Está en la página 1de 4

Extracto del libro MAGO INTERIOR, DESPIERTA de Ramas

14. Severos Controladores de Viaje


Ya no le tememos al miedo.

—¡Hola! —saludo efusivamente a mi audiencia cibernética—. La historia, cuya punta del


iceberg estoy a punto de compartirles, es una de las más alucinantes: sostengo una
intrigante conversación onírica con cuatro personajes que han jugado un trascendental
papel en el desarrollo de la consciencia humana.

***

Me veo en mi majestuoso nuevo navío de vida fondeado en una apacible y bucólica rada.
A merced del suave vaivén de las olas, observo las cristalinas aguas embelesado con sus
translúcidos colores verdes azulados y con la caleidoscópica danza de los rayos solares
moviéndose serpentinamente sobre la blanca arena del fondo: una danza, a veces tan
armónica que forma largas y relucientes cadenas sinusoidales, como las del ADN; otras,
tan antagónicas que se anulan entre sí y desaparecen. ¿Fiel reflejo de las relaciones
humanas?, reflexiono. Levanto la mirada y descubro la alegre sonrisa de Antuse.
—¿Por qué estoy aquí? —lo cuestiono.
—Tu intención de hacerte correspondiente a un nuevo mundo que conviva pacífica,
armónica y respetuosamente ha convocado este bucólico escenario para que empieces a
enfrentar tus miedos más profundos y tus creencias más obsoletas e intrincadas.
—Esta vez realmente no entiendo ni para preguntar —me apresuro a decir.
—En la paradisiaca playa que tienes al frente —sonríe— te esperan cuatro viejos
conocidos que acuden a entrevistarse contigo en respuesta a tu convocatoria.
Desembarcamos en una playa tan larga que, al fondo, la fantasmagórica bruma parece
ocultar el misterioso portal a otro mundo desde donde aparecen cuatro borrosas siluetas
que, al acercarse, se van convirtiendo en sendos jinetes.
En ese instante el mar me regala otro fabuloso espectáculo: al confluir sobre la playa las
crestas de dos oleajes cruzados, forman algo semejante a serpientes emplumadas que
saltan sobre la blanca arena. Cuando una parece venir brincando desde un extremo de la
playa, la siguiente, se aproxima del extremo contrario. ¿Están las olas presagiando mi
anhelado encuentro? Antuse asiente leyéndome la mente.
—Mi corazón conoce bien el propósito de esta reunión. Ayúdame a que mi mente lo
recuerde —le pido.
—Anhelas sostenerla hace un rato muy, muy largo. Ahora se te da y con tu mago interior
despierto estás en plena capacidad de reconocer la perfección en todo lo que está a
punto de acontecerte.
—Esos cuatro jinetes ¿te pueden ver?
—Todavía no. Paciencia, ya lo entenderás.
—¿Alguna recomendación previa?
—No temas. Mantén presente que en ti siempre yace el poder que necesitas para realizar
tu anhelo más elevado.
Los cuatro imponentes jinetes detienen súbitamente su veloz galope frente a mí. Cada
uno monta un corcel de diferente color: blanco, negro, rojo y dorado. No sólo la
vestimenta sino también la tez de cada jinete hace juego perfecto con su respectivo
corcel. Los llamaré Blanco, Negro, Rojo y Dorado.
La tez de Blanco refleja un muy acentuado albinismo y su vestimenta más parece la
impecable bata blanca de un científico de laboratorio. Adelanta su corcel y con altivez se
planta frente a mí. ¿Qué hago?, pienso.
Mi mago interior absuelve mi duda: hacer no, ser sí; sé la plena confianza en ti mismo;
míralo fijamente a los ojos y depón cualquier asomo de beligerancia en contra suya.
—¡Oye! Yo a ti te conozco. ¿De dónde? —No bien termino de preguntar cuando recuerdo
que Antuse lo había mencionado hace poco.

