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El Bukowski Boliviano PDF
El Bukowski Boliviano PDF
boliviano
Ilustración:IstockPhoto
Fotografía: Manjarrez
La de Víc-
tor Hugo
Viscarra
es una his-
toria ex-
cepcional.
Indigente
desde los
12 años,
se educó a sí
mismo y a todos
los maleantes, prosti-
tutas y vagos que tuvo a su
alrededor. Lo hizo a su manera.
Leyó y escribió a marchas forza-
das. Bebió tanto alcohol como
pudo, resistiendo el pesado frío
de las madrugadas en las calles
bolivianas. Inusualmente, gozó
de un respetable “éxito”: publicó
varios libros, con buenas críticas,
y de tanto en tanto lo entrevis-
taron los medios. Pero nunca
dejó las calles, la noche y el alco-
hol. Finalmente, Víctor Hugo no
murió como quería: “solo y como
un perro, pero libre, tomando el
último trago”, sino en una cama
de hospital. Esta es la historia de
las mil noches de este hombre
llamado “el Bukowski boliviano”.
–Hola, soy Víctor Hugo Viscarra, el antropólogo –me describía. Por eso andaba siempre encogido.
dijo. Por eso observaba a todos de abajo arriba y no
–¿El antropólogo? –contesté con un ademán de de arriba abajo. Y desde esa posición me vigi-
sorpresa, medio confundido. laba mientras esperaba su tentempié con una
–Sí, sí, el especialista en antros –dijo él con cara de ansiedad no disimulada.
no haber roto nunca un plato. Y luego me mostró una –Esto es un robo a mano armada –me dijo
sonrisa de niño malo a la que le faltaban varios dientes. apenas tuvo la oportunidad, tras echar una
Días atrás, Viscarra había llamado a la redacción del mirada a la carta de los precios. Acostum-
diario en el que yo trabajaba porque lo había menciona- brado a pagar sólo unos pesos por los “sol-
do en un reportaje sobre el binomio escritura-alcohol daditos” –pequeños envases de plástico con
y quería conocerme. Hablamos un ratito por teléfono y alcohol casi puro dentro–, el café con leche
acordamos una cita. Pero con él los compromisos tenían de dos dólares que yo acababa de pedirme le
menos valor que un cheque sin fondos. Y corría el riesgo parecía quizás un caro capricho.
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De cerca, los rasgos de Víctor Hugo se
intensificaban. Su nariz, fruto de las caídas
y los golpes recibidos, parecía un gancho re- Tras la muerte de Viscarra, visité en Villa Copacabana a
torcido de derecha a izquierda. La línea de sus uno de los hombres que mejor lo conocía: Manuel Vargas,
cejas subrayaba unos ojos achinados y medi- su último editor.
tabundos. Y disimulaba la lámina de grasa Villa Copacabana es un barrio en el que rige el caos de
que le invadía el pelo con un peinado clásico las laderas, sin un orden lógico de números en el marco
con la raya a un lado. de las puertas, con algunas edificaciones de ladrillo des-
Conversamos, sobre todo, de la calle. Su cubierto y otras salpicadas de cal blanca. Un lugar en el
máxima era ésta: “Allí, con mis delincuentes, que los perros –esos perros que fueron durante décadas
mis putas, mis mendigos y mis ladrones, me los compañeros más fieles de Víctor Hugo– suelen buscar
siento en casa”. Me comentaba que los am- algún resto de comida entre las bolsas de basura. Y Ma-
bientes en los que se movía eran los tugurios nuel es un hombre espigado que rodea de silencios pro-
que pueblan diferentes rincones de la ciudad: longados todo lo que hace, que oculta su rostro alargado
La Garita de Lima, Tembladerani, Achachi- bajo unos lentes de alambre y que luce siempre una peri-
cala, Gran Poder, Alto Tejar y Chijini, entre lla bien dibujada que otorga un aire de mayor calidez a la
otros. Que los protagonistas de sus escritos expresión de su cara. El día que me recibió usaba una go-
subsistían en los callejones de algunos de rra de chulapo madrileño para recoger su media melena.
