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"Y a ti, Madre, una espada de dolor te atravesará el corazón...

"
(Lucas 2, 35)

Explicación de la Devoción y Oración

Ver también:
Virgen Dolorosa...
¿Por qué la Virgen llora?...
Vía Crucis de la Virgen Dolorosa...

Devoción

Siempre los cristianos han aprendido de la Virgen a mejor amar a Jesucristo. La devoción a los
Siete Dolores de la Virgen María se desarrolló por diversas revelaciones privadas.

La Virgen comunicó a Santa Brígida de Suecia (1303-1373):

"Miro a todos los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y
medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Por
eso tú, hija mía, no te olvides de Mí que soy olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi
dolor e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas y duélete de
que sean tan pocos los amigos de Dios."
Nuestra Señora prometió que concedería siete gracias a aquellas almas que la honren y
acompañen diariamente, rezando siete Ave Marías mientras meditan en sus lágrimas y dolores:

1. "Yo concederé la paz a sus familias."


2. "Serán iluminadas en cuanto a los divinos Misterios."
3. "Yo las consolaré en sus penas y las acompañaré en sus trabajos.»
4. "Les daré cuanto me pidan, con tal de que no se oponga a la adorable voluntad de mi
divino Hijo o a la salvación de sus almas."
5. "Los defenderé en sus batallas espirituales contra el enemigo infernal y las protegeré
cada instante de sus vidas."
6. "Les asistiré visiblemente en el momento de su muerte y verán el rostro de su Madre.
7. "He conseguido de mi Divino Hijo que todos aquellos que propaguen la devoción a mis
lágrimas y dolores, sean llevadas directamente de esta vida terrena a la felicidad eterna ya
que todos sus pecados serán perdonados y miHijo será su consuelo y gozo eterno."

Según San Alfonso María Ligorio, Nuestro Señor reveló a Santa Isabel de Hungría que El
concedería cuatro gracias especiales a los devotos de los dolores de Su Madre Santísima:

1. Aquellos que antes de su muerte invoquen a la Santísima Madre en nombre de sus


dolores, obtendrán una contrición perfecta de todos sus pecados.
2. Jesús protegerá en sus tribulaciones a todos los que recuerden esta devoción y los
protegerá muy especialmente a la hora de su muerte.
3. Imprimirá en sus mentes el recuerdo de Su Pasión y tendrán su recompensa en el cielo. 4.
Encomendará a estas almas devotas en manos de María, a fin de que les obtenga todas las
gracias que quiera derramar en ellas.

Meditar los siete Dolores de Nuestra Madre Santísima es una manera de compartir los
sufrimientos más hondos de la vida de María en la tierra.

La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre, al día siguiente de la


Exaltación de la Santa Cruz. Al pie de la Cruz, donde una espada de dolor atravesó el corazón de
María, Jesús nos entregó a Su Madre como Madre nuestra poco antes de morir. En respuesta a
esta demostración suprema de Su amor por nosotros, digamos cada día de nuestras vidas: "Sí,
Ella es mi Madre. Jesús, yo la recibo y Te pido que me prestes Tu Corazón para amar a María
como Tú la amas."

ROSARIO DE LOS 7 DOLORES

Se reza un Padrenuestro y siete Ave Marías por cada dolor de la Virgen. Al mismo tiempo le
pedimos que nos ayude a entender el mal que hemos cometido y nos lleve a un verdadero
arrepentimiento. Al unir nuestros dolores a los de María, tal como Ella unió Sus dolores a los de su
Hijo, participamos en la redención de nuestros pecados y los del mundo entero.

