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Los movimientos sociales latinoamericanos y el surgimiento de nuevos

actores políticos

Las dos primeras décadas del siglo XXI han significado un verdadero
terremoto político en Latinoamérica. Se ha producido un inédito viraje
hacia la izquierda en todos o casi todos los procesos electorales del
continente, viraje que ha sido catalizado por el accionar de movimientos
populares diversos que han recreado y revitalizado las expresiones
tradicionales de la lucha revolucionaria que la izquierda desarrolló desde
los años 50 y 60 del siglo XX. Recordando que la izquierda latinoamericana
se había debatido hasta fines del siglo XX entre la estrategia reformista
electoral por una parte, y las formas de lucha armada revolucionaria por la
otra, la aparición contundente de estos movimientos sociales ha permitido
construir un escenario político impensable hace apenas una década.

El surgimiento de movimientos campesinos indígenas que desarrollan


formas de lucha abandonadas por la izquierda tradicional (movilizaciones,
corte de rutas) y que rememoran las luchas indígenas contra la opresión
colonial. Desarrollados en Bolivia, Ecuador y Perú principalmente (también
en Colombia, México y Guatemala), han jugado papeles destacadísimos en
el proceso político de sus respectivos países, han derrocado gobiernos
(como el de Sánchez de Lozada en Bolivia en 2003) y han llevado a la
presidencia a líderes indígenas como Evo Morales.

El desarrollo de expresiones organizativas acordes a los avances


tecnológicos, como lo son las llamadas redes sociales y medios
alternativos, particularmente las agencias de noticias y páginas web
comprometidas con las luchas sociales, y las radios y televisoras
comunitarias.

La incorporación a la lucha política de movimientos sociales con raíces


religiosas, vinculados a la Teología de la Liberación, tal como ocurrió en los
orígenes del PT brasileño (ya al respecto habían ocurrido expresiones
anteriores en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, de
Nicaragua y el Frente Farabundo Martí de El Salvador).

El desarrollo de significativos movimientos campesinos como los Sin


Tierra (MST) en Brasil, que también jugaron un papel destacado en el
nacimiento y fortalecimiento del PT (aunque hoy han roto con ese partido
debido a sus veleidades neoliberales y su inconsecuencia con el programa
original).

La revitalización del movimiento obrero a partir del auge del conflicto


social general, como ha ocurrido con el fortalecimiento de la CTA22 en
Argentina, la creación de la Unión Nacional de Trabajadores (UNETE) y de
la Central Bolivariana Socialista de Trabajadores (CBST) en Venezuela y la
conducción de las centrales sindicales bolivianas en manos de dirigentes
indígenas (a diferencia de la anterior dirigencia de izquierda proveniente
de capas medias). Han cobrado fuerza propuestas de generar acciones
sindicales “globales” en respuesta a las medidas económicas globales que
promueve el neoliberalismo, aunque por ahora no han tenido un
desarrollo efectivo.

El siglo XXI se ha presentado como un gran desafío para las ciencias


sociales latinoamericanas, desde que gobiernos como los de Venezuela
(1999), Brasil (2003), Argentina (2003), Uruguay (2005), Bolivia (2005),
Ecuador (2007), Nicaragua (2007), Paraguay (2008- interrumpido por el
golpe de Estado el 22 de junio de 2012), El Salvador (2009) y Perú (2011)
demostraron que la región vive un cambio de época. Desde el comienzo se
habló de “posneoliberalismo”, una definición algo imprecisa que permitió
identificar la crisis de la hegemonía neoliberal en sus dimensiones
económica, social, política y cultural. Con el tiempo, en la medida que la
correlación de fuerzas y las disputas por la configuración de un nuevo
bloque hegemónico lo permitía, estas experiencias fueron derribando –a
su tiempo y a su modo- los pilares sobre los cuales se cimentaba el orden
neoliberal. En casi todos los casos pudieron dar continuidad de gobierno y
consolidar sendos proyectos políticos e incluso, algunos de ellos,
mostraron una significativa refundación del Estado donde, a través
asambleas democráticas llevaron adelante reformas constitucionales, una
buena cristalización de amplio contenido del proceso de cambio.

