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Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente.

PARTE I
en el siguiente vínculo:
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CAPÍTULO 8
La Expasión Colonial del Capitalismo desde Europa Occidental

A partir del siglo XV, centuria que marca la declinación de la sociedad feudal en Europa Occidental, el
capitalismo mercantil que había comenzado a emerger en dicha región buscaba vías alternas a las
mediterráneas para mantener el comercio con la India y China, las cuales habían sido cerradas por la expansión
del Imperio Turco. A tales fines, naciones como España y Portugal iniciaron un programa de viajes de
exploración en el océano Atlántico que culminó en el reconocimiento de las costas de África para llegar hasta la
India y el descubrimiento casual en 1492 de la ruta que llevaba hasta el continente americano.

El viaje de exploración oceánica emprendido por Cristóbal Colón en 1492 reveló a las naciones europeas la
existencia de una humanidad distinta a la que ya era conocida en Europa, Asia y África. Este evento, quizás uno
de los más importantes en la historia universal, transformó en el largo plazo las bases de la civilización
mundial. Las naciones europeas de entonces actuaron directamente, como fue el caso de España, o
indirectamente, como lo hicieron Inglaterra, Holanda y Francia para tratar de construirse una América que
sirviese a sus propósitos. Según Wallerstein (1974) y Braudel (1992 II: 269-270), durante el período 1500-1640,
el núcleo duro de países de Europa occidental consolidó una estructura económica basada en la utilización del
trabajo asalariado en la agricultura, la ganadería y la industria. Como contraparte, en la periferia del capitalismo
emergente, en ciertas regiones como Europa Oriental y Nuestramerica, se revirtió a una forma económica post-
feudal o “enfeudada” (Brito Figueroa, 1978: 328-355), basada en el uso del trabajo forzado, servil o esclavista
para la producción de materias primas como el oro y la plata, melazas, tabaco, cacao, cereales, etc., en tanto que
la Europa meridional devenía un espacio de transición para la circulación de dichos bienes hacia el núcleo
capitalista duro de los países europeos occidentales.

Nuestramérica es un continente inmenso, habitado todavía para el siglo XVI por poblaciones amerindias que
representaban diversos niveles de desarrollo sociohistórico, desde bandas de recolectores cazadores, pasando
por sociedades tribales aldeanas, cacicazgos y complejos señoríos, hasta llegar a los enormes imperios Inca y
Azteca. En el caso de Nuestramérica, el proceso de conquista y colonización le reportó al Imperio Español el
control precario de un territorio de aproximadamente tres millones de km2., con una población
comparativamente escasa, mientras que la extensión del territorio metropolitano a duras penas podía llegar a
alcanzar las dimensiones de una de las pequeñas provincias del imperio ultramarino. La tarea de construir dicho
imperio requería de estrictos sistemas de control de la fuerza de trabajo, por lo cual España revirtió a la
utilización de modos de trabajo sincréticos donde se combinaban las antiguas formas del esclavismo y el
servaje—o trabajo servil—que habían caracterizado al mundo antiguo y al mundo medieval, dentro de una
forma socioeconómica híbrida de capitalismo mercantil que podríamos quizás llamar “postfeudal”, la cual
respondía a la necesidad de combinar las condiciones locales de producción y los intereses derivados del
mercado mundial (Stern, 1986).

Durante el proceso de colonización, la pequeña población española que emigró a Nuestramérica a partir del
siglo XVI se fundió étnica y culturalmente con los pueblos amerindios y de origen africano, dando lugar a una
sociedad mestiza inédita, que ya para inicios del siglo XVII había comenzado a trillar caminos históricos
alternativos a las tradiciones hispana, amerindia y africana originarias, procesos que dembocaron finalmente a
inicios del siglo XIX en los diversos procesos de emancipación política de la metropolis colonial española.

La expansión geográfica del capitalismo mercantil fuera de Europa Occidental se tradujo en la conquista,
subordinación y sojuzgamiento de poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autónomas. La
expansión de la formación capitalista determinó simultaneamente el desarrollo de una compleja relación
colonial entre los nuevos imperios que se estaban formando en Europa Occidental tras el colapso de la sociedad
feudal y su novedosa e inmensa periferia integrada por América, Asia, África y Oceanía.

Los pueblos americanos conquistados y colonizados, particularmente los de Mesoamérica, Suramérica y el


Caribe, proporcionaron a aquellos imperios materias primas que los europeos e incluso los asiáticos no poseían
o no poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan los metales preciosos como el oro y la plata,
las piedras preciosas y las perlas, recursos sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza de las
naciones e imperios de Europa e incluso de Asia (Britto García, 2009 I: 97-101)..

El sistema capitalista se internacionalizó, extendió y perfeccionó durante esta fase expansiva que se inició en el
siglo XVI, mediante el desarrollo de métodos políticos adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los
pueblos indígenas que habitaban su periferia, tales como la implementación de la esclavitud y el trabajo forzado
o enfeudado. El sistema abordó esta nueva realidad histórica a través de cuatro conceptos: el colonialismo
global, el eurocenterismo, el capitalismo y la modernidad. La empresa de conquista, que tuvo originalmente un
cierto carácter público con la participación de los reinos de España y Portugal, fue desde sus mismos
inicios una empresa de carácter mixto y, finalmente, movida por intereses comerciales privados. La corona
española gestionó dicho proceso a través de capitulaciones o licencias donde se establecían las obligaciones
contractuales entre las partes, así como las modalidades para la distribución de los beneficios económicos
derivados de aquellas entre el empresario capitulante o Adelantado que se asumía como funcionario del Estado
y el Rey (Medina Rubio, 1997:47-48).

Durante el período 1500-1640, mientras se consolidaban las bases del sistema capitalista en Europa Occidental
bajo aquel convenimiento empresarial, las sociedades originarias américanas que sobrevivieron el Holocausto
de la conquista española fueron encuadradas dentro de la forma económica postfeudal o “enfeudada” de
dominación lo que reflejaba la rusticidad ideológica de sus conquistadores. La consolidación del sistema
colonial y su proyecto de modernización sólo fue posible a costa del genocidio y el exterminio de los indígenas,
bajo el pretexto que eran salvajes. Para justificar y lavar la huella sangrienta de ese genocidio, la ideología
civilizatoria y la historiografía liberal conservadora le asignaron a las sociedades indígenas un lugar negativo en
la construcción de la nueva sociedad americana, considerándolas como parte de un pasado cancelado, pueblos
sin historia y sin proyección hacia el presente ni el futuro (Sanoja y Vargas Arenas,, 2005: 6: Vargas Arenas,
2007: 147-153).

Durante el proceso de colonización, los pueblos originarios también “colonizaron” y asimilaron culturalmente a
los españoles indianos, ya que la conquista y la colonización española no se hizo sobre un territorio despoblado,
puesto que había estado ocupado durante miles de años. Los procesos de colonización y conquista supusieron
también un violento cambio en la calidad humana y cultural, así como la ambiental del territorio y afectaron de
manera fundamental a la población aborigen venezolana. La dinámica de la producción del espacio territorial y
de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad colonial venezolana estuvo signada, desde el siglo
XVI, por un proceso de acumulación dominado por el capital comercial que propició y consolidó las relaciones
de dependencia coloniales.

La Formación Geohistórica de la Nación Venezolana

La teoría de la Geohistoria parte de una concepción geográfica que concibe el espacio como producto concreto
de la acción de los grupos humanos sobre su entorno natural, para su propia conservación y reproducción dentro
de condiciones históricas determinadas. De esta manera, define un objeto de trabajo para cuyo estudio se
integran a su vez diversos otros campos de conocimientos: la antropología, la sociología, la historia, la
geografía y la economía. La geohistoria conforma un espacio de análisis que estudia la reproducción de la
sociedad en unidades territoriales concretas en las cuales, mediante el aprovechamiento de los recursos
naturales, los seres humanos aseguran su existencia, su reproducción biológica y social (Tovar, 1986: 54-
55; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a: 13.15).
La noción de región geohistórica connota la delimitación de un espacio de vida de las sociedades en su devenir,
de un espacio geográfico producido y definido por el uso que del mismo hiciesen anteriormente grupos
territoriales históricamente diferenciados (Vargas Arenas,, 1990; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a). En este
sentido, para el año 1499, cuando Cristóbal Colón arribó a las costas de Paria, el territorio de la actual
Venezuela estaba dividido en siete grandes regiones geohistóricas aborígenes, formadas por el trabajo social
invertido por las sociedades originarias durante milenios para la creación de diversos paisajes culturales. En
algunas regiones, según cuál fuese el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas, las comunidades
aborígenes introdujeron modificaciones mínimas al entorno natural; en otros casos crearon verdaderos paisajes
humanizados a la medida de sus necesidades sociales.

Los administradores coloniales de la Corona española organizaron políticamente el territorio venezolano de


acuerdo con aquellas regiones geohistóricas originarias, producto de la dinámica social de las etnias antiguas
venezolanas, las cuales constituyeron el basamento de la división territorial en provincias que que caracterizó a
la Capitanía General de Venezuela en el siglo XVIII y, posteriormente, a la regionalización administrativa
republicana de finales del siglo XIX. Para el siglo XVI, las regiones geohistóricas aborígenes que conformaban
el actual territorio de la nación venezolana (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 15; 2007c:115-119)
podrían ubicarse como sigue:

1) La Cuenca del lago de Maracaibo


2) La Región Andina
3) El Noroeste
4) Los Llanos Altos Occidentales
5) La Región Centro-costera (valle de Caracas, valles de Aragua, Carabobo y Miranda, la cuenca del lago de
Valencia, la región nor-litoral y las islas vecinas)
6) La Región Oriental, dividida, a su vez, en dos grandes subregiones:
a) La Cuenca del Orinoco o territorio Guayana-Amazonas
b) El Noreste o región de Paria

A partir del siglo XVI, el régimen administrativo colonial español reconoció empíricamente la validez de
aquella delimitación territorial de las regiones geohistóricas aborígenes, las cuales reflejaban la diversidad
étnica y cultural de nuestras poblaciones indígenas, así como los diferentes niveles de desarrollo en sus fuerzas
productivas alcanzados para el siglo XVI. Dichas regiones constituyeron el fundamento de los posteriores
ordenamientos territoriales en provincias, alterando y resemantizando al mismo tiempo sus contenidos étnicos,
políticos, económicos y territoriales mediante la institución de un nuevo régimen de propiedad que desposeía
de la tierra a los sujetos indígenas que habían sido sus antiguos poseedores.

La administración metropolitana trató de organizar y comprender el complejo mundo geosocial que percibían
empíricamente los Cronistas de Indias y los funcionarios coloniales. Tal fue el caso de la Gobernación de
Venezuela. En el occidente de Venezuela, las relaciones culturales con las etnias que habitaban la Nueva
Granada eran más que evidentes. En el oriente, desde por lo menos 3000 antes de Cristo, grupos de recolectores
y pescadores que habitaban para entonces Paria, Araya y Trinidad habían establecido los itinerarios
de navegación entre la Tierra Firme y el Caribe Insular, iniciando una época de descubrimientos geográficos y
el consecuente movimiento de pueblos e ideas que habrían de modelar la futura macroregión geohistórica del
Caribe Oriental. Para.el siglo XIII de la era, los pueblos caribes ejercían el control de la región centro-orietntal
de Venezuela y, en general, de toda la macroregión. Dadas las relaciones culturales existentes se preguntaría
quizás la administración colonial si convendría, entonces, formar una región administrativa venezolana
dependiente de la Audiencia de Bogotá y otra dependiente de la Audiencia de Santo Domingo, como
efectivamente ocurrió y crear un sistema administrativo colonial calcado sobre las bases de la organización
geohistórica aborigen.
Por las razones ya expuestas, el proceso de estructuración del actual territorio nacional fue lento y complicado.
La Gobernación de Venezuela, que no abarcaba todo el actual territorio de la República, quedó constituida por
Real Cédula del 20 de Noviembre de 1530. Posteriormente, por otra Real Cédula del 25 de Septiembre de
1728, dicha gobernación devino en la Provincia de Caracas. Las diferentes provincias venezolanas dependíeron,
de manera alternativa, jurìdica, económica y políticamente de la Audiencia de Santo Domingo o del Virreynato
de la Nueva Granada, hasta que las autoridades coloniales comprendieron que las poblaciones del vasto
territorio que llamaban Venezuela formaban una totalidad geohistórica relacionada, pero orgánicamente
diferente a la de Nueva Granada y a las Antillas. Por esas razones, el 8 de Septiembre de 1777, una Real
Cédula de Carlos III creó la Capitanía General de Venezuela, integrada por las provincias de Cumanà,
Guayana, Maracaibo e islas de Trinidad y Margarita. Finalmente, a partir del 19 de Abril de 1810, se crearon
las provincias de Caracas, Barinas, Cumaná, Barcelona, Mérida, Trujillo, Margarita, Coro, Maracaibo y
Guayana, ordenamiento territorial que se recorta con el de las regiones geohistóricas precoloniales venezolanas
(Rosemblat, 1956: 42).

La destrucción de los paisajes y sistemas agrarios originarios.

El proceso de conquista y colonización de nuestro territorio para imponer el orden colonial imperial fue el
holocausto de nuestras sociedades originarias. Significó un violento cambio en la calidad ambiental, humana y
cultural del territorio y la población aborigen venezolana al propiciar la desaparición de los antiguos paisajes
culturales y agrarios aborígenes, de bancos de ostras perlíferas y de especies zoológicas como sucedió con la
tortuga Arrau en el Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas Arenas 2005: 42-44). Es por esta razón que la base material
y tecnológica de la agricultura precolonial luce disminuida y empobrecida en el registro histórico colonial,
ocultando también la hermenéutica agraria que permitió a dichas poblaciones subsistir, reproducirse y crecer a
lo largo de numerosos milenios (Sanaoja y Vargas-Arenas 2007:119-124). Los diversos desarrollos de las
fuerzas productivas incidieron ciertamente en el rendimiento y complejidad del producto agrario, generándose
así un proceso desigual y combinado entre las poblaciones de las diferentes regiones geohistóricas .

En aquellas poblaciones aborígenes, cuya economía era en su mayor parte de carácter subsistencial, las
comunidades ejercieron una actividad transformadora del ambiente de baja intensidad, limitándose
principalmente a la modificación del ecosistema vegetal para implantar sus campos de cultivo o la construcción
de montículos agrícolas, concentrando sus aldeas y campos de cultivo en determinados lugares donde la tierra
era rica en materia orgánica. En las sociedades políticamente complejas, como las del noroeste de Venezuela y
la región andina, éstas invirtieron una gran cantidad de trabajo social en la modificaciòn de las pendientes para
construir andenes, terrazas de cultivo, canales para captar y orientar las aguas de escorrentía, estanques
artificiales para almacenar el agua ùtil y sistemas de acequias para irrigar por gravedad los campos de cultivo.
En otros casos, como en los llanos altos occidentales, la construcción de sistemas de calzadas tuvo por objeto
facilitar la circulación a través de las llanuras inundadas, al mismo tiempo que servir de diques de contención y
canalización de las aguas de inundación. Así mismo, se construyeron extensos campos de camellones
artificiales, que permitían cultivar en las zonas de inundación, manteniendo las raíces de las plantas en suelo
húmedo, pero lejos del nivel de las aguas, generando un sistema técnico similar al que se conoce como
hidroponía.

La agricultura precolonial indígena era un sistema tecnológico integral, económico y social para la producción
agrícola, una empresa colectiva emprendida por las comunidades aborígenes para hacer de aquella el
fundamento de la colonización de los espacios naturales y la creación de los paisajes agrarios de producción
(Sanoja, 1997). En este sentido, la agricultura precolonial indígena produjo a la sociedad colonial un legado
alimenticio de extraordinaria riqueza, integrado por granos, leguminosas, amarantáceas, hortalizas, tubérculos y
raíces, fibras vegetales, maderas, resinas y aceites, nueces y frutas, cuya producción formaba parte de sistemas
agrarios basados unos en la agricultura de regadío y otros en la horticultura de roza y quema, los cuales
constituyeron el fundamento de la vida social venezolana desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX.
En regiones como Paria, al noreste de Venezuela, en sólo tres años del proceso de conquista y colonización se
produjo un deterioro profundo de las comunidades aborígenes debido, principalmente, a la intensidad del
comercio de esclavos indígenas que practicaban los expoliadores de los placeres de perlas de Cubagua, así
como de los placeres de perlas mismos debido a su explotación irracional. De la misma manera, según la
información que aporta la arqueología, el proceso de consolidación del poblado de Santo Tomé de Guayana,
capital de la Povincia de Guayana, que se fundamentó en la caza indiscriminada de decenas de miles de
quelonios acuáticos, ocasionó entre 1595 y 1700 la virtual extinción de la tortuga Arrau (Pocdonemis expansa)
en el Bajo Orinoco (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2002, 2005: 42-44; 2007b: 167; Vargas Arenas, 1981). La
contracción paisajista generalizada y el deterioro demográfico que ocurrió en el territorio venezolano durante
las primeras décadas del siglo XVI y durante todo el siglo XVII tuvo por causa, pues, tanto la extracción
indiscriminada de recursos silvícolas y faunísticos para la alimentación, como la captura forzada de la fuerza de
trabajo indígena como mercancía para el mercado esclavista (Cunill Grau, 1997:139-145).

El impacto de la colonización española sobre la base material a partir de la cual se producía y reproducía la vida
social y económica de la sociedad indohispana no ha sido evaluado todavía en profundidad. Sin embargo, es
evidente que los cambios inducidos en el paisaje natural y cultural de las diferentes regiones geohistóricas por la
intervención colonizadora a partir del siglo XVI terminaron por crear, a su vez, un paisaje “criollo”, el elemento
contingente que le daría su especificidad a la producción sociocultural del espacio social urbano o agrario:

“...La larga permanencia del poblamiento prehispánico entre los siglos XVI al XVIII culminó en un paisaje
criollo, fruto de la mestización entre elementos étnicos, culturales y de la biodiversidad de proveniencia
española, indígena y africana (...) que empequeñecerían cualquier comparación con los homogéneos paisajes
del Viejo Mundo...” (Cunill Grau, 1997: 153).

En regiones geohistóricas como la del Noroeste de Venezuela, los primeros conquistadores y colonizadores
españoles no tuvieron que desbrozar territorios vírgenes. Por el contrario, se asentaron en espacios geosociales
que habían sido producidos, poblados y trabajados desde hacía miles de años por poblaciones aborígenes
agroalfareras sedentarias. Los paisajes urbanos o rurales que se produjeron con la colonización española,
adoptaron los sistemas constructivos de la vivienda aborigen, utilizando materiales autóctonos como el
bahareque, la guadua, los cogollos de palma, las cuerdas trenzadas con fibras de sisal, y el mobiliario
correspondiente: hamacas, chinchorros, esteras de enea, vasijas culinarias de barro, “turas” o asientos de
madera, trojas y soberados para guardar alimentos, fogones con topias, etc. (Sanoja, 1991; Wagner, 1991).

Los paisajes agrarios producidos por los aborígenes venezolanos legaron a la nueva sociedad indohispana
tradiciones alimenticias y culinarias que mantienen todavía su vigencia en la sociedad venezolana
contemporánea: la utilización sostenida de las papas (Solanum tuberosa), la yuca (Manihot esculenta Crantz),
las caraotas (Phaseolus vulgaris Lobel), los frijoles (Phaseolus lunatus L., Sp.), el ají (Capsicum.Sp.), la piña
(Ananas sativus), la guanábana (Annona muricata), el mamey (Mammea americana), el hicaco, el mamón
(Melicocca bijuga), la parchita (Passiflora sp.), el zapote (Calocarpum mammosum), la uva de playa
(Coccoloba uvifera), el aguacate (Persea americana), la batata (Ipomea batata), el mapuey
(Dioscorea triphylla), el ocumo (Xanthsosoma sagittifolium), el apio (Arracacha arracacha), la auyama
(Cucurbita máxima), la cuiba (Oxalis tuberosa), la lechosa o papaya (Carica papaya), el merey (Annacardium
occidentalis), el cacao (Theobroma cacao), el tabaco (Nicotiana tabacum), el onoto (Bixa orellana), el caucho
(Mimusops sp.), etc., así como alimentos culturalmente producidos como la arepa, el cazabe, la cachapa, la
hallaquita, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 199; Sanoja y Vargas Arenas, 2007c: 121). Materias primas
como el algodón, el sisal y las fibras de hojas palma, entre otras, aunadas a los saberes y conocimientos que
tenían los aborígenes sobre el tejido de telas, el trenzado de cuerdas, y similares, contribuyeron de manera
importante a posibilitar la manufactura de vestidos y las faenas de la vida cotidiana (Sanoja, 1988, 1991;
Wagner, 1991).

Otros componentes del paisaje rural aborigen, tales como los sistemas artificiales de regadío, el cultivo en
terrazas, los sistemas de almacenamiento del agua, las calzadas y los campos elevados de cultivo o camellones
que protegían de las inundaciones a los campos cultivados del suroeste de Venezuela, siguieron en uso en
ciertas regiones geohistóricas hasta el siglo XVIII, y en otras, como la región andina venezolana, continúan
siendo hoy día parte integrante de los paisajes agrarios contemporáneos. Otros paisajes cuasi urbanos, tales
como los extensos poblados de casas de piedra construidas sobre plataformas del mismo material, sobrevivieron
en la región andina hasta bien entrado el siglo XX (Denevan y Zucchi, 1978; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999a:
63; 85-89; Cunill Grau, 1997: 141).

La Construcción de los Modos de vida Coloniales

El carácter contingente del materiel cultural originario a partir del cual se comenzó a construir la sociedad y la
cultura venezolanas determinó, desde el siglo XVI, la existencia de variaciones regionales significativas dentro
de la naciente cultura indohispana (Vargas Arenas,, 2002). El aporte más notable de los españoles a la
construcción de esa nueva cultura sincrética fue la lengua castellana, la cual habría de devenir posteriormente en
el español de Venezuela (Álvarez et alíi, 1992: 19-21, 91), con sus diferentes variantes dialectales habladas por
los pueblos de las varias regiones geo-históricas, la lengua común facilitó la relación y la comunicación entre
aborígenes y españoles y sus descendientes criollos, así como entre éstos y los mestizos (mulatos, zambos). Para
el año 1800, sobre la base de una población total de 898.043 habitantes los blancos peninsulares, canarios y
blancos criollos constituían el 20.3%, los llamádos pardos (mulatos, zambos, negros libres, manumisos o
cimarrones) el 61.3% y los indios (tributarios o libres), el 18.4%, de la población total de la Gobernación de
Venezuela. A ellos se agregaban 58.000 esclavos negros o mulatos que representaban el 5,9% de la dicha
población (Brito Figueroa 1973-I: 160-161; Cunill Grau, 1988: 138-139, 1997).

A través del lenguaje compartido fue posible la implantación del código de normas que habrían de regir la vida
cotidiana doméstica y la cotidiana pública de la nueva sociedad. Aunque inspiradas en la legislación del Estado
metropolitano y en las leyes ad-hocpromulgadas por la Corona para las colonias de ultramar, instituciones
deliberantes como los Cabildos, que funcionaban en verdad como la expresión de los gobiernos
provinciales, interpretaban la aplicación de las leyes, las cédulas y los decretos reales, creando una
jurisprudencia adecuada a la solución de los problemas locales. Las normas de urbanismo, las disposiciones que
regulaban la producción, la distribución y el comercio de los bienes y materias primas, la práctica de la religión
católica, de los códigos éticos y estéticos que sancionaban la moral, la educación, el arte y las artesanías, la vida
familiar, el tipo de relación que debía existir entre los diversos componentes étnicos de la población y los
privilegios, deberes y derechos que tenía cada uno de ellos, la institucionalización del patriarcado, entre muchos
otros, fueron conformando la superestructura ideológica de la nación, la cultura nacional y los procesos de
identificación con ella, trasunto de la variedad cultural regional. Todo ello fue posible gracias a la existencia del
español venezolano como lengua común o vehicular, hablada por los diferentes componentes étnicos de nuestra
población.