Acto de Contrición

Señor mío, Jesucristo, me arrepiento profundamente de todos mis pecados. Humildemente suplico
Tu perdón y por medio de Tu gracia, concédeme ser verdaderamente merecedor de Tu amor, por
los méritos de Tu Pasión y Tu muerte y por los dolores de Tu Madre Santísima. Amén.
(Se aconseja leer del Evangelio las citas que acompañan a cada dolor)
Primer Dolor - La profecía de Simeón (cf. Lucas 2,22-35)

Qué grande fue el impacto en el Corazón de María, cuando oyó las tristes
palabras con las que Simeón le profetizó la amarga Pasión y muerte de su
dulce Jesús. Querida Madre, obtén para mí un auténtico arrepentimiento por
mis pecados.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Segundo Dolor - La huida a Egipto (Mateo 2,13-15)

Considera el agudo dolor que María sintió cuando ella y José tuvieron que huir
repentinamente de noche, a fin de salvar a su querido Hijo de la matanza
decretada por Herodes. Cuánta angustia la de María, cuántas fueron sus
privaciones durante tan largo viaje. Cuántos sufrimientos experimentó Ella en
la tierra del exilio. Madre Dolorosa, alcánzame la gracia de perseverar en la
confianza y el abandono a Dios, aún en los momentos más difíciles de mi
vida.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Tercer Dolor - El Niño perdido en el Templo (Lucas 2,41 -50)

Qué angustioso fue el dolor de María cuando se percató de que había perdido
a su querido Hijo. Llena de preocupación y fatiga, regresó con José a
Jerusalén. Durante tres largos días buscaron a Jesús, hasta que lo
encontraron en el templo. Madre querida, cuando el pecado me lleve a perder
a Jesús, ayúdame a encontrarlo de nuevo a través del Sacramento de la
Reconciliación.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Cuarto Dolor - María se encuentra con Jesús camino al Calvario (IV


Estación del Vía Crucis)

Acércate, querido cristiano, ven y ve si puedes soportar tan triste escena. Esta
Madre, tan dulce y amorosa, se encuentra con su Hijo en medio de quienes lo
arrastran a tan cruel muerte. Consideren el tremendo dolor que sintieron
cuando sus ojos se encontraron - el dolor de la Madre bendita que intentaba
dar apoyo a su Hijo. María, yo también quiero acompañar a Jesús en Su
Pasión, ayúdame a reconocerlo en mis hermanos y hermanas que sufren.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Quinto Dolor - Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-39)

Contempla los dos sacrificios en el Calvario - uno, el cuerpo de Jesús; el otro, el


corazón de María. Triste es el espectáculo de la Madre del Redentor viendo a su
querido Hijo cruelmente clavado en la cruz. Ella permaneció al pie de la cruz y oyó a
su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos. Sus últimas
palabras dirigidas a Ella fueron: "Madre, he ahí a tu hijo." Y a nosotros nos dijo en
Juan: "Hijo, he ahí a tu Madre." María, yo te acepto como mi Madre y quiero recordar
siempre que Tú nunca le fallas a tus hijos.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Sexto Dolor - María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la


Cruz (Marcos 15, 42-46)

Considera el amargo dolor que sintió el Corazón de María cuando el cuerpo de su


querido Jesús fue bajado de la cruz y colocado en su regazo. Oh, Madre
Dolorosa, nuestros corazones se estremecen al ver tanta aflicción. Haz que
permanezcamos fieles a Jesús hasta el último instante de nuestras vidas.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Séptimo Dolor -Jesús es colocado en el Sepulcro (Juan 19, 38-42)

¡Oh Madre, tan afligida! Ya que en la persona del apóstol San Juan nos
acogiste como a tus hijos al pie de la cruz y ello a costa de dolores tan acerbos,
intercede por nosotros y alcánzanos las gracias que te pedimos en esta oración.
Alcánzanos, sobre todo, oh Madre tierna y compasiva, la gracia de vivir y
perseverar siempre en el servicio de tu Hijo amadísimo, a fin de que
merezcamos alabarlo eternamente en el cielo.
-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre

Oración final

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu
protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y
obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está
totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus
virtudes y dolores. Protégeme siempre. Amén.
Indice:
I. El dolor de la Virgen en la infancia y en la pasión de su Hijo
II. Situación actual en la doctrina y en la liturgia:
1. La doctrina
2. La liturgia: a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria b) Triduo pascual, c)
Ejercicios piadosos, d) Religiosidad popular.
III. Nota histórica.
IV. Conclusión.

