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INTRODUCCION

La historia de los judíos es la de la gente, la fe, y la cultura judías. Esta historia


abarca casi cuatro mil años y a centenares de diversas poblaciones.

Al igual que otras religiones, el judaísmo conoció distintas corrientes o cismas. La


particularidad del pueblo judío, y lo que le diferencia de otros, es su distribución en
el mundo y su unidad en torno a los valores culturales transmitidos por los libros
religiosos (Torá, Talmud) y por las prácticas rituales (Shabat, Pésaj, Yom Kipur,
Cashrut...).

Los judíos modernos, más que una raza, son miembros de una comunidad o


asociación étnica independiente que, a pesar de haber tenido que enfrentarse a
terribles e incesantes persecuciones, ha logrado mantener su identidad durante
casi diecinueve siglos: desde la disolución final de la provincia romana de Judea
en el 135 d.C., hasta el establecimiento del moderno Estado de Israel en 1948.

La impresionante tenacidad de los judíos al defender su identidad es fruto, en


primer término, de la estricta fidelidad al judaísmo; la historia de los judíos está
unida de forma inseparable a su religión. Ésta regula cada uno de los aspectos de
la vida judía, guía la educación de los más jóvenes e incluye, dentro de sus
doctrinas tradicionales, la fe y la esperanza para la fundación de un reino
mesiánico. A pesar de que durante el siglo XIX hubo movimientos reformistas que
comenzaron a afectar al judaísmo tradicional, todas las comunidades se
mantuvieron unidas, lo que demuestra hasta qué punto las generaciones
anteriores se habían mantenido fieles a las leyes del judaísmo. Junto a esa
devoción religiosa, es de destacar el alto valor que conceden al aprendizaje,
considerado como parte de la adoración a Dios.
1. Historia Antigua

La historia judía se remonta a las viejas tradiciones bíblicas. Cuando el arca


de Noé encalló en el monte Ararat, los hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet)
dieron origen,respectivamente, a los semitas del Próximo Oriente, a los
camitas de África y a los jafetitas del resto del mundo.

Abraham, padre de los judíos, al recibir de Yahvéh la orden de asentarse en


la tierra de Canaán, se puso en camino inmediatamente, partiendo de su
patria, Ur, de los caldeos (Mesopotamia). Abraham, su hijo Isaac y su nieto
Jacob fueron pastores nómadas.

Sus descendientes se vieron empujados por el hambre a la tierra de Gosén,


en el delta del río Nilo. Pero el faraón de Egipto, viendo que aumentaban
imparablemente y se hacían poderosos, los redujo a la esclavitud. Con
Moisés ungido como líder y legislador, el pueblo elegido por Dios se dirigió
hacia Canaán, la tierra prometida.

La dramática marcha desde Egipto a través del mar Rojo y la peregrinación


de 40 años por el desierto son hitos importantes en la historia del pueblo
israelita. Los judíos, una vez conquistada la ciudad de Jericó, se
establecieron en la zona agrícola de Canaán, tierra de la cual en la Biblia se
dice que «manaba la leche y la miel».

Una vez establecidos en Israel, la tierra fue dividida entre las doce tribus:
Aser, Neftalí, Manasés, Zabulón, Isacar, Gad, Efraín, Dan, Benjamín,
Rubén, Judá y Simeón.

Durante un tiempo el pueblo fue regido por una serie de gobernantes


llamados jueces. Saúl, de la tribu de Benjamín, fue el primer rey de Israel,
seguido por David, de la tribu de Judá quien establecería el linaje del que
saldrían los demás reyes. La época de Salomón fue la más floreciente del
pueblo judío, y todos los reyes del mundo juntos no podían ostentar un
tesoro equivalente al que poseía Salomón

Tras el reinado de Salomón la nación se dividió en dos: Judá al sur,


formado por las tribus de Judá y Benjamín e Israel al norte, con las diez
tribus restantes. En el siglo VIII a. C. Salmanasar V conquistó el reino de
Israel y deportó a sus habitantes, de los que se perdió constancia: se suele
referir a ellos como las diez tribus perdidas.