La imposición de la sociedad clasista

Para construir el nuevo modo de vida colonial venezolano fue necesaria la imposición de una estructura clasista
sobre las sociedades aborígenes comunitarias que poblaron el territorio venezolano hasta el siglo XVI, tema
tratado por historiadores marxistas venezolanos como Brito Figueroa (1973-I: 21-59), pero enfocado
generalmente desde una perspectiva limitada generalmente a fuentes escritas, las cuales califican a todas las
comunidades indígenas que poblaban nuestro territorio para el siglo XVI como “comunidades primitivas”,
“preagrícolas”, “sin producción de plusproductos”, “áreas totalmente deshabitadas”, conceptos que se
contradicen con los resultados que aportan las investigaciones arqueológicas de los últimos treinta años.

Para el siglo XV, como ya se ha expuesto, el actual territorio venezolano se hallaba poblado por etnias
indígenas muy diversas no sólo en su lengua, tradiciones culturales y territorios ocupados, sino también en el
grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y en la calidad de las relaciones sociales de producción (Sanoja y
Vargas Arenas, 1999ª: 11). Las diversas formaciones sociales originarias se expresaron en variados modos de
vivir que reflejaban diferentes calidades en las relaciones sociales y en las particulares transformaciones
realizadas sobre la Naturaleza mediante el trabajo social. Las relaciones sociales en los diversos grupos que
estaban regidas por el parentesco, eran en unos casos igualitarias y en otras desiguales, de subordinación o
de formas tribales productoras de alimento, reflejando las diferentes fases del modo de producción tribal o
productor (Vargas Arenas, 1989, 1990; Sanoja, 1993) y la dinámica de la contradicción entre el grado de
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción aunque otros tipos de relaciones
sociales fueron igualmente importantes.

El carácter particular de las formas tribales condicionó, por una parte, las mismas formas de que adoptó la
conquista y, por otra, el proceso colonizador en general. Para el momento de la conquista la región costera,
incluyendo los valles intermontanos de la Cordillera de la Costa o Andes Marítimos, la región andina, las
regiones del noroeste y el noreste y los llanos altos occidentales estaban ocupados por poblaciones mayormente
integradas bajo la forma de cacicazgos, es decir, sociedades estratificadas en rangos caracterizadas, en
general, por la existencia de relaciones de poder dentro de ciertos linajes, basadas en el mayor desarrollo de las
fuerzas productivas en sus aldeas centrales, lo que les permitió integrar a sus territorios grupos igualitarios con
los cuales mantenían bien relaciones amistosas de complementación económica, o bien relaciones políticas de
sometimiento.

Los grupos cacicales se caracterizaban, además, por poseer y manejar tecnologías especializadas, gracias a la
separación –en ciernes- del trabajo manual del productor (a) secundario de la del trabajador (a) primario,
desarrollo de redes de intercambio a grandes distancias para la obtención de materias primas alóctonas,
inversión de trabajo social para la realización de obras de interés público, creación de un “capital” comunal
agrario, estructura social piramidal y un consumo asimétrico de bienes y alimentos, entre otros rasgos.

El resto del actual territorio venezolano, especialmente en las zonas bajas, estaba ocupado por grupos tribales
de carácter igualitario, cuya produccción de alimentos era básicamente subsistencial, con una limitada
plusproducción, centralización de la fuerza de trabajo en la unidad doméstica de producción, auntarquía en lo
económico, ausencia de diferencias entre productores (as) primarios y el consumidor (a), formas de liderazgo
eventual referidas a situaciones específicas como la guerra, persistencia de formas apropiadoras de alimentos y
de bienes naturales, entre otros rasgos. Se observan igualmente enclaves de grupos apropiadores, cazadores-
recolectores-pescadores en la costa noroccidental del lago de Maracaibo, el Alto y Medio Orinoco, el delta del
Orinoco y en los llanos de la región centro-sur.

La inversión de trabajo social sobre el objeto de trabajo, el ambiente, variaba de un cacicazgo a otro, así como
también la capacidad real que tenía cada cacicazgo para someter a otras poblaciones. Este hecho tuvo
importantes repercusiones en el proceso de conquista así como en la estructuración de la sociedad colonial, ya
que formas de producción tribales, así como muchos procesos de trabajo y relaciones sociales persisten y se
integran en esta sociedad como formas secundarias. Gracias a tales procesos de trabajo fue como lograron los
españoles estructurar el proceso productivo de la sociedad colonial, sobre todo en su fase inicial o indohispana,
durante los dos primeros siglos.

En lo que se refiere a la conquista podemos observar que allí donde la sociedad tribal productora se expresó en
modos de vida igualitarios, la conquista fue lenta y difícil para los conquistadores, violenta, sangrienta y
etnocida para los indígenas. La sociedad igualitaria era totalmente incompatible con la clasista de los europeos;
en consecuencia, las comunidades indígenas igualitarias se opusieron tenazmente a los opresores en
una pretendida guerra tribal como a las que estaban acostumbradas. Pero en aquellos casos donde la la sociedad
tribal productora se expresaba en modos de vida jerárquicos, como eran las formaciones cacicales, se facilitó la
conquista y la posterior implantación de la sociedad colonial. Los pueblos indígenas estructurados en
cacicazgos presentaban niveles más altos de sedentarización que los grupos que las tribus igualitarias; en
consecuencia, existía una mayor concentración de fuerza de trabajo y delimitación Geogr.fica del territorio
tribal. Dentro de esta formación existía también una estructura social piramidal más cónsona con la sociedad de
clases europea. Para el conquistador el enemigo igualitario era elusivo, disperso, anárquico, disgregado en
comunidades semipermanentes sobre un territorio poco definido. El enemigo integrado en los cacicazgos era, de
alguna manera, más predecible, concentrado y ya sometido. Es por ello que la conquista de los grupos
igualitarios supuso en muchos casos la aniquilación física de grandes contingentes de personas, mientras que la
de los grupos jerárquicos permitió la incorporación de la fuerza de trabajo indígena al proceso productivo de la
nueva sociedad clasista.

La sociedad tribal no constituía para el siglo XVI, pues, un todo homogéneo que pudiese ser reducido
simplemente a una “comunidad primitiva”. Por el contrario, cada uno de los modos de vida de esta formación
económico-social representaba en cada región geohistórica una línea de desarrollo que expresaba las diferencias
cualitativas y cuantitativas en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad tribal en su conjunto. Se
trataba obviamente de diferentes extensiones de las fuerzas productivas, diferencias objetivas en los procesos
técnicos de trabajo, pero también en las relaciones sociales, las cuales correspondían a fases distintas de
desarrollo del modo de producción.

La sociedad tribal desaparece como proceso autogestado con la implantación de la sociedad clasista,
especialmente con la implementación del régimen de encomiendas, pueblos de indios o resguardos y pueblos de
misión llevado a cabo por la corona española, todos ellos diseñados para desarticular las distintas estructuras
sociales tribales, propiciar el cambio del sistema de propiedad de la tierra y desmembrar la unidad sociocultural
de las diferentes etnias. Las encomiendas produjeron la ruptura de la estructura laboral indígena para permitir la
inserción de la población aborigen dentro del nuevo cuadro de relaciones de producción y de trabajo necesarias
para la explotación comercial de los cultivos y otros recursos. A partir de las encomiendas, la antigua división
del trabajo se vio suplantada por la creación de nuevos oficios, cuya ejecución beneficiaba únicamente al
encomendero, los cuales constituian la infraestructura de la sociedad capitalista en gestación. En las
encomiendas, como señala Arcila Farías, la explotación del indio es un tributo tasado en servicios (en Brito
Figueroa, 1973-I: 76).

CAPÍTULO 9
Fases inicial de la formación social clasista venezolana (siglos XVI-XVII)

Escribir la historia sociocultural de la economía de la formación clasista venezolana, alude a comprender y


analizar la transformación histórica de las formaciones económico-sociales precapitalistas y su incorporación en
una formación capitalista totalmente diferente. Alude, igualmente, a una distinción fundamental entre lo que
es la realidad y lo que significa conocer la realidad. La realidad nos presenta un conjunto de propiedades y
relaciones que tienen existencia objetiva, independiente de la conciencia de los sujetos. Conocer la realidad es
un proceso subjetivo cuya finalidad es presentar, bajo la lógica de conceptos, categorías y leyes, aquel conjunto
o sistema de propiedades y relaciones que existen en la realidad (Bate, 1998:55).

Para lograr tal fin utilizaremos el sistema de categorías que permite dar cuenta del desarrollo de la sociedad en
su movimiento de acuerdo con su desenvolvimiento dialéctico. Dicho sistema está conformado, en nuestra
propuesta teórico-metodológica, por tres categorías, conceptos comunes a toda ciencia histórica, contenidos en
la teoría materialista de la historia: cultura, modo de vida y formación económico-social. Esta última incluye el
concepto de modo de producción el cual es considerado como la esfera de producción y reproducción
económica de la vida material; la formación social es considerada como la integración indisoluble de la base
material y la superestructura, mientras que la categoría modo de vida nos permite aproximarnos a las
mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas a través de la categoría formación económico-social
y la categoría cultura que permite captar las expresiones singulares fenoménicas de lo fundamental de la vida
social (Vargas Arenas, 1990: 59-89; Bate, 1998: 57-82).

El modo de producción -según el marxismo clásico- es una categoría histórica que expresa la unidad de las
fuerzas productivas con las relaciones de producción (Kuusinen et alíi, 1960: 127). Para que sea posible
comprender su función concreta como esfera de reproducción de la vida material y no como una categoría
solamente abstracta, es necesario que podamos aproximarnos a las manifestaciones sensibles de la actividad
social, al mismo tiempo que a los cambios que suceden al interior de la formación económico social. Esas y
cambios y manifestaciones siempre se expresan de manera particular y de manera singular.

Partiendo de las premisas teóricas enunciadas, podríamos explicar metafóricamente, en términos de la óptica,
que el funcionamiento del sistema categorial sería como un microscopio que nos permite observar desde la
totalidad de un objeto hasta la magnificación de sus detalles más particulares y singulares: lo infinitamente
grande contiene lo infinitamente pequeño. Creemos que para entender la dinámica de la formación económico-
social venezolana (u otra formación social) desde la perspectiva del materialismo histórico es necesario,
entonces, definir y conocer cómo se expresa esa totalidad de manera particular en determinados modos de vida,
los cuales --a su vez—nos permiten acercarnos a la dinámica social vía sus modos de trabajo todo ello
expresado y posible de ser aprehendido a través de las manifestaciones formales sigulares culturales, incluyendo
los estilos de vida. La formación histórica social es entonces una categoría que explica no solo los procesos más
generales de la vida social, sino los más fundamentales, mientras que nos permite asimismo –como tratamos de
explicar en esta obra- entender las manifestaciones particulares de lo fundamental, es decir los modos de vida
que, en ocasiones aunque no siempre, pueden coincidir con determinadas fases de desarrollo del modo de
producción (Vargas Arenas, 1990: 60-67).

Es nuestra apreciación que la Formación Clasista Colonial se expresó en Venezuela en distintos modos de vida;
éstos a su vez, en diversos sub-modos de vida, y todos ellos se manifestaron en lo sensible en una pluralidad de
formas culturales. Esos modos y sub-modos de vida refieren a procesos cada vez más particulares, y a la
pluralidad de formas culturales, a procesos irreductiblemente singulares. Visto así, el sistema de categorías
esbozado nos ha permitido explicar los procesos históricos que dieron lugar a la formación y el desarrollo de
Venezuela hasta devenir Estado-nación, desde el siglo XV hasta, particularmente, el lapso comprendido entre el
siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX. Los elementos culturales más significativos en tal sentido
son: una geohistoria y una lengua común, así como el surgimiento --hasta llegar a ser predominantes-- de estilos
de vida consumistas, mientras que el elemento fundamental más importante es el sistema de relaciones sociales
que hizo posible la misma existencia.

En sentido general, podemos reconocer que la Formación Clasista Colonial en Venezuela se expresó de manera
particular en, al menos dos modos de vida que hemos llamado Clasista Colonial Indohispano y el Modo de
Vida Colonial Agroexportador Venezolano. Estos modos de vivir se manifestaron a su vez en varios sub-modos
de vida caracterizados por la preponderancia de procesos de trabajo disímiles aunque complementarios puesto
que las variaciones observables en su ejecución dependió de las diferencias presentes tanto en la base social
indígena sobre la cual se sobrepuso la colonia, pero sobre todo del tipo y calidad de las relaciones sociales que
existían dentro de esa base social y que se incorporan como formas secundarias al sistema de relaciones sociales
establecido por el regimen colonial, como también de las características geoterritoriales y sus respectivas
tradiciones laborales. En torno a lo anterior es necesario señalar que, aunque pudiera ser posible discernir que
los dos modos de vida que hemos definido serían equivalentes, grosso modo, con las fases de desarrollo del
modo de producción de la formación, al ser concebidos como modos de vida nos permiten acercarnos a la
dinámica interna, sobre todo a los cambios particulares que se dieron al interior de la formación, atendiendo
tanto los aspectos fundamentales, como los superestructurales.

La Formación Clasista Colonial da paso, a partir del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, a una
nueva formación social que denominamos Formación Clasista Nacional, que podemos decir –privilegiando un
cierto nivel de particularidad-- se expresó en dos modos de vida: el Nacional Monoproductor Agropecuario, que
se manifestó en variados sub modos de vida y de trabajo y, posteriormente --a partir de 1930-- como un modo
de vida Nacional Monoproductor Petrolero, de nuevo con diversas expresiones particulares –o sub modos de
vida-- que obedecen a las variaciones regionales y, sobre todo, a los vaivenes que sufre el sistema de relaciones
sociales como un todo y, dentro de él, especialmente, las relaciones de dominación que se complejizan
enormemente, dependiendo de las relaciones de sometimiento de la formación nacional ante los bloques de
poder transnacionales imperiales.
Un elemento fundamental para caracterizar la revolución social que supone el tránsito de la Formación Clasista
Colonial a la Formación Clasista Nacional es el que refiere a la complejización de la estructura de clases, el
aparecimiento de una estructura policlasista, concomitante con un régimen de propiedad de nuevos medios de
producción.

Esta visión de las fases fundamentales que componen la unidad esencial del proceso sociohistórico venezolano
se puede relacionar de manera general con las conclusiones de un grupo de investigadores (as) venezolanos del
Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela coordinados por Germán Carrera
Damas (Ríos et alíi, 2002: 7-8), quienes señalan la existencia de tres fases en dicho proceso, aunque los
objetivos obedecen más a la búsqueda de una periodización que a la comprensión de la intrincada relación entre
el todo social y sus partes:

a) La fase de establecimiento de las bases para el proceso de implantación, expresado en la estructuración de los
núcleos primeros y primarios, la cual recoje el proceso de relacionamiento inicial hispano con áreas del
territorio venezolano.

b) La fase de estructuración de la formación social venezolana (proyecto nacional), que culmina con la primera
crisis estructural, la cual se extiende desde la fundación de El Tocuyo hasta la tercera década del siglo XX.

c) A partir de ese momento, se inicia el reordenamiento de las líneas fundamentales del desarrollo de la
formación social venezolana en su articulación con el sistema capitalista mundial.

Economistas como Maza Zavala (1968: 69) y Malavé Mata (1974: 59) se refieren a este proceso como
“capitalismo periférico inmaduro”, situado en el borde entre una economía mercantil y una capitalista. También
Braudel se refiere a estas economías comoancien regime, aludiendo a su “destino colonial”, un capitalismo
periférico o a distancia ( Braudel 1992: 267-280).

Para entender la génesis de la Formación Social Clasista en Venezuela y –fundamentalmente- las


particularidades de dicho proceso expresadas en diferentes modos de vida, no basta con afirmar que se trata de
un proceso inducido por la conquista europea de América; debemos, por el contrario, tomar en cuenta las
condiciones históricas en las cuales comenzó a operar dicho proceso, ponderando simultáneamente las
características de la sociedades tribales que habitaban el territorio para el siglo XV y las existentes en España
para la misma época. Unas y otras constituyen factores condicionantes de la particularización de un proceso
general que abarcó toda la Nuestra; son los “hombros” sobre los cuales descansa la nueva forma de sociedad
que surge en Venezuela (Marx y Engels, 1982: 45; Sanoja, 1993: 46-51; Vargas Arenas 1998: 674).

Según Brito Figueroa (1961: 94.95De los escl), la sociedad colonial venezolana y su modo de producción
correspondiente se constituyó en una primera instancia con base a la confiscación de la antigua posesión
comunal indígena del territorio originario por parte de los invasores españoles y la importación forzada de
esclavos africanos. En una segunda instancia, el grupo de conquistadores y colonizadores se apropió
igualmente de las condiciones naturales y materiales para la producción, generando como resultante el proceso
de acumulación originaria del capital y una formación económico-social caracterizada por dos clases sociales
fundamentales: la terrateniente esclavista y la clase constituida por una fuerza de trabajo servil, enfeudada o
esclava, explotada para producir mercancías destinadas al mercado capitalista mundial.

La primera fase del modo de producción de la formación social clasista duró aproximadamente desde inicios
del siglo XVI hasta el siglo XVII-primeras décadas del XVIII. Esta fase puede ser más cabalmente aprehendida
como un modo de vida como ya hemos señalado, al cual designamos como Modo de Vida Indohispano, el cual
analiza exhaustivamente Castillo Hidalgo (2002) en la Provincia de Cumana. Entre sus características más
resaltantes mencionaremos las que refieren al sistema de relaciones sociales: la persistencia de las antiguas
relaciones sociales tribales basadas en el parentesco clasificatorio, las relaciones recíprocas y las solidarias, las
cuales coexistieron durante esos siglos con las esclavistas y las serviles introducidas por los invasores, que eran
las dominantes y determinantes. Aunque las sociedades indígenas fueron desarticuladas durante esos siglos, las
relaciones tribales milenarias persistieron resemantizadas por las comunidades indígenas sobrevivientes. De
hecho, las que habitaban en barrios localizados alrededor de los centros urbanos, aunque obligadas a vivir en
casas individuales, conservaban una estructura parental por adhesión basada en la comunidad de territorio, por
lo que la reproducción de la vida cotidiana se apoyó en los antiguos modos de mantenimiento y en modos de
trabajo donde persistían relictos de procesos de trabajo y tecnologías indígenas (Sanoja y Vargas-Arenas 2005:
161-163), sobre todo aquéllos de naturaleza colectiva como la pesca, las artesanías, la cría de animales
domésticos (gallinas, cerdos, etc.) para la venta callejera (buhonería), para la elaboracion de alimentos vendidos
en los mercados o vías públicas (empanadas, pescados, carne al detal, etc.). El maíz, que constituyó uno de los
alimentos principales de la subsistencia indígena, fue adoptado por los españoles como un sustituto del trigo así
como también mercancía para el comercio, cuyo cultivo se dificultaba en el ambiente tropical que predomina en
Venezuela (Castillo Hidalgo 2002: 311-319, 345-346; 374-375).

Una segunda fase del modo de producción que hemos caracterizado también como un modo de vida, el Modo
de Vida Colonial Agroexportador Venezolano, expresa una línea de particularización de la totalidad de la
formación social clasista, coetánea con la primera y la segunda revolución industrial. La praxis del Modo de
Vida Colonial Agroexportador con un modo de trabajo agropecuario, conforma otra línea del desarrollo
particular de nuestra sociedad que se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XX. El nivel de
particularidad que privilegiamos es el referido a la base material, específicamente manifestada en los modos de
trabajar.

Un modo de trabajo “…es el conjunto de actividades que manifiestan una relación determinada entre
instrumentos de producción, organización de la fuerza de trabajo, características de la fuerza de trabajo,
características específicas del objeto de trabajo y la ideología, integrando las costumbres y tradiciones … que
tales prácticas conllevan… los modos de trabajo se convierten, así definidos, en una versión en pequeño de los
modos de vida en la esencialidad de los procesos que explican… un modo de trabajo sería para un modo de
vida, lo que es el modo de producción para la formación social…” (Vargas Arenas, 1990: 67-71).

Aunque la condición colonial no es solo característica de Venezuela, pues está presente en la historia de muchos
otros países asiáticos, africanos y americanos, su línea de desarrollo posee una dinámica distintiva la cual
depende no sólo de las características generales de la sociedad capitalista misma, sino también de las
particulares referidas sobre todo a la base social y la base física sobre las cuales se asentó la colonia y que
condicionaron la manera como se conformó el Estado-nación venezolano; en tal sentido, es una instancia
particular de la totalidad social capitalista. Entendido de esta manera, los modos de vida colonial y y los
nacionales venezolanos constituyen expresiones concretas y particulares del llamado capitalismo periférico
(Vargas Arenas, y Vivas: 1999).

CAPÍTULO 10
La Acumulación Originaria de Capital Mercantil

En el curso de la historia, la noción de valor precede a la del capital, a pesar de que ella implica para
desarrollarse en toda su extensión, el modo de producción basado en el capital (Marx.1967:198) donde “el
producto aislado por el productor y el obrero, no existe sino que se realiza a través de la circulación como
valor de cambio”. El capital se forma a partir de la circulación y tiene el dinero como un medio de cambio,
como punto de partida que se niega o disuelve a través de la circulación. En los tiempos más antiguos de la
evolución económica, el proceso de comprar una mercancía con el objetivo de venderla constituye la forma
propia del comercio: “…la mercancía circulante…” que solamente se realiza asumiendo la forma de otra
mercancía y sale de la circulación para para satisfacer las necesidades inmediatas, representa una de las
primeras formas del capital: el capital mercancía…” (Marx 1967: 200)

Basándonos en la premisa anterior, podemos reconocer como un elemento importante para entender la dinámica
de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad colonial
venezolana de los siglos XVI y primeras décadas del XVIII, expresadas en un modo de vida indohispano como
ya expusimos en capítulos anteriores, los procesos de formación del capital mercantil o capital mercancía que
fueron los que , contribuyeron a la disolución del modo de vida indohispano y dieron lugar al surgimiento, a
mediados del siglo XVIII, de un modo de vida colonial mercantil, básicamente agropecuario.

El modo de vida indohispano (siglos XVI y XVII-comienzos del XVIII)

El modo de trabajar, es decir, la producción, manufactura y distribución de los bienes básicos de consumo para
la reproducción de la vida cotidiana de la sociedad indohispana estaban, en buena parte, en manos de la
comunidad indígena, grupos de indios (as) urbanos o mestizos (as) quienes poseían el conocimiento técnico y
las prácticas que habían caracterizado el modo de producción tribal en su conjunto, de los negros (as) esclavos
o manumisos y de los mestizos (as) y zambos (as), quienes eran los que producían los excedentes para el
intercambio comercial.

En este modo de trabajo, el precario proceso de acumulación originaria se centró en la explotación de los
placeres de perlas que existían en la zona costera y la insular del noreste y del noroeste de Venezuela, ya que las
perlas se consideraban como equivalentes a monedas en las transacciones comerciales internas, al igual que las
telas finas de algodón que manufacturaban los artesanos (as)indígenas del estado Lara (Arcila-Farías, 1983:
126; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26), en las producciones artesanales de los (as) indígenas andinos o de los
que habitaban la cuenca del lago de Maracaibo. En este modo de trabajar también existen evidencias sobre
procesos de trabajos de la minería y la fundición del cobre y el oro los cuales, sin embargo, no llegaron a
alcanzar la importancia que tuvo dicha actividad en otras colonias suramericanas.

Los códigos legales españoles establecieron las condiciones para articular la propiedad individual, la corporada
en misiones y la propiedad comunal en las comunidades de indios libres o resguardos, en tanto que en los
repartimientos, encomiendas, haciendas y hatos ganaderos dominaban las relaciones de producción servil,
tributaria o esclavista.

El Modo de Vida Indohispano y la Acumulación Originaria de Capitales en la Costa Centro-Oriental de


Venezuela

Un elemento importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras
de poder en los inicios de la sociedad clasista colonial venezolana está representado en los procesos de
acumulación de capitales que comenzaron a generarse desde las primeras décadas del siglo XVI. Dichos
procesos variaron según las diversas regiones geo-históricas.