Ver también:
Los Siete Dolores de María Santísima
Lecturas de la Misa de este día
Del Oficio: La Madre estaba junto a la cruz
Vía Crucis de la Virgen Dolorosa

Devociones a la Virgen Dolorosa:


Castelpetroso, Italia - Aparición y santuario.
Virgen Dolorosa de Quito -Gran devoción de Ecuador.
Dolores, Hellín, España
Dolorosa, Murcia, España
I. El dolor de la Virgen en la infancia y en la pasión de su Hijo:
El misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y muerte de su Hijo es
probablemente el acontecimiento evangélico que ha encontrado un eco más amplio y más intenso
en la religiosidad popular, en determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris...) Y, en
proporción con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de oriente y de occidente. Es
curioso cómo estas tres dimensiones de la piedad están idealmente unidas en la liturgia de rito
romano en el Stábat Mater, atribuido a Jacopone de Todi, secuencia nacida en un contexto de
intensa religiosidad popular, utilizada de varias maneras en los ejercicios piadosos y, aunque de
forma facultativa, presente en la liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa del 15
de septiembre de la Virgen de los Dolores. Esta singularidad revela que las tres áreas de piedad
que hemos señalado, dejando aparte ciertas intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo
esencial del misterio evangélico.

Pero el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su


primera y última significación, fue captado por la piedad mariana también
en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre
participó personalmente. En general, se suele considerar el dolor de la
Virgen en la infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La meditación
cristiana captó y en cierto modo fue codificando progresivamente a lo
largo de los siglos siente sucesos dolorosos, siete episodios bíblicos en
los que está atestiguada expresamente o intuida por la tradición la
participación de María. Se recuerda la subida al templo de José y de
María para presentar allí a Jesús a los cuarenta días de su nacimiento,
con la relativa profecía del anciano Simeón: “Una espada atravesará tu
alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según parece, la progresiva
revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo”; espada que
penetrando en María le hará sufrir; espada que penetrando en María le
hará sufrir; espada símbolo del camino doloroso de la Virgen, que en la
tradición posterior será asumida como signo plástico de los dolores
sufridos por la madre del redentor y representada luego en número de
siete puñales clavados en el corazón de la Virgen. El camino de fe de la
Virgen se vio muy pronto marcado por un nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y
José (Mt. 2, 13-14). Y una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la pérdida en
Jerusalén y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José (Lc 2, 43ss), que se concluirá con
el hallazgo del Hijo en el templo, nuevo motivo de meditación y de interpretación sobre la voluntad
de Dios en el corazón de la madre. La contemplación de la tradición ha querido descubrir en la
subida de Jesús con la cruz al Calvario la experiencia síntesis del camino de fe de la madre, y
aunque los evangelios no mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la presencia de
María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27). Como ya se ha dicho, es en el
acontecimiento de la crucifixión donde encontramos el significado primero y último de la Dolorosa:
“Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su
madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una
vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la madre en la
muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de
Jesús bajado de la cruza (Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de
pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19, 40-42a).