estos lúgubres enclaves. Y aseguraba que el Y no tardó en confirmarme una realidad que a menudo
mayor halago que recordaba se lo debe a una había sospechado: tras mi primer encuentro con él, Víc-
mujer en estado de embriaguez. “Escritor, he tor Hugo volvió enseguida al trago. “Estuvo sin chupar
leído tu libro. No mentiste”, le dijo. 11 meses y tres días –me dijo Manuel–. Y estoy seguro de
Memorioso, Víctor Hugo enlazaba una que eso fue para él una auténtica condena”.
anécdota detrás de otra, recordando con Cuando Manuel me hizo pasar a su escritorio había
detalle cada fecha, cada espacio, cada nue- allí decenas de libros: muchos, bien ordenados en los
vo remiendo en la ropa de sus cuates, cada estantes; otros, formando montañitas que crecían des-
cicatriz que conformaba el mapa de sus ros- de el suelo. Hallé de todo: literatura inglesa, francesa y
tros. Era capaz de recitar párrafos enteros de latinoamericana. Y también estaban a la vista las obras
sus libros. Es más, lo hacía a menudo porque de Viscarra: Coba, lenguaje secreto del hampa boliviano
recordar se convirtió en su estrategia de su- (1981), Relatos de Víctor Hugo (1996), Alcoholatum y otros
pervivencia. Como escribía en servilletas drinks: crónicas para gatos y pelagatos (2001), Borracho
y pedacitos de papel que solía perder por el estaba, pero me acuerdo (2002) y Avisos necrológicos
camino, aprendió a reconstruir los textos en (2005).
tan sólo unos minutos. Y manifestaba tanto Coba es una experiencia creativa que refleja la jerar-
arte a la hora de reescribirse que cualquiera quización de clases y la división de la sociedad a través
diría que vivía en un monólogo constante. del lenguaje. Viscarra publicó la primera edición con la
Al hablar, sus mañas se hacían más vi- ayuda desinteresada del escritor tradicionalista Anto-
sibles. Sus manos se movían rápidas de un nio Paredes Candia, ya fallecido. Y solía compartir una
lado para otro, como las de un mago vetera- anécdota muy jugosa sobre la publicación con sus cole-
no. Silabeaba. Se secaba los labios una y otra gas. “Me entregaron el primer ejemplar en la plaza Alon-
vez relamiéndolos con la lengua sin sutileza. so de Mendoza, una tarde nublada. Me fui a festejar y se
Marcaba las eses y las pes para dar mayor lo regalé a la mesera que me atendía sin saber si ella sabía
énfasis a las palabras. Y un leve tartamudeo, leer”.
imperceptible casi, acompañaba su discur- Con Relatos, Alcoholatum, Borracho estaba y Avisos
so. necrológicos, el escritor se adentró en un universo de su-
También se mostraba deslenguado: pervivencia que, en palabras del crítico Germán Aráuz,
–Aunque digan que no tengo estilo litera- “bebió a cada momento en carne propia”. Y en las pági-
rio, a mí me encanta escribir de esta manera. nas de Alcoholatum dejó además plasmado su único tes-
Es mi forma de hacer las cosas, y al que no le tamento conocido, un testamento literario que muestra a
guste que se meta su dedo y su desagrado en un Víctor Hugo con todos sus aderezos: irónico, sarcás-
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“De ahí escoge tú”, me dijo. Era una especie de rompecabezas, con ho-
jas sueltas, relatos incompletos, cuartillas rotas (...) escribía un párrafo,
lo numeraba y había que buscar en otro de los papeles la numeración
siguiente para continuar con la lectura. De ahí nació Alcoholatum
necen los guiñapos de mi devaluado corazón”. daba de aspecto a cada rato. Para mimetizar-
Tras leerme en voz alta algunos fragmentos de ese se con las calles que tantas veces se convir-
texto cuando menos curioso, Manuel quiso enseñarme tieron en su madriguera y lo ocultaban.
la edición española de Borracho estaba, pero me acuerdo, Viscarra pudo escapar de ellas, pero no
que llegó a La Paz tan sólo dos días después de la muerte quiso. Por eso, cuando se mencionaba su
de Viscarra. Un libro de tapa blanca con una botella de nombre en algún sitio, la pregunta era casi
cristal, una hoja de libreta y un lapicero ilustrando una inevitable: ¿Seguirá vivo?
portada –según un lector– “ajena al miedo y asco que se
esconde entre las páginas”.
