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Apuntes para Una Historia Del Castigo Físico PDF
Apuntes para Una Historia Del Castigo Físico PDF
Apuntes para una historia del castigo físico a la niñez en Uruguay (1809-1934)
Introducción
Presentando este breve ensayo sobre las formas de castigo físico a los niños y las
niñas en Uruguay y sobre su recepción social, conviene aclarar ciertas cuestiones
relacionadas a las pretensiones de esta investigación. Lejos de presentar un examen
exhaustivo sobre el desarrollo de las formas de castigo físico, la intención principal ha sido
la de sistematizar la información que tenemos sobre el tema y poner algunos problemas en
el tapete para la discusión y futuras investigaciones. Esta aclaración, además de prevenir,
por lo menos en parte, de eventuales errores, pone de manifiesto que las pretensiones de
este trabajo son muy reducidas
La literatura historiográfica sobre el tema es bastante escasa. Contamos con una
profusa producción relacionada a los cambios en la percepción de la violencia y existen
relatos sobre la utilización del castigo físico en la escuela, pero sabemos todavía muy poco
sobre cuanto acontecía fuera de esta institución (en el trabajo, en las establecimientos
destinados a los menores de edad y, sobre todo, en la familia). Y cuando el material
historiográfico y las fuentes resaltan algo es, generalmente, un acontecimiento excepcional,
sea porque el castigador “se excede” y sobrepasa los límites de una punición considerada
socialmente adecuada, sea porque el castigado no acepta la sumisión y se rebela a la
violencia del castigo.
Mucho más difícil, a veces imposible, es medir el castigo cotidiano, que no supera
la frontera de lo admitido, que queda relegado y oculto en la esfera de lo privado y no surge
como acontecimiento “relevante” para ser puesto en evidencia. Se puede golpear un niño
con un azote, una cinta o la palma de la mano, pero este hecho será registrado para la
posteridad solo si la punición es considerada excesiva y, sobre todo, si los efectos del
castigo trascienden los deseados efectos de corrección. En la documentación podemos
hallar casos de niños heridos y a veces muertos por la punición recibida. Casos
extraordinarios que conmueven a la sociedad porque, justamente, superan el delgado límite
entre un correctivo aceptado y otro rechazado por excesivo. Y que, aunque nos ofrecen
1
Investigador del Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos (CEIL) y del Departamento de
Historia del Uruguay, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República,
Montevideo.
indicios sobre el nivel de aceptación de la violencia, nos dicen poco sobre el consenso
existente en la sociedad sobre el castigo físico en sí.
En lo posible, esta investigación intentará evitar referirse a casos extremos para
intentar plantear algunas hipótesis sobre esta frontera, muy endeble, entre cuando y como el
castigo físico “justificado” y el rechazado y sobre los movimientos que este límite tuvo a lo
largo de la historia.
Fuera de los “excesos” o de los que se perciben como tales, las fuentes se componen
fundamentalmente de la memorialística de los representantes de la élite que, en algún caso,
extienden sus recuerdos hacia otros sectores sociales, de los cuales ofrecen testimonios
inevitablemente colmados de prejuicios. La documentación, así, refleja la visión de una
clase dirigente masculina, ciudadana (por no decir montevideana), blanca, reducida en
número y abierta (por formación intelectual y composición étnica) a modas intelectuales y
prácticas educativas europeas (y norteamericanas). Mientras, a parte algunas notas
costumbristas y folklóricas, poco sabemos del imaginario cultural y de lo cotidiano de los
sectores populares y de los otros componentes étnicos que concurrieron en la composición
de la sociedad uruguaya. Y, naturalmente, menos aún sobre la disciplina para sus hijos. Es
esta una limitación muy importante. Entre otras cosas porque induce
2
Carlo GINZBURG, I Benandanti, Turín, Einaudi, 2002 (1ª rist.) p. XVIII.
cronológico, lo que hoy conocemos como Uruguay pasó de ser una frontera secundaria de
márgenes indefinidos del imperio colonial español a constituirse como Estado nacional con
una capacidad cada vez más solvente de controlar el territorio y de hacerse del monopolio
de la violencia, pasando por diferentes experiencias de construcción estatal.3
Independientemente del hecho de que se quiera considerarlo como el actor social
“más fuerte” o el “menos débil” 4, en este proceso el Estado expandió sus roles y funciones,
haciéndose cargo, entre otras cosas, de impulsar a la sociedad civil hacia transformaciones
profundas, a veces radicales5. Sin querer descuidar las presiones de algunos movimientos
sociales, particularmente el obrero, los elencos políticos nacionales tuvieron una notable
capacidad de captar algunos de los problemas socioeconómicos planteados por el proceso
de modernización, demostrando una gran capacidad de adaptación a los mismos. De esa
manera, el Estado logró impulsar cambios profundos en la sociedad, como, por ejemplo, la
secularización.
Queremos hacer hincapié en que este proceso de afirmación del Estado como agente
con un margen bastante elevado de autonomía no implicó su imparcialidad en las relaciones
sociales y, mucho menos, fue el producto de un desarrollo histórico lineal y consensuado.
Creemos suficiente recordar, como ejemplo, que la fecha que cierra esta investigación
sucede de un año a un golpe de Estado, el séptimo desde la proclamación de la
independencia (sin contar las guerras civiles y la Guerra Grande) y, cabría esperar, el
antepenúltimo de la historia nacional.
De este modo, la capacidad propulsora y promotora del Estado uruguayo no debe
hacernos olvidar los costos sociales pagados por algunos sectores sociales en términos de
bienestar y desarrollo. Del mismo modo, no debemos confundirnos sobre su real alcance
con respecto al resto del mundo. Más allá de los vaivenes en la opinión de la clase dirigente
sobre su viabilidad, que se movieron como péndulo entre el más róseo optimismo y el más
cupo pesimismo, la inserción de Uruguay en el mercado internacional fue y es periférica. A
pesar de esta integración subordinada (o, tal vez, por efecto de la misma), las influencias
del exterior se hicieron sentir con fuerza.
3
Desde representar un espacio más o menos autónomo en el ámbito de las Provincias Unidas; hasta integrar
el imperio colonial portugués antes y brasileños después, pasando por la “desintegración” entre una capital
portuaria y un interior “regionalizado” durante la Guerra Grande. Esto sin contar las hipótesis estatales
alternativas que, aún sin concretarse, se planearon lo largo de las primeras siete décadas del siglo XIX.
4
Entre una bibliografía muy extensa, citamos como ejemplo del Estado “fuerte” frente a la sociedad civil a
José Pedro BARRÁN - Benjamín NAHUM, Batlle, los estancieros y el imperio británico. Tomo 3. El
nacimiento del Batllismo, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1986, pp.39-49. La postura del Estado
“menos débil” en Gerardo CAETANO, Ciudadanía e integración social en el Uruguay (1900-1933), en
Hilda SÁBATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de
América Latina, Fondo de Cultura Económica - El Colegio de México, 1993, pp.405-427. Otro enfoque
problemático el de Francisco PANIZZA, El liberalismo y sus “otros”: la construcción del imaginario liberal
en el Uruguay (1850-1930), en Cuadernos del Claeh, nº50, Montevideo, 1989, pp.31-43.
5
Haremos referencia a la clásica definición de Max Weber, según el cual el Estado es el agente que detenta el
monopolio de la violencia legítima en la sociedad, con las salvedades planteadas por Gellner, es decir que esta
interpretación tiene validez para el Estado moderno y occidental, y si el control de la violencia es acompañado
por un proceso de especialización y concentración de formas de mantenimiento del orden social, cfr. Max
WEBER, La Ética protestante y el espíritu del capitalismo, Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, s.f.
y Economía y sociedad. Tomo IV. Tipos de dominación, México, Fondo de Cultura Económica, 1944 y Ernest
GELLNER, Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza, 1997, 2ª reimpr.
Una de las más evidentes fue la modificación del patrón demográfico.
Comenzaremos a analizar una sociedad caracterizada por una elevada natalidad y una
elevada mortalidad para llegar a una situación opuesta, pasando por un período de
transición, entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, caracterizado por una
evidente caída de la mortalidad6.
La particularidad uruguaya es que se llegará a este patrón demográfico de tipo
moderno mucho más tempranamente que en otros países latinoamericanos. El modelo de
elevada fecundidad y mortandad, junto al movimiento migratorio, permitió un crecimiento
extraordinario que pudo, por lo menos en parte, llenar el “vacío”, es decir el desbalance
entre población y extensión geográfica. Sin embargo, el pasaje a un patrón demográfico
occidental y el menguar del proceso migratorio a partir de las últimas dos décadas del siglo
XIX, efectos de una rígida estructura socioeconómica, escasamente demandante de mano
de obra (particularmente el sector agropecuario) acabaron con las pautas de crecimiento
rápido7.
Este análisis comienza en una sociedad conformada fundamentalmente por menores
de edad y termina en una sociedad de adultos. Pero también comienza con una sociedad a la
cual no le era fácil distinguir las diferentes franjas etarias para concluir en la situación
opuesta. En este sentido, si los niños y las niñas perdieron su peso demográfico, adquirieron
gravitación en términos de definición y de estatus.
En el siglo XIX se cumplirá con el largo proceso de “descubrimiento” de la niñez
como parte autónoma de la vida del hombre, con necesidades específicas y diferenciadas
con respecto a los adultos y con rasgos específicos en el modo de pensar y de actuar8. En el
siglo XX esta visión se fortalecerá sobre la base de la centralidad del afecto y del cariño en
las relaciones padres-hijos.