II. Situación actual en la doctrina y en la liturgia.


1. La doctrina:
La distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María de Nazaret, más allá
del reparto de los misterios que tuvo lugar en otros siglos que los veneraron por separado, en la
sensibilidad teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los fieles, no se
percibe como una división puntual de compartimientos estancos, sino que, incluso en la
especificación de los diversos episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el camino
de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el hombre de dolores y
abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis autorizada de esta nueva mentalidad en
el magisterio del Vat II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie (Jn 19,25), no
sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio
con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella había
engendrado” (LG 58). En realidad es la comunión profunda, que en cierto modo se hace
consciente, entre la madre y el Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a
la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el Calvario: “Concibiendo a Cristo,
engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo
moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la obediencia,
la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61)

Debido a esta participación amorosa y total, María se convierte “para nosotros en madre en el
orden de la gracia” (KG 61). La enseñanza conciliar ha abandonado de hecho los problemas sutiles
y las objetivaciones ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas papales que
se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y existenciales. Por esta línea ha seguido la
investigación, sirviéndose especialmente de la profundización exegética que subraya como María
junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo seno están convocados en
la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus relativas consecuencias, y cómo “en la pasión según
Juan -de tan altos vuelos teológicos- Jesús es el hombre de dolores, que conoce bien lo que es
sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,1). Y paralelamente su madre es la
mujer de dolores... Ella expresa también el modelo de perfecta unión con Jesús hasta la cruz.
Precisamente el estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es una de las tareas más arduas
del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se alegran (Rom 12,15; Jn 2,1: bodas de Caná)
y llorar con los que lloran (Rom 12,15; Jn 19,25: la cruz de Jesús)”.

Esta ejemplaridad de María adquiere nuevos matices de profundización en las reflexiones de un


episcopado como el de Sudamérica: “En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la
creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y
responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su
cooperación libre en la nueva alianza de Cristo, es junto a él protagonista de la historia”. El misterio
de la mater dolorosa, leído en relación con Cristo y con la iglesia, se convierte en experiencia vital
para el cristiano no sólo respecto al conocimiento de la historia salvífica, sino también como fuente
singular de consuelo y de esperanza para su vida cotidiana.

2. La liturgia:
a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria.
En la exhortación apostólica Marianis cultus, Pablo VI, después de destacar la presencia de la
madre en el ciclo anual de los misterios del Hijo y las grandes fiestas marianas, presenta de este
modo la memoria del 15 de septiembre: “Después de estas solemnidades se han de considerar,
sobre todo, las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen
estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como... la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de
septiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para
venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la madre que comparte su dolor”.

El día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la ecclesia celebra la compasión de