–¿Y por qué quisiste publicar a Víctor Hugo en tu edi- Mi segundo encuentro con Víctor Hugo fue
torial (Correveidile)? –pregunté a Manuel aprovechan- casual, en 2005, otra vez en las puertas de la
do un minuto en el que no decía nada. Y él simplemente Casa de la Cultura. A las tres de la tarde de
se sentó, sonrió y acomodó su voz grave y pausada a la un día de lluvia. Lo vi venir mientras estaba
acústica de papel de su refugio. esperando a que escampara, con sus pisa-
–Marcela Gutiérrez, una amiga suya, tenía en sus das irregulares pero bien marcadas. Apare-
manos un cuaderno con los escritos de Víctor Hugo. Ha- ció tambaleándose, dando saltitos, como un
bía buenos textos, pero ella no sabía si él estaba vivo o duende salido de las entrañas de una bestia,
muerto porque hacía ya mucho que no lo veía. Luego, él como un don Quijote que no se acuerda dón-
me buscó y me dejó una caja mal amarrada llena de re- de dejó a su Dulcinea. Su cara me pareció una
cortes. “De ahí escoge tú”, me dijo. Era todo una especie mueca macabra, muy distinta a la del escritor
de rompecabezas, con hojas sueltas, relatos incompletos, que un año antes compartió conmigo un café
cuartillas rotas y un sinfín de anotaciones. En ocasiones, dulce y una charla amena sin vapores etílicos
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Ilustración:Martín Elfman
faltan nunca voluntarios para llevarlo al callejón, donde al escritor, pero con asco. Hasta que Víctor
lo recoge luego la furgoneta de homicidios”. Hugo volteó los ojos y, sin pronunciar pala-
Según Erick, la mayoría de los sitios que Viscarra bra, los tuteó con apenas un golpe de vista.
visitaba eran sórdidos, sucios, desaconsejables para los Fue como si dijera: más asco les tengo yo y no
estómagos sensibles, pero excelentes para que Víctor pasa nada.
Hugo alimentara sus relatos. El escritor aseguraba que en –No soy como ellos. No me gusta el de-
La Casa Blanca, donde atendían de domingo a domingo, porte. No me gusta la política. Y no me gustan
tomó una vez 19 días y 19 noches consecutivos y que no los intelectuales. Pero bueno, aunque otros
recordaba haber comido nada en aquella aventura. En el ganan el quivo (la plata), yo me he llevado la
Callejón Tapia, ubicado en un rincón con el mismo nom- fama. Hay que tener agallas para desenvol-
bre, tuvo su bautizo de fuego: allí, a los 16 años, comenzó a verse en este mundo y no en el cuento de ha-
probar sus primeros tragos fuertes; y allí comprendió que das donde habita la mayor parte de esta gente
con alcohol en el cuerpo las bajas temperaturas son más –resumió Viscarra de un tirón (porque Mabel
llevaderas. Del Averno destacaba las peleas, tan violentas y yo reaccionamos como si no entendiéramos
que “a nadie le extrañaba ver el empedrado manchado de bien lo que pasaba).
sangre cuando amanecía”. Y contaba que, cuando tenía Era un Viscarra envuelto en una bufanda
plata, trataba de no abandonar estos tugurios hasta las roja desgastada y en un suéter gris con agu-
primeras luces, cuando el sol entraba en el cuerpo de uno jeros que se veía igual de mal que el escritor,
como si fuera agua bendita. igual de maltratado. Lucía como un viejo
–Cuando tomaba, él era consciente de que moriría jo- achacoso. Su tos se había vuelto crónica. Un
ven –me dijo Erick antes de que abandonáramos juntos el temblor repetitivo en una mano dificultaba
Bocaisapo. sus movimientos. Y su listado de dolencias
Después subimos las graditas que conectan con la ca- se había multiplicado. Por eso el reencuentro
lle Jaén, una vía estrecha y adoquinada, llena de balcones duró menos de lo habitual, de lo esperado. Y
señoriales, donde los vecinos aseguran haber escuchado con la ensalada todavía a medio terminar nos
cascos de caballo, lamentos de condenado y los pasos de retiramos del café despacio, a su paso.
una viuda negra. Cuando salimos, Viscarra se agarró al
brazo de Mabel como si fuera una botella. An-
damos unos pocos metros, hicimos parar un
Mi último encuentro con Víctor Hugo fue en abril de taxi y él se despidió con una sola frase:
2006, en el café Alexander de Sopocachi, un barrio de La –Ya estoy demasiado mayor para amar-
Paz con casas de pocas alturas y grandes edificios donde garme –nos dijo.
en los últimos años se ha instalado una buena parte de la Ya nunca más volvería a escuchar su voz.
bohemia de la ciudad, pero una bohemia bastante ligada Dos semanas más tarde, ingresó al hospital
a una clase media que desagradaba especialmente al es- Arco Iris. Otras dos después murió.
critor.
