Está en la página 1de 12

Las mil noches del

boliviano

Ilustración:IstockPhoto
Fotografía: Manjarrez
La de Víc-
tor Hugo
Viscarra
es una his-
toria ex-
cepcional.
Indigente
desde los
12 años,
se educó a sí
mismo y a todos
los maleantes, prosti-
tutas y vagos que tuvo a su
alrededor. Lo hizo a su manera.
Leyó y escribió a marchas forza-
das. Bebió tanto alcohol como
pudo, resistiendo el pesado frío
de las madrugadas en las calles
bolivianas. Inusualmente, gozó
de un respetable “éxito”: publicó
varios libros, con buenas críticas,
y de tanto en tanto lo entrevis-
taron los medios. Pero nunca
dejó las calles, la noche y el alco-
hol. Finalmente, Víctor Hugo no
murió como quería: “solo y como
un perro, pero libre, tomando el
último trago”, sino en una cama
de hospital. Esta es la historia de
las mil noches de este hombre
llamado “el Bukowski boliviano”.

Por Álex Ayala Ugarte*


La Paz, Bolivia.- Víctor Hugo Viscarra no murió en su ley, de que no se presentara. Un año antes, una
como quería: “solo y como un perro, pero libre, toman- periodista del diario chileno La Nación pasó
do el último trago”. No pudo decirle nada al alcohol –que las de Caín para ubicarlo. Pablo Gozalves, su
tanto le dio y tanto le quitó– en sus últimos suspiros. No editor en aquel tiempo, lo había dejado es-
pudo brindar ni tan siquiera con una gota de licor adulte- perando en la capilla del Sagrado Corazón,
rado. Porque dijo adiós desde una cama de hospital, no en pero escapó para continuar con su farra in-
una cantina. Porque su estómago maltrecho sólo admitía terminable y demoraron casi una semana en
las cucharaditas de sopa que la escritora Vicky Ayllón le rescatarlo de las calles para que atendiera la
daba en la boca con la paciencia de un editor de textos. entrevista.
Viscarra solía decir a sus amigos más cercanos que no Por eso, el hecho de tenerlo frente a mí era
pasaría de los 50. Que si lo hacía, “nacionalizaría un re- un alivio. Y en un par de minutos comprendí el
vólver para pegarse un tiro”. Pero no hizo falta. El cuadro por qué de su puntualidad y su buen aspecto,
clínico que lo llevó a la tumba resultó más contundente cuando me confesó que llevaba casi 11 meses
que un disparo: reumatismo, neumonía crónica, altera- sin beber para cumplir con un tratamiento
ciones digestivas y cirrosis galopante. Se fue un miérco- contra la tuberculosis que le había impuesto
les, a las 10 de la mañana del 24 de mayo de 2006, a los el médico. Porque, aunque borracho de co-
49 años. razón, lo hizo con la misma determinación
Antes, intuyendo probablemente la fatalidad, bauti- con la que un predicador alza la Biblia para
zó el último libro que publicó en vida con un título pre- pregonar el fin del mundo. En los momentos
monitorio: Avisos necrológicos. Y poco después el suyo de mayor flaqueza, Viscarra solía lanzar una
apareció en las páginas de los periódicos más importan- amenaza contra sí mismo como quien recita
tes del país a modo de noticia. una poesía: “El trago o yo”, decía. Esta vez
“El Bukowski boliviano” o “Viskarrowski”, le llama- fue él y su salud se lo agradeció.
ban algunos periodistas. “El narrador de los márgenes”, De mutuo acuerdo decidimos ir a una ca-
decían otros. Pero él se definía simplemente como un fetería cercana en los bajos del hotel Gloria, al
pobre diablo que esperaba ir al infierno. Porque allí, bro- abrigo de una ciudad gris, con olor a orín en
meaba, “por lo menos hay calefacción”. las aceras, paredes mal pintadas y subidas y
bajadas en cada esquina. El escritor pidió un
mate y un sándwich de jamón con queso. Y a
Mi primer encuentro con Víctor Hugo fue sin trago de continuación depositó en la mesa un amasijo
por medio, en enero de 2004, a las siete y media de la de recortes y varios de sus libros con un gesto
noche en la Casa de la Cultura de La Paz. Yo no lo cono- de cierta pesadez, como si también dejara ahí
cía. No había visto antes ninguna fotografía suya. Y las encima sus más de 30 años vividos en la ca-
interrogantes eran muchas. ¿Serán sus lentes gruesos? lle, la apariencia de alguien de 60 y su tos de
¿Será dueño de una barba mal cortada o de un bigote bien perro apaleado.
cuidado? ¿Llevará una botella estrangulada en alguna de “Nací viejo”, escribió Viscarra en Borra-
sus manos? ¿Fumará negro?, me preguntaba. Hasta que cho estaba, pero me acuerdo, quizás su obra
el portero de la Casa de la Cultura me devolvió a la rea- más autobiográfica. “Si es cierto eso de que
lidad con un anuncio escueto. “Ahí está”, dijo, estirando en cada hombre hay un niño, el que habita en
luego el dedo índice como un pirata, hacia lo lejos. mí debe de ser muy triste”, añadía unos ren-
Más que una persona, medio encorvado, parecía una glones más abajo. Su madre, según él mismo
sombra. Caminaba lento, a pasos cortos, mezclado entre contaba, rompió varias escobas contra su es-
la gente sin que nadie reparara en su presencia. Se cubría palda. Su padre, “aunque un buen hombre”,
con una chamarra café, una camisa medio blanca, me- tras una paliza de su madrastra, cuando Vis-
dio sucia, un suéter viejo y un pantalón negro. Tenía la carra le dio a escoger entre él o ella, la prefirió
pinta lúgubre de un enterrador antes de meter pala a una a ella; y a los 12 años comenzó el vía crucis del
tumba. autor en la indigencia.
Cuando le hice una señal se acercó enseguida y alargó Desde entonces, no dejó de sentir frío.
la mano para darme un apretón tibio. Después soltó uno “Es artero, sale como de un gigantesco re-
de los chistes que usaba a veces para romper el hielo. frigerador y lo envuelve a uno por completo”,
| EMEEQUIS | 16 DE ABRIL de 2012