Por su parte, el reino de Judá fue conquistado por el ejército babilónico a


principios del siglo VI a. C. La élite fue deportada a Babilonia pero parte de
ella regresó a su patria conducida por los profetas Esdras y Nehemías,
cuando el rey persa Artajerjes I invadió Babilonia.
A partir de esta época comenzaron las divisiones entre los israelitas, con la
formación de partidos político-religiosos como los saduceos y fariseos

2. El destierro

En el momento de la disolución del reino de Judá había comunidades judías


en Egipto, Babilonia y Palestina.

1. La vida en Babilonia

Entre todas esas comunidades, la más importante era la de Babilonia.


Los exiliados formaron allí una floreciente colonia formada por los
judíos deportados en el 597 a.C. y por otros que ya se habían
establecido en la zona desde la caída del reino de Israel en el 721 a.C.
Bajo el liderazgo del sacerdote y reformador Ezequiel, la comunidad
babilónica pudo mantener su identidad sustituyendo la patria política
por otra espiritual. El ritual ocupó un lugar prominente dentro de la
religión, con el fin de gobernar así la vida de los exiliados. Los
escribas comenzaron a fijar por escrito las tradiciones del pueblo, y
esos textos se convertirían en los libros de la Biblia. El culto que
anteriormente se había realizado en el Templo fue sustituido por la
oración en grupo. Un profeta anónimo al que se ha llamado Isaías,
cuyos discursos forman la segunda parte del libro bíblico de Isaías, se
encargó de alentar en los exiliados una fe en una nueva vida, en una
nueva y reconstruida Jerusalén.

2. El regreso a Jerusalén

En el 539 a.C., el fundador del Imperio persa, Ciro II el Grande,


conquistó Babilonia. Al año siguiente, publicó un edicto en el que
otorgaba la libertad a los judíos. Aproximadamente 42.000 miembros
de la comunidad babilónica prepararon su regreso a Palestina,
llevándose consigo todos sus bienes, además de las donaciones de
los que se quedaron en Babilonia y, tal como dice la tradición, regalos
del propio emperador. Liderada por un príncipe de la casa de David
llamado Zorobabel, la expedición se dirigió a Jerusalén. El país aún
estaba desolado debido a los estragos causados por las guerras
caldeas. El desaliento que sintieron en ocasiones los inmigrantes
debido a la enorme magnitud de la tarea que tenían ante sus ojos fue
superado gracias a la labor de dos líderes religiosos, los profetas Ageo
y Zacarías, quienes enarbolaban con fuerza la dimensión espiritual de
sus esfuerzos, tal y como había predicho Ezequiel antes que ellos. Los
judíos se concentraron en la reconstrucción del Templo, hecho que
consumaron en el año 516 a.C. Para la tradición judía, esta fecha
marca el verdadero fin del exilio babilónico, cuya duración fue, pues,
de setenta años (586-516 a.C.).

El sumo sacerdote fue elegido gobernante de la provincia de Judá o


Judea, que desde entonces se transformó en una teocracia. Las
labores de reconstrucción fueron lentas y, aproximadamente en el
445 a.C., Nehemías (protegido del rey Artajerjes I de Persia, quien
reinó entre 465-425 a.C.) recibió autorización expresa para reconstruir
la ciudad. Bajo su dirección Jerusalén volvió a ser una gran ciudad.
Durante este periodo la comunidad babilónica, habiendo oído noticias
referentes a la falta de disciplina religiosa en Jerusalén, decidió enviar
a Esdras, un famoso maestro y escriba, para que introdujera las
necesarias reformas religiosas. A mediados del siglo IV, Judea se
había convertido en un país organizado según unas estrictas doctrinas
religiosas, y dominado por una casta sacerdotal muy poderosa. La
Torá (o ‘Ley’, es decir, el Pentateuco) rigió la vida cotidiana de los
judíos; durante este tiempo, los escribas y los maestros de la Ley
dieron su forma definitiva a las Sagradas Escrituras.

