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Olivia Peralta MI VIDA CON JOSE REVUELTAS Un testimonio recogido por Andrea Revueltas Philippe Cheron M vida con José Revueltas, evocacion intima y coti- diana de Olivia Peralta, primera esposa del escritor duranguense; recogida, en estilo sencillo y literaria- mente hermoso por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, hija y yerno de “uno de los hombres mas pu- ros de México” como diria Octavio Paz. José Revueltas, “el hijo del hombre”, como el mismo se definia, asume su vida y obra literaria y militancia pol tica como una sola unidad con entrega y devocién insé litas en un medio y en una época que era facil tener y combatir por “ideas buenas y nobles”, sobre todo cuan- do no se estaba lo suficientemente alejado del principe- sistema y de sus deberes presupuestarios. La familia, orgullosamente mexicana, formada en la universidad de la realidad, creadora de una cultura que, en todo o en cualquier tiempo, encontrar una relacién justa con el aire, la piedra, el Arbol, y el rio, y que fue- ron llevados forzosamente por el espiritu de verdad que los animaba a buscar una correspondencia equitativa entre el hombre y el mundo. En Mi vida con José Revueltas, Olivia Peralta relata la bella dignidad del tiempo compartido con el hombre de palabras y accién que ha sido José Revueltas, y que ella no s6lo supo “soportar”, sino entender y ayudar en su realizacién, gracias a esa nada comin alianza entre el Ambito privado de los seres hacia el mundo: el amor. Sanboons Andrea Revueltas. Profesora-in- vestigadora del departamento de Politica y Cultura de la UAM- Xochimilco. Licenciada en filoso- fia, UNAM. Maestria en filosofia Universidad de Paris VIII; doc- torado en Ciencias Politicas Pa- ris VIII. Coeditora de las obras completas de José Revueltas, au- tor sobre el que se ha publicado varios articulos; actualmente prepara un ensayo sobre su pen- samiento politico ha escrito: México, estado y modernidad, y Las transformaciones del estado ‘mexicano: un neoliberalismo “a Ia mexicana”, UAM-Xochimileo. Philippe Cheron. Maestria en Letras Hispnicas y Latinoame- ricanas, prepara su doctorado en la Universidad de Paris III. Re- side en México. Es articulista, traductor y coeditor de las obras completas de José Revueltas (ed. Era). Olivia Peralta Mi vida con José Revueltas Olivia Peralta Mi vida con José Revueltas Un testimonio recogido por Andrea Revueltas y Philippe Cheron g g a Diseito de portada: Plaza y Valdés, S. A. de C. V. Iustracién de portada: Archivo José Revueltas. Fotos paginas interiorés: Archivo José Revueltas, Manuel Fuentes, Julio Pliego, Renata von Hanfistengel y Hermanos Mayo, Primera reimpresién: febrero de 1997 OLIVIA PERALTA Mi vida con José Revueltas © Plaza y Valdés, S.A. de CV. © Andrea Revueltas y Philippe Cheron © Instituto Veracruzano de Cultura Derechos exclusivos de edicin para todos los paises de habla es- pafiola, Prohibida la reproduccién total o parcial por cualquier medio, sin autorizacién escrita de los editores. Editado en México por Plaza y Valdés Editores. Manuel Maria Contreras No. 73, Col San Rafael México, D.F. Tel. 705-00-30, CP 06470 ISBN: 968-856-497-4 HECHO EN MEXICO AVISO El Instituto Veracruzano de Cultura, organismo viviente dedicado a difundir manifestaciones artisticas de honda raigambre en la tradicién y en la identidad patrimonial del profundo México y de la cultura en general, y Plaza y Valdés, editora siempre dispuesta a la publicacion de libros con gran interés social, unen hoy sus entusiasmos editoriales para poner frente al silencio de nuestros ojos el volumen Mi vida con José Revueltas, evocacién fatima y cotidiana de Olivia Peralta, primera esposa desprendida del amoroso costado izquierdo del escritor duranguense; recogida, en ‘un estilo sencillo y literariamente hermoso, por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, hija y yerno de “uno de los hombres mas puros de México”, como afirmé en alguna ocasién Octavio Paz. {En qué radicaba la pureza de José Revueltas, cuando é1 mismo se autodefinia «el hijo del hombre» y, por tanto, un angel caido pero emergente entre el cieno terrenal del siglo Xx? En que asu- mio su vida y su obra literaria y militancia polftica como una sola unidad, con una entrega y una devoci6n ins6litas en un medio yen tuna época en que era facil tener y combatir por «ideas buenas y nobles», sobre todo cuando no se estaba lo suficientemente aleja~ do del