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Estefanía Arévalo d’Escriván

Imperio romano, migraciones germánicas y la gestación del mundo medieval


Estefanía Arévalo d’Escriván
Diplomado en Civilización y Cultura Medieval

Durante mucho tiempo, la historiografía ha tendido a ver en las migraciones


germánicas el inicio del fin del Imperio romano, argumentando que el estado de
incivilización en el que vivían permeó y acabó con la vigencia de la cultura grecorromana.
Historiadores hasta el día de hoy, han enlazado la entrada de tribus bárbaras al mundo romano
con el surgimiento del cristianismo, y los han colocado como los principales factores que
llevaron a la caída del Imperio, y todo lo que con él se había construido.

Aunque bien las migraciones tuvieron un fuerte impacto en la historia del Imperio,
basta con estudiar el periodo para entender que esta no puede haber sido la única causa, y
que no es el fin del Imperio, sino que más bien es una transformación. “Un movimiento tan
prolongado y tan complejo sólo puede tener causas múltiples.” (Musset 1973, p. 4). Para el
momento de las primeras oleadas notorias en el siglo IV, el Imperio atravesaba una crisis
generalizada que arrastraba del siglo III y que, como explica Halsall, tenía que ver con
asuntos internos del Imperio, siendo la llegada de las tribus germánicas a las fronteras un
problema agregado.

Roma, después de casi dos siglos de sostener un sistema de conquista y obtención de


botín de guerra, establece su limes; es decir, fijó de modo definitivo sus fronteras. Debido a
esta acción política, dejó de tener los recursos suficientes para mantener en línea sus
territorios, y para poder alivianar el gasto imperial. El Imperio sencillamente se había
estancado. En suma, llevaba años interactuando y lidiando con los llamados bárbaros, que
cuando no eran absorbidos en las conquistas de Roma, se encontraban fuera de los límites
del Imperio.

Este contacto, no sucede de forma gratuita, sino que tiene una razón de ser. En primer
lugar, todos los territorios aledaños al Imperio estuvieron siempre poblados por pueblos
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distintos del romano. Estos no dejan de existir, bien sea que hayan sido conquistados por los
romanos o no. En segundo lugar, si bien el Imperio podía cerrarse al mundo exterior, la
pretensión imperial de la expansión territorial producía nuevos encuentros y, en el caso
particular del ejército, tanto el estar en una zona fronteriza como el moverse por distintos
territorios lo enfrentaba inevitablemente a nuevas culturas y costumbres. Las tropas que
estaban estacionadas en los límites del Imperio por años a la vez naturalmente establecieron
relación con los locales en los momentos de relativa paz, y es así como entran y se difunden
nuevas costumbres como, por ejemplo, el culto a Mitra.

Por otro lado, el contacto no se puede entender a raíz de meras invasiones tampoco.
La presencia bárbara, sobre todo de origen germánico, en las fronteras y dentro del Imperio
no se produce por una decisión ni aleatoria ni impulsiva de tomar a la fuerza un territorio en
un momento determinado, ni porque los pueblos bárbaros quisieran derrocar o dominar el
Imperio. A lo largo de toda la historia, el movimiento migratorio ha sido natural en los grupos
humanos, inclusive en las comunidades más sedentarias (el mismo hecho de la expansión
territorial de un imperio es un movimiento migratorio voluntario).

Por lo tanto, el movimiento de las tribus germánicas hacia los territorios romanos no
se produce de un día para otro y no sucede de manera azarosa. Este movimiento es, más bien,
producto de una reacción en cadena que tiene inicio en la estepa euroasiática, una zona de
condiciones agroclimáticas inestables habitada por pueblos nómades. Herrera Cajas explica
que, debido a esta inestabilidad del entorno, las tribus nómades se ven obligadas a moverse
en busca de recursos naturales y condiciones climáticas menos extremas para poder asegurar
su subsistencia. Además, plantea que estas condiciones de vida forman a las tribus con un
carácter duro y guerrero, acostumbrado a las adversidades, que va a ser un determinante al
momento de encontrarse con nuevos pueblos.