En el caso de sub-región del noreste de Venezuela, se inició una precaria forma de acumulación originaria de
capital mercantil a partir de la explotación y depredación indiscriminada de los ostrales perlíferos de las islas
Cubagua, Margarita y Coche por parte de empresarios privados, con el objetivo de obtener una ganancia rápida
vía la circulación, el comercio y el atesoramiento de grandes volúmenes de perlas, que fueron utilizadas –
posteriormente-- como moneda o medios para el intercambio comercial, compitiendo con las de oro y plata
debido a la inestabilidad del sistema bimetalista español (Maza Zavala, 1997: 187; Arcila Farías, 1983 II: 75-81;
Morón, 1954: 188-190; Castillo-Hidalgo 2002: 717-718). Si bien dicha actividad produjo una alta rentabilidad
en el corto plazo para los esclavistas, condujo a la destrucción de los ostrales y acarreó un inmenso costo
social: la pérdida de numerosas vidas de indios y esclavos negros que formaban la fuerza de trabajo utilizada
para explotarlos.

Durante casi un siglo, las perlas extraidas de los ostrales de la isla de Cubagua, y al agotarse éstos, de otros
existentes en el litoral noroeste de Venezuela, llegaron a constituir una “buena moneda en un límite
suficiente”, ya que no presentaba el riesgo de escapar al exterior como sí lo tenían el oro y la plata, llegando a
constituir uno de factores más importantes en el proceso de acumulación de capitales:
“…gran parte de los capitales que había en la Provincia en poder de la Real Hacienda, de los mercaderes y en
general por extensión y con todas las reservas del caso, del capital privado de aquel tiempo de su iniciación en
el paraje local, estaba representado en perlas…” Sin embargo, la circulación de este tipo de moneda se detuvo
hacia 1600 de manera concordante con el deterioro de la economía española “en todo su ámbito universal” y el
agotamiento de los placeres de perlas, de manera que en ese año los pagos a la Real Hacienda se situaron en el
75% en oro, el 13.89% en plata, en perlas el 9.03%, en moneda no especificada el 1.39% y en lienzos el
0.43% (Arcila Farias, 1983: 75-79 y siguientes).

Los pocos españoles que habitaban en la isla de Cubagua para 1517 vivían a la usanza de los aborígenes.
Moraban, en su mayor parte, en rancherías integradas por paravientos y bohíos, similares a los que ya existían
en la isla desde el año 3200 antes del presente (Otte, 1977: 250-262; Sanoja y Vargas Arenas, 1995; Aguila y
Alvarado, com.personal 2009), y habían adoptado las tradiciones culinarias y alimenticias autóctonas (Ojer,
1966: 336-337; Sanoja y Vargas Arenas, 2002; Vargas y Vivas 1999).

Las grandes canoas, para desplazarse y para transportar sus mercaderías desde o hacia Margarita y tierra firme,
parecen haber sido traídas aparentemente desde el Delta del Orinoco, región habitada ya entonces por la etnia
Guarao, pueblo de canoeros y fabricantes de embarcaciones (Otte, 1977: 46). Entre 1512 y 1514, utilizando la
experiencia centenaria bélica y naval que tenían los indios caribes para organizar incursiones armadas hacia las
Pequeñas y Grandes Antillas, algunos empresarios españoles organizaron también flotas de canoas y
bergantines tripulados por dichos indígenas que asolaban las islas caribeñas para capturar esclavos indios para
venderlos a otros empresarios por hasta 100 pesos la pieza, llegando hasta desembarcar en Aruba, Curazao y
Bonaire. El negocio de los armadores o corsarios cubaguenses incluia, igualmente, la búsqueda de nuevos
placeres de perlas en otras islas antillanas y de ídolos de oro, contando con el financiamiento y el
acompañamiento de otros corsarios o empresarios españoles que habitaban la isla de Santo Domingo (Otte,
1977: 107-121).

Hacia 1526, comenzó la producción del espacio urbano de Nueva Cádiz y la edificación de viviendas
permanentes utilizando la tapia, las piedras calizas y la argamasa. Como expresión del proceso de urbanismo
mercantil caribeño, las casas del núcleo urbano de la ciudad neogaditana eran al mismo tiempo sitio de
vivienda, tienda y almacén, hallándose ubicadas las viviendas principales a lo largo de una calle central,
posiblemente La Calle de La Marina, que bordeaba la fachada litoral de la ciudad. Por el contrario, los edificios
públicos parecen haber sido arquitectónicamente menos importantes que los del sector privado, indicando tal
vez el pronunciado desbalance económico que existía entre los empresarios del comercio de perlas y los
funcionarios de la Corona. Entre esos empresarios encontramos ya en Nueva Cádiz para 1527 a Francisco
Fajardo, padre del que sería posteriormente primer explorador del valle de Caracas y fundador de la primera
villa caraqueña (Otte, 1977: 253-259, 272-273; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26, 49-51).

Los empresarios de las islas La Española y Puerto Rico figuraban como los principales financistas de la
pesquería de perlas en Cubagua. El interés de dichos empresarios por obtener ganancias inmediatas a los fines
de recuperar el capital invertido, fue el móvil de esta conducta depredadora, la cual terminó por destruir los
placeres perlíferos así como la vida de numerosos negros e indios, forzados a trabajar como buzos en las
condiciones más crueles, obligándolos a sumergirse una y otra vez a profundidades de vértigo, en busca de las
ostras dormidas en el fondo de los arrecifes; indígenas que eran arrojados al agua con una piedra atada a la
cintura, y a los que sólo izaban a la superficie cuando lograban hacerse con la pieza, todo para satisfacer un
ansia de ganancia efimera. Como dice Juan Marchena en su extraordinaria obra sobre las crónicas de Juan de
Castellanos, “,… todo lo logrado a punta de pulmón de indios reventados podía perderse en una noche, en una
partida de naipes o entre los brazos de la más atractiva esclava puesta a ganar por su dueño, y donde se acabo
por reunir la hez del mundo conocido, pudo oir Castellanos de boca de sus protagonistas…” ( Marchena 2008:
29)
Los empresarios cubaguenses también tomaron -en 1522- posesión de la vecina isla de Margarita e iniciaron la
explotación agrícola del valle de San Juan, que era parte del señorío de Charaima, cacique principal de la isla.
Los planes de expansión de los empresarios margariteños influyeron en el proceso de acumulación en la sub-
región central ya que podemos observar que, entre ellos figuraba no sólo la conquista y la colonización de
Guayana (Ojer, 1966: 337), sino que también estaba entre sus designios la conquista del valle de Caracas,
espacio habitado para ese momento por etnias de filiación caribe. Para tal fin financiaron y organizaron una
expedición naval al mando de Francisco Fajardo, hijo de la cacica quaiquerí Doña Isabela, quien logró
fundar entre 1559 y 1560 la villa de San Francisco, luego Santiago de León de Caracas (Sanoja y Vargas
Arenas, 2002: 49).

El proceso de acumulación de capitales en el noroeste de Venezuela

A diferencia del noreste de Venezuela, en el noroeste los colonizadores españoles fundaron la aldea
indohispana de El Tocuyo el año 1545 en un espacio geográfico donde las poblaciones originarias ya habían
creado un importante capital agrario y artesanal. Desde aproximadamente 1000 años antes de Cristo, la cuenca
del río Tocuyo había estado habitada por poblaciones agricultoras alfareras aborígenes, quienes lograron
domesticar diversas razas locales de maíz y de yuca, de modo que para 1545 ya existían en la cuenca del río
Tocuyo sociedades aborígenes estratificadas que habían desbrozado extensos campos de cultivo y construido
terrazas y montículos agrícolas y sistemas de riego, desarrollando, además, una avanzada artesanía de textiles y
alfarería. Partiendo de la abundante fuerza de trabajo indígena, organizada y disciplinada para el trabajo
agrícola y artesanal desde miles de años antes, pudo iniciarse formal y rápidamente en la cuenca del río
Tocuyo, el régimen de encomienda y repartimiento de indios dentro de un sistema de relaciones sociales de
producción dominado por formas de trabajo servil o de tipo feudal impuestas por los conquistadores españoles
(Sanoja y Vargas Arenas 1997: 38-41),

Gracias a esas condiciones sociales y económicas favorables preexistentes tuvo éxito la fundación inicial de la
ciudad de El Tocuyo el año 1545 sobre el asiento de la aldea indígena que ya existía en dicha región, ciudad que
se transformó en breve tiempo en el primer centro económico del interior del país, dedicado principalmente a la
producción agropecuaria y artesanal. Ese proceso se vio facilitado —como ya expusimos—porque el proceso
productivo indohispano supuso la asimilación de las antiguas tradiciones agrarias y artesanales aborígenes que
se insertaron rápidamente en las nuevas formas mercantiles de producción (Arcila Farías, 1983 II: 10; Sanoja,
1979a, Sanoja y Vargas Arenas, 1997, 1998 , 2007c: 105-112; Vargas Arenas, 1990:154-160, 250-254.

Entre 1551 y 1559 se importaron a través del Puerto de Borburata, a la sazón sede de la Real Hacienda, 8441
cabezas de ganado mayor y alrededor de 2000 carneros y ovejas (Arcila Farías, 1983 II: 9-10), ganado que fue
utilizado principalmente para la reproducción. Una buena parte debe haber estado destinada a las encomiendas
de El Tocuyo, si consideramos que en 1568 los vecinos de dicha ciudad participaron con 200 bestias de carga,
20 caballos y 4000 carneros en la expedición armada por Diego de Losada para la conquista el valle de
Caracas (Arcila Farías, 1983 II: 41). Con la fundación de la ciudad indohispana de El Tocuyo, la producción
agropecuaria y la artesanal sustituyeron el afán de buscar la riqueza fácil que había caracterizado a la población
de Nueva Cádiz y Margarita, creándose otro proyecto de vida: “…quedarse en la tierra para vivir de ella y
someterla al vecindario…”(Morón, 1954: 291).

Las encomiendas y repartimientos formaron la base de la propiedad territorial agraria que se desarrollaría
posteriormente en los valles subandinos de la cuenca del río Tocuyo y de sus microcuencas tributarias,
estimulando también un proceso de producción y acumulación privada de capitales agrarios, gracias a la
expropiación y el aprovechamiento que hicieron los conquistadores de los sistemas de regadío y cultivo en
terrazas que habían construido los indígenas caquetíos antes del siglo XVI, y de las tierras que ya ellos habían
desbrozado y cultivado desde hacía milenios (Sanoja y Vargas Arenas, 1997; 38-41, 1999: 19-60; Salazar
2003:124-127).
La producción tradicional de telas de algodón que llevaban a cabo los y las tejedores indígenas en los obrajes de
El Tocuyo y Quíbor se vio potenciada, por una parte, con la introducción de la rueca para hilar el algodón y de
los telares horizontales de lizos a pedal que ya se habían popularizado en Europa desde la Edad Media y, por la
otra, gracias a la modernización de las destrezas y tecnologías milenarias adquiridas por los indígenas en el
cultivo y el hilado del algodón y el tejido de telas (Sanoja, 1979, 1991: 216-217; Avellán de Tamayo, 1997:
362-363). La urdimbre de los antiguos telares verticales u horizontales de los aborígenes solo permitía tejer
piezas de tela de cuyas dimensiones máximas podían llegar a ser—aproximadamente—de dos metros de largo
por uno a uno cincuenta de ancho. Por el contrario, la urdimbre continua del telar europeo de lizos y pedales
podía producir piezas de tela de 15 metros de largo por 1 a 1.20 de ancho.

El aumento de la productividad por los grupos de artesanos encomendados en cada obraje tuvo una gran
importancia para el progreso de la artesanía textil del algodón, la pita o cocuiza y, posteriormente, la lana de
carnero, uno de cuyos más importantes centros de producción era la región de El Tocuyo-Quíbor, la cual
representaba una importante fuente de ingresos para la Real Hacienda (Sanoja, 1979a; Arcila Farías, 1983 II:
125-126; Salazar 2003: 165-175). Los obrajes textiles funcionaban como una encomienda, utilizando la fuerza
de trabajo indígena bajo un régimen forzado o servil, lo cual seguramente frustró sus posibilidades ulteriores
de conversión en manufactura fabril. Al no darse un cambio sustantivo en todo el sistema de trabajo servil o
“enfeudado” al cual estaba sometido la fuerza de trabajo indígena, no se crearon las condiciones sociales para el
surgimiento de una forma verdadera de capitalismo mercantil, agropecuario e industrial que hubiese podido
tener un carácter relativamente autónomo, incluso dentro del régimen colonial.

Es evidente, de lo anterior que, para mediados del siglo XVI ya existía, pues, en Margarita y El Tocuyo una
limitada clase social de pequeños propietarios, la cual había acumulado un monto significativo de capitales y de
recursos necesarios para financiar y acometer la conquista de territorios estratégicos que, como el Valle de
Caracas, estaban todavía en poder los pueblos aborigenes caribe. En la región marabina, área de influencia la
producción de los espacios urbanos y consolidación de los enclaves de población indohispana, comenzó muy
tardíamente, hacia el siglo XVII, debido a la resistencia tenaz que opusieron las etnias originarias a la
colonización europea y criolla.

El proceso caraqueño de acumulación

Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio
colonial semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002). El valle de Caracas y su litoral
caribe que representaban aparentemente el centro de esa periferia estaban todavía bajo el control de las etnias
caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento y la mayor parte de la cuenca
del Orinoco. Los empresarios margariteños y neogaditanos financiaron varias expediciones armadas hacia el
valle de Los Caracas con el fin de lograr su control.

Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, logró implantar una primera fundación en el valle de
Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los que parecen
haber sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños destruyeron dicha fundación en año 1560
(Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el
pueblo de Caraballeda y retornar luego navegando a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002).

Posteriormente, tocó el turno a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron una
expedición armada integrada por 120 castellanos y una poderosa formación de más de mil de auxiliares
indígenas, posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones al mando del Capitán Diego de Losada. Con
este gran ejército de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en
1567 y repartir tierras e indios (as) conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas
Arenas, 2002: 59-69).
La conquista del valle de Caracas propició la integración de ambos procesos de acumulación ya que,
subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios margariteños reclamaron también los
derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Francisco Fajardo.
En 1589 (Arcila, 1983 I: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados
representantes de los empresarios margariteños, decretó que las perlas tuviesen curso legal como moneda,
particularmente en las transacciones comerciales importantes. Lo mismo sucedió con el “lienzo de la tierra” o
tejido de algodón manufacturado por las indígenas larenses que tenía como principales centros de manufactura
El Tocuyo y Quíbor y constituia para ese entonces una mercancía de uso común entre la mayoría de la
población de Venezuela. En razón de su importancia comercial, el lienzo de la tierra llegó también a ser tambièn
considerado por el Cabildo de la Provincia de Caracas como el equivalente a una moneda. En 1583, una vara de
tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o 70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un
incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada como instrumento de cambio para las transacciones
comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila, 1983 II: 126).

Como podemos apreciar, los capitales formados mediante la acumulación de perlas o la producción de telas de
algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño, constituyendo la base del proceso de
concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje
conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de los centros poblados que ya existían en
su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación
de capitales que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.

El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de acumulación de capital,
aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y
Caracas. En esta última, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la
formación de un grupo de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila 1978: 116;
Castillo Hidalgo 2002: 721), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las
grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena
caribe.

El negocio de aquellos comerciantes era llevar mercancías a Cumaná y Margarita, particularmente productos
agropecuarios como maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales
eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco, etc. Las perlas, como ya hemos dicho,
eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran
vendidas posteriormente en el mercado caraqueño. A su vez, Margarita y Cubagua que desde 1526 formaban
parte de la red transatlántica de Sevilla que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299 ; Castillo
Hidalgo 2000: 436-440)), eran como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de
mercancías de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la
cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y otros centros poblados importantes del territorio
continental como Santo Tomé de Guayana utilizando las canoas indígenas. A juzgar por las evidencias
arqueológicas, parte de aquellas mercancías parece haber estado constituida por ginebra, vino, aceite, platos de
mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos, telas,
casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc.

La evidencia documental nos indica entre 1592 y 1598 la importación de telas de algodón, lino de Ruan o de
Escocia, tela de oro de Milán, tafetán, bayeta (tejido de lana), zapatos, sombreros y ropa manufacturada en
general, vino, aceite, clavos de olor, tocino, azúcar, canela, higos, miel, quesos, harina, hachas, calabozos
(machetes), clavos y herramientas en general, hierro en bruto, herrajes, botones, dedales, hilo, arreos de
caballos, etc. Entre 1600 y 1607, la lista de mercancías importadas comienza a incluir también porcelanas,
platos y escudillas (Loza de Talavera) y platos de peltre, revelando una ampliación de la acumulación del
capital comercial y del espectro consumista de la clase dominante colonial en el oriente de Venezuela (Castillo
Hidalgo 2000: apéndices: 725-794).
De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná que cobró gran
importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de
Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como contrabando para
evitar el pago de los diezmos reales (Vila.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).

La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación originaria de capitales en
la Provincia de Caracas y las provincias relacionadas con ella, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias
de comercio al por mayor y al por menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior, que el valor de las
mercaderías introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes
locales una ganancia de 234.553 pesos de plata. Sumando las ganancias del comercio al por menor, la utilidad
total del comercio de las mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-
162).

A partir de los siglos XVII y XVIII, el eje conurbado Caracas-La Guaira sería también el lugar central de la
economía agroexportadora de la Provincia de Caracas, economía que se basaba en el sistema de plantaciones y
hatos y la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de
ganado y “cecina” o carne salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de
aguardientes, rones, papelón y azúcar (Molina,
2001; Arcila Farías, 2004:32-56).

CAPÍTULO 11
Formación de la propiedad territorial agraria

Desde el momento en que comenzó la conquista y la colonización española de América surgieron diferentes
formas de desarrollo histórico distintas a los anteriores contextos español, indígena y africano, condicionadas
por los anteriores modos de vida de unos y otros. En lo que se refiere a España, durante el siglo XV, mientras la
mayor parte de Europa estaba inmersa en el proceso mercantil de acumulación, en aquel país todavía persistían
las relaciones sociales de tipo feudal basadas en la apropiación del excedente de trabajo de campesinos (as)
libres que practicaban la agricultura extensiva, excedente que era la expresión del sobretrabajo sin valor
mercantil, gracias a un régimen de propiedad donde el campesino era dueño de su fuerza de trabajo, pero no del
principal medio de producción que era la tierra (Pirenne, 1963: 49-55).

Con la conquista de América y de Venezuela en particular, los españoles que habían sido marginados en su
lugar de origen de la propiedad del principal medio de producción de entonces, de la tierra, confiscaron a los
dueños del territorio americano, nuestros pueblos originarios, la propiedad y el usufructo de las tierras agrícolas
donde éstos habían creado un capital social agrario milenario. Sobre la aniquilación física, la esclavización y la
miseria de nuestras poblaciones originarias, los españoles crearon su sistema de propiedad territorial agraria. La
confiscación de la la enorme riqueza en oro y plata que existía en las minas de México, Perú, Bolivia y
Colombia y, luego, a partir del siglo XVIII, la masiva exportación de melazas, azúcar, café, cacao, tabaco,
algodón, añil, cueros y numerosos otros rubros estimuló la acumulación de capitales y el comercio internacional
con las metrópolis europeas (Arcila Farías, 2004: 11-19).

La promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 y de las ordenanzas de Zaragoza en 1518 constituye el primer
intento para legitimar el despojo de las tierras que eran propiedad de las comunidades indígenas y la producción
del espacio colonial. Mediante dichas leyes y ordenanzas se reglamentaron las relaciones sociales de
producción entre los españoles y las poblaciones originarias americanas, sentando las bases para las nuevas
instituciones que habrían de regir la vida colonial, lo cual llevaba consigo la destrucción de la organización
social y territorial originaria de las comunidades indígenas y la institucionalización del proceso de
transculturación, colocándolas dentro de un nuevo marco jurídico, cultural, económico, político, social y
cultural, fuera del cual la supervivencia como poblaciones independientes era ya prácticamente imposible
(Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 244-245).
El régimen de encomiendas marcó el inicio de la formación territorial agraria en Venezuela, proceso sobre el
cual se fundamenta el surgimiento del modo de vida colonial mercantil. Las encomiendas, que aparecen en
Venezuela el año de 1547 (Arcila Farías, 1962; Arcila Farías et alíi, 1968: 64-68), aluden al régimen o sistema
fiduciario mediante el cual se le asignaba a los indios un tutor o encomendero al cual, por otra parte, se le
repartía o confiaba la posesión y usufructo temporal de una porción de tierra cultivable que era propiedad del
Rey de España. Los indios encomendados, sometidos al carácter de siervos o tributarios como estuvieron los
campesinos españoles durante la Edad Media europea, estaban obligados a prestar su mano de obra y sus
servicios personales al encomendero, quien se convertía en el dueño de los beneficios económicos que
produjese la explotación de la tierra.

Los productos de la actividad agropecuaria desarrollada en las encomiendas eran luego distribuidos vía la
incipiente economía de cambio y consumo que empezaba a dibujarse en el siglo XVI. Por esta razón, el éxito y
la supervivencia de las encomiendas estuvo condicionados por su cercanía a los centros poblados indohispanos
que comenzaban a proliferar en el territorio colonial, así como por la inserción de los y las indígenas dentro del
nuevo cuadro de relaciones laborales, de los nuevos oficios necesarios para la explotación comercial de los
cultivos y la actividad ganadera de la incipiente economía capitalista, hecho que determinó la ruptura de la
estructura laboral tradicional indígena (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 247).

Surgieron así nuevos oficios destinados a consolidar y organizar la nueva fuerza de trabajo necesaria para
construir las nuevas relaciones sociales de producción sobre las cuales se sustentaría la economía
monoproductora colonial, tales como:

a) Gañanes, arrieros, pastores, yegüeros, porqueros, vaqueros, etc., especialistas en el manejo de carretas
movidas a tracción de sangre, conducción de recuas de mulas o burros, manejo de rebaños de ganado vacuno,
lanar, porcino o caballar, patrones y marineros de canos, piraguas y bergantines, etc.

b) Carteros, encargados de llevar a cabo la distribución de mensajes escritos o de voz.

c) Indígenas de servicio doméstico.

d) Artesanos y artesanas para el hilado de lana, algodón y henequén para la producción de textiles (telas,
cobijas, costales, macutos o zurrones, redes de pesca, cordeles, etc.).

e) Cesteros y cesteras para la manufactura de cestas, esteras, abanicos, sombreros, etc.

f) Alfareras para manufacturar la vajilla de uso doméstico: ollas, cuencos, tazas, tazones, platos, pimpinas,
calderos, etc.

g) Carpinteros para la fabricación del mobiliario, de enjalmas para burros y mulas, etc.

h) Curtidores y curtidoras de cueros, zapateros, fabricantes de arreos para caballos, sillas de montar,
cinturones, carteras, polainas, etc.

i) Estancieros y estancieras expertos en los oficios agropecuarios.

j) Cultivadores y cultivadoras de maíz Cariaco, de maíz Yucatán, de trigo, de algodón, de legumbres y frutales,
expertos en el manejo de arados dentales, etc.

k) Cultivadores (as) y procesadores (as) de cacao y tabaco, trilladores de trigo.

l) Regadores y regadoras.
m) Ahechadores y ahechadoras.

Esta reestructuración de la fuerza de trabajo individualizada en diversos oficios en el proceso de producción


agrícola tuvo como efecto el incremento de la desigualdad social y laboral, contrariamente al carácter solidario
que caracterizaba la sociedad aborigen originaria, al establecer diferentes escalas salariales y jerarquías sociales
para las diferentes ocupaciones, esto es, las nuevas relaciones de producción capitalistas (Zamudio, 1988: 30-
46; Sanoja y Vargas Arenas1992: 246-250). De esta manera, desde el siglo XVI se establecieron las bases del
regimen de compra y venta de la fuerza de trabajo pagado en dinero o en especies, entre encomenderos y
posteriormente hacendados o patrones y los peones indios, negros o mestizos libres, hombres y mujeres, que
ingresaban al mercado laboral.

Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población
encomendada se convirtió en trabajadores libres, pero vinculados a los antiguos amos a quienes siguieron
prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar.
De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los legalismos que implicaba la
encomienda.