principe-sistema y de sus poderes presupuestarios.. En este momento en que escucho las notas sinfénicas y mariti- mas de Redes, suite de Silvestre Revueltas, otro de los grandes de esa iluminada familia orgullosamente mexicana, formada aqui, en la universidad de Ia realidad nacional, creadores de una cultura que, en todo o en cualquier tiempo, encontrara una relacién justa ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON con el aire, la piedra, el drbol y el rfo, y que fueron llevados forzo- ssamente por el espiritu de verdad que los animaba a buscar una correspondencia equitativa entre el hombre y el mundo; ahora que el arte diverso de los Revueltas me descubre la fantastica y triste alborada del territorio al que pertenezco, descubro que José es uno de nuestros mayores poctas, admitiendo la aceptacién de Fernan- do Savater: “Atribuyo al poeta soledad y solidaridad: trato ast de caracterizar socialmente —y avin més, éticamente— la condicién de este hombre que se recoge en sf mismo para abrirse en la pala- bra. Vocacién parad jicaen la que se unen irremediablemente apar- tamiento y publicidad, la busqueda de lo més intimo y secreto—la mirada propia, el suefio y el afecto que Ia mirada suscita— y Ja comunicacién que a nadie en principio excluye. Que a cualquiera y a todos fundamentalmente busea, pero evocéndoles de uno en ‘uno, como irrepetibles y secretos En Mi vida con José Revueltas, esta excepcional mujer, que es Olivia Peralta, relata la bella dignidad del tiempo compartido con el hombre de palabras y accién que ha sido José Revueltas, y que ella no solo supo «soportary, sino entender y ayudar en su realiza- cin, gracias a esa nada comiin alianza entre el Ambito privado de los seres hacia el mundo: el amor, con un generoso desprendimiento que fue capaz de ir mas alld de las limitaciones y las pequefieces de la mediocridad y el egofsmo. De esta manera, Mi vida con José Revueltas, devuelve, al ator- mentado y enrarecido México de nuestros dias, carente cada vez més de visos patriéticos, no s6to un descanso de aire fresco, sino algo mas determinante: una apuesta y una confirmacién en la es- eranza y en la vida Jorge Lobillo ADVERTENCIA Olivia Peralta Torres nacié en 1917, en el Estado de México. Hizo sus estudios en la Escuela Normal para maestros de 1934 a 1936. Fue la primera esposa, de 1937 a 1947, del escritor duranguense José Revueltas (1914-1976). Una vez divorciada, reanud6 sus estudios en la Escuela Normal Superior, especializéndose en Historia Universal y en Historia de México. Después de gtaduarse, 1pas6 a formar parte del personal de la Secundaria Anexaa la Normal Superior, escuela por la que su generacién habia luchado y en la que se proponfan poner en préctica un modelo educativo que alcanzara un nivel de excelencia, Dedicé més de cincuenta afios de su vida a la enseftanza. Ademds, participé activamente en el movimiento del magisterio (1958-59), y en los sesenta viajé a Paris, como representante de México en el Congreso de Educacién Laica. A pesar de muchas reticencias por volver sobre el pasado, Oli- via finalmente accedi6 a contar su vida en comiin con José Re- vwueltas. Recogimos su testimonio a principios de 1991. Pasado en limpio en junio del mismo afio, todavia fue necesaria una revi- si6n a fondo para evitar repeticiones y mejorar el estilo demasia- do conversacic 1a, sin traicionar por ello la frescura del mismo ‘Vino después un lapso de duda sobre la pertinencia de su publica- cién inmediata. ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON, La autenticidad evidente de semejantes recuerdos —con sus encores y sus celos— y el profundo amor hacia un hombre excep- cional que se transparentan en cada pagina —adems de que reine un testimonio privilegiado de los inicios de la vida literaria de Revueltas, su temprano éxito y su ingreso al mundo del cine, en el contexto de una época en la que predomin6 wna gran esperanza en el porvenir social del hombre y el futuro de México—, terminaron Por convencernos de que habia llegado el momento de hacerlos paiblicos. México, D-F, agosto de 1995 PRIMERA PARTE I «COMO CONOCTI A JOSE? Toto, mi nermano mayor era activo miembro del Partido ‘Comunista. Hombre de clara honestidad, entregado completamente Ta causa. Atenta a cumplir con mis estudios y afanosa en los quehaceres de Ia casa, poca atencién ponia a sus actividades, que se remontaban a la época en la que el Partido era ilegal (1929-34). ‘Sin embargo, en Ios