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ISBN 978-987-29218-1-1
Germán Diograzia
Índice
Primera Parte
Reconocimientos
Palabras Previas
Introducción
El Diario de mi padre Enero 1958
Después del descubrimiento del Diario y las cartas
Alejandro
Faro de la Isla Leones Código ARG HS: Arg-071
El largo viaje de los Lobos Grises al lejano sur
La Goleta y un Submarino,1945 Bahía de Samborombón Argentina
Investigaciones en las aguas Argentinas. En la búsqueda de los U-Boats
1945 - Cuatro meses después de finalizada de la Segunda Guerra
La Vida en la Isla
La Casa-Faro
El llamado a un U-Boat. El Fin de la Inocencia
Carta desde la Isla Leones, 5 de mayo de 1960
Carta desde la Isla Leones, 10 de junio de 1960
Carta desde la Isla Leones, 14 de Julio de 1960
Carta desde la Isla Leones, 17 de Agosto 1960
El Escape de la Isla Leones
El conocimiento del desembarco del Submarino Alemán
El U530 El Acta de Rendición y la gran recepción en Argentina
Alejandro y su deambular por la Patagonia
Las Cartas
La vuelta a Buenos Aires
Judith
Olga
Ana
El Final de Alejandro
Segunda Parte
El Diario de mi padre. Las Charlas con Adolfo
15 de Enero 1958
18 de Enero 1958
Frida
19 de Enero 1958
20 de Enero 1958
21 de Enero de 1958
22 de Enero de 1958
23 de Enero de 1958
24 de Enero de 1958
25 de Enero de 1958
26 de Enero de 1958
27 de Enero de 1958
28 de Enero de 1958
1 de Febrero de 1958
2 de Febrero de 1958
3 de Febrero de 1958
6 de Febrero de 1958
7 de Febrero de 1958
8 de Febrero de 1958
9 de Febrero de 1958
11 de Febrero de 1958
12 de Febrero de 1958
13 de Febrero de 1958
14 de Febrero de 1958
15 de Febrero de 1958
20 de Febrero de 1958
21 de Febrero de 1958
3 de marzo de 1958
4 de marzo de 1958
8 de Marzo de 1958
9 de Marzo de 1958
10 de Marzo de 1958
11 de Marzo de 1958
12 de Marzo de 1958
Nota del autor
La decisión final
Dichos
Referencias
U-Boats o Lobos Grises
Submarinos Alemanes “Perdidos”
Isla Leones
Faro de la Isla Leones
Parque interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral
Museo Perón
Reconocimientos
Al inestimable apoyo de mi familia, mis hijos Alexis, Maximiliano, Soledad y mi mujer Sari quienes
me soportaron en el largo camino por llegar a la verdad.
A mi amigo Álvaro López Mellían investigador y periodista, quien me motivó a armar y
comprender cada pieza del drama y a entender que mientras no olvidemos tendremos alguna
posibilidad de cambiar desde el pasado éste presente oscuro y temible.
A mi padre, al que poco conocí, el que dejó escritas sus impresiones y su doble vida en la
entrevista más extraordinaria de todos los tiempos.
A mi querido hermano Alejandro al que descubrí a través de sus cartas y en cuyo recuerdo he
intentado modestamente armar cada pieza de esta historia. Lo que me ha permitido entenderla y
entenderme. Ha sido en un largo viaje. Comenzó casi por casualidad y ha llevado a algunos de sus
protagonistas por la inmensa Patagonia en busca de respuestas que les diesen un sentido a sus
vidas. Finalmente deberé tomar la decisión más importante, de la que dependerá o no la vida de
millones de seres.
A mi hermana Ana a la que sólo conozco a través de mi hermano, pero que la quiero como si
siempre hubiésemos estado juntos. Con ella se cierra el último capítulo de esta historia. La
tragedia de las vidas que se vieron involucradas.
Sé del poder que se encuentra en su sangre, en sus genes. Capacidad única y maravillosa que
la convierte en un ser humano excepcional.
A todos los enemigos de la humanidad, en todos los tiempos, conquistadores, reyes, déspotas y
ahora presidentes (salvo honrosas excepciones) porque gracias a su extrerna dedicación para
someter de mil manera a los pueblos, me han permitido al fin comprender su verdadera y cruel
entidad.
A la naturaleza que en su extraordinaria ingeniería me ha dotado (como a todos) de un
maravilloso y único cerebro, que me permite distinguir entre la multitud a los falsos profetas.
Palabras previas
Muchos años después de la muerte de mi padre llegué a la casa de su hermano por pura
casualidad. Esa tarde estuve a punto de no hacer la visita, pero el destino me esperaba. Luego de
un café mi tío me pide un favor. Necesitaba retirar un par de objetos de la boardilla. Él ya no podía
subir. Una vez en ella encontré lo pedido. Me dirigía hacia la salida cuando tropecé con un viejo
baúl que se volcó. Cayó una carpeta, en ella estaba un Diario manuscrito y una serie de cartas.
Bajé con ellas. Al ver la letra de mi padre pedí permiso a su hermano para estudiarlas. Él no tenía
idea de su existencia. Ya en casa abro el viejo libro amarillento con su letra clara y varias cartas de
mi hermano, muerto años atrás. Pasé parte de la noche leyendo con incredulidad todo aquello.
Papá relataba hechos extraordinarios y lo más sugestivo: la certeza de la existencia en
Argentina del hombre más odiado del planeta.
Varias de las mismas fueron enviadas desde la Isla Leones, que contara con un Faro (hoy fuera
de Servicio). Mi hermano cumplió allí, durante tres años, su Servicio Militar. Perteneció así a la
Dotación de la Marina en aquel lugar perdido. Fue confinado en castigo en aquel pedazo de roca,
supuestamente por una desobediencia.
Una segunda tanda de cartas fue despachada a lo largo de la Patagonia. Él logró escapar de
aquella isla en una carrera para salvar su vida. Huyó al comprobar la visita de extraños personajes,
a esos remotos lugares.
Permaneció en la clandestinidad largo tiempo sin que la familia supiese su paradero.
Nadie conocía una vida paralela y fantástica de mi padre. Mucho menos los hechos que se
relataban como verídicos.
Si bien el Diario y las cartas aparentemente carecían de conexión, surgía claramente un patrón.
La aseveración que políticos argentinos habrían ocultado y brindado apoyo a la elite del poder
alemán de la Segunda Guerra. El posible acceso a tecnología sin precedentes, traídas a la
Argentina en ése tiempo. Y finalmente la información más valiosa de la historia del hombre. Un
grial único y maravillosamente cercano, capaz de cambiar la vida de millones de seres. Pero había
más, mencionaba casi al final del Diario un hecho singular: allá lejos en el sur Argentino, a una
escasa milla y media de la costa y a menos de 70 metros de profundidad, descansaría el último U-
Boat, una maravillosa máquina creada por lo mejor de la ciencia alemana. La nave que junto a
otras once, habría llegado a la Argentina desde la lejana Alemania. Según el escrito tuvieron
apoyos logísticos para cumplir con una larguísima navegación. Lo extraño es que las fechas lejos
de coincidir con el fin de la Segunda Guerra, los ubican desde el final de la misma y pasados los
años 1960. Algo totalmente inverosímil.
Cuando mi padre (al final de su Diario) transcribe las coordenadas exactas del submarino
hundido, dice textualmente “Algo se oculta en el vientre del U-Boat allá en la lejana Santa Cruz. Y
espera a ser liberado de las frías aguas del sur argentino. Si es que aún perdura. La información
allí contenida nos brindaría el acceso a conocimientos no imaginados aún.”
Momentos antes de morir mi hermano menciona en una carta a Ana, nuestra hermana, poniendo
su vida en mis manos. Ella posee características únicas y extraordinarias, que más adelante
mencionaré.
Cuando el viaje acabe y todas las piezas del rompecabezas encajen, encontraremos que otra
vez nos han engañado, contándonos una historia falsa. Los gobiernos siempre utilizándonos para
sus propios fines.
El poder de mi hermana ha llegado finalmente a mí. Como si fuese una jugada del destino,
deberé elegir entre darlo a conocer o callar. Arriesgarlo todo y entregarle a la humanidad una
salida extraordinaria a muchos de sus padecimientos o despertar en el ser humano lo peor de su
condición. Quizás al terminar este libro, que me servirá como una gran catarsis, tendré el temple y
la voluntad para decidir.
Esta historia llevó a seres inocentes, como a mi hermano Alejandro, a sufrir una larga
persecución, sencillamente por haberse encontrado en el lugar y tiempo equivocado.
Aquellos papeles podrían haberse quedado allí sin que nadie los encontrara. Si tan solo esa
tarde hubiese hecho otra cosa no me encontraría en la actual situación.
A veces es preferible la ingenuidad o la simplona indiferencia. Ciertas personas cuentan con una
curiosidad exacerbada, que las lleva a investigaciones que sería mejor desconocer. Yo tuve la
necesidad de subirme a mi auto para buscar un vino de determinada bodega. Otra persona salió
unos minutos después de su casa y cruzó la esquina sin mirar. Frené de golpe fuera de la línea de
la bocacalle. El inspector de tránsito que estaba en el bar de enfrente salió justo en ese momento.
Me levantó una multa. Discutimos. Mientras el peatón gritaba que había querido pisarlo. Me olvidé
del vino y regresé malhumorado a casa, pero a dos cuadras vive mi tío y decidí pasar a saludarlo.
Yo no lo sabía pero ese día él debía concurrir al médico, en el mismo horario en que golpeé a su
puerta. Una llamada lo hizo perder tiempo y postergó la visita. Finalmente yo estuve en casa con el
Diario y las cartas. Tantos hechos concatenados, tantas casualidades son tal vez la causa de este
libro. Como sea todo ha cambiado y ahora mi vida transcurre entre el trabajo diario y esta
amenazadora realidad.
Introducción
El callejón de tierra se pierde en la soledad de la llanura. A lo lejos un destartalado camión cruza
el puente, levantando el polvo del camino. Estoy frente a esta tumba incierta, en el cementerio de
Saldungaray, cerca de Sierra de la Ventana, Provincia de Buenos Aires.
El mármol deletrea acaso un nombre más, Otto Luwing. Quizás allí abajo haya otro hombre que
intentó cambiar el mundo.
En un pequeño pueblo, acaso otro villorrio, a kilómetros de allí, se tejió la última trama de la vida
de ése hombre. Historia que tocó a personas de esta Argentina. Seres que sufrieron parte del
horror y encontraron quizás el posible camino entre la verdad y la mentira. Descubrieron, a costa
de sus propias vidas, la trama secreta del poder.
El Diario de mi padre
Enero 1958
Mi nombre es Mario Enrique Diograzia. A veces con suerte, transito esta vida. Otras con mínimas
posibilidades para mantener a mi familia, compuesta por mi mujer y mis dos hijos pequeños.
Recorro pueblos y caminos vendiendo productos de ferretería. Mi familia permanece en Mar del
Plata, alquilando una antigua propiedad.
He decidido llevar este Diario. Tal vez me sirva para no sentir la soledad que me acicatea noche
a noche.
Con mi vieja camioneta llegué a este pueblo de la Provincia de Buenos Aires. En el cruce, donde
un viejo cartel deletrea su nombre, detuve la marcha. Adelante el camino invitaba a seguir. Un
fuerte viento golpeó de lleno la camioneta y miré el anuncio oxidado. Algo me llamaba a recorrer
los pocos kilómetros hasta la entrada. Salí de la ruta y lo busqué.
No hace falta describir el pueblo, apenas un conjunto de casas propias de la llanura. Un almacén
de ramos generales, un par de bares, algunos negocios y el Hotel.
En la puesta de sol y luego de tomar un coñac intenté dar una vuelta a la plaza y presentarme en
el almacén para llevar al día siguiente los muestrarios de herramientas. Entonces lo vi, sentado en
un banco, apoyaba su encorvada espalda en el paredón descascarado del almacén. Solo
cruzamos nuestras miradas. Lo saludé
Dijo algo pero no lo entendí. Luego conversé largamente con el dueño del negocio y quedamos
en vernos al día siguiente.
En esa primera charla mi vida toma un giro inesperado: me ofreció trabajo ¡un empleo efectivo
luego de tanto tiempo de recorrer caminos!
Después de cenar y llamar a mi mujer ya pensaba en la propuesta de don Atilio Bevilaqua, el
dueño del almacén de ramos generales.
Estar en casa o no es lo mismo, mi mujer se ha acostumbrado a mis largas ausencias. Podré
viajar los fines de semana a visitarlos.
La idea de un pueblo triste, lejos de acongojarme, me produjo un sentimiento de excitación que
no pude comprender.
Uno de los bares prometía cierto movimiento en aquella inmensidad. Entré y todas las cabezas
giraron hacia mí. Saludé a la concurrencia y ofrecí una vuelta para todos. Una buena impresión
siempre es fundamental.
Al fondo, casi en la penumbra, una mesa me invitaba a ocuparla. Mientras me acercaba apareció
la figura del viejo. Amablemente pero con autoridad me dijo: siéntese hombre. Así lo hice. En ese
momento algo se disparó en mí. Una alarma. Esos ojos como abismos inmensos, me parecieron
lugares siniestros observándome. Su acento duro y algo gutural, aunque en casi perfecto
castellano, señala una procedencia europea. Es evidente que se encuentra muy enfermo.
Disparó la primera pregunta con dificultad -¿Un hombre proveniente de una gran ciudad viene a
enclaustrarse en este pueblo olvidado, solo para rudos hombres de campo? Le contesté con otra
pregunta -¿ya se supo? Miró a los campesinos desparramados en las mesas y luego hacia la
puerta, como queriendo señalar lo ínfimo de la presencia humana en la inmensidad de la llanura
pampeana. Volvió sus ojos oscuros hacia mí. -Claro cómo no saberlo, son tan pocos -le dije. Sus
manos temblaban y noté una evidente dificultad para respirar. No obstante trató de ocultar esa
debilidad.
-¿Qué hace usted acá? ¿Qué busca? Le dije llanamente la verdad -estoy mal de trabajo y mi
mujer me quiere lejos, o quizás yo quiero estarlo. Esbocé una sonrisa, buscando en su cara una
chispa de humor y aprobación. Solo una máscara impenetrable analizaba cada gesto mío. Quise
irme, me levanté y dije estar cansado. Me tomó del brazo y dijo -¡Siéntese! No pude oponerme y
quedé otra vez a su antojo. Allí supo en una catarata de palabras quien era, donde vivía mi familia,
que trabajos había realizado, mis estudios y hasta mis preferencias políticas. Él solo escuchaba y
cada tanto como un bisturí, cortaba el relato, hacía una pregunta y yo continuaba.
El mozo trajo una cena frugal. Él no comió.
Al día siguiente, una vez que aceptara el trabajo ofrecido, partí a Mar del Plata a buscar algunas
pertenecías y a explicarle a mi mujer el nuevo camino que tomaban nuestras vidas.
No hubo quejas, ella quería estar sola y yo también.
Tuve que realizar una serie de trámites en Buenos Aires. En el centro de la ciudad comenzaron
los hechos, aunque la palabra es quizás demasiada amplia. Caminé cinco cuadras por la Avenida
9 de julio, doblé por Avenida de Mayo hacia el Congreso Nacional, dos hombres me seguían. Me
detuve y pararon. Seguí, continuaron persiguiéndome a unos cincuenta metros. Al dar vuelta por
Callao hacia Corrientes los perdí.
Al finalizar las diligencias, entré en La Americana, pedí una pizza y una cerveza. Los dos
hombres sentados a solo dos mesas hablaban entre ellos. Alcancé a oír algunas palabras pero no
identifiqué el idioma. Pagué y me fui, no me siguieron, tal vez solo fue casualidad.
El tercer día, ya en Mar del Plata, con la camioneta cargada de ropa, algunas pertenencias y mis
libros, partí hacia el pueblo.
Al anochecer descargaba todo en mi habitación del hotel. Bajé a cenar y otra vez estaba el viejo
en la misma mesa. Me vio y dijo -Venga Mario siéntese.
Hasta ese momento mi nombre lo sabía solo mi nuevo patrón, hombre agradable y bonachón.
Corroboró mis antecedentes y conocimientos y me contrató. Luego supe del accidente de su hijo,
quien fuera su mano derecha en el negocio. Había quedado solo y con todo el trabajo. Requería de
alguien dispuesto a secundarlo y a vivir en el pueblo lugar. Así entré al villorrio con facilidad y fui
aceptado sin rodeos. Más tarde comprendí mi suerte. No era sencillo ser uno más en un pueblo
con tradiciones que solían cerrar las puertas a los foráneos
Allí estaba cenando con el viejo que ahora me acompañaba con carne y vino. Noté que trataba
de ocultar el temblor sus manos.
-¡Al fin lo tenemos entre nosotros! Va a estar bien, Don Atilio es un buen hombre, no lo defraude.
-Jamás lo haría- le dije
-Cuénteme sobre usted- me exigió. Así le relaté mi vida, mis idas y venidas.
Un importante puesto de Administrador en Iguazú, Misiones. Una muy buena carrera
administrativa. Al llegar el Peronismo mi mujer no soportó aquello. Siendo funcionario público todos
debíamos obedecer al partido y sus prácticas. Fascismo puro. Ella me hizo renunciar a mi puesto.
Así dejé ese buen trabajo. Regresamos a Buenos Aires y de allí a Mar del Plata. Conseguí una
distribución de ferretería y aquí estoy
-¿Qué puesto ocupaba usted en ese lugar, en Iguazú?
- Sub Intendente, no era político sino de carrera administrativa.
-¿Su mujer se opuso a un gobierno que otorgaba derechos al pueblo?
-¿Derechos?, sí, algunos muy importantes. Claro que a cambio de embrutecer a las masas en
lugar de educarlas. ¿Escuchó aquello de alpargatas si libros no, dicho por el peronismo?
-No, pero conozco muy bien al movimiento. ¡Mire a lo que llegamos ahora! ¿Qué opina del
fascismo?
-¿Yo? En fin, lo ideal es la democracia, la elección libre de los representantes del pueblo. En ese
momento una amplia sonrisa se apoderó de él y dijo mofándose
-¿Elección libre?, ¿Representantes del pueblo ¿Usted cree que la gente realmente elige en una
democracia? Es un hombre leído y declara la barbaridad más grande. Mire Mario nosotros dos
vamos a hablar un largo tiempo.
-Usted me agrada, casi veo en sus ojos mucho más que un simple campesino -le dije-.
-No soy un campesino. Trajo muchos libros, ¿Usted escribe?
-¿No hay acaso en este pueblo algo de privacidad? –le pregunté–.
-No, no la hay. Contésteme ¿Ud. escribe?
-Algo hago, pero nada importante, solo ensayos breves.
-Con eso basta. Ya hablaremos. Vaya a descansar es tarde.
-¿Cuál es su nombre? -le pregunté. Secamente dijo: Otto Luwing.
Se levantó sin decir palabra. Lentamente llegó a la puerta. Arrastraba una de sus piernas. La
oscuridad intensa solo me dejó ver a tres borrosas figuras alejándose, una era el viejo.
Mientras pensaba en el extraño personaje, el canto de los grillos me trajo a la realidad. Un viento
suave acariciaba los árboles. Las estrellas llenando el cielo me alcanzaron lejanos recuerdos de mi
niñez. El gran caserón en Palermo. Mis padres llegados de Italia. Mis correrías por aquél barrio
inmenso. Las aventuras en el arroyo Maldonado. Mi adolescencia. El recuerdo de mi padre que
llego al país con algo de dinero y una sólida cultura. Mis hermanos y hermanas. Toda una época
terminada. Nostalgia y también tristeza por la mala relación con mi mujer que pasa su vida
trabajando sin descanso. Un sentimiento de culpa por escapar siempre. Por ser así, un solitario sin
cariño, sin una palabra de aliento. Nunca una mano tibia al regreso al hogar. Escuchar siempre el
reproche, la queja.
De pronto ante mi soledad, en esta llanura enorme abierta hacia el oeste y al sur, la luna
apareció. Un hálito de tranquilidad y una breve paz inundó a mi inquieta alma. Entonces una
música suave como de flautas muy tenues e indeciblemente dulces llegó a mí. Ese sonido de pura
belleza recorrió la plaza. La melodía logró llenarme de gozo. En ese momento no logré saber que
maravillosos dedos creaban tanta maravilla. Luego lo sabría y nunca más dejaría de soñar en mis
momentos amargos con ella.
Alejandro
Mi hermano, huérfano al nacer, fue dejado al cuidado de unas tías solteras. Su vida transcurrió
en viejo caserón, en un pequeño cuarto, entre personas mayores.
Cuando papá se casó con mi madre ésta no llevó a Alejandro a la nueva familia. Mi padre nunca
se ocupó de él, sencillamente se fue sin preocuparse jamás por su hijo.
Ahora, tantos años después recuerdo mi propia historia, me veo libre, en un mundo sin
cibernética, con muchas menos comodidades pero definitivamente feliz. La inseguridad, los
problemas sociales no existían. ¡Fui libre! Acaso la felicidad consista en carecer de problemas.
Aunque tengo apenas un puñado de recuerdos con mi padre, siempre estuvo lejos, ello no me
afectó.
Pero Alejandro sufrió su soledad que lo convirtió en un ser desprotegido y desamparado.
Pocos datos tengo de su niñez. Mi padre se casó años más tarde con mi madre y luego llegué
yo. Mi hermano Alejandro siguió en aquella enorme casa del barrio de Flores, en Buenos Aires. Su
carácter débil y sin una madre lo condenó desde chico a la dependencia. Sin iniciativas y con un
padre que nunca estaba a su lado.
Imagino su tristeza al ver a papá con una nueva familia. Yo era chico y lamento enormemente no
haberme acercado a él. Ahora ya es tarde. Así comprendemos, cuando ya todo es inútil, que
aquello que no hicimos, la palabra justa, quizás un simple gesto de cariño, volverá en el futuro para
recriminarnos.
En edad de cumplir, por entonces con el servicio militar lo confinaron en una pequeña Reserva
Militar, en la isla Leones, allá en el extremo de la Patagonia. Largos años pasó cautivo allí. Y
señalo palabra exacta: cautivo. Si bien una vez al mes cruzaban el peligroso canal y pasaban
algunos días en Camarones, Chubut, siempre estuvo muy bien custodiado.
En aquel tiempo 1958 - 1960 el pueblo contaba con no más de 30 o 40 casas y muy poca gente.
Las conexiones con la capital del país eran lentas y se tardaban días en llegar. Nadie salía o
llegaba sin ser visto.
Esa pequeña isla rocosa se encuentra a un kilómetro del continente. Pero desde la costa hasta
Camarones se necesita, aún hoy, recorrer largos sesenta kilómetros de duro camino. Solo huellas
en el ripio.
Para cruzar hasta la isla solo contaban entonces con un bote a remo. Para montar las altas olas
predominantes se requería temple marinero y mucha suerte. Los brutales vientos ponían en peligro
a la pequeña embarcación.
La soledad infinita del lugar y el silencio, solo interrumpido por el aullar del viento en las noches y
el tambor de la marejada convirtieron a mi hermano un hombre taciturno. Una dotación de cuatro
hombres vivían allí. Una vez al mes recibían correspondencia y víveres.
Acicateado por las dudas sobre la autenticidad del Diario y las cartas de mí hermano, organicé
un viaje a Camarones, allá en el sur de la Provincia de Chubut.
Estaba resuelto hacer una serie de entrevistas a los pobladores y llegar al faro. Si mi hermano
había dicho la verdad, alguien recordaría algo.
No esperaba encontrar nada en la Isla Leones, pero necesitaba tocar aquellas paredes. Caminar
la isla y recorrer cada sendero que había pisado mi hermano.
Actualmente toda la bahía de Camarones, el Cabo Dos Bahías y más al sur es hoy el Primer
Parque Nacional Costero. Por lo que seguramente contarían con Guarda Parques, para guiarnos.
Buscando en Internet encontré fotos y archivos de viajes. Así conocí el nombre y la dirección de
la única persona autorizada a llevar gente hasta el lugar. Me contacté con él y se puso a mi
disposición. Tuve la suerte (eso pensé) que el baqueano en cuestión viajaría a Mar del Plata a
buscar una nueva embarcación, apta para aquellas difíciles aguas. Un día llegó a la ciudad y lo
invité a cenar a casa. Hablamos largamente. Establecimos una fecha y los primeros días de febrero
partimos con dos amigos.
El viaje resulto largo y tedioso. A la tarde del segundo día nos encontrábamos en la entrada al
pueblo. Camarones dista 70 kilómetros de la ruta nacional 3, la cual llega al sur del continente.
La palabra es “lejos", el pueblo es casi el fin del mundo. Lo recorrimos y solo encontramos a dos
personas caminando por esas calles anchas de ripio y cantos rodados.
Nos alojamos en el Camping Municipal, único lugar (salvo un par de pequeños hoteles). Nos
asignaron una habitación con vista a la costa.
Cocinaríamos en un improvisado galpón abierto. Aunque el furioso viento nos obligaría a calentar
breves refrigerios en la habitación.
¡Al fin estaba en el pueblo donde alguna vez mi hermano viviera sus aventuras!
Salimos a conocer el lugar. En la actualidad cuenta con no más de veinte manzanas. Posee un
breve puerto, una playa “céntrica” de cantos rodados, un muelle y un par de barcos chicos. Una
mínima estación de servicio, un almacén de ramos generales y un par de pequeños mercados. Eso
es todo.
Los días infinitos, el ulular del viento y el mar furiosamente blanco, nos entristecieron.
Al final de la playa del puerto encontré un viejo galpón ¡La Casa Rabal! Lugar que tantas veces
mi hermano mencionara en sus primeras cartas. Su dueño supo ser un buen hombre que ayudaba
a los marineros del faro. Entré al atardecer. Pregunté por los descendientes. Todos habían muerto.
Su actual dueño no me dio explicaciones. Solo mostró algunas viejas fotografías y un par de
botellones recuperados de la isla. Nada más.
Al siguiente día fuimos a la casa del marino quien nos aseguró que nos llevaría pronto al faro, en
cuanto el tiempo mejorara. Éste hombre y su hijo cuentan con una embarcación que utilizan para
asistir a las naves que no pueden acercarse al muelle. Aprovechando la obligada estadía
comenzamos la búsqueda de los residentes más antiguos.
Mi hermano en sus cartas mencionaba varios nombres, entre ellos a un tal Lucero (dueño de un
bar en aquellas épocas). En uno de los mercados alguien lo nombra ¡esta con vida y lúcido!
Minutos después golpeaba a su puerta. ¡La primera decepción! Una mujer joven nos dijo que no
nos atendería. Buscamos sin éxito a otros. El viaje parecía condenado al fracaso.
Fui a comprar algunas provisiones al almacén de ramos generales Casa Rabal, allí se detuvo
una camioneta y bajó un hombre mayor. Nos saludamos presentándonos. Fue imposible pasar
desapercibido en aquel pueblo donde lo único que corre por las calles es el viento. Éste hombre,
afable y simpático, lejos de rechazarnos, nos invitó a su casa. Resultó ser el señor Gerardo
Roberts. Charlamos una larga hora. Sin duda es una persona culta. Incluso nos proporcionó
algunos de sus escritos. No se acordaba de mi hermano. En esa época se encontraba en Buenos
Aires.
Nos relata una aventura en la Isla Leones. Permanencia que casi le cuesta la vida, al intoxicarse
comiendo mejillones.