–Hola, soy Víctor Hugo Viscarra, el antropólogo –me describía. Por eso andaba siempre encogido.
dijo. Por eso observaba a todos de abajo arriba y no
–¿El antropólogo? –contesté con un ademán de de arriba abajo. Y desde esa posición me vigi-
sorpresa, medio confundido. laba mientras esperaba su tentempié con una
–Sí, sí, el especialista en antros –dijo él con cara de ansiedad no disimulada.
no haber roto nunca un plato. Y luego me mostró una –Esto es un robo a mano armada –me dijo
sonrisa de niño malo a la que le faltaban varios dientes. apenas tuvo la oportunidad, tras echar una
Días atrás, Viscarra había llamado a la redacción del mirada a la carta de los precios. Acostum-
diario en el que yo trabajaba porque lo había menciona- brado a pagar sólo unos pesos por los “sol-
do en un reportaje sobre el binomio escritura-alcohol daditos” –pequeños envases de plástico con
y quería conocerme. Hablamos un ratito por teléfono y alcohol casi puro dentro–, el café con leche
acordamos una cita. Pero con él los compromisos tenían de dos dólares que yo acababa de pedirme le
menos valor que un cheque sin fondos. Y corría el riesgo parecía quizás un caro capricho.
55
De cerca, los rasgos de Víctor Hugo se
intensificaban. Su nariz, fruto de las caídas
y los golpes recibidos, parecía un gancho re- Tras la muerte de Viscarra, visité en Villa Copacabana a
torcido de derecha a izquierda. La línea de sus uno de los hombres que mejor lo conocía: Manuel Vargas,
cejas subrayaba unos ojos achinados y medi- su último editor.
tabundos. Y disimulaba la lámina de grasa Villa Copacabana es un barrio en el que rige el caos de
que le invadía el pelo con un peinado clásico las laderas, sin un orden lógico de números en el marco
con la raya a un lado. de las puertas, con algunas edificaciones de ladrillo des-
Conversamos, sobre todo, de la calle. Su cubierto y otras salpicadas de cal blanca. Un lugar en el
máxima era ésta: “Allí, con mis delincuentes, que los perros –esos perros que fueron durante décadas
mis putas, mis mendigos y mis ladrones, me los compañeros más fieles de Víctor Hugo– suelen buscar
siento en casa”. Me comentaba que los am- algún resto de comida entre las bolsas de basura. Y Ma-
bientes en los que se movía eran los tugurios nuel es un hombre espigado que rodea de silencios pro-
que pueblan diferentes rincones de la ciudad: longados todo lo que hace, que oculta su rostro alargado
La Garita de Lima, Tembladerani, Achachi- bajo unos lentes de alambre y que luce siempre una peri-
cala, Gran Poder, Alto Tejar y Chijini, entre lla bien dibujada que otorga un aire de mayor calidez a la
otros. Que los protagonistas de sus escritos expresión de su cara. El día que me recibió usaba una go-
subsistían en los callejones de algunos de rra de chulapo madrileño para recoger su media melena.
estos lúgubres enclaves. Y aseguraba que el Y no tardó en confirmarme una realidad que a menudo
mayor halago que recordaba se lo debe a una había sospechado: tras mi primer encuentro con él, Víc-
mujer en estado de embriaguez. “Escritor, he tor Hugo volvió enseguida al trago. “Estuvo sin chupar
leído tu libro. No mentiste”, le dijo. 11 meses y tres días –me dijo Manuel–. Y estoy seguro de
Memorioso, Víctor Hugo enlazaba una que eso fue para él una auténtica condena”.
anécdota detrás de otra, recordando con Cuando Manuel me hizo pasar a su escritorio había
detalle cada fecha, cada espacio, cada nue- allí decenas de libros: muchos, bien ordenados en los
vo remiendo en la ropa de sus cuates, cada estantes; otros, formando montañitas que crecían des-
cicatriz que conformaba el mapa de sus ros- de el suelo. Hallé de todo: literatura inglesa, francesa y
tros. Era capaz de recitar párrafos enteros de latinoamericana. Y también estaban a la vista las obras
sus libros. Es más, lo hacía a menudo porque de Viscarra: Coba, lenguaje secreto del hampa boliviano
recordar se convirtió en su estrategia de su- (1981), Relatos de Víctor Hugo (1996), Alcoholatum y otros
pervivencia. Como escribía en servilletas drinks: crónicas para gatos y pelagatos (2001), Borracho
y pedacitos de papel que solía perder por el estaba, pero me acuerdo (2002) y Avisos necrológicos
camino, aprendió a reconstruir los textos en (2005).
tan sólo unos minutos. Y manifestaba tanto Coba es una experiencia creativa que refleja la jerar-
arte a la hora de reescribirse que cualquiera quización de clases y la división de la sociedad a través
diría que vivía en un monólogo constante. del lenguaje. Viscarra publicó la primera edición con la
Al hablar, sus mañas se hacían más vi- ayuda desinteresada del escritor tradicionalista Anto-
sibles. Sus manos se movían rápidas de un nio Paredes Candia, ya fallecido. Y solía compartir una
lado para otro, como las de un mago vetera- anécdota muy jugosa sobre la publicación con sus cole-
no. Silabeaba. Se secaba los labios una y otra gas. “Me entregaron el primer ejemplar en la plaza Alon-
vez relamiéndolos con la lengua sin sutileza. so de Mendoza, una tarde nublada. Me fui a festejar y se
Marcaba las eses y las pes para dar mayor lo regalé a la mesera que me atendía sin saber si ella sabía
énfasis a las palabras. Y un leve tartamudeo, leer”.
imperceptible casi, acompañaba su discur- Con Relatos, Alcoholatum, Borracho estaba y Avisos
so. necrológicos, el escritor se adentró en un universo de su-
También se mostraba deslenguado: pervivencia que, en palabras del crítico Germán Aráuz,
–Aunque digan que no tengo estilo litera- “bebió a cada momento en carne propia”. Y en las pági-
rio, a mí me encanta escribir de esta manera. nas de Alcoholatum dejó además plasmado su único tes-
Es mi forma de hacer las cosas, y al que no le tamento conocido, un testamento literario que muestra a
guste que se meta su dedo y su desagrado en un Víctor Hugo con todos sus aderezos: irónico, sarcás-
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

