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El atorrante

¿No habéis visto en las grandes corrientes de agua


cómo marchan por el centro del río los barcos, la ho-
jarasca, los añosos árboles, todos bogando triunfalmente
por entre los remolinos, hacia las remotas riberas, ha-
cia los desconocidos mares? De esta forma son las co-
rrientes humanas de las grandes ciudades modei'nas:
van navegando entre los remolinos, arrastrados veloz-
mente hacia la gloria ó hacia la ruina.
^Pero no habéis visto también cómo del centro de
la corriente sC' apartaban algunos troncos, algunas ho-
jas ó algunas barquillas, y buscando el reposo de los
remansos, se detenían, junto á la margen del río y allí
quedaban inmóviles, hasta pudrirse y desaparecer? En
los grandes ríos humadnos hay asimismo algunos seres
(|ue se apartan de la corriente triunfal, y buscan los
remansos, se detienen, hasit„i morir como sombras des-
vanecidas. La América es un espacioso y corriente río,
por donde bogan las muchedumbres de todas las micio-
n.es, buscando la gloria de la fortuna; y la Argentina
es un brazo colosal de ese río americano; y Buenos
Aires tiene la impetuosidad de uu ftirioso remolino.
En estte remolino de Buenos Aires flotan los hombres
de audacia, de presa y de voluntad. Pero ciertos hom-
bres no pueden resistir la fuerza del remolino, y se
apartan á un lado. Son los vencidos. 'En el argot del
país tienen un mote singular: se les llama atorrantes.
El nombre de atorrante lo expresa todo; equivale íí
holgazán, ú hambrón, á vagabundo. Pero no se parece
á ninguno de sus hermanos europeos. No es el picaro
español, ni el pordiosero italiano, ni el vagabundo fran-
cés: participa de ciertas cualidades de sus congéneres,
sin ser igual á ellos. El che)i)inaj{x francés es quien más
se le asemeja; pero este vagabundo de los caminos de
Erancia incurre con frecuencia en el robo ó la rapiñería
campestre, en tanto que el atorrante no roba ni per-
judica á las huertas y gallineros. Tampoco pordiosea.
iT>e qué vive, en ese caso? Nadie lo sabe. Vive por ui.
milagro de la naturaleza, de loa residuos de la ciudad,
de lo que llueve providencialmente, del aire, de nada.
PcTo el caso es que vive, sin necesidad de hacer daño.
Es un ser inofensivo, sin igual en los anales de la
antropología, digno de un esmerado estudio psicopático:
es un caso de degeneración social que merecía tratarse
cariñosa y detenidamente. Pocos días después de mi 11o- ponerse en pie, vi que se trataba de un hombre alto, ru-
gnda á Buenos Aires, sorprendí en un banco del p;iseo bio, eu la plenitud de la edad. Aun podía luchar y ven-
que da sobre el puerto á un individuo roto, desaseado, cer acaso: ¡pero estaba previamente vencido, y se re-
solitario, inmóvil. Estaba mirando al suelo con aquella signaba! ¿Para qué la lucha, para qué ir detrás de la
taciturna fijeza que usan los soñadores: acnso soñaba, fortuna? Todo eso acaba como un soplo de aire, todo se
quién sabe cuántos y cuan extraños ensueños de la vida hunde en el pozo común é inexorable de la muerte. Y
pasada. por este proceso d? misticismo, , aquel hombre rubio,
Eos gorriones venían á picotear junto á sus mismos aquel hermoso tipo del septentrión de Europa, abando-
pies; el árbol que le daba sombra movía sus ramas so- nó la- corriente y se hizo á uu lado, de la misma m a n e n
noramente: pero él no hacía caso de nada ny c^e nadie, que los místicos se retirabliu fatigados á un convento.
embebido como estaba en sus meditaciones. - Cerca pa- La vida, rápida y febril de Buenos Aires ha parido su
saba la vorágine y el ruido del comercio: grandes carros tipo monstruoso del atorrante. La vida es demasiado rá-
porteaban las mercancías que acababan de vomitar los pida, demsiado cara; el ambiente tritura á los indivi-
trasatlánticos, y en los tranvías eléctricos iban las duos, los espolea y loe pone anhelantes: el*que no posee
gentes atareadas, preocupadas por la misma obsesión resistencia cae en el surco, se restituye á Europa ó vie-
del dinero. Todo aquello era extraño para mi individuo. ne á Vegetar en los bajos fondos sociales. Pero el ato-
Todo el ruido d'' la civilización y de la vida agitada rrante no quier? restituirse á su patria remota: hasta
no arañaban lo más mínimo su'epidermis moral, f, Qué la fe en su 'patria se ha desvanecido. Tampoco aniere
le importaban á él la civilización, el comercio, el dinero? vegetar en oficios humildes y sin redención. Prefiere
Un día vino también él á la gloriosa América, atraído abandonarse, en brazos de la Eatalidnd. como la hoja
por el espejuelo de la fortuna. Llegaba de su país seca en otoño. Tiene el abandono, la resignación y la
septentrional, de Noruega, de Alemania ó de Inglaterra. dulzura de la hoja Sicoa, En medio de sus greñas y su**
Traía sus buenos mxíscnlos, su inteligiencia bien educa- barbas hirsutas, los ojos azul'cs miran con, la vaguedad
da, su fuerte y tensa voluntad. Entró en la corriente, del que se encuentra al otro lado do los fenómenos. Ha
encontrado la -raíz dól problema. Sabe todo cuanto sa-
puso en acción sus potencias personales y luchó á brazo
bía Diógenes: que todas las cosas son mentira.
partido. P-ro la tensión de su voluntad se aflojó; vio
una mañana, al levantarse, que la empresa era larga y ¡ Oh dulce, resignado y filosófico atorrante! T\í er-'S
la vida muy corta: se sintió impote'íite. ó comprendió una df las figuras más profundas que he podido hall-ir
li\ raíz de la vida humana, en uno de esos momentos de en este • tremendo y aparatoso remolino de superficiali-
profunda lucidez rfiTe á vr-ces nos asnltan: y pensó que dades.
la fortuna no valía lo que cuesta. Entonces se cruzó de Jos^t M.'' SALAVERRiA.
hr y dejó que le arrastrasen las aguas hasta los su-
tristes remansns. .\un era joven y r(iliu!-!(i. Al DÍIK de Pclóe

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