aquella que se mantuvo fiel junto a la cruz. Esta memoria tiene un formulario propio (trozos bíblicos
y textos eucológicos) para la celebración eucarística y partes propias para la liturgia de las horas.
El contenido de la colecta nos puede ayudar a captar el significado de esta celebración: el carácter
cristológico de la primer parte (la actio gratiarum) y el eclesilógico de la segunda (la petitio) colocan
inmediatamente la memoria del 15 de septiembre en un horizonte de solidez teológica y de amplia
visión conciliar. “Señor, tú has querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la
cruz”. El comienzo de la oración alaba al Padre y le da gracias, porque en la hora de la redención
quiso que estuviera presente la madre de su Hijo y que participara de su obra. La referencia tan
clara al evangelio de Juan (19, 25; 3,14-15; 8,28; 12,32) da a las breves frases iniciales aquella luz
de resurrección que el evangelista quiso derramar en el relato de la pasión y muerte de Cristo: la
cruz, además de ser instrumento de dolor, es sobre todo un trono de gloria. La madre participa de
esta luz. En efecto, la liturgia del 15 de septiembre imprime un carácter de glorificación al misterio
del dolor de María (aclamación al evangelio; antífona de la comunión; antífona al Ben.; antífona de
vísperas y lectura breve). De esta forma se sintetizan líricamente dos grandes temas de Juan:
la exaltación (3,14-15; 8,28; 12,32) y la hora de Jesús (7,30; 8,20; 12,20-28; 13,1; 16,13-14). La
presencia de María encuentra para los dos temas su lugar debido, el lugar querido por Dios. En la
colecta esta presencia se subraya por el sustantivo mater en relación con el Filius: la hora de la
exaltación en la cruz de Cristo es el punto focal del tríptico “Caná-Calvario-Apocalipsis 12", en
donde aparece con toda claridad el “ser madre” de la Virgen . En Caná (Jn 2,1-11) anticipó como
madre la inauguración del misterio del Hijo, invitándole a realizar el primero de los “signos”: origen
de la fe en los discípulos, a quienes hace reunirse junto con ella y con los hermanos en torno a
Cristo (Jn 2,12). Al mismo tiempo, María hizo anticipar también con este signo, proféticamente,
aquella hora que se mostró en toda su luz cuando el Hijo del hombre reinó desde el madero y
derramó la salvación sobre toda la humanidad. Además, aquella hora, en la que el Hijo prescindió
de su madre (Jn 2,4), la Virgen se reveló como madre de todos, como madre de la iglesia (en este
sentido hay que leer la oración sobre las ofrendas). Y una vez más la madre está junto a Cristo en
la fe, representados simbólicamente en Juan los discípulos y los hermanos. En esta fe contra toda
esperanza experimenta profundamente la Virgen la coparticipación en los sufrimientos del Hijo
(“compatientem”, de “pati-cum”, es el término latino de la “editio typica “ del Misal romano, traducido
a veces impropiamente con “dolorosa”; lo mismo puede decirse para la oración después de la
comunión, en donde “compassionem B. M.V. recolentes” se ha traducido: “al recordar los dolores
de la virgen María”. No sólo como madre está íntimamente unida al dolor de Cristo, sino que, como
ya hemos observado, lo está como creyente bienaventurada que ve vacilar los fundamentos de su
fe con la pasión y la muerte. Al mismo tiempo lucha sufriendo, esperando sólo en aquel que muere.
Surge espontáneamente el recuerdo de Simeón, que había profetizado ya en este sentido: “Una
espada atravesará tu alma” (Lc 2,35, del que encontramos un eco en la antífona inicial de la misa
en el segundo pasaje evangélico ad líbitum, o sea Lc 2,33-35, y en la segunda liturgia de las horas
sacada del Sermones de san Bernardo), y el recuerdo de su vida de fe que la había ido preparando
para esta realidad: admirable expresión de los futuros fieles auténticos, que aun en medio del
sufrimiento esperan únicamente en aquel que murió y resucitó. En Apocalipsis 12 parece estar
clara la referencia a Jn 19,25-27. Por lo que se refiere a la “mujer”, se sabe que los exegetas
andan divididos. Sin embargo, creemos que no está lejos la interpretación que ve en esta “mujer”
tanto a la iglesia como a María : en efecto, “la iglesia y María son entre sí realidades
complementarias, lo mismo que son las dos complementos insustituibles del mismo Cristo”. La
madre del Hijo de Dios participa con él, en la hora de la historia, en la generación dolorosa de
todos los vivientes, derrotando al enemigo del Hijo del hombre y participando en su glorificación por
esta victoria. En este sentido el bíblico “viventium mater” (Gén 3,20) es el título perfecto de la
nueva Eva. Madre espiritual y carnal de Cristo cabeza, madre espiritual de todos los miembros, de
todos los hombres. Esta madre es la primera que ofrece su colaboración personal para completar
la pasión de Cristo en favor de la iglesia, tal como se expresaba la Mystici Córporis refiriéndose a
Col 1,24. Deseo que la liturgia, en la oración después de la comunión, sugiere que se actúe
también parta la asamblea que ha celebrado la memoria de la Dolorosa como fruto final. De esta
forma la madre se convierte para la ecclesia, que sigue luchando aún contra el dragón, esperando
la glorificación final, en signo de una esperanza cierta y en motivo de estímulo.

