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Volcanes: Una perspectiva planetaria

EL MAGMA – LA MATERIA CALIENTE


El magma es la materia prima del vulcanólogo, la materia que finalmente erupciona en superficie
bajo la forma de coladas de lava o columnas eruptivas de piroclastos. Magma no es sinónimo de
lava. Magma es un término huidizo, difícil de definir de manera sucinta, pero puede tomársele
mejor como una roca fresca, predominantemente fundida, que aún está activada por los
volátiles que adquirió en su fuente.
Muchos cambios afectan la roca fundida durante su transformación desde un magma
subterráneo hasta la efusión superficial. Usualmente se presentan tres componentes o fases en
el magma. Primero, un fundido silicatado viscoso; segundo, una proporción variable de cristales;
y tercero, una fase gaseosa o de volátiles. Cada una de estas fases influencia el modo en que el
magma erupciona en la superficie. Cuando se halla bajo mecanismos eruptivos ligeramente
distintos, un único magma puede originar productos de erupción marcadamente diferentes. Hay
todo un mundo de diferencia entre la obsidiana –vidrio riolítico que se deshace en astillas filudas
como hojas de navaja al ser golpeado– y la pumita –roca tan ligera y espumosa que flota sobre
el agua. Ambas pueden haber derivado del mismo magma, y ambas pueden haber erupcionado
del mismo volcán al mismo tiempo. La obsidiana hizo erupción tranquilamente en lentas coladas
de lava, mientras que la pumita se formó cuando la expansión de gas en el magma causó que se
hiciera espumoso hasta tener una consistencia que recuerda a la del poliestireno expandido.

5.1.
EL FUNDIDO

Este es el componente más complejo. Algunos aspectos físicos de los magmas todavía son
inciertos –después de todo, es imposible adentrarse en la cámara magmática con instrumentos
experimentales. Una roca silicatada fundida es físicamente distinta del agua líquida que resulta
cuando un hielo se funde. El agua pura consiste solo de moléculas simples de H2O, y por tanto
el hielo se funde (y se congela) a la presión atmosférica a una temperatura única: una
temperatura que está tan bien definida que forma el punto de inicio de la escala de temperatura
de Celsius: 0° C. Por el contrario, un magma fundido es químicamente complejo, consistiendo
en moléculas de silicatos dentro de las que se ha combinado un amplio rango de elementos.
Esta complejidad trae dos consecuencias para la vulcanología: el fundido no consiste en
moléculas libres, sino que está polimerizado, y no tiene un punto de congelamiento único y bien
establecido.
El término polimerización describe la manera en que las moléculas se agrupan para
formar complejos mayores mediante el encadenamiento repetitivo de los mismos grupos
moleculares, manteniendo una identidad química fundamental. Es un fenómeno común –hubo
una época en que incluso se pensó que las moléculas de agua podían polimerizarse. Un ejemplo
cotidiano de un polímero es el polietileno, compuesto de moléculas de CH2=CH2 unidas para
formar cadenas inagotables con la estructura general [-CH2-CH2-]n, donde n es un número
elevado. Existen otros ejemplos innumerables de polímeros orgánicos, que en conjunto han
transformado nuestra vida diaria –¿dónde estaríamos hoy sin todas aquellas bolsas plásticas que
usamos? Aunque nos resultan menos familiares, los polímeros de silicatos son similares. Son
importantes en la vulcanología porque afectan la viscosidad del fundido, y por ende el modo en
que hace erupción. La polimerización en los magmas silicatados se debe a los fuertes enlaces
que existen entre los átomos de silicio y de oxígeno, que forman redes de tetraedros
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interconectados. Los magmas silíceos contienen más tetraedros de silicatos, por lo que están
más altamente polimerizados y en consecuencia son más viscosos que los magmas basálticos.
Para reducir la viscosidad de un fundido silicatado, los enlaces silicio-oxígeno deben romperse.
Una forma de lograrlo es añadiendo agua, que, al generar iones OH-, rompe los enlaces y causa
una despolimerización. Las rocas silíceas alcalinas también se hallan menos polimerizadas que
las demás, pues mientras las riolitas comunes son extremadamente viscosas, sus contrapartes
alcalinas pueden tener viscosidades notablemente bajas. Recíprocamente, si se añade dióxido
de carbono a un fundido puede contribuirse a su polimerización y por tanto incrementar su
viscosidad.
Tres factores determinantes influencian la temperatura de fusión (y de congelación) de
los materiales silicatados: la composición, la presión y el contenido de volátiles. Al desplazarse
desde las composiciones basálticas hacia las silíceas, hay un descenso marcado en la
temperatura de fusión. A presiones elevadas, un silicato de una determinada composición se
fundirá a temperaturas mayores que si estuviera a presiones menores. Y un silicato “húmedo”
(que contiene muchos volátiles) se fundirá (y se congelará) a temperaturas menores que un
silicato seco. Todas estas variables, acompañadas de la polimerización, expresan que cuando se
calienta una roca, esta no empieza a fundirse a una determinada temperatura y continúa su
fusión a la misma temperatura, como el hielo, hasta que toda se ha fundido. En cambio, dado
un conjunto de condiciones (composición, presión y contenido de volátiles), comenzará a
ablandarse a cierta temperatura, y se hará progresivamente más fundida a medida que la
temperatura se incrementa hasta que en algún punto esté completamente fundida. Estas
temperaturas se incrementan con la presión, de manera que en un gráfico temperatura-presión
puede plotearse dos líneas. Una marca el inicio de la fusión (el solidus) y la otra indica el final de
esta (el liquidus). Este criterio se aplica exactamente a la inversa cuando un fundido se enfría
(Fig. 5.1.).
Afortunadamente, los vulcanólogos solo necesitan considerar los fundidos situados en
la superficie o cerca de ella, de manera que la presión no es una variable significativa, y los
diagramas como los de la Fig. 5.1. pueden dejarse, sin perjuicio, para los petrólogos. Para la
mayoría de los temas que se tratará, podemos asumir que las temperaturas de erupción de las
composiciones de lava comunes son como las mostradas en la Tabla 5.1.