Fue sincero al decirnos que no tenía conocimientos de los submarinos, ni de alemanes en
aquellos parajes. ¿Por qué le hicimos esas preguntas? Es uno de los puntos fundamentales de la
historia que más adelante veremos. Pero algo sugestivo ocurrió. Señalándonos una foto en la
pared nos dice -Uno de esos dos jóvenes era papá ¿reconocen al otro? No pudimos. Nos explica
que era Perón joven, íntimo amigo de su padre. El padre de éste vivía en una estancia, en la zona.
Solía venir su hijo en las vacaciones. Allí nos enteramos que en el pueblo funciona un pequeño
museo sobre el tan discutido líder.
Nos despedimos no sin especular sobre semejante personaje en esas soledades.
Al siguiente día el viento seguía soplando del sur. El mar blanco por el oleaje no presagiaba nada
bueno. A pesar del día salimos en una breve excursión de pesca. Navegamos unos cinco
kilómetros. Ya en el lugar dos personas pescaron. Otra se preparó para bucear, yo lo acompañé.
Allí abajo, a unos 22 metros descansa un barco de 60 metros de eslora. Se fue al fondo en solo
minutos, al ser embestido de través por otra embarcación.
La tripulación pudo ser rescatada. Nos avisaron que tuviésemos mucho cuidado. Las redes están
en cubierta, cabos, cables y elementos peligrosos. Yo estaba un poco cansado, el mar peligroso y
ya habían pasado las cuatro de la tarde. Tenía que bajar. Descender en ese mar, llegar al fondo.
Debía ver si un submarino podría haberse escondido en esos fondos. Minutos después flotábamos
sobre las cubiertas abarrotadas de objetos. Grandes meros y un enorme salmón nos miraban sin
asustarse. Entraban y salía por las escotillas abiertas. Su negrura nos llamaba a entrar. Allí, lejos
de toda seguridad, imaginaba lo que habría adentro. Solo un demente se habría aventurado a
ingresar en el naufragio. Veinte minutos más tarde subíamos lentamente. Aquello fue peligroso en
extremo.
El buceo fue una confirmación más de mis sospechas. Un submarino tendría unos metros más
que aquel navío. Esos fondos podrían haber ocultado perfectamente a U-Boat (Ya veremos
porque)
Camarones se encuentra en una gran bahía. En frente, la costa dista unos ocho kilómetros. Para
poner pie en la Isla Leones hay que llegar al extremo sur de la bahía. Pasar por un estrecho canal
entre otra pequeña isla y el continente. La navegación en total son cuarenta kilómetros. En ese
paso se producen furiosos escarceos. La velocidad de la corriente suele ser muy peligrosa. Lo
mismo ocurre al intentar desembarcar donde se encuentra el faro. Ante la imposibilidad de
alcanzarlo fuimos a visitar al Intendente del nuevo Parque Nacional. Nos atendió con cortesía,
previniéndonos del riesgo de la navegación hacia nuestro destino.
Abiertamente le mencione sobre la vida de mi hermano en esos lugares. Le comenté que en una
de sus cartas cuenta que durante un mes se quedó aislado sin posibilidades de regresar al
continente. En aquel momento compartió la aventura con otro marino. Debían sobrevivir solos. Si
bien contaban con provisiones, se les agotaba la leña. Sin ella no podrían cocinar.
El bote había quedado en el continente. El camión de reabastecimiento descompuesto. El
temporal no prometía detenerse. Así se quedaron sin leña y ello implicaba sobrevivir a fuerza de
abrigo y licor. Contaban con una gran cantidad de latas de conserva pero no podrían prender el
necesario fuego.
Cuenta Alejandro que un día salió a cazar, buscaba liebres y cómo último recurso carne de lobo
marino. También podrían recolectar cholgas, vieras y pulpos, que obtenían en la costa.
En esa carta menciona al galpón de los ingleses. Hacia la orilla opuesta de la Isla se encuentra
una vieja construcción. Lugar que lo llaman el galpón de los franceses. Allí a principios del siglo XX
funcionó una planta que procesaba la grasa de los lobos y pingüinos. Mi hermano cuenta que se
lleva la puerta para poder usarla como leña.
El Guarda Fauna me muestra una foto del lugar (sacada por él en uno de sus viajes a la isla en
un control de la fauna) ¡Es verdad la puerta no está! Mi hermano la había usado para poder
prender la cocina a leña que aún, después de tantos años, se encuentra allí.
Ocurriría otro significativo hecho, para el que no estábamos preparados. A solo unos cientos de
metros vive el baqueano, quien debería llevarnos a la isla. Fuimos a visitarlo. Nos presentó a su
mujer y su nuera. Brevemente le comentamos la historia de mi hermano y la llegada, a esos
lugares, de extrañas presencias, mencionadas en sus cartas. Ella nos dice que vive en la Estancia
San Jorge, a solo unos cuantos kilómetros del pueblo. Su abuelo, un alemán, había muerto poco
tiempo atrás. La Estancia se ocupa de la cría de ovejas. Ante nuestra sorpresa nos dice que
contaban con dos sótanos. Según su relato el establecimiento fue allanado pues las autoridades
policiales. Suponían que allí habrían ocultado a nada menos que a Adolfo Hitler. Nuestra sorpresa
fue mayúscula. No esperábamos semejante afirmación.
Nos dijo que visitáramos a su padre, quien nos contaría. ¡No podíamos creerlo! Pero ello no
sucedió. La chica no volvió a aparecer en la casa de sus suegros. Al preguntarles a sus parientes
simplemente dijeron que había viajado.
Nuestra estadía en el pueblo comenzó a hacerse sospechosa. Una mujer nos paró en la calle y
nos preguntó qué estábamos buscando.
El siguiente día amaneció con muy poco viento. ¡Llegaba el momento de ir al faro! Volvimos a la
casa del baqueano que ya tenía su embarcación en el agua. Todo listo, pero puso una excusa y
otra vez la excursión se hacía imposible. Así pasaron 3 días más, de los cuales en 2 las
condiciones fueron perfectas para la navegación de ida y vuelta. Nuevas escusas. Al fin
comprendimos que no nos llevaría.
Tomamos una decisión. Iríamos a la isla por nuestros propios medios. Contábamos con tres
kayaks. Si lográbamos llegar por los senderos y recorrer las huellas por más de sesenta kilómetros,
estaríamos frente a la isla, más un cruce de un kilómetro. Eso sin contar con los dueños de los
campos que abrirían fuego si nos viesen. Fuimos advertidos del riesgo. No diríamos nada.
Simplemente nos despediríamos y al amanecer comenzaría la aventura.
Hay que llegar a la estación de servicio. Luego doblar hacia la izquierda (viniendo desde la costa)
Allí comienza el camino, que se divide en dos. El de la derecha (en perfectas condiciones) es un
paseo. Luego de recorrer 30 kilómetros se llega a un mirador, desde allí se divisa a lo lejos la Isla
Leones. La huella de la derecha es la que lleva al faro. Es un camino difícil. Adrede los paisanos
han dejado que se destruyera. Contábamos con un par de palas y tablas. En el caso que la arena
atrapara nuestro vehículo tendríamos alguna oportunidad de liberarlo.
Pagamos la estadía y nos despedimos, avisando que nos iríamos muy temprano. No
deseábamos que se enteraran de nuestras intenciones.
Al siguiente día iniciamos la travesía. Pocos kilómetros después, el primer cartel anunciaba
“Camino Cerrado. Propiedad Privada” Pasamos la primer tranquera esperando algún balazo. Nada
ocurrió. Faltaba poco para llegar cuando caímos en un pozo de arena. Nos llevó más de dos horas
liberarnos. Los tablones nos sirvieron espléndidamente. Luego de horas de polvo y ripio ¡habíamos
llegado!
Cubrimos el vehículo con una gran manta que lo camufló, escondiéndolo tras unos peñascos.
Debíamos cruzar el canal.
El Guarda Fauna nos había advertido sobre el riesgo de las corrientes. La marea sube y baja a
más de siete nudos. En el momento que pusimos los kayaks en el agua ésta terminaba de subir.
Contábamos con unas horas antes que el canal se convirtiera en un infierno. ¡No imaginábamos lo
que nos esperaba!
Yo iba adelante. Nos dirigíamos hacia la playa que se encuentra al sur. Único lugar para
desembarcar desde la costa que mira al continente.
Remábamos presa de la emoción. Yo aún más. Quería pisar esas piedras perdidas. Entrar en las
habitaciones. Subir la escalera, llegar a la torre. E ese momento imaginaba que tal vez encontraría
alguna respuesta a mi búsqueda. Sin embargo una desagradable sorpresa nos aguardaba en esa
soledad. La costa se acercaba.
Mi hermano contaba que una vez desembarcados les esperaba un arduo trabajo. Desde el mar
hasta el faro, que se encuentra en lo alto de la isla, transportaban los víveres y elementos que
necesitaban en una zorra. Los rieles aún están allí. En Internet pueden verse algunas fotos
actuales.
Al fin pusimos el pie en la costa. Únicos seres humanos en decenas de kilómetros. Subimos las
embarcaciones. Las dejamos dentro de uno de los galpones.
Mis amigos deseaban volver esa misma tarde. Yo insistí. Uno de ellos dijo sentirse agobiado. La
vieja construcción les inspiraba un vago temor. Miraban hacia el mar en todas direcciones, como si
esperasen que algo viniese hacia nosotros. Insistí en protegernos de los fuertes vientos
pernoctando en una de las habitaciones. Nadie estuvo de acuerdo.
Armamos una tienda. Aseguramos las estacas; colocado piedras encima. Luego de una cena fría
nos acostamos. Fue imposible mantener el fuego prendido por el viento. Apagamos el farol que
nos brindaba algo de calor. Acurrucado en mí bolsa de dormir no podía conciliar el sueño.
Hacia las tres de la mañana se desataron los hechos. En ese momento escuchamos un grito, al
menos eso parecía, pero no un sonido humano, fue algo mucho más desgarrador, como si todas
las gargantas del cielo se abrieran y vociferaran con la fuerza de un huracán. ¡Y eso era! Una
tromba marina colosal chupaba cataratas de agua hacia lo alto. Tocó la costa y oleadas de piedras
volaron succionadas por una fuerza increíble. Yo grité ¡al faro! Fue nuestra única posibilidad.
Mientras la tienda de campaña volaba hecha girones, uno de mis amigos tropezó y cayó. En el
fragor de los truenos y el mar que se acercaba lo escuché maldecir. Lo levantamos, sangraba
copiosamente.
Miré hacia atrás y comencé verdaderamente a asustarme, el mar nos perseguía, golpeaba contra
cada obstáculo. La espuma se abría como un cuerpo destrozado, se rehacía y continuaba hacia
nosotros. Las piedras, el sendero, todo fue materialmente deshecho.
Mi amigo lastimado gritó que nos detuviéramos para descansar unos segundos. En ese preciso
momento la oscuridad nos envolvió casi instantáneamente. Una negrura pegajosamente viscosa.
Otra vez un rugido que helaba la sangre estalló en nuestra mente, como si un martillo
inconmensurable descargara toda su fuerza. La isla entera tembló, entonces el rayo llegó en un
fulgor blanco y azul. El cansancio y dolor del herido desaparecieron ante el espectáculo. En el
frenesí de la locura llegamos. La única entrada, protegida por una fuerte puerta, nos recibió en
silencio. Antes de cerrarla y con el último rayo explotando a poco metros, horrorizado vi una
enorme masa de agua que se abalanzaba hacia nosotros. Coloqué un tirante de madera,
esperando que resistiera. Quedamos sumergidos en la oscuridad.
Encendimos una linterna, entonces en el paroxismo de la locura el mar llegó hasta nosotros.
¿Qué puedo decir? ¿Cómo expresar en palabras el sentimiento, nuestra pequeñez ante aquellas
fuerzas descomunales? ¿Qué es el hombre en comparación con el océano terrible y furioso? El
golpe de la ola nos tiró al piso. Toda la estructura de la construcción se sacudió ante la masa de
agua. Crujía, gritaba, cada piedra imploraba. Al golpearse la linterna se apagó. Tuve la sensación
de encontrarme a miles de metros de profundidad, sofocado por la noche eterna y por el peso
brutal de la presión.
Uno de mis amigos gritó -¡subamos!, escapemos hacia lo alto, ¡La puerta va a romperse!
Corrimos, trepamos a ciegas por la escalera caracol. Volvimos a encender la linterna, esa luz
minúscula pero efectiva evitó que pisáramos los escalones podridos.
En una subida interminable para nuestras fuerzas, nos sostuvimos fuertemente de los
pasamanos, lastimándonos por el gastado metal. El mar otra vez castigaba sin piedad cada roca.
Llegamos a la parte más alta. Pocos vidrios estaban en su lugar. La luz no se había encendido
en años, los espejos ya no estaban. El viento ingresaba en la torre empujándonos contra las
paredes.
Fue Pedro que gritó presa del pánico, “¡Miren el mar, el mar!” Enmudecimos y no dijimos nada
más. La isla ya no estaba, el agua la había cubierto completamente. Aquello sencillamente no era
posible.
Los truenos brutales e incesantes, los rayos hiriéndonos los ojos nos mostraban el frenesí de las
fuerzas desatadas. En cada fogonazo inmensas nubes bajaban desde lo alto, como si todo el
cosmos se abatiera sobre esa isla perdida en los confines del mundo.
Nos acurrucamos y pasamos aquella noche espantosa en silencio. Esperando que en un golpe
del mar, el faro se deshiciese, llevándonos para siempre a las negras profundidades.
Cuando empezó a amanecer otra vez la isla apareció ante nuestros ojos. Atónitos corrimos por
nuestros kayaks ¡estaban donde lo dejáramos! No encontramos ninguna explicación.
En el momento de subir a mi embarcación, a lo lejos una sombra pareció deambular intranquila.
Mi hermano me saludaba quizás desde algún lejano limbo.
En el regreso a Camarones pensaba en él, en su destino, en la razón por la cual siempre fue un
ser indefenso y perseguido.
En silencio cruzamos el canal y nos alejamos de aquel lugar.
La soledad puede jugar extrañas sensaciones a nuestra mente. Los viejos fantasmas
revolotearon entre nosotros. Allí quedaban los recueros que solo yo podía entender.
El viejo armatoste de hierro aún guarda indolente la cocina a leña donde tantas veces Alejandro
hiciera de cocinero. Utensilios, ollas, resto de vajilla. Un par de borceguíes. Latas donde se
guardaban los alimentos.
Cruzando el canal vi por última vez el lugar donde se tejieron aquellas historias. El faro
definitivamente apagado duerme su último sueño, como un marino que espera su próximo fin.
Como dije en Camarones recorrí casi cada casa, pregunté por los marinos, por aquellos hombres
curtidos por los vientos. Busqué a los viejos habitantes (mencionados en las primeras cartas que
Alejandro). Nadie recordaba nada. Todos mencionaron que cuando llegaron al pueblo el faro ya no
funcionaba. Sin embargo sé que no es verdad. Ha sido claro que no ha sido así. Primero quien nos
prometió llevarnos a la isla no lo hizo adrede. No pudimos hablar con el señor Lucero, quien
conoció a mi hermano. La estancia San Jorge, dicho por una de sus actuales residentes, habría
sido investigada por la supuesta colaboración para ocultar al líder nazi, muerto supuestamente en
Berlín, mucho tiempo antes. Las extrañas residencias de Perón en Camarones, quien luego tuviese
todo el poder y amplios vínculos con la Alemania de la guerra. ¿Verdad? ¿Ficción?
¿Casualidades? Demasiadas.
Regresé con una profunda tristeza y preocupación que acrecentaron un malestar creciente. Allí,
sin duda, ocurrieron, hechos y tragedias. El aislamiento, el desamparo. La isla rocosa, abandonada
a las brutales inclemencias del tiempo, me llenó de una preocupación creciente.
La negación de los pobladores a hablar sobre el Destacamento Militar fue perturbadora.
Los largos inviernos que tan bien relatara mi hermano en sus cartas. El mar aullando sobre la
espuma. Las heladas noches cubiertas por un inverosímil manto de estrellas, el lejano norte. Todo
eso inflamó mi imaginación y me dejó muchas preguntas.
Ahora el Diario y las cartas, han tomado otro sentido.
Regresé de aquel viaje con mi estado de ánimo alterado.
Durante días estuve intranquilo. Mi subconsciente tardaba en revelarme un hecho. Intuía que allí
había visto algo que no podía recordar. Miré una y otra vez las fotos que trajera, hasta que se hizo
la luz, una leyenda sobre una de las paredes internas del faro: O-16 LOC AZZ92 19011. Mucho
más tarde esas letras y números volverían a mi mente como una luz reveladora. Son una prueba
contundente más que confirmarían las presencias de extraños personajes en las épocas de
Alejandro y la causa de su escape.
Como dije volví a ver mi hermano muchos años después en su lecho de muerte.
Debe quedar claro que él no leyó nunca el Diario de nuestro padre. Mucho más tarde llevo a
cabo ciertas investigaciones, en el sur. Ese hecho, me consta, ocurrió casi al fin de su vida y
significó otro dolor para él, quizás el más grande. Así conoció a nuestra hermana. Ella aún
conserva la llave a ese conocimiento supremo al que he aludido. Nuestro padre nos ocultó la
existencia de Ana y a ella la nuestra.
La Goleta y un Submarino,
1945 Bahía de Samborombón Argentina
Dije que encontré el Diario tiempo después de la muerte de mi padre y de mi hermanastro
Alejandro.
He pensado que si saliese a luz, entonces podrían detectarme y comenzarán nuevamente las
persecuciones. Quizás ya no en forma física, pero pueden existir otras maneras, tal vez más sutiles
y peligrosas. Han ocurrido algunos hechos que no dejan de preocuparme.
Ellos saben que el tiempo es su enemigo. Los testigos van muriendo. Ahora tienen mucho más
que perder ya que si no logran obtener la información pronto, la perderán para siempre. De allí el
riesgo que puedo correr. Soy el último que puede llegar a poseer la información más valiosa.
Mi interés por la náutica trajo a mis manos una historia extraña, que parecería solo eso. Pero
ahora a la luz de los hechos, todo encaja y se torna oscura y sombría.
El relato que sigue fue publicado en varios medios en Internet. Su resultado fue la recepción de
una carta desde Italia, urgiéndome a presentarle todas las pruebas que tuviese sobre la presunta
llegada de altos oficiales nazis a la Argentina.
El acontecimiento encierra un hecho fundamental, una lata supuestamente con aceite, recogida
sin ninguna razón aparente, en pleno mar argentino, traído a bordo de una goleta. Eso ocurrió el
día anterior a la entrega en el puerto de Mar del Plata del submarino alemán U-977. El envase
portaría no aceite, como le dijera el capitán a su tripulación, allí posiblemente se encontrarían
capitales, quizás diamantes, para la financiación de actividades alemanas. La nave no podría
rendirse con esa carga, que seguramente habría sido confiscada.
Respecto de la relación entre la goleta y el U-977, es sorprendente la historia que personalmente
me contara el Ingeniero... (No puedomencionar su nombre) en una cena en el Club Náutico de Mar
del Plata, en la noche del 12 de julio del 2008. En esa ocasión un grupo de navegantes deportivos
(veleristas) compartíamos buenos momentos. Tales reuniones solían realizarse una vez al mes.
Éste Ingeniero contaba entonces con 80 años de edad, a pesar de ello su porte y forma de
expresión no se habían visto afectadas en lo más mínimo. Había fundado justamente la Escuela de
Náutica en Mar del Plata hace muchos años. Le referí que estaba yo preparando un Sitio Web
denominado El Portal de los Barcos y que me interesaría su opinión. Me dijo -¿Quiere una extraña
historia? -¡Sí!, le dije, y comenzó:
Estamos en 1945, por aquel entonces con un amigo nos iniciábamos en la navegación a vela.
Surgió un viaje desde Buenos Aires a Mar del Plata. Un velero haría el trayecto y nos invitaban. Así
podríamos realizar un sueño, nuestro primer crucero oceánico.
En el puerto de San Fernando abordamos una hermosa goleta. Fue adquirida en Inglaterra y en
ella llegó el extraño marinero (con el que no cambiamos ni una palabra). Su Capitán, un hombre de
50 años, resultó ser conocido del padre de mi amigo. Así logramos un pasaje de ida.
Antes de la 12 de la noche zarpamos con un buen viento de través.
Un viaje de esas características por mar y a vela puede demorar no menos de 53 horas, en el
mejor de los casos. Si sopla sur se agregan muchas más horas. No hay forma de navegar contra el
viento y nuestro destino estaba justamente en esa dirección.
En una navegación a vela es importante avanzar aprovechando el buen viento.
En el segundo día nos encontrábamos a mitad de la Bahía de Samborombón. En ese lugar se
abre un gran espacio y la costa se aleja muchos kilómetros. Anochecía.
El marinero, un hombre de gruesos brazos y abundante cabellera negra, de no más de un metro
sesenta de estatura, nos preparaba la comida y servía en silencio. Sus ojos extraños y oscuros me
observaban de tal forma que trataba de apartar la mirada. Su típica camiseta a rayas, su cuerpo
fornido, una cara marcada y arrugada por mil soles delataban a un ser que había estado más
tiempo en el mar que en tierra.
A las 21 horas el Capitán nos llamó e impartió una orden inconcebible -Muchachos fondearemos
aquí, nos esperarán. Michel y yo iremos a buscar unas cosas en el bote de apoyo. Inútil fue
preguntarle por qué razón suspenderíamos la navegación, adonde irían cuando la costa estaba a
kilómetros y de noche
-Ustedes se quedan y esperan. Fue la única respuesta que obtuvimos. Así sin saber que hacer
permanecimos en absoluta oscuridad, con el temor que algún barco no llevara por delante. Sin
luna no veíamos ni la proa del barco.
Las estrellas apenas se divisaban entre una tenue capa de nubes. Cada tanto el cielo sea abría y
la Vía Láctea en pleno nos regalaba su luz.
El viento había cesado. Los catavientos, esos pequeños hilos que se colocan en las jarcias para
señalar la dirección del que procede, pendían inmóviles. ¡Nunca sentí tan fuerte y profundo el
silencio!, jamás tal desamparo.
El mar puede ser tolerante con el marino o brutal. Su humor depende solo de circunstancias que
no podemos prever. La diferencia entre la paz de un mar tranquilo como un espejo y el infierno
depende del humor de los elementos. Ahora ese sentimiento de temor y respeto se incrementaba
en la oscuridad.
Un casi inaudible ronronear del agua contra el casco, parecía decirnos ¡aquí estoy! El mar en su
bravura descansaba por ahora.
Nos ordenó apagar la luz de los dos palos. Solo una blanca en la popa, como un mínimo ojo,
nos mostraban a solo unos pocos metros.
Cuatro horas más tarde escuchamos un sonido que iba creciendo, era el movimiento de los
remos en el agua. Finalmente el Capitán y el extraño marinero subieron a bordo. Portaban una lata
negra. Ante nuestro asombro le preguntamos que contenía. Con un dejo de furor contenido en su
voz nos dijo -¡Aceite para el Motor!
Nos miramos con nuestro amigo. La respuesta era inaudita. La goleta no necesitaba navegar a
motor, para eso están las velas. Nadie en su sano juicio abandonaría a una tripulación, en una
peligrosa zona de navegación, a oscuras para buscar aceite. Cualquier Capitán revisa toda su
embarcación antes de zarpar y el motor es una parte de ello.
Llegamos a Mar del Plata en nuestro tercer día de navegación, bien entrada la noche. En esa
época el Puerto Náutico Deportivo no existía como ahora (hoy lo comparten cuatro Clubes
Náuticos). La noche había avanzado. El volver hasta nuestras casas sería complicado. Decidimos
quedarnos a bordo y bien temprano en la mañana dejaríamos la goleta.
Al amanecer bajamos del barco muy contentos con la aventura y todo lo aprendido. Si bien el
Capitán no dejaba de ser un hombre peculiar, nos enseñó unos cuantos secretos de marinería.
Pasaron muchos años. En una cena como ésta se me acercó un hombre y luego de observarme
un rato me dijo -Usted es el Ingeniero... Estuvo trabajando en puertos en tal y cual ciudad en el
extranjero. Le pregunté cómo conocía una buena parte de mi vida y continuó -Usted y su amigo el
Señor…, navegaron en una goleta desde Buenos Aires a Mar del Plata.
-¡Así es!, pero cómo?
-Corría el año 1945 ¿Lo recuerda? Cuando ustedes desembarcaron a su lado estaba amarrado
un submarino
-¡Es cierto!
-Bien, ese submarino era el U 977, uno de los dos que se entregaron luego de terminar la guerra.
-¿Y nosotros que teníamos que ver?
-Sospechamos que podrían haber colaborado con esa nave, que estuvo navegando muy cerca
de la goleta, o haber bajado personal.
-¡Nosotros no hicimos nada!
-No se altere, ya pasó tanto tiempo, después de todo solo eran deportistas. Un gusto Ingeniero
buenas noches ¡cómo ha pasado el tiempo!
El Ingeniero había terminado su relato y su cena, se levantó, me miró, saludó y se dirigió hacia la
puerta. Tomó el picaporte y se dio vuelta. Una sonrisa brilló por primera vez Dijo -¿Le gustó la
historia? Antes de retirase por última vez me preguntó -¿Qué habría en la lata? Yo estaba
anonadado, le dije que escribiría la narración. Me pidió que no lo nombrara.
La publique en la Web y fue al mundo. A los pocos días recibí un E-mail desde Italia. Una tal
Sara Levy un poco ofuscada se presentaba y me exigía toda la documentación que podría yo tener
sobre la supuesta llegada de jerarcas alemanes a la Argentina. Ésta mujer (conocida escritora
israelí) me explicó que colaboraba con una rama de los servicios que buscan a los criminales nazis
en el mundo. Junto a su carta recibí el link a dos libros en línea que hablaban sobre el tema. Hasta
ese momento desconocía la frondosa existencia de literatura al respecto. Así conocí las diversas
investigaciones que se llevaron a cabo en el país.
La Vida en la Isla
Si bien Alejandro había sido “condenado” a permanecer durante todo su Servicio Militar y más
aún, en aquel lugar, no lo tomó tan mal. Ello podemos apreciarlo en las pocas cartas que le enviara
cada tanto a sus tías. En esos duros marinos encontró camaradería y vivió una aventura única.
Una experiencia límite para un chico porteño que jamás sospechó como cambiaría su existencia.
Así dejó su vida de ciudad y comenzó a transformarse en hombre.
Sin embargo esos mismos militares lo hubiesen matado a fin de evitar que hablara sobre lo que
ocurría allí. Hasta ese momento decisivo fueron sus camaradas. Él llegó a sentirse casi un igual.
Cada mes, a veces cada dos, también cuando se festejaba una fecha patria o la de un santo, los
marinos del faro viajaban a Camarones, para salir del encierro.
Recorrían los largos 60 kilómetros, sin caminos, hasta el pueblo, donde alquilaban una casa, Allí
se armaban mesas de juego. No faltaban las carreras de caballos y los bailes. Alejandro no se
perdía nada. Jugaba a todo lo que podía. Imagino el cambio que se produjo en él.
Como he dicho menciona a varios personajes y lugares. Uno era un bar, sitio obligado de reunión
de los pocos parroquianos que habitaban el entonces el pequeño villorrio. Nos cuenta como ellos
se servían en el bar, como si fuese su casa.