Tampoco este cambio será lineal. Diferentes tendencias pedagógicas, en varios
aspectos antitéticas, pautaron el período analizado. Las formas educativas tradicionales, que
identificaban al niño como a un “hombre miniaturizado” fueron criticadas por las teorías
pedagógicas de la tarda Ilustración (Rousseau, Pestalozzi)9 que, sobre la base de la
6
Sobre el tema José Pedro BARRAN - Benjamín NAHUM, Batlle, los estancieros y el Imperio británico.
Tomo I: el Uruguay del novecientos, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1967, pp.53-75; María
CAMOU - Adela PELLEGRINO, Dimensioni e caratteri demografici dell’ immigrazione italiana in
Uruguay, 1860-1920, en DEVOTO, Fernando et alter, L’emigrazione italiana e la formazione dell’ Uruguay
moderno, Torino, Edizioni della Fondazione Agnelli, 1993, pp.57-76 y, de las mismas autoras, Fotografía
instantánea de Montevideo, Montevideo, Universidad de la República - Facultad de Humanidades y Ciencias,
1994.
7
Según los cálculos de Sánchez Albornoz la población uruguaya se multiplicó por siete entre 1850 y 1900,
ritmo de crecimiento excepcionalmente elevado si comparado con el del siglo XX, Nicolás SÁNCHEZ
ALBORNOZ, La población en América Latina, 1850-1930, en Leslie BETHELL, Historia de América
Latina. Tomo 7. América Latina: economía y sociedad, c.1870-1930, Barcelona, Crítica - Cambridge
University Press, 1991, pp.105-132.
8
El punto de referencia clásico sobre el tema es Philippe ARIÉS, L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien
Régime, París, Seuil, 1973. Según el historiador francés la nueva percepción de la infancia comienza a
conformarse a través de un proceso que se puede identificar ya a partir de finales del siglo XVI. Durante el
siglo XVII esta percepción se profundiza, con una clara separación entre infancia y adolescencia. Antes de
llegar a generalizaciones se debería, sin embargo, considerar que este es un estudio de la iconografía que
atañe exclusivamente al sector aristocrático y a la naciente burguesía.
9
Ambos autores eran conocidos en Montevideo. Desde 1810 era difundida la edición del Contrato Social
publicada por Mariano Moreno. El escrito “Sobre la educación” de Dámaso Antonio Larrañaga demostraría,
dicotomía “hombre natural bondadoso” y “hombre civil perverso”, otorgaba a la educación
de los niños, inocentes por naturaleza y naturalmente faltos de razón, el valor de necesidad
absoluta. Y, para que potenciara su naturaleza no contaminada por la sociedad, el niño tenía
que encontrar una disciplina interior.
La idea de interiorizar las normas sociales para llegar a una autodisciplina fue
conservada por la segunda gran corriente que tuvo una profunda influencia intelectual en el
Río de la Plata, es decir el positivismo antropológico italiano (Lombroso, Pende)10, a pesar
de que su percepción de la niñez fuese antitética a la ilustrada. Esta corriente mantuvo y
profundizó la visión de la infancia como una etapa diferenciada de la vida del hombre,
interpretándola sobre criterios evolutivos darwinianos. Del mismo modo que las especies
evolucionaban, el niño tenía que ser sometido a un proceso educativo que le permitiera salir
de un estado “salvaje”, en este caso teñido de cargas fuertemente negativas, para progresar
hacia un estado que le permitiera conducirse con madurez en la sociedad11. A finales del
período en análisis, la afirmación del movimiento de la Escuela Activa (Decroly, Dewey,
Montessori, Clapárede), impuso una visión no determinista de la infancia, abandonando
hipótesis sobre lo “malo” y lo “bueno” de los rasgos naturales del niño, pero fortaleciendo
aún más la idea de que la disciplina era un proceso que tenía que ser aprendido e
interiorizado por los mismos niños.
Los cambios en la concepción de la infancia provocaron modificaciones en su forma
de control, que no se podía fundamentar más sobre valores tradicionales, sino sobre la
“vigilancia extrema” y la “culpabilización interior”12. De ese modo, a pesar de sus
diferencias teóricas, la afirmación de las tendencias pedagógicas modernas, naturalmente
interpretadas y adaptadas a las exigencias locales, implicará el abandono del castigo físico
en las instituciones y su codificación en el espacio familiar y privado como forma de
corrección extrema, limitada a algunas partes del cuerpo (fundamentalmente las nalgas), sin
la utilización de instrumentos (cintos o palos) y conforme a la complexión física del niño.
Es difícil medir hasta qué punto estas recomendaciones fueron respetadas. Podemos afirmar
con certeza que el castigo físico fue suprimido legalmente de las escuelas a partir de
principios del siglo XX, pero el optimismo tiende a reducirse con respecto a otras
instituciones públicas hasta desaparecer en el caso de la familia y los ámbitos privados.
Naturalmente, ya que este cambio respondió al proceso de modernización, fue
característico de aquellos sectores sociales que se fortalecieron y se beneficiaron del mismo
(clase alta, clase media, sector urbano). En lo que atañe a los sectores sociales que tuvieron
una inserción marginal en el modelo, el análisis es, todavía, embrionario. Sin embargo,
llama la atención el hecho de que, independientemente de los cambios en los criterios
en su oposición a algunas hipótesis del filósofo francés, que estaba al tanto de los lineamientos de Rousseau,
aunque sin citarlos nunca. En el informe elevado al Cabildo de Montevideo el 3 de julio de 1820, en ocasión
del plan de educación pública presentado por Camilo Enríquez, Larrañaga cita directamente los “Nuevos
métodos pedagógicos de Pestalozzi”, Dámaso A. Larrañaga, Selección de escritos, Montevideo, Colección de
Clásicos Uruguayos - Bilbioteca Artigas, 1965, pp.132-140 y 124-131.
10
Entre muchos estudios, citamos a Eugenia SCARZANELLA, Italiani malagente. Immigrazione,
criminalità, razzismo in Argentina, 1890-1940, Milano, Franco Angeli, 1999.
11
Fernando ÁLVAREZ URÍA - Julia VARELA, Arqueología de la Escuela, Madrid, La Piqueta, 1991, pp.
202-203. Nos damos cuenta que la descripción de las diferentes corrientes pedagógicas es somera y
superficial, pero la idea es solamente la de tener un punto de referencia general.
12
José Pedro BARRÁN, Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo II El disciplinamieno (1860-1920),
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1991, 6ª reimpr., pp.118-122.
pedagógicos, algunos fenómenos (por ejemplo, el abandono de niños o su “vagancia”), se
mantuvieron a lo largo del tiempo, respondiendo más al ciclo económico que a las
recomendaciones educativas.
La desaparición del castigo físico tiene su correlato con el cambio en la percepción
de la violencia en la sociedad. Tanto si se quiera encontrar un cambio en la mentalidad,
como propuso Barrán13, como si se considere que el ocultamiento de la violencia proceda
de la necesidad de eliminar espectáculos demasiado “sugerentes” para unas masas que
habían dado pruebas desde la Revolución francesa de su potencial transgresor y peligrosa
tendencia a identificarse con el delito14, este cambio se puede percibir con claridad ya a
comienzos del siglo XIX.
Sin embargo, esta modificación en la percepción de la violencia no tiene que
llevarnos a creer que ésta abandonó progresivamente a la sociedad siguiendo pautas
marcadas por el mismo cambio cultural. Es cierto que, por ejemplo, las expresiones más
violentas de las luchas políticas del siglo XIX (degüellos, fusilamientos, etc.) no se
repitieron en el siglo XX. Sin embargo, nada nos indica que tampoco en las más cruentas
guerras que ensangrentaron al Uruguay decimonónico, alguno de los contendientes haya
intentado secuestrar a los hijos de sus adversarios y criarlos en la ignorancia de su
ascendencia. Asimismo, aunque el tema de la “vagancia” y mendicidad de los niños en las
calles de las ciudades latinoamericanas sea un viejo problema (en el caso de Montevideo
parece estallar durante la Guerra Grande), así como su percepción como “peligro social”,
no resulta que alguien intentó “resolver” el problema que hoy en día llamaríamos de los
“niños de la calle” con asesinatos masivos. En este sentido, el horror hacia la violencia
física que la élite manifiesta en sus escritos, tiene una estricta correlación con su
ocultamiento en los calabozos y en los ámbitos marginales de la sociedad. No creemos, así,
casual que el primer informe de una institución uruguaya que preveía la idea de
“redención” del preso, característica de la legislación liberal, haya sido contemporáneo al
primer caso de desaparición forzada15.
Sí creemos que existan correlaciones entre el cambio del rol y lugar de la violencia
en la sociedad y las modificaciones en el castigo físico a los niños. Tiende a desaparecer de
los ámbitos donde existe un mayor y mejor control, es decir de las escuelas públicas, en las
cuales un entramado de actores sociales - los maestros, los niños, los directores, las
familias, los pedagogos, el personal no docente, los dirigentes de la institución, la opinión
pública, el Estado - se acordaron para que la violencia no fuese utilizada como correctivo.
En los lugares en que este control fue menos eficaz, el castigo físico se conservó.
13
José Pedro BARRÁN, Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo I La cultura “barbara” (1800-
1860), Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1991, 9ª reimpr,, y Sensibilidad, 1991. Conviene tener
presente en estos textos la influencia del pensamiento de Michel Foucault, particularmente de Vigilar y
castigar, México, Siglo XXI, 1989, 17ª ed., Microfísica del Poder, Madrid, La Piqueta, 1979, 2ª ed. y Las
palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 22ª ed., 1993.
