de mercado, como Frederich Hayek y Milton
Friedman, sostienen que la libertad de los agentes económicos es indispensable para que
de desarrollen las libertades civiles y políticas. Lo cierto es que la experiencia histórica
muestra que la economía de mercado es compatible con un régimen autoritario, como en
el Chile de Pinochet o la China de hoy, pero que no ha habido ninguna democracia cuyo
sistema económico no sea de mercado.
Globalización.
Libre comercio.
Recesión económica.
Para medir el crecimiento del PIB de un año para otro es necesario tomar en
consideración las variaciones de los precios, para lo cual se calcula el porcentaje que el
valor de una moneda en un determinado año representa respecto a su valor en el año que
se toma como base. Si por ejemplo la inflación en un país ha reducido el 50 % el valor
de su moneda en veinte años, por ejemplo entre 2010 y 1990, el PIB de 2010 a precios
corrientes, es decir a precios de ese año, será equivalente a tan sólo la mitad medido a
precios constantes de 1990 y ese es el valor que debe ser tomado en consideración para
medir el crecimiento experimentado. Para ello se utiliza un índice de precios
denominado deflactor del PIB.
Para las comparaciones internacionales es necesario utilizar una tasa de cambio de las
monedas y para ello se utilizan dos métodos. El primero es utilizar la tasa de cambio del
mercado internacional, método por el que se obtiene el PIB nominal. El segundo, en
cambio, pretende una medición más realista teniendo en cuenta la paridad de poder
adquisitivo, es decir eliminando el efecto causado por las diferencias del nivel de
precios entre los distantes países. Puesto que los precios son más altos en los países más
ricos este segundo método, que refleja con mayor exactitud el nivel de vida relativo,
muestra una menor diferencia entre el PIB de los países más desarrollados y de los
países en desarrollo. En las comparaciones internacionales el PIB se expresa en dólares,
así es que el PIB según la paridad del poder adquisitivo (PPA) de un país representa la
suma en dólares de los bienes y servicios producidos en ese país, valorados según el
precio que esos mismos bienes y servicios tienen en Estados Unidos.
Transición demográfica.
Comunismo.
El comunismo es una ideología política que propugna el establecimiento de una
sociedad sin clases basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. Los
primeros partidarios del comunismo se dieron a conocer en Europa en los años cuarenta
del siglo XIX y el documento más importante de sus primeros tiempos fue el Manifiesto
comunista, publicado por los alemanes Kart Marx y Friedrich Engels en 1848, en cuya
doctrina se basaron todos los Estados comunistas del siglo XX. Hasta la revolución rusa
de 1917 los términos comunista, socialista y socialdemócrata se utilizaban casi como
sinónimos y el de comunista era el menos utilizado, pues los partidos que se inspiraban
en la doctrina marxista solían denominarse socialistas o socialdemócratas. Pero cuando
tras la revolución de 1917 el ala llamada bolchevique del Partido Socialdemócrata Ruso,
encabezada por Lenin, estableció su dictadura, adoptó la denominación de Partido
Comunista, reutilizando el término empleado por Marx y Engels en 1848. A partir de
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rápida. Entre 1989 y 1991 el comunismo desapareció en toda Europa central y oriental,
en la propia Unión Soviética y en Mongolia. En China y en Vietnam el mantenimiento
de la dictadura del Partido Comunista se ha combinado con una rápida transición hacia
la economía de mercado, con notable éxito. A la altura de 2010 el sistema comunista
sólo pervive también en otros pequeños países como Laos, Corea del Norte y Cuba.
Democracia.
El término democracia procede del griego y significa gobierno del pueblo. Los
primeros ejemplos de gobierno democrático conocidos son los de las antiguas ciudades-
estado griegas, en las que se practicaba una forma de democracia directa, mediante la
participación de los ciudadanos en asambleas populares. La democracia moderna es en
cambio representativa, es decir que son los representantes elegidos por el pueblo
quienes deliberan acerca de las principales decisiones a tomar. El punto de arranque de
la democracia moderna fueron las revoluciones americana y francesa de fines del siglo
XVIII, pero, tuvieron que pasar décadas hasta la llegada de la democracia moderna,
cuando el sufragio universal alcanzó a toda la población adulta tras la abolición de la
esclavitud, el derecho de voto femenino a partir de 1913 (en Noruega), el
reconocimiento de la igualdad jurídica de los pueblos colonizados y de derechos
políticos a minorías étnicas o raciales. De ahí que para muchos autores la democracia
sea un fenómeno del siglo XX.