Figura 5.1. Relaciones de fusión en un


basalto seco. A temperaturas y presiones
a la izquierda de la línea de “solidus”, el
basalto es una roca sólida, totalmente
cristalina; al interior del campo
sombreado se halla parcialmente
fundido, y a la derecha de la línea de
‘liquidus’ se encuentra completamente
fundido. Si hay presencia de agua, las
formas de los límites son notablemente
distintas, y la fusión comienza a
temperaturas menores.
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TABLA 4.1: TEMPERATURA DE ERUPCIÓN DE LOS TIPOS DE ROCAS VOLCÁNICAS COMUNES

TIPO DE ROCA TEMPERATURA (°C)


Riolita 700 - 900
Andesita 800 - 1100
Dacita 950 - 1200
Basalto 1000 - 1250

5.2.
FENOCRISTALES

Hay varios magmas que han iniciado su cristalización mucho antes de erupcionar. Por
consiguiente, las lavas que salieron a la superficie frecuentemente contienen abundantes
fenocristales (Sección 1.4). Típicamente, son solo de milímetros de ancho, pero
excepcionalmente pueden alcanzar a medir muchos centímetros, formando hermosas rocas
ornamentales. Los minerales que se presentan como fenocristales, por su propia naturaleza,
cristalizan a partir del magma a las temperaturas más altas. Así, en el basalto normalmente son
olivino y piroxeno, mientras que en las rocas silíceas más comúnmente son feldespato. En las
lavas basálticas, los fenocristales son habitualmente escasos, conformando solo un pequeño
porcentaje del volumen total. Sin embargo, en ocasiones se produce tanta cristalización que los
cristales de olivino se hunden atravesando la masa fundida, acumulándose en los niveles
inferiores para formar rocas donde se ha acumulado el olivino, conocidas como picritas. Por
supuesto, estas lavas poseen composiciones muy diferentes con respecto a los líquidos
originales a partir de los cuales cristalizaron. (Ciertos meteoritos que provienen de Marte, las
nahklitas, pudieron formarse por la acumulación de cristales en una lava originalmente
basáltica.) En las lavas silíceas, los fenocristales habitualmente son abundantes –en las dacitas a
veces pueden formar más del 40% del volumen total. Obviamente, en tales casos el magma no
es un fundido en estado líquido en un sentido estricto, sino una mezcla pastosa de cristales.
El estudio de los cristales nos provee de útiles conocimientos vulcanológicos. Los
fenocristales iniciaron su cristalización antes de la erupción, y por ello pueden tener historias
complejas. Los fenocristales de plagioclasa frecuentemente exhiben una zonación
composicional espectacular. Una zonación se describe como normal cuando la composición
cambia desde más cálcica hasta más sódica conforme avanza hacia el borde del cristal; inversa
cuando se observa el patrón opuesto; y oscilatoria cuando la composición varía erráticamente
de un patrón a otro. Estas variaciones mineralógicas pueden emplearse para seguir la evolución
de las condiciones físicas al interior de la cámara magmática, revelando que las presiones han
cambiado abruptamente por cortos periodos de tiempo, quizá en respuesta a las erupciones
superficiales. Otros fenocristales tienen composiciones mineralógicas que varían con relación a
la composición de la lava que los contiene, sugiriendo que debieron mezclarse magmas de
distintas composiciones. Los fenocristales que derivan de una fuente extraña se denominan
xenocristales.