Quizá por eso no tardó mucho en llegar el primer re-
proche de la tarde: Vicky Ayllón estuvo a su lado en esos momen-
–¡Esta mate no tiene nada de sabor, parece agua, ca- tos tan difíciles. Aquellos días muchos de los
rajo! –protestó. que conocían a Víctor Hugo desaparecieron.
Aquel día estaba a mi lado Mabel Franco, también Ella no: el escritor le había rescatado en una de
amiga de Viscarra y periodista del diario La Razón. Aun- las dictaduras más sangrientas de Bolivia, la
que él quería irse, insistimos en quedarnos para que lle- de García Meza, en los ochenta, que persiguió
nara el buche con algo consistente. Y al final pidió a rega- y castigó con saña a muchos de los miembros
ñadientes una ensalada muy frugal: sin champiñones, ni del Partido Comunista.
pepino, ni tomate, ni pan, ni aliño. Lechuga y punto. Cuando me entrevisté con Vicky en un
–El estómago no me acepta casi nada –justificó al no- despacho de la editorial Plural, poco después
tarnos a Mabel y a mí un poco inquietos. Su cara estaba del fallecimiento de Viscarra, ella combatía el
inflada, parecía una caricatura. Sus palabras, a ratos, so- frío con cafés y cigarrillos. Y recordaba con
naban como un aullido apagado. Pero no había perdido su los párpados completamente cerrados cómo
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buen humor: su humor negro. el escritor le guió por una parte de la ciudad
–Si pudiera, me compraría un cuerpo a medio uso en que desconocía para protegerla de los tortu-
el Barrio Chino –nos dijo, divertido, acto seguido. radores que por aquel entonces la acechaban.
El Barrio Chino es un pequeño territorio de La Paz, Concentrada, sin abrirlos ni siquiera un se-
entre las calles Sagárnaga e Isaac Tamayo, donde transan gundo mientras hablaba.
los volteadores, descuidistas, rateros y raterillos. Y donde –El día que Víctor Hugo me ayudó a es-
se dan cita habitualmente los “vizcachas” (vendedores de capar de los que me buscaban nos vimos en
objetos robados), quienes, según Viscarra, están sindica- el mercado Uruguay. ¿Estás dispuesta a ir
lizados y afiliados a la Central Obrera Boliviana. donde sea?, me dijo. Le contesté que sí. Es-
Mientras Víctor Hugo hablaba, algunas miradas fur- taba anocheciendo y me llevó primero por un
tivas se concentraban a nuestro alrededor. Un par de en- sinfín de recovecos. Yo era una intrusa, pero
corbatados de las mesas contiguas parecían incómodos sabía que él dominaba bien el barrio y eso me
con nuestra presencia. Examinaban disimuladamente daba confianza. Seguimos por más callejones
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Bocaisapo. Unos de esos que a Viscarra tanto le gustaban. encargan de que los sepulcros se mantengan
Porque le distraían. Porque le relajaban. Porque supura- blancos; los niños sin techo, que esnifan pe-
ban las heridas. gamento en los nichos vacíos; y Viscarra.
A falta de fogatas, esperaba que el escritor
se mantuviera caliente con la botella de al-
En diciembre de 2006, casi siete meses después de su cohol que unos minutos antes dejé a su lado.
muerte, fui al Cementerio General para volver a ver a Víc- Aquel día hacía frío, mucho frío.
tor Hugo. Tardé un poco en dar con su tumba. Las únicas
referencias para localizarla me las había proporcionado
*
Manuel Vargas, su editor, tomando como único punto de Este texto forma parte del libro
partida la capilla donde se realizan los responsos a los di- Los mercaderes del Che y otras cróni-
funtos antes de los entierros. cas a ras del suelo, publicado en marzo de
Desde ahí desfilé frente a una hilera interminable de 2012 por la editorial boliviana El Cuervo.
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