La manufactura de las artesanías indígenas, que continuó como proceso de trabajo vigente hasta bien entrado el
siglo XX, llenaba distintas necesidades básicas para la reproducción de la vida cotidiana, tanto entre las
poblaciones encomendadas, reducidas, como entre las de afroamericanos (as), esclavas o libres, mestizas o de
origen europeo, rurales o urbanas. Este hecho se evidencia al analizar la lista de productos artesanales expuestos
en la Exposición Nacional de Venezuela realizada en Caracas en 1883, con motivo del primer centenario del
nacimiento del Libertador Simón Bolivar (Ernst, Vol.IV, 1983). La manufactura local de telas de algodón,
tocuyo o zaraza, tuvo gran importancia para atender el cambio de indumentaria que tuvo que ser asumido por la
población indígena frente al nuevo código de valores morales que condenaba la desnudez y hacia obligatorio el
vestido de tradición europea.

El historiador dominicano Carlos Deive (1995:13-15) señala que la economía y los repartimientos de indios se
establecieron como instituciones distintas a la esclavitud pero –considera el autor- en la práctica una y otra
venían a ser lo mismo. Para Deive, lo que determinó el tipo de relaciones de producción en estas dos
instituciones fue el tiempo de la servidumbre y ciertas restricciones en el disfrute del poder. Los dueños de
esclavos indios –dice- procuraban mantenerlos como bienes valiosos, mientras que los encomenderos –
conociendo la transitoriedad de la encomienda-- trataban como buenos capitalistas de obtener el máximo
beneficio de la fuerza de trabajo indígena en el menor tiempo posible (1995: 394). Como acotaba certeramente
Mariátegui, “…el encomendero disponía de los indios como si fueran árboles del bosque…” (1952: 64).

La introducción del esclavismo

El carácter etnocida de la conquista de Venezuela con la consiguente desaparición física de buena parte de las
poblaciones indígenas originarias, hecho que se debió asimismo a las enfermedades infecto contagiosas que
trajeron consigo los europeos y para las cuales los nativos no tenían defensa, determinaron en los españoles la
necesidad de contar con una nueva fuerza de trabajo para completar el trabajo de colonización del territorio
conquistado, marginalizando su población originaria, es decir, condenarla -dentro de la economía mundial- a
servir a otros, a hacer lo que le ordene la división internacional del trabajo (Braudel, 1992 III: 413); es dentro de
ese contexto de explotación, donde el capitalismo incorpora a la fuerza los esclavos (as) africanos. En el sistema
colonial organizado entonces con criterio capitalista, prosperó el tráfico de esclavos (as) negros. Sin embargo,
éstos se arraigaron rápidamente en la vida económica y en el desarrollo mercantil venezolano, convirtiéndose
en uno de los factores fundamentales para el afianzamiento del régimen colonial y consolidar el proceso urbano
temprano de Venezuela.

Los empresarios coloniales venezolanos no estaban muy interesados en introducir demasiados esclavos
africanos en la colonia, debido al riesgo de los alzamientos y rebeliones que podrían terminar tanto con la
producción de mercancía, como con la gobernabilidad de la fuerza de trabajo. Debido también, quizás, a la poca
capacidad reproductiva del contigente esclavo, se dedicaron a promover su propio proceso de reposición de la
fuerza de trabajo, es decir, su propia cría de esclavos (Sanoja 2006: 58-61). El abuso sexual sistemático al cual
que fueron sometidas las esclavas negras e indias por parte de los señores de la oligarquía no estuvo solamente
determinado por la conducta sexual lujuriosa de los amos o de los esclavos, sino porque la posibilidad de preñar
cada año las esclavas (o de ser preñadas las amas por esclavos) permitía “producir” de esa manera un número
determinado de hijos (as) mestizos (as) que seguían siendo esclavos (as), pero sometidos al amo (y la ama) por
la relación parental que se creaba o por la institución cultural del “compadrazgo” o el “madrinazgo” (Maza
Zavala, 1968: 70-71; Sanoja y Vargas Arenas, 2007a: 30), hecho que constituyó un factor de gran importancia
para el crecimiento de la población mestiza venezolana a partir del siglo XVIII.

La agricultura colonial

La concentración de la propiedad territorial tiene sus antecedentes propiamente dichos en el siglo XVII, proceso
que se fue acentuando progresivamente en los siglos XVIII y XIX, hasta alcanzar su climax en las tres primeras
décadas del siglo XX (Arcila Farías, 1968: 45-46). La agricultura colonial venezolana estaba integrada por tres
formas socioeconómicas con sus respectivos procesos de trabajo: a) la plantación, cuya producción basada en el
trabajo esclavo estaba destinada básicamente al mercado, tanto exterior como doméstico, b) la agricultura
derivada, generalmente una prolongación de las plantaciones, practicada por indios y esclavos libres en las que
se denominaban “haciendillas” o conucos, para la producción de cacao, algodón y tabaco destinada también al
mercado y, c) la agricultura de subsistencia de productos para el autoconsumo tales como el maíz, la yuca, las
leguminosas y los tubérculos (Maza Zavala, 1968: 75).

El modo de vida colonial monoproductor

Hacia los inicios o la parte media del siglo XVIII, consideramos que comienza una segunda fase del modo de
producción de la formación clasista, el cual se expresa de manera correspondiente con el que hemos
denominado modo de vida vida colonial monoproductor (agroexportador), que ya podríamos caracterizar
propiamente como capitalista mercantil. En la región norte-andina de Venezuela, vinculada en general con el
gobierno de la Provincia de Caracas que abarcaba buena parte de la región centro-occidental de Venezuela,
dicha segunda fase se caracterizó por una acentuada concentración de la tierra y una tendencia hacia el
desarrollo de una producción agrícola especializada en el sistema de plantación basado en el trabajo esclavo o
servil. La minoría de familias mantuanas que eran tanto propietarias de la tierra como de toda Venezuela, eran
familias que poseian títulos de nobleza, estaban unidas por lazos consanguíneos y controlaban las instituciones
políticas de gobierno en todos los centros urbanos, como era el caso de los cabildos y los órganos directivos de
la iglesia católica y particularmente el Cabildo y el Consulado Caracas (Brito Figueroa, 1968: 121-133).

La posibilidad de hacer exportaciones agrícolas sustanciales durante el siglo XVIII en la Provincia de Caracas,
aunque fuertemente tasadas por la corona española, ayudó a reforzar el poder político y económico en manos de
las burguesías locales de las diversas regiones del norte de Venezuela, para ese momento ya totalmente
consolidadas en lo que en otros espacios hemos llamado el Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas
Arenas, 2002: 187-204), ya prácticamente independiente del poder político de España.

Ello no ocurrió de igual manera en la Provincia de Guayana, donde no se había consolidado para entonces una
burguesía local, sino una poderosa burocracia corporativa religiosa dependiente del Rey de España y de la
burguesía capitalista catalana, antagónica a la burocracia provincial caraqueña (Sanoja y Vargas Arenas, 2006:
332; 2007b: 168). La Provincia de Guayana, en el sureste de Venezuela, estaba sometida en buena parte al
gobierno corporativo de las Misiones Capuchinas catalanas. Allí comenzó a gestarse desde 1700 un sub modo
de vida caracterizado por un submodo de trabajo agroexportador-artesanal que refleja el nivel de desarrollo
capitalista alcanzado por Cataluña en el siglo XVIII. Dicho modo de trabajo dentro de una suerte de
capitalismo corporativo, se manifestó en la ejecución de diversos procesos de trabajo: los ligados a la
explotación minera, con la fundición y la forja de lingotes e instrumentos de hierro, la explotación de las arenas
auríferas y la fundición del oro; los vinculados con la explotación ganadera y agrícola; los destinados a la
producción semi-industrial de materiales constructivos, de telas de algodón, zapatos, mobiliario y de muchos
otros bienes y materias primas que eran exportados hacia Europa conjuntamente con materias primas como
café, cacao, algodón, cueros, huesos, cecina, sebo de ganado, etc. (Sanoja Mario e Iraida Vargas- Arenas, 2005:
300-306)

La hegemonía política de Caracas tampoco era aceptada en las provincias de Coro y Maracaibo, cuyas
burguesías pretendían, como opción política, “…reasumir su soberanía dentro de la estructura monárquica...”
(Cardozo Galué, 2004: 40.; 2005: 3-8; Cardozo y Urdaneta-Quintero 2005: 127-146). En el noroeste de
Venezuela y la región marabina, esta segunda fase, que se inicia en el siglo XVIII, estuvo fundamentada en la
actividad comercial, la producción artesanal, la producción agropecuaria y la exportación de materias primás y
productos artesanales terminados

El modo de vida colonial monoproductor y el desarrollo capitalista europeo

En el siglo XVIII, la demanda internacional estimuló en Venezuela la expansión de los cultivos de cacao, caña
de azúcar, tabaco, algodón y añil, fomentando entre la clase de terratenientes y comerciantes mantuanos una
creciente acumulación de capital mercantil. Correlativamente, el comercio y la reproducción local de esclavos
(as) produjo la fuerza de trabajo necesaria para mantener la expasión de la economía de plantaciones
aumentando el número de trabajadores (as) de origen africano en las diferentes regiones del país, hecho que
contribuyó a configurar la composición étnica y cultural de toda la sociedad venezolana.

El desarrollo del modo de producción capitalista industrialista en la Europa occidental del siglo XVI se había
visto limitado por la escasez de metales preciosos como el oro y la plata que constituían la base de la economía
monetaria, recursos necesarios para movilizar el comercio internacional. Aunque era posible acumular
propiedades, ganado y esclavos (as), el capital financiero expresado en estos elementos estáticos se veía
severamente limitado para ser transportado de una región a otra. La conquista de América y de sus enormes
minas de oro y plata le permitió a España, a Europa en general e inclusive a China y la India (Braudel, 1992-II:
172-176) acumular grandes capitales dinerarios que movían la producción, la oferta y la demanda de bienes de
consumo entre las naciones. La política mercantilista de Inglaterra y en general de todas las naciones europeas,
apuntaba hacia la conservación de los metales preciosos y hacia la promoción de la oferta de materias primas
naturales y bienes manufacturados para alcanzar un balance entre las exportaciones y las importaciones
(Braudel, 1992 II: 204-205).

La sociedad española, y particularmente la de Castilla y Aragón que conservaba para el siglo XVI muchos de
sus elementos feudales orginarios, poseía un desarrollo de sus fuerzas productivas menor que la de sus vecinas
Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania. Por esta razón, la gran riqueza en metales preciosos que lograron
arrancar los conquistadores a los pueblos latinoamericanos subyugados, fue utilizada por la aristocracia y la
burguesía estatal para su beneficio personal, logrando amasar grandes fortunas, en lugar de invertirlas en el
desarrollo de la industria local. En consecuencia, la riqueza extraida de América Latina tuvo que ser invertida
en la adquisición de bienes en otros países europeos, contribuyendo a promover el desarrollo capitalista de
Inglaterra y Holanda, así como la producción industrial de textiles, papel, vidrio, acero, químicos, armas y
similares que condujeron hacia la Primera Revolución Industrial.

La demanda de bienes e insumos del mercado venezolano había sido cubierta durante los siglos XVI y
XVII tanto por los pocos bienes importados desde España como por los manufacturados localmente (Castillo
Hidalgo 2000: 409-416). A comienzos del siglo XVIII, con el advenimiento de la sociedad industrial, el
crecimiento de la capacidad productiva de países como Inglaterra y Holanda permitió suplir dicho mercado con
bienes manufacturados a la vez que se requería de aquellas materias primas como el cacao, el café, melazas y
azúcar, cueros, sebo, cecinas, huesos de vacuno para la manufactura de botones, etc., que podían negociarse con
buenas ganancias en las bolsas europeas de comercio. Como consecuencia, los sistemas económicos de la
cuenca del Caribe y en particular de Venezuela, se transformaron de ser formas de producción semiautárquicas
y feudales basadas en las encomiendas y pueblos de misión, a sistemas de producción y comercio orientados a
suplir el mercado mundial con materías primas y productos agrícolas para satisfacer las demandas de la vida
cotidiana. Como contraparte, el Caribe y particularmente Venezuela se vieron inundados en ese momento por
manufacturas europeas, particularmente de origen holandés e inglés.

Las plantas alimenticias americanas transplantadas y adaptadas a los suelos y el clima europeo, particularmente
la papa (Solanums tuberosa) y el maíz (Zea mayz) ayudaron, desde el siglo XVIII, a resolver las hambrunas
cíclicas que golpeaban cruelmente a las poblaciones europeas y propiciaron el crecimiento de las poblaciones
urbanas separadas de la producción directa del campo. Plantas como el tabaco (Nicotiana tabaco), el cacao
(Teobroma cacao), el café (Cafea original?) y las melazas que se procesaban para producir azúcar y ron
promovieron los placeres en la vida cotidiana y crearon nuevas formas de nutrición y de relación social (Sanoja,
1997: 199-202).

El desarrollo de las burguesías capitalistas europeas contribuyó a la consolidación de los Estados nacionales en
aquella región y a la extensión del control colonial sobre grandes áreas del planeta. Para la clase criolla
dominante en Venezuela, las nuevas ideas políticas desarrolladas en Francia, Estados Unidos e Inglaterra y el
surgimiento de los primeros regímenes democráticos republicanos, mostraron la necesidad que tenían las
burguesías económicas y el poder político de las Provincia de Caracas, Nueva Andalucia, Trujillo, Mérida y
Margarita de independizarse de España. Sin embargo, una vez lograda la independencia política de España, el
estatus socioeconómico de las nuevas repúblicas permaneció sin cambios sustanciales hasta finales del siglo
XIX y comienzos del siglo XX, momento en el cual se da la explotación masiva de de las materias primas de
América Latina como resultado de la expasión colonialista particularmente de Inglaterra, Francia, Alemania y
los Estados Unidos (Patterson, 1999: 56-84;, Losada Aldana, 1967: 132 y siguientes). Es entonces cuando el
desarraigo de la población indígena y la desprotección total hacia la población mestiza de origen africano o
negrovenezolana en el siglo XIX, forzaron a dichas poblaciones a engrosar el contingente de campesinos (as)
sin tierra.

Una vez consumada la emancipación política de España, cuando los Estados nacionales de América Latina
comenzaron a estabilizarse al finalizar la gesta de independencia, fueron integrados, bajo un estatus de
dependencia neocolonial, dentro de las esferas económicas controladas por los países capitalistas desarrollados
de la época, dependencia neocolonial que determinó las pautas del propio desarrollo económico futuro de
América Latina. Los problemas de Nuestra América no son debidos a atavismos tribales o feudales, sino a su
incorporación como países capitalistas periféricos dependendientes dentro de la estructura del sistema
capitalista mundial.

En Venezuela, como en muchos otros países, en el siglo XX la industria minera controlada por las grandes
trasnacionales de las fuerzas imperiales reemplazó la forma socioeconómica agropecuaria latifundista. Es en
ese momento cuando las relaciones sociales de producción se hicieron plenamente capitalistas.

CAPÍTULO 12
Submodos de los modos de vida coloniales venezolanos

En capítulos anteriores hemos discutido que el concepto de modo de producción lo consideramos como aquel
que permite explicar los procesos que ocurren en la esfera de reproducción económica de la vida material de
una formación económico-social. En este sentido, podemos decir que el modo de producción de la formación
social clasista venezolana se manifestó en varias líneas particulares de desarrollo histórico, en este caso
coetáneas, que hemos designado como modos particulares de existencia o de vida y, en consecuencia, en varias
formas también particulares de las actividades productivas caracterizadas todas ellas por una variedad de
manifestaciones singulares o culturales. Así nos ha sido posible abordar las diferencias socioétnicas y
socioeconómicas entre los grupos sociales productores, las diversas magnitudes o escalas de la misma cualidad,
es decir, de las relaciones sociales de producción, las variaciones cuantitativas y cualitativas en el grado de
desarrollo de las fuerzas productivas, lo que Engels en su momento consideró las extensiones de las fuerzas
productivas (Engels1979:164-177), y en las formas como sucedió el proceso de acumulación de capital.

A toda esa diversidad la hemos tratado de aprehender con el concepto de sub-modo de vida que nos ha
permitido entender las formas específicas como ellas se integraron en la totalidad de la sociedad colonial. La
misma tendría posteriormente honda repercusión en el sangriento conflicto social que acompañó nuestro
proceso de emancipación en el siglo XIX. En efecto, cada uno de esos submodos de vida que hemos
conceptualizado nos han permitido estudiar las particularidades que adoptó el modo de vida colonial
monoproductor (agroexportador), facies que nos ayudan a comprender mejor la totalidad del modo de
producción de la formación clasista venezolana en su fase colonial. De la misma manera, con base a las
propuestas de Vargas Arenas (1998 ), hemos podido calibrar la importancia del modo de vida como
herramienta conceptual puesto que la autora ha podido caracterizar y comprender con mayor claridad la
transformación de la FES Clasista Colonial hacia la FES Clasista Nacional, especialmente las asimetrías
existentes entre los diversos procesos sociohistóricos regionales que confluyeron en el siglo XX para consolidar
el Estado nacional venezolano decretado en 1810.

a) El sub-modo de vida 1

Está tipificado por la forma socioeconómica denominada plantación, la cual se vinculó a la agricultura
comercial monoproductiva bajo un modelo de gestión privada y unas relaciones sociales de producción de
carácter servil y esclavista. Se desarrolló cuando la Corona española decidió en el siglo XVIII eliminar el
régimen de encomiendas y entregar la tierra en propiedad a los criollos y europeos que integraban la oligarquía
colonial. La producción en las plantaciones funcionaba con mano de obra esclava de origen africano, quedando
los indígenas, mayormente, como servidumbre doméstica.

Las plantaciones se establecieron principalmente en los feraces valles de la costa centro-norte, los valles de la
región andina o subandina y los valles orientales de la cordillerea de la costa. La mayor parte de la producción
era de cacao y estaba destinada a la exportación hacia España y Veracruz, aunque también proveía al consumo
interno de las poblaciones de otras provincias. Como contraparte, existió un importante comercio de
importación de bienes terminados de procedencia mexicana, europea e incluso asiática para satisfacer los gustos
de la burguesía agraria propietaria de la tierra y los esclavos (as) .La producción de cacao facilitó el
enriquecimiento de un grupo de productores y comerciantes que progresivamente se liberaron del control
comercial que ejercía la Corona española a través de la Compañía Guipuzcoana.

b) El Sub- modo de vida 2

Representó una forma socioproductiva específica, altamente especializada, los hatos ganaderos que
constituyeron verdaderos latifundios en la cría y el pastoreo de ganado, con una localización geográfica muy
definida: los Llanos. En dichos espacios, la ganadería se transformó en el elemento fundamental de la
producción. Las relaciones sociales de producción eran de tipo servil, entre la clase conformada por la burguesía
agraria local, que detentaba el monopolio de los medios de producción, es decir, de la tierra y los rebaños de
ganado, de manera prácticamente independiente de la autoridad española, y la clase de trabajadores (as) del
campo, indígenas reducidos (as) y esclavos (as) de origen africano, que constituía la fuerza de trabajo; esta
última recibía generalmente un salario en especies, pero debido a las forma de enfeudamiento que
caracterizaban dichas relaciones de producción, los trabajadores eran prácticamente poseídos por la clase de
propietarios (Brito Figueroa, 1979).

Este tipo de relación ha sido calificado por Braudel como “segundo servaje”, forma característica de la
sociedades coloniales, capitalistas marginales (1992 II: 267) y por Brito Figueroa como “campesinado
enfeudado”. Otras relaciones de producción eran de tipo esclavista, entre los propietarios de la tierra, el medio
de producción, y los esclavos (as) de origen africano. El sub modo de trabajo implicaba la realización de
procesos de trabajo de cria y explotación de ganado vacuno y caballar, de transformación de los cueros de
res y de cultivo y procesamiento del tabaco. La distribución de las materias primas y los bienes terminados
adoptó la forma del transporte de productos y manufacturas utilizando carretas o recuas de mulas o burros. En
una primera fase del modo de trabajo de este sub-modo de vida, se utilizó como fuerza de trabajo
fundamentalmente a los indígenas reducidos en pueblos de misión. Posteriormente, a pesar de la introducción
de la mano de obra esclava de origen africano, ésta no arraigó totalmente debido a que la forma como se
practicaba la ganadería requería de poca fuerza de trabajo, generalmente desplegada y dispersa en las sabanas,
por lo cual los esclavos (as) escapaban del control del hacendado (Brito Figueroa, 1979).

Los cueros de ganado estaban entre los bienes de exportación más importantes del siglo XVII, al igual que el
tabaco que mantuvo su importancia durante el siglo XVIII. En el siglo XVII, para evitar el contrabando de
tabaco entre los productores criollos y los comerciantes holandeses, ingleses y franceses, la corona española
impidió su cultivo por un período de 10 años asumiendo posteriormente el monopolio de su distribución y
venta. Al igual que lo sucedido con el cacao, esto originó un largo conflicto con los productores locales que
deseaban liberarse de los controles comerciales impuestos por la administración colonial.

c) El sub-modo de vida 3

Representó otra forma socioeconómica dentro de un modo de existencia, cuyo modo de trabajo combinaba los
procesos de trabajo agrícola con el ganadero o el pesquero practicados de manera artesanal, inicialmente en los
pueblos de misión y luego como apoyo para las haciendas. Durante la fase inicial de la colonia, una variante de
este sub-modo de vida estuvo conformada por los resguardos indígenas, los cuales constituyeron formas
periféricas de producción con relaciones de producción serviles o comunitarias.

El sub-modo de vida 3 ejemplifica la forma genérica como se expresó el sincretismo que supuso el modo de
vida colonial indohispano (Mariátegui, 1952: 20); se manifestó en los valles subandinos del noroeste de
Venezuela y la cuenca del lago de Maracaibo, en los valles intermontanos del noreste y en la zona altoandina,
en muchos de los cuales las tierras habían sido cultivadas por las comunidades indígenas con un modo de
vida tribal, igualitario o cacical, desde hacia 1500 años ANE. Ello permitió la incorporación de la fuerza de
trabajo de las etnias indígenas cacicales que ya habían desarrollado de manera autogestada antes del siglo XVI
relaciones sociales de tipo estatal y en cuyos territorios ya existía una considerable inversión de trabajo social
para la creación de paisajes agrarios.

Las terrazas, montículos y camellones para el cultivo y los sistemas de riego construidos por los indígenas, la
”materia prima” de la cual nos hablan Marx y Engels (1982: 19, 39, 47), continuaron en uso durante todas la
fases de los sub-modos de vidacoloniales, e, incluso en algunos casos, hasta bien entrado el siglo XX (Sanoja,
1997; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a; Molina y Monsalve, 1986; Vargas Arenas, 1986b; Vargas Arenas,
Toledo, Molina y Moncourt, 1993. Por otra parte, la experiencia acumulada por los indígenas que poblaban los
valles subandinos en el cultivo y la transformación del henequén y el algodón en cobijas, bolsos, talegas, telas
para el vestido, fajas, etc., fue reorganizada para la producción artesanal de textiles a través de los obrajes que
existieron en las encomiendas.

Los europeos introdujeron nuevos instrumentos de producción como los telares horizontales a pedal que ya
utilizaban en Europa desde la antigüedad clásica, los cuales elevaron el rendimiento de la producción de textiles
a un nivel artesanal, incluyendo la elaboración de cobijas manufacturadas en lana obtenida localmente del
esquilmado de los rebaños de ovejas. En regiones como El Tocuyo, los tejidos finos de algodón alcanzaron un
alto nivel de excelencia, siendo canalizada la producción excedentaria de lienzos hacia mercados de otras
colonias (Sanoja, 1979b: 16; 1993: 46-47).

Los procesos de trabajo agrícola en las zonas andinas y subandina estuvieron orientados hacia la producción de
insumos industrializables como melazas, papelón, azúcar, cacao, trigo, algodón y tabaco, así como productos
de mesa tales como maíz, papas, frijoles, legumbres y verduras diversas. El trigo constituía el principal producto
alimenticio del área andina y la subandina, comercializable para obtener bienes importados, a la par que el
cacao y el tabaco. El cultivo y distribución de este último llegó a constituir un monopolio o estanco del Estado
Español, y era exportado vía el puerto de Maracaibo hacia España u otras colonias. El algodón, el henequén y la
lana de ovejas eran utilizados para la manufactura local de textiles (Sanoja, 1979b).