pocos momentos en que podiamos platicar ‘nuestra comunicacién era intensa. Un diame alargé un libro, Judéos sin dinero, y diciéndome «ser‘a bueno que lo leyeras» me lo entreg6. De inmediato lo devoré, desoyendo a mi madre que, como mi abuela, cada vez que pasaba junto a mf me reprochaba: «Ya ests con el libro». Movia la cabeza desaprobando que descuidara los uehaceres de la casa que tenia asignados. Yo crecf en la colonia Judrez, atrés del Paseo de la Reforma, de bellos y frondosos drboles. Entonces, esas casas eran amplias y de bellos jardines y las que no los tenfan adornaban sus patios ccon variadas macetas. Como una de mis obligaciones era regar, sabia que debfa hacerlo antes de que el sol las cubriera, y cémo gozaba ver correr el cristalino chortito de agua que iba vacian- do de la jarra de barro. En cada una de ellas, pensaba en bosques tranguilos donde paseaba mi imaginacién, Por eso no salfa de asombro con las descripciones que lefa. No podia ser, no, de ninguna manera! No cabja en mi cabeza que esos nifios judios, que vivian hacinados en un sucio barrio de Nueva ‘York, encontraran motivo de intensa felicidad al haber descubierto a la orilla de la banqueta unas yerbitas verdes que brotaban del Jodo que el polvo sucio de la calle habia amontonado ahi, y pal- n __ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON meando de felicidad se dedicaron a cuidarias, pues nunca habfan visto planta alguna en ese mugriento barrio. Todos los dias corrian ‘a comprobar que segufan creciendo. Pero un dfa grande fue el su- frimiento al ver con horror que la rueda de una pesada carreta aca- 'b6 aplastindolas sin piedad, haciéndolas desaparecer en el fondo del cieno. iNo, no era posible, no podia creerlo, no! Corti a comentario con mi hermano: «jNo lo creo, es0 no es verdad!», alegaba deses- perada, y él sin perder fa calma siempre me explicaba las cosas, ‘me deca: «jQué dicha!, nunca has visto eso, pero existe, y no s6lo 0 sino pestilentes pocilgas de espantosos hacinamientos huma- os». «Pero, ;por qué se permite ¢s0?, clamaba angustiada, des- ‘conociendo totalmente Ia otra cara de la moneda. ‘Mi hermano, con mucha paciencia, me fue despertando poco a poco a un mundo que no imaginaba, Me explicaba que para luchar contra Ia injusticia habia personas que se agrupaban y formaban organizaciones. «Mira, por ejemplo, Ignacio Leén (joven francés, hijo de la cantante Sonia Verbinsky), regalaba su tiempo para ve- nit a acomodar las paginas de ese periédico que se llama El Ma- chete». ;Por qué ese nombre, pensaba yo? Un machete, habiendo otros nombres que sugieren alegria, paz, tranquilidad Mi mamé permitia que Hegara a la casa con sus grandes rollos de pape! impreso que dejaban en el piso y luego iban acomodando por paginas seriadas. Leén era un joven muy agradable, trabaja- dor, completamente dedicado a lo que venta a hacer. Al final se iba satisfecho, con un gran bulto bajo el brazo, pero ya en orden. Yo cra ajena a toda esa entrega. Un dia, al principio del sexenio de Cardenas, lo tengo muy pre- sente, se aceres la esposa de mi hermano, Susana, con la que poco ‘me gustaba platicar, pues s6lo era bueno lo que ella pensaba. Lle- 26 agitada y con ojos de felicidad me sefialaba una fotografia de dicho periédico. «Mira, mira, es José Revueltas, regresando de las Islas Marfas. Aqui esté rodeado de todos los que fuimos a esperar 2 MI VIDA CON JOSE REVUELTAS Jo». Recuerdo muy bien que s6lo por cortesfa hice como que veia Ja foto, pues ni me interesaba ni gracia me hacfa saber quién era José Revueltas. Ni siquiera fijé la atencién donde ella apuntaba con el dedo y seguf con mis divagaciones; muy lejanas de lo que me decfa, Siguié hablando entusiasmada, llenando de elogios all personaje. Su perorata no me interes6 nada, pero tanto insisti6, que termin6 por llamar la atencién de mi mamé, quien nos llev6 al teatro Arbeu, donde iban a intervenir los milicianos espafioles. El teatro estaba completamente abarrotado y los aplausos y vivas eran interminables; todo el mundo se conmovia al ofr los relatos de los republicanos, que habfan venido a México a pedir su solidaridad. ‘Mi mam participaba entusiasmada. Yo también era sensible a todo ello, pues desde muy pequefia me aficioné a leer el periédico «que todos los dias Hevaba mi tio Chupango (diminutivo de Cipriano) y recuerdo que, sin comprender bien de lo que se trataba, sufti ‘mucho con el proceso de Sacco y Vanzetti (1927). En mi corta edad no alcanzaba a