5.3.
VOLÁTILES
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Las emisiones de humos de olor penetrante son signos certeros de que uno se aproxima a un
conducto volcánico. Lastimosamente, los gases acres y lacrimosos nos desaniman a
aproximarnos a lugares interesantes, así como pasa en las revueltas callejeras. Incluso si no está
en el episodio de erupción, un volcán puede liberar miles de toneladas de dióxido de azufre cada
día, excediendo largamente las peores fuentes industriales individuales de contaminación como
las fundidoras de cobre. Más allá de los olores desagradables, los gases juegan un papel
predominante en la erupción de los magmas. La determinación de las cantidades y
composiciones de los gases presentes en el magma es complicada, no solo debido a la dificultad
física para tomar muestras de material caliente en bruto, sino porque algunos gases que son
estables al interior del magma reaccionan químicamente al momento en que son expuestos al
aire.
El dióxido de azufre (SO2) es el gas volcánico más fácilmente reconocible, y como gas
lacrimógeno resulta familiar a quienes participan en disturbios, pero el vapor de agua y el
dióxido de carbono son más abundantes. El hidrógeno, el cloruro de hidrógeno, el fluoruro de
hidrógeno, el sulfuro de hidrógeno, el monóxido de carbono y muchos otros gases también han
sido detectados. En las lavas alcalinas, pueden abundar los cloruros y los fluoruros. El dióxido de
carbono es la especie volátil predominante en las raras lavas carbonatíticas de África Oriental.

Figura 5.2. Vulcanólogo


protegido por un traje de
aluminio tomando muestras
de una colada de lava activa
en el Monte Etna. Las
dificultades y peligros de
esta técnica hablan por sí
mismas.

Como segunda técnica, frecuentemente, pequeños glóbulos vítreos del fundido original quedan
atrapados al interior de fenocristales que están cristalizando a partir de un magma. Los análisis
de volátiles contenidos en estos vidrios proveen un modo de estimar el contenido de volátiles
del magma original, pero nuevamente es complicado saber con certeza cuán representativos
son. Finalmente, al otro extremo del espectro de los tamaños, las concentraciones de algunos
gases en una columna eruptiva pueden medirse por técnicas de detección remota, usando
instrumentos como el Espectrómetro de Correlación (COSPEC). El COSPEC depende de la medida
de la absorción de la luz solar por el dióxido de azufre, haciendo uso del cielo despejado como
un estándar de referencia, y puede localizarse sobre la tierra, o transportarse en un vehículo
aéreo por debajo de la columna. La absorción es proporcional a la concentración del gas; así,
una vez que se ha medido la concentración, es más sencillo medir las velocidades de expulsión
basándose en la velocidad de salida de la columna. Aunque esta técnica funciona bien para el
dióxido de azufre, es mucho más difícil medir otros gases como el dióxido de carbono o el agua,
ya que estos normalmente son muy abundantes en la atmósfera.
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Existe un rango importante en cuanto al contenido de volátiles, desde los basaltos hasta
las riolitas. Los típicos basaltos de dorsal oceánica frecuentemente contienen menos de 0,5% de
agua, en tanto que una riolita puede contener de 4 a 5%. Así como el dióxido de carbono
utilizado para volver gaseosa la Coca-Cola es más soluble a alta presión que a baja, igualmente
los gases magmáticos son más solubles a altas presiones que a bajas. De este modo, los gases se
exsuelven a partir del magma conforme este se descomprime al aproximarse a la superficie, con
resultados explosivos. Los gases también son más solubles a bajas temperaturas que a altas,
aunque esto tiene un efecto menos notorio en términos del comportamiento eruptivo.
Debido a que un magma basáltico puede contener menos de uno por ciento en peso de
volátiles, estos pueden parecer accesorios sin importancia. Pero los pesos moleculares de
volátiles como el agua son tan bajos en relación con los pesos moleculares de los componentes
silicatados del magma que realmente hay un número desproporcionadamente grande de
moléculas volátiles en el magma. Estas cuantiosas moléculas hacen sentir su presencia de
muchas maneras, fuera de toda proporción si se atiende a su pequeña fracción en masa.
Los volátiles se difunden de forma relativamente fácil a través de los magmas y poseen
baja densidad; consecuentemente, se congregan hacia la parte superior de las cámaras
magmáticas, formando cubiertas o cúpulas ricas en volátiles. Estas capas ricas en volátiles
necesariamente son las primeras en hacer erupción, un hecho que explica por qué las primeras
etapas de las erupciones frecuentemente son más violentamente explosivas que las etapas
posteriores.

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