Nombra también a un Club. Un lugar de tiro al blanco. Dos hoteles (el de arriba y el de abajo),
según la ubicación (en la zona más alta o baja del pueblo). El de arriba pertenecía a un chileno
cuya mujer se entregaba por dinero.
Nombra a tres negocios de Ramos Generales que abastecían a la comunidad. En aquella época
los comercios llamados almacenes contaban con una variedad de mercadería y acopio, dadas las
enormes distancias que lo separaban de los grandes centros poblados. Casa Victoria, Casa Rabal,
y Casa Gil. Uno de los bares pertenecía al Hotel España y el otro a Lucero. Formaban también
parte del lugar, una pensión y varias casas particulares.
Según mi hermano la propiedad que alquilaban era lugar de juego y refugio de ladrones. Otras
casas son señaladas arriba del cerro.
Hace mención especial a las maestras de la escuela de Camarones. Imagino la vocación de esas
jóvenes chicas en semejante páramo.
En uno de sus relatos Nos cuenta que en una de las estancias, en plena estepa patagónica, vivió
durante varios años Amalia. Fue enviada por el gobierno nacional junto a un grupo de
profesionales recién recibidas para la escuela de Camarones.
En la Estancia San Jorge le habían dado un Zaino negro. Con el que ayudaba en las tareas de
recoger hacienda lanar en la temporada de esquilas. Cuando las ovejas sufrían el estrés de quedar
sin su vellón y los más pequeños perdían a sus madres. La maestra, debía recogerlas a caballo.
Aquellas maestritas hacían patria mientras el drama se preparaba muy cerca, en una lejana e
ignorada isla de los mares del sur del mundo.
Entre otros temas señala el permanente olor a pescado que envolvía a todos, claro ejemplo de
una de las principales actividades del lugar.
En cuanto a las gentes de ese tiempo es interesante la descripción y los nombres que nos da:
Don Lucero muy atento y servicial. El mismo que quise ver y me lo impidieron. Otro personaje era
el dueño del bar Victoria Julio Ivanovich, con cuarenta años, buen jugador, casado con una bella
esposa, con dos hijas mayores.
Mi hermano narra la hospitalidad de los lugareños, casi perdidos en la inmensidad de la estepa.
Tan lejos de todo. Imagino importante dar esos nombres. Si bien parecen no tener relación directa
con la historia, están puestos de puño y letra por mi hermano y son parte de las pruebas
irrefutables que poseo y que cualquiera podrá verificar.
Camarones era el lugar donde convergían muchos de los peones de las grandes estancias del
sur.
Los temporales brutales, cuando llegaba el invierno, son dignos de leerse. Él se entretenía horas
contando todo. Escribir y cocinar era casi todo lo que podía hacer. Imagine a la Isla Leones:
apenas tiene 2 por 2,80 kilómetros. En su centro un galpón y el faro.
A pesar de ello aún algunos pescadores, esporádicamente, se refugian todavía en él. Los
torreros de la Marina accedían a la isla cruzando el peligroso canal de unos 1,38 kilómetros, en el
precario bote. En el cual cargaban víveres para más de un mes, equipos y el personal.
Era normal quedar aislados semanas enteras mientras el viento a más de 130 kilómetros por
hora barría la Isla si piedad. Ni un árbol, nada que frenara la implacable fuerza de los elementos.
El silbido insoportable del viento contra las rocas aturdía los sentidos, hasta agotarlos. Luego la
lluvia interminable y las nubes siempre negras o grises cubrían el horizonte. Ocultando el
espantoso castigo que día a día soportaba la dotación militar. Las largas cartas tardaban a veces
hasta dos meses en llegar a destino.
Tejía sus sueños, leía incansablemente y cocinaba para todos en una precaria cocina a leña.
En algunos cruces desde el continente a la isla, la navegación en el bote estuvo a punto de
hacerlos zozobrar. Olas de hasta cinco metros creaban paredes para que aquellos pobres hombres
no pudiesen llegar a destino.
Aterrorizado Alejandro una vez casi salta del bote, claro que desconocía que caer al agua
implicaba una muerte segura por hipotermia.
Transcurrió todo 1959 sin más novedades que el clima bravo, salpicado cada tanto por días de
poco viento, algo de sol y las fiestas en el pueblo.
Hacia el segundo año comenzaron los hechos que desencadenaron finalmente el escape.
Cuando los temporales impedían el reabastecimiento desde el continente, tomaba su rémington y
salían a cazar en aquel roquedal en pleno océano atlántico sur.
Desde éste presente tan lejano lo veo en su escape, deambulando solo, perseguido y
desamparado en el inmenso desierto patagónico. Librado a su suerte. Buscando alguna voz, una
mano amiga. El calor de un fuego en tantos días solitarios.
La Casa-Faro
El faro se conectaba con radio a Trelew, donde pasaban las novedades y el parte del tiempo.
El agua la obtenían de la lluvia. En la ladera oeste, por la cual se accede a las construcciones, se
construyó un muro de contención. Permitía juntar el agua que corría por la ladera para canalizarla
hacia los piletones.
Fuera de la casa-faro se encuentran las cisternas de almacenamiento. Aún están allí. En el
interior las habitaciones no tienen contacto directo con el exterior. Hay un primer anillo que
circunda en su totalidad la casa para aislar las salas de estar. Buena idea para soportar el extremo
clima del lugar. Otro detalle es que todo está construido en metal, placas remachadas como una
embarcación. Ahora vemos cómo ha soportado tanto tiempo.
En el centro se encuentra un gran estar en el que se destaca la base de la torre. Entre ese
espacio central y el anillo exterior se encuentran las habitaciones distribuidas en 360 grados.
Cuenta con veintidós.
Como dije aún perduran algunos de los objetos que la Dotación utilizara hace tantos años.
Recuerdos de un tiempo. Los pocos que logran llegar al lugar quizás ignorarán que quienes usaron
aquellas cosas tuvieron sueños, alegrías y tragedias. Así es la vida.
En el breve tiempo que permanecí absorto en el faro, los imaginarios fantasmas me alcanzaron.
La charla de aquellos hombres, el humo del tabaco en las espantosas noches de invierno, una
botella de licor compartida. La radio, único vínculo con la civilización, desparramaba quedamente la
música que llegaba entrecortada del norte.
Afuera todo se conjugaba para refugiarse junto al fuego. La lluvia, la dureza del viento. Las olas
enloquecidas castigando las rocas. Dentro del círculo de acero, el breve calor de la madera
encendida permitía entibiar un poco el alma.
El llamado a un U-Boat
El Fin de la Inocencia
Volvamos al primer encuentro de Alejandro con los oficiales alemanes. Corría el mes de febrero
de 1960, desde la Isla, escribió otra carta a sus tías. Ya habían cenado. Solo tres hombres
ocupaban el faro. Los demás estaban en Camarones. Con el temporal no podrían volver en varios
días. Se encontraban aislados. Afuera la tormenta arreciaba. La lluvia golpeaba con furor los
gruesos vidrios que protegían la luz en lo alto. Alejandro cumplía la guardia. Los destellos de los
rayos lo hipnotizaban. Extasiado intentaba ver más allá del abismo negro de la noche.
Soñaba con volver a su casa de Flores en Buenos Aires. Caminar por la Avenida Rivadavia,
entrar en algún cine. Ese sueño inalcanzable en lugar de entristecerlo, le daba esperanzas.
Imaginaba que la aventura terminaría y el largo viaje en tren lo llevaría definitivamente a su mundo,
lejos de la soledad.
El trueno estremecía la construcción imperturbable. Las olas a lo lejos estallaban en un blanco
furioso cada vez que el rayo las iluminaba. El viento alzaba su grito ensordecedor en decenas de
tonos. Aullaba, gemía y llegaba a su frenesí en la explosión del trueno, para volver a empezar una
y otra vez.
El miraba la ametralladora sobre su trípode. La noche anterior había llegado hasta la costa en
busca de pulpos. Subió el bote varios metros con un malacate. Se avecinaba la tormenta. Lo
amarró fuertemente a dos gruesos hierros clavados en la playa de cantos rodados. Entonces vio
las luces desde la costa. Textualmente dice en la carta “Anoche observé las señales desde la
costa. Desperté al Cabo y él mandó un radio a Trelew. Pues aquí no hay gente en un radio de
sesenta kilómetros a la redonda, Me dijo que puede ser alguien que se comunica con algún
submarino, por eso me mandaron hacer la guardia en la torre. Domino con los binoculares un radio
de 18 kilómetros. Que nos ataquen no hay peligro, ya que la única forma de acercarse es por mar y
los vería. Ya probé el arma, disparando algunos tiros sobre la playa...”
Esa carta fue escrita antes de cenar y llegó a Buenos Aires casi un mes después. Nadie prestó
atención al notable hecho que narraba.
Otra carta fue despachada mucho más tarde, pero esta vez no la envió desde la estafeta postal
de Camarones. Fue mandada desde San Antonio Oeste.
En una de sus estancias en Camarones conoció a una chica, Mabel, la hija de un estanciero,
viajaba cada tanto al norte. Así que aprovechó uno de sus viajes y le pidió que la despachara
desde allí. Así se lo cuenta a sus tías. En ese momento se produce un cambio sustancial en su
vida en la isla ya que comienza a compartir la llegada de los submarinos.
Aquélla monótona vida se vuelve repentinamente peligrosa. Sus jefes ven el riesgo que Alejandro
contara lo que allí pasaba. Tenía que fingir. Hacer como que no le importaba. Debía aceptarlo todo.
Temía que sus cartas fuesen interceptadas y leídas, por eso le pide a su amiga que las envíe
desde otro lugar. Había comprendido en el peligroso juego en que se encontraba.
El U530
El Acta de Rendición y la gran recepción en Argentina
En mis investigaciones, respecto de la información mencionada con lujos de destalle por papá y
mi hermano, encontré algunos documentos no relacionados directamente con ellos pero
sumamente sugestivos. Veamos la acogida que tuvieron los marinos del U 530 en su rendición en
Mar del Plata en julio de 1945.
“En Mar del Plata a los diez días del mes de julio del año1945, por la presente y ante el
comandante de la División de Submarinos de la Armada Argentina, Capitán de Fragata Julio C.
Mallea, el comandante del submarino alemán U 530, Teniente de Fragata Otto Wermuth, rinde
incondicionalmente el buque a su mando y lo correspondiente tripulación cuya lista se agrega al
acta. El Teniente de Fragata Wermuth declara que el submarino U 530 del que ha desembarcado
toda su tripulación, se encuentra en condiciones de seguridad, que a su bordo el único explosivo
existente es el de una cabeza de torpedo sin percutor y que no hay ningún elemento o dispositivo
previsto para hundir el buque o dañarlo total o parcialmente. Este acto, con la lista del personal
agregada, es redactado en castellano y alemán, labrándose cuatro copias en cada idioma. El texto
en castellano es el único auténtico. Firman la presente acta el comandante alemán y el
comandante argentino actuantes.”
(*) "El 10.7.1945 arribamos a la Argentina. En la madrugada llegamos al puerto de Mar del Plata.
Todas las armas, torpedos, maquinarias y aparatos importantes fueron destruidos y arrojados al
agua. Los motores Diesel del sumergible fueron hechos funcionar sin agua y sin aceite a fin
dejarlos inservibles. Amarramos dentro de la Base Naval Argentina. El capitán fue llevado al
despacho del comandante. Fuimos abordados por aproximadamente 30 marinos argentinos. Nos
recibieron calurosamente, nos abrazaron y nos regalaron cigarrillos. Antes de bajar de la nave
dimos un triple "hurra" a nuestro submarino. Luego nos trasladaron al acorazado Belgrano. De
inmediato nos dieron una excelente comida, con abundante fruta tropical. Luego nos trasladaron a
unas barracas. Nos sentimos muy bien, teníamos buena comida y hasta de vez en cuando la
banda de música tocaba para nosotros en el comedor.
Tomaron nuestros datos personales y entre otras visitas, recibimos la de funcionarios de las
embajadas británica y estadounidense y también de altos oficiales argentinos. El tratamiento en la
Base fue muy bueno. Pusieron a nuestra disposición todos los implementas deportivos. Después
de dos semanas de cuidados nos trasladaron a Buenos Aires y de allí a una isla (Martín García).
En ella permanecimos ocho días. Los argentinos querían que nos quedáramos, pero ante las
presiones de los yanquis, tuvieron que deportarnos. Nos trasladaron al hotel de Inmigrantes en
Buenos Aires. Los oficiales encargados de nuestra vigilancia hacían compras para nosotros. Por la
noche bebíamos abundantemente y la comida era buena, con toda clase de exquisiteces. Tuvimos
que firmar cualquier cantidad de autógrafos e intercambiamos infinidad de recuerdos. Teníamos
que cantar continuamente, total había bastante aceite para nuestras gargantas. Antes de
trasladarnos al aeropuerto nos sirvieron un suculento desayuno. Al arribar a la base aérea otra vez
un “sacrificio”: otra comida. Nos sacaron innumerables fotos acompañados por la oficialidad
argentina. Uno de los pilotos tenía dolores de cabeza, así que una parte de la tripulación quedó un
día más en la Base Aérea (donde nos habían trasladado) Por la noche nos llevaron al cine. Nos
dieron los lugares de honor en compañía de los oficiales argentinos. Luego otra vez a comer, a
beber y a cantar. Lástima grande que tuvimos que abandonar ese hermoso país. Hubo una gran
despedida. El Comodoro de la Base dijo en su discurso de despedido que no nos consideraban
prisioneros de guerra, sino simplemente camaradas alemanes. Luego se despidió uno por uno de
nosotros, estrechándonos la mano. Mientras tanto la banda de música tocaba: “Viejos camaradas”.
Apenas tenga la posibilidad pienso volver a la Argentina. Tengo muchísimas direcciones e
invitaciones.
El traslado en avión a los Estados Unidos tardó cuatro días, entre trámites y esperas. La estancia
allí fue buena, tanto el alojamiento, como la comida y el trabajo.
En barco nos trasladaron a Bélgica y desde el puerto tuvimos que marchar con nuestras
mochilas al hombro infinidad de kilómetros hasta el campo de prisioneros.
El tratamiento por parte de los belgas fue pésimo. Nos trasladaron al campo número 2218. Tres
días después nos llevaron al campo número 22. Antes de llegar otros prisioneros de guerra nos
gritaban que les tiráramos los cigarrillos y otras pertenencias, ya que nos iban a quitar todo.
Realmente nos sacaron todo: relojes, ropa, cigarrillos, jabón, en fin todas nuestras pertenencias.
Tuvimos que dormir en carpas en el suelo con una manta, pese al frío reinante. No se nos permitía
hacer fuego. La comida era una basura. Te puedes imaginar que los ingleses y belgas los tengo en
el estómago peor que si hubiera comido 10 kilos de jabón de fregar. Después de once semanas de
este miserable tratamiento en Bélgica sigo aquí. Soy el único que quedó. Al resto de mis
compañeros del submarino los trasladaron a Inglaterra”.
(*) Traducción de una carta del año 1947escrita desde un campo de prisioneros de guerra en Bélgica por uno de los
tripulantes del U 530 dirigida a un familiar en Alemania.
Olga
Mi hermano contrataba gente para su negocio, que crecía. Ingresó otra mujer, Olga, que no tardó
en buscar a Alejandro, incluso ante la cara de Judith, que sufría incalculablemente.
Once meses duraría su matrimonio. Judith muere por una sobredosis de barbitúricos.
Rápidamente Olga contrae matrimonio con mi hermano.
Si bien no estuve a su lado, no puedo entender la ambigüedad entre el dolor de la pérdida de
Judith y su rápido casamiento. Pero así es el alma humana, oscura, profunda e incierta.
Quien sabe que pasaría en ese tiempo por la mente de mi hermano.
Su nueva esposa en poco tiempo se hizo dueña del negocio y posteriormente de la casona de
Flores y de casi todos los bienes de las tías (que menos una ya habían muerto) En tanto Alejandro,
lejos de toda capacidad de reacción seguía su vida. Pero algo se estaba gestando dentro de él.
Mi hermano y Olga (que no podían tener hijos) buscaron en el norte del país a un chico y lo
adoptaron. Sacándolo de la miseria de un rancho paupérrimo. Ya hombre ese hijo mostrará su
verdadera naturaleza convirtiéndose en un ser despreciable. Cuando solo quedaba una de las tías
vivas: Mariela, se adueña de lo que quedaba de la fortuna y deja a su tía (que había hecho todo
por él) en la miseria y el abandono.
El destino (aunque no creo en él) o la sucesión de casualidades fueron tejiendo la telaraña en
que distintos seres cayeron. Mi padre deambulando en su trabajo, lejos de casa, enamorándose
perdidamente de una maravillosa alemana. Acompañando en sus últimos días a un ser que
influyera absolutamente en parte del siglo XX. Una persona frágil y pérdida como mi hermano.
Judith atormentada por su pasado y cómplice involuntaria del peor poder político. Olga y su hijo
seres despreciables, ajenos a lo que ocurría y por último Ana, la joya de la civilización. Buscada
hasta el cansancio para arrancarle su secreto.
Ana
Alejandro tal vez intentando olvidar el pasado guardó en su mente el nombre que Judith
mencionara. No imaginó en ese momento que Ana era su hermana. Un día la buscaría en el
enorme sur.
Todavía hoy no imagino lo que puede significar que se llegara a conocer su existencia y
paradero, ni las consecuencias inmensas que podrían acarrearle a gran parte de la humanidad.
Por un tiempo mi hermano sencillamente siguió su vida. Nadie volvió a molestarlo. Quizás la
operación de búsqueda se cerró provisoriamente.
Años después (y sin que Olga lo supiese) Alejandro viajó al sur a intentar encontrara a nuestra
hermanastra. Inventó un viaje al campo para tratar la compra de unos porcinos.
Durante bastante tiempo intenté develar el misterio. ¿Cómo supo mi hermano que Ana era su
hermana? Es evidente que Judith lo alertó. Sus captores mencionaron el nombre. Es obvio que él
interpelo a nuestro padre (tiempo después) Papá sabía de la existencia de esa hija (que nunca
conoció) y le dio la información a su hijo. Estoy seguro que solo accedió a confesar la existencia de
Ana. No le dijo nada más. Ni su extraordinario poder. Y mucho menos con quien, él, había
compartido aquellos años.
Si bien mi hermano conocía al dedillo el sur argentino encontrarla no sería sencillo, por la simple
razón que ella vivía oculta al mundo.
Cuando partió en su búsqueda contaba con la información de la zona donde ella probablemente
estuviese. De todas formas el territorio era muy amplio. Ubicarla sería casi un milagro. Pero tuvo
suerte.
Por esa época comentó que lo seguían. Entraba a un bar y alguien lo miraba. Al salir caminaba,
a veces cuadras y cuadras y creía ver a extraños personajes. En ese tiempo, realizó el último viaje
al sur, en una búsqueda que acabaría con su vida. Deambuló por incontables pueblos, buscando a
su hermana Ana. Corría con una ventaja: conocía la mayoría de los parajes, estancias, caminos y
gentes.
En un pequeño pueblo, a orillas de la cordillera, encontró finalmente su rastro.
Una mañana cargó su mochila y siguiendo una huella subió por la ladera de una montaña. Los
pinos le cerraban a veces el precario camino. En un lugar equivocó el paso y se vio obligado a
trepar grandes rocas.
Hacia el atardecer, exhausto estaba por darse por vencido, entonces la luz de la cabaña, como
un maravilloso faro, surgió entre la foresta. Había alcanzado la cima de la montaña. Con temor
llamó a la puerta de aquella vivienda aislada del mundo. La noche había llegado. Una figura
celestial abrió la gruesa puerta. Ana, mucho más alta que él estaba en la penumbra. El fuego del
hogar recortaba su figura imponente. Tartamudeando por los nervios, simplemente le dijo -soy
Alejandro tu hermano. Ella sin decir palabra lo llevó hasta la chimenea y puso en sus manos una
taza de chocolate caliente. Allí sentados frente a frente se miraron largo rato.
Ella reconoció en las facciones de mi hermano a nuestro padre. La miraba fascinado. La
representación viva de un ser de otro mundo estaba allí, en un bosque perdido en la cima de una
montaña. Ana se acercó y se abrazaron.
Alejandro cuenta que le llamó la atención que fuese tan joven. En esa época ella tendría unos
veinte años, pero parecía una adolescente.
Le preguntó si vivía sola. Ella asintió. Se levantó y tomó un retrato de papá. -Nunca lo conocí.
¡Cuéntame, cuéntamelo todo!, mi madre me ha dicho tan pocas cosas de él.
Aquella noche maravillosa, esas dos almas se conocieron profundamente. Mi hermano
instintivamente comprendió que aquella nueva hermana suya, ese ser excepcional corría riesgos
similares a los de él. Aunque desconocía gran parte de la historia.
Abrió su alma, como antes lo había hecho con su patrón Don Braulio. La voz se le entrecortaba
por la emoción. Ana tomaba sus manos y lo miraba a los ojos, rogándole que siguiera. Como
impulsado nuevamente por aquella música convertida en palabras continuaba el relato de su vida.
Así llegó a aquel momento ¡Te busque tanto! He pasado buena parte de mi vida huyendo. Creí que
podrías tener la respuesta. La razón por la que me persiguen –le dijo–. Ella se levantó y lo abrazó.
-Sabrás la verdad, pero antes cenaremos. Puedes lavarte y ponerte cómodo. Mientras prepararé la
comida.
Alejandro recorría maravillado aquel estar en la cima de la montaña. Una gran sala central con
varios sillones frente a una gran chimenea que invitaban a sentarse y mirar el fuego.
De la sala principal se abrían cuatro más angostas. Todas repletas de libros en sus paredes.
Cientos de objetos y fotos llenaban varios estantes. En varios portarretratos papá lo miraba desde
el fondo de aquellas fotografías en blanco y negro. Una mujer aún más alta que él lo abrazaba
sonriendo. La madre de Ana era tan hermosa e imponente como ella. Junto a ambos un hombre
más bajo, un anciano los abrazaba. El viejo se encontraba en muchas otras imágenes.
Tomó una jarra de cerveza en sus manos. De fino cristal biselado con una tapa de acero. Intentó
leer la extraña inscripción en alemán pero no pudo. Ella se acercó detrás de él, tomó la copa en
sus manos y leyó: “Meinem Verehrten Kolonnenfuhere Weihnacheten 1916 Nowac Wachtmeister
Significa: A nuestro estimado Conductor de Patrulla, Navidad de 1916 en la ciudad de Nowac. Es
una jarra del ejército alemán de la Primera Guerra. Un obsequio de navidad para un oficial muy
estimado”. Él le preguntó si hablaba alemán. Ella sonriente le dijo que sí, aparte de inglés, español,
italiano, francés y algo de danés. Mi hermano quedo perplejo.
Le preguntó por tantos libros. “Los he leído casi todos. Pronto viajaré a buscar otros” –le dijo–.
¿Quién era aquella extraordinaria mujer que llevaba su sangre? ¿Cómo sobrevivía allí tan sola, tan
lejos y tan joven? ¿Quién habría construido esa hermosa cabaña? Miles de preguntas se
agolpaban en su mente.
En poco tiempo un aroma encantador inundó el estar. Ana colocó la loza en la mesa, los vasos,
cubiertos y demás sobre un exquisito mantel. Una cesta de mimbre con pan aún tibio y manteca.
Alejandro hambriento no pudo aguantar y llenó un pan con manteca y azúcar. Ana lo miraba
sonriendo. Se disculpó Tengo hambre –le dijo–.
Ella se sentó junto al piano y comenzó a tocar. Él no entendiendo cómo lo habrían subido, se
dejó caer en un sillón.
Movía sus dedos largos como si fuesen mariposas. Apenas tocaban las teclas. Una melodía
maravillosa condujo a mi hermano a lejanos lugares. Cerró los ojos sintiéndose transportado,
levitando sobre inmensos jardines. La música ahora lo depositaba sobre una hierba furiosamente
verde. Ana corría hacia él. A su lado Mario, nuestro padre, los abrazaba. Su madre Noemí le
sonreía. La melodía trepaba hasta un cielo impecablemente azul. Negras nubes lo cubrieron y
comenzó a llover. Primero lentamente, luego intensamente. La cortina de agua al tocar la tierra
creaba un sinfín de exquisitos perfumes. El aguacero cesó repentinamente y el atardecer trajo un
sol perfectamente rojo, ocultándose detrás del bosque.
Cuando la última tecla dejó escapar un largo y perfecto suspiro mi hermano reconoció a Judith
que sonriendo se acercaba a él. La magia finalizó súbitamente. Abrió los ojos maravillado.
Simplemente balbuceó -Mi madre también tocaba el piano. -Ya lo sé, nuestro padre se lo contó a
mi madre. Ven, vamos a cenar -le dijo ella.
El fuego creaba sombras en los vidrios. Afuera la noche inmensa los protegía en lo profundo de
la naturaleza. Al menos en aquella noche fantástica nadie podría hacerles daño.
Ella le contó mucho pero no todo. Sabía que su hermano ya estaba en peligro y si toda la verdad
fuese dicha podría ser peor. Le habló sobre el tiempo en que papá y su madre estuvieron juntos.
De su nacimiento en Bariloche.
Ella y su madre también corrieron muchos peligros.
Acosadas se refugiaron en un pequeño pueblo de Chubut llamado San Martín. Allí pasaron
desapercibidas.
Sabiendo que tarde o temprano las encontrarían, Frida, su madre, regresó a Alemania, a su
pueblo natal. Ella decidió aislarse del mundo en ese lugar.
Contaban con recursos económicos que le dejara un viejo alemán, a quien su madre cuidara
largo tiempo.
Hizo construir la cabaña. Vivía cómoda con sus libros y su música. Solo una vez al mes, a veces
cada dos, baja a los pueblos.
Alrededor de la montaña se encontraban pequeñas poblaciones, a la que llegaba por diversos
caminos. Así podían pasar meses en repetir el mismo pueblo. Por ahora se encontraba segura.
Me permito brevemente contar sobre la madre de Alejandro Noemí, mi madre Elsa y papá.
Noemí había invitado a sus amigas a una reunión. En ella presentaría a su novio. Así una tarde,
ante los presentes, tocaba el piano. Allí estaba el que sería nuestro padre, cantando a vos en
cuello un área de Opera, (tenía una excelente voz). Cuando todos los invitados se retiraron, le
pregunta a una amiga -¿Qué te parece mi novio? -Ese hombre no es para vos, es poca cosa –le
dijo–. La amiga sería luego mi madre Elsa. Al poco tiempo Noemí y papá se casaron y ella se
embarazó. Muere en el parto y Alejandro sobrevive. Pasaron unos años y nuestro padre se
encuentra con mi madre. Se casan. ¡Qué paradoja! Allí estaba la amiga de Noemí casándose con
quien “era poca cosa”. Extraños son los caminos de la vida. Esa mañana de lluvia, la que sería mi
madre, salía del subte y mi futuro padre entraba. Si cualquier hecho de aquel día hubiese sido solo
un poco diferente, yo no estaría ahora escribiendo estas líneas.
Ana ocultó lo que era y su extraordinario secreto oculto en su sangre. Simplemente le dijo que
aquel viejo alemán, que su madre cuidara, había sido un líder durante la Segunda Guerra mundial.