entender cabalmente el problema, para mi se trataba sélo de la vida de dos seres humanos. Esperaba el diario para devorar las noticias: que sf los ejecutarfan, que no porque habfan legado millones de firmas pidiendo su liberacién, que ha- bia fotos de tumultos en Nueva York con pancartas pidiendo su libertad... Peto cuando todos crefamos que iban a liberarlos, vi los titulares: «Fueron ejecutados». Sufif tanto que nunca més quise seguir paso a paso la informacién. Esa mala experiencia no me impidié leer todo lo referente al vuelo de Lindbergh de Nueva York a Paris. Me impresioné tanto su relato al cruzar el Atléntico que me nacié el deseo de recorrer el mundo, cruzar bosques, cafiadas, sierras, montafias. Siempre pen- sé que es un gran regalo haber llegado a este planeta. ;Cémo no recorrerloy conocerlo! Fue una gran suerte haber nacido, pero ain més contar con pies y ojos. ‘También asisté al descubrimiento de la radio. Mi tio nos trajo tuno que era enorme, que ocupaba toda una mesa. Recuerdo que mi 13 ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON hermano Paco y yo nos pasdbamos las horas (desde luego que ya no vivia nuestra abvelita, que no lo hubiera permitido) tratando de «coger una onda con mucho ruido de estitica; pero pacientemen- te y con mucho cuidado, fbamos moviendo el bot6n hasta lograr una mayor claridad. Acababamos con dolor de ofdo por tratar de pescar las palabras confusas que se ofan, Todo esto me despert6 gran interés por el mundo que nos rodea, primero en su forma fisica y luego por el drama humano: mi abue- Ja, mi madre y después mi hermano despertaron en mf el deseo de forjar uno mejor. ‘A duras penas habfa conseguido el permiso para estudiar, pues para mi mamé la educacién de una mujer se limitaba a aprender y seguir las buenas costumbres, ser creyente, devota y terminar la ceducaci6n primaria. Luego de rogarle mucho acept6 que ingresara a secundaria, como mis demés compaiieros. En el curso de botini- cca yo era la encargada de preparar las lminas a colores que la ‘maestra expondrfa en su clase; lo hacfa con mucho gusto y devo- cién. Me encantaba tomar los colores. jc6mo me hubiera gustado estudiar pintural A punto de terminar la secundaria, le comenté a Ja maestra: «El afio que entra ya no vendré». «{Cémo? —contest6 asombrada—. Llama a tu mainé, dile que quiero hablar con ella». iBendita maestra! |Qué buena ocurrencia! Mi mamé, después de entrevistarse con ella, me dijo: «Esta bien, te daré permiso de con- tinuar, siempre que no cueste ni haya que hacer gastos». ‘Salté de alegrfa, conclu la secundaria preguntando a todo el mundo: «; Qué se puede estudiar que sea gratuito?» «Maestra>, fue siempre la respuesta. Yo hubiera querido ir a la Universi- dad, pero agradecida estaba de poder seguir estudiando lo que fuera. Asi, aprobé el examen de admisién a la Normal. Mi pa- dre Moré cuando, junto conmigo, descubrié mi nombre en la lista de admisin, En la Escuela Normal (la nica en aquel entonces con maestros de cabal formaci6n, que supieron interpretar el pensamiento de uu MIVIDA CON JOSE REVUELTAS DENCIAL PASAJE ESCOLAR oi | 69 gt anwar. Lf Be. Credencial de Oliva Peralta, 1933. (Cardenas: «S6lo con buenos maestros se forja un México nuevo») ‘nuestros grupos eran pequeitos, lo que facilitaba su conduccin. ‘Maxime que con el enfrentamiento entre ta Iglesia y el Estado los sacerdotes habfan inducido a las madres de familia a no mandar a sus nifios a la escuela y menos en dias religiosos. Efectivamente, se despoblaron las escuelas, razén porla cual eran escasos los alum- nos en la Normal, pero mejor: éramos pocos, los maestros podtan explayarse en sus enseffanzas. La atencién que nos dedicaban era casi individual. Tuvimos maestros roménticos con la cabeza llena de suefios, como Arqueles Vela, quien con su tez blanca y ojos aaules, nos aseguraba que era auténtico chamula.. Nos moviamos a nuestras anchas por los frescos y amplios corredores de la escuela. Todo era para el reducido contingente que formabamos: el jardin, la amplia alberca, el gimnasio y la parcela escolar. De las clases optativas mis compafieros se admi- aban porque en lugar de que tomara caligrafia, que casi era para 15 ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON platicar, escogiera yo literatura, que en lugar de otra fécil prefi- riera «servicio social». Tanto me gustaba proponer, animar y to- mar tareas que me adjudicaron el sugestivo apodo de Inquietud, © la Inquietosa, como me decfa