En las regiónes subandina y andina, las relaciones sociales de producción estaban basadas en un régimen de
propiedad de la tierra que incluia la encomienda por parte de los europeos y un tipo de propiedad comunitaria
de los indígenas garantizada por los reguardos. La fuerza de trabajo indígena se organizaba para el trabajo
asalariado temporal en el sistema denominado, particularmente en Mérida, como “concierto”, o el tributo
prestado en trabajo a las encomiendas de servicio ( Roseberry, 1977: 65; Zamudio, 1988:44).

En el noreste de Venezuela, por lo menos hasta el siglo XVII, la mayoría de los grupos indígenas –
particularmente los de filiación caribe- se resistió a someterse al régimen de encomiendas, conservando su
libertad y sus costumbres: “…en Cumaná no hubo grandes encomiendas de indígenas auténticamente
conquistados que puediese proporcionar una tributación económica relevante. Se entiende así que en dicha
gobernación no hubiese, a principios del segundo siglo de presencia española en América, una oligarquía de
marcadas prestensiones nobiliarias…” (Castillo Hidalgo, 2002: 722-723). Los españoles utilizaban
eventualmente la mano de obra indígena, pagándoles su trabajo en especies. Ello resultaba beneficioso para los
encomenderos quienes “…no tenían tampoco la obligación –como los encomenderos que tenían títulos legales-
de mantener iglesia con cura doctrinero y tampoco curar los indios enfermos” (Da Pratto-Perelli, 1990, Vol.1:
398).

d) El sub-modo de vida 4

Estuvo tipificado por el sistema misional de los Capuchinos de Guayana. Las ramas principales de la
producción eran la agricultura, la ganadería, la minería y la metalurgia, la producción semi-industrial de textiles,
zapatos, talabartería, la alfarería, la carpintería y el comercio ultramarino de materias primas y bienes
manufacturados. Este submodo de está caracterizado por la red territorial de manufacturas creada por el sistema
de misiones capuchinas catalanas de Guayana, establecida en dicha región desde 1720. La fuerza de trabajo que
movía la actividad agropecuaria y artesanal estaba casi en su totalidad conformada por indios guayanos, de
filiación caribe, y por una minoría de guaraos y “waikas” como se llamaba originalmente a los grupos
yanomami y algunos criollos que constituian como una especie de fuerza militar o de protección de los
establecimientos militares. El producto del trabajo indígena era apropiado por la institución misiónal, la cual
actuaba como un ente corporativo (Sanoja y Vargas Arenas, 2005; 1999, 2007b) y retribuía dicho trabajo
pagándolo en especies. Los indígenas podían contratar su trabajo a los criollos de Santo Tomé por un salario,
pero no podían introducir monedas dentro del territorio misional.

Cada uno de los 18 pueblos misionales, gerenciados por un misionero que conocía todas las tecnologías
utilizadas en los diversos procesos trabajo del modo de trabajo misional, constituía una unidad de producción
vinculada con la Misión de la Purísima Concepción del Caroní, vecina a la actual ciudad de Puerto Ordaz, la
cual actuaba como el centro político-administrativo que gobernaba todo el sistema. Las 18 misiones estaban a
su vez conurbadas con la antigua capital de la provincia, Santo Tomé, la cual --una vez mudada la capital hacia
Angostura, actual Ciudad Bolivar-- pasó a ser llamada también Guayana La Vieja.

En lo referente a la división del trabajo, el sistema corporativo misional estaba organizado de manera jerárquica.
La Misión de la Purísima servía como lugar central de un conjunto de pueblos dedicados a diversas actividades:
la ganadería, la agricultura, la minería, incluyendo la fundición y la forja del hierro para producir lingotes
o bergajones, manufactura de herramientas agrícolas, machetes, puntas de lanza, arados dentales, llantas para
carretas, clavos, bisagras, hornos y talleres para extraer, fundir y troquelar el oro aluvial extraido de las arenas
del rio Caroní, talleres y hornos para la producción industrial de ladrillos y formaletas refractarias utilizando
las arcillas caoliníticas del Caroní para remontar y construir nuevos hornos siderúrgicos o alfareros, etc.
Los indígenas de otros pueblos o manufacturas, según Princeps (1975:22-26; Sanoja y Vargas-Arenas 2005:
300-306)desarrollaban otras líneas de producción: tejidos de algodón, zapatos, agricultura, ganadería,
curtiembre de pieles, preparación de huesos y cuernos de ganado, cecinas, etc. La mayor parte de la producción
del sistema misional se destinaba a la exportación, para lo cual existían grandes almacenes o warehouses como
el de Santo Tomé donde se almacenaba la mercancía proveniente de los distintos pueblos y se utilizaba un
sofisticado sistema de calzadas empedradas que los intercomunicaban (Sanoja y Vargas Arenas,2005: 223-233;
298-299). La exportación de las mercancías hacia Europa, principal sitio de destino de la producción, se hacía a
través de la Compañía de Barcelona, ente comercial dependiente del Reino de Cataluña. El sistema misional
poseía una flota de falúas y bergantines para el cabotaje fluvial que llevaba las mercancías hasta Cumaná, de
donde eran enviadas al puerto de La Habana para embarcarlas a su destino final.

e) El submodo de vida 5

El submodo de vida 5 alude a formas socioeconómicas específicas que se daban en las areas marginales al
proceso de construcción del Estado nacional que estaba culminando en los siglos XVIII y XIX, las cuales
estaban y siguen mayormente habitadas hoy día por grupos indígenas tribales, cuyas economías constituyen
modalidades secundarias que se insertan de alguna manera en el proceso productivo general de manera directa,
vía la produción artesanal de diversos rubros o mediante la incorporación forzada a la sociedad criolla como
servicios domésticos o a través de la prostitución, la mendicidad o la buhonería. En el primer caso, las
comunidades indígenas sirven como un reservorio de mano de obra para las exploraciones mineras o como
productores de bienes de mesa para la alimentación de las comunidades mineras (Sanoja y Vargas Arenas,
1992b: 269 y siguientes).

Vistos todos los submodos en perpectiva general, podemos considerar que el capitalismo periférico
representado en el caso venezolano por el modo de producción de FES clasista colonial, es la mejor
representación de la Ley del desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista dentro del proceso
nacional que llevó hacia la emancipación de España en el siglo XIX y a la posterior sujeción a modos de vida
neocoloniales.

El desarrollo de la dinámica interna del modo de vida colonial monoproductor (agroexportador) y sus
respectivos manifestaciones en diversos sub-modos, como haremos los capítulos siguientes, es esencial para
entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados en las provincias de
Maracaibo, expresadas en el sub modo 3 y la de Guayana, en el sub modo 4, que se hizo manifiesto en 1810 en
ocasión de la Declaración de Independencia, analizando con cierto detalle las circunstancias particulares que
rodearon el origen de las mismas, específicamente las culturales y sociales, las económicas, así como su
significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela
y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva Granada, las Guayanas francesa,
inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba.

CAPÍTULO 13
Sub-modo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado regional

La guerra por la independencia de Venezuela que se inició en 1810 estuvo signada por el antagonismo entre el
gobierno de la Provincia de Caracas, los de las Provincias de Coro y Maracaibo y el de la Provincia de
Guayana. Para entender y explicar dicho antagonismo, es necesario analizar su causalidad histórica.

El concepto de mercado nacional denota la creación de un estado de coherencia económica dentro de una
determinada unidad política que podría corresponder a un “Estado Territorial” o “Nación Estado” (Braudel,
1992 II: 138 y siguientes). El término designa también un cierto nivel de coherencia y de madurez política que
se alcanza dentro del Estado Territorial que generalmente precede a la madurez económica. Cuando ello ocurre,
el Estado Territorial adquiere la facultad de actuar de forma independiente frente al resto del mundo. Cuando la
madurez política y la madurez económica se conjugan y surge el mercado nacional, ocurre correlativamente un
aumento en la producción tanto agrícola como no agrícola, y un incremento en los procesos de producción,
circulación, distribución, cambio y consumo (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 200).

El paso de un mercado regional a un mercado nacional no es un proceso económico espontáneo; es, por el
contrario, indicación de un nivel de coherencia determinado por las ambiciones políticas y por las tensiones
capitalistas creadas por el comercio, particularmente el comercio interior y el comercio a larga distancia. Por lo
general, la expansión del comercio exterior precede a la unificación del mercado nacional y podría estar en
relación con la progresiva división internacional del trabajo impuesta por la economía mundial (Braudel,
1992.II: 138 y siguientes).

Cuando se considera el surgimiento del Estado Nación en relación con la producción del espacio social, dicho
proceso parece atravesar por dos diferentes momentos o condiciones. Primeramente, un Estado Nación
presupone la existencia de un mercado gradualmente construido sobre un determinado período de duración
variable. Tal mercado está conformado por un conjunto de relaciones comerciales y redes de comercio y
comunicación, a las cuales se subordinan otros mercados regionales o locales creando una jerarquía de
diferentes niveles.

El desarrollo de los mercados nacionales supone igualmente la existencia de un espacio central (comercial,
político-administrativo, religioso, cultural, etc.) que determina la jerarquía de los centros o mercados periféricos
y la relación con el mercado mundial, espacio central que constituye la Capital Nacional. La existencia de un
Estado-Nación implica igualmente la capacidad legal de usar la fuerza militar, emplear el poder político para
controlar y explotar los recursos del mercado y que se haya dado un crecimiento de las fuerzas productivas
(Lefebvre, 1991: 112), como fue el caso de la Provincia de Caracas y del binomio urbano Caracas-La Guaira
en 1810, año de la Declaración de Independencia, vis a vis de las otras provincias de la Capitanía General de
Venezuela como Coro, Maracaibo y Guayana que- por las razones que explicaremos luego- no se plegaron a la
hegemonía caraqueña.

La maduración del Estado colonial caraqueño se expresó igualmente en la creación del Consulado de Caracas
en 1793, especie de corporación mercantil que tenía como objetivo crear y promover la riqueza, particularmente
a través del fomento de la agricultura, el adelanto industrial y la expansión del comercio, como mandaba la
doctrina liberal de entonces, reconociendo a Caracas como capital de la Capitanía General de Venezuela. La
política económica del Consulado legitimó la preeminencia de la oligarquía terrateniente agroexportadora sobre
los comerciantes y mercaderes, proporcionando a dicha oligarquía un instrumento de gobierno propio cuyos
integrantes eran electos por la misma oligarquía criolla en un acto público (Arcila Farías, 1973, II: 104-108,
115; Soriano, 1988: 42-43), circunstancia que permitió “…cohesionar bajo una autoridad caraqueña todas las
provincias que, en lo militar y en lo económico y solo desde una fecha muy reciente estaban sujetas al Capitán
General e Intendente de Caracas, autoridades metropolitanas. Es, pues, el primer bosquejo de gobierno
nacional” (Arcila Farías, 1973-II: 115) y el fundamento legal de la Declaración de Independencia
que proclamaron en Caracas los mantuanos que representaban de las diversas provincias coaligadas el 5 de
Julio de 1810.

Para muchos historiadores tradicionales, hablar de la existencia de un “Estado Territorial” o de una “Nación
Estado” en la provincia de Caracas o en la Capitanía General de Venezuela hacia finales del siglo XVII, podría
parecer un exabrupto. Esta posición se origina, a nuestro juicio, a partir de una visión de la historia donde no
existen procesos dialécticos, transformación de la cantidad en calidad, sino saltos cualitativos o
cuantitativos, suerte de mutaciones históricas. El reconocimiento de procesos dialéctico, de la transformación
de cantidad en calidad es lo que nos permite distinguir una cosa de la otra, poner de relieve las fronteras críticas
que existen en la realidad material, el punto exacto en el cual los pequeños cambios de grado dan lugar a
cambios de estado, lo cual es uno de los problemas findamentales que debe esclarecer la ciencia (Woods y
Grant, 1995: 59).
Si bien Venezuela era formalmente una colonia del Imperio Español, desde la óptica del proceso sociohistórico
particular a partir del siglo XVII y ya quizás del siglo XVI mismo, sus contenidos, la consolidación de la nueva
sociedad mestiza, particularmente de la criolla caraqueña, le estaban dando su propia interpretación a las
instituciones políticas que había impuesto el estatus colonial, expresada en la producción social de un espacio
urbano que representase la centralidad de la vida política y económica de todo el territorio de la Capitanía
General de Venezuela.

No debemos olvidar, sin embargo, que la base social de la mayoria de la población venezolana estaba formada
por grupos humanos descendientes de las etnias originarias arawakas, caribes y chibchas y por los negros y
mestizos descendientes de africanos producto del Holocausto mercantil capitalista que desarraigó a millones de
africanos de sus tierras ancestrales para venderlos como esclavos y esclavas, como mercancía humana en los
mercados negreros americanos.

La sociedad provincial que conformaba el modo de vida colonial mercantil estaba compuesta por una población
mayoritariamente pobre y un bloque dominante minoritario de comerciantes-latifundistas que se apropiaba de la
mayor parte de la riqueza, más interesado –tal como sucede en la actualidad- en la ganancia fácil y rutinaria,
que en el trabajo creativo y reproductivo. Dicho bloque dominante representaba, hacia finales del siglo
XVIII, el 0,5% del total de la población, es decir unas cuatro mil personas. Mientras que una persona mantuana
llegaba a tener un consumo per capita anual de 102 pesos y ¾ de un real, en los otros sectores que
representaban el 99.5% de la población el de un pardo era de 57 pesos y 5 reales, el de un trabajador libre 39
pesos y 5 reales, el de los peones y esclavos 8 pesos y 1/8 de real y el de la gente que vivía en condiciones de
pobreza (indios (as), negros (as), blancos (as) de orilla, etc) de 6 reales al año (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:
188-189; Soriano de Garcia Pelayo, 1988: 42; McKinley, 1987: 41.

Aquel hecho es lo que explica el por que, si bien el 0.5% de la oligarquía mantuana tenían en su agenda
política independizarse del Imperio Español, la mayoría, el 99,5 de la población tenía en su agenda política,
por el contrario, liberarse de la opresión de los mantuanos. Ésta es la causa fundamental del proceso de rebelión
social que se se inicia desde el mismo siglo XVI, se prolonga a lo largo del siglo XIX y estalla finalmente hacia
finales del siglo XX con el Caracazo, la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 y el inicio de la
Revolución Bolivariana (Vargas Arenas, 2007: 122-129).

Como se desprende de lo anteriormente expuesto, para lograr la consolidación de los modos de vida de FES
Clasista Colonial venezolana fue necesario que la producción y el intercambio de bienes entre los diversos
enclaves coloniales pudiesen ser relacionados entre sí mediante el establecimiento de circuitos y zonas
comerciales coherentes, algo parecido a zonas comerciales regionales que pudiesen ser organizadas en torno a
una ciudad que, al mismo tiempo, fuese un puerto marítimo seguro para las operaciones comerciales
internacionales y particularmente con la metrópolis colonial.

Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio
colonial venezolano semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70). El valle de Caracas
y su litoral caribe, que representaban el centro de aquella periferia, estaban todavía bajo el control de las etnias
caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento, la mayor parte de la cuenca
del Orinoco y la cuenca del lago de Maracaibo.

Por esa razón, los empresarios margariteños y cubaguenses financiaron varias expediciones armadas hacia el
valle de Los Caracas con el fin de lograr su control y establecer un enclave urbano que sirviese como punto de
partida a la conquista y colonización de esta estratégica región central de la provincia venezolana. Para lograr
ese fin, Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, utilizando los nexos étnicos existentes entre su
madre guayquerí y los caribes que controlaban Caracas y los otros valles de la cuenca del lago de Valencia,
organizó una expedición naval que logró implantar una primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San
Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los castellanos que parecen haber sido
socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños, decepcionados quizás por la mala fé de su supuesto
hermano étnico, destruyeron dicha fundación el año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su
grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda y retornar navegando a Margarita
(Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 50; Castillo Hidalgo, 2002: 63-65).

Posteriormente al fracaso de Fajardo, le tocó el turno de intentar la conquista del valle de Caracas a los
empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron una expedición armada integrada por
120 castellanos y una poderosa formación de más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente guerreros
caquetíos, jiraharas o gayones enemigos de los caribe, al mando del Capitán Diego de Losada. Con este ejército
de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir
tierras e indios conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 59-69).

Indicador de la importancia económica que tuvo la empresa de conquista y colonización del valle de los caracas,
es el hecho que antes de la fundación definitiva del castro o villa campamento de Losada, los enclaves urbanos
que ya existían tales como Coro, Barquisimeto, El Tocuyo, Trujillo, Valencia y Borburata estaban dispuestas
territorialmente como en una especie de arco en torno al valle de los caracas, el cual permanecia como un
bastión de la etnia caribe. A este respecto, el contador Diego Luís de Vallejo en carta dirigida al rey de fecha 21
de Abril de 1568, los vecinos piden al monarca que establezca un centro político administrativo ubicado en una
ciudad más central que la de Coro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70; Arcila Farías, 1983: 187).

Subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios margariteños regresaron a reclamar los
derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Fajardo. En 1589
(Arcila Farías, 1983: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes
de los empresarios margariteños decretó que, como el numerario era escaso, las perlas tuviesen curso legal
como moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes, lo cual ponía el control del
proceso de acumulación mercantil provincial en manos de los empresarios cubaguenses, quienes obtenían las
perlas explotando hasta la muerte el trabajo y la vida de los esclavos indios y negros obligados a bucear en las
profundidades del mar en Cubagua. Inicialmente, 16 reales de perlas de Cubagua equivalían a un peso de oro,
base de valor para todas operaciones comerciales, para la acumulación de capitales privados y para el pago de
impuestos a la Real Hacienda (Arcila Farías, 1983: 75), inhumana plusvalía extraida de la muerte de centenares
o miles de seres humanos esclavizados sobre la cual se asienta la riqueza y el poder de los futuros “Amos del
Valle”.

Como contraparte y posiblemente para favorecer el negocio y la inversión que habían hecho los empresarios
tocuyanos, el “lienzo de la tierra”, mercancía de uso común entre la mayoría de la población de Venezuela cuyo
principal centro de manufactura era para ese entonces El Tocuyo, fue decretada también por el cabildo
como mercancía circulante o capital mercancía. En razón de aquellos acuerdos entre los empresarios que
controlaban el Cabildo, en 1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o 70
maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada como
instrumento de cambio para las transacciones comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila
Farías, 1983 II: 126). Al igual que la producción de la moneda-perla, la producción de la moneda-lienzo se
originaba en la explotación del trabajo de hombres y mujeres esclavizados en las encomiendas, quienes
sembraban y procesaban el algodón para convertirlo en lienzos finos en los obrajes indígenas de El Tocuyo y
otras poblaciones vecinas (Sanoja, 1979b);.

Como podemos apreciar, los capitales mercantiles formados mediante la acumulación de perlas o la producción
de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño, constituyendo la base del proceso
de concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje
conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de los centros poblados que ya existían en
su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación
de capital que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.
El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de formación de riquezas,
aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y
Caracas y su conexión con las Grandes Antillas, México y la fachada atlántica-mediterránea europea. En esta
triángulo comercial, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la
formación de una compañía de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila, 1978:
116), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las grandes embarcaciones
contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe para organizar un
circuito comercial de distribución de mercancías entre Caracas, Cumaná y Margarita-Cubagua, centro este
último donde se acopiaban también diversas mercaderías provenientes del comercio transatlántico con Sevilla y
de México (Otte, 1997: 362 y siguientes).

El negocio de aquella alianza o compañía de comerciantes y armadores tocuyanos, cubaguenses y caraqueños


era llevar mercancía desde Caracas a Cumaná y Margarita, particularmente, productos agropecuarios como
maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales eran trocadas por su
equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco y mercancías europeas, entre otras. Las perlas, como ya
hemos dicho, eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran
vendidas posteriormente en el mercado caraqueño. Margarita y Cubagua, que desde 1526 formaban parte de
la red transatlántica de Sevilla que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299; Castillo Hidalgo
2000: 431-434), eran quizás como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de
mercancía de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la
cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y posiblemente otros centros poblados importantes del
territorio continental como Santo Tomé de Guayana, utilizando las canoas y bergantines tripulados, quizás, por
marineros indígenas de origen caribe o guarao, como fue el caso de Antonio de Berrío en 1596 (Ojer 1966:
567; Sanoja y Vargas-Arenas 2005: 315-318).

A juzgar por las fuentes documentales y las evidencias arqueológicas excavadas por nosotros en Caracas y
Santo Tomé de Guayana, parte de esas mercancías estaba constituida por ginebra, vino, aceite, platos de
mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos de
lana y algodón, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc. De esta manera se formó un
importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná con derivaciones hacia las Grandes Antillas,
que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la
Provincia de Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como
contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila, MA.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).

La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación originaria de capitales en
la Provincia de Caracas, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias de comercio al por mayor y al por
menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior que el valor de las mercaderías introducidas entre 1581-90
alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes locales una ganancia de 234.553 pesos de
plata. Sumando las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías
introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162). Por otra parte, luego que la acción
conquistadora de Losada y los empresarios tocuyanos y caroreños hiciese posible integrar la región costera
centro-norte al dominio colonial de la Provincia de Caracas, con acceso a lo que sería al puerto marítimo en
desarrollo de La Guaira, los índices económicos señalan que se que produjo una recuperación de las finanzas
públicas. El valor de las mercancías negociadas fue en 1581 de 12 millones y medio de maravedíes, superando
los 9 millones del año 82 y en 1583 llegó a ser casi de 19.700.000 maravedíes (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:
70).

Es importante señalar que la fecha de C14 Beta.95015 señala que en el año 1580 + 70 se incendió o quemó el
bohío que servía de asiento a la primera ermita de Caracas, por lo cual el Cabildo ordenó levantar una nueva
iglesia de una nave con paredes de tapia (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 95 y 99), lo cual debe haber
representado para la época una inversión considerable, indicando con ello que las finanzas del cabildo
corresponden con el auge comercial y financiero que vivía la ciudad de Caracas en aquel momento.
Esa fecha revela igualmente que ya estaba en marcha el proceso de formación de un “mercado nacional” al cual
se estaban integrando otras ciudades provinciales vinculadas a la Provincia de Caracas (Arcila Farías, 1983-42;
ECCs. Carrera Damas, 1967c: 42-43). La mayor parte de las exportaciones que se realizan en aquel entonces a
través del puerto de La Guaira estaban destinadas a Margarita (27.800 maravedíes), Cumaná (91.500
maravedíes) y Santo Domingo o La Española (268.860 maravedíes). Es oportuno mencionar que una cifra tan
elevada de exportaciones podría estar relacionada con el hecho de ser, quizás, los empresarios de La
Española, los socios capitalistas que aportaron buena parte de los recursos para financiar la el negocio de las
perlas de Cubagua y la empresa de conquista del valle de los caracas.

A partir de los siglos XVII y XVIII, como ya apuntamos, el eje conurbado Caracas-La Guaira se convirtió en
el lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de Caracas y en general de la región norte de
Venezuela, cuya economía se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la comercialización de las
materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de ganado y “cecina”, tasajo o carne
salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y
azúcar, lo cual explicaría el papel protagónico que jugó la oligarquía caraqueña en el proceso de
emancipáción de las provincias venezolanas de España (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56; Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 200-204).