3. La diáspora

A finales del siglo IV a.C., siendo emperador Alejandro Magno,


Macedonia se transformó en la potencia dominante del mundo antiguo.
Después de que los macedonios dominaran a los persas en el 331 a.C.,
Judea pasó a ser una provincia más del imperio alejandrino. Según la
tradición, Alejandro se mostró especialmente benévolo con los judíos, y
cientos de ellos emigraron a Egipto después de la fundación de
Alejandría. Bajo el nuevo imperio, y con el incremento de las
oportunidades comerciales, los judíos emigraron a diversas colonias
repartidas por todo el mundo conocido: a las costas del mar Negro, las
islas griegas y las costas del mar Mediterráneo. Esta migración fue de
tales proporciones que comenzó a ser designada con el término
diáspora (del griego, ‘dispersión’). Muy lejos ya de Judea, centro de la
vida judía, los emigrantes abandonaron paulatinamente el uso de la
lengua hebrea y adoptaron en su lugar el griego, lengua común a todo el
imperio, así como las costumbres y usos griegos. Durante el
siglo III a.C., se tradujo el Pentateuco a esta lengua, versión (la
Septuaginta) que se vería ampliada más tarde con otros libros de la
Biblia hebrea. Con el tiempo se iría convirtiendo en la norma para todos
los judíos de la diáspora. El helenismo, tanto en lo que se refiere al
sistema de vida como a la cultura, tuvo una fuerte influencia sobre la
comunidad judía.

A la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.), la hegemonía de la cultura y


civilización griegas se convirtió en una amenaza para los judíos. El
imperio de Alejandro se dividió entre sus generales. Tolomeo I Sóter, a
quien había correspondido Egipto, invadió Judea. El territorio judío tenía
un valor estratégico importante en la ruta del comercio con Arabia,
hecho que dio origen a múltiples conflictos entre los egipcios y los
Seléucidas sirios. En el 198 a.C. el rey Antíoco III de Siria venció a
aquéllos en la batalla de Panion y se anexionó Judea. Los Seléucidas
comenzaron a reemplazar el judaísmo por el helenismo mediante una
campaña que se intensificó durante el reinado de Antíoco IV Epífanes,
quien en el 168 a.C. ilegalizó la religión judía y, dentro del Templo,
reemplazó el altar de Yahvé por uno de Zeus.

4. El periodo de los Asmoneos

Más preocupados que sus antecesores por el poderío militar, los


asmoneos establecieron un reino desde el año 134 a. C. hasta el
advenimiento del Imperio romano en Israel en el 63 a. C. Con los
asmoneos, las fronteras del reino judío llegaron a tener las dimensiones
de los tiempos de David y Salomón, ya que anexionaron Samaria,
Galilea e Idumea, y forzaron a los idumeos a convertirse al judaísmo.

La dinastía se desintegró como resultado de la guerra civil entre Hircano


II y Aristóbulo II, hijos de Salomé Alejandra: la última de los asmoneos y
la única mujer que gobernó en Israel. Las peticiones de ayuda a la
República Romana trajeron como consecuencia la conquista del reino
por parte de Cneo Pompeyo Magno.

5. Aparición del cristianismo

El último siglo del antiguo Estado judío estuvo marcado por desórdenes


políticos y religiosos. A comienzos de la era cristiana, la población judía
llegaba a los ocho millones, repartidos, además de Judea, entre Alejandría,
Cirenaica (norte de África), Babilonia, Antioquía, Éfeso y Roma. Estas
comunidades tuvieron que sufrir la hostilidad antisemita en muchas
ciudades griegas debido a que los judíos eran vistos como competidores en
el comercio, así como por su diferente credo y por ciertos privilegios
políticos de que supuestamente gozaban.