una querida compafiera que era de las mayores. El fervor del presidente Cérdenas de construir un México nue- vo, el entusiasmo de los misnos funcionarigs y de los maestros nos arrastr6 y contagi6. Habfa una mutua y febril actividad entre ‘alumnos y maestros. Las puertas del director estaban abiertas, los maestros advertfan nuestras inquietudes y las recogfan con entu- siasmo, Muchos de mis compafieros destacaban en diversas acti- vidades, entre ellos Ricardo Pozas, quien animaba junto con un centusiasta grupo el taller de material didéctico en la propia Nor- mal, Recuerdo haberles visto preparar ellos mismos un aparato auditivo de yeso para su ensefianza, Los maestros nos hablaban de los grupos ind{genas, aislados alld en las serranfas, y todos deseabamos i a rescatar aquellos ‘mexicanos olvidados, pero mi familia no me lo permitié. Elena y Luis Torres, muy activos en los contactos con las organizaciones de j6venes revolucionarios, s{ se fueron junto con otros maestros. ‘Todo esto encendié nuestra imaginacién. Por eso cuando empe- zamos a realizar las primeras précticas en las escuelas de la ciu- dad, y con el propésito de defender nuestra especificidad nacional, aceptamos entusiasmados la sugerencia de adherimos a los agui- luchos mexicanos, Nada de boyscouts. Asi, decidimos organizar tuna excursién a San Jerénimo con los nifios del Distrito Federal La SEP inmediatamente aprobé la idea y nos facilité camiones. iCémo no fbamos a desbordarnos de entusiasmo si las propias autoridades aplaudian nuestros proyectos! Sentiamos que s6lo nos eestaban esperando para que el mundo fuera nuestro y nuestra mi- si6n era forjar la patria, YY en ésta pensamos que lo mejor serfa ensefiara leer a los obre- ros y trabajadores, quienes por necesidad de ganarse la vida no 16 MI VIDA CON JOSE REVUELTAS habjan acudido a la escuela. Fue asf como nos lanzamos a crear ‘escuelas noctumas para trabajadores. Entonces la SEP estaba aten- tay aceptaba cuanta iniciativa presentéramos. Escogimos centros cercanos a nuestras casas, donde nos autorizaron a abrir Noctur- nas. Como era innovacién tuvimos que desplazarnos a las fabricas y talleres para invitar a los trabajadores y formar grupos de alum- nos. Mi escuelita estuvo en Arcos de Belén. Su antigua construc- cidn era bellisima, pues era una gran casa con una fuente en medio de un amplio jardin de enormes y vetustos drboles, bajo los cuales nos sentébamos a esperar que dieran las siete de la noche para entrar a clase. Yo era la directora y en mi equipo de maestros esta- ban, entre otros, Ninfa Santos y Ermilo Abreu Gémez. Corrimos con suerte y pronto Ia escuela estuvo completa. Fue entonces cuando entramos en contacto con la LEAR (Liga de Es critores y Artistas Revolucionarios), con el fin de despertar en los obreros el gusto por las bellas artes en el entonces famoso teatro Hidalgo. Ahi ofmos las maravillosas ejecuciones de Silvestre Re- ‘weltas. Los maestros juntabamos a nuestros alumnos y en animo- sacharla por la calle liegabamos en grupo al teatro. De regreso nos hacan sus comentarios: «Sefiorita, ;por qué con esa mtisica siento algo aqu‘ adentro, que me remueve todo, como que me hormiguea?» Era su manera sencilla de expresar su emocién, Enel tiltimo aio de mis estudios, en 1936, y para precisar nues- tro futuro, aprovechdbamos las ultimas horas de la mafiana del sébado para empezar a planear nuestra graduacién, los problemas de nuestro empleo. Para entonces, tenia mi primer novio que me recogfa todas las noches en la escuela para llevarme a la casa. Pero ins era la cortesfa de un joven solicito. Los sabados también me esperaba a la salida de la Normal wv ni «SE MI SOLVEIG» Un séado 21 de marzo, la discusién se les largo tiempo y salimos muy retrasados. Acudf al lugar donde me esperaba, era ya tan tarde que iba segura de no encontrar a nadie, y asf fue. Llegué ‘la casa cuando ya mi mamd se preocupaba, y en eso estabamos ‘cuando aparecié mi hermano sonriente: «Hoy es dfa de la primavera y la Juventud Comunista preparé un baile en un sal6n arriba del cine X. Déjame llevar a las muchachas. Susana y yo las cuidaremos, y les serviré para que ya se vayan desenvolviendo». Al principio mi mamé no acept6, pues éramos muy jévenes; yo, Ja mayor, apenas acababa de cumplir 19 afios. Pero mi hermana Nelly, mi prima y yo nos entusiasmamos tanto que mi madre ter- miné por acceder. La tarde fue de planchar vestidos, de preparar peinado y de gran conmocién. A las siete en