Era uno de esos días que podríamos llamar hermosos.
El sol brillaba alegre en el cielo azul, y las olas
del mar, tranquilas, acariciaban con suavidad la blanca arena de la playa, donde se encontraban de vacaciones Josué y sus papás. -Josué- le dijo papá Chejov. – Tienes toda esta playa para correr y jugar. Corre y juega hasta que no puedas más. -Si papá- contesto el niño. El papá de Josué odiaba tener que jugar con su hijo de noche cuando el volvía cansado de trabajar. “Si se cansa ahorita no molestará mi sueño en la noche” pensaba. -Josué- Le dijo mamá Antonieta. – No quiero que se te ocurra meterte al agua. Los tiburones podrían devorarte. - ¿Qué es un tiburón? - preguntó con curiosidad Josué- -Es un animal muy malo que se come a los niños desobedientes, así que pórtate bien y no te comerá. -Si, mamá- respondió Josué. -Te vigilaremos desde aquí- Gritó su padre mientras él y su esposa se recostaban en las hamacas que había frente al mar. No es que Josué fuera un niño malo, la maldad se adquiere con la edad y las malas experiencias. Josué solo era de esos niños que les gustaba correr y descubrir cosas nuevas, así que, cuando su mamá le dijo lo del tiburón, le picó la curiosidad y se preguntó si algún día podría conocer alguno. Por cierto, sabia nadar. Su abuelo, el papá de su papá, le había enseñado las pasadas vacaciones, y los dos habían prometido guardar el secreto. -Tengo que conocer al tiburón, tengo que conocer al tiburón. - Murmuraba mientras buscaba más conchitas y volteaba a ver a sus papás, para percatarse de que no lo habían escuchado. Después vio a otros niños jugar a enterrarse en la arena y a el le pareció buena idea imitarlos. Se enterró como pudo y se la pasó viendo el cielo azul, desnudo de nubes. Pero pasó un rato y se aburrió. -Tengo que conocer al tiburón- volvió y repetir y decidió ver que hacían sus papás. Ellos, con el calor del sol se habían quedado completamente dormidos. “¡Genial!” pensó. “Así no se darán cuenta de que me fui a buscar a ese animal”. Y se metió al mar. Después de unos cuantos pasos entre las olas empezó a nadar con sus piernas y brazos. -¡Tiburón!¡Tiburón!¿Dónde estás?- Gritó Pero el tiburón no respondía. “Tal vez esté más lejos” volvió a pensar Josué y siguió nadando. Empezó a pensar que haría cuando viera al tiburón de cerca. Tal vez lo saludaría y le pediría una foto para el recuerdo. Pero la cámara la tenia su mamá en su bolso y había olvidado tomarla. Eso hizo que Josué se pusiera Furioso. Entonces vio un triangulo gris flotando en el mar. -Tiburón ¿Eres tú? El triangulo se acercó a él y empezó a elevarse. Y debajo del triangulo salió un cuerpo gris inmenso con aletas. Era como Kevin, el pececito que tenia de mascota en casa, solo que mas grande. Mucho más grande. Y el tiburón lo divisó con los ojos saltones. -Hola Tiburón- dijo Josué -Hola Josué- Contestó aquel animal con una voz tenebrosa. -¿Sabes mi nombre? -Por supuesto que me lo sé. Me sé los nombres de todos los niños desobedientes. -Yo no soy desobediente- Dijo Josué molesto -Lo eres- Dijo de manera tajante el Tiburón. -No le hiciste caso a tu madre y nadaste muy lejos para venir a verme. Así que tendré que comerte. Josué se quedó helado. No supo que responder. Hace apenas un rato estaba acalorado por haber nadado tanto. Pero ahora tenia frio. Mucho frio. Ese frio que sentía en el cuerpo y hacia temblar sus dientes se llama miedo. Josué tenía miedo. El tiburón empezó a acercársele lentamente y Josué presa del pánico empezó a gritar y nadar con fuerza. -¡No me comas! ¡NO ME COMAS! - gritaba desesperado Josué. El tiburón solo reía. -No importa lo mucho que nades, te alcanzaré- dijo el Tiburón. Y así fue. El Tiburón rebasó a Josué sin que el se diera cuenta y lo espero de frente. Con las fauces abiertas. El tiburón tenia una boca enorme llena de filosos dientes, cada uno de ellos del tamaño de la mano de un niño. Josué intentó dar la media vuelta. Pero las fauces del tiburón parecían jalarlo, como el imán jala los tornillos de metal. Como pudo Josué esquivó los filosos dientes del tiburón y quedó dentro de él. Ahí dentro olía a cebolla y pescado muerto. El tiburón reía. Y Josué se dio cuenta de que jamás podría escapar del estomago de ese gigantesco animal. Josué ya no supo que hacer y empezó a llorar. Lloraba de tristeza porque ya no podría jugar otra vez con papá Chejov por las noches y comer las gelatinas que le hacía mamá Antonia. “Si hubiera obedecido no estaría aquí” dijo entre lágrimas. “Él hubiera no existe” le contestó el tiburón. Y las lágrimas y gritos de Josué se hicieron más grandes. -¡Josué! ¡Despierta! ¡Me sorprende que te hayas quedado dormido en la arena! - Dijo mamá Antonia. -No lo despiertes ¡Déjalo dormir! – refunfuñó, molesto, papá Chejov. -¡Mamá!- despertó Josué con lágrimas. -¡Te quiero!¡Ya no te voy a desobedecer! -¡Hay hijito! Yo también te quiero, pero ya no me desobedezcas. -¡Nunca!- respondió Josué, abrazándola con fuerza. El cielo, antes azul, empezó a tornarse rojizo. Y algunas estrellas empezaron a asomar en el horizonte. Las olas seguían acariciando la arena, aun tibia. Mamá Antonia lleva en brazos a su pequeño Josué y junto con Papá Chejov se adentran de nuevo a la ciudad, dándole la espalda al mar. Josué mira el horizonte. Y Alcanza a distinguir a lo lejos un triángulo gris asomando entre las olas….