La petición de la ecclesia es esencial: participar en la pasión de Cristo con aquella que es su


madre y su imagen, anhelando ardientemente llegar como llegó ella a la glorificación final: “Haz
que la iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”.
Estamos en el corazón de la liturgia del 15 de septiembre, la auténtica dimensión cristiana y el
sentido último y denso de la celebración, los mismos motivos que aparecen en el Stábat Mater. Lo
que se vislumbra al comienzo de la colecta encuentra su petición consecuente en su segunda
parte: pasión del Hijo y de la madre (petición de conglorificación). Estas dos peticiones piden lo
esencial para la vida de la iglesia. Respetan su ya y su todavía no. San Pablo nos ayuda a
profundizar en el sentido de estas súplicas. La comunión total con Cristo Señor nos da la garantía
de participar en su vida divina (también la antífonas de laúdes y vísperas). El espíritu que él nos ha
obtenido “da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos,
también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8, 1-17). Cristo quiso
libremente señalar el camino del hombre participando en todo y para todo de la vida humana,
viviendo un período concreto de acontecimientos, alegrías y sufrimientos, viviendo hasta el fondo la
muerte por la vida. La comunión con él, ser coherederos con su persona, como la vivió también la
virgen María, supone asumir, iluminados conscientemente por la fe, la vida de cada día, en donde
el límite propio del hombre, el sufrimiento, es un elemento no accesorio: “Coherederos de Cristo, si
es que padecemos juntamente con él (Rom 8,17). La participación en la pasión tiene dos
perspectivas: personal y comunitaria. Es anhelo por la continua liberación de toda forma de
pecado, de mal, individual y social. El volver a tomar día tras día la propia cruz (Lc 9,39) y aliviar
com-pasivamente la cruz de cualquier hombre que esté en nuestro Camino y la de la humanidad
de que formamos parte (Lc 10,25-37; Jn 13,34). Pero esta pasión no es fin de sí misma, sino que
es para la vida: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere,
produce mucho fruto” (Jn 12,24); y es para la vida sin fin: “Padecemos juntamente con él, para ser
también juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17); “si sufrimos con
él, también con él reinaremos” (2 Tim 2, 11). Se trata de la tensión escatológica hacia la vida de
toda la existencia cristiana. Se trata de la esperanza, que sostiene el ya de la iglesia, mientras
camina hacia el todavía no. Esperanza que se centra esencialmente en la resurrección de Cristo, el
primero de los vivientes (Rom 8, 18-30)

b) Triduo pascual.
Una serena meditación y lectura de la presencia de la Virgen a lo largo del año litúrgico ha llevado
a la constatación de que en el triduo pascual de la liturgia romana la participación de la madre en la
pasión del Hijo, a pesar de ser un elemento intrínseco del misterio que se celebra, no ha sido
explicitada de ninguna forma. Sin embargo, la tradición litúrgica de rito bizantino y de otros ritos
orientales se muestra sensible a esta dimensión celebrativa. En la liturgia propia de la Orden de los
Siervos de María, oficialmente aprobada, se ha encontrado una formo específica que se sitúa
ritualmente después de la adoración de la Cruz el viernes santo. La sobria secuencia ritual que
señala cómo la virgen María está indisolublemente unida a la obra de salvación realizado por su
Hijo, fiel y fuerte hasta la cruz, madre de todos los hombres, modelo de la iglesia, está compuesta
de una admonición a la que siguen unos momentos de oración en silencio y el canto de algunas
estrofas del Stábat Mater u otro canto debidamente escogido. En el corazón de la celebración del
misterio pascual se pone de relieve discretamente la primera participación de la humanidad en la
pasión redentora: como para la encarnación, también para la redención, en el sentido de Col 11,24.

c) Ejercicios piadosos.
1) Inspirándose probablemente en el uso de rezar el rosario, se difundió en el s. XVII la Corona de
la Dolorosa, mejor llamada inicialmente de los Siete Dolores. En una de las primeras ediciones
impresas, dicha Corona se compone de elementos rituales que se mantendrán esencialmente en
vigor incluso en nuestros días: introducción; enunciación de un dolor, un Padrenuestro-
siete Avemarías “en veneración de las lágrimas que derramó la Virgen de los dolores”, finalmente
una parte del Stábat Mater (más tarde se recitó completo) con una oración para terminar.