punto legamos al sal6n, allf por La Merced. Justo en el momento en que la orquesta terminaba la Gitima nota de una pieza, como todo mundo se detu- vo, lanzamos la vista al interior y unos jévenes que estaban platicando entre ellos, al vernos, se desprendieron y vinieron a ‘nuestro encuentro. Mi hermano nos present6: eran José Revuel- tas y sus inseparables camaradas de las Juventudes, Ambrosio Gonzalez y Enrique Ramirez y Ramirez; sin pensarlo mas nos pidieron la pieza, pues ya se iniciaba el siguiente vals, Fue precisamente José Revueltas el que me sacé a bailar. Mas tarde é1 comentarfa: «Qué curiosas son las cosas; estando juntas las tres muchachas, ,por qué destino fuiste la que yo escogi?> De ahi ya no paramos de bailar y charlar. En el descanso no me sol- taba José, saliamos al baleén y todo era platicar. La noche era 19 MIVIDA CON JOSE REVUELTAS. bellfsima, limpia y apacible como el México de entonces. Me asombraba mi osadfa, nada tomaba en cuenta, pese a que ahi se encontraba mi hermano, Varias veces se me acereé Susana, su ‘esposa, ¥ con enojo me recriminaba al ofdo: «Tu hermano se est molestando, no tienes por qué bailar con uno solo, déjalo 0 voy a decirselo». Pero algo més fuerte que todo me empujaba: es- ‘tébamos tan a gusto, que no hubo poder que nos separara. Atin mis, lleg6 mi novio y cuando se acercaba a solicitarme la pieza yo lo recriminaba: «Vete, mi hermano se puede enojar», y él, obedient, se alejaba. Qué de cosas hablamos, qué cosas se nos ocurrfan. Gustébamos de la misma misica, fue asombroso coincidir en libros y hasta en la contemplacién de ese bellisimo cielo azul tachonado de estre- las. Al despedirnos me pidié cita para el domingo en la noche: « ‘Amaneciendo me llamaba por teléfono, me escribfa poemas, hasta que determin6 enviarme su Antolog(a para Solveig. ;Por qué Solveig?, le pregunté. «{No te diste cuenta en la pequeria antolo- gia que formé para ti de todo el mensaje de infinito amor que te enviaba’ Por eso te Ilamé Solveig desde el primer momento. por- que munca dejaré de amarte, ti serés Solveig esperdndome para siempre. Solveig siempre esper6 a su amado: pasara lo que pasara, allf estaba para recibirlo améndolo siempre. Por favor, que ti seas mi Solveig, recuérdalo siempre: si alguna ver. Hlegara a cometer errores no me falles, no dejes de estarme esperando siempre. Ten la seguridad de que siempre regresaré ati, ya eres parte de mi ser, pase lo que pase estaré unido a ti por la eternidad». Aquello me soné muy solemne, pero pensé que era su forma de hablar (que, por lo demés, se parecia mucho a su manera de escribir). José queria casarse conmigo de inmediato; pero, por mi parte, yono consideraba justo que apenas saliendo de la Normal abando- nara a mi familia sin contribuir econémicamente a sus necesida- des. El puso muchos reparos, pero acabé entendiendo mi actitud, {que también aprobé mi hermano Tofio. Finalmente, decidimos ca- sarnos, aunque siguiéramos cada quien en su casa, pues yo tenta 2B MIVIDA CON JOSE REVUELTAS que cumplir con mi compromiso de trabajar para ayudar a mis padres, sobre todo a la . Le conseguf una botella de tequila. En un intento de levantarse del sofé para colocar el vaso sobre la mesa, resbal6 a causa de la pin- tura fresca y qued6 tendido en el suelo. Me asusté muchisimo, le hablé a mi hermano y como pudimos le levantamos la cabeza con una almohada, lo acomodamos y tratamos de localizar a Angela. ‘Cuando ésta Ileg6, le propuse que se quedaran en la casa. Les dejé Ja recémara y me subi a dormir al cuarto de mi hermano. En la mafiana, cuando bajé a ver qué se les ofrecfa, ya se habfan ido. El habfa dejado un recado: «Mil gracias por todo». Me dij. ya esté bien, ya esta con su esposa y me quedé tranguila José se afligia mucho cuando Silvestre entraba en este tipo de crisis, por su fragilidad, porque no se alimentaba y por lo que su- frfa. A José le preocupaba que Silvestre no supiera que a él tam- bign le gustaba platicar con los amigos alrededor de una botella Habia entre los dos hermanos mucho respeto y un gran pudor para hablar de las flaquezas humanas; cuando se veian en casa de su ‘madre o en la nuestra, eran encuentros festivos, Ilenos del gran sentido del humor que tenfan todos los Revueltas. Como yo trabajaba dos turnos comfamos, al igual que mi her- mano, en casa de mi mamé, con nuestra correspondiente con- tribucién econdmica. Pobrecita, c6mo acept6 ayudarnos. Era joven, inteligente, bella, alta, de piel blanca, hermosos