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Estoy convencido de que el llamado de Dios a la predicación y a la enseñanza es

uno de los más honrosos cargos que un cristiano pueda recibir. Es un llamado
divino pues en algún momento prácticamente hemos oído una voz del cielo
diciendo: “Quiero que prediques el evangelio.” Es como una presión interior, una
compulsión, a la vez que un deseo, un sueño.
Es recomendable que antes de seguir con este tema el lector lea y medite en los
siguientes pasajes bíblicos que proveen el fundamento para una comprensión más
integral de la perspectiva escritural que presentaremos: Jer. 1:4–10 ; 1 Co. 1:17–
25 ; 2:1–12 ; Gá. 1:15–16 ; 2:7 .
Me fascina la teología de la predicación pues nos mete en el significado, la razón,
el propósito y todo el concepto de la predicación en sí.

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