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En 1927, Fritz Lang estrenó Metrópolis, una película anunciada como la más
grande e importante del cine hasta entonces. A los pocos meses, sin embargo, ya
había sufrido en todo el mundo censuras de todo tipo: comerciales, sexuales,
religiosas e ideológicas. Después se sumaría la Segunda Guerra y con ella la
desaparición de los negativos originales. Ochenta años después, la única copia
completa del Santo Grial del cine apareció en Buenos Aires. La compleja, sinuosa
y apasionante trama de esa aparición recorre el siglo, la historia de la industria y
habla de una Buenos Aires que alguna vez fue la capital del cosmopolitismo
cinematrográfico. El Bafici estrena el documental dedicado al rescate, y además,
Radar vio el estreno de la copia restaurada en Berlín.
Con un dedo, Salvador Sammaritano señaló hace poco más de veinte años el camino
para encontrar el Santo Grial de los historiadores del cine: Metrópolis, tal como la
concibió Fritz Lang. La original, la que se estrenó en Alemania en enero de 1927 y fue
sometida apenas meses después a diversas mutilaciones, ya no existía en (casi)
ningún lugar del mundo. Ese dedo de Sammaritano fue el protagonista de una
simpática anécdota en la que se escondía mucha más información de la aparente.
Corría 1988 y, en medio de un almuerzo con Fernando Martín Peña, que hacía poco
había empezado a trabajar con él en el Cine Club Núcleo, Sammaritano recordó la
última proyección que el cineclub había realizado de Metrópolis. Como la copia,
provista para la ocasión por el coleccionista Manuel Peña Rodríguez, se encontraba
algo contraída por el paso del tiempo, para evitar que en su paso por la lente del
proyector se moviera y saliera proyectada fuera de foco, Sammaritano decidió
mantenerla firme él mismo con el dedo. Así se quedó, toda la proyección, “durante
dos horas y media”.
“El relato era gracioso pero sonaba un poco exagerado”, dice Peña. Unos pocos años
antes el film de Lang se había reestrenado en una versión musicalizada por Giorgio
Moroder (muchos recordarán, aunque no hayan llegado a verla, el videoclip de la
canción “Radio Ga-Ga”, con Freddie Mercury y el resto de Queen incorporados a
imágenes de la película), un experimento bizarro y no necesariamente genial pero
que había recuperado un clásico del cine mudo para una nueva generación, y a Peña
le constaba que esa versión no llegaba a la hora y media de duración. También
recordaba que el reestreno de Moroder aclaraba al principio que el original completo
del film de Lang estaba perdido para siempre, y que parte del material faltante se
reponía mediante textos. “Salvador, ¿está seguro?”, le preguntó Peña, “¿Dos horas y
media?”. “¡Me acuerdo como si fuera hoy!”, le aseguró Sammaritano. “¡No sabés cómo
me quedó el dedo!” La colección Peña Rodríguez, le explicó ese mismo día
Sammaritano a Peña, había pasado a manos del Fondo Nacional de las Artes. De
existir aún, la versión más larga, la única sobreviviente digna de los numerosos cortes
que el film sufrió a partir de su estreno alemán, estaba en Buenos Aires. Pero
debieron pasar veinte años más, hasta que Paula Félix-Didier asumió la dirección del
Museo del Cine, para que Peña pudiera finalmente echarle un vistazo a ese fragmento
de historia cinematográfica perdida.
Metropolis, Metropolis
¿Por qué en Argentina? La respuesta se despliega en una historia repleta de datos a
veces fascinantes y otras temibles, que Fernando Martín Peña –historiador,
coleccionista, programador de la sala de cine del Malba– reconstruye con una enorme
precisión informativa en su libro Metrópolis, editado en noviembre de 2008 en el
marco del Festival de Mar del Plata. El relato es fascinante: da cuenta del singular
espacio de circulación cultural en que se había convertido Buenos Aires para las
primeras décadas del siglo XX, y de las prácticas de distribución y exhibición del cine
comercial en aquellos años –y hasta cierto punto de su incipiente comunidad cinéfila
y de vocación cineclubista–, así como de desidias criollas pero también
internacionales que permitieron que buena parte del patrimonio cinematográfico
mundial se haya perdido sin remedio. Sobre este relato, con el libro de Peña como
base para su guión, Evangelina Loguercio (productora general del Museo del Cine y de
Malba.cine), Diego Panich (montajista y director), y los docentes e investigadores
Laura Tusi y Sebastián Yablón realizaron Metrópolis refundada, un documental de 47
minutos que reconstruye el derrotero del hallazgo del film de Lang y de su
reconstrucción, con testimonios directos de Peña, Félix-Didier, el historiador y
experto en restauración alemán Enno Patalas, y representantes de la Cinemateca
Alemana y de la Fundación Murnau involucrados en la restauración.