Que esa era la causa por la cual la buscaban. Sin embargo no le dio un nombre. Fue elíptica. Al
enterarse de las penurias sufridas por su hermano omitió lo más importante. Era mejor que
desconociera aquel secreto. Saberlo podría significar condenarlo a muerte. Si en algún momento lo
apresaran él no podría contar lo que desconocía.
Ella volvió a tocar una suave melodía. Alejandro agotado por el cansancio y las emociones del
día, se durmió frente al fuego. Con infinita delicadeza lo cubrió con una manta.
Aquel ser que recién conocía y que llevaba parte de su sangre estaba llegando al final de un
largo camino. Intuía que aún le restaba sufrir la última parte de su vida. Deseaba que se quedara
para siempre con ella, cuidarlo pero era imposible.
Por la mañana desayunaron. El profundo aroma del café se mezclaba con el olor de la leña. El
pan, la manteca y la miel llenaron de gozo a Alejandro. En aquel breve tiempo se sintió feliz y libre.
Recordó de pronto a Don Eusebio, aquel patrón bondadoso que lo cobijara en la estancia. Su alma
se liberó por un tiempo de la opresión y el temor. Sentía a Ana como un magnífico ser al que
amaba y a quien no quería dejar.
Antes de las diez de la mañana estuvo listo. Tomó su mochila. Con los ojos llenos de lágrimas le
dijo a Ana “es hora”. Ella puso otra mochila en su espalda y sorprendió a su hermano “Te
acompañaré hasta el pueblo, pero tomaremos otro camino. Hay que ser prudentes”. Él no podía
ocultar su alegría. Al menos estarían algunas horas más juntos.
El día era extremadamente frío. Le dijo que estaba desabrigada, cuando el sol bajara, en el
regreso se helaría. Ella sonrió “No te hagas problema, las bajas temperaturas no me afectan” –le
dijo–.
Ella cerró la cabaña. Emitió un extraño silbido. Del bosque en silencio surgió una sombra furtiva.
El hermoso y enorme animal, totalmente negro, se frotó contra las piernas de Ana. “¡Qué perro
enorme!” Ella riendo agregó “No es un perro y te ha seguido todo el camino. Como ves no será
sencillo acercarse a mí. Se llama Nigerman, es extraordinariamente inteligente. Prácticamente
hablamos, aunque sin palabras, las miradas o un gesto bastan. Puede matar fácilmente a un
hombre. Un ser de ese tamaño podría arrancarte la garganta de una sola mordida”. Alejandro se
alejó del animal. Ana le dijo: “No le temas sabe quién eres”.
Así comenzó el regreso por otro camino. Mi hermano se cansó rápidamente. Ana y el animal
daban grandes saltos sobre los árboles caídos. Casi parecían dos criaturas
semejantes. “¡Esperen!” gritó. Ella se detuvo para descansar. El animal mirando hacia la foresta se
mantuvo inmóvil. “Estás helado” –le susurró–. Sacó un termo con chocolate caliente y le sirvió.
Nigerman se acercó hacia él y clavó sus ojos rojos como fuego en los suyos. Ana rió “¡dice que
eres muy lento”.
Se acercaron a un barranco que les cerraba el paso. Ana abrió su mochila y sacó una cuerda,
atándola a un árbol. “Iré allá abajo y la haré firme, tú bajarás por ella” –dijo–. De un salto se dejó
caer al vacío. Alejandro apenas alcanzó a gritar. Ella sin un esfuerzo se incorporó. “¿Estas bien?”–
le grito–. “Perfectamente; ahora baja”. Cuando estuvo a su lado le preguntó cómo no se había
lastimado. Ella lo miró sin contestarle. No podía decirle nada más.
Al atardecer llegaron al fin al pie de la montaña. Comenzaba el sendero al pueblo que estaba al
otro lado. Al día siguiente podría tomar un micro y volver a Buenos Aires.
A lo lejos unos pastores conducían a un grupo de cabras.
El animal había desaparecido en el bosque. Ana le dio unos chocolates. Alejandro lloraba en
silencio. “No quiero dejarte” –le dijo–. “Es hora” –le contestó–. Se abrazaron largo rato. Ella estaba
muy emocionada “gracias por buscarme, no voy a olvidarte. Sabes que no debes hablar sobre
mí” –le dijo–. Le juró que no lo haría. “Eres una persona extrañamente fantástica. Un hada que
salió del bosque, eres mi hermana, jamás podría olvidarte. Gracias por todo lo que me has dado.
Me gustaría algún día regresar. No he querido empañar tu vida pero no puedo irme sin decírtelo,
papá ha muerto. Siento que te enteres así. Con los ojos bañados en lágrimas le contestó “¡Pobre
papá! Toda su vida fue triste y difícil. Solo con mamá tuvo un tiempo breve de felicidad. En un
principio imaginé que venías para traerme esa noticia. Gracias por esperar hasta ahora y no
entristecer los lindos momentos que pasamos. Se acerca la noche vete o te perderás, aún falta
mucho camino”. Él comenzó a alejarse, no quería que Ana lo viese llorar. Lo llamó. Se acercó a él.
Con exquisita ternura secó sus lágrimas. Puso en sus manos una pequeña piedra transparente
sonriendo. “¿Sabes qué es?” –le dijo–. Su hermano observaba aquella piedra cortada
perfectamente. Irradiaba luces de colores en su mano. “Es un diamante. Es un regalo, tal vez lo
necesites algún día” –le dijo ella–.
“Pero es muy caro –balbuceó–. Tengo otros, ve ahora”. Caminó algunos pasos y se dio vuelta
buscando por última vez a aquella figura celestial. Ya no estaba, el bosque se la había tragado.
Se acercaba la noche. Una primera estrella se dejó ver. El silencio absoluto se quebró por un
sonido lúgubre y agudo. El aullido trepaba más allá de los bosques hacia el cielo intensamente
negro. Alejandro temblando por el frío y el cansancio apuró el paso.
El Final de Alejandro
En el ómnibus de regreso pensó una y otra vez en la extraordinaria vivencia que había vivido.
Volvió sin decir ni una palabra a la familia. Pero interpeló a papá. Anotó en su Diario algunas
palabras más: Ayer hablé con papá. Le dije que había estado con Ana. Se enojó, dijo que dejara
todo aquello en el pasado. Me recriminó mi viaje al sur y me exigió que la olvidara
Volvió a su vida en Buenos Aires. A su negocio y a Olga.
Mientras él se encaminaba hacia el fin de su vida, su hijo adoptivo crecía. La mala semilla se
preparaba para mostrar su cruel naturaleza.
Tiempo después sufrió un desmayo y lo internaron en una clínica. Había tenido un accidente
cerebrovascular. Aunque la palabra accidente me resulta superflua y casi pueril. Su muerte estaba
decidida, quizás desde el mismo momento que huyó de la isla.
Existen muchas formas de matar a una persona. ¿Imaginan el temor de saberse vigilados?
Deben salir de sus casas y alguien se encuentra esperándolos.
Su existencia transcurrió entre invisibles muros grises. A pesar de los inmensos espacios
abiertos en que anduvo, parte de su vida la vivió en una cárcel sin salida. Esperaban que les dijera
lo que ellos tanto buscaran.
Supongo que por aquellos días el tema de los submarinos y los desembarcos habría perdido
importancia. El tiempo había pasado. No obstante siempre fue vigilado y es posible que se
enteraran de su último viaje al sur.
El hecho extraordinario (y que me alivia) es que aquellos que buscan el secreto, nunca
encontraron a mi hermanastra.
Un día llegué a la clínica donde Alejandro había sido internado. Entré en la habitación, estaba
solo. Ya no hablaba. Me acerqué a su cama y lo tomé de la mano. Acaricié su cabeza. Quería
decirle tantas cosas, pero no pude. Su mirada me taladró, se esforzó moviendo los ojos de un lado
al otro. Estaba paralizado. Yo no entendía, hasta que seguí la línea de los ojos. Abrí el placard.
Revisé su ropa y en su pantalón descubrí la carta. Lo miré, abrió y cerró los ojos varias veces. Me
decía: “¡Sí, sí! La abrí y leí en voz alta. Mi hermano suspiró y dejó de existir. Me acerqué a él, con
el papel en la mano. Su cara no demostraba el terror ante la muerte. La lectura actuó como un
bálsamo y se fue tranquilo.
Así terminó su vida y fue enterrado en el Cementerio de la Chacarita. Mientras el cielo negro
explotaba furioso, escupiendo ráfagas de lluvia helada, mientras éramos vigilados. Allí estuvo otra
vez el poder, buscando incansablemente el secreto mejor guardado.
Cuando la última palada de tierra cubrió definitivamente su historia, empezaba la mía. Un largo y
agotador viaje a lo profundo de la condición humana. Un análisis descarnado de mi propia alma.
Ahora podría conocer a mi hermana.
Mi hermano escribió en ese papel una sola palabra completa: Ana y otras incompletas y varias
cifras. ¡Solo yo pude entenderlas! Un juego que hacíamos de niños, las pocas veces que nos
encontramos. ¡El esperaba mi llegada! Me contaba sobre nuestra hermana y como encontrarla. Si
yo no llegaba nadie más podría entender la larga carta.
Alguien dijo que comprender es una alegría, en éste caso no sería así. Decidir, decir por todos,
para bien o para mal. La posibilidad de cambiar la vida de millones de seres o callar. Sigo siendo la
última pieza de éste juego. Lo que queda de la larga historia de mi familia.
18 de Enero 1958
Frida
Ya es la noche, en minutos iré a cenar. Espero no mostrar toda la alegría que tengo. Hoy conocí
a Frida. Aún no puedo creerlo. Llegué con el bendito carro y entregué el encargo. Al regreso crucé
el arroyo. Allí estaba ella, bajo el gran sauce. Alzó su vista y nos miramos. Bajé sin saber que decir.
Ya era el medido día. Mostraba sus dientes perfectos. Lejos de sentirse intimidada dijo: “El hombre
del Buenos Aires”. Tartamudeando le contesté que vivía en Mar del Plata, aunque soy de Buenos
Aires.
-Sí, tu esposa e hijos –le dijo–. Imposible dejar de mirarla, ella es maravillosa, sorprendente.
Sabe todo lo que le conté a Don Otto. Me pidió que me sentara a su lado. Allí el arroyo transcurre
lentamente. Es un lugar muy fresco en éste verano tan caliente.
No la había visto. Le pregunté por qué no había estado en el pueblo. Dijo que había ido a revisar
a la gente de tres estancias. -¿Revisando?–le pregunté–. Resulta que esta hermosísima mujer es
médica y es nada menos que la nieta de Don Otto. Es evidente que él le ha contado todo.
La invité a cenar. Se reusó. Dice que en hotel la gente hablaría. Mañana domingo iremos hasta
Necochea a pasar el día, son unos 80 kilómetros.
Hoy en la cena estaba Don Otto de muy buen humor. Tomaba cerveza. Compartimos la mesa y
allí nomás se despachó con un “Ya ha conocido a Frida, veo que lo ha impactado”. Como un
estúpido tartamudeé. Alzó la voz y agregó: “Claro que sí”. Le aseguré que mis intenciones son
sanas. Su mirada se hizo de hielo, “Eso espero” –dijo–.
He intentado dormir y me es imposible. Me levanté a escribir. Frida, Frida vuelve una y otra vez a
mi mente. Siento como si nos conociéramos de toda la vida. No encuentro palabras para
describirla. Es muy alta, como yo, un metro ochenta. Delgada pero con un prominente busto. Sus
piernas son tan largas y esbeltas. ¡Pero su cara! Ni un Miguel Ángel podría haberla hecho mejor.
Mentón recto. Grandes ojos azules y ese pelo corto, lacio y amarillo como trigo. Hoy mientras ella
hablaba y hablaba me perdí en su mirada. Se dio cuenta y me preguntó si la estaba escuchando.
Fui sincero, le dije que estaba alucinándome. Rió, fue como una música que se alzara en esa
soledad.
Su dicción del español es casi perfecta pero ese mínimo acento europeo le imprime a cada
palabra una musicalidad asombrosa. Una de sus manos (de largos y finos dedos) rozó la mía. Fue
apenas un parpadeo, sin embargo el efecto ha sido formidable. Juro que una descarga eléctrica
recorrió cada centímetro de mi piel. Jamás he sentido tal atracción por una mujer. Me ha impactado
más allá de la prudencia.
Me han dado trabajo, hospitalidad y saben que soy casado. Guardaré las formas, pero Frida me
fascina.
¿Qué hacer cuando la felicidad pasa ante los ojos y sabemos que tomarla no está bien? Soy
casado, aunque mi matrimonio no funcione como es debido no debería pensar en Frida. No puedo.
¿Por qué cerrarme a una vida mejor? ¿Es acaso que la sociedad me obliga a cerrar los ojos y dejar
pasar la oportunidad? No ser feliz. Sufrir, esperando otra vida que quizás no exista. Respetar las
formas sociales impuestas.
¿Si uno sufre es malo tratar de remediarlo? El tiempo corre, es hoy o nunca. Que la imagine
junto a mí no significa que deje de lado mis obligaciones con mi familia. La mujer más maravillosa
está aquí.
Debo dormir. No será sencillo. Frida, Frida. Deseo tanto que los fantasmas del pasado se vayan.
Quiero quédame aquí. ¡Sí, aquí! Por primera vez el dolor insoportable, las noches de insomnio y
recuerdos parecen huir, escapar hacia el lejano horizonte.
El cansancio de malos y pesados años llega a su fin. Olvidar. Sí, olvidar y abrirme a una nueva
vida. Frida. Frida.
19 de Enero 1958
Regresamos de Necochea a las seis de la tarde. Ha sido un día fantástico. Le abrí mi corazón, le
dije toda la verdad. Sabe de mi familia, de mi deambular y soledad. De todo el dolor que me ha
perseguido a través de los años y los caminos.
Me ha contado tantas cosas. Es alemana. Riendo dijo que Don Otto piensa que Argentina es un
país extraordinario. Que sus gentes somos personas a las que les espera un buen futuro. Que lo
tenemos todo. Le dije que no se enojara, que ojala fuese así. Es cierto que poseemos una tierra
rica, pero aún nos falta mucho. Quien sabe cuál será nuestro futuro. Dijo que hay que ser
optimista. Alzó esos inmensos ojos y agregó -¡Estás tan solo! No pude evitarlo y la besé. Lejos de
rechazarme me abrazó muy fuerte. Unas lágrimas, las primeras que yo vería corrieron por su cara.
Y dijo -Yo también estoy sola. Viví los horrores de la guerra, la destrucción, la muerte de mis
padres y hermanas.
Trabajé en Polonia. Al final del conflicto logré regresar a Berlín. Luego pude escapar a España.
Allí lo conocí. Otto me necesita más que nunca. Su estado de salud ya era complicado en aquella
época. En estos días ha empeorado. Todo ese tiempo me he ocupado de él.
Mario llegaste a mí como un soplo de esperanza. Algo he aprendido que nada es para siempre.
Todo son momentos. Cuando logro dormir me despierto a veces en la noche escuchando gritos,
explosiones, fuego. No puedo expresarte en palabras la sensación de desamparo y angustia que
he sentido en los bombardeos. Esperar la muerte sabiendo que nada puede hacerse, solo esperar.
Sí, la insoportable tensión, día tras día. Cuando las sirenas cesaban sus gritos venía lo peor: salir
de los refugios y ver a tus vecinos muertos. Niños, mujeres. Los hombres corriendo desesperados
buscando a sus seres queridos entre los escombros.
Ustedes son agraciados no han sufrido lo peor que le puede pasar a un pueblo: la guerra. Todo
aquello parece tan lejano, sin embargo el peso sobre mi alma vuelve una y otra vez torturándome.
De pronto en una tierra extraña veo el sol, siento el calor del verano. Atrás queda todo aquello y te
encuentro. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? ¡Quiero que vivamos antes que vuelva la noche! Me
haces falta, mucha falta. No puedo creer que comparta este momento de mi vida con un argentino.
-Mi sangre es italiana- le dije. Me miró desde el abismo de sus ojos y sonrió -No me importa, vas a
hacerme feliz, lo sé, aunque nada dure para siempre. El tiempo sigue corriendo, te necesito tanto.
Le sequé unas grandes lágrimas que lavaban sus enormes ojos azules, profundos como su
maravillosa alma. Nos abrazamos jurándonos amor.
20 de Enero 1958
Todo el pueblo duerme aquí a la hora de la siesta. Hace mucho calor. Aprovecho para escribir.
Hoy llevé un encargue a Don Otto. Siempre tomando cerveza. Me invitó a sentarme y me convidó.
Hoy sus ojos estaban vidriosos. Lo veo tan cansado, como si un inmenso peso aplastara su ser.
No pudo ocultar el temblor de sus manos y hasta de sus brazos. Parece un títere. Le pregunté si la
cerveza no le hacía mal. -¿A mí? He tomado cerveza toda la vida, además ¿importa acaso cómo
muera? Ya no tiene sentido cuidarse. Hablemos de otro tema. Frida me ha contado. Sus ojos
negros sombríos logran perturbarme, no sé por qué. ¿Qué vida habrá pasado ese hombre? No iba
a preguntárselo, intuía que no me lo diría. “Parece que la ha conquistado” –dijo–. Otra vez
tartamudeaba nervioso ante él.
-Tranquilícese, pero ni se le ocurra hacerla sufrir ¿está claro? Le aseguré que la trataría como un
caballero, pero que me daba vergüenza por mi situación.
-¿Vergüenza?” ¡Vaya y hágala sentirse bien!, ha sufrido mucho - gritó.
Es evidente que la felicidad me sonríe. Quizás Frida tenga razón, nada dura para siempre.
Don Otto nos dio su bendición, supongo que el resto del pueblo aceptará verme con ella. No
entiendo por qué pero desde su vejez y precaria salud este anciano impone respeto. Diría que es
mucho más que respeto. Quizás cierto temor, aunque no veo la razón. Esta noche ella me espera
para la cena.
Al final del pueblo tiene una hermosa cabaña, me he mudado a ella. Seré discreto, pero algo me
preocupa.
21 de Enero 1958
Nuevamente aprovecho la larga siesta para volver al Diario. Anoche fue tan hermoso amarnos.
No tengo palabras para expresar la ternura que nos prodigamos. Somos tan distintos pero ambos
necesitamos imperiosamente del otro. Hemos vivido en mundos diferentes y diversos fueron los
dolores pasados. Pero algo en común nos une: la necesidad de una voz que pronuncie
emocionada nuestro nombre. Ternura sobre todas las cosas.
Luego de amarnos ella sonríe y me dice una y otra vez “Gracias, gracias”. Tiembla, la abrazo y la
veo llorar. Le he preguntado por qué esas lágrimas.
“Lloro porque no quiero perderte” –dijo–. Le juré que eso no ocurrirá. Pero temo cuando me mira
con una tristeza infinita.
Le propuse que a fin de año, si todo va bien, me separaré de mi mujer y viremos juntos. Ella me
miró con una inmensa compasión. Me pidió que no soñara más allá de nuestras reales
posibilidades. Le pregunté por qué y solo dijo “Este es nuestro tiempo, ámame, ámame…todo lo
que puedas”.
Esas palabras giran en mi cabeza. No veo la razón para no lograr una vida juntos. Mi familia, allá
en Mar del Plata no dejaría de tener mi aporte.
Hoy a pesar de la felicidad que me brinda Frida y de las ganas de hacerla feliz hay algo que me
da vueltas y no sé qué es.
Antes de entrar en la casa nos sentamos en el columpio.
El cielo se mantuvo despejado. Una sábana de estrellas nos invitó a mirar tanta maravilla. Aquí,
lejos de las luces, las estrellas llenan el cielo brillando rabiosamente. ¡Tantos mundos! ¡Toda esa
energía y nosotros en este pequeño planeta lleno de hermosos cielos y de tanto sufrimiento, con
nuestros míseros pesares. Inmensos para nuestro propio dolor pero que no es nada ante la
magnificencia del universo.
Una guerra devasta generaciones, pueblos, países. Mientras ésta tierra corre por un universo
ajeno a tanta agonía. La naturaleza nos deja matarnos y tal vez ni siquiera sepa que lo hacemos
con metódica determinación. Patria, libertad, palabras vacías ante un solo ser humano asesinado.
Mientras observaba la Cruz del Sur prendiéndose y apagándose volví a mí extraordinaria Frida.
De pronto el profundo sentimiento de tristeza y resignación dio a paso a una oleada de cariño.
Dejaba de ser, al menos por unos momentos, el hombre solitario de los caminos. Sin hogar. Un ser
sin rumbo, perdido entre los pueblos. La aferré más fuerte. Con infinita ternura.
Abrazados sentimos el perfume de los azares que alguien plantara con cuidado y buen gusto.
El pueblo, lejos de parecerse a cualquier otro, se asemeja mucho a una pequeña aldea del norte
de Europa. No por sus construcciones, sino por la exquisita presentación de las calles, árboles,
foresta y flores. Las pocas casas lucen en sus ventanas hermosas cortinas. A la hora en que el sol
baja, son atadas con una cinta roja.
En el bar todos beben cerveza. La caña, la ginebra, tan típica del hombre de campo argentino, no
se toman. Otro detalle digno de admiración es la creación de falsos balcones, también adornados
con flores. La limpieza incluso en las calles de tierra, es inmejorable.
Pensando en eso la contemplaba adormilada en mis brazos. Su pelo lacio caía sobre su escote,
en un deleite de suavidad y placer.
Imagino lejanos y pequeños, ríos allá en su Alemania, corriendo por los prados. El agua
acariciando las piedras y ofreciéndose al viajero cansado y sediento.
Su voz, lejos de traerme los helados recuerdos de la guerra y la muerte, me acercan una paz
como nunca pude deleitar. Los sueños oscuros mágicamente han comenzado a disolverse.
Una nube cruzó ocultando brevemente las estrellas.
El recuerdo surgido de la profundidad de mi inconsciente se hizo real. Los huesos de mi primera
mujer es su tumba. Las recriminaciones de mi esposa. Mi mala suerte. Apreté más fuerte a este
ángel maravilloso. Mientras aparecía un cielo impecablemente limpio ella despertó y dijo muy
quedamente “entremos”.
Después de amarla volví a decirle que deseaba pasar el resto de mi vida a su lado. Dijo -Mario
eres una persona excepcional y llena de amor, lo veo en tus ojos. No hay eternidad ni tiempos
infinitos, solo momentos, a veces inigualables. Breves etapas de la vida, donde entre tristezas y
dolores, se enciende la luz y nos llena de alegría. No es que estemos en el paraíso. Vivimos en un
infierno constante, luchando para escapar. Soñamos con otra vida. Imaginamos siempre que hay
otro sitio mejor, más cálido, más fresco, más luminoso, más tranquilo. Pero al final del camino
quizás, con suerte, alguna vez lo encontremos. Y cuando imaginamos que al fin hemos llegado
todo se acaba y vuelve el dolor. Entonces comprendemos (tal vez) el verdadero significado de la
vida. Infierno y paraíso, dolor y placer, suerte y tragedia. Así es fuego e hielo. ¿Qué importa ahora
el tiempo Mario?
¡Queridísima Frieda! Entonces la rodee con mis brazos y se entregó en un beso tierno y
profundo. Se levantó algo turbada y dijo “es tarde vayamos a dormir”.
La luna había corrido por gran parte del cielo. Los eucaliptos irradiaron todo su perfume. A lo
lejos algunos ladridos de perros se confundieron con el sonido de un gran búho.
Plenamente feliz me dirigí a la habitación cuando se me hizo consiente una preocupación. Mi
alma plena era ahora turbada por una duda. Como un pequeño y claro estanque, cuyas aguas
inmóviles presagian oscuros y temibles secretos en sus profundidades.
Antes de acostarme perplejo recordé a mi mujer y a mis hijos, allá tan lejos y tan solos.
Ella ya duerme. Quiero cuidarla, protegerla de los malos sueños, de los recuerdos. Del caos y el
dolor. Acaricié su cabeza y su pelo se desplegó entre mis dedos.
Antes de acostarme escuché otra vez las palabras de Frieda ¡paraíso e infierno! Pero algo que
dijo retumbó brevemente en mi cabeza. “Antes del final de la guerra estuve en Polonia.” Hay algo
que no está bien. Mañana debo terminar de escribirlo.
22 de Enero 1958
Acabo de despertarme. Aún es muy temprano. Ella ha ido a cuidar a Don Otto, parece que ha
pasado una mala noche.
He vuelto a estas páginas. Sombras sobre la felicidad. Ella dijo que había estado al final de la
guerra en Polonia y que al acabar ésta regresó a Berlín. Si fuese así hoy tendría cuarenta y cinco
años ¡eso no es posible! No debe tener más de veinticinco años. Es extraño.
Al fin ha terminado el día, ha sido largo y caluroso. Antes de descansar necesito aclarar mis
ideas, por eso quiero volcar cada palabra que recuerde.
Llevamos con Frida un encargue a la Estancia de los Trama. Aproveché el largo camino en sulky
para hablar con ella. No abordé el tema enseguida. Le pregunté sobre Alemania. Su vida allí. La
noto reticente. Desvía la conversación hacia otros temas.
Nos detuvimos en el arroyo, a la sombra del gran sauce. Comimos algo y nos refrescamos.
Estuvo tan vivaz, hermosa como siempre. Se levantó y fue hasta el arroyo. El sol llenó de oro su
cabeza. Me decidí a no decir nada más, pero no pude. Ella me abrazaba y le dije directamente “Si
estuviste en Polonia poco antes del fin de la guerra quizás tendrías unos veintiocho años.
Regresaste a Berlín y allí todo acabó. Llegaste a la Argentina. Me causa gracia”, ¿Qué? –dijo–
.“¡Hoy quince años después tendrías que tener más de cuarenta y cinco años! ¡Es imposible! Eres
muy joven”. En cuanto terminé de decir aquellas palabras me arrepentí. Estuvo muy contrariada.
Hizo un largo silencio. Luego sorprendentemente dijo: “Mario a veces es preferible ignorar ciertos
temas. Ten paciencia. Es muy pronto, algún día podré hablarte libremente. Eso no significa que te
quiera menos. Mi vida ha comenzado a brillar por tu presencia. Confía en mí y espera. Te amo, te
amo tanto. Es la primera vez en toda mi vida que soy feliz”.
Soy un estúpido, no preguntaré nada más. No quiero herirla. Estoy cansado. Pero ¿qué habrá
querido insinuar?
23 de Enero 1958
Ha sido un día extraño. El trabajo en el almacén de Don Atilio comenzó normalmente. Los
miércoles y viernes son los días en que hay un intenso movimiento. La peonada viene al pueblo,
pasa por el negocio y carga sus carros. Desde herramientas hasta harina. Es interesante ver lo que
llevan para tomar.
Un grupo, los de las estancias del este y norte son tomadores de vinos. Lo extraño es que al sur
hay una estancia (nunca estuve allí) cuyos peones son rubios. Los acompaña Don Nicanor. Es un
tehuelche típico. Largos cabellos renegridos, tez obscura. Cuando uno lo ve llegar imagina que
pedirá un vaso y la botella de caña. No es así. Al igual que los cinco o seis hombres que lo
acompañan bebe cerveza. Nunca imaginé que se pudiese tomar tanta cantidad. Varias veces
hablé con él tratando de sacarle alguna información sobre sus extraños acompañantes. Da rodeos
y ninguna explicación. Es el único que se comunica. Quizás sus compañeros no hablen castellano.