Las definiciones clásicas de democracia se han centrado en la fuente de
legitimidad del gobierno (la soberanía popular), en el propósito del gobierno (el bien
común) y en el procedimiento para formar el gobierno (mediante la decisión de los
representantes del pueblo). Este último fue el aspecto destacado por Joseph Schumpeter
en su libro de 1942, Capitalismo, socialismo y democracia, en el que criticó la validez
de las definiciones basadas en la fuente de legitimidad y el propósito del gobierno y
propuso definirla en términos de procedimiento, es decir en la competencia por el voto
del pueblo entre quienes aspiran a gobernar. En esa misma línea y en un libro publicado
en 1991, La tercera ola, Samuel Huntington ha definido el sistema democrático como
aquel en que el poder se basa en elecciones “limpias, honestas y periódicas” en las que
los candidatos compiten libremente por los votos y virtualmente toda la población
adulta tiene derecho al voto, lo cual implica la existencia de libertades de expresión,
reunión y asociación que hagan posible el debate político y permitan la organización de
campañas electorales. También es el criterio seguido por las organizaciones
internacionales de referencia, como las dependientes de Naciones Unidas, y por
instituciones de prestigio mundial como la independiente Freedom House, cuyo
informes anuales Feedom in the World) sobre el desarrollo de las libertades en los
distintos países son muy influyentes.
Una definición basada en el procedimientos tiene la ventaja de que permite
identificar si un sistema es democrático mediante el análisis de aspectos como la
limpieza electoral y el control parlamentario del gobierno, pero en último término una
democracia implica también un consenso general sobre unos principios éticos
fundamentales, que se pueden resumir en una concepción de la dignidad humana que
postula la libertad y la igualdad de todos los hombres y mujeres. La declaración de
independencia de los Estados Unidos de América lo planteó así en 1776, al afirmar que
“todos los hombres son creados en la igualdad, y dotados por su Creador de ciertos
derechos inalienables entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad”, y que para asegurar esos derechos crean los hombres gobiernos “que derivan
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sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”. Más de dos siglos después
Ronald Dworkin, en su libro La democracia posible (2006), ha definido los dos
principios básicos de la dignidad humana en los que se basa el consenso democrático
como el “principio del valor intrínseco” y el “principio de la responsabilidad personal”.
El primero, que responde al ideal de igualdad, implica que todas las vidas humanas
tienen un valor y que es importante que todas las personas tengan la oportunidad de
desarrollar su potencialidad. El segundo, que responde al ideal de libertad, implica que
corresponde a cada persona la responsabilidad de desarrollar su propia potencialidad, de
acuerdo con sus propios valores personales.
En su libro de 1991, La tercera ola, Huntington ha propuesto una periodización de
la historia de la democracia basada en tres periodos de avance, que denomina olas,
separados por dos de retroceso. La primera ola, que arrancó de las revoluciones
americana y francesa de fines del siglo XVIII, condujo a mediados del siglo XIX a la
aparición de los primeros sistemas políticos que satisfacían los criterios mínimos de la
democracia, definidos como un gobierno responsable ante un parlamento que a su vez
es elegido periódicamente por un cuerpo electoral suficientemente amplio. La derrota de
los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial condujo al punto más alto de esta
primera ola y el retroceso se inició poco después con el establecimiento del régimen
fascista en Italia. A partir de entonces se produjo el auge de las dictaduras, que llegó a
su ápice con la conquista alemana de gran parte de Europa en la II Guerra Mundial. La
derrota del Eje dio inicio una segunda ola democratizadora, que se vio potenciada por la
descolonización, pero esta segunda ola fue de breve duración, pues el reflujo se inició a
comienzos de los años sesenta, con el avance de las dictaduras en Asia, África y
América latina. La tercera ola democratizadora se produjo en el último cuarto del siglo
XX. Su inicio se produjo con la caída de las dictaduras de la Europa mediterránea y su
momento culminante fue el hundimiento del comunismo, que desde 1945 había
representado la gran ideología que rivalizaba con la democracia.