el orificio de su disgusto –me dijo mientras tico y tremendamente ácido.


hincaba el diente al emparedado. El “documento”, en algunas de sus partes, dice así:
Y cuando la charla no dio más de sí, se “Mis libros los dono a la Biblioteca de Alejandría. Pues-
retiró con lentitud a tomar un minibús con to que los he perdido irremediablemente, presumo que a
dirección a la parroquia del Rosario, de su ese lugar han ido a parar. Los textos que me fueron roba-
amigo Humberto, cura en el barrio de Villa dos quedan en calidad de perdidos. Ya que no pude hacer
Dolores, de la ciudad de El Alto. nada para retenerlos, menos puedo hacer para recuperar-
Allí Viscarra dormía a veces porque el los. Mis pensamientos se los cedo a la humanidad entera,
sacerdote le prestaba una computadora en no para que los aproveche, sino para que aprenda cómo
la que escupía sus historias tremebundas; en el más completo estado de abandono uno puede culti-
y porque luego le guardaba los archivos, ya varse y educarse sin pasar por institutos, universidades,
que él no sabía manejar bien aquella má- simposios, congresos, diplomados, maestrías y demás
56 quina. tucuymas. Todas mis deudas se las dejo generosamente
a mis acreedores, porque, sabiendo que yo vine al mundo teaba: fotocopiaba sus Relatos de Víctor Hugo
sin traer nada, ¿cómo voy a tener algo para pagar deudas para multiplicar la plata.
a otarios y prestamistas? Lo que sé es que cada obrero es Según Manuel, cuando Viscarra esta-
digno de su salario. Por lo tanto, lo único que hice fue co- ba farreando no se podía contar con él para
brarme las lecciones que les di, desasnándolos. Los cul- nada. Sano, sin embargo, era serio y respon-
turicé un poco. Las pocas ropas que poseo son sólo para sable.
mí. A los que se jactaban y se jactan todavía de ser mis –Y durante esos guiños de sobriedad
enemigos les dejó mi perdón. aprovechábamos para trabajar juntos.
“Y mi pobre corazón, hecho pomada desde los tiem- Solían juntarse en casa de Manuel, en una
pos en que era ingenuo y cándido y con el que recorrí los sala con suelo de madera y olor a pipa en la
caminos de la frustración y el desengaño, se lo dejo a que el editor intentaba transmitirle a Víctor
aquellas personitas que se divirtieron hasta el cansan- Hugo algo del calor que le faltaba.
cio con sus juegos sentimentales; a esas personitas que –Yo le daba ropa y él, cuando conseguía
supieron poner en práctica sus ardides y sus mañas fe- nuevas prendas, regalaba las viejas o las ti-
meninas, lastimando a su gusto mis pálidos estertores raba. Su ropa interior, decía, estaba sucia y
personales para dejarme llorando mi desconsuelo en destrozada. No lavaba.
cantinas y chicherías donde estúpidamente moría aho- Sus enseres eran siempre de usar y tirar. Y
gado en ingentes cantidades de licor. Sólo a ellas perte- como las serpientes cambian de piel, él mu-