Visitan regularmente al Anciano.
A las once de la mañana mi patrón me llamó. Y Dijo: “Mario en el fondo lo esperan”. El largo
pasillo conduce a una gran puerta. Golpeé. “Pase” –dijeron–. Entré a una gran sala.
Cuidadosamente las ventanas habían sido tapiadas. Una gran mesa oval y varias sillas esperaban
vacías.
Todas las paredes, hasta el techo acumulan miles de libros.
El Anciano al verme Dijo: “¡pase, pase Mario!”, póngase cómodo. Rengueando se acercó a la
cabecera.
A cada costado de la habitación cuatro custodios guardaban silencio. Quietos como estatuas
parecían mirar más allá de las paredes. Don Otto al advertir mi intranquilidad agregó “Son mis
muchachos. ¡Estamos en un problema Mario! Nos quedan solo cinco días”, “¿Cinco días?” –
pregunté–. Comenzó a toser y temblar, le alcanzaron agua
-Voy a mostrarle. La fiesta del pueblo es inminente. He tomado la delantera. ¿Ve estos mapas?
Dividí toda la zona en cinco regiones.
-¿Regiones?
-Le ha asignado una zona a cada uno de mis hombres. Usted se hará cargo de la quinta.
-¿Yo? ¿Con que fin?
-¡Mire por favor! Desde el pueblo hasta la estancia de los Trama. Frida lo secundará. Irán por
cada camino, y cada puesto, cada hombre y mujer tienen que ser censados.
-¿Censados?
-¿Qué le pasa hoy Mario? ¡No está atento!
- Sí, sí lo estoy pero no comprendo…
-¡Por favor, la fiesta de la cerveza! Todo tiene que ser perfecto. Cada persona que visite recibirá
el bono correspondiente para la entrada al festival. Van anotar cada nombre. Necesitamos saber
cómo van a llegar al pueblo. Si no tienen transporte se lo procuraremos. Tome su carpeta y revise.
Nombres, estancias o puestos de residencia, transporte, etc. Todo esto en lo relacionado con lo
externo. Mañana comenzarán los armados de las tiendas. Una grande en la plaza. Luego a dos
cuadras las carpas que servirán de habitaciones. Por eso es imprescindible el número exacto de
concurrentes. Quiero que cada una tenga escrito el nombre de sus ocupantes. Habrá que armar
baños. Piense en el agua que pueda consumir cada grupo. Ya ordené el tendido de líneas
eléctricas y luminarias. Quiero que cada detalle sea perfecto.
-Pero, pero.
-¿Qué le ocurre?
-Digo, mi trabajo, Don Atilio.
-Olvídese de eso por ahora. Ha sido relevado hasta nuevo aviso.
-¿Cuánta gente va a venir?
-¡Todos! En su sector usted va a ser el único responsable para que nadie falte ¿Está claro?
-Sí. Imagino la gratitud de las personas.
-Nada de gratitud, mucha es gente necesitada. Recuerde que no se debe exigir el tributo de la
gratitud por que ella no brinda mercedes, sino que está destinada a restituir derechos.
Vaya ahora a ponerse de acuerdo con Frida. Use la camioneta. No pierda tiempo con un carro.
Aún falta lo más complicado el alimento para tanta gente y su preparación.
-Asado. Dije.
-¡Nada de eso es la fiesta de la cerveza! Todo bien alemán. ¡Vaya, hágame el favor! Y llévese
ese mapa.
Los hombres que lo cuidaban permanecieron inmutables. Uno dijo algo extendiendo uno de los
mapas, pero no lo entendí.
Don Atilio me esperaba. Sonriendo dijo: “¿Qué le ha parecido? Eso es saber dirigir”.
Le pregunte qué pasaría con el trabajo. Dijo: “No se haga problemas, nadie en su sano juicio le
objetaría nada a Don Otto, y ¡no haga preguntas por Dios! Cumpla su orden”.
Busqué a Frida. Realmente no entendía que estaba pasando.
No la encontré en el pueblo.
Preparé una vianda y salí con la camioneta.
En las afueras detuve la marcha. Una nube de polvo indicaba a alguien a galope tendido. En
minutos el jinete estuvo al alcance de mi vista. Quedé petrificado. Ella, como nunca la había visto,
volaba en un gran caballo azabache.
Sus cabellos al viento resplandecían por el sol furioso de las dos de la tarde. Parada sobre los
estribos acariciaba el aire. Pasó como una exhalación a mi lado sin verme. Mientras daba la vuelta
para seguirla toqué bocina. Detuvo su carrera. Al reconocerme bajó del corcel y corrió a mi
encuentro. Fui hasta ella y la levanté en el abrazo. Me beso largamente. -¡Mario! ¡Mario! –gritaba
contenta–.
-¡Dios mío! Te podrías haber matado.
-¿Yo? Ven te presentaré a Persifal. El caballo dócilmente se acercó a su mano. Cubierto de
sudor brillaba intensamente. Los ojos casi rojos mostraban una personalidad y una fuerza única.
-¡Persifal os presento a mi amor Mario! recio caballero con sangre italiana, larga verborragia y
tiernas caricias!
-¡Frida! Debemos volver al pueblo. Don Otto me dio un trabajo, al parecer don Atilio lo sigue en la
locura.
-¿Locura? ¿Cuál?
-Algo sobre una fiesta alemana. Me mostró mapas...
-Ah! La fiesta. Tranquilo. Vamos a casa y te contaré. Veremos quien llega primero ¡Es una
carrera! ¡Yo con el viento o tú con esa camioneta!
De un salto subió a su cabalgadura y salió como una tromba. Tardé en arrancar y llegar a la
casa. Ya en la sala de estar, increíblemente fresca, logré relajarme. Desde el baño gritó:
-¡Mario, estoy en la ducha, ven!
Luego de bañarnos almorzamos.
-Vamos a la cama y te explico- dijo.
-Debes entender a Don Otto, aquí nadie lo contradice.
-Sí, pero a mí el sueldo me lo paga Don Atilio.
-¿No te dijo él que le hicieras caso a Don Otto?
-Sí, pero.
-Mario aquí no se discute lo que Él diga. Me comentó que te quiere como a un hijo.
-¿Eso te dijo?, si apenas me conoce
-Sabe que te amo y que me haces increíblemente feliz.
-¿A pesar de estar casado y tener un pobre empleo?
-¡Eso no importa! La vida son momentos que se proyectan como una película. La tuya a pesar de
los problemas con tu mujer ha transcurrido tranquilamente.
-¿Tranquilamente?
-Sí, absolutamente. Jamás vas imaginarte lo que es la guerra. Mis palabras nunca van a llegarte,
sencillamente porque el dolor de cada persona no es transmisible. Es una experiencia única.No
quiero hablar de ello, solo te lo contaré una vez. Vivía con mis padres en Meissen, en la Sajonia.
Un día llegó la guerra. Todavía cuando cierro los ojos veo el magnífico castillo de Albrechtsburg y
su escalera caracol. Por debajo del monte del castillo me veo correteando por el casco antiguo.
En los atardeceres subíamos a la montaña del Castillo. Me quedaba con mis hermanos
contemplando aquellos soles ocultándose sobre los tejados perfectos. ¿Puedes imaginar la belleza
de la armonía? Niños jugando bajo el sol. Prados verdes. Otoños tiernamente marrones. Las
noches, en los inviernos blancos, en que en que nos sentábamos frente al fuego del hogar. Mamá
nos regalaba cada noche una taza de chocolate caliente.
En un principio tuvimos suerte ya que muchos compatriotas sufrieron inmensas privaciones
durante esos tiempos.
Mi padre trabajaba en la Universidad. Pero nada duraría. Los rumores de la guerra nos parecían
lejanos. Sin embargo llegó brutalmente.
Nuestros amigos que marcharon al frente comenzaron a morir. ¡Es tan sencillo enviar manada
tras manadas de muchachos y hombres a la muerte! En esos momentos hasta ellos mismos
deseaban dar su vida por la patria. Tienes que saberlo: nosotros amamos a nuestra nación, por
ello no importaron los sacrificios.
En ese tiempo pasaba los días llorando a escondidas. No debía hacerlo frente a los demás, ya
que me había propuesto ser fuerte.
Las ciudades se convirtieron en ruinas. Me fui apagando poco a poco.
Me refugié en el estudio y luego, al final, lo conocí a Él. Huimos. Llegamos a este país.
El viaje fue largo y penoso. Nunca más podríamos regresar. Atrás quedaron los sueños y las
ruinas. El fin de millones de vidas.
No puedes entender el profundo dolor que siente. No es físico, es un ahogo, como si estuvieses
a miles de metros bajo el mar, en oscuridad. Quieres escapar, huir y es imposible.
Sabes que tu país, al que amas más que nada, ha sido convertido en ruinas. Que tus amigos no
volverán nunca.
Cuando nos enterábamos de las brutalidades realizadas por los rusos, llorábamos callados, en
un silencio hosco, sordo, duro y brutal. Ya no tendríamos ni veranos ni inviernos para disfrutar.
Los rusos entraban en las poblaciones, mataban sistemáticamente a los hombres. Violaban a las
mujeres sin distinción. Luego las abrían a punta de bayoneta. Y después llegaron las bombas
indiscriminadas.
Mis tías vivían en Dresden. Una de muchas ciudades sin defensas fue convertida en ruinas, por
los bombardeos norteamericanos. Miles de inocentes pagaron con sus vidas una culpa que no
tenían.
Durante mucho tiempo me despertaba en las mañanas, en éste campo y no quería vivir.
Deseaba que la muerte me llevara de una vez. Mis hermanos y mis padres habían muerto... Él me
decía al verme destrozada “Naciste para ayudar a los demás. Aquí es el lugar, debes olvidar”. A su
vez miro a ese Anciano encorvado y agotado, en límite de sus fuerzas y sufro por él.
-No llores...
-¡Te quiero tanto Mario! acepta lo que Él te diga por favor, solo es una fiesta.
-De acuerdo querida. Mañana temprano empezamos la recorrida.
-Recuerda que cada día deberemos presentarle un informe.
-Lo haremos.
Realmente no entiendo todo esto ¿Qué poder tiene el Anciano sobre tanta gente?
24 de Enero 1958
Ha sido otro día agotador. Recorrimos una buena parte de los puestos, estancias y caminos.
Todos vendrán.
Estoy escribiendo a la una de la madrugada, mañana a las seis seguiremos. Necesito dejar en el
papel estas palabras, antes que el cansancio me venza.
A las once de la noche salí del hotel para cenar con Frida. Mi patrón me invitó a tomar una copa.
No llegué lejos. Don Otto, en la puerta, sentado en su eterno banco de quebracho, me llamó. Le
dije que ella me esperaba. Como de costumbre me fue imposible contradecirlo. Ese hombre tiene
algo que no alcanzo a comprender. Nadie en el pueblo le dice que no. Es más, me extraña el
respeto que le profesan. Le temen ¿Pero quién podría temer a alguien como él?
Me senté esperando que la charla durara poco. La cena ya estaría lista y yo con un hambre de
lobo después del trajín de día.
-Don Otto Frida se va a enojar si tardo.
-Que se enoje. ¿Está contento aquí en el pueblo?
-¡Claro! ¿Cómo podría no estarlo? Ella es maravillosa.
-¡Cuídela!
-¡Eso haré con todo mi corazón! La fiesta va a ser estupenda.
-Seguramente será la última para mí.
-¡No diga eso! Todavía le quedan años por delante.
-Mario, no intente darme esperanzas que no existen. Todo se acaba en algún momento.
De pronto regresó otra vez a su mundo.
Luego de un largo silencio continuó:
-Siempre he creído en dos cosas: en la fuerza y en la voluntad. Si las tiene nada podrá detenerlo.
O al menos les será muy difícil doblegarlo.
Cuando era joven perdí primero a mi padre y luego a mi madre. Pertenecían la clase media. Él
fue funcionario público. Hasta ese momento mi vida había trascurrido sin mayores penurias. Pronto
se terminó esa vida monótona y tranquila. Así me vi lanzado a la lucha por la supervivencia.
La magra pensión de mi madre apenas me alcanzaba para comer.
Pienso que la vida al sacarme de la comodidad y arrojarme a las garras de la pobreza y de la
miseria, forjaron en mi espíritu a un hombre fuerte. Capaz de soportar los embates más difíciles.
Debo a aquellos tiempos mi dura resistencia y también toda mi fortaleza.
Me encontraba en Viena, allí sufrí cinco largos años de calamidades y miserias.
Para muchos, en aquella época antes de la Primera Guerra, esa ciudad podía imaginarse como
el lugar de la alegría, de gentes satisfechas. Solo fue así para los afortunados.
Trabajé de peón y pintor, pobres trabajos que apenas alcanzaban para poder alimentarme. Mi
única pasión eran los libros y muy pocas veces la ópera. ¡Cuánto sacrificio para poder comprarlos!
O comer o leer, las dos cosas a la vez eran imposibles.
Esa vida me ayudó a comprender el mundo que me rodeaba.
Mi camarada fiel fue el hambre ¡Que constante y larga fue la lucha con ella! Me preparó para la
otra gran lucha que más tarde vendría.
No puedo olvidar a los miles de desocupados y vagabundos que deambulaban en la oscuridad
del sufrimiento. Las noches de los largos inviernos tiritando sin carbón, en sus paupérrimas
viviendas.
Seguía mi vida pero observaba y aprendía. Estudiaba a aquellas gentes. Al padre de familia que
llegaba a su precaria vivienda el día de cobro. La familia entonces comía. Los siguientes, hasta el
próximo salario, conocían un solo nombre: dolor por el hambre.
Frecuentaba a las tabernas no para disiparme o beber sino para mirar a lo más bajo de la
sociedad. A ese padre que gastaba los únicos pesos en bebida. Cientos de miles de familias
abandonadas a su suerte. Mientas en la otra Viena se reía en los salones, festejaban una fiesta
interminable. ¡Vaya si eso me sirvió!
Lo vi todo desde abajo. Desde el mismo lugar del humillado, del pobre, del borracho
nauseabundo, del olvidado. ¡Sí, yo sufría el mismo hambre! Pero aprendía más y más.
Comencé a comprender donde se encontraba el enemigo.
Los encumbrados en otra clase social daban vuelta sus caras para no ver todo ese sufrimiento.
El terror de caer ellos en ese infierno.
Regresaba cada noche a mi modesta habitación, cenaba frugalmente y leía, leía.
Sí, fueron largos, largos años.
Soñaba con un país donde se lograra un milagro: todas las clases sociales trabajando unidas
para el bien común. Imaginaba derechos para los trabajadores. Buenas viviendas. Oportunidades.
Desarrollo social. Luchamos por ello ¡vaya si luchamos!
Estoy tan cansado.
Se ha hecho tarde vaya, vaya con Frida. Mañana hablaremos.
Cuando me levanté uno de los hombres que estaba a prudente distancia se acercó. Intenté
ayudar al Anciano a levantarse, el gigantón corrió y me sacó el brazo sin decir palabra. Lo llevó
muy despacio.
Encontré a mi amada muy enojada. Me recriminó la tardanza. Cuando supo que Don Otto me
había retenido cambió totalmente de actitud. Me abrazó con una ternura única. Me dijo al
oído: “Vamos a comer, después si no estás cansado... podrías mimarme un poco”.
Ella ya duerme feliz. ¡Nos hemos amado tanto! Estoy rendido. ¿Qué habrá querido decir el
Anciano con eso que se preparaba para la gran lucha?
25 de Enero 1958
La noche ha traído un viento fresco que llegó desde el este. Un alivio.
Mientras regresaba a casa, me quedé un rato mirando al sol que se deshacía en la llanura.
Caminaba un poco cegado cuando vi al Anciano que descansaba en la plaza. Como de costumbre
uno de sus hombres permaneció firme como una roca a varios pasos. Me senté en silencio junto a
él. Con temor pensé que si me veía pasar no quedaría bien dejarlo solo. Dormitaba respirando
entrecortadamente. De pronto abrió esos profundos ojos oscuros y dijo:
-¿Usted cree en un Dios, en algo después de esta vida? Y ¡no me mienta! Sinceramente no me
importa que pase después.
-No. Imagino que la muerte es el final. Sin cerebro, sin conexiones nerviosas supongo que se
acaba todo.
-¿Se da cuenta de las implicancias que esa idea genera?
Yo pensaba en Frida y en mi estómago. No tenía deseos de comenzar una larga charla. La luna
se levantaba inmensa, ajena a nosotros. Miré a sus ojos fríos, inmutables. Tuve que responderle
“Sí” –dije–.
-No hay castigos, ni recompensas. Cualquier vida sería igual a otra. Todo acto de heroísmo o de
barbarie carecería de efectos.
-De efectos no. Imagine que alguien causa un enorme dolor a otros. No es gratuito. Es
sufrimiento. Y si existe en el mundo un mal específico, acciones que independientemente de las
costumbres, sean el mal absoluto, en todos los tiempos, es seguramente el dolor causado a otros.
Si se hace sufrir a cualquiera eso es el mal.
-Me refiero al después. Nada de recriminaciones ni premios.
-Quizás.
-¿Quizás? ¿Es ateo o no?
-Tengo dudas ¿Cómo podríamos estar seguros?
-En mi juventud creía firmemente en un Creador. Ya no. Tanto dolor en silencio. Durante la
Segunda Guerra me llegaron unas fotos a mis manos. Crímenes cometidos por los rusos. Cientos
de mujeres y niños masacrados. Fue una de las pocas veces que lloré en mi vida. ¿Dónde se
encontraba entonces ese Dios, dónde?
-¿Por qué tendría que estar Dios de un lado o de otro? Se estaban matando.
-Sencillamente no estaba ni estará nunca al lado del que sufre. Al menos no para ayudarlo.
Quizás hemos inventado a un Dios porque no lo teníamos. Es una necesidad creer.
Estando en Leoding, tendría quizás cinco años, otro niño vivía a dos casas de la nuestra. Lo
recuerdo tan bien. En el fondo de su vivienda habían cavado un gran pozo. Yo no había visto el
peligro. Él se encontraba al otro lado, lo llamé y corrió hacia mí. En un instante lo vi caer. Todavía
escucho su grito desgarrador y el golpe del cuerpo en el fondo. Me asomé, aún estaba con vida.
Yo gritaba, gritaba. Sus padres lo habían dejado en casa. Corrí a buscar a mi madre. Nada
pudimos hacer, cuando lo sacaron estaba muerto. Esa noche recé hasta sangrarme las manos de
tanto apretarlas. Imploré para que volviera a la vida. Yo lo había llamado, por mí murió. Lloraba
gritando. Ese Dios no estuvo allí. Tampoco en las trincheras cuando las balas cercenaban una y
otra vez las vidas de mis camaradas.
Yo fui herido dos veces y sobreviví en infinidad de oportunidades. ¿Por qué no hubo una bala
para mí y si para otros?
Durante mucho tiempo pensé que la Iglesia era fundamental para el hombre. Pero yo estoy al
final de mi vida y ya no me importa.
Le diré algo fundamental quien tenga el poder deberá llegar a él no por la fuerza. Solo hay una
forma, al pueblo no se lo conquista, éste debe entregarse. Para ello hay que amarlo para ser
amado. Respetarlo. Y mostrar el ejemplo. Quien comande deberá ser austero.
Volviendo a la fe, ésta tiene un rol fundamental en el Estado. Aunque hoy yo no espero a un
Dios, el pueblo necesita de ejemplos. Las enseñanzas de la iglesia sirven para ese propósito.
-Entonces si no hay un Dios, si no hay un después, tampoco habrá dolor, sencillamente nada.
-¿Por qué debería sentirlo?
-Bueno, nadie está libre de culpa.
-¿Usted piensa que yo debería tenerla?
-Don Otto, no conozco su vida, no lo sé. ¿Por qué pensar en la muerte?, mire que noche.
Escuche los grillos. Esta paz es una maravilla. El aire huele a eucaliptus. El sonido de algún pájaro
que llega a su nido, perros en la lejanía. El campo que nos habla bajo las estrellas ¿No es
hermoso?
-Sí, paz. Se ha enamorado por eso habla así. ¿Qué sabe usted? ¿Qué vida ha tenido? ¿Qué ha
logrado hasta ahora?
-Nada, sinceramente solo soy un pobre hombre deambulando por los caminos buscando
sustento. Pero aquí tal vez encontré el camino. Vivo feliz. Por primera vez siento la inmensa
necesidad de darle ternura a alguien tan especial como Frida.
-Usted es un buen hombre.
-Sin duda ha luchado mucho en la vida. Lleva una gran carga. Deje el pasado atrás y disfrute de
estos momentos de sutil belleza. ¿Siente la brisa sobre las hojas?
-No puedo Mario, la carga es demasiado pesada. Despierto cada mañana esperando que sea la
última. Descansar. Sí, el olvido. Vaya a cenar, su Frida lo espera. Es un hombre con suerte. Vaya.
Me despedí y corrí las cuatro cuadras hasta la casa de Frida.
-¿Qué te pasó? -dijo.
-Don Otto. Ese hombre no se encuentra bien.
-Ya lo sé amor. Sufre mucho. ¿Te dije que te quiero?
-Sí, muchas veces. Por primera vez en toda mi vida siento que puedo descansar a tu lado.
Así termina un largo día.
¡Qué extrañas las palabras de ese hombre, una pesada carga...
26 de Enero 1958
Tuvimos un día terrible. Salimos temprano a terminar con las invitaciones para la fiesta. Frida
quiso correr con su corcel. Como de costumbre al galope. Una tromba. La seguí de cerca. Cuando
Parsifal entró en el monte y lo vi salir solo me aterroricé. Detuve la camioneta y corrí. Estaba
tendida. Golpeó contra una gruesa rama en la frente. El impacto fue brutal. La subí desmayada y
aceleré. En un instante llegué al pueblo tocando bocina. La cargué en mis brazos. Don Otto
sentado en su eterno banco preguntó qué había ocurrido. A los gritos le expliqué. Uno de los
fuertes hombres del Anciano la alzó. El Anciano me tomó del brazo fuertemente.
“¡Cálmese! va estar bien” –dijo–. Temblando lo seguí a dentro del Hotel. La acostaron con una
bolsa de hielo en la cabeza. Para mi asombro ella abrió los ojos. Se tocó la frente y dijo: “Que
golpe ¿Persifal está bien?” “Sí, y el árbol también ¡Casi me infarto! Ese golpe habría matado a otra
persona” –le dije–. “Ella es muy fuerte” –dijo Don Otto–. Cruzó su mirada con la de Frida y ambos
sonrieron.
La dejé descansar. Según él, ella posee un organismo privilegiado. Ya no tiene ninguna marca
de semejante golpe. Es realmente sorprendente.
La dejaron en el hotel por las dudas. Pasaré la noche solo ¡Ya la extraño! Iré a dormir, mañana
es la gran fiesta y tendremos que estar atentos a todo. Si algo sale mal no quiero imaginar cómo se
pondría el Anciano.
¡Mar del Plata! Mi familia hace varios días que no llamo. Les haré un giro con algo de dinero.
27 de Enero 1958
Y pasó la gran fiesta. ¡Fue un éxito! No hubiese imaginado que esta gente tan dura pudiese
lograr tanta alegría. Don Otto estuvo de un lado para otro controlando cada actividad. Frida,
durante un par de horas, lo llevó a su habitación, estaba muy cansado.
Todo empezó muy temprano. ¡Decenas de grandes tiendas! En la calle principal instalaron el
palco. Las autoridades dieron comienzo. Primero desfilaron los bomberos y la policía (solo cuatro
agentes). El Intendente dio su discurso. Tuvimos carrera de caballos y hasta de carros. Luego fue
el turno del desfile de carrozas. Los paisanos se esmeraron. Fue brillante. Se preparó una gran
tienda que ofició de comedor. Se la abarrotó de mesas y sillas.
Muchos fueron los asadores. (A pesar del disgusto del Anciano) tuvimos asado con cuero,
lechones al asador, corderos. Infinidad de chorizos y ensaladas hermosamente decoradas. Y Por
supuesto vinos. Él prácticamente obligó a más de veinte muchachas a ofrecer jarras de cerveza
helada, salchichas y chucrut. Las veía ir y venir con sus los típicos vestidos alemanes.
Frida fue un capítulo aparte. Bajo el sol parecía flotar. Se paseaba con la brisa dejándose llevar
de mesa en mesa. Su lindo pelo rubio se convirtió en dos trenzas que la hicieron aún más joven.
Sonreía a todos, contagiando su risa plena y pura. Obviamente su vestido de campesina alemana
fue el más hermoso.
En el desfile Don Otto estuvo atento, aunque no subió al palco.
Pude observar a ese extraño hombre. No miraba a los que orgullosos pasaban frente a las
autoridades. Su mirada voló a otro lugar. Tal vez lo imaginé pero no estuvo allí. Duró minutos, lo vi
viajar lejos. Quien sabe qué momentos de su vida recordaba. ¿Dónde habrá estado? ¿Cuánto
sufrimiento habrá traído de su querida patria?
Hacia la tarde volvieron las cuadreras. También se organizaron juegos para los niños (a cargo de
las maestras de la escuelita).
Por la tarde los paisanos sacaron los mates, y tortas fritas. Pero claro Don Otto no se iba a
quedar atrás. Organizó una gran mesa con tartas y postres típicos. Por supuesto me hizo probar
cada uno de ellos. Acepto que son muy sabrosos. Así mientras me volvía loco con sus
explicaciones Frida cortaba pequeños trozos y decía con su vos maravillosa -Querido prueba esta
berlinesa, ah mira, pastel de queso, y éste plum cake no te lo pierdas. Esa de allí es la famosa
selva negra...
El Anciano casi me ahoga en cerveza, que sumada al vino, café, tortas fritas, asados varios y
chorizos me han dejado en un estado lamentable.
Llegó la noche y la fiesta seguía. Una improvisada banda de música tocó una marcha. En un
extremo de la plaza se colocaron los dispositivos para lanzar los fuegos artificiales. Y el cielo se
llenó de luces. Uno mejor que otro. Las cabezas levantadas gritaba un ¡Ho! o un ¡Ha! Todos se
maravillaron. Él cerraba los ojos y escuchaba las detonaciones. Un dineral quemado. Frida no
quiso mirarlos, se aferraba a mí en cada explosión. Se alteró mucho.
De cada árbol se colgó un farol de papel.
Al finalizar el espectáculo caminé con ella hacia la entrada del pueblo. Lejos de las luces el cielo
en un negro profundo nos extendió una sábana de estrellas. Nos abrazamos y ella dijo:
-¡Qué hermoso! El pueblo parece inundado de luciérnagas. Todo ha sido maravilloso, Don Otto
estuvo feliz y yo bueno... estoy a tu lado ¿Qué más puedo pedir?”
Así terminó el memorable día. Agotada se durmió a mi lado. Tal fue su felicidad que no le
comenté las sombras que yo veo sobre ese hombre.
28 de Enero 1958
Otro día perturbador. Mientras ella me llena de amor y pasión, el Anciano me sigue produciendo
una inquietud perversa. Es una extraña y agobiante sensación. Además el hecho que mi familia se
encuentre lejos de aquí enturbia mi alma. Querría que solo existiese la dulce y maravillosa Frida.