Los politólogos, avalados por los datos de instituciones como Freedom House,
suelen distinguir dos niveles de calidad democrática al diferenciar entre democracias
electorales (con elecciones razonablemente libres y justas, sufragio universal, sistema
multipartidista) y democracias liberales. Las primeras permiten transferencias pacíficas
y regulares de poder entre fuerzas políticas rivales; las segundas, además de eso,
mantienen un alto nivel de respeto a los derechos humanos, con gobiernos sujetos al
imperio de la ley, libres de la tutela de autoridades militares o religiosas, con un sistema
judicial independiente y garantías de protección para los derechos políticos y las
libertades civiles.
Derecho de autodeterminación.
Mundial. La Carta de las Naciones Unidas, aprobada en 1945, afirma que las relaciones
de amistad entre las naciones deben basarse en “el principio de iguales derechos y
autodeterminación de los pueblos”, sin más precisión. Desde 1960 las resoluciones de
Naciones Unidas han especificado la obligación de las potencias coloniales a transferir
poderes a los pueblos de territorios bajo su control y a prepararles ejercer este derecho,
pero nunca han sostenido que la plena independencia sea el mejor instrumento de
autogobierno de un pueblo.
Las naciones de Asia y África previamente sometidas a dominio colonial que se
independizaron a partir de 1945 lo hicieron en nombre de este principio de
autodeterminación, pero trazaron sus fronteras de acuerdo con el principio jurídico de
uti possidetis (como poseéis), derivado del derecho romano, que supone el
mantenimiento de los límites territoriales existentes, en este caso las antiguas fronteras
coloniales. Este último principio fue ya invocado por Simón Bolívar en el momento de
la independencia de las repúblicas latinoamericanas, por considerar que el
mantenimiento de los límites entre las antiguas demarcaciones administrativas
coloniales era el modo menos conflictivo de trazar las nuevas fronteras. Así pues las
nuevas fronteras asiáticas y africanas basadas casi exclusivamente en las establecidas
durante el período colonial, no tomaron en cuenta las diferencias étnicas o lingüísticas
ni trazaron sus fronteras mediante referéndum. Dado que casi ningún territorio era
homogéneo desde el punto de vista étnico y lingüístico y que las fronteras entre grupos
étnicos y lingüísticos no eran nítidas, cualquier otra solución habría resultado muy
conflictiva.
El derecho de autodeterminación llevado al extremo chocaría con otro principio
básico del derecho internacional, el de la integridad territorial de los Estados, que se
considera fundamental para el mantenimiento de la paz. Así es que en el único caso en
el que el derecho de autodeterminación tiene indiscutible primacía es en el de los
territorios coloniales o sometidos a ocupación extranjera, cuyos habitantes no tienen la
nacionalidad de la potencia ocupante y por tanto se ven privados no sólo del derecho
colectivo de autodeterminación como pueblo, sino del derecho individual a poseer una
nacionalidad, reconocido en el artículo 15 de la Declaración universal de los derechos
humanos, aprobada por Naciones Unidas en 1948. La Declaración del Milenio,
aprobada por Naciones Unidas en 2000, afirmó “el derecho de autodeterminación de los
pueblos que permanecen bajo dominio colonial y ocupación extranjera”, sin añadir más.