“De ahí escoge tú”, me dijo. Era una especie de rompecabezas, con ho-
jas sueltas, relatos incompletos, cuartillas rotas (...) escribía un párrafo,
lo numeraba y había que buscar en otro de los papeles la numeración
siguiente para continuar con la lectura. De ahí nació Alcoholatum

necen los guiñapos de mi devaluado corazón”. daba de aspecto a cada rato. Para mimetizar-
Tras leerme en voz alta algunos fragmentos de ese se con las calles que tantas veces se convir-
texto cuando menos curioso, Manuel quiso enseñarme tieron en su madriguera y lo ocultaban.
la edición española de Borracho estaba, pero me acuerdo, Viscarra pudo escapar de ellas, pero no
que llegó a La Paz tan sólo dos días después de la muerte quiso. Por eso, cuando se mencionaba su
de Viscarra. Un libro de tapa blanca con una botella de nombre en algún sitio, la pregunta era casi
cristal, una hoja de libreta y un lapicero ilustrando una inevitable: ¿Seguirá vivo?
portada –según un lector– “ajena al miedo y asco que se
esconde entre las páginas”.
–¿Y por qué quisiste publicar a Víctor Hugo en tu edi- Mi segundo encuentro con Víctor Hugo fue
torial (Correveidile)? –pregunté a Manuel aprovechan- casual, en 2005, otra vez en las puertas de la
do un minuto en el que no decía nada. Y él simplemente Casa de la Cultura. A las tres de la tarde de
se sentó, sonrió y acomodó su voz grave y pausada a la un día de lluvia. Lo vi venir mientras estaba
acústica de papel de su refugio. esperando a que escampara, con sus pisa-
–Marcela Gutiérrez, una amiga suya, tenía en sus das irregulares pero bien marcadas. Apare-
manos un cuaderno con los escritos de Víctor Hugo. Ha- ció tambaleándose, dando saltitos, como un
bía buenos textos, pero ella no sabía si él estaba vivo o duende salido de las entrañas de una bestia,
muerto porque hacía ya mucho que no lo veía. Luego, él como un don Quijote que no se acuerda dón-
me buscó y me dejó una caja mal amarrada llena de re- de dejó a su Dulcinea. Su cara me pareció una
cortes. “De ahí escoge tú”, me dijo. Era todo una especie mueca macabra, muy distinta a la del escritor
de rompecabezas, con hojas sueltas, relatos incompletos, que un año antes compartió conmigo un café
cuartillas rotas y un sinfín de anotaciones. En ocasiones, dulce y una charla amena sin vapores etílicos
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

escribía un párrafo, lo numeraba y había que buscar en de por medio.


