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Entrevista Quijano URP PDF
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Nací en una pequeña ciudad llamada Yanama, capital del Distrito del mismo nombre,
en la Provincia de Yungay, del Departamento de Ancash, al lado oriental de la
Cordillera Blanca. Desde la ciudad de Yungay, se llegaba atravesando un camino de
herradura, pasando las dos lagunas de LLanganuco y subiendo hasta un abra llamado
el Portachuelo, situado sobre los cuatro mil metros de altura y desde donde podía
mirarse muy cerca el Huascarán. Era un distrito grande con muchos “caseríos”, como
se nombraba a los pueblos contiguos a la capital del Distrito. En mi recuerdo de niño,
Yanama era una pequeña ciudad, con una Plaza de Armas, una Iglesia, pocas calles,
habitada por familias de gamonales, comerciantes, artesanos y agricultores. Pero
Yanama parece ser un nombre no infrecuente en los Andes. Por ejemplo, en algunas
publicaciones como WikiLeaks, alguien ha fabricado semblanzas biográficas sobre mí
con informaciones extrañas y equivocadas. Allí se dice que el Yanama donde nací es
un pueblo de 500 habitantes. Probablemente la referencia es una pequeña población
de ese nombre que estaba ubicada en las afueras de la ciudad de Yungay, antes del
terremoto de 1970.
El terremoto del año 70 fue muy grande, 100 mil km afectados y más de 70 mil
muertos, desde la costa hasta la selva, sobre todo del Departamento de Ancash. Mi
padre fue una de las víctimas, bajo el aluvión que se abatió sobre Yungay.. La última
persona que lo vio, me dijo que llevaba cargada a una niña. Ese es su último
recuerdo. Había pasado todo el verano de ese año en Santiago de Chile, donde yo
residía en ese período, y mis hijos habían aprendido a quererlo y disfrutar de su vivo
humor. Yo vine a Lima pocos días después del terremoto y logré llegar hasta la zona
de Yungay. Carlos Delgado, que estaba colaborando con el gobierno de Velasco
Alvarado, logró un lugar para mí en uno de los helicópteros que viajaba a esa zona.
Llegué una semana después de la catástrofe a lo que quedaba de Ranrahirca, a unos
kilómetros de la desaparecida Yungay. Al llegar a Lima, escuché que el gobierno
militar radiaba un mensaje asegurando que todo estaba bajo control y que la ayuda
estaba ya en las poblaciones afectadas. Era todo falso, desde luego. Yo bajé del
helicóptero en la misma mañana en la que llegaba el primer camión de ayuda
organizado por un grupo dirigido por Manuel Valladares, actual profesor de Historia en
la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de San Marcos.
Recorrí gran parte del área afectada por el terremoto, toda la zona andina de
Ancash. La conocía bien, aunque no había vuelto en décadas y traté de identificar los
problemas que pudieran tener inmediatas soluciones, pues todas las poblaciones de
las comunidades estaban no solo dispuestas, sino urgiendo tomar parte en los
trabajos de reparación de caminos, puentes, etc., aunque siempre amenazadas de
represión como ocurrió, en mi presencia, el mismo día de mi llegada a Ranrahirca.
De Yungay vine a Lima para ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Ingresé a la Facultad de Ciencias porque quería ser médico. Al término del primer año
de Pre-Médicas, decidí trasladarme a estudiar en la Facultad de Letras.
Mis decisiones vocacionales no fueron fáciles. Cuando ya había decidido dejar los
estudios de medicina, un amigo me llevó a visitar el Hospital Larco Herrera. Era un
infierno. Casi vuelvo a la medicina a estudiar el modo de ayudar a los habitantes de
ese lugar. Pero finalmente decidí por los estudios de Letras.
Hace algunos años, Jorge Puccinelli se propuso publicar un volumen colectivo sobre
Raúl Porras Barrenechea. Y me pidió un texto para ese propósito. Yo escribí uno de
carácter testimonial. El citado volumen nunca llegó a publicarse. Mi texto se publicó,
finalmente, en el diario La República. Allí cuento algo de ese tránsito. No será
necesario repetirlo aquí.
Sin embargo, los rastros de la cultura del gamonalismo están aún presentes en una
parte importante de la conducta social. La relativa democratización de las relaciones
sociales contra el racismo/etnicismo y el patriarcalismo, demora en llegar más a fondo
y más lejos, porque ocurre en el contexto de la casi total hegemonía del
neoliberalismo como todo un “sentido común” natural, no solo entre los dominadores,
sino en una parte mayoritaria de las nuevas capas medias emergentes. No llega a
haber, por eso, una cultura cívica universalizada y legitimada. Porque no se puede
practicar un “estado de derecho” en una “sociedad de derecha”, como he señalado en
algún texto publicado.
Como varios han señalado, la genealogía de mis propuestas sobre la Colonialidad del
Poder puede ser rastreada en mis textos desde fines de los 70s. De todos modos, el
primer texto en el cual se usa ese neologismo “colonialidad” para iniciar el debate
actual fue “Colonialidad y Modernidad/Racionalidad”, publicado en la revista “Perú
Indígena” (No. 29, Lima 1991). Prontamente reproducido en otras publicaciones
latinoamericanas y traducidas al Inglés, tiene ahora el reconocimiento del texto
fundacional de la perspectiva. En octubre de 1992, UNESCO organizó una reunión
mundial para conmemorar el 5º. Centenario de América. Invitados a concurrir, con
Immanuel Wallerstein llevamos allí un texto del cual somos co-autores ( “Americanity
as Concept or the Modern World-System”) y que yo expuse para esa audiencia, dando
así inicio al debate mundial de la teoría. Esos son los dos primeros textos en los
cuales se inicia el debate de esta teoría. Pero creo que es útil indicar ahora que ésta
comenzó a ser elaborada en mis seminarios del postgrado de Sociología en
Binghamton University, Nueva York, en los últimos años de la década de los 80s. del
siglo anterior.
Sin duda necesitamos más apoyo promocional y asistencia. Se requiere personal para
transcribir, ordenar, clasificar, escribir y además trasmitir de forma eficaz las reuniones
de debate. Podríamos clasificar y difundir una caudalosa corriente de materiales que
nos llega desde todo el mundo. De cierta manera, pareciera que es necesario aún
persuadirnos que el trabajo delante de una computadora, para estudiar y para ejercer
una copiosa correspondencia académica requiere un tiempo muy grande y una
también muy grande persistencia. Hasta aquí, hemos trabajado a pulso. Esperamos
que podremos contar en adelante con los asistentes indispensables.