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Pintura alribuida a Elia Naurizio, 1633 Florencia, un siglo antes, propia- mente no habfa definido el canon de las escrituras, sino que tan slo lohabfa declarado o profesado. En este punto hubo un répido acuer- do sobre la conveniencia de defi- nirlo, mediante el anatema, para disipar toda duda. Otro tema so- metido a debate fue si era oportu- no explicar las razones por las que se inclufan en el canon los libros disputados. En este caso, parecié preferible que no se pronunciara el Concilio, sino dejarlo a la labor de los teélogos. Finalmente, un Gierto ntimero de tedlogos y pa- dres, entre los que sobresale Jer6- nimo Seripando, superior de los agustinos, insistié en la conve- niencia de distinguir unos libros sagrados y canénicos, de otros canénicos y meramente eclesidsti- cos; otros consideraban esa distin- ign titil, pero no necesaria. Con el precedente inmediato del Concilio de Florencia y de los conecilios an- tiguos, que no hacian distingos entre unos y otros libros, el Conci- lio opt6 por no mencionar esta cuestiGn, ni establecer grados de autoridad entre los libros. Ya al comienzo de las discusiones (que duraron desde el 8 de febrero has- ta el 8 de abril de 1546), escribfa Hércules Severoli una de las figu- ras destacadas de la asamblea: ««parecié prevalecer la sentencia de la mayoria, que querfan dejar in- tactaa los venideros esta cuestiGn, tal comonosha sido transmitida a nosotros por nuestros padres». Y el general de los servitas, Angel Bonucci, afiadié que «se debia dejar intacta en absoluto, porque 2 RA SANTA MAYO-JUNIO 2017 la Iglesia no ha acostumbrado a interponer su juicio en aquellas cosas en que disienten san Jerdni- moy san Agustin». Con la aproba- ci6n del Decreto Sacrosancta y sus correspondientes cénones (8 de abril de 1546) quedaba definido el canon de la Iglesia catélica. Era el 8 de abril de 1546, dos meses des- pués dela muerte de Lutero. Del conflicto a la comunién. Como escribe O’Malley, «el conc! lioestuvo de acuerdo sencillamen- te en afirmar el canon florentino, pero dejando claro que no preten- dia tomar posicién en la cuestién debatida» sobre la diversa autori- dad o utilidad de los libros. «Esa reserva verdaderamente decisiva del decreto seguramente les resul- t6 del todo clara a los obispos presentes en el concilio, pero el texto que ellos elaboraron no la tuvo en cuenta. Y asi, dehecho, en elcontexto de las controversias del siglo XVI, el decreto se leyé como una afirmacién sin matices del canon amplio». Lo que se aprobs con la intencién de dejar abierto un amplio campo de discusién, se interpret como toma de posicién confesional que cerraba todo de- bate. En la medida en que catél cos y Tuteranos avancemos en el didlogo constructivo, podremos despojamnos de prejuicios arraiga- dos en un ambiente de conflicto. Latarea que los padres tridentinos dejaron para las generaciones ve- nideras requiere un clima de res- peto, escucha y estudio. Afortunadamente, ya son fre- cuentes los didlogos y encuentros ecuménicos a todos los niveles. Desde el punto de vista cientifico, se han publicado o traducido al castellano muy buenas introduc- ciones o comentarios con partici- pacién de biblistas luteranos, re- formados y catélicos. En la con- juncién de lo académico y la ani- macién bblica, se pueden desta- car las versiones -en este caso al espafol- de biblias con criterios ecuménicos o interconfesionales, como la Biblia Ecuménica o la Biblia Traduccién Interconfesio- nal: detras de esos textos hay un gran trabajo conjunto, de colabo- racién y didlogo, que permite mirar el futuro inmediato con es- peranza e ilusién ;Qué importan- tees que la Palabra de Dios no sea motivo de confrontacién, sino lugar de encuentro y escuchal

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