14
Louis CHEVALIER, Classes laborieuses et classes dangereusse, París, Plon, 1968
15
Nos referimos al Informe de Código Penal presentado por la Comisión destinada a su reforma el 11 de
diciembre de 1882 al entonces presidente de la República, Máximo Santos, en Matías ALONSO CRIADO,
Colección Legislativa de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, Manuel Criado, tomo VIII, pp.287-
309. En 1881, el joven español Manuel Sánchez Caballero, conocido por su oposición al militarismo y al jefe
político de Tacuarembó Manuel Sánchez, “desapareció” durante un traslado policial desde Tacuarembó a
Montevideo, cfr. Eduardo ACEVEDO, Anales históricos del Uruguay, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1934,
tomo IV, pp.163-167. Sobre las diferentes impresiones históricas sobre la violencia, Eric HOBSBAWN, La
barbarie: guía del usuario, en IB., Sobre la Historia, Barcelona, Crítica, 1998, pp.253-265.
Un último aspecto introductorio. En los límites de lo posible, aún parcialmente se
buscará proporcionar un cambio de mirada sobre el tema. Es decir, se intentará ofrecer una
imagen de la forma en que reaccionaban las niñas y los niños con respecto al castigo físico.
Naturalmente, en este caso las fuentes son aún más parcas y reducidas. Sin embargo,
creemos posible identificar algunos indicios indispensables para que una posible historia
del castigo físico en el Uruguay integrara su componente más débil. Pero, al fin y al cabo,
su principal protagonista.
deverán ser penitenciados ó castigados segun la falta, y con arreglo ásu edad y
compleccion, sin que exceda nunca el castigo (fuerte) de los limites dela
moderacion; pues hace mas el modo yidea para la enseñanza que el castigo
fuerte16.
La disposición establecía que el maestro no podía “en ningun Tiempo ni caso uzar
de la Palmeta” y establecía el límite de seis azotes como castigo “mas fuerte”17
En su contradicción, la medida del Cabildo muestra las tensiones provocadas por la
transición entre formas tradicionales de castigo y una nueva concepción de la niñez que se
estaba fortaleciendo, fundamentada en los cambios en la percepción de los niños en la
16
En esta como en las otras citas, se ha mantenido la ortografía de la época.
17
Revista del Archivo General Administrativo, Acuerdos del Cabildo de Montevideo, Montevideo,
Dornaleche, 1919, volumen 9, pp.299-304.
familia y por las nuevas ideas pedagógicas que intentaban eliminar los castigos físicos de
sus métodos de enseñanza. Encontramos así una institución pública que penetra en una
esfera hasta aquel momento exclusiva de los privados, instituyendo una escuela. En la
codificación se pone de manifiesto que el aprendizaje mejor se obtiene a través de “modo
yidea” que con la punición violenta. Se mantiene el castigo físico pero este está
reglamentado y limitado.
La restricción a seis azotes y la prohibición de la palmeta nos ofrece claros indicios
sobre el hecho de que algunos maestros no solo hacían uso de estos instrumentos, sino que,
eventualmente, podían superar el número de golpes establecido como máximo. En efecto,
los historiadores de la escuela uruguaya así como testimonios de la época, concuerdan con
el hecho de que la disposición del Cabildo, presentada en el ocaso del régimen colonial,
tuvo efectos muy limitados y que los maestros supieron aprovecharse del vacío legal
provocado por los avatares políticos de la época y desafiaron esta y otras disposiciones
restrictivas18.
Además de los azotes, en la primitiva escuela uruguaya se hizo un largo y amplio
uso de otros instrumentos de castigo19. El más conocido y ya citado, fue la palmeta, especie
de cucharón plano de madera o de cuero doble que, generalmente, tenía en su parte más
ancha unos pequeños agujeros que provocaban la formación de ampollas en las partes
golpeadas. Menos difundido pero, sin dudas, con un nombre bastante sugestivo, fue la
disciplina, una especie de fusta con unas ramas de tiras de cuero o de cáñamo, utilizada
para golpear generalmente en las piernas y en las nalgas. También se utilizaba la regla, que
golpeaba la palma de la mano, los nudillos o las yemas de los dedos20. A veces, se
abandonaba esta instrumentación y los castigos consistían en obligar el niño a tomar
posturas incómodas, acompañadas por rituales sádicos: arrodillarse con las rodillas
desnudas sobre maíz, tener una regla en la boca como mordaza, quedarse de pie con un la
boca llena de agua que no se podía escupir ni tragar. En otras, posturas e instrumentaciones
se acompañaban para multiplicar los efectos de la punición. A principios del siglo XX,
Orestes Araújo recordaba que
tristemente célebre llegó á ser en Montevideo cierto Maestro que para castigar á
los niños exigía de ellos que se colocasen encorvados, con un dedo que tocara en
el suelo y una pierna levantada. Si cambiaba de postura los disciplinazos se lo
advertían de una manera harto sensible, y el grito de !Dedo en tierra¡, proferido
por el Preceptor, le recordaba la posición á que tenía que volver21.
18
Esto independientemente del hecho de que los dirigentes escolares de principios del siglo XX hicieron
particularmente hincapié en la ineficacia de los métodos educativos del pasado, para mejor subrayar los logros
del presente.
19
La descripción de los castigos en Orestes ARAÚJO, Historia de la escuela uruguaya, Montevideo, El Siglo
Ilustrado, 1911, pp.295-300. En el Museo Pedagógico José Pedro Varela de Montevideo se pueden observar
estos instrumentos.
20
Según Araújo la regla fue “castigo que, según referencias de personas que lo sufrieron, era sumamente
temido por lo doloroso”, IB., p.296.
21
IB., pp.295-296.
dejándose dominar por la ira, por el despecho ó por la impaciencia, aplicaban
algún pizarrazo ó punterazo y hasta brutales puntapiés, mientras que otros menos
irascibles ó más humanos, se contentaban con arrimar uno ó varios mojicones ó
algún pellizco de fraile ó de monja, con toda la serenidad de la justicia: en
ambos casos quedaba ilesa la autoridad del pedagogo, el alumno corregido para
siempre y la ley cumplida para ejemplo de los demás22.
22
IB., pp.296-297.
23
Por ejemplo, según los recuerdos de Julián O. Miranda, en Maldonado se definía genéricamente como “el
portugués” a cualquier tipo de instrumento utilizado, tanto por maestros como por padres, para penitenciar a
los niños, Julián O.MIRANDA, Maldonado antiguo, en Revista Histórica,Tomo VI, n.16, Montevideo, El
Siglo Ilustrado, 1913, pp.339-341
24
ARAÚJO, Historia, 1910,.p.293.
25
IB., p.290. En el mismo sentido los recuerdos de Abel J. PÉREZ, La escuela primaria, en Anales de
Instrucción Primaria, Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1907, pp.8-9 y de Antonio N. PEREIRA, Nuevas cosas
de antaño, Montevideo, 1898, p.328.
26
John Lancaster, quaquero racionalista, organizó a finales del siglo XVIII unas escuelas caracterizadas
fundamentalmente por el método de la enseñanza mutua, que permitía suplir el problema de exceso de
alumnos y la escasez del maestro, y la ausencia del castigo físico. Además, era una escuela paga para los
alumnos ricos y gratuita para los pobres. Los problemas con la Iglesia Anglicana con respecto a la no
enseñanza del dogma religioso, determinaron su desplazamiento hacia América. Naturalmente en el
continente se reelaboró la forma de enseñanza, sobre todo el aspecto de la laicidad. En Montevideo la Escuela
Lancasteriana funcionó entre 1821 y 1824 y fue dirigida por el catalán José Catalá y Codina hasta su destierro
por razones políticas en 1824, año en que la escuela se cerró. Sobre el tema Jesualdo SOSA, La Escuela
Lancasteriana, en Revista Histórica, Tomo XX, n.os58-60, Montevideo, 1953, pp,.1-182.
artículo 28 de su reglamento se establecía la obligación para los niños infractores de
quedarse en la escuela más allá del horario escolar, ocupados en leer, escribir y hacer
cuentas. Sin embargo, una carta de 1905 de Isidoro De María, que fue alumno de la escuela,
aunque reafirmara que en la Escuela Lancasteriana no se aplicaban puniciones que no
fueran correspondiente a las “de uso moderno y civilizado” y que azotes y orejas de burro
no hacían parte del repertorio pedagógico de la institución, admitía el uso, como castigo
“más severo...una vez que otra la palmeta y el encierro en lo que llamaba el calabozo, que
era el trozo de la plataforma que había al frente del salón donde tenía su asiento el
Director“27.
Más allá de estas contradicciones, la eliminación formal de las puniciones
promovida en la Escuela Lancasteriana permaneció en las siguientes disposiciones
oficiales. Efectivamente, a lo largo del siglo XIX encontramos un conjunto de medidas
tendientes a desterrar el castigo físico de las escuelas. Por ejemplo, el 15 de febrero de 1828
el Cabildo de Montevideo, en un intento por reconstituir la escuela gratuita, dio lectura a la
representación del Sindico Procurador Miguel Antonio Vilardebó que ponía énfasis en que
“la corrección en la Pubertad, para que sea útil y produzca los saludables
efectos...necesita ser aplicada con mucha prudencia, y conocimiento del genero é
inclinaciones del que se intenta corregir”: Aunque Vilardebó considerase que era difícil
establecer reglas generales, subrayaba que ,
el Maestro debe ser muy moderado en los castigos, y reprensiones de los niños:
y que antes de llegar á aquellos es preciso apurar todos los medios de la dulzura
con la amonestacion, y penitencias debiles, y adecuadas á la niñez28
27
ARAÚJO, Historia, 1911, p.142.