El proceso de movimiento de estas tribus es, por supuesto, paulatino, pero una vez que se
pone en marcha, estas tribus comienzan a cruzar el corredor que conecta Asia con Europa y
llegan al mundo sedentario. En el camino comienzan a encontrarse con otros pueblos a los
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que, por la dureza con la que los formó la estepa y su propia cultura guerrera señorial, logran
aterrorizar. Si estos no son subyugados a su dominio, huyen; y el huir significa desplazarse
de la zona que habitan. Lo que sucede desde ese primer encuentro en adelante es una reacción
en cadena. Mientras las tribus nómades siguen avanzando y enfrentándose con el mundo
sedentario, los pueblos que huyen de ellas producen un empuje de la población de las zonas
a las que llegan, y así sucesivamente hasta que chocan con las fronteras del Imperio romano.
“Por otra parte, es imposible, incluso para un pueblo tan original como son los hunos, atribuir
su migración a una sola causa.” (Musset 1973, p. 4)

Durante todo su proceso de expansión, Roma estuvo en contacto con todo tipo de
pueblos con los cuales convivieron o que conquistaron. Y si bien se estableció una clara
relación de dominante y subordinado entre el Imperio y sus provincias, Roma no se abstuvo
de absorber costumbres y cultos de ellas, así como tampoco se opuso a la combinación de su
cultura con las locales. Tanto técnicas militares como relaciones comerciales, cultos
religiosos, estilos artísticos, arquitectura, comidas, entre otros, fueron factores de intercambio
entre, o incluso apropiación por parte del Imperio, y sus provincias.

Por ejemplo, tanto Halsall como Herrera Cajas destacan la incorporación de soldados
bárbaros al ejército, pues a pesar de que los romanos los utilizan para llenar sus filas, no
pueden negar el gen guerrero que tienen los soldados de estas tribus, y es mediante este canal
que las costumbres bárbaras comienzan a permear la romanitas. Este proceso permite que
soldados bárbaros lleguen a altos cargos militares, e incluso que el escudo redondo y el
barritum (grito de guerra), típicamente bárbaros, sean incorporados a las legiones romanas.

Esta incorporación, sin embargo, no se entiende sin la presencia de inestabilidad


interna en el Imperio. Intentando solventar la crisis económica, el emperador Caracalla
promueve un edicto en el 212 que otorga la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio, ya
que más ciudadanos significaba más impuestos. Solo los ciudadanos romanos podían
conformar las legiones, pero servir 25 años en las tropas auxiliares del ejército otorgaba la
ciudadanía. Entonces, una vez que no existe razón para luchar por el privilegio de la
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ciudadanía, porque ya todos la tienen, combinado con el cese de las actividades de conquista,
los habitantes del Imperio no tienen ya incentivo para servir en el ejército, y es precisamente
por ello que se abre el reclutamiento a soldados bárbaros mediante el foedus.

Y con todo, eso no significa el fin del ejército romano. Este se adapta a los nuevos
tiempos, a las nuevas técnicas, y se compone de soldados más comprometidos con la guerra,
se podría decir, que los mismos romanos. Esto se debe a un factor cultural particular de las
tribus germánicas, pero también es indicador de que hay un nuevo grupo que busca el
privilegio mediante el servicio militar, sea este en forma de títulos o riquezas, y que ven a los
romanos como la autoridad máxima para otorgarlo.

Si se toma el ejemplo del contacto con los hunos, al que Halsall y Herrera Cajas
también ponen énfasis, vemos una situación similar de innovación y/o incorporación de
nuevas costumbres en la forma de hacer la guerra. Los hunos fueron tanto confederados como
enemigos del Imperio, y aunque le generaron problemas, tomó de ellos unas de las más
grandes innovaciones en combate para la época. Los hunos hacían un uso mucho más activo
de la caballería y del arco y flecha, para lo cual tenían ciertos implementos que les permitían
mayor libertad de movimiento sobre el caballo: estribos y una montura más apropiada.
Además, llevaban atuendos que también facilitaban el movimiento y los mantenía protegidos:
pantalones y una armadura escamada (para el jinete y el caballo). Los ataques de los hunos
eran más rápidos, podían causar gran daño a distancia mediante el uso de flechas, y podían
causar estragos en la infantería al pelear desde el caballo.