Jinete Blanco de la Ciencia


—Soy el jinete blanco de la ciencia —dice con prepotencia.
—Intuyo que nuestras relaciones han sido constantes y frecuentes —digo para romper el
hielo.
—Hemos colaborado mucho y también, a menudo, batallado incansablemente el uno
contra el otro —responde Blanco pretendiendo intimidarme.
—¡Claro! Te reconozco. ¡Eres un contendor formidable! —sonrío.
—Eso opino yo de ti. Ahora llegamos al momento que tantos mitos y leyendas vaticinan:
dizque rescribiremos nuestras mutuas relaciones de amor y dolor —dice con curiosidad.
—Me alegra saber que estás consciente de ello.
—Todos —señala a los demás jinetes— conocemos que este momento coincide con el
inicio del despertar de los magos interiores en el planeta Tierra. Vemos al tuyo despierto.
—¿Te sorprende?
—No, creemos que la espera anunciada llega a su fin. Estamos listos, ¿verdad colegas?
—Los demás jinetes asienten con caras adustas.
—Siendo así, apéate y me acompañas a caminar por este hermoso paraje. Conversemos.
—Prefiero hacerlo desde mi cabalgadura. —Su altivez es cada vez más ostentosa.
—Abramos una nueva página en blanco para nuestra mutua relación —sonrío para
sacarlo de su rigidez.
—¡Me fascina el color blanco! Veo que propones un borrón y cuenta nueva, ¿cierto? De
ser así acepto con una condición: prefiero permanecer sobre mi emblemática cabalgadura
blanca. Sin ella, me siento desnudo. —Alcanzo a vislumbrar una leve sonrisa en su, hasta
ahora, imperturbable cara.
—¿Qué tal si nuestra cuenta nueva la construimos más sólidamente sobre los cimientos
de una igualdad creativa entre nosotros? —Levanto el brazo en señal de incluir a los
demás jinetes—. Empecemos — añado a viva voz para que todos me escuchen—a
caminar el uno al lado del otro. Ya no más por encima; tampoco adelante ni detrás, sino
lado a lado, ¡como amigos! —exclamo muy entusiasmado.
—¿Amigos? Esto no consta en ningún vaticinio —sentencia Blanco con un tono
despectivo.
—Entonces creémoslo juntos, aquí y ahora —sonrío.
—¡Por qué no! Me intriga el alcance de todo esto. No puedo aguantar mi curiosidad.
Además, rehusar tu atrevida propuesta equivale a dejar pasar esta oportunidad para
investigar hasta dónde podemos llegar juntos. Tal reto es imposible de declinar para
cualquier buen científico —ríe. Su repentino cambio de actitud me fascina. Estoy a punto
de dejar que mi alegría me desborde cuando, después de una pausa significativa, Blanco
exclama: “No obstante, ignoro hasta dónde irá todo esto”. Su tónica vuelve a ser adusta.
Hasta pesimista, diría yo.
—Ignoras muchas cosas. Concentrémonos en qué sabes —acoto con la esperanza de
reenganchar su curiosidad científica.
—Mi razón de ser y, de hecho, la de mis colegas, es tapar temporalmente la brecha de
falta de entendimiento divino que tú mismo creas cuando te fraccionas.
—Y, ¿qué papel juegas frente a esta brecha? —La verdad es que no entiendo a qué
brecha se refiere más no puedo permitir que mi ignorancia deteriore la poca confianza que
hasta ahora creo haber logrado.
—Sin nosotros, te sería imposible trascenderla. —Del resto proviene un severo amén que
retumba entre las palmeras. No me aclara nada.
—Explícate, por favor —añado para ver si su respuesta me permite vislumbrar algún
indicio que resuelva mi confusión.
—No es necesario. En tu precario botecito, con frecuencia se pregona que la claridad
viene en camino. —Rié estruendosamente. ¿Cómo conoce Blanco tales detalles míos?,
pienso. Por supuesto, esto sólo contribuye a aumentar mi confusión.
—Esta frase parece el santo y seña de un complot cósmico —sonrío.
—¡¿Complot?! ¡¿Dónde?! ¡¿Cuándo?! —exclama él nervioso. Por lo menos pude
equiparar en algo las cargas, me digo.
—Quién ríe de último, ríe mejor —río sin pretender igualar su risotada.
—¿Te burlas de mí? —añade desafiante.
—Para nada. Sugiero que te goces el buen humor para que disminuyas tu estrés —acoto
con un tono reconciliador.
—¿Yo? ¿Estresado? ¡Nooo! —Gesticula como si nada fuera capaz de afectarlo.
—No voy a restregar tu herida con comentarios poco constructivos.
—¿Cómo sabes que complot es nuestro santo y seña más sagrado?
—Hasta ahora lo sé.
—¡Mejor lo olvidas!
—Y ¿si no?
—¡Témeles a las consecuencias! —Me señala amenazadoramente con su dedo enhiesto.
—Con mi mago interior despierto, ya no le temo al miedo.
—Eso vemos. Escrito está —se lamenta.