28
Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Montevideo, Montevideo, 1941,
volumen 15, pp.226-227
29
Por ejemplo en El Universal , Montevideo, 6 de diciembre de 1831.
30
Consejo Departamental de Montevideo. Museo y Archivo Histórico Municipal, Actas de la Junta
Económico-Administrativa del Departamento de Montevideo. en Anales Históricos de Montevideo, tomo I,
Montevideo, 1957, p.288.
En la sesión sucesiva, del 25 de noviembre, otro miembro de la Junta, José de Bejar
daba cuenta de una pequeña investigación a partir de la cual “resultaba incierto el uso de
asotes álos niños, sino que se verificaba con una pequeña palmeta...aplicandosé solamente
álos mas reincidentes é incorregibles”. De todas maneras la Junta estableció que
31
IB.., p.289.
32
IB., p.290.
33
ARAÚJO, Historia, 1911, p.293.
34
IB., pp.293-294. Las mismas prohibiciones fueron reiteradas en las Adiciones al Reglamento provisorio de
la enseñanza privada del 13 de marzo de 1848, IB. p.646.
35
IB., p.379.
disposición puede ser causa de la inmediata destitución del Maestro, según la
gravedad del hecho36.
Las puniciones corporales eran sustituidas por multas “compensables con vales de
premio”, privación de los recreos, repetición de tareas escolares, obligación a permanecer
de pie en la clase durante 15 o 20 minutos y la lectura en voz alta de “la máxima moral que
hubiese violado, haciéndole en plena clase las reflexiones del caso”37. Una disposición
análoga fue reiterada en una circular del 29 de enero de 1878, en que se volvía a subrayar la
necesidad de reprimir “el abuso que cometen los Maestros en los casos que aplican
castigos corporales”38. Las medidas legislativas fueron acompañadas, por lo menos en un
primer momento, por una efectiva política de represión, que llevó a la destitución de un
maestro por los castigos aplicados a los niños de su clase39. Desde el punto de vista
simbólico, la administración reformista llegó a la creación de un Museo Pedagógico en el
cual estaban en exposición el conjunto de instrumentos de punición.
A pesar de que la legislación prohibía desde 1847 cualquier tipo de correctivo
corporal, la reiteración de disposiciones similares pone de manifiesto que, en realidad,
varios maestros estaban dispuestos a desafiar las leyes para seguir mortificando con
palmetas, disciplinas o pellizcones a sus discípulos. Y, aunque la reforma vareliana
fortaleció este lineamiento pedagógico, varios datos nos hace presumir que la práctica del
castigo físico comenzó a abandonarse en las escuelas solamente entrado el siglo XX.
En 1903 el Inspector Nacional Abel J. Pérez, en la publicación oficial de la
Dirección General de Instrucción Pública, dedicaba un artículo al tema, subrayando como
los castigos físicos eran algo “difícil de desarraigar”. Pérez hacía hincapié en el hecho de
que
las Autoridades escolares vienen combatiendo sin descanso por destruir una
tradición odiosa, que entenebrece la Escuela moderna con sombrías
reminiscencias del pasado; pero, si el mal se ha atenuado algo, desgraciadamente
no ha desaparecido aún40.
A pesar de que Pérez hiciera hincapié en que los castigos físicos eran un elemento
nefasto de la educación del pasado, estaba también obligado a admitir que
esta costumbre feroz de los castigos en las escuelas, tiene, aunque cueste creerlo,
sus convencidos defensores, aun entre las personas que, por su estado, por su
educación, por su posición ó por su inteligencia, debían ser sus más ardientes
opositores41.
36
Orestes ARAÚJO (comp.), Legislación escolar cronológica, Montevideo, Dornaleche, 1897, tomo I,
pp.119.
37
IB, pp.119-120.
38
IB., pp.145-146.
39
ACEVEDO, Anales, 1934, P.113.
40
Abel J. PÉREZ, Los castigos corporales en las escuelas, en Anales de Instrucción Primaria, Tomo I, año I,
mayo 1903, pp.89.
41
IB.
Recalcando las diferencias en la formación de los maestros “del pasado” y de los
maestros “modernos”, con una mejor y más profunda preparación, el Inspector manifestaba
además su preocupación por los efectos sociales del castigo físico, ya que
el que castiga á un niño se envilece, pero lo que es más grave, envilece á ese
mismo niño, á quien ciega los caminos del honor y de la altivez ciudadana, que
deben ser los elementos vigorizadores de nuestras democracias42.
42
IB., p.91
43
IB. p.92.
44
Anales de Instrucción Primaria, Tomo II, núm 6 y 7, Montevideo, Barreiro Y Ramos, 1904, pp.339-340.
45
PÉREZ, Escuela, 1907, op.cit., p.8.
46
IB, pp.10-11.
inconciliable con la época actual...ó son seres verdaderamente inferiores,
refractarios á todo progreso.
inadaptables á las nuevas ideas que consideran los castigos corporales como la
última manifestación degradante de una época ya juzgada como emblema de
ignorancia, de barbarie y de oscurantismo, que sólo subsiste aún como una
ráfaga maléfica47.
47
IB., p.11.
48
Véase los textos, Débora VITALE D’AMICO, La disciplina escolar y la libertad del niño, Anales de
Instrucción Primaria, Tomo XXI, nº1, enero 1927, Montevideo, pp.95-112; Margarita Fanny ESCALÁ,
Medios para conseguir disciplina, Anales de Instrucción Primaria, Tomo XXII, nº3, diciembre de 1927,
Montevideo, pp.494-502; Carlos T.GAMBA, A los señores padres de familia, Anales de Instrucción
Primaria, Tomo XXX, ns.1-2, julio-diciembre de 1931, pp.19-52.
49
Sobre la permanencia y las formas de castigo físico en las instituciones privadas, cfr. Julio César Fernández
Techera, El Colegio-Seminario de Montevideo, Antecedentes, Organización disciplinar y Académica, 1880-
1940, Montevideo, 1988 tomo I, pp.163-172 y los recuerdos del cura Horacio Meriggio sobre el Colegio del
Sagrado Corazón de Jesús, en BARRÁN, Sensibilidad, 1991, p.110.
en los valores y no sobre el terror y el dolor físico conquistó cada vez más espacio y
encontró cada vez más aprobación entre los maestros.
Por ejemplo, ya en 1910, en el periódico de la institución escolar, Albino Benedetti
reflexionaba sobre el hecho de que para la formación de los “futuros ciudadanos de una
república democrática como la nuestra” se tenía que hacer hincapié en plasmar la
independencia y la libertad de los niños. Sin negar la necesidad de la disciplina escolar,
Benedetti sostenía que
cada vez más para dar lugar á una libertad siempre mayor á medida que las
convicciones morales del discípulo van desarrollándose, hasta desaparecer del
todo, si fuere posible, para dejar el alumno gobernarse por sí solo ya que así
preparado estará en condiciones de emprender el camino de la vida51.
los maestros que castigan, son sólo los maestros malos;...los que se dan exacta
cuenta de su misión, los que comprenden su apostolado nobilísimo, esos buscan
en los recursos de su inteligencia, por la persuación [sic] y en la expansión de
sus nobles sentimientos, el amor, los medios más eficaces y decisivos á su
objeto52;
Veremos cómo estos conceptos tuvieron su correlación con respecto a los castigos
en el ámbito familiar. La influencia del movimiento de la Escuela Activa, a partir de la
década del veinte, cumplió este proceso, determinando que el niño fuese tomado como
centro de los programas y de los métodos escolares y que se adaptase la educación a sus
procesos mentales. La interiorización de la disciplina y la enseñanza de preceptos morales
que fortalecieran el auto-control sustituyeron a la palmeta, la disciplina y la regla.
Durante este breve excursus hemos visto que en 1831 y en 1843 las quejas de los
padres habían alcanzado a los medios de prensa, desatando un debate público sobre la
utilización de la violencia como método de disciplina. No fueron los únicos casos. En 1861,
el diario La Prensa Oriental acusaba al maestro Julio Vaval de castigar con dureza a un
50
Albino BENEDETTI, La disciplina escolar en las democracias, en Anales de Instrucción Primaria, tomo
VIII, Enero-Junio de 1910, Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1910, pp.125.
51
IB.
52
PÉREZ, Castigos, 1903, p.90
discípulo de su escuela. En 1868, los vecinos de Fray Bentos censuraban un maestro que
encerraba a los niños en un cajón de madera colocado al lado del pupitre. En 1877, las
denuncias de los golpes en la cabeza y patadas en el pecho por parte de un maestro
alcanzaron la opinión pública nacional53.
Frente a estas acusaciones, los maestros tendían a justificar el uso de la violencia en
el pedido de los mismos padres que solicitaban un trato muy duro con sus hijos. El maestro
Vaval, por ejemplo, organizó su defensa sobre la base de que la misma madre del niño cuyo
castigo había desatado el escándalo, le había exigido, frente a la mínima desobediencia “de
castigar y pegar a su hijo, diciéndome que como vecino y amigo yo tenía que servirle de
padre”. Vaval agregaba que, en una ocasión, la madre había pegado a su hijo “en presencia
de todos los niños, diciéndome maestro, le doy el ejemplo, así tiene Ud. que
castigármelo”54.
Aunque podemos estar seguros de que Abel J. Pérez jamás tocó a un niño, cuarenta
años después planteaba una relación similar y subrayaba, con amargura que la práctica de
los castigos físicos subsistía
como una ráfaga maléfica debido á la complicidad de ciertos padres que adoptan
para sí el criterio que les aplicaron en la escuela, encontrando muy sano, muy
útil, muy educativo que para instruir á sus hijos indisciplinados por la mala
educación que ellos mismos le dieron, se los devuelvan de la escuela adornados
con múltiples equimosis, ó con un brazo ó varias costillas rotas55.