El conflicto se plantea cuando un grupo humano que es mayoritario en un territorio
que forma parte de un Estado más amplio se considera a sí mismo como una nación y
reivindica el derecho a la autodeterminación. El caso se ha repetido varias veces en los
últimos años, por ejemplo en la disolución de Yugoslavia, sin que la comunidad
internacional haya adoptado una doctrina coherente al respecto. En el caso de que la
división se realice por acuerdo de las partes, los nuevos Estados son inmediatamente
reconocidos por dicha comunidad internacional, como ocurrió en el caso de la
República Checa y de Eslovaquia, dos Estados surgidos de la división de
Checoslovaquia. Cuando la independencia se declara unilateralmente no existe en
cambio un criterio unánime, como ocurre en el caso de Kosovo, cuya independencia
respecto a Serbia ha sido reconocida por la mayoría de los Estados miembros de la
Unión Europea, pero no por otros, como es el caso de España. Una doctrina quizá
aplicable al caso de Kosovo es la del jurista Allen Buchanan, quien defiende la
integridad territorial como un elemento legal y moral de la democracia, pero admite el
derecho a la secesión sólo como último recurso de aquellos grupos humanos que hayan
sufrido graves injusticias para las que la secesión resulte el remedio apropiado. Muy
pocas constituciones recogen el derecho a la secesión: Austria, Etiopía, Francia o Suiza.
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Derechos humanos.
Los derechos humanos son aquellos que se reconocen a todos los seres humanos por el
hecho de serlo. Esta concepción no adquirió reconocimiento universal hasta 1948, año
en que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Declaración universal de los
derechos humanos, pero sus orígenes se remontan a una tradición que arranca de la
filosofía griega y del concepto romano del derecho natural, luego desarrollado por
pensadores cristianos, como Tomás de Aquino, Francisco Suárez, Hugo Grocio y John
Locke. Los defensores del derecho natural afirmaron que por encima del derecho
positivo de los Estados existen un derecho basado en la propia naturaleza humana que
los gobernantes deben respetar y aunque en la actualidad la validez de los derechos
humanos no se asocia necesariamente con esta doctrina, es en ella donde se halla su
origen histórico. La expresión derechos humanos se comenzó a usar a fines del siglo
XVIII y se difundió en el XIX.
Las primeras declaraciones de derechos fueron el resultado de las revoluciones inglesa,
americana y francesa de los siglos XVII y XVIII. En Inglaterra la Ley de derechos de
1689 afirmó ciertos derechos individuales frente a la arbitrariedad del gobierno. En
Estados Unidos la Declaración de Independencia de 1776 afirmó que todos los hombres
han sido creados iguales y dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables,
entre los que se incluyen la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y en Francia
la Declaración de derechos del hombre y el ciudadano de 1789 afirmó los derechos
naturales e imprescriptibles del hombre a la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión.
La comunidad internacional no adoptó sin embargo la validez universal de los derechos
humanos hasta la fundación en 1945 de Naciones Unidas, cuya carta proclama en el
artículo primero el propósito de promover el respeto a los derechos humanos y las
libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, lenguaje o religión. A
partir de entonces una comisión de Naciones Unidas, presidida por Eleanor Roosevelt y
en la que jugaron un gran papel los juristas John Humphrey y René Cassin, elaboró el
texto de la Declaración universal de los derechos humanos, que fue aprobada en 1948
por la Asamblea General de Naciones Unidas, sin ningún voto en contra, aunque se
abstuvieron la Unión Soviética y demás países comunistas, Arabia Saudí y Sudáfrica. Al
tratarse de una declaración, no resulta de obligado cumplimiento para las Estados
miembros de Naciones Unidos, pero la autoridad moral que ha adquirido es enorme y
en muchos países sus artículos son invocados en la jurisprudencia. La Constitución
española la asume expresamente en su artículo décimo.
El siguiente paso fue la elaboración de un convenio internacional de derechos humanos,
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vinculante para los Estados que lo suscriben, pero la tarea resultó muy compleja por los
diferentes puntos de vista de los Estados miembros. Finalmente se optó por elaborar dos
convenios: el Pacto Internacional de Derechos Civiles y políticos, y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que fueron aprobados en
1966. En 2013 el primero había ratificado por 167 Estados y el segundo por 160.
Posteriormente se han ido aprobando otros convenios internacionales específicos, como
los adoptados contra la discriminación racial, la discriminación de la mujer y la tortura,
y en favor de los derechos de los niños, de los inmigrantes y de las personas
discapacitadas.