Desde dentro del judaísmo surgió un segundo movimiento, el cristianismo.


El número de judíos griegos que llegaron a creer en Jesús (en hebreo
Yeshua o Josué) como el Mesías prometido superaba considerablemente al
número de quienes lo reconocían en Judea. Además, como los discípulos
de Jesús viajaron recorriendo el mundo antiguo, muchos paganos se
convirtieron a la nueva fe. En un principio se la consideró una secta judía,
pero poco a poco se fue desligando del judaísmo, a medida que crecía la
cifra de los ex paganos conversos, cuya fe se dirigía hacia la persona y la
predicación de Jesús. Los judíos convertidos al cristianismo siguieron
siendo esencialmente judíos. Frente a estos movimientos, el judaísmo
reaccionó con el rechazo de todo laxismo en la observancia de las formas
de la religión tradicional.
6. La gran revolución

Durante el siglo I d.C., los conflictos religiosos causaron sangrientas


batallas. Los gobernadores romanos de Judea se mostraron tan déspotas y
poco respetuosos con respecto a la religión judía, que en el 66 d.C., los
zelotes (facción judía conocida por su fanatismo) encabezaron una violenta
insurrección contra los romanos. El emperador Nerón envió al general
Vespasiano, quien más tarde sería emperador, para poner fin al conflicto.
Hacia el año 70 Vespasiano logró acabar con la revuelta, destruyó el
Templo y arrasó Jerusalén. La última fortaleza en caer fue Masada, en el
73.

Judea siguió existiendo, aunque sólo de forma nominal. El centro de la


sabiduría judía se desplazó a Yavné, bajo la dirección del gran sabio
Yojanán ben Zakai. Durante la siguiente generación, y bajo el estricto
control romano, Judea se mantuvo más o menos en paz. Por aquel
entonces, el emperador romano Adriano mandó reconstruir Jerusalén como
una ciudad pagana, y ordenó que se llamara Aelia Capitolina, en honor a
Júpiter. También mandó publicar un decreto en el que se prohibía la
circuncisión. Esta doble afrenta causó gran consternación, tanto entre los
judíos de la diáspora como entre los de Judea, y provocó una nueva
rebelión.

7. Barcokebas

Bajo la dirección de Barcokebas, estalló una violenta revolución en Judea.


Entre los años 132 y 135, los judíos hicieron un esfuerzo desesperado por
defenderse de las legiones romanas; en un principio, su oposición fue
efectiva, pero, cuando finalmente Roma decidió acabar con la revuelta,
Judea quedó devastada. Por orden del emperador, el antiguo nombre de la
provincia fue reemplazado por el de Siria Palestina. Jerusalén fue
convertida en una ciudad pagana y cualquier judío que entrara en ella era
inmediatamente condenado a muerte. La persecución de los judíos se
transformó en algo habitual dentro del Imperio.

Por otra parte, la caída de Judea ayudó a abrir aún más la brecha entre


judíos y cristianos: los primeros consideraban su derrota como una
calamidad; los segundos la veían como una clara manifestación de que
Dios había abandonado a los judíos y había hecho de los cristianos los
verdaderos portadores de la gracia divina. Durante los tres primeros siglos
de la era cristiana, el cristianismo aumentó mucho su influencia. Después
del 313, año en que el emperador romano Constantino I el Grande aceptó la
nueva religión tanto para él como para el Imperio, se generalizaron la
expansión del cristianismo y la persecución de los judíos.
2. Judíos después del exilio

Pese a la destrucción del segundo Estado judío, y al aumento del antijudaísmo,


la comunidad judía logró mantener su identidad y sus tradiciones por medio de
profundos cambios culturales.