otro de los papeles la numeración siguiente para conti- Cuando se acercó hasta donde estaba,
nuar con la lectura. Al final, logré hacer una selección de masculló primero un par de maldiciones.
lo rescatable y de ahí nació Alcoholatum, la primera obra Después puteó a unos policías. Se quejó ade-
suya que edité. más de dos mujeres que yo no conocía. Y
Por convenio, Manuel le daba a Viscarra sus dere- luego ahogó sus palabras en un susurro in-
chos de autor en ejemplares. A veces, todos de golpe y a comprensible. Estaba borracho. Temblaba.
veces unos cuantos, porque, cuando peor estaba, Víctor Una capa de mugre envolvía su ropa ajada. Su
Hugo todo lo que vendía lo bebía de un trago: cambiaba noche había sido demasiado “larga”, me con-
ejemplares por una botella o los ofrecía sin ton ni son en fesó apenas.
las cantinas. En una ocasión, en pleno proceso de impre- Cuando tomaba, Viscarra caminaba a
sión, llegó a aparecerse completamente borracho en la menudo sin rumbo para luchar contra las ba-
imprenta para pedir libros. Y a veces él mismo se pira- jas temperaturas. A veces se animaba a dor-
57
Ilustración: álvaro Álvarez
mitar en alguna gradita. Pero no siempre, porque cuando clor boliviano armaba la banda sonora del
lo hacía no faltaba el vecino madrugador que lo desper- local: morenadas, cuecas, sayas, diabladas y
taba temprano con un balde de agua. Cuando su cuerpo demás familia. Los vasos chocaban con ener-
estaba helado, se animaba a armar una fogata con los ma- gía y se repartían sin cesar cuencos con hoja
leantes que suelen rodear algunos basurales, sacrifican- de coca desde una pequeña barra adornada
do los cartones mal cortados que le servían para enrollar con una campana que quisiera pensar que es-
su propio cuerpo en los amaneceres congelados. taba allí para dar el toque de queda a los últi-
Antes de irse, Viscarra me pidió sin mucha amabili- mos borrachos. Un vaho de humo de cigarro
dad 20 pesitos. lo inundaba todo, conformando un sinfín de
–No tengo más que 10, Víctor Hugo –le dije mientras formas caprichosas que se confundían sutil-
buscaba en mi cartera. mente con la decoración. Un mural con per-
–Entonces, me das 10 ahora nomás y me debes otros sonajes de la bohemia de La Paz ocupaba una
10 –me dijo. Aquella frase era habitual en él, y la solía de las paredes. Y, como no podía ser de otra
conjuntar con la sonrisa más pícara de su repertorio. manera, en él también estaba inmortalizado
Le entregué un billete arrugado y antes de meterlo en Víctor Hugo.
su bolsillo jaló la tela para comprobar que no había agu- Erick pidió un yungueñito –aguardiente
jeros por donde pudiera salir la plata. De cerca, pude ver con naranja– para recordar los buenos tiem-
una cara muy hinchada; y me di cuenta también de que pos. Tenía ojeras profundas, pero ya no por
fruncía el ceño impulsivamente, como si de un tic se tra- las noches en vela a lomos de una copa “sino
tara, concentrando un mar de arrugas sobre su nariz des- por mi beba, que no perdona”, me dijo. Luego
viada. me contó que siempre traía aquí a sus chicas
Se marchó sin despedirse. Para seguir peregrinando para que las conociera Víctor Hugo. Que a una
en su improvisado papel de recaudador de impuestos. le recitó algunos versos en quechua y quedó
Porque cuando deseaba alcohol, visitaba a los amigos y enamoradísima. “Pero lo que jamás olvida-
les reclamaba dinero sin cuidar las formas. Sobrio, sin ré –me confesó Erick– es cuando le presenté
embargo, el orgullo le podía. Y no se dejaba invitar ni si- a la madre de mi hija. ‘Por fin te has jodido la
quiera a un té o un pan con queso. Incluso se permitía el vida’, se reía a carcajadas. Así era él, conci-
lujo de dar limosna a algún borracho. “Yo sé lo que es ne- so y directo en sus apreciaciones, y lleno de
cesitar para tomar un trago”, decía. anécdotas. Una vez me habló de un morguero
Se alejó atravesando puestos llenos de enchufes, que tenía relaciones con una cholita muerta.
dulces, peluches, devedés y libros pirata. Esquivando a Y cuando se deprimía lloraba, lloraba muchí-
charlatanes que ofrecían lociones contra la calvicie, an- simo, con un llanto bien indígena, sin soltar
tenas de televisión y manuales para todo y para nada. Pa- lágrimas”.
rando después frente a una nutrida marcha de protesta. Y Erick fue un privilegiado. Sin ser alcohó-
no tardó en ser absorbido por el magma de una ciudad que lico, pudo acompañar a Viscarra en algunas
al mismo tiempo era su trinchera, rumbo a las cantinas de sus muchas escaramuzas para calentar el
hasta quién sabe qué día del almanaque. alma, un alma que el escritor sentía siempre
Él resumía esta experiencia itinerante mejor que na- fría. Y en cada salida con él se sorprendía.
die. “Pierdo la noción del tiempo y algunas noches, víc- “Un par de veces quiso llevarme al Averno,
tima de los insomnios prolongados, me hace fechorías mi un local de mala reputación, pero ya no exis-
cerebro. Se acelera, se me escapa todo lo negativo y me tía, y en una ocasión terminamos en un bar en
asusto. A veces lloro, pero como estoy sin compañía nadie el que sólo había baldes para tomar. ‘Si entras
se entera. La hora avanza y espero la amanecida para huir aquí, no vas a querer salir’, me dijo”.
del antro en el que me encuentre en ese momento. Enton- En Borracho estaba, pero me acuerdo
ces me pongo más tranquilo. Cuando me siento ya muy Víctor Hugo dibuja con sus afiladas descrip-
mal, tengo mi propio tratamiento: primer día, puro líqui- ciones escondrijos similares. Uno de ellos es
do, agua, mates o refrescos; después, cosas suaves, como el famoso Cementerio de los Elefantes. Y lo
sopa; y luego me meto lo que venga: pollo, res o lo que sea. describe así: “Para los que quieren suicidarse
Soy como un perro, sin ayuda me curo, yo solito”. bebiendo sin parar está el traguerío de doña
Hortensia, conocido entre los ‘artistas’ –los
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