del gasto público y por tanto del nivel de los impuestos, que en algunos países de la
Europa septentrional se sitúan en torno al 50 % del PIB, y ello es objeto de críticas por
parte de sectores liberales conservadores. Estos arguyen que ese elevado nivel de gasto
público reduce la flexibilidad de la economía de mercado y resulta por ello perjudicial
para el progreso económico. Quienes defienden esta tesis argumentan que los Estados
Unidos, donde el gasto social es menor, han demostrado en las últimas décadas una
mayor capacidad de generar riqueza y empleo, mientras que los defensores del Estado
de bienestar arguyen que el caso de los países escandinavos demuestra que es posible
combinar eficacia económica y protección social. Sin embargo, los cambios
socioeconómicos, el envejecimiento de la población y, en los graves efectos de la crisis
económica en algunos países, están obligando a casi todos a introducir reformas en el
Estado de Bienestar. Las grandes potencias emergentes del siglo XXI, China e India, no
son todavía suficientemente prosperas como para haber creado un amplio Estado del
bienestar.
Etnia.
Una etnia o grupo étnico es un grupo humano que cree provenir de unos
antepasados comunes, tiene una tradición cultural común y afirma un sentido de
identidad diferenciado. El término procede de la palabra griega ethnos, que suele
traducirse por nación. Durante el período colonial fue aplicado por los europeos a los
diversos grupos indígenas que convivían en los territorios colonizados y más tarde se ha
asignado a los grupos de inmigrantes que mantenían rasgos culturales diferenciados en
el seno del país en que se habían establecido.
No es sencilla la distinción en el uso de los términos etnia y nación. Ambos pueden
ser intercambiables cuando por nación se entiende un grupo humano diferenciado por su
tradición cultural; pero el término nación se utiliza también para definir a un grupo
humano que constituye un Estado soberano, mientras que etnia nunca se emplea en ese
sentido. Cuando en un mismo Estado nacional conviven grupos con tradiciones
culturales diferenciadas se puede decir que se trata de un Estado multiétnico. El término
nacional suele tener un contenido político más fuerte que el término étnico, así es que si
un grupo humano se define a sí mismo como nación está proclamando con ello su
aspiración a algún tipo de autogobierno, mientras que no ocurre lo mismo con un grupo
que se percibe como étnico, en parte porque, a diferencia de los grupos nacionales, los
grupos étnicos no siempre ocupan un territorio diferenciado. En los últimos tiempos, sin
embargo, han surgido movimientos que reivindican derechos específicos en función la
identidad diferenciada de su respectivo grupo étnico. De ello ha surgido el debate sobre
el multiculturalismo.
En el uso habitual, el término étnico se emplea sobre todo para grupos humanos de
origen no europeo. En Gran Bretaña, por ejemplo, puede hablarse de minorías étnicas
para referirse a los grupos caribeños o pakistaníes procedentes de la inmigración, pero
resultaría raro aplicar el término a los escoceses o los galeses. En las ciencias sociales el
término se utiliza, en cambio, con un alcance más general. Uno de los primeros
sociólogos en emplearlo fue Max Weber, quien definió como grupos étnicos a aquellos
grupos humanos que mantienen la creencia subjetiva de descender de unos antepasados
comunes, debido a sus rasgos físicos, sus costumbres o sus memorias de pasadas
migraciones o colonizaciones, independientemente de que dicha creencia tenga o no
bases reales.
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Liberalismo.
Multiculturalismo.
acepta la diversidad cultural en el ámbito privado, pero el Estado mantiene una actitud
neutral hacia la diversidad cultural y no hay distingos en temas como educación,
vivienda, servicios sociales, etc. En su versión más radical, se procede al
reconocimiento de las diferencias culturales en la esfera pública: adecuación de horarios
laborales para prácticas religiosas, aceptación de vestimentas tradicionales o códigos de
modestia femenina, costumbres sobre enterramientos, etc. Además se proveen
dotaciones y servicios en lengua, educación, sanidad, justicia, etc., se permite la
organización de representación étnica o cultural para consulta e intermediación con
gobiernos locales o nacionales y se facilitan recursos para actividades culturales a las
distintas comunidades.