1. El desarrollo de la religión en el exilio

Como reacción a la fragmentación que supuso el comienzo de la era


cristiana, los judíos desarrollaron una religión propia en el exilio: el
judaísmo. La continuidad de la unión entre los judíos se fundó en el empleo
de una lengua común, en la herencia literaria que todos los judíos estaban
obligados a conocer y a estudiar, en una vida comunitaria con una sólida
organización y en el estímulo que significaba la esperanza mesiánica.

Durante los primeros seis siglos de exilio, los maestros y rabinos codificaron


las leyes transmitidas hasta entonces oralmente, y volcaron una parte de
las mismas en la Mishná y la Guemará, ambas integrantes del Talmud. Los
principales centros de enseñanza del judaísmo funcionaron como
academias; surgieron en Palestina (especialmente en Galilea) y en
Babilonia. En un principio estuvieron bajo la dirección de los partos y luego,
desde el año 227, de los sasánidas. Desde el siglo VI a.C., Babilonia pasó
con el tiempo a ser un centro de gran influencia para los judíos del exilio. La
colonia judía estaba dirigida por un administrador, que recibía el nombre de
exilarca. Las dos academias babilónicas de Sura y de Pumbedita lograron
gran renombre.

Los estudiosos que trabajaron durante los siglos I y II d.C. en la codificación


y ampliación de la ley oral recibieron el nombre de tanaim (en arameo,
‘enseñantes’). Durante el siglo III fueron reemplazados por los amoraim (en
arameo, ‘hablantes’), y en el siglo V por los llamados saboraim (en arameo,
‘reflectantes’). El Talmud babilónico se concluyó a comienzos del siglo VI,
una vez terminada de redactar la Guemará, es decir, los comentarios a la
Mishná. Hubo otro Talmud, aunque menos completo que el anterior, el
palestinense o de Jerusalén, que se concluyó aproximadamente un siglo
antes. Los últimos directores de las academias babilónicas recibieron el
nombre de geonim (plural del hebreo gaón, ‘excelencia’); desde todas
partes del mundo medieval los geonim recibían consultas relativas a la
religión; sus contestaciones, denominadas responsa, fueron incorporadas a
las prácticas religiosas.

2. La tolerancia islámica

El nacimiento del islam no provocó gran alteración en las comunidades


judías de Babilonia. Los ejércitos árabes conquistaron Mesopotamia en el
637 y la religión islámica se transformó allí en oficial. El califa Umar I
promulgó el código que lleva su nombre y que establecía una serie de
medidas contra los judíos, a quienes se les prohibía desempeñar cargos
políticos, tener sirvientes musulmanes, ir armados, construir o reparar sus
sinagogas o incluso rezar en voz alta. También estaban obligados a llevar
parches amarillos en las mangas como marca distintiva. A pesar de ello, los
califas de Bagdad no se sintieron sujetos a este código y permitieron a los
judíos mantener una cierta autonomía. La importancia histórica de estas
restricciones radica en que los cristianos las llevaron a Europa y se las
impusieron a la comunidad judía europea durante siglos.

El periodo de tolerancia islámica estuvo marcado por una importante


cooperación entre musulmanes y judíos. Como resultado de este
intercambio, se desarrolló una rica cultura basada en la conjunción de
enseñanzas griegas, persas e indias que musulmanes y judíos tradujeron y
estudiaron en la España medieval, en un periodo dominado en el resto de
Europa por el oscurantismo cultural.

3. Los judíos en la España medieval

Como en el resto de países musulmanes, en Al-Ándalus los judíos fueron


bien tratados, experimentando una Edad de Oro entre los años 900 y 1100,
en el Califato de Córdoba. También eran aceptados en la corte de algunos
reyes cristianos, como en la de Alfonso X.