ojos negros y una abundante mata de pelo color castafio. Mujer de fina sensibilidad e inteligencia, apoyaba en sus ideas a mi hermano y més tarde le 39 MIVIDA CON JOSE REVUELTAS tom6 carifio a José por su sencillez.y total honestidad. Claro que para mf hubiera deseado alguien més estable, pero en seguida en- tendié su misién. Por su lado, mi papé era de piel morena. De gran corazén, servicial y cumplido, su sensibilidad indigena lo hacia ‘conmoverse de todo hasta las lagrimas. Habfa participado en la Revolucién bajo las Grdenes del general Francisco Murguta. Lteg6 pronto la Navidad. Dfas antes mi mamé me avis6 que habfa visto al doctor y necesitaba una pequefia intervencién ginecol6gica. Al verme tan atormentada, me tranquiliz6: «Es algo sencillo, no te preocupes. Tu hermano ya me Ilev6 a la clinica de la doctora Palacios (nicaragtiense, también de izquierda) y ella nos dijo que se trata de una operacién sencilla». Visité en seguida el sanatorio ubicado donde ahora es Cuauhtémoc y Doctor Velasco. Muy amplio y bien instalado, con una gran terraza hacia la calle, todo me inspir6 confianza y jamds imaginé que de alli no volverfa a ver més a mi mamé, El dia de Ia operaci6n la acompafié al sanatorio. «Ya me voy al matadero», musit6 con tristeza, pero yo me ref de lo que cref una inocente ocurrencia. La operacién duré muchisimo. Cuando la tra- jeron a su cuarto, me permitieron quedarme junto a ella mientras esperaba que se le pasara Ia anestesia. Con horror vi de pronto que las sdbanas se iban tifiendo de sangre. Salf alarmada a avisar a los doctores y volvieron a Hevérsela al quir6fano. Todos me asegura- ron que no era grave. Faltaban dos dfas para que Hlegara la Navidad. La hermana de José nos habfa invitado a cenar con ellos. Yo no tenfa nada de éni- mo, pero José me convencié de que me caeria bien distraerme un poco, Fue una hermosa velada en casa de Rosaura y Fredi, su es- [poso, con sus hermanas Cuca y Luz, y la prima Margarita, en su hermosfsima casa de laAvenida Insurgentes, que Fredi, como buen, alemén, habja construido para que durara centurias: ahora es un alto caj6n de departamentos. Se prendieron velitasen el 4rbol, como es tradicién alemana, temprano se sirvi6 una exquisita cena y el 40 ANDREA REVUELTAS Y PHILIPPE CHERON, resto de Ia velada la pasamos platicando y oyendo musica; ahi ‘ofmos por primera vez el Bolero de Ravel, que tanto impresion6 a José por su insistente tema mel6dico, Pero yo segufa angustiada por mi mamé. Solamente logré so- brevivir dos dias més y murié rogéndonos que hicigramos algo para salvarla, Todo fue en vano. Otra vez volvi a verme separada de su valiosa presencia. La primera vez fue cuando siendo nifia me dejaron bajo el cuidado de mi estricta abuela —con quien siempre ‘me senti desamparada y espantosamente sola—, pues un amigo de ‘mi papé que era coronel tuvo que refugiarse en Estados Unidos por dificultades politicas y haba dejado a cargo de mi padre su finca de plétanos en Tuxtepec, Oaxaca. Con el dinero que se obte- nia de ella, pudo costearse su destierro. Mi infancia habfa transcurrido sin mayores problemas al cuida- do de mi abuela. Sélo me lastimaba su exagerada energfa para educamos, que en aquel momento no entendfa; pero affos después la disciplina que nos infundié habria de salvarme. Por compafieros de juegos, s6lo tenfa a mis numerosos hermanos y primos. En cual- quier disputa la abuela rpidamente nos metfa al aro y no dejaba que hubiera rencillas. Pronto me separé de los juegos de nifia para buscar un rincén y leer novelas y novelas. Mi abuela me reprendia a menudo: «Ya estés otra vez con la novelita». Todas me Ienaban la cabeza de bellas cosas, que seguramente debfan de suceder fue- ra de la casa, lejos de la mirada implacable de 1a abuela, la que, sola y viuda, habia formado a once hijos. Por eso, sin duda, no se andaba con contemplaciones. Eran tiempos de persecucién religiosa. Dos de mis tios, milita- res, se encontraban en las filas del eército luchando contra los cristeros, mientras una de mis tias, muy devota y ferviente activista, militaba en una organizacién catélica, Mi abuela, creyente, no to- ‘maba partido. Slo se limitaba a rezar el rosario pidiendo por todos. Mi tia nos Hlevaba de vez en cuando a las misas clandestinas, ‘que tenfan lugar de manera irregular y que los fieles esperaban con a1 MIVIDA CON JOSE REVUELTAS. ansiedad. Salfamos vigilando que nadie nos siguiera, hasta llegar a Ta casa donde se iba a