Irnos. Encontrar algún lugar, dedicarnos solo a nosotros dos. Amarnos más allá de todo. La vida
debería darnos otra oportunidad. Permitirnos que nos libremos de las cadenas. Simplemente vivir.
¿Por qué no podemos sentirnos plenos y sencillamente amarnos? ¿Por qué?
Atilio cerró, como cada medio día, el Almacén de Ramos Generales. Crucé la plaza en camino a
casa. Ya casi todo el pueblo estaría almorzando y luego dormiría la infaltable siesta hasta las cinco
de la tarde. Allí estaba el Anciano bajo un tilo. El guardián, cubriendo sus ojos con lentes,
permaneció firme.
Es evidente que gozo de cierto permiso para estar junto a él. Ahora me doy cuenta que nadie se
le acerca. Salvo en alguna reunión del pueblo. Cuando estoy a su lado el gigantón de turno se
queda a unos cuantos metros. Con nadie más ocurre.
Me acerqué a su banco y lo saludé. Permaneció con los ojos cerrados. Pensé que dormía. Iba a
retírame cuando con vos entrecortada pero firme sentenció:
-Siéntese. ¿Sabe usted que es la fuerza?
-¿La fuerza? No entiendo.
-Cuando era niño mi padre me azotaba duramente con un palo. Un día decidí no llorar ni una
sola lágrima. Aguantaba cada feroz castigo sonriendo. Me mordía los labios hasta sangrarlos. Pero
no emitía ni un quejido. Mi padre se enfurecía. ¡Yo era más fuerte! Muchos años más tarde, en
extremas dificultades esa fuerza me sirvió para sentirme como un ser poderoso.
Se interrumpió en un acceso de tos. Me di vuelta, el guardián se acercó, pero él reponiéndose e
imperativamente casi gritó “¡Estoy bien!”
-Me propuse que nada ni nadie se interpondría en mi camino. Estuve decidido a vivir una vida
plena, para ello no debería atarme a una persona. Y así fue. Mi patria estaría siempre primero. Ni
la miseria ni las guerras después lograron doblegarme.
Se interrumpió. Luego de un largo silencio continuó pero ahora sus palabras denotaban un
extremo cansancio. El terrible pasado regresaba para torturarlo. Sus manos temblaban
descontroladamente.
-Mi vida ha durado una eternidad. Todo vuelve una y otra vez. Las largas noches en Viena. El
hambre. El dolor al ver a los miserables sin nada. Luego alistándome en la Gran Guerra. El barro.
Cavar, cavar, mientras las ratas nos pasaban a veces entre las piernas.
El frío mordiéndonos. Los largos inviernos. La vida en las trincheras. El silbido que llamaba a
subir las escaleras y correr hacia la metralla. Los ojos de los camaradas aterrados pero decididos
por su deber y su patria.
Todos esos muchachos. El fuego, el humo el dolor de las pérdidas.
Un día cuando caí herido, ciego por los gases, todo se derrumbó. La guerra terminaba.
Habíamos perdido, pero no porque nuestros ejércitos no hubiesen estado a la altura de las
circunstancias. Tuvimos un problema moral. Desde la capital se esforzaban en decirnos que no
valía la pena seguir la lucha. El enemigo no estuvo solo en el frente, lo tuvimos adentro.
Un Estado puede tener el armamento más poderoso, pero sin un ideal, sin moral no es nada.
Fíjese la importancia de estar unidos, de creer.
Todas las clases sociales deben trabajar juntas, no odiarse.
Si un solo ciudadano sufre ya no hay justicia. Todos deben contar con posibilidades similares.
Luego algunos serán más inteligentes que otros, tendrán más oportunidades, pero los que no las
tengan no deberá sufrir privaciones. Para eso la patria deberá ser querida y amada.
Ahora soy este viejo. Los recuerdos son como hierros al rojo en mi carne.
En aquellos tiempos pensaba cuáles eran las fuerzas que sostenían a un Estado: el espíritu y la
voluntad de sacrificio de cada uno por la Nación. No importaba la economía. El hombre jamás va al
sacrificio por ésta, pero sí por los ideales.
Tanta lucha para llegar a esto. Un mundo que se ha llevado por delante todos los principios.
Toda la sangre derramada, en los campos de batalla, para que el mundo se haya convertido en un
gran bazar. ¡No lo soporto! Vender y comprar.
¡La gran culpa la tienen los banqueros! ¡Es inmoral la usura! No lo olvide la razón de ser de los
bancos es prestar dinero y obtener ganancias desmedidas.
Años más tarde comprendí en el terrible camino en que estaba nuestra Nación: el maldito interés.
Sí, prestar dinero y cobrar por ello es el mayor de los salvajismos. Así empezó a carcomernos lenta
pero seguramente. Un Estado no debe permitirlo. Solo el trabajo productivo o de servicios son los
que dignifican a un pueblo.
El Anciano cerró los ojos. Alejado del presente se encontraba ahora en el pasado.
-Franz, sí, en aquel invierno recibió un disparo en el pecho. Quedó allí apoyado contra una cerca,
con los ojos abiertos, mientras su cuerpo se helaba. No pudimos sacarlo. Días enteros lo vimos. Ni
siquiera una simple sepultura.
¡Qué larga lucha fue aquella!
Él hizo un gesto y el hombretón se acercó y lo levantó. Sin mirarme dijo
-Vaya con Frida.
Me quedé allí parado, mientras se alejaba despacio bajo el furioso sol.
Antes de abrir la puerta de la casa de mi amada, el sonido de la chicharra me aturdió. Entonces
llegó a mis huesos el frio de la nieve. Todo el calor de aquella tarde no pudo quitarme la imagen de
un soldado congelado, apoyado contra una cerca. Al verme desencajado ella me preguntó que me
pasaba. No pude decirle. Mientras la abrazaba seguía viendo a aquel soldado imaginario pero real.
La figura del Anciano me siguió. Ella al verme temblar me llenó de dulzura.
Nada pudo quitarme el horror de esa fracción de segundo en que con mi propia alma sentí la
guerra.
Ese hombre me produce una aversión que no puedo entender. Y esas terribles palabras que dijo
sin ninguna razón aparente “Siento culpa pero no arrepentimiento, por que la culpa se origina en la
idea de deuda y yo no pude terminar mi trabajo” ¿Qué habrá querido decir? Otras veces siento la
necesidad de ayudarlo. Lo veo débil, acabado. Pero sus ojos dicen otra cosa. Fragilidad y
violencia, eso es. ¿Pero por qué? Frida lo cuida como a un niño, ella es tan dulce. Lo extraordinario
es que él ha hecho lo imposible para que estemos juntos.
1 de Febrero 1958
Hoy hizo mucho calor. Mañana domingo pasaremos el día en la estancia de los Trama, tienen un
formidable tanque australiano.
Serían las diez de la mañana, estábamos en plena actividad. El almacén de Don Atilio rebosaba
de clientes, entonces escuchamos el grito. Todos corrimos. En medio de la ancha calle de tierra un
carro fue rodeado por las personas que pasaban por allí. Tendido muy cerca de las patas del
caballo estaba el amigo del pueblo. El gran Thor, un hermoso pastor alemán, sufría bajo el sol. El
Anciano rengueando, no tardó en llegar al tumulto, se encontraba solo a unos pasos. No obstante
uno de sus hombres lo llevó del brazo. Solo Dijo “¡Atrás!” Inmediatamente le dejaron paso y
guardaron silencio. Veo la imagen como una película. Tuve la sensación que todos estaban
expectantes, esperaban su orden. Se arrodilló con dificultad. Acarició la cabeza del gran perro. Los
ojos de Thor se posaron en los suyos. Quedé petrificado, el pobre animal parecía hablarle. Frida
llegó corriendo con uno de los hombres. El Anciano le dijo algo. El corpulento hombre levantó al
perro y lo llevó al hotel. Lo pusieron sobre la mesa. Enseguida ella realizó las primeras curaciones.
Habló en alemán con Don Otto. Luego me miró. “Debo operarlo, tiene daños internos” –dijo–. En
unos minutos varios de sus hombres impidieron que pasaran los curiosos.
El pueblo entero estaba allí. Él daba órdenes precisas. Se trajeron biombos, un tubo de oxígeno.
Desinfectantes, vendas y una mesa de cirugía. En menos de media hora todo estuvo dispuesto.
Thor fue medicado para evitar el dolor, dormía aunque se quejaba. Frida gritó “¡Ahora todos
afuera! Tú también Mario”. Antes de salir le pregunté en el oído:
-¿pero vos sabes operar animales? Me regaló una de sus hermosas sonrisas.
-Tranquilo, se lo suficiente –dijo.
Llegó la siesta y todos estuvimos bajo los árboles, en la plaza o en bar. Nadie levantaba la voz.
Cuatro horas después Ella salió cubierta de sangre. Corrimos. “Va a estar bien. Vayan a
descansar” –dijo–. Le pregunté por Don Otto. Contestó que se quedaba cuidando a Thor. Le dije
que debería estar muy cansada. “Para nada, el que se ve agotado eres tú. Vamos a casa y
comamos algo. En una hora se le pasara la anestesia y debo volver”.
-¿Te dije que aparte de ser hermosa tienes un físico envidiable? No te fatigas y aquel brutal
golpe que tuviste fue apenas una caricia.
-Deja eso y comamos.
Durante el resto del día y la noche no volví a verla, tampoco al Anciano. Ambos se quedaron con
Thor. Intenté preguntarles a los hombres que hacían guardia en la puerta del hotel. Fue inútil.
Parecen de piedra, ni una sola palabra.
Abrimos tarde el negocio.
Esta noche, por primera vez en muchos días, cené solo.
El sueño no llega. Me senté en el porche. La noche sin luna se ha llenado de estrellas. Una leve
brisa trae la frescura con el perfume de los tilos.
Hace mucho que no pienso en mi familia, allá en Mar del Plata. Mañana llamaré.
Las palabras de Don Otto vuelven una y otra vez, agitándome.
Sus largos discursos totalmente lúcidos dejan, por momentos, paso a inmensas lagunas y
palabras incoherentes. Es claro que sufre una enfermedad que avanza. Imagino una sorda pero
brutal lucha en su interior. Ya no le interesa la vida pero hasta el último aliento intenta erguirse,
mostrar una fuerza que se va. Eso lo encoleriza. Lo he visto en su eterno banco intentando
levantarse solo. Ya no puede, día a día empeora.
2 de Febrero 1958
Luego de tantos días de sol y calor ha llovido todo el día. Al fin un poco de fresco.
Mi ventana está abierta, llega el perfume de la tierra mojada. A lo lejos el resplandor de los rayos
se aleja hacia el sur.
Frida tampoco ha estado. Como de costumbre, cuando esto ocurre nadie habla. Supongo que
habrá ido a atender alguna urgencia en el campo.
Antes de abrir el almacén pude ingresar al hotel. Los hombres de Don Otto desaparecieron. En
un rincón oscuro estaba él. A sus pies descansando sobre una gran manta, dormía Thor. En
silencio me senté a su lado. El Anciano alzó pesadamente su cabeza hacia mí. Volvió la mirada
hacia el perro. Su mano temblorosa lo acariciaba lentamente. El animal cambió su respiración. Se
hizo más calma. Había pasado muchas horas a su lado. Una extraña y estrecha relación entre dos
seres tan distintos y tan solos.
Hoy comprendí (o creo entender) a Don Otto. Un anciano duro como piedra, deshaciéndose lenta
pero inexorablemente. Es un ser que no necesita del cariño, pero que puede darlo a un perro. Frida
le brinda un cuidado y un amor que no entiendo. Son tantas las cosas que ignoro. Se ocupa hasta
el cansancio de ese ser indefenso. Aunque la palabra indefenso no es aplicable. Es un despojo
humano, pero de ninguna manera es frágil. Como un viejo jarrón de dura arcilla, golpeado una y
otra vez, pero aún firme. Ella Intenta hacerle menos pesado el sufrimiento. No solo el dolor físico,
quiere aplacarle otro suplicio más profundo, quizás más tétrico. Cuando reposa dormido uno no
puede menos que sentir una profunda tristeza al verlo, después de todo solo es un anciano. Pero
cuando abre los ojos e intenta incorporarse todos presienten a un furioso animal malherido y aún
peligroso.
Quiero imaginar su pasado y no lo logro. Por momentos sus ojos duros parecen echar chispas,
mientras vuelan al pasado. Su boca se abre en un esfuerzo por tomar aire. De pronto su cuerpo se
agita descontroladamente.
En el lugar y tiempo en que estuviese, seguramente ocurrieron hechos terribles.
Cierra los ojos y se duerme perdiéndose definitivamente.
Es tarde espero que mañana ella vuelva, la extraño tanto.
3 de Febrero 1958
Regresó Frida, ha recorrido el campo vacunando a los niños y haciendo revisiones de salud.
Don Otto amaneció mal y lo han llevado fuera del pueblo. Le pregunté a donde lo internaron y
como de costumbre responde elípticamente. El hombre se encuentra muy mal. Sus hombres han
desaparecido también.
Hoy tratamos de pensar solo en nosotros. La noche ha sido larga y estupenda. ¡Cuánto tiempo
sin sentir de esta manera! Jamás imaginé que sería capaz de brindar tanta ternura y placer.
El tiempo pasa y uno se vuelve un solitario. Imagino a un viejo lobo, que ya ha dejado su
juventud y deambula en las noches. Alejándose de los hombres. Olfateando el aire, evitando las
tibias aldeas. Año a año pierde el sentido del roce de otro cuerpo. Piel con piel. Algún hocico que
disipe, aunque sea brevemente su soledad. Acurrucado en la nevada, tratando de guardar el poco
calor de su cuerpo. Soñando que la manada lo sigue, pero se encuentra solo. La dulce Frieda, tan
humana ha logrado que en el lobo despierte el instinto, tanto tiempo olvidado. El roce de su piel y
una sola mirada de sus ojos son suficientes para traerme a un mundo de color y luz.
Antes de dormirse ha dicho algo, que aunque no es claro, me preocupa “No te enamores de mí
Mario, por favor no me ames tanto.” Le dije que ya la amo como nunca lo hice con nadie. Entonces
volvió a llorar en silencio. Se lo dije y lo negó.
-Duérmete –dijo–. No he podido.
Estoy aquí en plena noche escribiendo estas palabras. La cortina se mueve por una suave brisa.
Escucho al búho y a lo lejos a algunos perros. El aroma de los eucaliptus me invade.
Todo es silencio apenas interrumpido por los sonidos apagados de la noche.
Quiero olvidar esta sensación de desasosiego y ahogo que me embarga. Algo en mi interior me
quiere mantener alerta. ¿Pero por qué? ¡Estoy feliz, ella me ama! ¿Qué más puedo pedir?
Suena en mi mente una música cadenciosa, tenue que va creciendo hasta convertirse en el
trueno de los dioses. En cielos inmensos. Llega el rayo y el trueno explota en prodigiosos tambores
y violines que llevan a un diluvio. Agua que estalla en la tierra ávida. Y el cielo se abre para dar
paso a una luz pura que se desparrama sobre la foresta. Sí, recuerdo cada nota de La Cabalgata
de las Valkirias. Frida es una de ellas. Una diosa única e irrepetible. Un ser portentoso que el
viento ha traído desde un cielo de dolor.
Al fin sus pies fantásticos han tocado una tierra extraña, pero libre de sufrimientos. Ha bajado
hasta mis brazos. El camino llegó a su fin. Estoy aquí para darle lo que nunca pude darle a nadie
más. Quiero ser pleno, que nada enturbie esta felicidad.
Ella duerme. La veo como un ángel pero sé que sufre.
¿Qué habrá pasado con el Anciano allá en Alemania? ¡Cuántas preguntas y tan pocas
respuestas! Me ha dejado entrar en su círculo, amarla intensamente y sin embargo hay tantas
puertas cerradas aún. La amo, la amo más que a nadie en toda mi vida. ¿Qué es amar? Quizás
este deseo abrumador y magnífico. Mientras mariposas de miles de colores flotan en mi mente y
en mi piel cuando ella se acerca. También el terror agazapado como una cobra, el temor de
perderla para siempre. La certeza del final. De una noche oscura definitiva, sin retorno. De un
vacío absoluto. Sin su amor mi vida caería en un abismo sin fondo y sin fin. Por eso en las noches
la abrazo imaginando que nunca, nunca se irá.
En la mañana cuando se ha marchado y estoy en el almacén de ramos generales me desespero
imaginándome que no volverá. Llega la noche y Frida vuelve a mi vida, entonces todo está bien.
Respiro tranquilamente y me aferro desesperadamente a su cuerpo. La amo, más allá de toda
prudencia. Mi necesidad es respirar su aliento y mirarme en sus ojos. Escucharla cuando me
nombra y ese sonido sube para mí hasta el infinito, solo para mis oídos.
La noche sigue corriendo indiferente a todo.
Cada minuto del reloj suena en mi alma como un futuro e impredecible cadalso. Las palabras
para siempre son vagas, lejanas e ilusorias. ¡No quiero perderla!
6 de Febrero 1958
Hoy trajeron a Don Otto, aparentemente se ha repuesto un poco. Enseguida me mandó llamar.
Lo acomodaron en el Hotel, ya no podrá caminar hasta su cabaña en las afueras del pueblo.
Luego de la siesta fui a su encuentro. Por una hendija de la ventana se colaba un solo rayo de
sol. Lo encontré recostado. Dos de sus hombres permanecían de pie. Hizo un gesto y nos dejaron
solos. Me pidió agua. Temblaba tanto su mano que derramó parte del vaso. Le di de beber. Sus
ojos vidriosos aún son dos aljibes oscuros y profundos. Imagino que la noche más oscura bulle en
recuerdos esporádicos, en el fondo de su alma.
Me pidió que me sentara a su lado. Comenzó hablando muy bajo, con una enorme dificultad.
-Aún estoy aquí ¿qué le parece?
-Va a mejorar.
-No diga pavadas.
Esbocé una sonrisa. Enseguida le pedí disculpas.
-No se disculpe. Es gracioso. Hace mucho tiempo que no escucho una broma. Ya es hora, todo
se acaba y está bien que así sea. Es la vida. ¿No lo cree?
-Sí, así es a mí también me llegará.
Pronunciaba las palabras con un gran esfuerzo. Le dije si no sería mejor que descansara.
-Lo único que me queda es hablar, necesito hacerlo.
En el final uno se pregunta muchas cosas. Que hubiese hecho en tal o cual situación. Quisiera
enmendar los errores, pero es imposible. Cuando uno aprende ya es muy tarde.
El recuerdo es dolor que vuelve una y otra vez a acicatear lo que queda de memoria. No tiene
ningún sentido, pero se encuentra allí, en la última parte del consciente que nos queda. Fuimos, ya
no somos.
En éste tiempo sombrío y en ésta tierra lejana me apago y lo acepto. Pero no estoy satisfecho
¿Cómo podría estarlo? Todo ha sido un desastre. He luchado para ver un mundo diferente, he
fallado.
Sin amor a la patria nada es posible. Primero un pueblo debe tener condiciones sociales sanas
para la educación individual. Solo aquel que haya aprendido primero en el hogar y luego en la
escuela a apreciar la grandeza de su patria, solo entonces podrá sentir el profundo orgullo de
pertenecer a su país. Recuerde esto: solo se puede luchar por lo que ama, se ama lo que se
respeta y se puede respetar lo que se conoce. El ciudadano se debe sentir responsable.
Deberíamos sacar a los inadaptados incorregibles y forzar a los indolentes y vagos a servir a su
pueblo y así servirse a sí mismos.
El mundo no puede ser de los cobardes. Es imprescindible la fuerza de la voluntad. Así el
hombre se vuelve inquebrantable.
La Tierra no es otra cosa que una isla, grande y a la vez frágil. Todo se está convirtiendo en un
gran negocio.
Los estados luchan por crear más y más bienes. Objetos de venta.
Surgirán guerras por el control de las energías y también para vender armamentos, que serán
objetos de consumo.
Surgirán nuevos esclavos ávidos de comprar lo que se les ponga delante de las narices. ¿Ve? Si
se elimina el amor a la patria solo quedan negocios. El más espurio apego al dinero. Luché contra
eso. La desnaturalización de la pertenencia a un partido político, al Estado.
¿Sabe lo que está destruyendo todo? Las empresas anónimas, las acciones. ¿Quién es el
dueño? ¿Quién responde por las fechorías y desastres causados a la comunidad? Nadie. He
creído firmemente que los responsables deben pagar. Con sus bienes y con su vida si fuese
necesario.
El Anciano se calló y comenzó a temblar justo cuando entraba Frida. Casi gritando.
-Basta, tú Mario, afuera –dijo–. Entraron dos de los hombres que me miraron en silencio.
Regresé a casa y comencé estas palabras. Ella tarda. ¿Qué habrá pasado?
¡Cuántas cosas dijo hoy el Anciano! Estuvo muy lúcido. Esos cambios son perturbadores. Un ir y
venir. Del presente al pasado y otra vez a éste presente campesino.
Es tarde comeré algo e iré dormir. La extraño tanto.
7 de Febrero 1958
Hoy desayunamos bajo el gran sauce. Amanecía y poco a poco el viento se llevó el silencio y
trajo un día pleno de luz y colores.
El pueblo despertó. Un tractor a lo lejos fue seguido por una bandada de pájaros.
La radio quedamente nos iluminó el alma con una música maravillosa. Solo nosotros dos
llenamos este pequeño paraíso nuestro con las notas que crecieron y llegaron alto, muy alto,
perdiéndose entre las copas de los árboles.
El mundo siguió su camino a través del espacio. Mientras millones de seres nacieron y murieron
en esos mínimos minutos. Ajenos a esta felicidad única e irremplazable, disfrutamos esos breves
momentos intensamente.
Nada dijimos sobre el Anciano. No quisimos romper el encanto del momento. Ella se pone mal
cuando pregunto.
A las nueve partió al campo. Parsifal relinchaba ávido por correr. El horizonte los esperaba.
Un día más ha pasado. Ya es muy tarde y aún no ha llegado.
Poco antes de cerrar el negocio uno de los hombres de Don Otto habló con mi patrón. En
minutos me encontraba otra vez junto al Anciano. Esta vez lo acomodaron en el hall del hotel, en
un gran sillón. Dormitaba cuando entré. Me senté a su lado. Sin moverse dijo -Ha llegado al fin.
Bien. Que le quede claro algo: las injusticias nunca acabarán, ni siquiera en las democracias. Esa
es la realidad del hombre en todos los tiempos.
-Modestamente creo que puede ser de otra forma. Hay que ponerles un límite a los gobiernos.
-¡No me diga! Ahora es un visionario
-Disculpe no quise...
¡Explíquese!
-Digo que habría que brindar al pueblo una herramienta para controlar al poder. Por ejemplo
establecer el plebiscito. Un millón de firmas lo habilitarían y el cincuenta por ciento más uno podría
cambiar una política o defenestrar a un dirigente.
Los políticos utilizan la apatía social para que el vulgo acepte lo inaceptable. Hoy se valen en
gran parte de la prensa. Cuentan la historia y los hechos como necesitan ser contados. No se
permite debatir. Se engaña y manipula. Se excluye al ciudadano. Así utilizando la propaganda el
poder puede hacer cualquier cosa. Incluso llevar al pueblo a una guerra. Es una locura. Por medio
de los diarios se alecciona al pueblo y se modifican las mentes. Y ni que hablar de los medios
masivos de distracción y de la educación pública.
-Usted está loco. Primero el que manda, el líder no debe abandonar bajo ninguna circunstancia la
plataforma de su ideología general. Solo los políticos corruptos hoy dicen una cosa y mañana
hacen otra, traicionando descaradamente al pueblo. Solo piensan en sus propios provechos.
El poder debe estar concentrado en una sola mano. Un sistema de gobierno que pone la facultad
de la decisión final en manos de una asamblea, está asegurando su fracaso.
Solo uno manda. Responsabilidad es la palabra. Debe ser responsable de sus actos y asumir
todas las consecuencias de los mismos. No debe ser de otra forma.
Solo una tormenta de pasiones ardientes puede cambiar el destino de los pueblos; pero
despertar esa pasión solo podrá hacerlo quien en sí mismo sienta el fuego pasional.
De pronto el Anciano hizo silencio. Miré sus ojos perdidos. Luego bajó su cabeza y se durmió.
Sin saber que hacer esperé uno minutos y me levante. Miré al gigantón que lo cuidaba. Lo dejé ya
dormido.
Lentamente regresé a la cabaña de Frida, esperando estrecharla en mis brazos. Mientras
caminaba pensaba en las palabras del Anciano. ¡Que uno solo mandara sería un suicidio! ¿Acaso
no hay ya pruebas suficientes de la locura humana para depositarla en una sola mano? ¿Qué
posibilidades tendremos los hombres comunes de vivir en paz y con dignidad en éste mundo
brutal? ¿Cómo hacernos respetar y escuchar por el poder?
Me acercaba a casa mientras los vuelos furtivos de las aves, que buscaban su nido terminando
el día, me acompañaron.
La noche inmensa aleja los fantasmas. La espero ansioso y feliz. La cena esta lista, las velas
producen un juego de luces y sombras exquisitas. Debe estar hambrienta. ¡Allí llega! Escucho a
Parsifal. ¡Al fin!
8 de Febrero 1958
Ella ha venido temprano. Juntos disfrutamos el anochecer.
Hay momentos en que todo se va apagando y el silencio llena el alma de pura paz y nos
miramos a los ojos. Entonces nos convertimos en un solo y pleno ser.
Ella se encuentra muy nerviosa a causa del Anciano. Me ha dicho que otra vez mañana no
estará durante las horas de la siesta. Le dije que ya tendremos tiempo.
-¿Tiempo? Es lo que se va acabando. ¿Comprendes que te amo? –dijo–.
Me aterra a veces escucharla en esos tonos.
Está allí mirándome escribir. Seré breve.
Luego de almorzar visité a Don Otto. Ya no se levanta. Ese despojo humano aún conserva una
fuerza arrolladora. Otra vez el tema de Dios.
-Usted ha dicho que es agnóstico, ahora que me acerco a mi propio fin no puedo de dejar de
hacerme algunas preguntas. En una época acepté la importancia de la Iglesia y su trabajo social.
Pero ahora veo una realidad totalmente distinta.
-¿Distinta?
-Somos imperfectos y débiles. Necesitamos creer. Así imaginamos (nos han creado) un mundo
más allá de nuestro fin. Nos inventamos un Dios. Un monstruo ciego al dolor de sus hijos. En su
nombre se estableció la idea del castigo y por supuesto hermosos cielos. No le echemos la culpa a
ese pobre e insensible ser. ¡Nosotros lo creamos! Necesitábamos un padre y dejamos hacer.
-¿Hacer?
-Sí. Creímos que vivir constituía un pecado por el solo hecho de nacer. Una idea monstruosa.
Cargarle la culpa al inocente.
Permitimos que nos flagelaran la mente y los cuerpos. Así se alzaron los templos hacia los cielos
inertes. Gritamos con gusto por la llegada de un salvador. Y nos encaminamos al dominio de unos
pocos. Ellos supieron crear el mayor negocio de la historia. La superchería se convirtió en ley y
Dios en la necesidad inmanente del hombre.
Muchas de las religiones copiaron casi letra por letra lo mismo. Así (por poner un ejemplo) los
viejos egipcios hablaron de un ser nacido de una virgen que vendría a salvar al hombre. No sé si
alguien llamado Cristo habrá existido en Judea. No tiene ninguna importancia, pero sí sus efectos.