A partir del siglo XI hubo alborotos que obligaron a los judíos a refugiarse
en guetos, sobre todo en Marruecos, Libia y Argelia. También hubo varias
persecuciones por parte de los musulmanes, como en Córdoba en 1011 y
en Granada en 1066. Se dictaron decretos que pedían la destrucción de
sinagogas en Egipto, Siria, Iraq y Yemen, y en algunos casos forzaron a los
judíos a convertirse al Islam. Los almohades, que conquistaron la península
ibérica en 1172, fueron fundamentalistas que trataron mal a los dhimmis.
Expulsaron a judíos y cristianos de Marruecos y de Al-Ándalus, con lo que
muchos huyeron al este a tierras más tolerantes, como Maimónides.

En los reinos cristianos de la península la situación se fue deteriorando con


el tiempo, hasta llegar a la expulsión de 1492. Estos expulsados son los
sefarditas, y mantienen vivo el ladino, un lenguaje derivado del antiguo
castellano. Los judíos que se quedaron fueron obligados a convertirse al
catolicismo, y fueron víctimas frecuentes de la Inquisición
3. Los judíos en la edad moderna

Hacia finales del siglo XVI, en Europa occidental sólo quedaban pequeños restos


de las antiguas comunidades judías.

1. La Reforma protestante y la Revolución francesa


Con la Reforma protestante, el progreso de las libertades políticas y
sociales contribuyó a restablecer la tolerancia hacia los judíos en Occidente.
Este nuevo periodo llegó primero a Inglaterra, donde desde 1650 Oliver
Cromwell alentó la migración judía. También se animó a los judíos para que
se establecieran en las colonias inglesas de América; para ello recibieron el
apoyo de hombres muy influyentes, como John Locke y el predicador de las
colonias Roger Williams. En Francia, en 1791, la Asamblea Nacional
concedió a los judíos el derecho a voto y a la ciudadanía, como parte de los
conceptos democráticos de la Revolución Francesa. Durante sus
campañas, Napoleón I Bonaparte, a medida que iba avanzando por Europa,
fue otorgando la igualdad de derechos a las comunidades judías. La
opresión contra los judíos renació después de 1815, cuando los estados
sometidos al poder de Napoleón se negaron a aceptar su política de
tolerancia. Esta reacción duró unas décadas, hasta que ya en 1860 la
libertad de que gozaban los judíos se hizo efectiva en toda Europa
occidental

2. La persecución en Europa oriental


Sin embargo, en Europa central y oriental predominó la hostilidad al
liberalismo. Polonia y Rusia institucionalizaron la persecución contra los
judíos. El acoso de que éstos fueron víctimas no fue menor que el que
habían tenido que sufrir los judíos de la época medieval, especialmente
después de la división de Polonia y de la incorporación de su zona oriental
al Imperio Ruso entre 1772 y 1796. La mayor parte de los judíos polacos
quedaron en territorio ruso, bajo restricciones muy severas: les estaba
prohibido vivir fuera de las áreas que tenían asignadas y también tenían
muy restringido su acceso a la educación y al ejercicio de determinadas
profesiones. Además, el gobierno imperial respaldó e incluso financió los
pogromos (ataques que se llevaban a cabo periódicamente contra las
comunidades judías), con el fin último de desviar a otros cauces el
descontento y el rechazo popular del sistema feudal que aún imperaba en
Rusia a finales del siglo XIX. El gobierno institucionalizó severas medidas
contra los judíos y trató de impedir la posible influencia de éstos entre el
resto de la población. Eran ellos quienes estaban importando a Rusia
conocimientos e ideas procedentes de la Europa occidental. Esta violenta
persecución duró hasta la Revolución Rusa, que puso fin al régimen zarista
en 1917. Como resultado de los pogromos, unos 2 millones de judíos
emigraron desde las zonas bajo dominio ruso a Estados Unidos entre 1890
y finales de la I Guerra Mundial. Otros grupos de judíos emigraron desde la
Europa oriental y se establecieron en Canadá, Sudamérica (especialmente
en Argentina), Sudáfrica y Palestina.