borrachos– como el Cementerio de los Ele-


Uno de los “infiernos” favoritos de Viscarra era el Bo- fantes, un lugar en el que el ‘artista’ que de-
caisapo, una taberna impregnada por un profundo olor a cide suicidarse es conducido a un cuarto para
viejo, iluminada por la luz delgada de un puñado de ve- que pueda terminar con su existencia. Como
las, con mesas robustas y embovedada rústicamente con los bebedores tienen el pulso de pajero, doña
ladrillos rojizos que parecen recién horneados. Un punto Hortensia les vende el trago en un balde de
de reunión casi obligado para jóvenes universitarios, al- plástico en el que caben dos litros de líquido.
cohólicos con cierto pedigrí y poetas trasnochados. Y el Para beber, a falta de un vaso de cristal, les da
lugar en el que semanas después de la muerte de Víctor un vasito vacío de yogurt. Y para que el tipo no
Hugo me cité con Erick Ortega, periodista y buen amigo se eche atrás, cierra la puerta con un candado,
del escritor. cuya llave guarda luego en uno de los bolsillos
El viernes en el que nos encontramos el ritmo del fol- de su pollera [falda]. Cuando hay necesidad
de botarlo a la calle –porque está tieso–, no
59
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

Ilustración:Martín Elfman
faltan nunca voluntarios para llevarlo al callejón, donde al escritor, pero con asco. Hasta que Víctor
lo recoge luego la furgoneta de homicidios”. Hugo volteó los ojos y, sin pronunciar pala-
Según Erick, la mayoría de los sitios que Viscarra bra, los tuteó con apenas un golpe de vista.
visitaba eran sórdidos, sucios, desaconsejables para los Fue como si dijera: más asco les tengo yo y no
estómagos sensibles, pero excelentes para que Víctor pasa nada.
Hugo alimentara sus relatos. El escritor aseguraba que en –No soy como ellos. No me gusta el de-
La Casa Blanca, donde atendían de domingo a domingo, porte. No me gusta la política. Y no me gustan
tomó una vez 19 días y 19 noches consecutivos y que no los intelectuales. Pero bueno, aunque otros
recordaba haber comido nada en aquella aventura. En el ganan el quivo (la plata), yo me he llevado la
Callejón Tapia, ubicado en un rincón con el mismo nom- fama. Hay que tener agallas para desenvol-
bre, tuvo su bautizo de fuego: allí, a los 16 años, comenzó a verse en este mundo y no en el cuento de ha-
probar sus primeros tragos fuertes; y allí comprendió que das donde habita la mayor parte de esta gente
con alcohol en el cuerpo las bajas temperaturas son más –resumió Viscarra de un tirón (porque Mabel
llevaderas. Del Averno destacaba las peleas, tan violentas y yo reaccionamos como si no entendiéramos
que “a nadie le extrañaba ver el empedrado manchado de bien lo que pasaba).
sangre cuando amanecía”. Y contaba que, cuando tenía Era un Viscarra envuelto en una bufanda
plata, trataba de no abandonar estos tugurios hasta las roja desgastada y en un suéter gris con agu-
primeras luces, cuando el sol entraba en el cuerpo de uno jeros que se veía igual de mal que el escritor,
como si fuera agua bendita. igual de maltratado. Lucía como un viejo
–Cuando tomaba, él era consciente de que moriría jo- achacoso. Su tos se había vuelto crónica. Un
ven –me dijo Erick antes de que abandonáramos juntos el temblor repetitivo en una mano dificultaba
Bocaisapo. sus movimientos. Y su listado de dolencias
Después subimos las graditas que conectan con la ca- se había multiplicado. Por eso el reencuentro
lle Jaén, una vía estrecha y adoquinada, llena de balcones duró menos de lo habitual, de lo esperado. Y
señoriales, donde los vecinos aseguran haber escuchado con la ensalada todavía a medio terminar nos
cascos de caballo, lamentos de condenado y los pasos de retiramos del café despacio, a su paso.
una viuda negra. Cuando salimos, Viscarra se agarró al
brazo de Mabel como si fuera una botella. An-
damos unos pocos metros, hicimos parar un
Mi último encuentro con Víctor Hugo fue en abril de taxi y él se despidió con una sola frase:
2006, en el café Alexander de Sopocachi, un barrio de La –Ya estoy demasiado mayor para amar-
Paz con casas de pocas alturas y grandes edificios donde garme –nos dijo.
en los últimos años se ha instalado una buena parte de la Ya nunca más volvería a escuchar su voz.
bohemia de la ciudad, pero una bohemia bastante ligada Dos semanas más tarde, ingresó al hospital
a una clase media que desagradaba especialmente al es- Arco Iris. Otras dos después murió.
critor.
Quizá por eso no tardó mucho en llegar el primer re-
proche de la tarde: Vicky Ayllón estuvo a su lado en esos momen-
–¡Esta mate no tiene nada de sabor, parece agua, ca- tos tan difíciles. Aquellos días muchos de los
rajo! –protestó. que conocían a Víctor Hugo desaparecieron.
Aquel día estaba a mi lado Mabel Franco, también Ella no: el escritor le había rescatado en una de
amiga de Viscarra y periodista del diario La Razón. Aun- las dictaduras más sangrientas de Bolivia, la
que él quería irse, insistimos en quedarnos para que lle- de García Meza, en los ochenta, que persiguió
nara el buche con algo consistente. Y al final pidió a rega- y castigó con saña a muchos de los miembros
ñadientes una ensalada muy frugal: sin champiñones, ni del Partido Comunista.
pepino, ni tomate, ni pan, ni aliño. Lechuga y punto. Cuando me entrevisté con Vicky en un
–El estómago no me acepta casi nada –justificó al no- despacho de la editorial Plural, poco después
tarnos a Mabel y a mí un poco inquietos. Su cara estaba del fallecimiento de Viscarra, ella combatía el
inflada, parecía una caricatura. Sus palabras, a ratos, so- frío con cafés y cigarrillos. Y recordaba con
naban como un aullido apagado. Pero no había perdido su los párpados completamente cerrados cómo
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

