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Una herida de guerra

Entonces, Pedro, te interesa saber la historia de mi cicatriz ¿no?... Está bien, te la voy a contar.
Me pasó en el colegio, cuando tenía seis años, si no recuerdo mal.
Cuando llegué al colegio, a la mañana, estaba envuelto con mucho abrigo… hacía muchísimo
frío ese día, era insoportable. Imaginate que mientras caminaba, iba echando, después de cada
respiración, el vaporcito que te sale siempre en los días de invierno; en esos que hace un frío
helado... Parecía una de esas locomotoras con chimenea que van tirando nubes chiquitas de
humo.
Bueno... como siempre, dejé la mochila en el patio verde; que es el patio de los chicos de
primaria. La dejé, en la fila de primer grado, justo detrás de la mochila de Juan, que siempre
era el que llegaba primero de todos.
Juan y yo éramos, la mayoría de las veces, los dos primeros en llegar. Se sentía como si
tuviéramos más importancia que los demás; siempre esperábamos a los otros y nunca nadie
nos esperaba a nosotros.
Escuchate esto Pedrito… al ser los primeros, nosotros teníamos como una especie de misión
con nuestros compañeros; teníamos que conseguir la mejor pelota de goma espuma para el B,
dejandoles las peores al A y al C, que eran los otros dos cursos con los que siempre
competíamos por todo.
Entonces… seguramente vos ya te estarás preguntando... ¿Cómo era que conseguíamos estas
pelotas?... Lo que hacíamos era esperar al hermano Constancio, que lo debes conocer, uno de
los mejores, o capaz el mejor de todos los hermanos del colegio.
En mi opinión, es el mejor de todos, porque... primero: siempre nos daba los esféricos para
divertirnos en el recreo, antes de entrar a clases. Y segundo: siempre nos saluda, ahora
cuando nos lo cruzamos por los pasillos, y además de eso nos sigue reconociendo.
Bueno... ese día, justo el hermano Constancio se había olvidado uno de los tres balones que
siempre nos daba. Y también, los chicos más grandes nos habían sacado el lugar donde
acostumbrábamos jugar nosotros, los del B.
Mirá, aprendé Pedrito ehh... muy inteligentes, Juan y yo, nos esforzamos y logramos conseguir
la mejor pelota de esas. Entonces les hicimos a los del A una oferta que no pudieron rechazar:
Los retamos a un partido; un A contra B, en su territorio, donde ellos siempre jugaban, pero,
con el mejor de todos los esféricos, que estaba bajo nuestro poder.
Fue en ese partido, de aproximadamente 20 minutos, en el cual, entre en calor demasiado
rápido... No solo porque no paraba de correr atrás de la pelota, como lo hacían todos, sino
porque era como jugar un súper clásico; teníamos que ganar de cualquier modo, para
demostrar que éramos los mejores, que éramos superiores al A. Ahora entendes, no era una
joda eso, era todo bien serio.
Metido en el partido, ya entrado en calor, me saque casi todo el abrigo y me arremangué las
mangas del buzo, dejando mis codos expuestos.
Y bueno… lo que tenía que pasar. En una de esas idas y vueltas, cierta persona que no llegue
a reconocer –que yo sospecho que fue mi hermano-, me puso la traba y caí al frío suelo de
baldosa, cortándome todo el codo.
Sin importar eso, el partido continuó, pero yo, como me había retirado, nunca supe el resultado.
Y de ahí que tengo esta cicatriz.

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