Nos enfrentamos a una evidente contradicción. Por un lado padres que censuran los
castigos de los maestros. Por el otro, los mismos maestros que se amparan, para justificar el
uso de la violencia, denunciando a los padres.
Esta situación abre el problema de la utilización de la violencia en el ámbito
familiar. Además, muestra un tema subyacente: si se admite el castigo físico como método
correctivo, quién y en qué ocasiones éste tenía el carácter de disciplinar al niño y cuándo, al
contrario, era considerado como un simple acto de violencia. O, si se prefiere, dónde reside
el límite entre un castigo físico considerado “lícito” y otro, “ilícito”.
Analizar los castigos físicos en el ámbito familiar implica, por lo menos, aludir a las
transformaciones que, a lo largo del período analizado, sufrió la familia y la inserción de
los niños en ella. Naturalmente por razones de espacio y para evitar salir de tema, este será
un examen superficial y genérico que pondrá en el tapete solamente los problemas que se
relacionan más directamente con lo que nos preocupa.
Consideraremos a la familia en su sentido más amplio y complejo del término, es
decir como un grupo social ligado entre sí por lazos de diferente naturaleza (sanguíneos,
jurídicos, afectivos) y como una institución destinada a la reproducción biológica pero
también de pautas y normas culturales definidas. Por ser una de las instituciones más
difundidas entre los grupos humanos, su desarrollo histórico se entrelaza con todos los
niveles que concurren a constituir una sociedad: estructura económica, estratificación
social, equilibrios y conflictos, organización política, instituciones religiosas, ideologías.
Las relaciones son muy estrechas pero no pueden quedar reducidas a una lectura
53
BARRÁN, Barbarie, 1991, pp.69 y 84-85.
54
IB. p.69.
55
PÉREZ, Escuela, 1907, p.11
esquemática a sentido único, ya que la familia está insertada en un contexto que la
influencia y, al mismo tiempo, contribuye a caracterizar.
De ese modo, aunque las funciones de la familia son universales, sus rasgos difieren
según los países y la condición socioeconómica de cada unidad familiar. Toda pauta
cultural, toda “recomendación educativa”, todo cambio en la organización de los afectos, la
distribución de la propiedad y las formas de reproducción biológica será mediado por
influencias de tipo sociales que pueden fortalecerse o debilitarse por acción de la familia
misma.
Desde el punto de vista histórico, la familia uruguaya ha sido estudiada poco y de
forma colateral. En estos análisis se ha hecho hincapié en la compleja evolución de la
institución que de representar el espacio de la co-residencia y de la conservación (y
transmisión) de la propiedad se ha constituido en el ámbito privilegiado de los afectos, por
efecto de la llamada “revolución del sentimiento”. Es decir, la sustitución del matrimonio
por interés (tendiente a la preservación del patrimonio) a favor de la unión de origen
sentimental y sexual. En su conformación, este cambio implicó, según la interpretación
historiográfica, la decadencia de la familia extendida a favor de la familia nuclear. La
reducción de los componentes y la centralidad de lo afectivo habrían provocado la
construcción de un espacio “íntimo” y “privado”, contrapuesto a lo “público”.
Sin querer negar estos cambios ni sus efectos profundos en las formas de
socialización, convendría puntualizar algunos aspectos. El proceso que llevó al pasaje de la
familia “tradicional” a la “moderna” no implicó la desaparición de la familia extendida a
favor de la familia nuclear. Más bien esta última se caracterizó como forma de convivencia
privilegiada del sector urbano alto y medio, que fue también el fragmento social que dejó
testimonios sobre las formas educativas. Conviene reiterar que las fuentes que poseemos no
solo son escasas sino que también limitadas socialmente. Seguir a la letra lo que la élite
trasmitió para la posteridad implica perder de vista que la modernización fue procesada de
forma diferente por los grupos sociales. En el mismo sentido, sería bastante improbable
hallar ámbitos privados inviolables e íntimos afuera de la clase alta y media, considerando,
entre otras cosas, el nivel de hacinamiento en los conventillos o en las habitaciones
destinadas a los sectores populares56.
Hechas estas salvedades, podemos decir que, en el caso de las familias de la clase
urbana media y alta, el niño abandonó su estatus subordinado y secundario en el ámbito de
una estructura familiar fuertemente jerarquizada, para constituirse en el objeto privilegiado
del cariño, el centro de las preocupaciones y de los cuidados paternos y maternos. En
consecuencia, se habría verificado también un profundo cambio en las formas de obtener la
disciplina, que siguieron al compás las que acontecieron en la escuela.
Este “niño amado”, según la feliz definición de Barrán57, para el cual se dispensaban
todas las atenciones familiares, necesitaba también una vigilancia continua y personalizada
que pudiera, a través de la interiorización de la culpa por la transgresión, sustituir al castigo
físico. De ese modo
haciendo sentir la desobediencia como una falta contra el amor dado, como el
incumplimiento de una deuda que se ‘debía’, se lograría someter ‘los
56
José Pedro BARRÁN, Amor y transgresión en Montevideo: 1919-1931, Montevideo, Ediciones de la
Banda Oriental, 2001, pp.16-23.
57
BARRÁN, Sensibilidad, 1991, pp.105-108.
sentimientos interiores’ de ese bárbaro pequeño. El padre, amante y devorador a
la vez, tendría así un hijo “cariñoso” y “dócil” y la represión del alma lograría
sus objetivos sin recurrir a la ‘barbarie’ de castigar el cuerpo58.
el deber de obedecer a sus padres, que lo que los padres les mandan o prohiben
es para su bien..., que la persona que cumple con sus deberes será siempre feliz
porque tendrá la conciencia tranquila61.
Más allá del carácter autoritario de esta afirmación, es probable que Beltrán
rechazase el castigo físico, por lo menos por el temor que pudiera desatar una situación
parecida a la relatada por el autor francés Hamon, que el mismo Beltrán cita: un niño
golpeado por el padre amenaza “cuando sea grande, seré revolucionario”63.
Sin embargo, no existe unanimidad en las fuentes y no faltan recomendaciones
educativas que prevean el utilizo del castigo físico como correctivo adecuado, aunque
58
IB., pp.123-124.
59
ÁLVAREZ URÍA-VARELA, Arqueología, 1991, pp.22-25.
60
La documentación, al propósito, no es unívoca y está enmarcada entre el extremo de la dulzura del
presidente Gabriel Pereira en los recuerdos de su hijo, en Antonio N. PEREIRA, Recuerdos de mi tiempo,
Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1891, pp. 28 y 418. hasta el rigor del industrial Pablo Varzi, que sostenía, ya
entrado el siglo XX, que “el cariño no se pregona: se impone!”, cit. en Alcises BERETTA CURI, Los
hacedores de milagros: familias de inmigrantes italianos y empresariado industrial, en José P. BARRÁN -
Gerardo CAETANO - Teresa PORZECANSKY (dir.), Historias de la vida privada. Tomo II. El nacimiento
de la intimidad 1870-1920, Montevideo, Santillán, 1996, pp.277.
61
Emma CATALÁ DE PRINCIVALLE, Lecciones de Economía Doméstica, 7º año, 1906, citado en
BARRÁN, Sensibilidad, 1991, p.83.
62
Washington BELTRÁN, Cuestiones sociológicas. Lucha contra la criminalidad infantil, Montevideo,
República Oriental del Uruguay - Cámara de Representantes, 1990, p.54. La edición original del libro es de
1910.
63
IB., p.53.
restringido a algunas áreas del cuerpo y acompañado por una especie de ceremonia que
cargaba la punición con un áurea ritual. Por ejemplo, en 1899 el diario católico El Amigo
del Obrero recomendaba a sus lectores no ahorrar en las correcciones
pues aunque les de algún castigo, no morirá: Aplica la vara del castigo y librarás
su alma del infierno.
Para que tuviese utilidad y fuese efectivo el castigo tenía que “ser proporcionado a
la falta cometida...no...demasiado rígido ni demasiado débil”. El autor de la nota hacía
hincapié en que los niños tenían que “sentir el rigor, y sentirlo solo en aquellas partes del
cuerpo donde no se ha de producir lesiones”. Y, por último, recomendaba no castigar “con
ira” ya que la función de la corrección tenía que “darse por amor al niño y no por espíritu
de venganza”. De ese modo, al niño hubiese quedado claro que los padres lo castigaban
“con verdadero sentimiento y solo por necesidad”64.
En el mismo sentido, en 1913 el Cuerpo médico escolar publicaba un conjuntos de
consejos propuestos por médicos alemanes que, aún limitando los correctivos, no los
eliminaba en absoluto. Según estos preceptos, en caso de golpear a los niños, se debía
respetar la cabeza para evitar “trastornos graves” o “el desgarro del tímpano”65.
También el sistema educativo, que hemos visto rechazar con fuerza a los correctivos
que implicaban el uso de la violencia, hacía excepciones con los padres. En su crítica hacia
el castigo físico en las aulas, Abel J. Pérez terminaba admitiéndolo en el ámbito familiar.
En parte por razones de oficio, ya que los padres no habían adquirido los instrumentos
teóricos ofrecidos por la preparación pedagógica. Y en parte porque la relación afectiva
entre padres e hijos era considerada diferente respecto a la existente entre maestro y
alumnos. De este modo se hacía hincapié en que
los padres tienen derechos de otra índole que fluyen de vínculos poderosos que
anuda la naturaleza y que tienen su origen en las entrañas de la madre, se
consagran en la cuna y se vivifican con la misma sangre que anima varios
organismos y que no se quiebran jamás con la explosión de un castigo que no
obedece en último término á otra cosa que á la extirpación de un defecto
cualquiera que un amor previsor y consciente, quiere cortar.