Las críticas al multiculturalismo se centran en la restricción de los derechos
individuales de los miembros de un grupo que pueden resultar de la promoción de
tradiciones culturales específicas, por ejemplo los recortes de los derechos de la mujer
en el caso de tradiciones culturales marcadamente patriarcales. También en el daño que
produce a la cohesión nacional, dado que la diversidad cultural en el seno de una
comunidad plantea problemas de integración y el riesgo, por ejemplo, de creación de
guetos urbanos. Un amplio estudio de campo llevado a cabo en Estados Unidos por el
politólogo Robert D. Putnam reveló que cuanto mayor era la diversidad étnica, menor
era la confianza de los ciudadanos entre ellos y respecto a las instituciones.
En cuanto a las implicaciones éticas y políticas de la promoción de la diversidad
cultural, el filósofo Aurelio Arteta ha argumentado que el multiculturalismo parte de la
convicción de que existen grupos culturales que definen la identidad de los individuos y
que deben ser protegidos, hasta el punto de que sus miembros deben ser eximidos de
algunas de las obligaciones generales de todos los ciudadanos. Lo cual pone en cuestión
la universalidad de los derechos humanos y la igualdad ante la ley. Así es que, según
Arteta, los principios democráticos conducen al respeto de las diferencias culturales, es
decir a la aceptación de la diversidad cultural, pero no a su promoción a expensas de la
igualdad de derechos de todos los ciudadanos de un país y del respeto a los valores
reconocidos en la Declaración universal de los derechos humanos, adoptada por
Naciones Unidas en 1948.
Nación.
El término nación, derivado del latín natio, se emplea para referirse a un grupo
humano que presenta ciertos rasgos culturales comunes y posee o aspira a algún tipo de
autogobierno. Aunque a menudo se emplea como sinónimo de país o de Estado (un
tratado internacional es en realidad un tratado entre Estados, de la misma forma que
Naciones Unidas es una organización formada por Estados), en principio no es difícil
establecer una distinción entre ambos términos, pues país se refiere básicamente a un
territorio, mientras que Estado designa una entidad política soberana. Más difícil es
establecer la distinción respecto a términos como pueblo o etnia, salvo que el término
nación tiene una carga política más fuerte: si un grupo humano se define a sí mismo
como nación manifiesta con ello su derecho al autogobierno.
Así mismo, el término nación se aplica tanto a la nación-estado como a la nación
cultural. Una nación-estado es un Estado que se presenta como la expresión soberana de
una comunidad nacional, mientras que una nación cultural es una comunidad que se
siente vinculada por unos rasgos culturales compartidos, aunque no posea un Estado
propio. Este segundo concepto resulta más problemático que el de nación-estado, ya que
no existe un consenso acerca de los rasgos que definen a una nación cultural. El
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requisito indispensable es que los miembros que constituyen esa comunidad sientan la
existencia de un vínculo entre ellos basado en factores como la historia, la lengua, la
religión y otras tradiciones culturales.
Hay dos corrientes interpretativas básicas de nación. La interpretación
esencialista o primordial de las naciones, común ente los militantes nacionalistas,
considera que las naciones son las comunidades naturales en las que se subdivide la
especie humana, tienen profundas raíces históricas y cuya meta final de máxima
independencia busca conformar un Estado propio; mientras que los Estados
multinacionales serían construcciones artificiales. Otra corriente de autores estima, por
el contrario, que las naciones son construcciones sociales, es decir, producto de una
acción voluntaria y consciente de las nuevas élites del Estado moderno, es decir, un
producto de ingeniería social y cultural: “comunidades políticas imaginadas” basadas en
“tradiciones inventadas”, con contenidos revisados y redefinidos permanentemente, para
inculcar valores e impulsar la homogeneización cultural y la cohesión social, como una
especie de nueva religión política. Ernest Gellner, por ejemplo, ha afirmado que son los
nacionalismos los que engendran a las naciones y no viceversa. En unos casos son
viejos Estados los que promueven la nacionalización apoyándose en el sistema
educativo, la difusión de una lengua común, símbolos (banderas, himnos), mitos
históricos, fiestas, rituales y espectáculos (deportes), conmemoraciones, servicio militar,
impuestos, éxitos en el desarrollo económico o imperial, literatura, música y otras
manifestaciones culturales. En otros, cuando se trata de los nacionalismos sin Estado,
aunque tengan como base herencias étnicas, religiosas y culturas preexistentes, son las
élites nacionalistas las que reconstruyen y reinterpretan éstas para formular un proyecto
nacional de carácter político, movilizan a las masas tras él con los instrumentos a su
disposición del repertorio antes citado, y lo convierten en un movimiento político y
social cuyo objetivo es lograr la unidad de esa comunidad, su autonomía y, finalmente,
su independencia política.