—Precisamente por esta razón te miro a los ojos y te hago la siguiente propuesta:
apoyémonos para que puedas jugar un renovado papel de apoyo científico. —Por unos
instantes, guardo silencio. Noto que la ansiedad de Blanco va aumentando.
—¡Concluye, no hagas pausas tan largas! —exige.
—Apoyémonos para crear una nueva realidad —le respondo resaltando la palabra nueva
para intrigarlo.
—Fascinante tema. ¡Añoro las épocas de la alquimia! ¿Qué nueva realidad tienes en
mente?
—La de una humanidad que conviva pacífica, armónica y respetuosamente.
Blanco suelta una nueva carcajada más estruendosa y prolongada que la anterior.
—¿De qué ríes?
—Tu propuesta no sólo es descabellada y muy atrevida sino muy cómica; raya en lo
absurdo.
—Veo que sigues interesado —sonrío.
—Por supuesto. Valoro tu atrevimiento.
—¿Qué le ves de absurdo?
—Compárala con nuestras viejas andanzas juntos. Cuán cómico es ver que, durante un
larguísimo rato, me hayas permitido pontificarte qué información técnica, tecnológica o
científica debías aceptarme de manera irrestricta, sin chistar.
—A pesar de cuán risible te parezca, eso ya no va más —y agrego muy serio—: es el
momento de cambiarme a mí mismo pues estoy saturado del sufrimiento que me inflijo a
través de mis obsoletos comportamientos anteriores, entre ellos, este que acabas de
describir.
Blanco hace caso omiso de mi seriedad y prácticamente llorando de risa agrega:
—¡Cuántas veces te vi doblegándote ante mi severo dictamen de lo que debías
aceptarme como verdadero, aduciéndote que mi mandato estaba ampliamente aceptado y
científicamente comprobado! —Suelta una nueva, sonora y larga carcajada.
—Comparto tu risa. Es buena para incrementar mi energía vital —río con él.
—¿Eso qué quiere decir? No importa. Creo que eres confiable. ¿Te puedo contar un
secreto? Puedes asumir, sin lugar a duda, que la mayoría de las veces yo no estaba
apropiadamente fundamentado —ríe a más no poder.
—Con sólo atreverme a convocarte a esta reunión, este y todos tus demás secretos son
ahora verdades a gritos para mí. Reconozco cuán dócilmente me he doblegado siempre
ante lo que me has decretado como falso dizque respaldado por tus venerables
organizaciones de intachable reputación científica, a pesar de que todas mis arduas
investigaciones soportaban conclusiones en contrario. ¿Por qué?
—Entiéndenos —de nuevo levanta el brazo en señal de estar hablando en nombre de los
demás—: nuestro deber es proteger las organizaciones jerárquicas, no a los individuos
pues tenemos la certeza de que somos la única garantía de estabilidad para la humanidad
hasta que… —Hace una larga pausa de duda y añade casi susurrando— los individuos
despierten a sus propios magos interiores.
—¡Hasta que —repito a viva voz para que los demás escuchen— los individuos
despertemos a nuestros propios magos interiores! —Y agrego en un tono que no deja
lugar a duda alguna—: ¡El pregón de este despertar anuncia que una parte significativa de
la humanidad terrícola está lista para convivir pacífica, armónica y respetuosamente!
—Concuerdo contigo —dice Blanco casi susurrando y agrega a viva voz—: Este es el
vaticinio que conocemos. Estamos listos para lo que sea, ¿verdad colegas?
—Estoy feliz de librarnos de tan anacrónicos papeles. ¡Ah, épocas aquellas! —añado
cordialmente sin sonar triunfalista.
De manera sorpresiva, Blanco se apea y pasa amistosamente su brazo por encima de mi
hombro. Siento un profundo agradecimiento ante su valeroso gesto.
—Más que un tratado de paz —le propongo con un amigable tono— comprométete
conmigo a trabajar juntos para manifestar el sueño que acabo de describirte.
—¡Acepto! No me vuelvas a atacar y yo colaboro contigo para que lo realicemos —sonríe
mientras estrecha mi mano.
—¡Trato hecho! —respondo entusiasmado—. Gocémonos juntos la dicha que el nuevo
sendero nos deparará.
Blanco se aleja lentamente a pie en dirección a los demás jinetes, llevando su corcel de la
brida, lo cual es aprovechado por Negro para acercarse y presentárseme sin apearse. Su
tez, su vestimenta y su caballo son tan negros como la más profunda noche de luna
nueva.

Jinete Negro de la Economía


—Después de escuchar lo que acuerdas con Blanco —lo mira despectivamente— te pido
que vayamos directo al grano.
—¿A qué se debe tanta prisa?
—¡El tiempo es dinero! No voy a desperdiciar ninguno de los dos.

También podría gustarte