En conclusión, según Pérez las diferencias entre los correctivos de los maestros
(prohibidos y censurados) y de los padres (admitidos) eran enormes, ya que
el maestro para ser tal, debe conquistar lo que los padres con serlo tienen ya
conquistado; un castigo del primero le enajena en un instante el amor y el
respeto de su alumno, es decir, que hace estéril su enseñanza ulterior,
despertando rencores que son gérmenes de pasiones perturbadoras y bravías que
pueden fijar rumbos tortuosos á ciertas naturalezas infantiles; un castigo de los
segundos, es apenas un accidente en la vida del niño, un celaje que cubre un
64
Cuestiones Obreras. Disciplina, El Amigo del Obrero, Montevideo, 23 de julio de 1899, cit. en BARRÁN,
Disciplinamiento, 1991, p.110.
65
Leo BURGESTEIN, Cuerpo Médico Escolar, La higiéne de los escolares en la familia, Montevideo,
Dornaleche, 1913, citado en José Pedro BARRÁN, Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos.
Tomo I. El poder de curar, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1992, p.118.
instante el cielo de su infancia, para hacer más vividas cuando pasa, sus
naturales claridades66.
el niño no quiere que lo reten y botaratea con que es muy dueño de sus
acciones...¡La figura del mocoso!...¡Había de ser yo el que contestaba así a mi
padre!...¡El ruido de mis muelas por el suelo!...Me acuerdo de una ocasión en
que el finao de Juan Antonio, mi hermano menor, se permitió decirle a tata que
ya era muy grande pa que lo retara...¡Ahí nomás se le fué encima el viejo y si no
lo sacamos de entre las manos, lo desmaya a azotes!70.
pretende, como los rígidos padres de antaño, que todas las mañanas al
levantarme le bese la mano y le pida la bendición en vez de preguntarle por la
salud.
66
PÉREZ, Castigos, 1903, pp.90-91
67
Eduardo DIESTE, Buscón poeta, Buenos Aires, Emecé, 1942.
68
José Pedro BELLÁN, El centinela muerto, Montevideo, Florensa, 1930 y ¡Papá!...hay un negro, en El
pecado de Alejandra Leonard y otros relatos, Montevideo, Arca, 1967, pp.105-113.
69
Francisco ESPINOLA, Raza Ciega y otros cuentos, Montevideo, Biblioteca Artigas - Colección de Clásicos
Uruguayos, 1967, pp.76-99.
70
Florencio SÁNCHEZ, M’hijo el dotor, en Dramas, Buenos Aires, Molino, 1944.
Sin embargo, conviene subrayar que la escena desarrolla unos tintes dramáticos ya
que se concluye con Olegario que “zamarrea” al hijo. Asimismo, Mariquita, que en el caso
del hijo adulto recurre al amor materno, no duda en tomar “por el cuello zamarreándolo” al
guri al comienzo de la obra. Algo que sugiere que las formas educativas internas a la
familia no necesariamente se extendían a todos los ámbitos sociales y que los castigos que
se evitaban con los hijos mayores se podían dispensar a los más pequeños.
En síntesis, aún nuestra investigación es, por cierto, superficial, de los testimonios
literarios parecería evidente la difusión del castigo físico en la familia. En el mismo sentido,
es significativo que el protagonista de la primera película uruguaya basada sobre hechos
reales, sea Dionisio Díaz, “el pequeño héroe del Arroyo de Oro”, un niño de doce años que
muere en el logrado intento de salvar a su hermanita de la furia homicida de un abuelo
enloquecido.
Si juntáramos el conjunto de testimonios y recomendaciones llegaríamos a la
conclusión de que, dentro de determinados límites, los padres tenían el derecho a castigar a
los niños, derecho que, al contrario, perdieron otros agentes institucionales.
Ya hemos visto que algunos de estos límites eran representados por la zona
anatómica y por la exclusión de instrumentos. Era admitido golpear a un niño en las nalgas
y con las manos, pero no con una vara o un cinto. Sin embargo, las manos no podían tocar
otras áreas y menos aún la zona encefálica. Y, sobre todo, tenía que quedar claro al niño
que, si recibía unos golpes, era “por su bien”.
Otro límite era el legislativo. Según el artículo 238 del Código Civil de 1868 los
padres tenían
71
Código de procedimiento civil de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, Librería Argentina,
1884.
potestad para aquellos padres que “habitualmente maltratan a los hijos en términos de
poner en peligro la vida o de causarles grave daño”72.
Es bastante interesante observar que esta disposición no fue modificada
sustancialmente a pesar de los cambios en los métodos educativos y en la percepción del
niño. Las innovaciones fueron más bien formales, ya que se sustituyó el término
“detención”, sin duda demasiado duro, en favor de “internación” y se eliminó el límite de
un mes, algo que, en sí mismo, sería dudoso considerar como positivo. Más allá de una
voluntad pedagógica correctiva, explícita en la codificación, “la sentencia indeterminada
entregó en manos del magistrado la posibilidad de la aplicación arbitraria de la pena,
prácticamente sin límites”73. De ese modo, el modelo de protección a la infancia no
abandonó su carácter paternalista y autoritario.
Otro cambio sustancial acontece con el adjetivo que acompaña a la corrección que, a
partir del Código del Niño de 1934, deberá ser “adecuada”. La ambigüedad de la
legislación, en este sentido, es enorme ya que en ningún momento define el límite entre lo
“adecuado” y lo “inadecuado” de una punición. Hemos visto muchas - demasiadas -
interpretaciones que, inevitablemente se tornan contradicciones por el amplio margen que
la legislación otorgaba a los padres, absolutamente libres de descifrar lo adecuado del
castigo.
Es “adecuado” golpear a los niños pero no en la cabeza, según los médicos
alemanes. Al contrario, es probable que la maestra Catalá de Percivalle considerase dañino
todo tipo de castigo físico. Más dudosa, pero en fondo condenatoria, es la postura de
Beltrán, mientras para los católicos de El Amigo del Obrero lo “adecuado” de la punición
era un problema de lugar y de ritual “adecuado”. En los testimonios literarios el castigo es
ampliamente difundido y en el cuento de Espínola encontramos a un niño que recibe dos
formas opuestas de correctivo: el padre que considera “adecuado” golpear al hijo con un
rebenque, si llegara el caso, y la madre que jamás lo tocaría.
Hemos dicho que no haremos recurso a los casos “extremos” de violencia, a los que
trascendieron de lo “normal”, limitándonos a los que no tuvieron imprevistos y trágicos
desenlaces. Sin embargo, estamos seguros de que, cuando se analice ese tipo de
documentación, se encontrará que detrás de un niño que terminó en un hospital o murió por
los golpes recibidos por los padres, está un progenitor que creía propinar un castigo
“adecuado” o “moderado” que no causara daños graves y no pusiera en peligro la vida de
su hijo. En una palabra que se le “había ido la mano”.
Las fuentes relacionadas con el uso del castigo físico en el trabajo y en las
instituciones destinadas a los menores de edad son aún más escuetas de las que hemos
hallado hasta este momento. Aluden, más que aclarar situaciones. Intentaremos, así, hacer
un breve recuento de estos indicios o síntomas que, aunque muchas veces no expliquen por
su vaguedad, pueden ser importantes fuentes para el análisis. Comenzaremos con algunos
datos. En 1903, Carlos Vaz Ferreira subrayaba que existían en Uruguay “178.824 niños en
72
IB.
73
Jorge Daniel FESSLER - María Eugenia JUNG, Soluciones propuestas desde el sistema educativo y el
ámbito jurídico a la problemática de la niñez “marginada”, Montevideo, inédito, 1997, p.127.
edad de escuela. La asistencia total de nuestras escuelas es de 78.560 y hay por
consiguiente 100.264 niños, aproximadamente, que no reciben educación”74.
A pesar del empeño de las instituciones escolares, en 1908, en ocasión del primer
censo nacional de la historia uruguaya, los analfabetos (130.419) entre los niños de 5 a 14
años superaban a los alfabetizados (122.025)75.Todavía a final del período que estamos
analizando, la escuela no lograba captar la totalidad de los niños, más allá de su indudable
ensanchamiento[cuadro 1].
74
Carlos VAZ FERREIRA, Proyecto sobre asistencia media obligatoria, en Anales de Instrucción Primaria,
Tomo I, año I, mayo 1903, pp.191.
75
Anuario Estadístico de la República Oriental del Uruguay, Censo General de la República en 1908, tomo II
parte III, Montevideo Dornaleche, 1911, p.906.
76
Beltrán, Cuestiones, pp.48-49
77
Consejo Departamental de Montevideo. Museo y Archivo Histórico Municipal, Actas de la Junta
Económico-Administrativa del Departamento de Montevideo, en Anales Históricos de Montevideo. Tomo II,
Montevideo, 1958, p.445.
enviarlos a algún taller “de artes u oficios”. Mientras, en 1875 es el Ministro de Gobierno
Tristán Narvaja que da órdenes a la policía de reprimir el fenómeno78.
La mendicidad infantil no era una exclusividad montevideana. Por ejemplo, en 1899
en Canelones el diario El Plata sostenía que los niños mendigos eran “una especie de
plaga”, comparándolos, por su número y los daños que provocaban, con las langostas. El
año sucesivo, el problema y las denuncias periodísticas se volvieron a reiterar79.