Al llegar los años 1809 y 1810, previos a la declaración de independencia, la producción comercial de las
plantaciónes llegó a alcanzar importantes cotas de exportación en la Provincia de Caracas. Sin embargo esta
extrema dependencia sobre la producción de rubros comerciales para la exportacion condujo a un déficit
importante en los productos de la agricultura de subsistencia, hecho agravado por la falta de buenas vías de
comunicación que habrían permitido el acceso a tierras con buenos suelos que se hallaban en el interior de la
provincia. La falta de bancos locales y la dificultad para conseguir créditos y renovar los equipos
y herramientas de trabajo, aunados a los impuestos de almojarisfazgo en las alcabalas y a la carencia de una
flota comercial propia, el pago de elevados fletes para el transporte ultramarino de productos como el café, el
cacao, el añíl, el algodón, el azúcar y las melazas, la manufactura deficiente de los productos artesanales
derivados de la ganadería, hacían difícil la competencia con productos similares en los mercados de ultramar.
Otro factor adverso fue el ausentismo de los propietarios mantuanos, más interesados en participar en el juego
político de la sociedad urbana que en supervisar el trabajo en sus propiedades, quienes delegaron esta actividad
en mayordomos y en personal que no poseía una cultura gerencial y comercial adecuada para tales funciones
(Lucena, 1986:65-106). Como podemos observar, los malos hábitos gerenciales del empresariado venezolano
tienen una gran antigüedad…

El control del cabildo o gobierno del Estado Colonial Caraqueño, al igual que ocurría en otras provincias
venezolanas, permitió a los miembros de la clase dominante apropiarse de las mejores tierras de cultivo que
habían sido hasta mediados del siglo XVI propiedad de los indígenas del Señorio Caribe, quienes pasaron a ser
también propiedad de los nuevos “amos del valle” en calidad de siervos encomendados (Sanoja y Vargas
Arenas 2002: 197-200). De esta manera, la fuerza de trabajo de los indígenas encomendados, esclavizados o
libres y la de los esclavos de origen africano pasó a transformarse en un valor económico agregado al de la
tierra poseida.

Con el desarrollo de las encomiendas, ya entre los años 1573 y 1599 y las primeras décadas del siglo XVII
había comenzado el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en el valle de Caracas y sus
alrededores, equivalente a no menos del 45% del territorio total de la Provincia de Caracas (ECCS: 1967ª: 927).
Para esa época, 151 españoles ya habían recibido en calidad de donaciones y mercedes de tierra la cantidad de
9.685 hectáreas que pertenecían a los indígenas en Caracas, Aragua, Tuy y Barlovento. Entre 1568, año de la
fundación de Caracas y 1599, nuevas donaciones de tierras incrementaron la apropiación de tierras despojadas
a los indígenas en 12.583 hectáreas, 7.068 de las cuales (el 56% de la extensión de tierras) terminaron en las
manos de tan sólo 12 propietarios; otros 52 propietarios obtuvieron, en su conjunto, 5.515 hectáreas. El grupo
familiar Rodríguez resulto el más favorecido al aumentar su patrimonio en 1250 hectáreas, Juan Fernández de
León en 712, Martín de Gámez en 716, Garci-Gonzáles de Silva en 703, Gabriel y Pedro García de Ávila en
662, Juan Villegas de Maldonado en 571 y Sancho López de Mendoza en 549 hectáreas. Durante los siglos XVI
y XVII, mediante el expediente de la llamada “composición de tierras” éstas se fueron concentrando cada vez
más entre un grupo menor de propietarios, contándose también entre ellos la Iglesia Católica la cual llegó a ser
propietaria en el período 1744-46, de 9510 hectáreas (Brito Figueroa, 1978: 137-165).

Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población
encomendada se convirtió en trabajadores (as) libres, pero vinculados (as) a los antiguos amos (as), ahora
dueños y dueñas de haciendas, a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados
al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin
estar sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda.

En la microrregión de Barlovento, planicie de suelos aluviales formada por las deposiciones aluviales del
sistema del río Tuy los encomenderos españoles utilizando la fuera laboral esclavizada, tanto indígena como
africana, desbrozaron las formaciones selváticas originarias para desarrollar comercialmente cultígenos
autóctonos como mercancía circulante, caso del cacao, creando posteriormente plantaciones y haciendas para
su monocultivo intensivo destinado sustancialmente al mercado inyerior y/o extranjero.En las plantaciones se
hacía uso extensivo de la tierra y la fuerza de trabajo, esta última sometida por lo general a la condición de
esclavitud o servidumbre en las cuales “… El uso del capital bajo la forma de instrumentos de producción, era
muy escaso y la base de la combinación productiva era la fuerza de trabajo viva y simple…” El capital-
esclavos representaba, pues el activo más valioso de la plantación, por lo cual para el amo era mejor negocio
“criarlos” en cautiverio que traerlos desde el exterior.(Maza Zabala: 1968: 70, 81).

La utilización también intensiva de mano de obra esclava en las plantaciones, determinó la formación de
comunidades de descendientes de negrovenezolanos libres, densamente pobladas como Caucagua, Curiepe, Rio
Chico, Capaya, El Guapo, Cúpira, Panaquire, Aragüita, Macaira, Mamporal, así como numersos cumbes donde
vivían libres los esclavos (as) que habían logrado escapar del trabajo esclavo al que eran sometidos en las
encomiendas y plantaciones.El poblamiento negrovenezolano de la microrregión de Barlovento tuvo -y tiene
todavía- una gran influencia y conexión con poblaciones similares del litoral central y los valles del Santa
Lucía, Santa Teresa, Cúa, Tácata y Ocumare de la Costa y con la del valle de Caracas, convirtiéndose en una de
las zonas con mayor densidad poblacional negrovenezolana en Venezuela desde el siglo XVIII. En ésta, el
monocultivo del café y caña de azúcar determinó aquella gran centración de población afrovenezolana que
también practicaba el policultivo de conuco para producir almentos de mesa, leña utilizada como combustible,
hecho que tuvo gran importancia en las rebeliones, fugas y guerrillas de esclavos (as) que precedieron la
declaración de Independencia el 5 de Julio de 1811 así como las rebeliones tanto a favor como contra de la
insurgencia emancipadora de los mantuanos blancos (Cunill-Grau 1987-I: 505-521; ( Uslar J. 2010:111).

La importancia de la producción de cacao, café y caña de azúcar en esta vasta región, poblada y trabajada casí
exclusivamente por descendientes de esclavos negros o manumisos, fue uno de factores de la formación
originaria de capitales por la clase minoritaria de propietarios mantuanos caraqueños que residían en la ciudad,
dejando el negocio en manos de los capataces quienes administraban las plantaciones y en la de agentes
comerciales que gestionaban la comercialización de los productos. El ausentismo de los dueños de hacienda
incidió en el bajo rendimiento del negocio de las plantaciones de cacao, desdeñando en oportunidades la sombra
de los bosques que protegían los cacaotales para sembrar también el café de sombra, el cual era igualmente un
importante producto comercial de exportación (Cunill Grau, 1987-I: 492-509)

Muchas de las materias primas producidas por los hacendados, particularmente el tabaco, las melazas, el cacao
y el café eran procesadas en los establecimientos industriales europeos para satisfacer las nuevas modas y el
consumismo creciente de la población, estimulando el desarrollo de determinados sectores laborales de la
producción así como la circulación de bienes de consumo de los países industrialistas de Europa occidental. La
“cecina” o carne salada, se utilizaba principalmente para alimentar a la enorme población de esclavos negros
(as) que ya existía en Las Antillas, motor de la economía de plantación (Humboldt, 1985. II: 251), así como
también las tripulaciones de los barcos de cabotaje. Los rones, los aguardientes, el papelón, el café y el
chocolate satisfacían la enorme demanda interna de bebidas alcohólicas, de estimulantes y de edulcorantes que
tenían y seguimos teniendo tanto los venezolanos como los europeos occidentales.

Si la clase mantuana venezolana hubiese tenido la visión del moderno capitalismo industrialista del siglo XVIII
que animaba a los gestores de las Misiones Capuchinas Catalanas de Guayana, los extensos cultivos de algodón
y las excelentes destrezas artesanales textiles que ya tenían los aborígenes del noroeste de Venezuela mucho
antes del siglo XVI, pudiesen haber servido para echar las bases de una industria de tejidos de algodón de
relativa importancia, aprovechando la enorme demanda mundial que tuvo dicho producto a partir de esa época
(Braudel, 1992-2: 312-314).

La producción de finos lienzos de algodón venezolanos, conocidos como “tocuyo” (Dupuy, 1954), logró una
alta reputación dentro y fuera del actual territorio venezolano. El desarrollo y eventual expansión de una
producción artesanal como aquélla, habría podido compensar la pobreza de las poblaciones campesinas y
urbanas que vivían en un precario nivel de subsistencia, creando así una división social del trabajo más
compleja y agregando a la economía venezolana un sector laboral libre artesanal-mercantil, productor de bienes
para el consumo local y la exportación, que habría reforzado el proceso de acumulación originaria de capitales,
produciendo una mejor distribución del ingreso. Por otra parte, hubiese podido crear también una organización
social y una cultura del trabajo diferente a la que caracterizaba las formas socioeconómicas postfeudales
o ancien regime de la producción agroexportadora de las plantaciones o hatos de ganado. Pero nuestra
burguesía, tanto la de ayer como la de hoy, sólo se interesaba por la ganancia fácil del comercio y la promoción
del capital especulativo sin riesgo.

Aparte de la limitante impuesta por el régimen colonial, es cierto también que desde el siglo XVI, la vasta
producción de tejidos artesanales de algodón y de seda producidos en la India y China ya había comenzado a ser
monopolizada y distribuida por los capitalistas y comerciantes europeos (Braudel, 1992.3: 508-509), pero
existía todavía dentro y fuera de Venezuela—como lo muestra la historia—un mercado regional para un textil
de algodón de buena cualidad como el “tocuyo”, el cual hubiese podido ser penetrado por un grupo de
verdaderos empresarios con espíritu aventurero. Pero, un país donde existía una población mayoritariamente
pobre y un núcleo dirigente más interesado, como hemos dicho, en la ganancia fácil y rutinaria que en la
inversión y el trabajo creativo, difícilmente podía prosperar la invención tecnológica o el riesgo de la inversión
industrial ya que la base de la economía colonial o neocolonial es, precisamente, ‘la dominación del
capital comercial sobre la producción” (Stern, 1986: 843).

La magnitud del despojo territorial a que fue sometida la población indígena originaria por la terrofagia de los
encomenderos y hacendados no puede ser todavía evaluada en su totalidad. Sin embargo, el carácter depredador
de los encomenderos coloniales podría medirse en relación a la enorme cantidad de pueblos indígenas con sus
respectivas tierras que desaparecieron en el siglo XVII y en las primeras décadas del siglo XVIII, a razón de una
legua y media cuadrada por cada pueblo, en las provincias de Caracas, Nueva Andalucía, Barcelona y Guayana
(Arcila Farías et alíi, 1968: 133-138).Sin embargo, a diferencia de la Provincia de Caracas, hasta finales del
siglo XVII, solo la franja costera de la Nueva Andalucia había podido ser colonizada por los españoles,
motivado a la resistencia de los cumanagoto, a las frecuentes incursiones de los caribes antillanos sobre los
asentamientos costeros y a la renuencia de los indígenas caribe venezolanos a someterse a ninguna forma de
servidumbre, lo cual se reflejaba en en el bajo número de encomiendas y repartimientos (Da Prato 1990: 391-
393).

En las tierras que habían sido originalmente desbrozadas y trabajadas hasta el siglo XVI por las etnias
indígenas en el área de los valles centro-costeros de Aragua, Carabobo y Caracas y en los valles subandinos de
Lara, Trujillo y Mérida, se observa --desde los inicios de la colonización española-- un intenso trabajo agrícola
primero a través de las encomiendas y posteriormente de las plantaciones, que condujo progresivamente a la
concentración de la propiedad territorial en manos de cada vez menos individuos, ligados particularmente a la
clase oligarquica mantuana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:69, 190; Rojas 1995; Nieves de Avellán 1997: 149-
163;Samudio 1988: 15-34;).

La introducción de cultivos comerciales como la caña de azúcar, como ya expusimos, generó, por una parte, el
proceso de explotación intensa y extensa conocida como plantación donde el trabajo agrícola, al dedicarse a la
monoproducción, convirtió los ricos valles de la cuenca del lago de Valencia en suelos especializados en un tipo
de monocultivo cañero, característica difícil de revertir en el tiempo actual cuando las crisis alimentaria
mundial requiere una producción diversificada de rubros agrícolas.

Existían todavía comunidades indígenas que habían podido sobrevivir a la depredación de la conquista
española al amparo de las misiones, como era el caso de Turmero, Guacara, La Victoria, Los Teques, entre
otras, donde había tierras de cultivo sometidas al régimen de la propiedad comunal. Dichas tierras eran
codiciadas por los latifundistas criollos quienes, ya desde 1783, habían comenzado a despojar a los indígenas de
las que les habían sido reconocidas por la Corona dentro del régimen de resguardos indígenas (Semple, 1974:
42; Cunill Grau, 1987-I: 395).

La presencia de mayoritaria de población criolla y mestiza en los valles de los actuales estados de Miranda,
Aragua y Carabobo, y el carácter expansivo de los cultivos de plantación que representaban la consolidación del
capitalismo mercantil, determinó que los misioneros fuesen sustituidos por curas de parroquia y que los restos
de la población indígena desposeída de sus tierras fuese convertida en peonaje enfeudado o asalariado de los
latifundistas, así como sirvientes domésticos de las familias criollas (Humboldt, 1941-III: 83).

Más hacia el norte sobrevivían también pueblos de indios en las zonas periféricas al este de Caracas como
Chacao y Petare, aunque ya vinculados al régimen de trabajo asalariado en las plantaciones de café y caña de
azúcar (Semple, 1974: 55). Otros pueblos de indios en la misma situación laboral estaban localizados en las
actuales parroquias de La Vega y Montalbán, Antímano y Macarao. En el litoral guaireño, actual Estado
Vargas, existían así mismo comunidades indígenas dedicadas fundamentalmente a la pesca artesanal. Otras
aldeas de indígenas se hallaban localizadas hacia las actuales parroquias Catia La Mar y Carayaca y en las abras
que hallan sobre la vertiente litoral de la Cordillera de La Costa, dedicadas a la pesca artesanal y a la agricultura
de subsistencia (Sanoja, 1988: 98).

Al oriente de la región centro costera caraqueña, la población indígena alcanzaba para el siglo XVIII un número
aproximado de 60.000 personas distribuidas particularmente en el territorio de las provincias de Barcelona,
Cumaná y la isla de Margarita. Alrededor de centros urbanos tales como Barcelona y Cumaná existían todavía
numerosos pueblos de misión que agrupaban poblaciones de filiación caribe. En las ciudades, los y las
indígenas trabajaban como servicio doméstico en las casas de los criollos, en tanto que otros y otras se
dedicaban a trabajos productivos como el cultivo en conucos urbanos, la pesca artesanal, preparación de
pescado salado para la venta en los mercados, producción de bienes artesanales como vasijas, ollas, platos de
barro, budares, cestas, tejido de chinchorros y hamacas, sillas y taburetes, pilones para maíz, bateas de madera
para lavar la ropa o para uso culinario, manufactura de casabe y granjerías diversas, cría de cabras, cerdos, aves
de corral, lo cual no sólo vinculaba a las comunidades indígenas a los circuitos de producción, distribución
cambio y consumo, sino que hacía su existencia necesaria para la reproducción de la vida cotidiana en las zonas
urbanas y rurales.

En la isla de Margarita, las poblaciones guayqueríes estaban todavía organizadas en rancherías que agrupaban
entre 100 y 150 personas, dedicadas algunas a la pesca artesanal y al comercio con tierra firme, en tanto que
otras practicaban una extraordinaria artesanía textil: hamacas, chinchorros, sombreros, cestas, alfarería
culinaria: platos, ollas, pimpinas, tazones, budares, etc.

Alrededor de Carúpano la población tanto indígena como afrovenezolana formaba parte del los trabajadores (as)
agrícolas de las haciendas de café y cacao. En general, de manera similar a la Provincia de Caracas, en las de
Trujillo, Mérida y Barinas, la producción artesanal originada en la trama de pueblos de misión, de pueblos de
indios y comunidades afrovenezolanas que formaban el tejido conectivo entre los grandes centros poblados y la
haciendas era la que mantenía y ayudaba a reproducir tanto la vida cotidiana de la sociedad criolla como el
funcionamiento de las haciendas dedicadas a la monoproducción (Sanoja, 1988: 100-103).

El eje del poblamiento que se extiende en diagonal desde el litoral centro-costero hasta las serranías y el
piedemonte andino que caracteriza al sub.modo de vida 1, agrupaba para el siglo XVIII una considerable
cantidad de población indígena y mestiza, integrada a un modo de trabajo agropecuario artesanal a partir del
cual se gestó, para la segunda mitad del siglo XVIII, un proceso acelerado de acumulación de capitalitales,
sustentado en la sociedad clasista que había sido introducida en el siglo XVI en torno a la producción de
cultivos comerciales de origen indigena como el tabaco, el cacao y el algodón y, posteriormente, el café, el añíl,
la ganadería y la producción de cueros de vacuno. Este proceso de formación de capitales se asentó con el
establecimiento de un régimen de relaciones de explotación de los españoles peninsulares o criollos sobre otros
españoles o blancos (as) pobres, mestizos (as), zambos (as), indígenas, negros (as) libertos o esclavos (as).
Dicho proceso se expresó en la consolidación de una burguesía mantuana de grandes terratenientes y
comerciantes, una pequeña burguesía constituida fundamentalmente por pequeños comerciantes, artesanos (as),
productores (as) agropecuarios, etc., donde comenzaron a figurar también mestizos (as), indígenas y negros (as)
manumisos.

El cultivo y el comercio del tabaco.

En la Provincia de la Nueva Andalucia y en la de Cumaná, el tabaco, domesticado y cultivado por los pueblos
aborígenes originarios desde el período precolonial, ya había sido adoptado por los españoles en 1578 y se
convirtió desde finales del siglo XVI en un medio de cambio. Ya en 1594 los comerciantes flamencos
(holandeses) e ingleses compraban de contrabando el tabaco “a menos de cuatro reales la libra y lo revendían
en Flandes e Inglaterra a cincuenta” Según el gobernador de la Provincia, “los vecinos de de San Cristobal de
los Cumanagotos habían cosechado 30.000 libras de tabaco el cual se vendía inmediatamente a los
comerciantres europeos, quienes a su vez vendían ropa y mercancía de contrabando (Castillo Hidaldo 2002:
442-456).

El cultivo, la preparación y distribución de la variedad de tabaco llamado Curaseca, cultivado en Barinas y en


la micro región de Guanare, muy cotizado en los mercados europeos, se canalizaba a través de un
monopolio real, el “Estanco de Tabaco”, el cual contrataba y compraba la producción de los pequeños
propietarios. El cultivo, recolección, preparación, almacenamiento y distribución del tabaco requería una mano
de obra numerosa que se asentaba tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos, incluyendo los
administradores y funcionarios que atendían los almacenes del producto. Una parte de las hojas de tabaco se
exportaban al exterior vía el puerto de La Guaira o Puerto Cabello, en tanto que otra se movilizaba
embarcaciones desde los puertos de Santa Rosa, Gibraltar, La Ceiba y Moporo, atravesando el lago hasta llegar
al puerto de Maracaibo, o transportada en bongos a lo largo de los ríos Santo Domingo hasta Torunos, puerto-
almacén de donde se trasladaba via el Apure y el Orinoco hasta el puerto de Angostura (hoy ciudad
Bolívar), donde se re-embarcaba en navíos de mayor calado hasta las Antillas, las Guayanas o hasta Europa
misma (Cunill-Grau, 1987-I: 716-722).

La Provincia de Caracas y el submodo de vida II: el modo de trabajo ganadero

El regimen de encomiendas y los pueblos de misión favorecieron igualmente la introducción de la ganadería


particularmente en los llanos de la Provincia de Caracas, así como el desarrollo de un nuevo modo de trabajo y
de una nueva cultura. El indígena hispanizado, el esclavo afrovenezolano y el zambo, mestizo de ambos grupos
étnicos, se convirtieron en vaqueros o pastores de vacuno montados a caballo, utilizando la lanza tanto
herramienta para el trabajo en la sabana como arma ofensiva o defensiva, semidesnudos, viviendo una vida
libre, dura y espartana, lejos de los pueblos.
La Provincia de Caracas, a la cual hemos denominado como el centro de un mercado regional o de un Estado
colonial, desarrolló una articulación instrumental congruente con su periferia sur donde comenzaban la región
de los llanos centrales y suroccidentales, en la cual se desarrollaron centros urbanos importantes como el eje
ciudad-puerto de Valencia-Puerto Cabello, San Sebastián, San Carlos, Calabozo, Guanare, Barinas, etc.
(Arcila Farías, 1983ª: 186-187; Lombardi, 1976). Para 1810, esta interconexión de centros urbanos y zonas
productivas funcionaba de manera tan satisfactoria que su forma y organización básica sobrevivió
prácticamente sin cambios hasta 1930, cuando el boom petrolero y los fuertes movimientos migratorios de
población desarticularon casi toda la estructura social, cultural, demográfica, económica, cultural y política
heredada de la Colonia (Lombardi, 1976: 110; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 192).

Durante el período pre invasión, el poblamiento originario se concentró en el piedemonte, los valles montañosos
y las llanuras o planicies aledañas a la Cordillera Andina y la Cordillera de la Costa. Las sabanas
llaneras, mayormente deshabitadas, albergaban, como ya hemos explicado en páginas anteriores, poblaciones
seminomádicas recolectoras, cazadoras y pescadoras ejemplo de las cuales pueden ser los guahibos, chiricoas y
pumeh (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 158-163), a diferencia de las poblaciones originarias de los Llanos Altos
de Portuguesa y Barinas donde existían sociedades muy complejas con una organización social centralizada de
tipo cacical o Señorío, que habían construido un paisaje cultural donde figuran grandes obras de terracería:
calzadas de gran longitud, plataformas y complejos de montículos de habitación, campos elevados de
cultivo utilizando camellones para aprovechar el agua de las inundaciones periódicas, amplias redes
comerciales para la circulación de bienes manufacturados, de alimentos, de mujeres, de tabaco, etc., y centros
de intercambio de diversos productos donde poblaciones de distintas etnias venían a trocar y negociar sus
mercancías (Federmann, 1557: 160; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 83-94),

La penetración de los empresarios de la provincia de Caracas en la región de los llanos centrales de Venezuela
se estabilizó con la fundación de la ciudad de San Carlos de Austria en 1678, la cual estaba destinada a servir
como soporte de la red de misiones capuchinas que introdujeron los rebaños de ganado en esa extensa región.
En 1720, el Rey de España ordenó la transferencia del control de la ciudad y la región a los poderes civiles y
seculares, de manera que el negocio ganadero pasó a ser controlado por empresarios privados. San Carlos de
Austria se convirtió en centro residencial de los dueños de hatos debido a las vías de comunicacion terrestres y
fluviales que la conectaban con Puerto Cabello y el eje conurbado Caracas-La Guaira, y facilitaban la
exportación de ganado, mulas, cueros, quesos, huesos y cuernos y tabaco hacia las principales ciudades de
Venezuela, particularmente Barquisimeto, Caracas y Valencia, así como a ciertas localidades de la costa donde
los contrabandistas holandeses direccionaban esos productos hacia los mercados europeos. Las mulas, es
importante recordar, constituían en ese entonces en Europa uno de los medios de transporte más importante
para el acarreo de mercancías. De España y Holanda se importaban -legalmente o como contrabando- diversas
mercancías para satisfacer la demanda de la clase propietaria de hatos y los burócratas y administradores
coloniales (Lombardi, 1976: 90-91).

Los y las indígenas y los esclavos (as) o manumisos afrovenezolanos se adaptaron a los cambios sociales y
culturales que se produjeron en los hatos ganaderos de los llanos centrales de Venezuela a partir del siglo
XVIII, conformando un nuevo tipo social que conocemos en Venezuela como los llaneros (Humboldt, 1941 III:
224, 225, 26; Codazzi, 1940-I: 78;Appun, 1968: 124; Armas Chitty, 1961: 55; Sanoja y Vargas Arenas, 1992:
266-267).