Las coincidencias políticas en lo que respecta a las orientaciones de una


buena parte de sus gobiernos muestran una situación inusual para la
historia del continente: más allá de ciertas instituciones sub-regionales
que impulsaron entendimientos sobre aspectos específicos, como la
Comunidad Andina, o proyectos políticos ambiciosos pero nunca
ejecutados, como el ABC ideado por Perón – con el beneplácito de Vargas
e Ibáñez-, entre otros ejemplos, el siglo XX latinoamericano transcurrió sin
coincidencias amplias entre sus gobiernos, sus líderes e incluso fueron
pocas las circunstancias históricas democráticas en las que similares ideas
políticas y económicas permearon simultáneamente a sus sociedades. El
inicio del siglo XXI muestra, en ese sentido, un escenario inédito que, sin
estar completamente definido, señala un panorama interesante para lo
que puede llegar a comprenderse como “integración latinoamericana”.
Como parte de este cambio de época se cuenta la conformación de
organismos internacionales de integración latinoamericana como la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión
de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), tanto como el reciente polo
opositor de la Alianza del Pacífico.

El proceso iniciado en 1999, como todo proceso de cambio, ha tenido sus


inflexiones. Pero inclusive, los llamados procesos destituyentes de los
gobiernos electos por la voluntad popular -como los de Haití (2004)
Honduras (2009) y Paraguay (2012)- y otros que no han logrado su
cometido – en Venezuela (2002) Bolivia (2008) y Ecuador (2010)– también
se presentan como un gran desafío intelectual y político, al poner de
manifiesto los nuevos formatos de golpes de Estado y la configuración de
una nueva derecha regional que, vía procesos electorales o vía formatos
destituyentes –con el inédito desplazamiento de las FFAA como
protagonista– accede a los ejecutivos de estos países.

Últimos años

Los diferentes resultados electorales que se han ido dando desde 2015
han provocado que se extienda la percepción de que el populismo y los
movimientos populista-demagógicos, de uno y otro signo, en auge en
Europa y Estados Unidos (Donald Trump, Marine Le Pen, Podemos,
Syriza…) se encuentran en fase de retraimiento en Latinoamérica. Los
comicios latinoamericanos que se han ido desarrollando desde hace dos
años, más allá de las especificidades propias de cada nación, parecerían
mostrar y confirmar ese reflujo.

La derrota del kirchnerismo en las presidenciales de Argentina de 2015, la


del chavismo en las legislativas en Venezuela ese mismo año y la de Evo
Morales en el referéndum de Bolivia empezaron a crear esa falsa
sensación, la de que el populismo se encontraba, y se encuentra, en
decadencia y en retirada en una región donde la mayoría de las elecciones
están trayendo derrotas de gobiernos cercanos o vinculados al “socialismo
del siglo XXI”. Las dificultades crecientes del Gobierno de Nicolás Maduro
en Venezuela desde 2016, o la ajustada victoria de Lenín Moreno en
Ecuador en 2017, no han hecho sino confirmar esta sensación, más allá de
que se haya producido la abrumadora reelección de Daniel Ortega en
Nicaragua.

En realidad, lo que está aconteciendo en el panorama político


latinoamericano es la cuesta abajo de una “cierta” forma de gobernar. En
2015, la victoria de Mauricio Macri frente al peronista Daniel Scioli
empezó a abrir una nueva etapa en la región, marcada por el arribo de
gobiernos de centroderecha. La victoria de Jimmy Morales frente a la
“socialdemócrata” Sandra Torres en Guatemala, y el triunfo en las
legislativas venezolanas de la Mesa de Unidad Democrática ante el Partido
Socialista Unido de Venezuela, PSUV, no hicieron sino reforzar esta idea.

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