3. Los judíos en America


La migración judía a América se realizó en forma casi simultánea a la
fundación de las primeras colonias americanas. Muchos judíos sefardíes
(descendientes de españoles o de portugueses) se establecieron primero
en Brasil. Sin embargo, la persecución a la que les sometió la Inquisición
volvió a obligarles a huir. La primera comunidad de judíos en Norteamérica
fue fundada en 1654 por algunos de los que habían abandonado Brasil, en
la colonia holandesa de Nueva Amsterdam (actual Nueva York). En el
periodo de la lucha por la independencia de Estados Unidos, hacía 1780,
llegaba a 2.000 el número de judíos que vivían en las colonias. Durante
gran parte del siglo XIX, la mayoría de los inmigrantes que llegaron a
Estados Unidos después de 1815 provenían de Alemania, huyendo del
antisemitismo surgido después de la caída de Napoleón y la fallida
revolución de 1848. Hacia 1880, la comunidad judía en Estados Unidos
alcanzaba los 250.000 individuos, y esta cifra aumentó considerablemente
durante los siguientes 40 años, cuando casi tres millones de inmigrantes
judíos llegaron a este país procedentes del este de Europa. Esta emigración
a gran escala cesó en 1924, cuando entraron en vigor las restricciones
impuestas por un sistema de cupos de entrada. En Argentina los primeros
grupos de judíos surgieron hacia 1868. Más tarde (1912-1917), debido a la
desintegración del Imperio otomano y a la persecución musulmana, llegaron
nuevos contingentes tanto a territorio argentino como mexicano,
particularmente a la zona de Puebla y Yucatán. Hacia 1941 se produciría
una nueva oleada en todo el continente americano de gentes que huían de
la persecución nazi.

4. La vida en Europa
La emancipación de los judíos tuvo importantísimos efectos religiosos,
culturales y políticos. Lentamente, a medida que se creaban su propio
espacio en el mundo moderno, el poderoso muro creado para proteger a la
comunidad judía dentro del seno del judaísmo tradicional comenzó a
derrumbarse. Moses Mendelssohn (1729-1786) ejerció una fuerte influencia
gracias a sus esfuerzos por adecuar el judaísmo al mundo moderno, tanto
en el ámbito religioso como en el modo de vida. Tradujo la Torá al alemán y
enseñando la importancia de establecer una relación cultural entre los
judíos y el entorno no judío. Mendelssohn insistió en la necesidad de
introducir también las materias profanas en la educación judía, y abrió así la
vía para el intercambio intelectual y cultural entre el judaísmo y el resto del
mundo, especialmente el cristiano. Uno de los resultados del esfuerzo de
Mendelssohn fue el nacimiento del judaísmo reformista, movimiento iniciado
por los judíos alemanes. Muchas familias de judíos se convirtieron al
cristianismo para aumentar así sus oportunidades cívicas y culturales, sin
que ello provocase la conmoción que habría causado sólo un siglo antes. El
propio nieto de Mendelssohn, Felix Mendelssohn, famoso compositor
alemán, se convirtió al cristianismo, al igual que el poeta Heinrich Heine,
quien a pesar de ello siempre conservó un gran amor por su primer
judaísmo. Benjamin Disraeli, uno de los más importantes estadistas
británicos, era también hijo de un judío converso.

La comunidad judía experimentó durante el siglo XIX un renacimiento


cultural conocido como Haskalá (Ilustración). Comenzó en Europa oriental;
y una vez más los judíos empezaron a escribir en hebreo, a interesarse por
la nueva ciencia de Darwin y de Thomas Huxley y también a estudiar la
Biblia, para poder dar una interpretación científica a la Sagrada Escritura.
Se publicaron novelas, poesías e historia en hebreo, que volvió a ser una
lengua viva. Se dignificó el uso del yidish entre los judíos de Europa
oriental, debido a que había sido usada como lengua literaria en los trabajos
de importantes escritores como Mendele Mokher Sefarim, Shalom
Aleichem, Isaac Leib Peretz y Sholem Asch. El renacimiento cultural de la
Haskalá, que era específicamente judío, fue muy importante para el
resurgimiento de la esperanza en un retorno a lo que consideraban su
propia tierra, Palestina, guiándose por lo que indicaban sus estudios de la
herencia judía.