Metrópolis refundada se vio en la Berlinale en febrero de este año y tendrá su estreno
porteño en el 12º Bafici. Para ver la versión restaurada del film de Lang por acá,
todavía habrá que esperar un poco más.
El libro de Peña y el documental cuentan, por un lado, la historia de cómo Metrópolis
se dispersó en distintas versiones a poco de su primer encuentro con el público
germano. El contexto es todavía el de la primera posguerra: en la economía alemana
devastada, su industria cinematográfica ocupaba un lugar clave. Esto explica en parte
la potencia de su producción a nivel internacional de esos años, y el nivel de inversión
que sus productores –personajes legendarios como Erich Pommer, que se encontraba
en esa época al mando de la UFA– estaban dispuestos a llevar adelante para terminar
de imponer su cine en los mercados mundiales y en especial en el estadounidense. En
términos promocionales, Metrópolis se anunció al mundo como el film más grande de
todos los tiempos, como una apuesta monumental, nunca vista. Más allá de otras
consideraciones narrativas o artísticas, y a un costo exorbitante de cinco millones de
marcos (más un millón de dólares) y un año y medio de trabajo, fue algo así como el
Avatar de su tiempo.
Pero la grandilocuencia con que fue lanzada puede haberle jugado un poco en contra,
al menos entre la crítica de su país, que recibió su estreno con reservas. En parte,
explica Peña, porque la UFA terminó de financiarla con aportes de la Paramount y la
Metro, recibidos a través de un acuerdo de distribución recíproco pero desigual, por
el cual la compañía alemana no podía modificar el material norteamericano, pero las
dos empresas estadounidenses sí podían tocar el que recibieran de la UFA, en la
medida en que lo juzgaran necesario para fortalecer sus posibilidades comerciales.
Una prerrogativa que pusieron en acción sin asco en el caso de Metrópolis, a la que
consideraron larga y difícil y para la que convocaron al dramaturgo Channing Pollock,
con la intención de que éste elaborara una versión “sintetizada”. Pollock procedió a
eliminar escenas y modificar intertítulos, perdiendo por el camino personajes, como
el de Hel, la mujer por la que los personajes de Fredersen y Rotwang han competido
en el pasado. “Con Hel –explica Peña– desapareció también la motivación de Rotwang
para fabricar un ser artificial de formas femeninas y sus razones para odiar a
Fredersen y a su hijo Freder, por lo que dejó de ser un alquimista torturado por el
pasado y se convirtió en un vulgar científico loco que, simplemente, hace cosas
irracionales. A su vez, Fredersen perdió la complejidad de sus iniciativas: en la
versión original pretendía utilizar a la falsa María para llevar a los obreros a la
violencia y poder someterlos después con mayor facilidad, pero en la versión de
Pollock sólo quiere que la falsa María los domine. Debido a eso hay una extensa
escena que cambió su sentido por completo y pasó a ser una incoherencia: por medio
de un intercomunicador visual, Fredersen le ordena al jefe de máquinas Grot que
detenga a los obreros a toda costa, y el pobre hombre debe hacer frente a la masa
enfervorizada, solo y armado con una modesta llave inglesa. En la versión original,
Grot evita el paso a la máquina central de los obreros sublevados cerrando dos
compuertas gigantescas, pero, para su sorpresa, Fredersen le pide que las abra y les
permita romperlo todo. Otros cortes de Pollock se debieron a diversas formas de
censura moral, como la supresión de casi todas las tomas en que la falsa María es
observada mientras realiza su danza erótica, o la omisión de muchas secuencias que
tienen lugar en Yoshiwara, la casa del pecado”. De estas modificaciones surgió la
versión estrenada en Estados Unidos en marzo de 1927 (dos meses después de su
première alemana), y otra muy parecida fue la que llegó a Gran Bretaña, con unos 115
minutos.