buen humor: su humor negro. el escritor le guió por una parte de la ciudad
–Si pudiera, me compraría un cuerpo a medio uso en que desconocía para protegerla de los tortu-
el Barrio Chino –nos dijo, divertido, acto seguido. radores que por aquel entonces la acechaban.
El Barrio Chino es un pequeño territorio de La Paz, Concentrada, sin abrirlos ni siquiera un se-
entre las calles Sagárnaga e Isaac Tamayo, donde transan gundo mientras hablaba.
los volteadores, descuidistas, rateros y raterillos. Y donde –El día que Víctor Hugo me ayudó a es-
se dan cita habitualmente los “vizcachas” (vendedores de capar de los que me buscaban nos vimos en
objetos robados), quienes, según Viscarra, están sindica- el mercado Uruguay. ¿Estás dispuesta a ir
lizados y afiliados a la Central Obrera Boliviana. donde sea?, me dijo. Le contesté que sí. Es-
Mientras Víctor Hugo hablaba, algunas miradas fur- taba anocheciendo y me llevó primero por un
tivas se concentraban a nuestro alrededor. Un par de en- sinfín de recovecos. Yo era una intrusa, pero
corbatados de las mesas contiguas parecían incómodos sabía que él dominaba bien el barrio y eso me
con nuestra presencia. Examinaban disimuladamente daba confianza. Seguimos por más callejones
61
62
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