Hay casos en que los ciudadanos de un Estado se sienten miembros de una
misma nación debido a su historia común, a pesar de sus diferencias étnicas o
lingüísticas. En Europa el caso más evidente es el de Suiza, un Estado en el que se
hablan cuatro lenguas y cuyos ciudadanos se sienten integrados en una Willensnation,
es decir una nación basada en la voluntad. Un caso similar es el de aquellas naciones
surgidas de la colonización y la inmigración, en la que la diversidad de los orígenes de
sus ciudadanos no ha impedido el surgimiento de un fuerte sentido de la identidad
nacional basado en su tradición histórica, como ocurre en Estados Unidos o en
Argentina. La concepción de la nación como resultado de la voluntad colectiva tiene su
más famosa expresión en las palabras del escritor francés Ernest Renan quien en 1882
afirmó que una nación es “un plebiscito cotidiano”, es decir que existe porque sus
miembros quieren que exista. Frente a la concepción primordial alemana según la cual
la lengua y la tradición cultural eran la base de la nación y por tanto Alsacia y Lorena
eran alemanas, para los franceses lo decisivo era la voluntad popular y por tanto Alsacia
y Lorena eran francesas. Renan afirmó también que una nación era un grupo humano
que había hecho grandes cosas en común y quería seguir haciéndolas. En contraste con
esta afirmación optimista cabe citar la definición humorística, cínica pero no del todo
desencaminada, que dio el deán Inge, profesor de teología en Cambridge, a mediados
del siglo XX: “una nación es una sociedad que comparte un misma engaño acerca de
sus antepasados y un mismo odio frente sus vecinos”.
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Nacionalismo.
Neoliberalismo.
Socialdemocracia.
3. Organizaciones internacionales
G8 y G20.
El G8, o Grupo de los Ocho, inicialmente G6 y luego G7, es un foro de discusión
intergubernamental creado en 1975 por iniciativa del presidente francés Giscard
d’Estaing y con la participación inicial de Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino
Unido y los Estados Unidos, con el fin de analizar los problemas de la economía
mundial, que en el momento de su fundación se veía gravemente afectada por el
impacto de la crisis del petróleo de 1973. Al mismo se incorporaron Canadá en 1976 y
Rusia en 1997. La Unión Europea también está representada. Una vez al año se celebra
una cumbre de los jefes de gobierno del grupo, con participación de representantes de la
Unión Europea, y además se celebran reuniones ministeriales sobre diferentes temas de
interés común. Las cumbres anuales despiertan una gran atención en los medios de
comunicación, pero no se trata de nada parecido a un gobierno mundial, sino de un foro
en el que los jefes de gobierno de algunos de los países más poderosos intercambian
ideas y puntos de vista. Para subrayar su condición de simple foro de discusión, el G8
no se ha dotado de una estructura administrativa permanente, por lo que la
responsabilidad de convocar y presidir las reuniones rota anualmente entre los países
miembros En 2012 los miembros del G8 representaban casi el 15% de la población
mundial, el 50% del Producto Mundial Bruto nominal y el 40 % del mismo medido
según la paridad del poder adquisitivo. El G7, sin Rusia, también mantiene reuniones.