En el siglo XX, las posturas se tornan más complejas, entre otras cosas porque el
avance del proceso de ordenamiento estatal implicó la creación de organismos cada vez
más especializados también en el caso de la niñez. Además, se puede registrar también un
lento cambio en la percepción de las causas de la mendicidad. Por ejemplo, si a lo largo del
siglo XIX el tema era generalmente considerado como el resultado de unos padres
inoperantes, a partir de la crisis económica de 1890, y aún más sucesivamente, comienzan a
aparecer interpretaciones más estructuradas. Y, con el avance del pensamiento positivista,
también más deterministas y condenatorias. En 1910, Washington Beltrán sostenía que
“todo niño mendigo, forzosamente es un vago, que toma por ejemplo, a todas las maldades
y vicios de la calle”. Además, no tenía dudas sobre el hecho de que “ciertos niños nacen
con predisposición orgánica para delinquir”80.
Las medidas invocadas se tradujeron en un aumento de las funciones interventoras
del Estado. En el siglo XIX las soluciones propuestas son bastante ingenuas y
fundamentalmente policiales: se trata de sacar a los niños de la calle por intervención de la
fuerza pública para reinsertarlos en sus familias o enviarlos a trabajar en un taller.
Sucesivamente, las actuaciones son más complejas. El debate desatado en 1911 por
la evasión escolar de los niños pobres llevó a la ley de protección de menores81. En 1915, el
aumento de niños mendigando por las calles de Montevideo, llegó a escandalizar al diario
batllista El Día, porque podía alejar al “turista que se decide a venir, a disfrutar de la
esplendidez y hermosura de nuestra estación veraniega” y porque “no se puede permitir
que escenas de indigencia y de hambre depriman nuestro ánimo”82. Tal vez para mejorar el
estado anímico general Parlamento y gobierno acordaron constituir el Patronato de
Delincuentes y Menores83. En 1920 se promulgó una ley que establecía la detención de los
mendigos con su remisión al Juez de Paz84 y así siguiendo, hasta la Creación del Consejo
de Patronato del Niño y la Mujer en 1930 y la promulgación del Código del Niño en 1934.
Desde el punto de vista de la política estatal, se intentó primero crear y después
centralizar un núcleo de instituciones que permitiesen ofrecer un carácter científico y
planificado a su actuación, abandonando el criterio de la caridad y de la intervención en los
momentos críticos. Es decir
78
BARRÁN, Barbarie, 1991, p.62 y 40.
79
Ecos y novedades, El Plata, Canelones, 22 de enero de 1889 y F.V.(hijo), Mendicidad pública, El Plata,
Canelones, 21 de enero de 1900.
80
BELTRÁN, Cuestiones, 1990, pp.54 y 66.
81
República Oriental del Uruguay, 1911. Registro nacional de Leyes, decretos y otros documentos publicado
por el Ministerio del Interior, Montevideo, Diario Oficial, 1913, pp.239-251.
82
La mendicidad infantil, El Día, Montevideo, 12 de enero de 1915.
83
República Oriental del Uruguay, 1915. Registro nacional de Leyes, decretos y otros documentos publicado
por el Ministerio del Interior, Montevideo, Diario Oficial, 1916, pp.284-285.
84
República Oriental del Uruguay, 1920. Registro nacional de Leyes, decretos y otros documentos publicado
por el Ministerio del Interior, Montevideo, Diario Oficial, 1921, pp.429-430.
se fue elaborando un modelo, que a influjos del movimiento internacional a
favor de la niñez, asignó al Estado el rol de dirigir y centralizar la asistencia a la
infancia, mediante la cual asegurar la reproducción biológica y social del
sistema...Modelo que para el logro de estos objetivos, sobre la base de una
concepción que sostenía la tutela y la doctrina de la defensa de la sociedad, puso
en practica diferentes formas de segregación de la niñez y en particular de la
niñez carenciada85.
85
FESSLER - JUNG, Soluciones, 1997, p.87.
86
Abel J. PÉREZ, La enseñanza de los expósitos (Conferencia leída por su autor en el ateneo del Uruguay)
en Anales de Instrucción Primaria, Tomo II, núm.11, Montevideo, Tip. Escuela Nacional de Artes y Oficios,
mayo 1905, pp.795.
87
Enrique MÉNDEZ VIVES, La gente y las cosas en el Uruguay de 1830, Montevideo, Fin de Siglo, 1993,
p.98.
88
Aclaramos que no haremos referencia específica al tema de los niños esclavos. En este caso, las puniciones
eran frecuentes pero se fundamentaban no tanto en el hecho de que los reprimidos eran niños, sino por su
condición de esclavos. Sobre las condiciones de vida de la niñez en la esclavitud todavía no se han producido
1.042.686 habitantes, 426.870, es decir el 40.94% tenía menos de 15 años. De estos, 43.045
(10,08% del total de niños y 4.13% de la población total) estaban insertados en el mundo
del trabajo. El cuadro 2 ofrece una imagen de los sectores en que mayoritariamente se
insertaban los menores de edad.
investigaciones. Sobre el tema en general remitimos a Alex BORUCKI - Karla CHAGAS - Natalia STALLA,
Esclavitud y trabajo. Un estudio sobre los afrodescendientes en la frontera uruguaya 1835-1855,
Montevideo, 2004.
La presencia de menores de edad en el mundo del trabajo es confirmada por fuentes
posteriores. En 1911 se puede relevar en la prensa una polémica provocada por una
seguidilla de accidentes en la construcción que involucraron a niños. En 1915, la
publicación del informe de la Comisión parlamentaria para al reducción del horario de
trabajo, que terminó con la proclamación de las ocho horas, provocó la presentación de
varios informes al parlamento por parte de las gremiales empresariales89.
En estos escritos, naturalmente contrarios a la reducción del horario de trabajo,
encontramos que la casi totalidad de las industrias empleaban a menores de edad. En la
Compañía general de fósforos, en las carpinterías, en el Taller de joyería de Adolfo L.
Strauch, en la fábrica nacional de papel Cavajani, Puppo, Badi y C.ª y en el sector
metalúrgico trabajaban niños de 13 a 18 años. En el informe de la fábrica de fósforos José
Illa y Font se manifiestan resistencias para aceptar el límite de 13 años, propuesto por la
comisión, por no ser un trabajo pesado. En la Liebig’s también se ocupaban a niños y niñas
de 14 a 15 años y Julio Mailhos declaraba de ocupar en sus talleres de cigarros a “menores
de 7 á 13 años”, dedicados “a trabajos sumamente livianos”, pero advertía que los niños
“durante el día tienen varios ratos de descanso, pero tienen que permanecer en los talleres
durante todas las horas que éstos funcionan”90. La situación no había cambiado
sustancialmente en 1929, según denunciaba Emilio Frugoni91.
Reiteramos las preguntas sin respuestas hechas anteriormente. ¿Es posible pensar
que para mantener la disciplina de estos niños trabajadores no se empleara el castigo físico?
A pesar de que hemos dicho que no queríamos utilizar casos excepcionales,
saldremos por un momento de esta proposición para ofrecer un ejemplo. En 1911 en el
diario El Día apareció la siguiente noticia:
89
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo223, Sesión del 1º de marzo de 1913, pp.151-252.
90
IB.,p.232.
91
Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 357, Sesión del 14 de octubre de 1929, pp.194-
195 y 199-208.
92
“Noticias del Interior”, El Día, Montevideo, 11 de mayo de 1911
carácter “extraordinario”, en el sentido de que la muerte de la “negrita” fue un
acontecimiento de tal magnitud como para que trascendiera de la 8ª sección policial de
Tacuarembó hasta alcanzar la página 5 del diario batllista. Y creemos correcta la hipótesis
de que los vecinos se presentaron a las autoridades policiales por la misma razón.
Sin embargo, podemos preguntarnos, ¿qué hubiese pasado si la niña no hubiere
fallecido?. Los vecinos “testigos” ¿por qué no denunciaron antes “los castigos aplicados
por A.”? En este caso, es decir frente a una denuncia de esta naturaleza, ¿la policía hubiese
intervenido para proteger a la menor de edad? No tenemos otros datos sobre esta historia,
pero creemos que estos pocos indicios podrían confirmar algunas hipótesis planteadas. En
primer lugar confirman la existencia de niños castigados también en el mundo del trabajo.
En segundo, ponen de manifiesto el horror de la sociedad cuando éstos superan los límites
deseados. Y, naturalmente, plantean nuevas preguntas: ¿el de la niña de Tacuarembó fue un
caso único y aislado? Más allá de lo “extraordinario”, es decir la muerte de la víctima,
¿cuántos casos parecidos, aún sin este desenlace se verificaron?93.
Llegó hasta nuestros días, como aforismo, la frase que acompañaba al castigo físico:
lo hago por tu bien. En este párrafo presentaremos las reacciones de algunos niños frente a
la punición violenta. Son casos bastante específicos, que no pretenden ser esclarecedores de
la totalidad del problema y que, sin embargo, nos indican algunas estrategias de resistencia
de la niñez frente a la violencia.
La hipótesis que queremos plantear es que existía una percepción muy diferenciada
sobre el concepto de “bien” entre adultos y niños. Si los primeros pegaban por el “bien” del
prójimo, los segundos no estaban dispuesto a hacerse pegar por el bien propio.
Naturalmente la escuela nos ofrece más documentación al propósito. Araújo
considera que la “consecuencia obligada” de los castigos físicos se traducía en
93
Tenemos un testimonio literario En el cuento de Javier de Viana El crimen del viejo Pedro de 1919 se
describe un niño huérfano “pobre de músculos y de sangre”, apodado Domingo Barba ‘e choclo, que recibe
“rebencazos, patadas y sopapos” por parte del patrón, del capataz y de los peones. La particularidad del
cuento reside en el hecho de que el niño golpeado es vengado por el protagonista, que mata al patrón que
había dejado Domingo “con los dientes rotos y la cara bañada en sangre”. Javier DE VIANA, El crimen del
viejo Pedro (1919), en Facundo Imperial y otros cuentos, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1997,
pp.53-56.
