en el templo que el sol baña y comienza a iluminar,
yace el monje de albo traje, junto al féretro tendido, y los búhos que allí moran, que han formada allí su nido, le contemplan con asombro por las grietas de un altar.
Está muerto y se diría que perdura su hondo duelo,
que repite entre los dientes: '¡Qué injusto eres Santo Dios!' Está muerto. Le mataron el dolor y el desconsuelo. No halló aquí a su prometida y a buscarla se fue al cielo. ¡Ya están juntos! Una tumba es la tumba de los dos.