En 2008 el impacto de la crisis económica mundial y el reconocimiento de la creciente
importancia de las economías emergentes condujeron a que adquiriera mayor relevancia
otro grupo, el G20. Este existía desde 1999 como grupo de ministros de hacienda y
gobernadores de los bancos centrales, pero a partir de ese año se han celebrado cumbres
de los jefes de gobierno del grupo. Hubo dos cumbres en 2009 y otras dos en 2010, pero
a partir de entonces se ha acordado que sean anuales. Los temas abordados se refieren a
la estabilidad económica mundial. El G20 incluye a los miembros del G8, es decir
Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Rusia y Japón, a otros
once países: México, Brasil, Argentina, Sudáfrica, Turquía, Arabia Saudí, India,
Indonesia, China, Corea del Sur y Australia, y a la Unión Europea. En conjunto, esos
diecinueve países representan el 65 % de la población mundial y el 85 % del Producto
Mundial Bruto. Ciertas instituciones internacionales, como el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional, también están representadas. Al igual que el G8, el G20
carece de estructura administrativa permanente y la presidencia es rotatoria.
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Naciones Unidas.
La Organización de Naciones Unidas, o más sencillamente Naciones Unidas, es una
organización internacional fundada tras la Segunda Guerra Mundial para defender la
paz y la seguridad y promover los derechos humanos y el desarrollo económico y social.
El primero en usar la expresión naciones unidas fue el presidente americano Franklin D.
Roosevelt, que lo empleó para referirse a los estados aliados que combatían juntos en la
guerra mundial, y su primer uso oficial fue en la Carta del Atlántico, suscrita en enero
de 1942 por los gobiernos de 26 países. En abril de 1945 se inició la conferencia de San
Francisco, en la que se aprobó la Carta de la nueva organización. La primera Asamblea
General se celebró en Londres en enero de 1946, con la participación de los 51 Estados
que inicialmente se incorporaron.
En 2013 cuenta con 193 Estados miembros. Sus lenguas oficiales son árabe, chino,
español, francés, inglés y ruso (el árabe se añadió en 1973 a los cinco originales). Las
lenguas utilizadas por el Secretariado son francés e inglés. Sus cinco órganos
principales son la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y
Social, el Secretariado y la Corte Internacional de Justicia. La sede de los cuatro
primeros se halla en Nueva York, mientras que la Corte tiene su sede en La Haya. El
sistema de Naciones Unidas cuenta también con diversas agencias especializadas, cuyas
sedes se reparten por diversos países del mundo.
La Asamblea General, integrada por todos los países miembros, es un órgano
deliberativo que celebra sesión una vez al año. Excepto en lo que afectan al presupuesto
de la propia organización, sus resoluciones no son vinculantes para los países miembros,
aunque tienen un valor político importante. Los convenios internacionales aprobados
por la Asamblea no entran en vigor hasta que son ratificados por un número
determinado de Estados y sólo son vinculantes para los Estados que los ratifican. Las
decisiones principales han de ser tomadas por mayoría de dos tercios de los Estados
miembros.
El Consejo de Seguridad es el encargado de velar por la paz y la seguridad
internacionales. A diferencia de los restantes órganos de Naciones Unidas, que sólo
pueden hacer recomendaciones, las resoluciones del Consejo de Seguridad acerca de las
obligaciones que los Estados miembros han asumido conforme al artículo 25 de la
Carta, son vinculantes. Lo integran 15 Estados, de los cuales cinco, China, Estados
Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia (es decir los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial) son miembros permanentes con derecho a veto. El derecho a veto permite a
cada uno de los cinco miembros permanentes evitar la adopción de resoluciones a las
que se opone, pero no evitar que se debatan. Los diez miembros no permanentes son
elegidos por la Asamblea General sobre una base regional y con un mandato de dos
años. Las propuestas de reformar el Consejo de Seguridad, incluida la incorporación de
nuevos miembros permanentes, no han salido adelante por falta de consenso.
El Secretariado está integrado por funcionarios internacionales independientes de sus
respectivos gobiernos y lo encabeza el Secretario General, que es el responsable de la
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