Estas innovaciones fueron incorporadas tanto por el ejército romano como por las
tropas de otros pueblos bárbaros, y su conjunción con el espíritu y lealtad en la guerra de los
germanos y la disciplina de los soldados romanos marcaron un punto de inflexión en la
historia. Nace una nueva caballería, y con ella una nueva cultura e identidad del soldado,
llamado caballero. Desde ese momento hasta bien entrado el siglo XIX, la vida y la guerra
se harán a caballo.
Estefanía Arévalo d’Escriván

Para concluir, se puede observar que la presencia germánica dentro del Imperio no
eliminó el factor imperial, pues donde este ejerció mayor poder y control es dentro de sus
propios territorios. Tampoco eliminó la romanidad, ya que los mismos germanos se vieron
seducidos por el estilo de vida imperial. Son muchos factores los que obligaron, si se quiere,
al Imperio a tomar medidas, a buscar nuevos caminos y adaptarse. Y por lo demás, no siempre
fueron factores de impacto negativo en el Imperio, por más que se les intente ver así. La
situación en la que se encontró el Imperio no fue gratuita, sino que provino de las decisiones
que se tomaron dentro del mismo, las cuales, como toda decisión, tuvieron sus consecuencias.

Si la economía flaquea y el destrozo de los campos por las guerras de conquista


perjudica el cultivo, no se puede esperar que un imperio que no pueda expandirse
territorialmente no intente otros modos de ejercer control o influencia que no sean la guerra.
Si las guerras de conquista se detienen, no se puede esperar que los soldados del ejército, que
siempre recibían porciones del botín, no carecieran de incentivo. Si Roma no estaba
conquistando, le era necesario establecer relaciones comerciales y/o de tributo, siempre y
cuando esto le permitiese mantener sus enemigos a raya. Y en esa situación de intercambio,
es imposible que Roma no se vea a su vez influida, como sucedió a lo largo de toda su
historia, por las culturas con las que interactuó.

Si bien eventualmente el Imperio comienza a perder control sobre sus provincias


occidentales, zona donde se establecieron los reinos germánicos, los romanos seguían
teniendo influencia sobre ellos. Recibían con gusto títulos otorgados por el Imperio,
adoptaron el cristianismo (religión oficial del Imperio), comenzaron a utilizar el latín, y
preservaron muchas costumbres porque en los años de interacción, inevitablemente, se
habían romanizado. Y a pesar de que la sociedad que resulta de esos años de migraciones, no
invasiones, es producto de un sincretismo entre culturas, conserva costumbres destacables de
ambas partes.
Estefanía Arévalo d’Escriván

Contrario a lo que normalmente se concluye, la cultura grecorromana siguió teniendo


un lugar importante en esta nueva sociedad medieval. Puede que no se haya manifestado en
el arte y puede que se haya ruralizado la vida, pero la presencia del latín y de las obras clásicas
en la educación y la fuerza que agarra el cristianismo son clara evidencia de lo mucho que
caló la romanidad en los germanos. Y lo germánico que se introduce a esta nueva cultura no
debe ser visto en menos que lo romano. Las tribus germánicas tenían sus leyes, sus redes de
clientelaje, sus asambleas y vínculos de lealtad, etc.; no por no ser romanos dejaban de ser
una sociedad completa.

Y en cuanto a los movimientos migratorios, “el juego de interacciones es tan complejo


que pocas veces es posible decir quién es el primer responsable de cada movimiento. La
oleada de los siglos IV y V hizo avanzar sobre todo a germanos; pero los turcos (los hunos)
desempeñaron un papel decisivo en su desencadenamiento; también se mezclaron en ella
iranios (los alanos) y celtas (los escotos). La del siglo VI impulsó hacia el oeste,
indistintamente, a germanos (los lombardos), asiáticos (los ávaros) y una masa de eslavos.”
(Musset 1973, p. 4).

Sin embargo, queda la pregunta: “¿puede ser satisfactoria una explicación de las
invasiones siempre dada por los invadidos y nunca por los invasores?” (Musset 1973, p. 4).
Estefanía Arévalo d’Escriván

Bibliografía consultada

Cameron, Averil. El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía 395 – 600. Barcelona:


Crítica, 1998.

Halsall, Guy. Barbarian Migrations and the Roman West, 376-568, Cambridge: Cambridge
University Press, 2007.

Herrera Cajas, Héctor. “La ‘Germania’ de Tácito. El problema del significado del escudo”
en Revista Tiempo y Espacio, Universidad del Bio-Bio, no. 5. (2015): 97 – 111.
http://revistas.ubiobio.cl/index.php/TYE/article/view/1581/1527

Musset, Lucien. Las oleadas germánicas. Barcelona: Editorial Labor, 1973.

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