Bien empleadas algunas ideas sirvieron nada menos que para crear siglos de oscuridad. Detener
el conocimiento y condenar a la hoguera a todo aquel que intentó mostrar una poco de razón.
Acuérdese de Giordano Bruno y tantos otros quemados vivos.
-¿No piensa que el fin justifica los medios? Las tablas de la Ley no dejan de ser órdenes
totalizadoras, imprescindibles para una sociedad.
-Necesarias, sí. Usadas para justificar el poder de los príncipes. Sin ellos igual hubiesen sido
creadas.
Imagine a un buen cura que ayuda los pobres. Recorre las calles, brinda sustento, abrigo,
compasión al que se encuentra en el suplicio de la pobreza. ¿Podríamos considerarlo un mal
hombre?
-No
-¡Exacto! Un buen hombre de Dios (incluso él cree seguramente en el Padre supremo). ¿Cómo
podríamos dudar de ese ser que en su razón cree y practica la caridad y el desprendimiento? Hago
la pregunta al revés ¿Los medios justifican el fin? En ese hombre santo se encuentra la respuesta.
El cree en su Dios y ayuda a sus semejantes. Pero pertenece al sistema de opresión. Trabaja por
un lado para consolar al necesitado y por otro (y esto es lo grave) le dice a ése mismo pobre ser
que es un pecador. Que encontrará una mejor vida en la muerte. Lo engaña (aunque él mismo lo
crea). Así, sin saberlo, ese santo no es otra cosa que un saboteador de la verdad. La oscuridad
sonríe, sus soldados son fieles y estúpidos, aunque bien intencionados. Como ve han trabajado
siempre a favor de los poderosos.
Habrá épocas y momentos en los que sea necesario realizar acciones dolorosas para fines
superiores. Sé que la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que
implora, y se siente más íntimamente satisfecha de una doctrina intransigente que no admita
paralelo, que del roce de una libertad que generalmente de poco le sirve.
O Dios no existe, en ese caso nada importa. O Dios existe y entonces carecemos de significancia
para él y no me venga con eso del libre albedrío.
-Como sea no puedo imaginar a un Dios que deja morir a inocentes. Ninguna religión debería
aceptarlo.
-El golpe más fuerte recibido por la humanidad fue la llegada del Cristianismo. Ha sido la mejor
propaganda de la historia. ¿Cristo existió? ¿Quién va a probarlo? Y ¿Quién lo negaría? Lo
divertido es creer lo que mucho creen. Se hecha una piedra a rodar y esa arrastrará a otras. ¡Y yo
sí que se eso! Él caminó por Judea siendo un pescador de almas. Nos han dicho que solo los que
escucharon sus palabras y creyeron en él, entrarían al reino de los cielos. ¿Qué posibilidades de
escucharlo tuvieron los chinos, los americanos de entonces, o cualquier otro habitante de la tierra,
que no residiera en Judea? Ninguna, por lo tanto ¡Un Padre solo para algunos!
Revise el tema de la crucifixión, “alguien,” creo que fue Pedro, al día siguiente va a la cripta y ya
no estaba el cuerpo del hijo de Dios, había resucitado. ¡Una sola persona! Lo que me apasiona es
la capacidad de la iglesia para crear un símbolo y a continuación toda una estructura filosófica.
Siempre para tener el poder. ¡Qué idea! Usted debe cumplir fielmente con los preceptos que le
imponen. Si comete algún acto de maldad, simplemente se arrepiente y Dios lo perdona. Luego si
lleva una vida ordenada podrá ir a un paraíso y si no al infierno. ¡Extraordinario!. Una aseveración
que no hay manera de probar. Nadie pudo crear una fantasía semejante, y a pesar de ello nadie lo
niega.
El Génesis en la Biblia es desopilante. Adán y Eva, Abel y Caín, sus hijos. Luego vienen otras
mujeres y otros hombres. No hay otra forma Abel y Caín o sus otros hijos tuvieron relaciones
sexuales con su madre ¡lindo comienzo!
La historia de Moisés tampoco tiene desperdicio. Hijo adoptivo de Seti y hermano de Ramsés.
Éste lo denuncia a su padre por ayudar a los judíos. En la historia bíblica, su vida queda en manos
de Ramsés, quien lo condena al exilio. Luego vuelve con las órdenes de Dios a liberar a su pueblo.
Es interesante, tenemos los cuerpos de Seti, de Ramsés y de muchos otros. Nada se dice de
Moisés. No hay registros, ni una sola palabra.
Como Ramsés se niega a liberar a los judíos, Dios le envía plagas y hasta la muerte de cada
primogénito Paradójicamente durante el reinado de Ramsés nunca hubo plagas, ni trastornos
conocidos. Todo lo contrario, nunca como entonces los rindes del trigo fueron tan buenos. ¿Haber
que dicen de ello?
¿Y cuál es el símbolo más querido? ¡La cruz! Un elemento de tortura, es increíble. Imagine que
la gente llevara colgada del cuello una pequeña guillotina.
La iglesia es poder y dinero, no es otra cosa.
Pienso que el ser humano siempre tendrá su Dios. El deseo de sobrevivir es innato, la fe
proviene de la esperanza y lleva al fanatismo. ¡Qué sencillo ha sido engañar al hombre!
Bregué por un Estado en que los hombres y mujeres se sintiesen orgullosos de su pertenencia.
Una idea única, totalizadora seguida por las masas. Arrollar el presente y lanzarse al futuro.
Pero debo aceptar algo fundamental, como creo que ya le dije: la Iglesia es absolutamente
necesaria para que los individuos caminen un sendero moral. Me guste o no es así. Quizás alguna
vez podamos liberarnos del dogma falaz que nos han vendido.
-Usted dice que en un Estado alguien manda y otros obedecen ¿No sería eso también
dogmatismo? Una idea sin discusión. ¿No se convertirían en fanáticos de esa idea?
-No me entiende. Estoy muy cansado. ¿Para qué hemos luchado tanto, para qué?
Cuando dijo la última palabra cerró sus ojos. Así dejé hoy a ese extraño hombre. No tiene sentido
discutirle a un viejo.
Es muy tarde. Escribo estas últimas palabras escuchando al búho de todas las noches. Él y la
brisa fresca que acaricia las cortinas son mis compañeros.
Han pasado varios días y no he regresado a visitar a mi familia. Siento que el Anciano me
necesita aunque me gustaría tener el valor para gritarle que esta absoluta y totalmente equivocado.
¡Pero no puedo! ¿Pero quién tiene la razón? Solo la duda me sigue como un perro indolente pero
cariñoso.
9 de Febrero 1958
Al despertar Frida, a mi lado, aún dormía.
Observé un largo rato su hermosa cabeza y ese pelo dorado que baña la almohada. Su
respiración se agita cada tanto. ¿Con que soñará? ¿Qué vida ha pasado que yo desconozco y ella
evita contarme? Sé que me ama como yo a ella sin embargo no he logrado aún que se abra
totalmente. Los secretos seguramente son muy grandes.
Cuando miro a sus ojos trato de hundirme en su alma torturada pero no lo consigo.
Se despertó muy despacio y la bese con ansias. Soy un náufrago aferrado a la única tabla que la
vida me ha ofrecido. Nos quedamos un rato acostados mimándonos.
Desayunamos esos huevos revueltos que a ella le gustan tanto, yo mi café con leche y tostadas.
Me exigió que hoy no viese al Anciano. Antes de salir de la casa golpearon fuertemente. Uno de
los hombres de él habló con ella, algo en alemán. Cerró la puerta y dijo simplemente -Quiere verte.
No imaginas cómo te aprecia. Trata de ser cuidadoso. Está muy enfermo y no quiero que se excite.
¡Por favor!
Rato después me encontraba sentado a su lado. Su cara mostraba el deterioro y el cansancio de
un ser al fin de sus fuerzas. Lanzó una pregunta para la que no estaba preparado
-¿Cómo están usted y Frida?
-¿Nosotros? Magníficamente bien. Haciendo planes
-¿Planes?
Comprendí que había hablado de más. No dije nada.
-Ayer charlamos sobre las religiones. De la corrupción moral que han significado.
La necesidad del hombre de creer viene de un elemento básico: la conservación de la especie.
Quiere perpetuarse, no terminar al fin de la vida. Por eso las religiones aprovecharon ese deseo y
crearon la culpa. Hicieron al hombre pecador desde siempre. Condenado de ante mano. ¡Han sido
muy inteligentes! ¡Qué manera de utilizar la propaganda! Ésta siempre ha sido fundamental para
lograr que las masas hagan lo que se quiera.
Pero quiero hablar de otra culpa más mundana. Imagine que usted está seguro de algo, digo
absolutamente.
Comenzó a toser y temblar. Uno de sus hombres me apartó. Otro salió corriendo. En pocos
minutos Frida se encontraba a su lado asistiéndolo. Me miró enojada. Él se repuso y alzando como
pudo la voz ordenó que nos dejaran solos.
Con su voz lenta y cansada siguió:
-Volvamos al tema. Suponga que va a tomar una decisión fundamental, no solo para usted, para
muchas personas. Ha calculado, lo ha pensado una y otra vez y da la orden. En un principio todos
son éxitos. Juega más fuerte, vuelve a ganar. Luego comienzan los problemas y aparece el dolor.
Allí no puede haber culpa, hizo lo que creía necesario. La culpa se siente como una deuda de no
haber logrado aquello que se propuso.
-Esto que me dice ¿cuestan vidas?
-Por supuesto.
-Entonces sí hay culpa.
-¿Y si se hubiese logrado el triunfo? Imaginaba una Europa unida, donde la guerra dejara de ser
la única salida. Todos trabajando y disfrutando el bien común. Un nuevo mundo más ético, más
libre, más organizado.
En lugar de avivar la lucha de clases lograr que cada una apoyara a las otras, al Estado en su
conjunto. La masa trabajadora con derechos, sin abusos de las otras.
-Pero costarían vidas
-Sí, en un principio. Nada es gratuito.
-¿Cuántas vidas valen una idea? ¿Qué logros justifican anular los sueños, las esperanzas?
¿Cuánto dolor se requiere? Y ¿para qué? Perderlas para que otros vivan es un sinsentido.
-Siempre habrá unos pocos que mandan para que muchos obedezcan. No hay otra forma.
-Debe haberla o estaremos perdidos. Se ha logrado que las masas hagan lo que unos pocos
desean. Lo grave es que esos millones de personas creen que deben obedecer, que la orden es
justa y perfecta. Así el soldado va a la guerra para defender a su patria. El esclavo para obedecer a
su amo. El “pecador” para no ofender a su dios. El ciudadano para respetar los “valores” ¿Cuáles
valores? ¿Los que nos han inculcado a través de los siglos? ¿Cuál es la verdad? ¿Qué es lo justo?
No, un pueblo no debe ir nunca a la guerra. Es una tragedia inmensa.
¿Usted piensa que hoy un alemán cualquiera puede imaginar a un soldadito congelado en una
trinchera? ¿Alguien en un futuro sentirá el dolor inconmensurable de todas las vidas sacrificadas
para que otro trabaje, cobre un sueldo, tome una cerveza y piense en las vacaciones? No, jamás
podrá entender el sacrificio de los que lucharon y murieron antes. Además usted se contradice. No
acepta el dogma de una religión y pretende el dogma de una o más ideas sin discusión. Aceptar
los deseos de quien manda es lo mismo.
-¡Tampoco usted vivió todo lo que yo he pasado! ¿Qué sabe?
-La he visto llorar a Frida, su dolor toca mi alma y sufro por ella. ¡Estamos tan lejos de todo
aquello! Pero la guerra a veces parece estar aquí, en este campo tranquilo y solitario.
-Debe existir alguna razón. Algún bien supremo que justifique el sacrificio. Si su nación está en
peligro nada importará, deberá obedecer, aún a costa de su propia vida.
-¿A quiénes? ¿Y si equivocan? ¿Para qué habrá servido mi sacrificio? Ya no tendré sueños, ni
hijos, ni ellos tendrán a los suyos. No despertaré nunca más en las mañanas, ni habrá soles y
lunas. Ni brisas en las mañanas. El preciado verde de un bosque, el azul del mar ya no serán para
mis ojos. ¿Usted puede imaginar la nada? ¿La eternidad del vacío? ¿Acaso no ha mencionado a
los pobres soldados que usted vio morir?
-Es evidente que no comprende lo que significa la palabra sacrificio. Mi vida ha sido darlo todo a
cualquier costo.
-¿Valió la pena?
-No puedo volver el tiempo atrás.
-¿Y si pudiese cambiaría su vida?
-Es una pregunta que carece de sentido. Viví de acuerdo a mis convicciones más profundas.
-¿Esas convicciones causaron dolor a otros?
-Fue inevitable.
-Si sus decisiones hubiesen sido otras, tal vez el sufrimiento, la angustia no hubiesen existido.
Hoy no estaría haciéndose esas preguntas.
-Podríamos haber triunfado, hoy tendríamos otro mundo. Usted hace lo posible para hacerme
sentir peor.
-Lo siento no es mi intención molestarlo…
-Por eso se encuentra aquí. No es alemán, dice lo que siente. Vaya con Frida. Dígale que me
siento bien, no es necesario molestarla otra vez. Esa mujer es maravillosa.
-Sí, sí lo es.
11 de Febrero 1958
El Anciano ha permanecido en cama. Es preocupante. Frida se ha quedado a su lado. No la he
visto en todo el día. Solo una pequeña nota: “Te amo, debo permanecer con él”.
Aproveché el resto del día para hacer un inventario en el Almacén.
Imposible dormir. Son las tres de la mañana. Una brisa fresca llega desde el sur. Los sonidos de
la noche se funden con la música lenta y baja de la radio.
Desperté de un sueño caótico. Trozos fugaces, mi mujer allá en Mar del Plata. Mi vida por los
caminos. Frida galopando. El Anciano. Una mezcla de gritos y llantos.
No puedo definirlo, no sé por qué pero otra vez esa preocupación creciente inunda mi ánimo. De
pronto estoy inmensamente alterado y terriblemente solo. Frida, Frida ¡cuánto la necesito! Quiero
pasar el resto de mi vida a su lado. Pero cada vez que su amor me llena de gozo surgen negras
nubes. Mi familia, el Anciano. Las dudas. ¡La culpa! ¿Por qué no puedo sencillamente ser feliz?
¿Qué mal he hecho? Solo deseo un poco de paz. ¿Ser feliz? Sí, aunque nunca, jamás ese
sentimiento podrá ser eterno.
Si viviésemos en un permanente éxtasis, sin intervalos de dolor, sin la duda de la pérdida
entonces no sentiríamos diferencias. Pero aun sabiendo que nunca podré tenerla siempre, sufro
por el solo pensar que podría perderla.
Si estoy condenado definitivamente a la muerte y al olvido de los eones al menos pido no
saberlo, ni siquiera imaginarlo. La amo demasiado y esos cuervos que sobrevuelan mi alma me
torturan. El amor, la duda, la esperanza, la culpa, el suplicio de verme al borde de un precipicio. Un
abismo que me reclama. Una eterna noche sin ella. Sin sus manos, sin su piel, ni su voz
iluminando nuestros momentos.
Llega a mi mente el recuerdo de una música infinitamente triste. Una lluvia callada e indiferente
que me moja el alma mientras pienso en su cintura en mis manos. En su alegría cuando me mira.
El silencio me acerca un tiempo blanco sin horas. Solo un futuro de días exactamente iguales. Un
desierto sin contornos. Un espacio sin proporciones. Un ciego sin voz ni piernas. Una cárcel eterna,
sin un solo trozo de cielo. Perder el gozo de su risa. Sí, lloro por ella. No me importa escribirlo,
aunque solo sean palabras para mí. Las lágrimas resbalan indolentes y terribles. Frida, Frida
¿Dónde estás?
12 de Febrero 1958
Hoy temprano él me llamó. Ella volvió exigirme que no lo canse, se encuentra cada vez más
débil.
Gracias a mi memoria fotográfica volveré a recordar cada palabra.
Lo encontré ojeroso y amarillento.
-Gracias por acudir Mario.
-Estoy para acompañarlo.
-¿Cómo cree que continuará este mundo cuando ya no estemos?
-¿Qué importancia tiene? Seguirá sin nosotros, como siguió sin los persas, sin los egipcios, sin el
imperio romano y continuará sin los americanos, esté usted seguro. Las cosas son como son.
Sabe que lo opuesto a la ciencia es el dogma, que no se demuestra, se lo acepta sin discutir. En
la ciencia no se puede afirmar algo sin demostrarlo. Usted a ha dicho que un líder no debe cambiar
de idea. ¿Qué pasaría si los políticos aplicaran el método de la ciencia? ¿Si revisaran sus
posiciones y abandonaran lo que dan por cierto cuando la realidad les muestra lo contrario?
-Ya no tiene remedio pensarlo. Yo creía en la absoluta necesidad de mantener una idea. ¿Es que
nada ha servido?
La vida comienza y soñamos siempre con un mundo mejor. Es solo un viaje de ida, sin retorno.
Mientras los días pasan y los cielos cambian nosotros continuamos corriendo siempre hacia
delante.
Imaginaba que todo sería posible. Nada ni nadie podría detenerme. Soñé con un cambio que
duraría mil años. Nada de eso ocurrió, apenas unos miserables y cortos tiempo. Y aquí estoy
terminando un viaje inútil. Ya no hay sueños. Nada, solo el dolor por no haber logrado mi objetivo.
Durante el Siglo II después de Cristo, Roma cambió completamente. Por entonces los ejércitos
dejaron de anexar más tierras y se dedicaron a proteger al pueblo. Comenzó entonces una época
de paz, tranquilidad y placer, decenas de etnias juntas. El mundo conocido inmenso hablaba un
solo idioma: el latín. Desde Inglaterra hasta el Oriente Próximo. ¡Todos juntos! ¡Yo quería un país
en ese sentido ! ¡Fraternizar a las clases sociales!
-Dolor es lo único que hemos logrado una y otra vez. Solo cambiamos los métodos. ¿Por qué
piensa tanto ahora? Debería descansar
-Lo único que me queda es esto, comunicarme hasta que ya no pueda más. Por la tanto lo
necesito como interlocutor ¡Hable!
-No sé cómo será el futuro o si lo habrá. Voy a decirle mi humilde opinión. Creemos idílicamente
que si un pueblo alcanzó la democracia ya no debería pedir más nada. ¡Elegimos a los que
tomarán el poder! A ellos les cedemos graciosamente una parte importante de nuestra libertad.
¿Sabe que creo? Tanta guerra y lucha para nada. La democracia se está convirtiendo en una
trampa.
La historia no ha sido otra cosa que la luchas por el poder y el sometimiento. Así como usted dijo
la otra vez, las religiones han tratado sistemáticamente de engañarnos, para someternos. La
política pasó de las guerras tribales a las ciudades estado y luego a los imperios. Guerras una y
otra vez. Obediencia, esa es la palabra, es el dolor verdadero en el hombre, la causa de su propia
angustia. Hemos sido engañados por miserables siglo tras siglo.
-¿Qué pretende? No hay otra forma. Siempre alguien manda y otros obedecen, ya lo dije.
-Ese es el problema. ¿Cuál es la diferencia entre las actuales democracias y cualquier tipo
gobiernos anteriores? ¿A dónde nos están conduciendo las actuales políticas?
-Dígamelo usted.
-La historia está dando la vuelta. Los pueblos lejos de ser libres vuelven a ser sometidos. Pero
ahora es peor. Se elige a aquellos que una vez instalados “popularmente” en el poder hacen lo que
se le viene en gana. El votante nada puede hacer. Solo esperar hasta la próxima elección, la que
nuevamente será otra trampa.
-Los pueblos son solo un grupo de seres sin demasiada consciencia. Como los animales en
manada siguen al líder. Solo unos pocos pueden pensar para y por el resto. Eso no significa que el
Líder no ame a su pueblo. Es más, debe ser un doble juego el pueblo a su vez debe amar a quien
manda. Éste solo trabajará en beneficio de todos, nunca en el suyo.
-¡Cómo no! Uno manda, impone, envía a las masas a una guerra, se equivoca y millones
mueren. ¡Extraordinario! Por un imbécil se pierden generaciones. Bastante sangre ya se ha
derramado.
-¡No entiende nada! No puede siquiera imaginar a un solo hombre en el poder, cargando sobre
sus hombros a una nación. Decidiendo por todos.
-Los que mueren son los soldados no los déspotas. Los que pierden son los padres, las madres,
las esposas de los soldados. ¡Usted mismo lo dijo!
-Un líder puede equivocarse. Está dentro de las posibilidades. Pero solo será aceptable si lo que
busca es el bienestar para su pueblo y para las generaciones por venir.
¡Dentro de las posibilidades! ¡Eso es monstruoso!
-Estoy cansado, llame a Frida! Mañana temprano lo quiero aquí.
Regresé a casa con una profunda tristeza.
Ella me ha prometido que mañana a la hora de la siesta estaremos juntos.
13 de Febrero 1958
Otro día con mucho trabajo en el almacén. Llegaron dos automóviles con gente extraña. No
saludaron a nadie. Fueron directamente a ver al Anciano. Le pregunté a Frida quienes eran. No me
contestó. Una vez que se retiraron, él volvió a llamarme.
-Quiero decirle algo muy importante. Anótelo y divúlguelo como pueda. ¿Sabe que va a ocurrir
con éste país y con el mundo?
-No, no lo imagino.
-Los van a engañar a todos. El poder se hará elegir una y otra vez, por medio del voto “popular” o
directamente lo tomará por la fuerza. Poco importa uno u otro.
-Entonces coincide con lo que le dije.
-Así es. Deberán resistir. Ustedes los latinos jamás van recurrir a las armas. Pero existe un
método nunca usado. Una forma de doblegar al poder. La economía es lo único que les preocupa
a todos los gobiernos. Recaudar impuestos y más impuestos. ¿No quiere eso usted? Comenzó a
toser una y otra vez. No supe que actitud tomar. La puerta se abrió y uno de sus hombres vio el
cuadro y salió corriendo. En instantes Frida estaba a su lado gritándome “Es tu culpa”.
Él con vos baja pero recia le dijo -tú te vas, él se queda.
Ella, roja de ira, salió como una tromba de la habitación. Él continuo, ahora más tranquilo.
-Deberán aguantar y golpearlos donde más les duela. ¡En la economía!
Imagine que el pueblo tiene que cambiar una terrible decisión tomada por un gobierno. Que
puede acarrear serias consecuencias a la comunidad. No poseen armas. Ni la fuerza para
oponerse. O el gobernante fue elegido y aún faltan años para un cambio. ¿Cómo atacarlo? Sencillo
y brutal: cortarle el flujo del dinero. ¡Los impuestos!
El Anciano se acaloraba y gritaba: ¡No pagar los impuestos! Un primer hombre va a la plaza de
su pueblo con una sola boleta y la quema. Luego otro y otro, cientos, miles. La prensa hará lo
posible para apagar la protesta, no podrán. Primero no los tomarán en cuenta, luego se reirán,
después los atacarán, pero ya será tarde. Una llama correrá en toda la Nación. Solo así podrá el
pueblo doblegar a los que manden. Piense en ello.
-¡Pero usted se contradice! Habla del poder en una sola mano y ahora dice que el pueblo debe
rebelarse.
Hizo silencio y pareció dormir. Un rato después abrió dolorosamente los ojos y me pidió agua. Ya
sus manos no pudieron sostener el vaso. Lo ayude.
Dijo algo que no comprendí y luego -Nunca se debe abandonar la fuerza, ni la creencia en uno
mismo. Pase lo que pase.
Cuando fui joven el destino me golpeo despiadadamente. A más golpes más me reconfortaba.
En los largos años de la gran Guerra mis queridos compañeros morían, yo no lloraba. ¡No debía
hacerlo! ¡No tenía derecho!
Ya en los últimos días de la espantosa contienda llegó el gas a nuestra trinchera. ¡Quedé ciego!
Aunque estaba desesperado por el terror a perder la vista, una voz dentro mío me gritaba “¡No
puedes llorar cuando miles de camaradas sufren cien veces más!” Así soporté aquellos terribles
trances. La patria nos necesitaba indemnes en aquellos momentos. ¡Resistir, resistir como sea!
Agotado ante tanta fuerza puesta en sus palabras se agitó y se durmió. Salí a buscar a Frida.
Mientras caminaba hacia la casa recordé la última pregunta que le hice al Anciano “Usted habla
siempre de la fuerza y de la unión del pueblo en pos del bien común, ¿Qué haría con aquellos que
se niegan a ello?” Contestó en un tono casi inaudible “A los incorregibles, hay que sacarlos de la
sociedad, no sirven. Darles una segunda oportunidad es poner en riesgo a toda la sociedad, los
hombres no cambian. Y le digo más: si hablamos de poder hay que entenderlo como la capacidad
para obtener los resultados deseados. El poseer los recursos necesarios no son garantía de la
obtención de lo querido Por eso no bastan las armas, se necesita coraje, determinación y voluntad.
Se puede someter a los individuos, esclavizarlos, obligarlos. En algún momento se volverán contra
el amo y le morderán la mano. Lo difícil pero sublime es lograr que el ciudadano quiera hacer su
trabajo, ame su patria y entiendan que ésta no es otra cosa que la suma de todos.”
Encontré a mi amada cruzando la plaza. Enfurecida me gritó que no debía ponerlo nervioso. -Ve
a casa, iré cuando pueda -dijo.
Volví apesadumbrado. La tristeza y la preocupación no logran dejarme. Ella no ha regresado.
¡Estoy tan solo! La noche continúa inmune a la agitación de mi alma. Solo cuando ella se
encuentra junto a mí, mi alma puede descansar brevemente. En esos momentos, breves pero
indispensables, mi alma descansa. El mundo mismo se esfuma y nada me perturba. No hay dudas,
solo la certeza absoluta de saber que la amo. Entonces un halo de paz me eleva como si no
tocase el piso. Pasa mi lado, se detiene, me mira desde la profundidad de su espíritu. Solo así
vuelo muy alto, libre de las angustias terrestres hacia mundos de pura luz, hasta que ella parte y
otra vez las sombras me atan firmemente a esta vida gris y opaca.
No tengo apetito, iré a dormir.
14 de Febrero 1958
Frida no vino anoche. La busqué temprano. Don Atilio me ha dicho que acompañó a Don Otto en
una ambulancia. No sabemos a dónde. Noto temor en su voz. Nada dice.
Otra noche solo y ahora con la incertidumbre de la espera.
Me senté en el porche. Algunas nubes ocultan precariamente a las estrellas.
Un profundo silencio se ha desparramado sobre la llanura.
Pienso en ella, en sus brazos. Temo, temo al futuro. La necesito.
Allá lejos los campos de maíz esperan al sol. Los animales, desparramados hasta el horizonte,
descansan. Los peones duermen. Seguramente tienen sueños simples, pero buenos. Sus vidas
duras, pero apacibles, han hecho a estas gentes de pocas palabras. Sin grandes esperanzas y por
ello mismo son sanos. Solo viven en un eterno presente. A lo sumo aguardan la próxima cosecha o
al hijo que vendrá.
Vivir sin la esperanza del futuro lejano es libertad. ¿Acaso un animal no vive en un eterno
presente y así evita a la incertidumbre? Estos campos les han dado una paz que yo no puedo
alcanzar.