Volver al futuro
La certeza de que había una película más completa y coherente que la que el mundo
se había acostumbrado a ver y los alumnos de cine a estudiar, la versión completa de
Metrópolis estaba “asentada” ya en la restauración que completó, tratando de
“contar” las lagunas, Ennos Patalas con la Murnau Stiftung en 2001. Pero una cosa es
leer sobre ella y otra bien distinta acercarse a sus imágenes en movimiento.
“La estructura narrativa de la película fue recuperada en 2001, lo que falta se explica”,
dice Peña en conversación con Radar. “Pero cuando uno lo ve le da otro cuerpo. Ahora
podíamos, por ejemplo, ver cómo vive la gente en Metrópolis. Antes era una ciudad
sin vida privada y ahora te podés meter en el departamento del personaje que hace
Theodor Loos (el asistente del dueño de Metrópolis, que se quiere suicidar y es
salvado por el hijo y termina ayudándolo el resto de la película). Vemos su casa, un
pasillo, el ascensor, cosas cotidianas del funcionamiento de la vida en esta ciudad
hipotética. Como dice Paula, se expande en términos visuales un universo que ya
conocíamos a la perfección, yendo más lejos. También se recupera una cosa rítmica
del film, que es uno de los más musicales que se han filmado. Lang filmaba y montaba
con un ritmo de una precisión tal que la película se puede ver muda y te vas
cantando.”
Las imágenes recuperadas también permiten comprender un poco mejor el carácter
alegórico de un film al que se ha criticado por pecar de ingenuo, poniendo esta crítica
un poco en perspectiva. “Yo creo que en ese momento, con la influencia del
expresionismo por todos lados, y la guerra tan cercana, de pronto las complejidades
ideológicas se difuminaban más, en un esquema claramente alegórico”, dice Peña.
“Metrópolis está planteada como una alegoría, con saltos fluidos de la realidad al
sueño, que es algo que se enriquece en la versión que encontramos, y que tiene
sentido en un contexto que luego se perdió con los cortes, el alejamiento de cierta
parte del expresionismo y la llegada de la Segunda Guerra.”
Ahora que la película ha vuelto al mundo, lo que deja traslucir Metrópolis refundada
(que seguramente integrará los extras de futuras ediciones en diversos formatos) es
el enorme entusiasmo de todos los involucrados en la aventura de su reconstrucción.
Peña habla a cámara acerca de haber alcanzado un techo en lo profesional. Paula
Félix-Didier recuerda que le han preguntado muchas veces si no se siente “la Indiana
Jones” del cine por poder devolver esta pieza faltante, “que es el sentido último de
esta tarea que yo hago, donde existe esta fantasía de la aventura”. Rainer Rother, el
director artístico de la Cinemateca Alemana, confiesa que ya “no creía que estas
escenas fueran a aparecer porque no hay ninguna otra película a la que se le haya
dedicado tanto esfuerzo a su restauración e investigación”. De hecho, Peña y Félix-
Didier cuentan que nadie en Alemania les creía, porque ya se habían cansado de
escuchar historias nuevas de coleccionistas que decían haber encontrado el
Metrópolis de Lang. El historiador español Luciano Berriatuam, que ayudó a acercar a
argentinos y alemanes, se confiesa sin pudor como un nene ante un regalo al que ya
no esperaba acceder jamás. Y Félix-Didier confiesa una emoción similar al describir la
experiencia de sentarse a ver el film recuperado nada menos que con Enno Patalas en
su casa en Munich, poco antes de expresar, en plan más profesional, su anhelo de que
la publicidad enorme que tuvo este hallazgo ayude a crear conciencia sobre la
preservación del acervo cinematográfico. “El 50 por ciento de la producción del cine
sonoro está perdida”, dice a cámara. “El 80 o 90 por ciento de la muda está perdida.
La noticia de Metrópolis sirve también para esto: crear conciencia de que el registro
histórico más importante del siglo XX es el audiovisual. Sin el registro en imágenes se
pierde una parte fundamental de lo que el siglo XX fue.”