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Enrique Bernardo Núñez, Un pensamiento nacional, “Novelas y ensayos”,

Fundación Biblioteca Ayacucho, s/f, pp. 183-184.

UN PENSAMIENTO NACIONAL
Actualmente hay indicios de que el pensamiento venezolano quiere ha­
llarse a tono con la hora presente; y sin ir muy lejos podría añadirse
que comienza a formarse un nuevo pensamiento venezolano. Confese­
mos que esta orientación llega con algún retardo. No sería fácil señalar
de una vez las causas múltiples de semejante atraso, pero no es aven­
turado afirmar, en contra de todas las apariencias, que durante muchas
décadas hubo ausencia de pensamiento en nuestro medio, o al menos,
lo que se tuvo por tal, careció de aquellas significaciones que aseguran la
eficacia del pensamiento. Se llegó a perder el hábito de pensar. A noso­
tros los venezolanos nos hace falta un poco de reflexión. Todavía hoy
es fácil confundir el pensamiento con alardes de ensayos verbales y cierto
morboso estancamiento en zonas exhaustas; en simples motivos que ya
no significan nada. Palabras que llegan a confundirse con ideas. Es una
función que es preciso crear, o crear de nuevo. Cuáles serán las carac­
terísticas que van a fijar la posición de ese pensamiento es, entre otras,
la primera consideración que se ofrece. El pueblo nuestro necesita ante
todo generosidad y este impulso cordial debe fluir del pensamiento. Tal
vez esta falta de generosidad, este acerbo fruto que cuaja en nuestro
vivir, es una de las causas que quisimos apuntar arriba. Nuestro pen­
samientos perdido en banales discreteos, anquilosado en labores de archivo
y en divagaciones sociológicas debe, si quiere llegar a climas de más
alta lozanía espiritual, sacudir su marasmo a pleno sol por las anchas
rutas del mundo. Se habla constantemente de venezolanismo como una
manifestación de ese nuevo pensamiento; pero si aquél ha de existir
realmente, o si tiene en verdad algún sentido, le será preciso saturarse
de universalidad. De lo contrario este sentimiento de lo venezolano re­
sultará una parodia, y como toda parodia, mezquina y pobre. El vene­
zolano habrá de poner a su ideal motor y alas, y abrir las ventanas para
que el aire de fuera, el aire del mar, el alisio, oree la tierra gredosa y
penetre hasta en los corazones.
Verdadero será el pensamiento que se introduzca en la corteza
amarga y espinosa de lo venezolano. Será el pensamiento de regreso de
largos viajes por los mares del planeta y por los misterios de la tierra
adentro. Un pensamiento con las manos llenas de palabras luminosas.
En una palabra, enseñanza desprovista de pesimismo, de pesimismo casi
siempre ególatra, donde el que habla parece casi siempre dominado por
la misma barbarie que combate. Fue otra modalidad triunfante de nues­
tro pensamiento —y lo es todavía en muchos sectores— seducido por
el brillo fácil, no siempre puro, que despide la candente y estéril invec­
tiva. Ya otra vez — a propósito de Juan Vicente González— nos refe­
rimos a ese pesimismo literario, inclinado a leer presagios de muerte
en los destinos de un pueblo naciente que aún no conoce su propia
alma, y encontrábamos preferible la misma barbarie, la hermosa barbarie
llena de candor. No hay pensamiento — o lo hay poco— en esas perora­
tas de tan excelente fortuna.
Yo quisiera abrir una mañana ese libro que ya parece anunciarse
en los celajes del pensamiento nuevo y leer en sus páginas, como en
un cielo taraceado de constelaciones, las palabras sencillas, de hondo
sentido humano, capaces de quedar grabadas en el espíritu para volver
a los labios con toda su fragancia. Entonces sí creería realmente en la
existencia de un pensamiento venezolano y en sus proyecciones más o
menos inmediatas.
Son muchas las manifestaciones que se nos brindan como nutridas
de sentimiento venezolanista y traen sólo su rencor desflecado, un ren­
cor ancestral e irredento. Existe quien crea que debe amarse la charca de
mirada verdosa, en acecho tras los cujizales, y guardarla contra un ene­
migo que somos nosotros mismos. Y existe quien sólo concibe la histo­
ria nacional desenvolviéndose en una porción escasa de territorio, con
criterio lugareño, sin objeción posible. Será éste un pobre venezolanis-
mo fracasado, sin nada que ofrecer al mundo.
Son en definitiva los monstruos con que habrá de luchar en primer
término el pensamiento nuevo. Que creará sus mitos al realizar sus em­
presas fabulosas para estar de regreso, quién sabe cuándo, en su esquife
cortado en puro laurel negro de Guayana, esquife de velas temblorosas
familiarizado con todos los horizontes.
Febrero 1934.

Parece que el pensamiento nacional estuviera muy por lo bajo del des­
tino geográfico del país. Como lo está de la situación del mismo mundo.
Paria, por ejemplo, vale más que todos los sueldos y todos los portazos
que se oyen durante el día en las oficinas públicas. Todas las quinarias
no tienen el precio de Paria, el golfo entre Trinidad y Costa Firme, el
paraje que Colón llamó Jardines. De un lado los navios, del otro los
aviones lanzándose a vuelos de reconocimiento, posándose en las islas
junto con las zancudas. Se comunica con el Delta del Orinoco. Ruta
de conquistadores. De almirantes. De pueblos de fuerte voluntad, de gran
ambición y poderío. Legado del siglo XVI a la nación que supiera man­
tenerlo. Hermosas cartas habrá en Washington del golfo de las perlas
con sus canales, sus islas, sus placeres, sus bocas, sus arrecifes, sus cos­
tas montañosas, de muchos ríos. Del golfo que pudo ser nuestro. No
puede verse desde las Casas de Gobierno, tras de los escritorios de hom­
bres sedentarios. Requiere ese territorio un gran pensamiento, una gran
energía. La abulia ni siquiera consiente pasar la vista por tan maravi­
llosos parajes. Si acaso pondera los recursos del país al extranjero para
que venga a llevárselos, mediante el pago de un modesto impuesto.
Requiere todo eso un espíritu diferente al que anida en esos flamantes
despachos, satisfecho del mero formulismo, encomendando a otros el
propio destino para mejor vivir sin inquietudes.
4 de enero de 1940.
Una ojeada al m apa de V enezuela.

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