Fotografías:álex ayala ugarte


hasta llegar a una puerta de latón. Y luego comenzamos tumbas, todas parecidas, con flores de plásti-
a bajar hasta un lugar con una tela blanca. Detrás había co y pequeñas fotos de los fallecidos inserta-
un hueco. Era un cuarto de tierra con las paredes blan- das en portarretratos minimalistas. Mientras
queadas con cal, un colchón de paja y una manta. Había caminaba, pensaba que en lugares como éste
que usar velas para ver bien. Y me dejó allí sola. Dos horas también hay clases: granito, mármol y mau-
más tarde volvió con una hamburguesa y varias revistas: soleos para la gente con plata y cemento, mu-
Vanidades y Cosmopolitan. Me salvó la vida. Y yo le que- cho cemento, para el resto. Seguí andando y
dé eternamente agradecida. me topé con dos o tres tumbas sin lápida, con
La complicidad creció y Vicky se convirtió después una inscripción mal hecha cuando el cemento
en una incondicional de Víctor Hugo. Por eso no me ex- estaba todavía fresco. Y tardé un rato en ha-
trañó ver encima de su mesa un par de libros de Viscarra. llar la de Viscarra, aún más sencilla. Su fa-
Mientras hablábamos los manoseaba. Pero sin detenerse milia –al parecer– no quiso gastar ni un solo
a mirar ninguna de las páginas. peso para adecentar su sepultura.
–Su estrategia, sin duda, se basaba en la superviven- Como hicieron otros antes, le llevé una
cia –siguió contando Ayllón mientras sorbía su café de a botella de aguardiente. Para que matara las
poco, como si eso le tranquilizara–. Y consiguió algo muy penas. O las quemara. Porque su madre, a la
difícil de lograr cuando la calle es casi el único mundo en que tanto odiaba, ni siquiera muerto lo dejó
el que uno se desenvuelve: ser respetado. En una ocasión descansar tranquilo. “Sinvergüenza, lo que
me invitó a La Guerra, un local de los bajos fondos de La me has hecho sufrir, te has dejado vencer por-
Paz, y la experiencia fue hermosa. “Puedes poner tu car- que eres un débil”, cuenta el cineasta Arman-
tera y el celular sobre la mesa. Han destinado a un tipo do Urioste que exclamó ella en pleno entierro.
para cuidarnos”, me dijo. Luego, la señora que nos aten- Ese día, Ayllón brindó a su salud con los
día lo felicitó sincera. “Podías habernos delatado y no lo alcohólicos que seguían la comitiva fúnebre.
has hecho. Eso significa que eres un buen escritor”, le dijo. –¡Viva La Guerra! –gritó alzando un bo-
Para mí no hay crítica literaria más profunda que esa. tellín de cerveza en honor al antro donde una
En casa de Vicky, Víctor Hugo, que no tenía un peso vez se emborracharon juntos.
casi nunca, y menos para comprarse libros, leía a los clá- –¡Ya, mierda, así como pateaste la vida
sicos y a los no tan clásicos con la voracidad de un lector patea ahora la muerte! –dijo después. Y la tie-
al que le quema el papel entre las manos. rra se tragó a Viscarra con la misma velocidad
–Cuando lo hacía, se encogía. Mostraba toda su joro- con la que él vaciaba los vasos una y otra vez
ba y volcaba su cuerpo sobre el libro. Era muy inquieto. cuando estaban llenos.
Reía, puteaba, exclamaba. No era educado. Ejercía su de- Víctor Hugo sostenía que los marginados
recho activo sobre la lectura: hacía escuchar las reaccio- –como él– conforman un gremio en extin-
nes que le provocaba el texto. ción permanente. “Pero, por suerte, siguen
Gracias a estos encuentros, Vicky pudo saber algo llegando nuevos adscritos”, añadía.
más de su pasado, aunque tampoco mucho. Supo que Hacen falta. Porque a veces los que pa-
Viscarra estuvo en un albergue para menores. Que luego recen no tener ninguna dignidad cargan con
entró al seminario como novicio. Que allí no duró mucho. toda la dignidad del hombre, como lo hacía
Que perteneció a las juventudes comunistas. Que trabajó Viscarra, que continúa todavía vivo como
para el Servicio de Aduanas en la localidad fronteriza de personaje literario, en sus libros.
Charaña, conocida por su dureza, por ser un punto per- Salí del cementerio y atrás quedaron las
dido en mitad del Altiplano. Que le dieron un puesto en la “aves funerarias”, adolescentes que cono-
Casa de Cultura de Cochabamba. Que no aguantaba eso cen las historias de cada una de las fosas del
de estar en medio de oficinas. Que su psiquiatra le reco- camposanto; los rezadores profesionales, que
mendó escribir todo lo que sentía. Y que así lo hizo, pero reparten ave marías y padres nuestros con la
llevando la experiencia con el alcohol hasta las últimas misma seriedad con la que los panaderos hor-
consecuencias. nean el pan cada mañana; las lloronas, que
La conversación se interrumpió cuando Vicky reci- lloran como lo hacía Víctor Hugo, sin verter
bió una llamada telefónica de sus amigos, que le estaban lágrimas; los limpiadores de tumbas, que
convocando a tomar unos “traguines” más tarde en el escalera en mano, por unos pocos pesos, se
| EMEEQUIS | 16 DE abril DE 2012

Bocaisapo. Unos de esos que a Viscarra tanto le gustaban. encargan de que los sepulcros se mantengan
Porque le distraían. Porque le relajaban. Porque supura- blancos; los niños sin techo, que esnifan pe-
ban las heridas. gamento en los nichos vacíos; y Viscarra.
A falta de fogatas, esperaba que el escritor
se mantuviera caliente con la botella de al-
En diciembre de 2006, casi siete meses después de su cohol que unos minutos antes dejé a su lado.
muerte, fui al Cementerio General para volver a ver a Víc- Aquel día hacía frío, mucho frío.
tor Hugo. Tardé un poco en dar con su tumba. Las únicas
referencias para localizarla me las había proporcionado

*
Manuel Vargas, su editor, tomando como único punto de Este texto forma parte del libro
partida la capilla donde se realizan los responsos a los di- Los mercaderes del Che y otras cróni-
funtos antes de los entierros. cas a ras del suelo, publicado en marzo de
Desde ahí desfilé frente a una hilera interminable de 2012 por la editorial boliviana El Cuervo.
63

También podría gustarte