El estilo de vida de los llaneros o vaqueros, integrado inicialmente por caribes, guahibos, chiricoas y
afrovenezolanos, se caracterizó por la adopción del caballo como su “alter ego” y la lanza, instrumento de
trabajo y combate heredado de sus ancestros indígenas, como instrumento de identidad cultural. Los dueños de
hatos les confiaban el pastoreo de rebaños de ganado, para lo cual el llanero y su familia vivian en rústicas
viviendas de palma, sin más mobiliario que un cuero crudo que les servía de cama. Andaban casi desnudos,
vestidos con unos pantalones cortos y tocados con un sombrero de palma, la larga lanza en una mano, una soga
de cuero crudo colgada en el lado derecho de la silla de madera y cuero, y una cobija para cubrirse en las frías
noches llaneras y que a veces fungía como silla (Armas Chitty.1961:55).
Llevaban una forma de vida seminomádica ruda, espartana, con un consumo mínimo de bienes materiales e
incluso de alimentos. Mucho se ha argumantado sobre el carácter igualitario y democrático de la vida de los
hatos llaneros, pero si analizamos las inmensas ganancias que obtenían los dueños de hatos por la venta de
cueros, sebo, carnes secas, cecinas y huesos de ganado, la mínima inversión de capital en el negocio ganadero y
la miserable remuneración que recibían el peonaje, podríamos entender el carácter de la explotación a que
estaban sujetos los trabajadores (as) del llano. Parte de las antiguas etnias nomádicas y seminomádicas de la
periferia meridional de los llanos como los pumeh, sálivas, chiricoas y guahibos formaron pueblos alrededor de
los asentamientos mestizos como Guasdgualito y Achaguas y la ciudad de Barinas, donde trabajaban en el
servicio doméstico, como arrieros para el transporte de mercancías o artesanos (as) y comerciantes (Sanoja,
1988: 103-105).

CAPÍTULO 14
Sub-modo de vida 3: la provincia y la ciudad de Maracaibo

Para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados del submodo 1 y del
submodo 2, con la de Maracaibo o sub modo 3 es necesario analizar con cierto detalle las circunstancias
particulares que rodearon el origen de la misma, específicamente el papel determinante que jugaron las etnias
aborígenes originarias en el proceso de creación de la nación y de los mercados regionales y, particularmente,
los factores culturales y sociales y las formas socioeconómicas que sirvieron para definir el perfil de la
sociedad indohispana marabina, su significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban
la Capitanía General de Venezuela, y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la
Nueva Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba.

Para finales del siglo XVII, extensas áreas del noroeste de Venezuela permanecían todavía habitadas por
comunidades indígenas relativamente independientes, pertenecientes a las etnias gayón, ayamán y jirahara
ubicadas en las serranías de los actuales estados Lara y Falcón tales como Churuguara, Baragua, Matatere,
Bobare y Siquisique, así como la wayúu en la peninsula de la Guajira, los Barí de la Sierra de Perijá y extensas
regiones litorales del lago de Maracaibo habitadas por onotos, pemenos, quiriquires y añú.

Aparte de la población indígena que habitaba las zonas rurales, gran número de ella habitaba también las zonas
urbanas como fue el caso de El Tocuyo, donde los y las artesanos y artesanas indígenas practicaban la artesanía
textil así como los oficios domésticos en las casas de los criollos. La influencia indígena dentro de la
composición demográfica de la región era muy fuerte, notándose también la existencia de densos núcleos de
población aborigen en las comunidades de Quíbor, Barbacoas, Curarigua, Cubiro y Chabasquén (Cunill Grau,
1987-I: 278-279; Sanoja 1988: 96-103).

Las poblaciones con un sub-modo de vida III, ya habían conformado para el siglo XVIII una especie de
macroregión histórica, hecho que habría de tener gran relevancia para los sucesos que desencadenaron a inicios
del siglo XIX el proceso de independencia de Venezuela de la metrópolis española. Las poblaciones indígenas
de esta macroregión dieron también origen a formas socioeconómicas agropecuarias y artesanales así como
pescadoras, que gravitaban en torno al establecimiento urbano de Coro. Ayamanes, jiraharas y caquetíos
desplazados por los españoles y los criollos de sus antiguas tierras cacicales, formaron barriadas periféricas a la
ciudad, integrándose también como servicio doméstico asalariado en las casas de los criollos. Más hacia el
oeste, la expansión de las fronteras de estas formas agropecuarias artesanales gravitaba en torno a la ciudad de
Maracaibo que desde el siglo XVI se había convertido en el lugar central de un mercado regional occidental que
incluia la región andina y la cuenca del lago de Maracaibo.

Las regiones selváticas y anegadizas de la costa occidental y de la costa suroccidental del lago estuvieron
habitadas hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII, por poblaciones indígenas independientes que
representaban las tradiciones culturales precoloniales que se habían establecido en la región desde –por lo
menos- 500 años antes de nuestra era, integrantes de un Modo de Vida Tribal Productor Igualitario. Ya desde el
años 830 y hasta los años 1050 y 1630 de nuestra era, existían grandes aldeas indígenas, posiblemente barí, en
las márgenes de los ríos Onia, Zulia y Catatumbo (Sanoja, 1969, 1972; Vargas Arenas, 1990: 275-289; Sanoja,
1997: 184; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 101-105).

En la microrregión Guasare-Socuy-río Palmar y Carrasquero, al suroeste de Maracaibo, hacia donde se


extendió el proceso de trabajo ganadero de los criollos marabinos luego del siglo XVI, la presencia de grupos
indígenas tribales originarios, cultivadores de maíz está datada entre 100 años ANE y 1500 años ANP,
observándose que para 1350 años de la era existían numerosas aldeas indígenas que acostumbraban enterrar sus
muertos en urnas de barro, cuya alfarería presenta características que permiten vincularlas con las etnias de
origen chibcha o caribe del suroeste del lago y con las etnias tairona de la sierra de Santa Marta (Sanoja y
Vargas Arenas, 1999a: 105-107).

El fin de la existencia autónoma de dichas etnias indias originarias se inició con el establecimiento en el sur del
lago de las misiones capuchinas navarras en las últimas décadas del siglo XVIII. Nuestras investigaciones
arqueológicas en la región muestran la existencia de comunidades indias autónomas, posiblemente de la etnia
barí, que todavía existían para 1630 ANP, como lo evidencias los sitios arqueológicos estudiados, en el área de
las actuales poblaciones de San Carlos y Santa Bárbara del Zulia. Fue al parecer a partir de esas etnias que se
crearon los pueblos de misión ya mencionados hacia 1780 ANP, en las riberas de los ríos Zulia y Catatumbo.
Otros pueblos de misión como El Rosario de Perijá, fundado en 1789, marcan la expasión del proceso de trabajo
agropecuario y artesanal hacia los últimos reductos de comunidades indígenas libres que existían en el
occidente de Venezuela (Sanoja yVargas Arenas, 1992:139-143).

El régimen de propiedad comunal establecido por las misiones capuchinas navarras comenzó a ser cuestionado
ya desde el mismo siglo XVIII por los colonos criollos llegados de Maracaibo, quienes ambicionaban explotar
para su provecho las áreas que habían sido abiertas a la colonización por las misiones y utilizar para su uso
personal la fuerza de trabajo de la población indígena que aquéllas habían logrado reducir y estabilizar en sus
pueblos misionales (Cunill-Grau, 1987: 234-239). Es allí cuando comienza a gestarse el proceso de formación
territorial de la propiedad agraria en la región, el cual culmina hoy día con el sistema de haciendas ganaderas y
monoproductoras de rubros como plátanos y bananos, entre otros, que caracterizan el proceso de acumulación
originaria de capitales en el sur del lago de Maracaibo. En razón de ese proceso de colonización, ya para el siglo
XVIII se habían formado enclaves de refugio de indígenas barí, japreria, yukpa y de otras diversas etnias que
habían habitado desde tiempos muy antiguos las planicies sedimentarias que rodean el suroeste del lago de
Maracaibo, y que entonces huían de la penetración misional y criolla en dicha región.

Sobre la costa noroccidental del lago existían, para finales del siglo XVIII, poblaciones palafíticas habitadas por
indígenas y mestizos (as) que se dedicaban fundamentalmente a la pesca en el lago y la manufactura artesanal
de cestas, esteras, cordeles, etc., utilizando las fibras de la enea (Cyperus articulatus sp.) una planta que crece
en las orillas del lago. Los antecedentes locales de esas comunidades indígens se remontan hasta mediados del
último milenio ANE, como lo evidencian los restos de antiguos poblados palafíticos precoloniales que han sido
excavados en las localidades de las actuales ciudades de Lagunillas y Bachaquero (Wagner, 1980). La
producción local actual de los artesanos (as) cesteros de la costa noroccidental del lago logró hacer un nicho
comercial en el mercado de Maracaibo, como parte de los bienes culturales muebles que se insertaron en el
consumo cotidiano de la población marabina, tanto urbana como rural,

Hacia el noroeste de Maracaibo, la expansión de la sociedad criolla y de las fronteras agropecuarias y


artesanales de un submodo de vida III se extendió en el siglo XVIII hasta la región de Sinamaica. Las
evidencias arqueológicas indican que la ocupación humana originaria de la península de la Guajira, área de
Sinamaica, parece estar relacionada con el extenso proceso de poblamiento arawako del noroeste de Venezuela
cuya antigüedad en el valle de Camay, Edo. Lara y en Lagunillas, costa nororiental del lago se remonta hacia
500 años ANE (Sanoja y Vargas Arenas, 2008:17-56).
La extensión de los pueblos arawakos hacia la peninsula de la Guajira está datada en alrededor de 100 años
ANE. Caracterizada por pueblos relacionados con un modo de vida tribal igualitario vegecultor, la fase más
antigua Kusú practicaba un modo de trabajo que enfatizaba junto con la agricultura la pesca palustre o marina.
A la misma sucede otra fase de poblamiento conocida arqueológicamente como fase Hokomo, quienes
desarrollaron un modo de trabajo basado en la agricultura de maíz y de yuca combinada con la recolección de
bivalvos y moluscos marinos que vivían en las playas y fondos cenagosos. La sociedad hokomo parece haber
sido socialmente compleja, como lo evidencia la diferenciación en la riqueza de parafernalia mortuoria asociada
con los entierros humanos, hecho cultural favorecido por una fase húmeda que habría comenzado alrededor del
año del año 50 ANE. A partir del siglo XIII de la era, comenzó un período de desecamiento del ambiente que
produjo finalmente el paisaje árido que caracteriza en la actualidad la peninsula de La Guajira, ocasionando al
parecer el decaimiento de las antiguas poblaciones agricultoras y el inicio de una nueva fase conocida
arqueológicamente como Siruma cuya cultura es la que conocemos hoy día como wayúu. A partir del siglo
XVI, grupos indígenas wayúu cuyo modo de trabajo originario era agricultor, cazador-recolector, adoptó de los
españoles la cría y el pastoreo de ganado vacuno, caprino, ovino y caballar, convirtiéndose en pueblos pastores
seminomádicos con una fuerte integración social, política y cultural (Sanoja, 1988; Sanoja y Vargas Arenas,
1992: 123, 126, 215- 217; Gallagher, 1976; Cunill Grau, 1987: 214; Acosta Saignes, 1954: 71-72; Reichel-
Dolmatoff, 1951: 193-194; Langebaek et al, 1984: 58, 60, 61 tabla 5; Sanoja y Vargas Arenas, 2008: 44-50)..

Otras de aquellas poblaciones originarias, los añú o paraujanos, igualmente de filiación lingüística caquetía, las
cuales practicaban alternativamente la pesca marina o fluvial, la recolección de bivalvos y gasterópodos
marinos así como el cultivo del maíz, continuaron hasta el presente habitando en poblados palafíticos en ríos y
lagunas en la Baja Guajira y el litoral marabino. Para el mismo siglo XVI, buena parte del litoral suroccidental
del lago de Maracaibo estaba poblado y controlado por comunidades indígenas de pescadores -también de
filiación caquetía- que simultáneamente explotaban y comerciaban el pescado, la sal que obtenían en las
diversas salinetas que existían en esta parte del golfo de Venezuela, redes de pesca y cordeles elaborados con
fibras henea y anzuelos posiblemente de concha o hueso (Sanoja, 1969: 40). Según Sánchez Sotomayor, (1573-
1575: 9), la actividad principal de estas comunidades indígenas conocidas como onotos, pemenos, güerigüeris o
quiriquires, consistía en el trueque de la sal y el pescado que producían en la costa del lago por los bienes que
manufacturaban u obtenían a su vez por trueque con otras comunidades indígenas de la la Alta Guajira o el
noroeste de la actual Colombia denominados pacabueyes, coanaos y zondaguas: maíz, yuca, carne de venado,
mantas de algodón pintadas, orejeras o caracuríes, chagualas, aguilillas y otras joyas de oro tumbaga. Todavía
a inicios del siglo XVI estos productos, junto con la sal, útil para la conservación de las carnes y los alimentos,
formaban parte de los circuitos comerciales que incluían el asentamiento urbano inicial de Maracaibo y los
actuales estados Trujillo y Mérida, utilizándose ríos como el Zulia para armar flotas de piraguas que llevaban
mercancías desde el lago de Maracaibo hasta la ciudad de Pamplona y viceversa (Sanoja, 1969: 41).

Es probable que a partir del siglo XVI, muchas de aquellas bandas de cazadores-pescadores y salineros que
habitaban el litoral noroeste del lago de Maracaibo que también pertenecían al stock lingüístico arawaco
(Loukotka, 1968: 127; Oliver, 1988: 205; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 207), hubiesen buscado refugio en las
tierras del interior de la Guajira -huyendo de la presión de los españoles y los criollos para despojarlos de sus
tierras ancestrales- donde ya habitaba la gente conocida arqueológicamente como la Fase Siruma (Gallagher,
1976: 170-172), ancestral a la etnia wayúu. Posiblemente esa diversidad de orígenes que existía en el noroeste
de la cuenca del lago de Maracaibo haya dado a su vez origen a la diversidade étnica y dialectal que caracteriza
a la población wayúu moderna de la Guajira: wayúus, añús o paraujanos y cocinas, hablantes dialectales de una
lengua arawaka común que conforman el grupo arawak de la Guajira (Jahn, 1973: 65-72; Loukotka, 1968: 127;
Oliver, 1988: 203-204), formado a partir del arawak del grupo Caquetío (Loukotka, 1968: 128) que ya se
hallaba asentado en el noroeste del lago por lo menos desde el siglo VII de nuestra era.

El origen de la ciudad de Maracaibo

El proceso de producción del espacio urbano maracaibero, actual capital del estado Zulia, estuvo
profundamente vinculado con los modos de vida y los de trabajo de las diversas etnias originarias que
poblaban el hinterland marabino, hecho que contribuyó a la consolidación de la región geohistórica de la
cuenca del lago de Maracaibo, la cual incluye el territorio wayúu venezolano y el colombiano e impacta la el
piedemonte andino occidental y la región atlántica de la actual Colombia (Amodio, 2001; Urdaneta Quintero et
alíi, 2008: 107-110). Como podemos observar de lo expuesto, el proceso de formación del espacio geohistórico
marabino difiere profundamente del de las Provincias de Caracas y Guayana. La convivencia territorial del
enclave urbano criollo con las etnias indigenas se ha prolongado prácticamente hasta el presente, dando lugar a
una simbiosis social y cultural, a una sociedad con un perfil regional muy definido que ha sabido preservar su
unidad cultural dentro de la convivencia de una gran diversidad de tiempos históricos.

Es probable que existiesen ecosistemas húmedos (manglares) en las desembocaduras de los caños que drenan en
el lago, los cuales eran al parecer centros de reproducción de especies palustres comestibles: peces, ostras y
muchas otras, así como área de atracción para diversas especies zoológicas terrestres, amfibias y volátiles.
Hacia el suroeste, el ecosistema sabanero parece haber servido tanto para la caza y la recolección, como para la
actividad ganadera e interfase para el aprovechamiento de los recursos naturales de la región de Perijá y la
Guajira.

Para el siglo XVI, el territorio ocupado para entonces por los grupos indígenas que habrían de integrar
posteriormente la población urbana inicial de la futura ciudad de Maracaibo, estaba circunscrito al oriente por
las poblaciones arawakas conocidas arqueológicamente como tradición Dabajuro (Oliver, 1989; Sanoja y
Vargas Arenas, 1992: 187-193), quienes ocupaban toda la región norte del actual estado Falcón, así como la
costa nororiental del lago. Al oeste del río Limón, existían poblaciones palafíticas de filiación añú; allí
comenzaba la región semidesértica de la Guajira que se hallaba ya habitada por pueblos wayúu. Al suroeste de
Maracaibo, en la planicie litoral del lago y en el piedemonte de sierra de Perijá, habitaban todavía pueblos barí
de filiación chibcha, así como otros de filiación caribe (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a:107-111; Urdaneta
Quintero et alíi, 2008:85-111).

La franja litoral lacustre, habitada por grupos indígenas pescadores recolectores conocidos etnohistóricamente
como aliles, toas, zaparas, onotos y quiriquires, se hallaba cubierta por extensas aldeas palafíticas habitadas
por etnias de filiación arawaka. La relación de Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga de 1579,
contenporánea con la fundación de la Nuevan Zamora de Pedro Maldonado, nos describe el aspecto que
presentaba para entonces la región litoral lacustre donde tuvo lugar dicha fundación, habitado por:

“… indios [que] tienen sus pueblos fundados sobre el agua, contruidos en tablas sobre el agua, y sobre éstas
hechas las casas. Es gente delicada de entendimiento, iclinados a su libertad, amigos de hablar la lengua
española y précianse de andar vestidos. Es gente enemiga del trabajo por el gran vicio que tienen del
pescado… Hay cuatro lenguas diferentes entre los indios que viven en el agua, aunque en parte se entienden
unos a otros…” (En: Arellano Moreno, 1950: 159).

Lo anterior parece indicar que las poblaciones originarias que habitaban las aldeas palafíticas en las riberas del
lago eran hablantes de diversos dialectos arawakos, diferentes a los que tenían los pueblos de tierra firme con
quienes sólo se entendían mediante intérpretes.

Hacia comienzos del siglo XIX, las aldeas palafíticas llamadas también pueblos de agua o pueblos de la laguna,
contaba cada uno con alrededor de 50 viviendas y una capilla, también palafítica, levantada sobre horcones de
madera de vera (Bulnesia arbórea). Sus habitantes de entonces seguían siendo fundamentalmente pescadores y
cazadores de aves silvestres, particularmente patos, aunque cultivaban también algunos conucos en las tierras
inmediaras a las viviendas. Mediante la utilización de las fibras de henea, planta que crece en las orillas del
lago, fabricaban cestas, esteras, chinchorros, pitas y cordeles, etc. No estaban encomendados y vivían en
libertad, ya que la población criollas marabina no tenía ningún interés en apoderarse de esos suelos pobres y
pantanosos (Cunill Grau, 1987 I: 242-243).
Según el mapa de la Guajira elaborado por el general Rafael Benítez en 1874, el litoral del golfo de Venezuela
entre el río Limón y la denominada Ensenada de Calabozo o La Mochila, estaba habitado por pueblos
originarios conocidos como capuanas, cocinas y cocinetas (Vila, 1963). Si ello fuese representativo de la
situación exístente en el siglo XVI, podríamos decir que las poblaciones nombradas conformaban una especie
de interfase entre los pueblos arawakos wayúu de la Guajira y los paraujanos o añú y de otras filiaciones étnicas
que habitaban la franja litoral de lo que habría de ser posteriormente el espacio urbano marabino.

La Ranchería de Maracaibo: 1529

A comienzos del siglo XVI, la dinastía de los Habsburgos en la persona del emperador Carlos V se había
convertido en el amo de España, los Paises Bajos e Italia y tenía bajo su control el resto de la Europa Cristiana
gracias a las enormes riquezas en oro y plata que la Corona expropiaba a los pueblos colonizados de nuestra
América. Obligado a pagar enormes sumas de dinero en toda Europa, Carlos V entró en negociaciones con
grupos de mercaderes y prestamistas de dinero de Augsburgo, Alemania, las familias Fuggers y Welsers, cuyo
verdadero centro de operaciones se hallaba en Amberes, Países Bajos y quienes poseían enormes capitales, le
prestaban por adelantado y transportaban el dinero sin el cual no habría podido funcionar la política imperial de
España (Braudel, 1992: III 151). Para cancelar las enormes deudas contraídas con los banqueros alemanes,
Carlos V se vio obligado a entregar en usufructo muchas propiedades de la Corona, tanto en la misma España
como en sus colonias americanas. Es así como el gobierno de la entonces Provincia de Venezuela fue entregada,
bajo aquella modalidad, a la familia Welser, quien la poseyó desde 1528 hasta 1548 (Morón, 1979: 99-100;
Braudel, 1992-II: 524).

El primer gobernador welser, Ambrosio Alfinger, fundó en 1529 una ranchería o campamento militar en la
costa del lago de Maracaibo, para que le sirviese como soporte logístico de las campañas de penetración hacia el
interior de la provincia y hasta el interior de la Nueva Granada. Por su ubicación geoestratégica y su
característica sociohistórica, el enclave urbano maracaibero estuvo, pues, orientado desde el siglo XVI, a
mantener el flujo de personas y materias primas entre la región andino-caribe de Tierra Firme y la metrópoli
española. Por las mismas razones, se convirtió posterormente en el puerto de entrada del comercio legal e
ilegal entre los Países Bajos y el litoral caribe occidental de Suramérica.

La primera fundación conocida de Maracaibo fue la de Ambrosio Alfinger en 1529, culminando con la
definitiva de Pedro Maldonado en 1574, denominada Nueva Zamora. En sus orígenes, la ciudad parece haber
estado integrada por varias aldeas indígenas localizadas en espacios como los actuales El Saladillo y El
Empedrado, cuya producción subsistencial servía para alimentar también a la reducida población europea y
aldeas indohispanas ubicadas en el espacio donde hoy se levantan la Catedral y la Plaza Mayor. Estas aldeas se
establecieron sobre un antiguo sistema de dunas consolidadas de antigüedad pleistocénica que bordea la ribera
noroccidental del lago.

Dichas dunas, donde el nivel freático es alto, habrían permitido también el establecimiento de áreas de cultivo
de la yuca (Manihot esculenta sp), el maíz (Zea mays) el acceso a los recursos palustres del mismo (peces,
fibras de enea, etc), y servir como puerto para el arribo de embarcaciones.

Con el objeto de tratar de documentar arqueológicamente las fundaciones originales de la ciudad de Maracaibo
se organizó un programa de investigaciones arqueológicas conducidas en la parte posterior de la catedral de
Maracaibo (Sanoja, 2008: 65-67; 73-81) y el reconocimiento del cordón de dunas que corre paralelo a la playa
del lago, actual Avenida El Milagro, como parte de un seminario de posgrado sobre Arqueología Urbana
realizado en el Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia. Ello permitió apreciar que sobre la
superficie de una de aquellas dunas –con una altura de 4 o 5 metros sobre el nivel del lago- existió una aldea
indígena prehispánica. Sobre el espacio de la misma se levantó posteriormente el recinto de la ermita o iglesia
de la aldea indohispana cuya fachada mira hacia el lago, a unos 15 metros de la orilla del mismo, espacio que
habría de devenir en el siglo XVII el asiento de la Catedral de Maracaibo. La ubicación de la ermita y la futura
catedral a orillas del lago se explica porque la población indígena mayoritaria habitó hasta el siglo XIX –como
se expuso anteriormente- en poblados palafíticos que bordeaban el litoral lacustre.

Las excavaciones arqueológicas en dicha duna, permitieron recuperar a 1.50 m. de profundidad un contexto
cultural indohispano, reminiscente de la Fase Siruma o wayúu definida en el sitio arqueológico La Pitía, laguna
de Sinamaica (Gallagher, 1976: fig. 53, 199-200), conformado por restos arqueozoológicos de vaquiros
(Tayassu sp.), venados (Odocoyleus sp), y diversas especies de bivalvos marinos, fragmentos de alfarería
indígena reminiscentes del tipo pintado rayado cruzado rojo sobre blanco característico de alfarería wayúu,
fragmento de un tazón de mayólica sevillana tipo Columbia Plain (siglo XVI), el cuello de una vasija utilitaria
pintada con diseños geométricos blanco sobre rojo, de posible origen europeo y fragmentos de alfarería utilitaria
criolla. Aunque no se dispone de fechados absolutos, el contexto arqueológico del estrato inferior del sitio
sugiere una ocupación humana del siglo XVI, posiblemente una de las viviendas de la ranchería de Alfinger de
1529. En el estrato superior se recuperaron fragmentos de mayólica Delft Azul Sobre Blanco, Delt Polícromo,
loza de orígen sevillano, poblano y dominicano, fragmentos de alfarería criolla, fragmentos de caños de arcilla
y tejas, los cuales indican un contexto arqueológico posterior de inicios o mediados del siglo XVII (Sanoja et
alíi, 2008:73-81).