2) La Via Matris dolorosae. Para facilitar el modo de meditar los dolores de María, de forma
análoga al Vía Crucis, este piados ejercicio recuerda a la mater dolorosa pasando de una estación
a otra, en la que se representa cada uno de los siete dolores principales. Su origen parece
remontarse al s. XVIII y se practicó inicialmente y en particular en las iglesias de los Siervos de
María de España. Uno de los primeros testimonios escritos, conservados hasta hoy, donde se
refiere el método para celebrar la Via Matris, se remonta a 1842. Normalmente este piadoso
ejercicio se practica los viernes de cuaresma. Desde 1937 hasta los años sesenta, bajo la forma de
novena perpetua, adquirió una importancia muy amplia en Chicago y en las dos Américas.
3) La Desolada. También este piadoso ejercicio se desarrolló en el s. XVIII. Nació de la
consideración, en cierto modo pietista, de que María vivió el colmo de su dolor durante la sepultura
de su Hijo; en este período ella se vio realmente “desolada”; por eso, para “com-padecer-la”
algunos estaban en oración desde el atardecer del viernes santo hasta las dieciséis del sábado
santo, así como todos los viernes del año.

d) Religiosidad popular.
La imagen de la madre vestida de negro manto es una presencia casi constante en las tradiciones
populares que veneran a la Dolora, desde el comienzo de la devoción hasta nuestros días. Sin
embargo, no es fácil encontrar una documentación exhaustiva que permita recoger las diversas
formas con que la religiosidad popular, entendida en el sentido más amplio del término, ha
expresado y sigue expresando su devoción a la mater dolorosa. No cabe duda de que en occidente
la devoción a la Dolorosa, antes de encontrar su codificación litúrgica o en los oficios “de
compassione” (desde el s. XV) o en las misas (desde comienzos del s. XV), encuentra un favor
especial en las expresiones populares. La figura de madre enlutada sigue estando esencialmente
ligada a otra imagen pedagógicamente hegemónica, a su stare recogido, inmóvil y mudo del
evangelio de Juan o al contemplar velado en lágrimas de Stábat. Lo mismo podemos decir de las
formas religiosas que se desarrollaron después del concilio de Trento, especialmente de las
procesiones dramáticas y escenificaciones presentes sobre todo, aunque no sólo, en el sur de la
península italiana y en España. Probablemente hoy estas formas, no siempre administradas
directamente por la comunidad cristiana, son las únicas expresiones periódicas que nos quedan de
la religiosidad popular en que directa o indirectamente se expresa la devoción a la Dolorosa.

III. Nota histórica.


Muy recientemente todavía el editor de la Bibliografía mariana, G. Besutti, señalaba: “La historia de
la piedad cristiana con la virgen María, que padece con su Hijo al pie de la cruz, no ha sido escrita
aún por completo de forma que comprenda no sólo al oriente, sino a todas las regiones de
occidente. Hay muchos aspectos, incluso importantes, que están más o menos diseminados por
todas partes y que, si no se han ignorado, al menos no han sido valorados debidamente”. Y en
este contexto refiere cómo en Herford (Paderborn) se fundó en 1011 un oratorio dedicado a “S.
Mariae ad Crucem”. Esta cita revela cierto interés, en cuanto que de alguna manera confirma las
observaciones de Wilmart: hay que poner antes del s. XII el nacimiento de esa corriente piadosa
que se inspira en la meditación compasión de María al pie de la cruz. Sin embargo, todavía queda
por precisar los tiempos y los lugares en que maduraron las reflexiones de los primeros padres de
oriente y de occidente, las intuiciones poéticas y homiléticas, en concreto bizantina (por ej.,
Romanos Melodas, , que fueron poniendo progresivamente en relación la espada profetizada de
Simeón con la compasión de la Virgen y su participación en la pasión redentora del Hijo.

A lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Dolorosa, precisándose a comienzos del s. XIV
como devoción a los Siete dolores. Pero “el primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta
litúrgica del dolor de María proviene de una iglesia local”; en efecto, el 22 de abril de 1423 un
decreto del concilio provincial de Colonia introducía en aquella región la fiesta de la Dolorosa en
reparación por los sacrílegos ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del
crucificado y de la Virgen al pie de la cruz. La fiesta llevaba por título “Commemmoratio angustiae
et doloribus Betae Mariae Virginis”, según el tenor del decreto conciliar, que decía: “... Ordenamos
y establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la bienaventurada Virgen
María se celebre todos los años el viernes después de la domínica Jubilate (tercer domingo
después de pascua), a no ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al
viernes próximo siguiente”.

En 1482 Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal romano, con el título de Nuestra Señora de la
Piedad, un misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la cruz. Posteriormente
esa fiesta se difundió por occidente con diversas denominaciones y fechas distintas. Además de la
denominación establecida por el concilio de Colonia y la que se fijaba en la misa de Sixto IV, era
llamada también: “De transfixione seu martyrio cordis Beatae Mariae”, “De compassione Beatae
Mariae Virginis”, “De lamentatione Mariae”, “De planctu Beatae Mariae”, “De spasmo atque
dolorigus Mariae”, “De septem doloribus Beatae Mariae Virginis”, etc.

Mientras tanto, el 9 de junio de 1668 se les concedián a los Siervos de María la facultad de
celebrar el tercer domingo de septiembre la “Missa de septem doloribus B.M.V.” con un formulario
que se deduce que es muy parecido al de 1482. Esta misma es la que, con algunas ligeras
modificaciones, se recoge en el Misal de Pío V el viernes de pasión. En realidad, la fiesta del
viernes de pasión, concedida el 18 de agosto de 1714 a la Orden de los Siervos, se extendió, por
petición de la misma orden, a toda la iglesia latina bajo el pontificado de Benedicto XIII (22 de abril
de 1727). Además, Pío VII, el 18 de septiembre de 1814 extendió al tercer domingo de septiembre
la fiesta de los Siete dolores con los formularios para el oficio divino y para la misa que ya estaban
en uso entre los Siervos de María. Finalmente, con la reforma de Pío X, ante el deseo de realzar el
valor de los domingos, esta fiesta quedó fijada el 15 de septiembre, fecha que estaba ya en uso en
el rito ambrosiano, que por no tener la octava de la Natividad de la Virgen, celebró siempre ese día
los dolores de María.

La fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las rúbricas de 1960 a una simple
conmemoración. El nuevo calendario promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo
de pasión y redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de septiembre bajo el
nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los Dolores”.

IV. Conclusión.
La historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce igualmente de estas
notas, parece trazar una línea curva que alcanza su apogeo en los períodos de codificación
litúrgica. La ósmosis entre lo popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es
posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de devoción hacia la mater
dolorosa. Precisamente cuando la ósmosis es mayor es cuando la intensidad aparece más
profunda. Pero es preciso subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s. XX,
ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide con la “cualidad” de la meditación
sobre el misterio del dolor de santa María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la
salvación; no se contempla ni se venera a la mater dolorosa solamente para participar
conscientemente, en cuanto personas particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su
resurrección, sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia, inspire a
los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas cruces de los hombres para poner allí
aliento, presencia liberadora y cooperación redentora. Además, la Dolorosa puede recordad a los
hombres de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las cosas, que la
confrontación con la palabra de la verdad y su manifestación pasa ciertamente por la experiencia
de la espada (Lc 2,35; 14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el alma,
pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión renovada (Jn 19, 25-27), que va
más allá de la carne y de la sangre y de la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1,
13).

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