5. Antisemitismo

A finales del siglo XIX, especialmente en Alemania y en Francia, surgieron


movimientos hostiles a los judíos que se designaron con el nombre de
antisemitismo, porque sus seguidores no basaban su oposición en la
religión judía, sino en lo que ellos consideraban la raza judía: los semitas.
En Alemania, Francia, Austria y Hungría se reformaron los partidos políticos
para evitar que los judíos ocuparan cargos de importancia en ellos. En
Francia, el llamado caso Dreyfus, que comenzó con el juicio, basado en
pruebas falsas, de un oficial del Ejército, el judío Alfred Dreyfus, se
transformó en un asunto de gran trascendencia política. Uno de los
asistentes al juicio de Dreyfus, el escritor austriaco Theodor Herzl, llegó a la
convicción de que la única solución al problema del antisemitismo estaba en
la creación de un Estado nacional judío. En 1896, Herzl se convirtió en el
fundador del sionismo político. Durante los siguientes 50 años, la
organización sionista planificó un programa de acción y luchó para lograr
sus objetivos, lo que finalmente se materializó en la creación del Estado de
Israel.

Durante la primera mitad del siglo XX, en especial durante el periodo de


entreguerras, el antisemitismo se convirtió en una fuerza importante en la
política europea, sobre todo en Alemania. Se inscribió rápidamente en
muchas legislaciones nacionales, como por ejemplo las leyes de
Núremberg, en Alemania (1935), donde los judíos se vieron privados de la
nacionalidad alemana, así como de los derechos más elementales; o las
leyes antisemitas francesas de 1940. El desarrollo del nacionalsocialismo y
otras formas de totalitarismo, primero en Alemania y después en buena
parte del resto de Europa occidental, amenazó a todos aquellos con
orígenes judíos y se tradujo en una política de exterminio sistemático que
llevó al asesinato de 6 millones de judíos europeos. Este periodo de
persecución, de deportación a campos de concentración y asesinato en
masa, o genocidio, de judíos europeos recibe el nombre de Holocausto.

4. Inmigración a Palestina y creación del estado de Israel

SIGLO XX

Los judíos se integraron cada vez más en Europa, luchando con sus países
de origen en la Primera Guerra Mundial y formando parte de los
movimientos artísticos y culturales de los años 20 y 30, el antisemitismo
racial permanecía. Alcanzó su forma más virulenta en la matanza de
alrededor de seis millones de judíos durante el Holocausto, borrando una
historia de 2000 años.

El 29 de noviembre de 1947 las Naciones Unidas aprueban la creación de


un estado judío y otro árabe en el Mandato Británico de Palestina, y el 14
de mayo de 1948 el estado de Israel se declara independiente,
representando la primera nación judía desde la destrución de Jerusalén.
Andréi Gromyko, embajador de la URSS en la ONU, propone que Israel sea
aceptado como miembro de pleno derecho. El pleno de la ONU lo aprueba.

El día siguiente, 15 de mayo de 1948, comienza la guerra árabe-israelí, al


no aceptar los países árabes la declaración unilateral de Israel. Fue la
primera de las subsecuentes guerras entre Israel y sus vecinos árabes, que
han traído el éxodo de los palestinos y la persecución de los casi 900.000
judíos que vivían en países árabes.

5. Conclusiones

- Los judíos son miembros de una comunidad o asociación étnica


independiente que, a pesar de haber tenido que enfrentarse a terribles e
incesantes persecuciones, ha logrado mantener su identidad durante casi
diecinueve siglos.
BIBLIOGRAFIA

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8183-007-0.
 Bel Bravo, María Antonia (1997). Sefarad: Los judíos de España. Editorial Sílex.
ISBN 84-7737-062-1.

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