La fundación definitiva de la ciudad de Maracaibo

La política de los welsares y de los europeos en general, era procurarse un provecho económico rápido para
cobrarse las deudas pendientes con la Corona española a través de la búsqueda incesante de oro, la captura de
centenares de esclavos (as) indígenas que luego eran remitidos a Coro para ser vendidos en las Antillas, y
defenderse de los ataques a los pueblos zaparas, aliles y toas para obtener el control del acceso marítimo al lago
de Maracaibo. Esta tensión bélica tuvo como consecuencia que los pobladores indios abandonasen Maracaibo y
el litoral del lago y se huyesen hacia las tierras del noroeste marabino que no estaban todavía sometidas al
control de los invasores europeos (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 118-119).

Al perder el control de fuerza de trabajo indígena que los mantenía, los invasores welsares tuvieron que
abandonar el enclave marabino favoreciendo la reposesión de dicho territorio por sus dueños originarios.
Durante los siglos XVI y XVII, los intentos de los españoles se orientaron a retomar el control tanto del
enclave marabino como de la fuerza de trabajo indígena necesaria para la supervivencia de la colonia, el
control de la barra y el canal que da acceso al lago y de las salinas localizadas en dicha zona, así como la
desembocadura del rio Zulia y los puertos fluviales del sur del lago que eran esenciales para mantener abiertas
las rutas de comercio con la región andina y el Nuevo Reino de Granada. Ello explicaría la fundación de Nueva
Zamora en 1574 por Pedro de Maldonado, fecha a partir de la cual se estabilizó el establecimiento colonial
marabino.

La exportación de los productos agrícolas y materias primas extraidas de la región andina, del piedemonte
barinés y del merideño-tachirense, particularmente tabaco, trigo, cacao, café, añil y algodón procedente de las
haciendas trabajadas por esclavos (as) negros (Acosta Saignes, 1984: 19Esc.N), necesitaba la existencia de un
puerto seguro en el enclave criollo marabino. Por esta razón, en 1573 se constituyó el primer cabildo de
Maracaibo, hecho que legalizó a existencia de la ciudad. Al mismo tiempo, se fundaron asentamientos de
esclavos negros en las desembocadura de los ríos Catatumbo y Zulia, puertos para el comercio con la Nueva
Granada, en el puerto de Gibraltar, en la desembocadura de los ríos que comunican con la región andina, con el
objeto de usarlos como fuerza de trabajo sustituta de los indígenas que combatían la ocupación europea. Ello
dio origen a la formación de numerososcumbes, pueblos de negros cimarrones huidos de la esclavitud a los
cuales también se sumaron poblaciones indígenas (Acosta Saignes, 1984: 275).

La actividad productiva de mayor importancia económica del enclave marabino hacia finales del siglo XVI era
la ganadería vacuna y caprina, así como la caza de venados (Odocoyleus sp., Mazma Sp.) y pecaríes (Tayassu
sp.). Como subproducto de la actividad de caza y ganadería, se desarrolló una importante actividad artesanal
para la curtiembre de cueros utilizando para ello la existencia local de abundantes semillas de dividive
(Cesalpinia coriaria) y la producción de sal, para la producción de cordobanes, suelas y zapatos, así como
tocinos, carne salada, quesos y cebo de ganado, esteras, cordeles y cestas de henea, utilizando para ello la fuerza
de trabajo de los indígenas sometidos en las encomiendas, los cuales aportaban además productos de mesa para
el mantenimiento de la vida cotidiana de los diferentes componentes de la población marabina.

Posteriormente, a partir del siglo XVII se fueron definiendo las diferentes modalidades de la producción del
espacio urbano, partiendo de una primera división social del trabajo; un componente social de base integrado
por indígenas, esclavos (as) negros (as), mestizos (as), un componente intermedio integrado por pequeños
comerciantes: bodegueros, buhoneros, criadores, empleados, posaderos, etc., y el grupo dominante de
encomenderos y propietarios españoles o criollos. La actividades artesanales de la curtiembre de cueros originó
la existencia de un grupo de trabajadores especializados en la preparación de los cueros de vacuno, cabras,
venados y pecaríes, en la recolecta y comercio de las semillas de dividive, la explotación y transporte de la
sal y finalmente el curtido de aquéllos en las tenerías que se ubicaban “…en las inmediaciones de la cañada
Morillo, parroquia actual Los Haticos… parroquia Santa Lucía y salineras (parroquia San Juan de
Dios) (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 128). En el siglo XVII, la ubicación de la fuerza laboral especializada en
el espacio urbano marabino se expandió hacia las parroquias de El Saladillo y El Empedrado, donde habitaban
particularmente artesanos (as), marineros, personal de servidumbre, criadores (as) de especies de corral, etc. En
las sabanas en torno al enclave urbano maracaibero, se desarrollaron los hatos ganaderos. Podríamos decir que
ya se estaba formando la jerarquía social que caracterizó la estructura de la fuerza de trabajo en el modo de
vida capitalista mercantil.

Maracaibo, lugar central del mercado regional del noroeste de Venezuela.

Al igual que en Caracas y en el sistema misional capuchino catalán de Guayaba, Maracaibo era el centro de
un sistema de economía-mundo, es decir un fragmento del mundo económicamente autónomo capaz de proveer
la mayoría de sus propias necesidades, una región cuyos vínculos internos y sus procesos de intercambio con el
exterior le confieren una cierta unidad orgánica (Braudel, 1992-III 22).

El establecimiento de las rutas de navegación lacustre, utilizando los conocimientos y la tecnología de


navegación que poseían de los pueblos indígenas del lago, permitió el transporte de mercancías y personas
desde Maracaibo hacia los puertos del sur y del oriente del lago y de vuelta a Maracaibo, utilizando bongos y
piraguas monoxilas cuyas bordas estaban levantadas empleando tablas de madera y dotadas de velas que
convertían dichas embarcaciones en especie de falúas o bergantines. En el siglo XVIII, parte del producto total
de la economía andina se exportaba a través de Maracaibo, aunque la mayor parte del mismo se consumía
localmente. Las ciudades del área andina establecieron lazos comerciales con otros centros urbanos de
Barinas. Guanare y los llanos en general, intercambiando trigo, harina, papas y azúcar por cacao, arroz,
tabaco y ganado.La ciudad de Boconó, Trujillo, se desarrolló como un centro comercial, gran productor de
trigo y tabaco, y participaba en esta red comercial al mismo tiempo que conformaba un centro proveedor de
mercancías que se exportaban a través del Puerto de Maracaibo. Esta red de intercambios no se estableció
como consecuencia del desarrollo del régimen colonial, sino que se montó sobre la que ya existía desde los
tiempos precoloniales (Sanoja 1969: 40-41; Arellano Moreno 1950: 164, 195-196; Roseberry 1971:60-64).
Dicho comercio no solo estimuló el desarrollo de las actividades productivas en la región andina sino también
en Maracaibo, patrón de intercambios comerciales que se mantendría inalterado hasta el siglo XX y continúa
en el XXI.

El desarrollo de la producción agroexportadora, tanto de la región marabina como la región andina a partir
del siglo XVII, permitió la integración económica de los procesos productivos de la cuenca del lago de
Maracaibo con otras esferas económicas como Cartagena y Río Hacha en el noreste de Colombia, Santo
Domingo y La Habana en las grandes Antillas y Veracruz en el caribe mexicano. Santo Domingo y La
Habana, formaban parte de los grandes circuitos de comercio transatlántico, tanto de Sevilla como de la
Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, en tanto que Veracruz formaba parte de los circuitos
comerciales transtlánticos y de los transpacíficos que culminaban en los puertos del occidente de México.
Desde la región andina: Carora, Barquisimeto, Trujillo, Barinas, San Cristobal, Merida y Pedraza, de
Pamplona, Tunja y Río Hacha (noreste de la actual Colombia) y del espacio marabino se exportaba
particularmente hacia Europa y las Antillas cacao, café, tabaco, añil, jamones, tocinos, quesos, cueros en
bruto, semillas de dividive para el procesamiento de los cueros de res, de cabras y venados, etc., recibiendo a
cambio insumos como el aceite, vinos, harina, telas, herramientas, loza doméstica, cristalería, velas de cera,
etc. Por vía de Curazao, Jamaica y Saint Thomas, otros comerciantes curazoleños practicaban tanto el
contrabando de mercancías como el odioso tráfico de personas africanas que eran vendidas a los hacendados
marabinos y andinos (Aizemberg, 1981; 39-43; Faber, 1998).

El tráfico mercantil a través del lago, convertido en una especie de mar interior, y el floreciente negocio de
exportación hizo necesario el establecimiento de oficiales reales para el cobro de diezmos e impuestos de
almojarifazgo, convirtiéndose en 1678 en Capital de la Provincia de Maracaibo (Urdaneta Quintero et alíi,
2008: 157-143).

CAPÍTULO 15
Sub-modo de vida 4: la acumulación originaria de capital en Guayana

Una estrategia de los capitalistas durante el siglo XVIII, fue la de no tomar a cualquier posibilidad para invertir
y progresar que la vida ofrecía, sino estar siempre alertas, observando los desarrollos de nuevas oportunidades
para intervenir en ciertas áreas escogidas, suficientemente informados y materialmente capaces de escoger
su esfera de acción y crear también una nueva estrategia para mantener su control sobre los hechos cuando
cambiasen las circunstancias (Braudel, 1992-2:400), tal como ocurrió en Guayana en el siglo XVIII.

Desde el siglo XVII, la Orden Jesuita había ejercido en exclusividad el control del proceso misional del
Orinoco, hegemonía que se mantuvo hasta la llegada de los capuchinos catalanes alrededor de 1724. La entrada
de las misiones capuchinas catalanas en el Orinoco causó una agria controversia con las Jesuítas, la cual se
resolvió en 1734 con la firma del acuerdo de La Concordia, mediante el cual se asignaba a los capuchinos
catalanes el control de un enorme territorio que se extendía desde el río Caroní hasta el río Esequibo al este y al
sur hasta el río Cuyuní.

En las primeras décadas del siglo XVIII, con la instauración de las misiones capuchinas catalanas se
materializó en el Bajo Orinoco la creación de un polo de desarrollo económico de tipo capitalista, con base a la
reducción de una numerosa población indígena, mayormente de filiación caribe, en dieciocho pueblos de
misión, escalonados entre el río Caroní y el río Esequibo, proyecto que fue abortado entre 1817 y 1818 con la
toma de Guayana por las tropas patriotas comandadas por Manuel Piar.

Las misiones capuchinas catalanas, desde su instalación, habian entrado en conflicto con las autoridades
coloniales de la Provincia de Guayana y con la clase mantuana que gobernaba la Provincia de Caracas, quienes
pretendían que los misioneros se convirtieran en simples curas doctrineros y entregaran las tierras y los indios a
los empresarios privados para así mantener su hegemonía política sobre las provincias venezolanas. Los
capuchinos catalanes, como veremos, tenían otro proyecto político-económico apoyado por la corona española:
la creación de un poderoso enclave de tipo capitalista agro-industrial-comercial basado en el comercio a larga
distancia con Barcelona y en general con Europa Occidental, opuesto al de la economía de plantaciones, para
así mantener a raya las aspiraciones autonómicas de los mantuanos del norte de Venezuela. Esta estrategía de la
corona es la que parece estar en el fondo del cisma entre las Provincias de Caracas y Guayana y de la guerra que
prácticamente se libró entre el norte latifundista y el sur “industrialista” y que terminó con la toma de Guayana
por los patriotas en 1817 (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 331-335; 2007b: 173-177).

Nuestras investigaciones, tanto arqueológicas como documentales, indican que se trataba fundamentalmente de
un proyecto político y económico de grandes alcances, más complejo quizás que el de las misiones jesuítas del
Paraguay, sustentado ideológicamente en el concepto de Repúblicas de Indios formulado por Bartolomé de Las
Casas y fundamentado económicamente en la racionalidad capitalista e integral del siglo XVIII, basado en la
producción agropecuaria, minera y preindustrial.

Para lograr aquellos fines, la Orden Capuchina Catalana dedicó sus esfuerzos “…a preparar los indios para el
futuro, es decir, para que ellos pudiesen valerse y atender a todas sus necesidades. Así, enviaron religiosos que
no eran sacerdotes (laicos, legos?), pero que eran expertos albañiles, carpinteros, hasta forjadores de
hierro…” (Sanoja, 1998: 148).

En el Archivo de las Orden Capuchina Catalana en Sarriá, Cataluña, se nos permitió leer sin tomar notas el
manual de formación de los misioneros que eran enviados a Guayana en los siglos XVIII y XIX. Este resumía
en unas 200 o 300 páginas el conocimiento técnico actualizado que existía para esa época en los campos de la
agrimensura, la agricultura y la ganadería, la minería, la química y la metalurgia, la alfarería, la arquitectura, la
ingeniería, navegación, la administración comercial, la educación, etc. Podríamos decir que el misionero catalán
que gestionaba cada una de los dieciocho pueblos misionales y los que conformaban el gobierno administrativo
del sistema, llamado La Procura, eran en verdad, más bien expertos gerentes de empresas capitalistas
que misioneros católicos.

Los indígenas recibían un salario en especies por su trabajo dentro del sistema misional. Podían devengar
salarios en moneda cuando trabajaban fuera de la misión, pero internamente le estaba prohibida la utilización
de circulante (Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas-Arenas, 2002). La existencia de talleres para la fundición y forja
del hierro para manufacturar lingotes y objetos terminados tales como clavos, hachas, martillos, picos, etc.
(Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 254, figs.76,77, 78,79, 80, 81, 82 ,83, 84 se complementaba con la de hornos
técnicamente muy complejos para fundir el oro (Sanoja, 1998: Fig. 6; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 268-274,
figs. 85, 87, 88, 89 y 90). El mineral precioso se encontraba tanto en las vetas de cuarzo de la Misión de Upata,
como en las arenas auríferas del río Caroní. Según Carrocera (1979, III: 133), ya para 1793 habrían existido en
las misiones capuchinas catalanas, indígenas especializados en el “decantado y descubrimiento de minas”, las
cuales podrían haber sido de oro o de hierro.

Los cueros, el sebo de ganado y los huesos producidos por la actividad ganadera en el sistema
misional, constituían materias primas importantes para la construcción y la reposición del capital fijo de las
industrias y para la manufactura de zapatos que empezaban a cobrar popularidad en la Europa del siglo XVIII.
En el poblado indígena de La Purísima, por otra parte, se llevaba a cabo la producción semi-industrial de
ladrillos refractarios utilizados en la construcción y reposición de los hornos siderúrgicos de la época, así como
ladrillos, losetas y tejas para la construcción de viviendas y similares, utilizando grandes hornos
semisubterráneos de doble cámara, que podían contener hasta 2 o 3 m3 de carga por vez (Sanoja, 1998: 150,
Fig. 3; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 247-249; figs.73, 74 y 75).

El dato histórico documental y la arqueología nos revelan también la existencia de importantes almacenes
(warehouses) donde se acumulaba la producción de bienes terminados y de materias primas que serían
embarcados en los navíos de comercio que remontaban el Orinoco hasta el puerto ubicado en el río Caroní o en
la laguna de El Baratillo, Santo Tomé de Guayana. En esta última, las investigaciones arqueológicas han sacado
a la luz la existencia de una importante fase de desarrollo urbano coincidente con el auge de las misiones, donde
destaca una gran estructura de muros de tapia y pisos enlosetados que parece haber sido uno de los almacenes
de la misión descrito en la correspondencia con el superior de la Orden en Sarría, Barcelona (Sanoja, 1998;
Alvarado, Águila y Aburto, 1999; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 222; figs.65 y 69).

El registro arqueológico nos indica la importancia que cobró el intercambio comercial de la ciudad de Santo
Tomé con los mercaderes extranjeros a partir del siglo XVIII, notándose los siguientes rubros: loza holandesa,
loza inglesa, loza poblana, porcelana china, vidrios farmacéuticos, aceites, vinos y ginebras procedentes de
España, Holanda e Inglaterra, pipas de gres para fumar tabaco, de procedencia holandesa, monedas de plata,
etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: figs. 68 y 69). Del análisis de la correspondencia en los archivos de la
orden en Sarriá, Barcelona, España, se puede inferir que buena parte del comercio de exportación se canalizaba
posiblemente vía la Guayana Holandesa o las Antillas Inglesas. Por otra parte, según Brito Figueroa (1978:
219), la Compañía de Barcelona, que manejaba el comercio de exportación-importación en el oriente de
Venezuela, constituyó un importante esfuerzo de la burguesía manufacturero-industrial de Cataluña para
estimular el comercio de importación-exportación con las provincias españolas de ultramar, particularmente con
Santo Domingo, Puerto Rico y las provincias de Cumaná y Guayana.

De acuerdo con Brito Figueroa (1978: 221), hasta 1764 en Cataluña no se fabricaba “una sola vara de tejido de
algodón (…) y por el contrario, hacia 1792 (…) hay 91 fábricas y 49 no asociadas que en total concentraban
80.000 trabajadores…” En el mismo período se desarrolló también la industria del cuero en Cataluña, con una
capacidad de exportación de setecientos mil pares de zapatos al año.

Correlativamente, para el año 1797, el valor de los cueros y sebos de ganado que producían—y quizás también
exportaban—las misiones capuchinas catalanas de Guayana, ascendían sólo en la Misión de la Purísima, Bajo
Caroní, a veinte mil pesos. Para evaluar la importancia que tuvo la producción ganadera misional podemos
acotar que el total de cabezas de ganado existente en las diferentes misiones capuchinas de Guayana para 1774
se estimaba aproximadamente en más de cien mil (Carrocera, II, 1979: 225), lo cual representaba
aproximadamente un capital mínimo de 300. 000 pesos (Sanoja, 1998). Como dato comparativo se puede
agregar que para el año 1799, las exportaciones de Cataluña hacia Venezuela totalizaron 5.321.668 reales, de
los cuales 345.785 estaban destinados a Guayana y el resto a Cumaná, puerto de salida o entrada de las
mercaderías destinadas a Nueva Barcelona. Lo anterior nos permite inferir que el valor de un solo rubro de la
producción anual de una de las misiones capuchinas de Guayana, equivalía, aproximadamente, a un 20% del
valor de los bienes importados a Guayana desde Cataluña (Sanoja, 1998: 38).

En los obrajes de las misiones existían máquinas para desmotar, prensar e hilar el algodón. En relación al
número de personas dedicadas a la artesanía textil, la misión de El Palmar puede ser un buen indicador de su
importancia. Sólo en este establecimiento, el número de mujeres indígenas que trabajaba en el hilado y el tejido
de lienzos de algodón en los obrajes, sumaba alrededor de 417 (Princep, 1975: 7, 22, 23, 24, 26; Sanoja, 1998).
Por otro lado, según Vila (1960), otra parte del algodón era llevada a Cumaná y al parecer transformada en hilo
que se exportaba posteriormente para uso en las fábricas textiles catalanas.

El desarrollo de serios antagonismos entre el gobierno provincial de Guayana, los mantuanos caraqueños que
gobernaban la Provincia de Caracas y las Misiones de Guayana desde el mismo siglo XVIII, comenzó a
oscurecer el panorama económico y la viabilidad del experimento capitalista emprendido por las misiones
capuchinas catalanas. Es muy probable que dicho conflicto de poderes hubiese precipitado la mudanza de la
capital de Guayana hacia Angostura, la actual Ciudad Bolívar hacia 1764, para sustraer al gobierno provincial
de la poderosa influencia política y económica ejercida por las misiones. Tanto los criollos como los
funcionarios coloniales reprochaban a las misiones capuchinas catalanas el no haber entregado las tierras y los
indígenas de Guayana a los empresarios privados, constituyendo por el contrario una vasta empresa corporativa
agropecuaria, preindustrial y mercantil de alta rentabilidad, propiedad del colectivo de la orden (Tavera-
Acosta, 1954: 160-164; Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 295-306).

En el siglo XVIII comenzó lo que denomina Braudel la revolución del algodón, desplazando la lana que había
sido desde la antigüedad la fibra por excelencia para la producción de textiles. Debido a su poco peso y su alto
rendimiento económico, la revolución del algodón se llevó a cabo sin necesidad de mayores invenciones
tecnológicas que las ya existentes. Los capitalistas y comerciantes europeos comenzaron a monopolizar las
fuentes de producción de algodón y de telas en diversas regiones del mundo para satisfacer el creciente mercado
que se estaba creando a nivel mundial (Braudel, 1992-3: 571-574). Para la misma época, las misiones
capuchinas catalanas de Guayana habían comenzado a cultivar algodón y a producir telas con diseños
seguramente para la exportación, así como también—al parecer—zapatos, cuyo uso comenzaba a masificarse en
la sociedad europea (Sanoja, 1997, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 244-245, 237-238). Dentro del marco
agro-pecuario-minero-artesanal que ya existía en Guayana, esa forma de producción preindustrial evidenciaba,
por parte de las misiones, un acertado conocimiento de las tendencias del mercado internacional, constituyendo
un importante antecedente histórico de la política de sustitución de importaciones propuesta por la teoría del
desarrollo de América Latina entre 1960 y 1970. A pesar de la introducción de tecnologías de punta y sistemas
de producción avanzados para la época, la imposibilidad de modificar el carácter servil de las relaciones de
producción, permitiendo así el surgimiento de una clase de artesanos o pequeños productores libres, impidió
cualquier posibilidad futura de cambio social dentro de la extensa población indígena reducida en el ámbito
misional (Laclau, 1971, 1974; Stern, 1986; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 299-306).

La élite política caraqueña que asumió el poder en Guayana tras el triunfo patriota en 1823, actuó para revertir
el sistema económico de las misiones hacia las formas socioeconómicas ancien regime como la hacienda, el
latifundio y el hato ganadero. Estas formas socioeconómicas que sólo representaban un crecimiento cuantitativo
horizontal, en vez de cualitativo y vertical, no lograron sino aumentar la riqueza personal de los latifundistas
y—correlativamente—la pobreza de las poblaciones campesinas indígenas y criollas sometidas al régimen de
trabajo servil. Otras provincias, como las de Coro y Maracaibo, que se unieron con la de Guayana en contra de
la coalición triunfante liderada por la de Caracas, mantuvieron por el contrario su importancia como centros
comerciales menores y como puntos estratégicos que definían la periferia de Venezuela (Lombardi, 1976: 65).

Una vez derrotada y ocupada la Provincia de Guayana por el ejército coaligado de la Provincia de Caracas, los
ingentes recursos económicos acumulados en los almacenes, hatos y haciendas de las misiones fueron
apropiados por los patriotas para financiar los gastos civiles y militares de la República, en tanto que la fuerza
de trabajo indígena y los rebaños de caballos, mulas y ganado vacuno fueron incorporados a los inventarios
militares del ejército. Los talleres de metalurgia y herrería, de alfarería, los obrajes de tejido y de zapatería, que
representaban el inicio de una experiencia agro-industrial-mercantil capitalista, fueron desmantelados entre
1818 y 1824, al igual que la estructura misma de la producción agropecuaria, pasando las misiones a convertirse
en hatos de ganado propiedad de triunfantes generales de la República (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328-
337).

Fundación de la ciudad de Angostura

El año de 1762 se ordenó construir una nueva ciudad, Angostura, que serviría como capital de la Provincia de
Guayana, desafectando a Santo Tomé que servía desde finales del siglo XVI como capital provincial. Ésta fue
una decisión política que tuvo como finalidad sustraer el gobierno provincial del dominio político y económico
de las misiones capuchinas catalanas (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328). El gobernador Centurión, 1766, uno
de los más renombrados, se dedicó a fomentar la construcción y la fortificación de Angostura, creó impuestos
de estanco de guarapo, del juego de gallos y otros ramos de rentas que sumaban unos 60.000 pesos, levantó el
primer censo de Guayana y una carta corográfica de la provincia, estableciendo relaciones más amigables con el
sistema misional de los Capuchinos Catalanes (Tavera Acosta, 1954: 149-164)

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