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VIVENCIA ÍNTEGRA DE LA FE CRISTIANA

2ª Tim 3,12 Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución.

La vida del cristiano que quiere vivir su fe íntegramente necesariamente será una
vida como la descrita por el apóstol Pablo. No pretendamos vivir en Cristo mientras el
mundo nos aplaude. Eso es imposible. No pretendamos vivir en Cristo sin luchar hasta
la extenuación contra la multitud de enemigos que nos acechan. Sólo que sepamos que
en nuestra lucha tenemos al propio Cristo a nuestro lado y que el Espíritu Santo es el
paladín de nuestros esfuerzos.
¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Quiénes nos perseguirán para que
apostatemos de nuestra fe?
En primer lugar, el pecado. Ese es el gran enemigo a batir. Forma parte de
nuestro hombre viejo, aquél que fue enterrado con el bautismo y con nuestra definitiva
conversión a Cristo, pero que se niega a desaparecer por completo de nuestras vidas.
Mientras estemos en este mundo, será un gran adversario ya que siempre es el pecado el
principal obstáculo para nuestra comunión plena con el Señor. Dado que el pecado nace
de nuestras propias concupiscencias, hemos de examinar nuestro corazón muy a
menudo. No hay cosa peor que estar en condición pecaminosa con la conciencia
tranquila. Sin llegar al extremo de la obsesión debemos estar siempre alertas a la voz del
Espíritu Santo que nos recrimina cuando hacemos algo en contra de la voluntad de Dios.
Si anhelamos llevar una vida en santidad, debemos saber que el Espíritu Santo se vale
de la Palabra de Dios, del consejo de nuestros pastores y de nuestra vida de oración para
encaminarnos por la buena senda y mostrarnos las manchas que hemos de lavar en el
sacramento de la reconciliación. Por tanto, hermanos, agudicemos nuestros sentidos
espirituales para atender con prestancia a la voz del Espíritu Santo. De ello dependerá la
buena salud de nuestras almas.
Otro enemigo es el mundo. Aunque no deja de ser algo paradójico que el mundo
sea nuestro enemigo, ya que al mismo tiempo es el campo donde nuestro ministerio
como cristianos ha de desarrollarse, lo cierto es que Cristo ya nos advirtió de que
aunque estamos en el mundo, no somos parte de él. Nuestra ciudadanía está en los
cielos, en la Jerusalén celestial desde la cual todos los santos nos ayudan con su
intercesión en favor nuestro. No es pequeña, pues, la ayuda que tenemos.
Aprovechémosla y acojámonos a la comunión de los santos que nuestra Iglesia ha
predicado desde siempre, como herramienta espiritual que nos fortalece en nuestro
caminar por este mundo alejado de Dios. Tenemos en derredor nuestro una gran nube de
testigos (Heb 12,1) que ya han andado por los caminos que ahora transitamos. Vayamos
sin prisa, pero sin pausa, con los ojos en la meta que es Cristo Jesús. Uno de los peligros
que pueden hacernos caer es la creencia de que tenemos que adaptar nuestra fe y
vivencia cristiana a las costumbres del mundo que nos rodea. No es fácil ir
contracorriente, imponiéndonos con la ayuda de la gracia de Dios unos valores que
están en clara oposición a los valores de nuestra sociedad actual. Enseguida acude la
mentira a intentar convencernos de que si vivimos en integridad la fe cristiana, seremos
considerados como unos bichos raros y nuestro testimonio apenas llegará a la gente ya
que nadie querrá ser un radical como lo ¿somos? nosotros. Pero lo cierto es que Cristo
mismo es el ejemplo a seguir en cuanto a su radicalismo en seguir la voluntad del Padre
y en vivir en consonancia con la misión que tenía encomendada. Creo que si nuestra
sociedad se está deteriorando a pasos agigantados no lo es tanto por la acción de las

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fuerzas del Inicuo como por la falta de vivencia real y comprometida de aquellos que
nos llamamos cristianos. Cuando se utiliza la libertad y el respeto a los demás como
excusa para no criticar y señalar el pecado de nuestra sociedad, caemos en la trampa del
nihilismo ético y moral, que en el fondo sólo puede llevar a la falsa "paz de los
cementerios". Pero no, eso no puede ser así. El cristiano es un guerrero en constante
batalla contra el pecado personal y del mundo que lo rodea. Dios no nos ha salvado para
que callemos y vivamos nuestra fe en silencio sino para que proclamemos el evangelio
con todos sus valores éticos y morales. Y si eso nos lleva al enfrentamiento con la
sociedad en que vivimos, sepamos que esa y no otra es la señal de que estamos en el
buen camino. Si somos pescadores de hombres no podemos pretender que nuestros
"peces" pueden seguir viviendo dentro del agua que les rodea y que les sirve de
sustento. Hay que sacarlos de ahí para que mueran a su condición y así puedan renacer a
la vida eterna en Cristo Jesús.
Finalmente, nuestro enemigo tiene un nombre propio bien conocido por todos:
Satanás, la serpiente antigua. Es real. Existe. Ha sido vencido por Cristo en la cruz pero
sigue dando coletazos buscando la forma de engullirnos. Ahora bien, ni él ni todo su
ejército puede hacer nada para separarnos del amor de Cristo. Podrá zarandear nuestros
cuerpos y tentar nuestros espíritus, pero si nos mantenemos firmes junto al Maestro, al
final huirá. No olvidemos que nuestra lucha no es contra carne y sangre sino contra
aquél que ya fue vencido por Cristo. Por tanto, luchamos con la ventaja de saber que ya
tenemos la victoria en Jesucristo. No desesperemos pues, cuando veamos que el
Enemigo parece que a veces ha tomado ventaja sobre nosotros. Mayor es el que está en
nosotros que él.
Tengamos ánimo. El futuro es nuestro. Luchemos la buena batalla que el Señor
nos ha puesto por delante. Nuestras son las armas del Espíritu con que Dios nos ha
donado con el Cordero. Cristo está con nosotros hasta el fin del mundo. El Padre nos
espera para el gran abrazo con el que concluiremos esta carrera si en verdad
perseveramos hasta el final.
En Cristo y en su Bendita Iglesia.
Luis Fernando Pérez

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