94
ARAÚJO, Historia, 1911, pp. 298-299.
á ciertos padres á usar una violencia igual á la de los maestros, para asegurar la
asistencia de sus hijos á la escuela95.
95
PÉREZ, Escuela, 1907, p.10.
96
IB.
97
Este suicidio provocó una polémica entre el teniente cura de Minas Juan Bruno Picabea y Ramírez, que lo
sepultó en tierra no consagrada por ser un suicida, y el Vicario Apostólico Dámaso A. Larrañaga, que pedía
mayor compasión con el niño. De los testimonios se puede encontrar el consenso, generalizado entre los
amigos del padre y el cura, sobre “la depravación del ánimo del suicida, la generalidad altanera, indómita y
los extravíos de sus costumbres, que muchas veces habían merecido ser castigados con palo o azote”. La
entera descripción del caso en BARRÁN, Barbarie, 1991, pp.67-71.
98
BELTRÁN, Cuestiones, 1990,.p.118.
99
Antonio N. PEREIRA, Cosas de antaño, Montevideo, El Siglo Ilustrado, 1893, pp.125-129.
Analizando la política estatal
A modo de conclusión de este breve excursus histórico sobre el castigo físico a las
niñas y los niños en el Uruguay, queremos hacer brevemente hincapié en uno de los
aspectos que trasciende de este análisis, es decir la política estatal con respecto a los
correctivos hacia la infancia.
Aunque no necesariamente en un orden cronológico claro y progresivo, hemos visto
que durante el período analizado se procedió a una definición temporal de la infancia que,
paulatinamente, se comenzó a especificar como ámbito de la vida con características
propias hasta ser subdividida en diferentes etapas y, sobre todo, como período separado de
la edad adulta, primero, y de la adolescencia, luego.
En este proceso, los ámbitos institucionales y el Estado de manera particular ,
definieron un conjunto de espacios específicos en que niños y niñas pudiesen encontrar los
cuidados indispensables para sus necesidades y su crecimiento. El lugar “natural” de la
niñez pasó a ser la escuela, aunque tampoco los ámbitos tradicionales, por ejemplo la
familia, se libraron de la codificación e institucionalización.
Más allá de que las directivas pedagógicas se modificaron y no necesariamente
respondieron siempre a una direccionalidad unívoca, se puede encontrar una coherencia en
la actuación institucional. Coherencia que se acentuó en las primeras décadas del siglo XX,
cuando el empuje reformista afirmó al Estado como agente con un margen de autonomía
muy amplio con respecto a la sociedad civil.
Las medidas para hacer efectivo el principio de obligatoriedad escolar, aquellas
sociales tendientes a limitar la presencia de los menores de edad en el mundo del trabajo y
la legislación de protección a la infancia que culminó en el Código del Niño, son piezas de
una política con una elevada cohesión interna.
El “descubrimiento” del niño y de sus espacios privilegiados implicó un equivalente
hallazgo: el del niño “marginado” de la escuela y de la familia. En este caso, las políticas
institucionales se caracterizaron por la corrección de las transgresiones en el intento de
reformar las conductas consideradas anómicas. Es decir, como una ulterior intervención.
En el ámbito de la infancia, así, el Estado institucionalizó algunos espacios de
intervención preexistentes y creó otros interpretando las formas más eficaces de actuación,
limitó y reglamentó la actividad de los agentes privados, promovió una legislación que
terminó conformando un modelo que, por lo menos por un tiempo, funcionó de manera
solvente.
Con todos los límites señalados con respecto a las fuentes y a los datos a nuestra
disposición, sobre el tema del castigo físico la política institucional muestra dos caminos
diferentes, casi antitéticos.
En el ámbito escolar, se promocionó tempranamente su eliminación. Hemos visto
que las primeras disposiciones en este sentido datan de 1847, aunque será solamente
sesenta años después que se pondrá fin a esta práctica por lo menos oficialmente. Aunque,
sospechamos, con menos éxito, la misma prohibición se extendió a todos los órganos en
que se tenía la posibilidad de intervenir.
En el ámbito familiar la política estatal no transitó en el mismo camino. Al contrario
de lo que aconteció en la escuela, el castigo fue tolerado, aunque parcialmente limitado por
su rasgos de “moderado” primero y “adecuado” después, términos sobre cuya ambigüedad
ya hemos reflexionado.
Ya sea por la formación de una conciencia profesional por parte de los maestros
como por influencia de las corrientes pedagógicas, la escuela se estructuró sobre el
principio de que el castigo físico era inútil y dañino para la educación de los niños. A pesar
de que existía, entre los adultos, un determinado nivel de consenso sobre la utilización de
los correctivos físicos (aunque con un no bien definido límite) las instituciones actuaron, de
algún modo, anticipando a la conciencia colectiva sobre el tema.
La represión del castigo fue rápida y muy eficaz. Si, como hemos visto, todavía en
1907 se hacía mención al problema, a partir de la década sucesiva tendía a desaparecer y,
en los años veinte, la percepción institucional sobre la educación era absolutamente ajena a
la violencia. Los correctivos físico fueron tan superados en la práctica pedagógica que se
utilizaron como ejemplo negativo de un pasado olvidado y opuesto a la escuela moderna. Y
los instrumentos de castigo terminaron como pieza de un museo que todavía se puede
visitar en Montevideo100.
No solo la actuación fue rápida y profunda, sino que también generó un consenso
generalizado, que todavía persiste en la sociedad uruguaya, sobre el hecho de que un
maestro no puede golpear ni tocar a un niño. Este acuerdo generó, a su vez, una forma de
control social que fortaleció ulteriormente el rechazo al castigo físico y que vio como
protagonistas a todos los agentes involucrados directa o indirectamente en la educación:
maestros, padres, niños, directores de escuela, instituciones. Es altamente probable que este
mismo control social consiguiera que la eliminación de los correctivos fue mucho más
eficaz en el ámbito escolar con respecto a otros ámbitos, como internados o colonias.
Las lúgubres previsiones, según las cuales el abandono de la palmeta hubiese
determinado el fin de la disciplina escolar y de la educación misma, cuyos ecos se pueden
encontrar en los escritos polémicos con esta postura de Abel Pérez o de Orestes Araújo, no
se concretizaron. En realidad, sin el castigo físico la educación uruguaya mejoró.
En el caso de la familia, la política institucional no ejerció la misma presión. Se
promovió una reglamentación de las formas de convivencia y de los modos de educación de
los hijos, se intentó limitar a las puniciones, pero no se legisló eliminando al castigo físico.
Podríamos plantear muchas hipótesis para explicar esta dualidad de actuación, la
mayor parte de las cuales ligadas al problemático límite entre esfera pública y privada. Sin
embargo, creemos más importante hacer hincapié en los resultados.
Por un lado, las crónicas del pasado (y del presente) reflejan un infinito número de
desenlaces “imprevistos” provocados por padres que “sobrepasaron” los límites del castigo
físico previstos por las leyes. Algunos de éstos podrían ser cuantificados, como las
defunciones de niños golpeados o el número de niños heridos o huidos de casas. Otros
efectos, por ejemplo los traumas psicológicos, quedan como “anónimos” testimonios de la
vida de quien tuvo que sufrir este tipo de correcciones.
Por el otro, las mismas crónicas marcan un claro corte en la historia de la educación,
entre un período ajeno y retrógrado en que el castigo físico era admitido y otro,
completamente opuesto, en que la corrección violenta terminó siendo una pieza de museo.
Y, sobre todo, ponen de manifiesto una clara dicotomía, ya que, desde que el castigo físico
fue prohibido legalmente de las escuelas, no tenemos noticias de niños internados, o
fugados ni traumáticos relatos sobre maestros a los cuales “se le fue la mano”.
100
Nos referimos al Museo Pedagógico José P. Varela.
Es discutible afirmar que la historia sea “maestra de vida” y, más aún, que una
sociedad aprenda automáticamente de las experiencias del pasado. Sin embargo, a veces, se
debería tomar en cuenta el camino recorrido y, frente a disyuntivas, considerar cuáles
fueron las opciones que resultaron históricamente más eficaces.
Bibliografía
Fuentes
Se ha consultado los tomos de la Colección de Leyes y Decretos de la República Oriental
del Uruguay, los Diarios de Sesiones de la Cámara de Representantes y de la Cámara de
Senadores y prensa.
José Pedro BELLÁN, El pecado de Alejandra Leonard y otros relatos, Montevideo, Arca,
1967
Bibliografía
ARIÉS, Philippe, L’enfant et la vie familiale sous l’Ancien Régime, París, Seuil, 1973
BARRAN, José Pedro - NAHUM, Benjamin, Batlle, los estancieros y el Imperio británico.
Tomo I: el Uruguay del novecientos, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1967
FESSLER, Jorge Daniel - JUNG, María Eugenia, Soluciones propuestas desde el sistema
educativo y el ámbito jurídico a la problemática de la niñez “marginada”, Montevideo,
inédito, 1997
HARDOY, Jorge E. - AGUIRRE, Rosario, ECCHER, Cecilia (comp.), Las Familias, las
Mujeres y los Niños, Montevideo, CIUEDUR - FICONG, 1993
MÉNDEZ VIVES, Enrique, La gente y las cosas en el Uruguay de 1830, Montevideo, Fin
de Siglo, 1993