oficiar. fbamos a una casa que se encuentra en el parque Rode Janciro y que ahora es escuela de turismo, Para entrar se tocaba el santo y seffa y después una persona nos condu- cfa hasta un oratorio muy bello, eno de adornos, imégenes, cruci- fijos, candelabros, El cuarto se llenaba. Una vez.terminada la misa, la gente salfa poco a poco en pequefios grupos. Por la noche la tarea de mi tia consistfa en pegar en puestos y postes propaganda que decfa «Viva Cristo Rey». Inclusive lleg6 a hacerlo sobre los ccapotes de los guardianes del orden: joven y de hermosos ojos, no le era dificil acercarse a ellos y como quien pasa amigablemente la ‘mano por la espalda, les dejaba pegado el volante. Antes de que se fusilara al padre Pro, acompaié a mi tia a varias casas donde se congregaba la gente. Se pasaban el dia hincados con los brazos en cruz rezando por la salvacién del padre Pro y de la madre Conchita. Cuando se conocié la muerte de aquél, hubo tuna enorme conmocién en toda la colonia, un gran entrar y salir de las casas. Todo el mundo cuchicheaba y comentaba. Un dia lleg6 un telegrama donde se anunciaba que uno de mis tios federales habfa sido muerto. Los vecinos, aunque cat6licos militantes, lle- {garon a acompafiar a mi abuela en su pena. (Cémo suftf con esta nueva y definitiva separacién de mi madre; ‘quizé por esta razén amé tanto a José, volcando en él toda la ternu- ra que no pude externar al faltar mi madre, José lleg6 a mi vida Hleno de amor y ternura, haciéndome el regalo més grande que la vida pudo darme, ‘A la muerte de mi mamé, mis hermanos quedaron bajo el cuida- do de una amiga de mi tfa Juanita. Su amistad habia nacido duran- te la persecuciGn religiosa; aunque catblicas y muy devotas, ambas aceptaban a José a pesat de su descreimiento porque lo vefan sin- cero, como un iluminado, con un inmenso deseo de servir y de amar al préjimo. Tenfan los mismos ideales, s6lo que con bande- ras distintas. La «Sefio» (diminutivo que le dabamos por respeto a 42 MI VIDA CON JOSE REVUELTAS la amiga de mi tia) siempre vestia de negro, llevaba un devocionario negro en la mano y rezaba en todo momento. Nos llenaba de con- sejos, se convertia en nuestra gufa espiritual, pero no pudo menos que querer y aceptar a José: «Dios lo escogis y lo tiene iluminado. ‘Aunque él se diga revolucionario, en el fondo sigue el camino de nuestro Sefior». La Seffo y mi tia comentaban: «Si s6lo fuera a la iglesia, pese a sus ideas, yo dirfa que es mejor que cualquier caté- lico». José, por su parte, se referfa mucho a Dios, pero llaméndole siempre el «compafiero Jestis». Era tal mi devocién por las tareas de José que mis hermanos aceptaron el cuidado y el respeto que yo le prodigaba, v NUESTRA VIDA EN COMUN ‘Viviamos con muchas estecheces. El ingreso principal proventa de mi sueldo de maestra, ya que José era profesional del Partido, no tenia salariofijo y recibia muy poco. Dofia Romanita nos regal6 una de sus camas, mi madre lo necesario para vestila, mi hermano un bburé y una silla. Con cajas de jabén forradas de periédico, puestas una sobre otra, improvisamos nuestro librero. Cuénta austeridad pero qué felices estébamos. Carifioso y desbordante de amor, José Iegaba todos los dias conténdome sus actividades y siempre alguna anécdota. Terminaba por decirme: «Ay, si yo tuviera una maquina de escribir, cudntas cosas podria contar». Su manera de expresarse ime hacia intuir que él dehta dedicarse a escribir Lo ankelaha con desesperacién. Un dia, pasé a la Remington y pregunté precios. «jHabré manera de pagarla en plazos?», pregunté con timidez. «Si usted la salda en tres meses lo aceptamos sin recargos, como si lahubiera comprado al contado». Se me abrié el cielo y en seguida firmé la operacién. El dia que la llevaron, acomodé una riistica mesita que tenfamos, formé el escritorio y tranquila esperé su regreso. Siempre llegaba entusiasmado, cubriéndome de inter- minables besos. Procuré estar cerca del improvisado escritorio; de pronto Io descubri6 y grité tleno de asombro: «Y eso, ade quién es?» «Tuyon. «Como? y sin més se sent6 a escribir. Yo me escurri en silencio y al ver su febril actitud tecleando sin descanso me retiré de puntillas a leer. Desde la cama advertia sus diferentes expresiones de angustia, tecleando sin cesar; usaba s6lo tun dedo de cada mano, pero lo hacfa muy répido. Me quedé dor- ‘ida al amanecer y, al desperta, triunfante me entreg6 las cuarti- 45

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