Mi mente va y viene, entre la felicidad y la desazón. Entre la culpa y la necesidad de amar. Entre
la duda de una existencia posterior que me lleve a un mejor lugar y la casi certeza de la futilidad de
ese racionamiento. Estoy sufriendo inmensamente. Pero el Anciano ha dicho que en los peores
momentos hay que ser duro y aguantar el dolor. Otros seguramente estarán peor que yo. Sí,
seguramente. Ella volverá, sí volverá.
15 de Febrero 1958
Sin novedades. Otro día de trabajo.
Tantas horas de soledad y la espera, minuto a minuto. Frida no ha regresado.
El pueblo se ha sumergido en un silencio osco. Hasta el mismo sol fue tapado por unas nubes
que presagiaron lluvia.
Miré una y otra vez el reloj en el negocio de Don Atilio. Las agujas, en el paroxismo de mi
ansiedad, apenas se movían.
Estoy tan, tan solo. La gente entra al negocio, pide algo y se retira. Ella no está, el Anciano
tampoco. De pronto es como si yo no importara nada. Solo soy un objeto más en el pueblo, en
cambio cuando caminamos juntos todos nos miran. Como si un respeto silencioso pero profundo
flotara a nuestro alrededor.
Será una larga noche. Iré al porche, mientras escucho áreas de ópera. Una furtiva lágrima es mi
favorita, tanta emoción en la voz del tenor me transporta a la tierra de mis padres. Llevo el canto en
mi sangre. Arte que mi mujer trató siempre de callar. Aquí estoy mirando a las estrellas que como
lágrimas plateadas titilan al son de la música que trepa hasta los confines de mi alma. Es la única
alegría que la vida me permite.
20 de Febrero 1958
Han pasado cinco largos y oscuros días. Frida ha regresado sola. No ha dicho nada. Nada. Llora
a escondidas. No ha probado bocado. Dijo que mañana hablaremos. Tengo tanto miedo.
21 de Febrero 1958
Son las diez de la noche. He luchado con mi alma para poder escribir esto. ¡Es tan difícil ser feliz!
Ella vino a buscarme al trabajo. Hoy salí antes de la hora de cierre.
Don Atilio estuvo extraño. Se acercó y me dijo -vaya Mario, hoy cerraremos temprano. Tomó con
sus dos manos las mías y dijo: “¡gracias, gracias por todo!, ha sido un honor conocerlo”. Sus ojos
estaban mojados, sin duda la tristeza ha llegado a también a él.
En silencio caminamos hasta su casa. Ella apretaba mi mano. Sus hermosos ojos
desparramaban lágrimas. Cada paso se hizo más pesado y lento. Presentía que al llegar algo
terrible me diría. Supe que nada podría detener al destino que nos esperaba, lento pero brutal, en
la puerta.
Nos sentamos.
Ella apretó mis manos mientras todo su cuerpo temblaba.
-Él ha muerto. Ha sido el final.
-Pobre Don Otto
-¿Don Otto? Ya no tienes que llamarlo así.
-¿Por qué no?
-¿Es posible que no sepas quien fue?
-No amor. Solo un pobre viejo con un terrible pasado y un espíritu inquebrantable. Duro muy
duro.
-¡Mario! Has sido el último ser humano en que él confió y se entregó. Te estimaba por eso quiso
que ambos nos uniésemos. No deseo ahora pronunciar su nombre dímelo tú.
-No sé, no sé.
-Mira este símbolo. Lo conoces. Lo has visto muchas veces en banderas y estandartes, en
brazaletes. Es algo odiado por muchos. ¿Ahora sabes con quien compartiste los últimos días de su
vida?
-¡Frida! No, no es posible. No puede haber sido él.
-¡Querido Mario! La casualidad te trajo a mi puerta y a él al fin de su camino. Has sido un
privilegiado.
En ese momento comprendí muchas cosas. Aquellos hombres que me siguieron en Buenos
Aires, cuando me preparaba para instalarme aquí. El mando que él tuvo hasta el final. Los
hombres que lo protegían. Algunos personajes del pueblo. Todo, todo apareció ante mis ojos,
mientras la contemplaba lloraba desbastada.
-Sí, era él.
-¿Por qué yo? Solo soy un simple hombre y él, nada menos que él...
-El destino teje extraños caminos. Simplemente estuviste aquel día en el bar del hotel y él te
escuchó. Dio órdenes que no te molestaran. Y hasta que te protegieran.
Cada vez que volviste a ver a tu familia un equipo te siguió.
Nadie podría haber compartido tanto a su lado. Él fue todo para mí, casi como un padre.
-¿Pero te das cuenta de quien fue, lo que hizo?
-Mario la historia la escriben los que ganan, no lo que pierden. Digan lo que digan y aunque se
prohíba hablar sobre el tema, él logró un milagro: consiguió una base social. Bienestar para los
obreros. Fomentó la vida económica uniendo a otras clases. Todos queriendo lo mismo. Una
colaboración completa. Los obreros ganaban el doble. Se crearon seis millones de nuevos
trabajos. Con cinco marcos semanales se accedía a un auto popular. Casas bonitas con jardín,
para respirar a la llegada al hogar. Vacaciones pagadas. Logró duplicar los sueldos. Condiciones
dignas de trabajo. La sociedad se reconcilio y miró al futuro. Salimos de una economía arrasada y
de la inflación brutal. Se crearon nuevas industrias y elementos que faltaban. Todo eso sin apoyo
de los bancos ni del extranjero. Solo con la fuerza y el orden de nuestro pueblo. Alemania fue, en
esa época, un gran frente cívico y moral.
Hoy para satisfacer a todos hay que decir que fue un tarado atiborrado de pastillas. Que fue un
inútil que no sirvió para nada. ¡Debo decírtelo! Ese viejo que viste al fin de su vida, después de
Napoleón, fue el mayor genio militar. La planificación de las grandes batallas fue idea suya. Aparte
logró dar a su país eficacia política, espíritu de solidaridad y prosperidad económica. Desde 1933 a
1939 llevó a un pueblo vencido y arruinado al más organizado y fuerte de Europa. Además el arte
llegaba a él. Admiraba toda manifestación en ese sentido. ¿Qué más puedo decirte?
-Háblame de los hornos. Las ejecuciones. Los Guetos. Existió una realidad que no se puede
negar.
-Lo sé querido. Esa ha sido mi carga. El eterno dolor de querer a alguien y conocer tanto martirio.
No te imaginas hasta qué punto he sufrido el tener que vivir entre esos dos mundos. El amor y el
recuerdo. La muerte de tantos inocentes y luego el odio del mundo entero. Solo el estar, este
último tiempo, a tu lado me ha salvado de caer en la locura. Solo tú pudiste darme tanto.
-Y te lo seguiré dando. Amor, todo el amor. Nos iremos de aquí. Buscaremos algún lugar.
-No Mario, no es posible. Se me parte el corazón. No va a ver futuro para nosotros.
-¿Por qué, por qué Dios mío? ¿No me amas?
-Te amo tanto amor. Pero tu vida ni la mía no valdrán nada juntos. Escúchame: Cuando todo
terminaba en Alemania él quiso quedarse. Morir allí junto a sus hombres. El líder debía asumir las
consecuencias de sus actos. Pero sus allegados lo convencieron de dejar a su amado país. Si
vivía quizás quedara alguna esperanza. Teníamos muy buenas relaciones con Argentina. Fue el
lugar perfecto, alejado, amigo. Contábamos con mucho apoyo, no solo de nuestros compatriotas
aquí. Tu gobierno nos brindó mucho más de lo que esperábamos.
Antes de la finalizar la guerra se adquirió una estancia en la provincia de Buenos Aires, con
acceso a la costa. Una buena amiga, una argentina Mabel, junto a una alemana, armaron toda la
estructura para los desembarcos. Se efectuó una de las operaciones de mayor envergadura. Los
submarinos iban y venían.
La estancia seguía sus tareas tradicionales, pero su función fue esperar, recibir y distribuir a los
recién llegados. Varios de los hombres de él, que asegurarían su estancia aquí, entraron de esa
forma.
Todos los que allí trabajaban respondían fielmente.
Al fin del conflicto se cerraron los viajes y la estancia quedó sin apoyo, en manos de la señora
argentina. Ella recibió, enviada directamente por él, la gran distinción: La Cruz de Hierro. Grandes
fueron los servicios que nos prestó.
Nosotros no llegamos allí. Para ello se preparó una operación especial. Nuestro transporte fue
otro U-Boat.
Se me aleccionó. Necesitaban una médica.
Nada quedaba para mí en Alemania. Habíamos huido dejando todo. Mi familia y mis amigos
habían muerto, lo había perdido todo.
Ocuparme de él implicaba lanzarme a una aventura en la que correría inmensos riesgos. Tuve
claro que viviría a su lado escapando, ocultándonos. ¿Qué podría perder? Ya la vida carecía de
sentido para mí.
Cuando mi ciudad fue atacada y mis hermanos y padres fueron asesinados, yo logré sobrevivir.
Pude esconderme en un granero. Los rusos habían llegado. Yo tenía entonces 16 años. Me
descubrieron. Fui golpeada y violada por muchos de los soldados. Aún veo la carnicería. ¡Qué
injusta que es la historia! Se cuenta solo una parte. Jamás vas a imaginarte lo que yo tuve que
presenciar. Los hombres eran ejecutados. Las mujeres violadas sistemáticamente y luego muertas.
Los niños también. ¿Quién ha alzado alguna vez la voz por esos crímenes?
Un día ocurrió un ataque. Ellos se olvidaron de mí. Me escabullí, al salir de la habitación tomé
una lona y corrí hacia un bosque. Esperaba un disparo en mi espalda. Estaba segura que moriría
allí. Caía la tarde. Escuchaba los disparos.
Al pie de un gran árbol abrí la tierra húmeda y en el hueco me acurruqué. Tapada por la lona
sucia nadie me vio. Esa noche llovió. Empapada y aterrada logré pasar aquellas largas horas de
oscuridad. Al siguiente día la fortuna me sonrió. Una espesa niebla cubría todo. Corrí largo rato.
Estaba sedienta. A unos kilómetros de allí se encontraba una ladera de roca. Una pequeña cueva,
a la que íbamos algunos domingos con los amigos, me permitió esconderme.
Con un hambre atroz llegué dos días después a un pueblo. Una familia me brindó ayuda y fueron
como padres para mí. Ellos conocían a un médico que trabajaba en investigaciones avanzadas.
Me llevaron hasta él y me dejaron a su cuidado.
En pocos meses aprendí más de lo que te puedas imaginar. Me convertí en una enfermera
experta. Me enseñó anatomía, farmacología. Supe cómo detectar enfermedades. Me instruyó y
supe como colocar mis manos y oídos en los cuerpos de los enfermos. A sentir las patologías y a
definirlas. Me entrenó a pensar científicamente. En poco tiempo y a su lado logré realizar
operaciones simples y luego más complejas. Él fue mi universidad, mi maestro y mi tutor.
En apenas unos cuantos meses mi vida cambió radicalmente. Ahora me sentía segura, fuerte y
única. Pero el lugar…querido jamás podría describirlo. ¡Has visto seguramente tantas fotos!
Cercas, prisioneros. Nunca olvidaré sus caras de entrega, de agotamiento, de tristeza infinita.
Imaginarás que yo sufría por esas almas olvidadadas. ¡Es muy difícil creer en un Dios con tanto
dolor! Sin embargo mi familia había muerto y en el fondo oscuro y profundo de mi mente yo los
veía como enemigos. ¡Así es el espanto de la guerra!
Avanzaba vertiginosamente en mis conocimientos. En ese mundo gris y brutal él me trataba con
cierta ternura.
Un día mi maestro me llamó a su oficina y me dijo -Has sido una alumna excepcional. Deberás
realizar una tarea única. Confió en ti. Viajarás a un país lejano cuidando a un ser único. Serás su
doctora. Tendrás una nueva vida y serás un orgullo para Alemania. No quiero que veas el colapso,
que indefectiblemente llegará.
Así me llevaron a España y lo conocí a él. Cuando estuve frente a ese hombre tembloroso, pero
aún firme, me aterré.
Cuando abordamos el submarino no imaginaba siquiera todo lo que pasaría.
En los largos días sumergidos volvían a mi mente tantos recuerdos espantosos.
Una y otra vez encerrada en esa caja de metal escuchaba el golpe del agua en el casco.
Imaginaba que moríamos y el fondo oscuro nos tragaría para siempre.
¿Sabes cuál era mi terror? No la muerte, que vendría a apagar tanto dolor. Sufría por la
ausencia. Por el olvido. Nadie, nadie sabría jamás que mis restos quedaban en la noche eterna.
En cada crujido de la nave me aferraba a los mamparos. Me ahogaba con el aire sucio y
aceitoso. Fue un largo, largo suplicio.
Te conté que en Dresden vivían unas tías mías. Al quedar huérfana intenté ir con ellas, pero no
pude llegar. La ciudad fue bombardeada por los americanos y convertida en ruinas. Allí no había
fábricas de armamentos. Solo gente inocente. A pesar de todo tuve suerte. Había sobrevivido a la
guerra. Pero los recuerdos se encuentran en lo profundo de mi mente. Los gritos, la sangre, el
humo, las sirenas, el terror, los cuerpos destrozados. ¡Dios mío! ¡Cuánto horror! ¡Cuántos
inocentes muertos! ¡Cuánto odio! ¿Por qué Dios permite la tragedia de la guerra?
Llegamos a la Argentina en U-Boats Clase XXI, una maravilla submarina. Su enorme autonomía
nos permitió navegar desde España hasta aquí. Fue un penoso y largo viaje.
En la segunda semana ocurrió un accidente estúpido. Él venía con su esposa, que sufría mucho
el largo viaje. Uno de los hombres guardaba su arma y se le disparó. La bala rebotó y le dio de
lleno a Eva. Dos días después falleció. No pude hacer nada. Él me suplicaba que la salvara, no
pude, no pude. La impotencia me abrumaba. En el último suspiro él me miró con una congoja
infinita. La sepultamos en el mar. Fue un golpe inmenso. Él empeoró y ya nunca volvió a ser el
mismo.
Dos meses duró la travesía. No podíamos arriesgarnos.
Días y noches sumergidos, respirando el aire viciado.
En la Patagonia permanecimos ocultos mucho tiempo antes de desembarcar. Solo de noche
emergíamos cerca de la costa y subíamos a cubierta.
Algunas veces pude ver la luz lejana y parpadeante de algún faro. En esos breves momentos
respirábamos aire fresco.
Finalmente un día llegamos, muy cerca de Punta Dúngenes al final del continente. ¡Debíamos
desembarcar en un mundo nuevo! Nuestro Comandante, Gerd Schaar, fue uno de los caballeros
del mar. El U-Boat fue reportado hundido tiempo antes.
Mucha información fue falsa adrede.
Once naves llegaron a tus costas. Allí nos esperaban. Fue un gran operativo. En total cien
hombres y yo desembarcamos. Nos trasladaron a distintos puntos.
Durante meses deambulamos de un sitio a otro. Finalmente llegamos a éste pueblo. Largo
tiempo nos alojaron en una estancia, cerca de un pueblo muy pequeño, al sur de Chubut, muy lejos
de la ruta tres, es un nombre de un marisco, sí, ya recuerdo: Camarones. El campo era de un
alemán.
-¿Qué tiene todo eso que ver con nosotros? ¿Con nuestra vida? ¿Con nuestra felicidad?
-Todo amor, todo. ¡Son tantas las cosas que desconoces!
-¡Quiero saberlas!
-Cuánto más sepas más riesgos afrontarás, también tu familia. Quedemos así. Recordemos en el
futuro la mejor parte de nuestras vidas. No me iré enseguida
-¿Cuándo entonces! ¡Por Dios! ¿Cuándo?
-No lo sé. Aún tenemos unos días. Los aprovecharemos amor, te lo prometo.
-Y después te perderé para siempre. ¿Cómo voy a soportarlo? Te amo tanto que moriré si te vas.
-Si permanecemos unidos moriremos ambos y de la peor manera. Estos últimos días nos
amaremos hasta agotarnos. Quiero llevarme tu recuerdo en mi sangre.
-Trabajo muchas horas al día.
-Ya no trabajas.
-¿Cómo?
-Don Atilio se ha ido del pueblo. El Almacén se cerró. También se fueron los Embers, los Roters
y otros. El pueblo cambiará totalmente. No quedarán rastros de nuestro paso.
-¿Pero qué mandaré a mi familia?
-No te preocupes cariño. Dejaron algunos regalos para ti. ¿Te los doy ahora o luego de
amarnos?
-Después de amarnos, ven aquí ¿Cómo voy a vivir sin vos?
-Tendremos una noche larga y un despertar hermoso, solo nosotros.
Ella me está llamando a la cama. Dejaré de escribir. Mi alma se parte en añico pero aún se
encuentra aquí.
3 de Marzo 1958
Han pasado varios días. Puedo decir que han sido los más maravillosos que hemos vivido. Nos
agotamos amándonos. Cada secreto fue dicho. Pero la angustia estuvo latente, agazapada.
Esperando el terrible momentos en que vengan a buscarla. El final tan temido. Ahora que ella abrió
su alma y lo sé todo debo aceptar su partida. No hay escapatoria.
Una mañana en que acostados yo acariciaba su exquisita cabeza y jugaba con su pelo, me ha
narrado hechos extraordinarios. Los escribiré para no olvidarlos
Él le dijo que la ciencia alemana había llegado a logros inimaginables.
La Argentina fue pensada como un lugar para vivir no solo por el apoyo de los gobiernos. Su
cercanía al Polo Sur la hacían perfecta para viajar hasta la gran base.
Ella me preguntó -¿Quieres saberlo todo? Lo sabrás. Yo no estuve allí pero él me dio esa
información. El Paso al Polo Sur.
-¿Al Polo Sur? ¿Y para qué?
-Bases, establecieron una gran colonia en el Polo Sur. Pero eso te lo contaré mañana en el
desayuno, después de amarme. Ahora ven aquí ¡Quiero mimos! Y ¡Deja de escribir! Ya tendrás
tiempo cuando yo no esté.
4 de Marzo 1958
Hoy vivimos un día estupendo. Fuimos hasta nuestro remanso en el arroyo. Allí mismo nos
amamos desenfrenadamente. La soledad de la llanura, el sonido de la chicharra y la paloma nos
acompañaron en esos momentos increíbles.
Bebimos cerveza enfriada en el arroyo. Comimos un pastel de manzana hecho con sus
maravillosas manos. Mientras amaba su cuerpo desnudo, terso y dorado miré por un instante hacia
el horizonte. Vendrían a buscarla y todo, todo acabaría. Comencé a temblar. Ella se dio cuenta y
miró mis ojos vidriosos por las lágrimas. Con las palabras entrecortadas por la emoción dijo -No
llores amor, es nuestro destino. Trágico pero ha sido hermoso el conocerte y no lo cambiaría por
nada. Aunque todo el dolor nos llegue, cada vez que has rosado mi cuerpo y me has mirado ha
sido la gloría más grande de toda mi vida. Siempre te amaré.
Vimos la puesta del sol y regresamos a casa.
El pueblo está en silencio. Ya nada es igual.
Como cada noche ella enciende una vela en la mesa. Cenamos callados mirándonos. Una
música exquisita llegaba desde la radio, alegrando nuestros corazones. Entonces me acordé y le
dije: “Ayer dijiste algo sobre la Antártida”.
-Así es. Entre 1938 y 1939 se realizó la Operación Antártica Alemana. Luego se extendería
durante años. El objetivo fue crear una Base a gran escala, en el lugar más inaccesible del globo.
En un principio se establecieron en la costa, en el lugar conocido como Tierras de la Reina Maud.
Se realizó un primer asentamiento. Posteriormente, en otra expedición muchos kilómetros adentro,
se encontró una gran caverna y allí se fundó la nueva Neuschwabenland. Esa caverna fue
ampliada para albergar no solo material sino decenas de personas. Así comenzaron los viajes
interrumpidos hasta el fin de la guerra. Muchos de los grandes descubrimientos se encuentran aún
allí.
-¿Descubrimientos?
-Sí, lo mejor de la tecnología alemana. Investigaciones totalmente prometedoras, máquinas que
ni la mente más imaginativa puede concebir. Es cierto que ya pasaron años, de todas maneras
abren campos de la ciencia aún no soñados.
-¿Pero cómo hicieron? ¿No es que el hielo se cierra en invierno y ningún navío puede pasar?
-Los rompehielos trabajan burdamente, aplastando y partiendo el hielo. Usaron una técnica
nueva, pulverizaban el hielo, incluso el más grueso, utilizando vibraciones, sonido. Claro que en el
entorno, una vez que el barco o submarino pasaba, el hielo se volvía a cerrar. Así las
embarcaciones alcanzaban velocidades de hasta diez nudos. ¡Esa es la inteligencia alemana!
-¿Pero cómo?
-La materia existe dentro de ciertos parámetros, fuera de ellos, deja de ser como tal. Así, cuando
a cualquier elemento se le aplica calor extremo, llega un momento en que los átomos pierden sus
características y se transforman en una sopa. Las cosas ya no son. Por el contrario, si se las llevas
al frío extremo, el movimiento molecular se detiene y la materia literalmente se hace polvo.
Nuestros científicos descubrieron el inmenso poder del sonido, de las vibraciones. Éstas, en cierto
nivel, logran también que la materia se pulverice. En el Polo es mucho más sencillo. Así pasaron
las naves.
-¡Maravilloso! ¿Esa Base esta hora está vacía?
-No lo sabemos. En 1945, cuando todas las operaciones por mar cesaron, varios capitanes de
los U-Boats decidieron no regresar. Algunos se encaminaron a Neuschwabenland. Un oasis, un
Shangrilá esperando un nuevo mundo.
Los suministros acumulados allí permitirían a una pequeña flota de submarinos, permanecer
activa un muy largo tiempo. Y lo extraordinario es que algunos de aquellos Lobos Grises aún
rondan a veces por las costas argentinas. El pasado mes le llegó a él un informe
-¿Después de tanto tiempo?
-Sí, todavía vienen.
-¿Del polo?
-Es posible. No lo sabemos. Quizás la Marina Argentina les de apoyo.
Al finalizar la guerra los norteamericanos enviaron una flota al Polo para buscar lo que no
encontraron, ni encontrarán.
-Esa gruta que ampliaron ¿cómo es?
-Fue excavada cientos de metros, reforzada con concreto y acero. Además contigua a ella se
encontraron grandes edificios, por llamarlos de alguna manera.
-¿Edificios?
-Sí, construcciones muy antiguas, en un tipo de roca que no es del lugar. La envergadura es de
una dimensión asombrosa.
-¿Quiénes la hicieron?
-No lo sabemos. Según él dijo se enviaron varias patrullas a recorrerlas, solo regresó un hombre
de treinta, veinte días después, en un estado total de insania.
-¿No hicieron más investigaciones, no ocuparon esa ciudad?
-No, es extraño. Los científicos cerraron la entrada y se abocaron a la construcción y puesta en
marcha de la nueva metrópolis. Ya estaba la guerra encima, habría tiempo más adelante.
-¿Por qué no utilizaron esa base?
-Sirvió mucho tiempo.
¿-Y los artefactos o tecnología dejada no podría ser utilizada para provecho propio, de aquellos
que accedían allí una vez que la guerra terminó?
-No, solo tres personas tuvieron acceso al plano, a la ubicación exacta de los contenedores
sellados que guardan los desarrollos. Dos ya han muerto, la otro soy yo.
¿Por qué no hacerlo público y dejarle a la humanidad elementos que puedan beneficiar a todos?
-¿Crees en serio que quienes hoy pudiesen llegar y apoderarse de esos inventos los utilizarían
en beneficio de la humanidad? No conoces a los políticos. Los que manejan a las potencias solo
buscan su propio provecho. El mundo no les importa. Por eso yo debo desaparecer ¿Entiendes?
Te aseguro algo, en un futuro próximo, cuando el acceso al polo sur sea más accesible, los
amigos americanos cerrarán todo camino al público. No más. Sospechan que allí hay mucho más
que hielo.
-¡Pero vamos!, ya ha habido muchos viajes y hay bases de diversos países.
-Sí, y habrá más, pero solo cerca de la costa, nunca dejarán ver la totalidad de la Antártida.
Los edificios antiguos se extienden en una gran distancia hacia el corazón del continente. Las
patrullas que enviaron a recorrer ese mundo, anduvieron no menos de seiscientos kilómetros,
estaban motorizadas. ¡Quién sabe qué conocimiento puede haber allí!
-Entonces ese lugar tiene carreteras…es enorme. ¿Él te dijo todo eso?
-Sí, y vi muchas fotos.
-Nunca estuviste ¿cómo podrías darle su ubicación a alguien?
-Tengo las coordenadas en mi mente.
-¿Todo esto te asusta? ¿Por eso quieres dejarme? ¿Qué nos importa todo eso? Es historia. La
guerra acabó hace mucho. ¡Olvida todo aquello! ¡Vivamos nosotros!
-No amor. Es imposible. La catástrofe del conflicto está aún en mi alma. Te lo he dicho amor y
odio, dolor y placer. Jamás podría olvidar.
-Pero ellos no saben de tu existencia. ¿Por qué te buscarían?
-Sí saben. Al final, cuando estuvimos por abordar el submarino, ocurrió algo. Fuimos
emboscados y escapamos por poco. Uno de sus hombres fue herido. Tuvimos que dejarlo. Tiempo
después, ya en Argentina, lo supimos fue torturado y habló. Ese hombre trabajaba con el Doctor.
Lo secundaba. Además conocía la operación al antártico y seguramente confesó, bajo tortura
sobre el hallazgo y la tecnología guardada en la base. Desde entonces me buscan.
-¿Por qué a vos y no a Don Otto...digo, no puedo pronunciar su nombre...no puedo
-¡Todos lo creían muerto por su propia mano en el Búnker! ¡Hasta los rusos se consiguieron una
calavera para decir que era la de él! ¿Cómo crees que hubiesen quedado ante el mundo habiendo
dejado escapar al monstruo? Por ello tuvieron que aceptar su fin en Alemania. Aquí fue sencillo
ocultarlo. Se tejieron historias. Muchos lo veían en Argentina en distintas partes. Toda mentira. La
mejor manera de ocultar algo es dar información falsa. Y funcionó. Lejos de quedarse en algún
pueblo parecido a nuestra querida Alemania (donde seguramente lo buscarían) eligió este pueblo
pequeño, perdido en la llanura bonaerense. Ahora ya no importa. Ha muerto y yo soy la única
persona a la que buscarán. Si estamos juntos tu vida no valdrá nada. No voy a permitirlo. Te amo,
te amaré siempre.
Nos encontrábamos en España. La operación para llegar a Argentina estaba en marcha. El
Submarino nos esperaba a cinco millas de la costa. Un lanchón nos debía llevar hasta el
sumergible. La tripulación se encontraba a bordo. Solo faltábamos nosotros. Él, Eva y cinco
hombres que lo cuidaban. Y como te dije allí nos emboscaron.
-¿Cómo se llamaba el Doctor?
-Prefiero no decirlo, aún tiemblo al recordarlo.
-¿Pero te enseño él medicina?
-Así es. Se hicieron cosas terribles en aquel tiempo. No quiero hablar más ahora. Quiero olvidar,
olvidar.
Solo ámame, ámame otra vez. Dejemos todo, no quiero pensar en otra cosa que en ti.
Antes de dormirse me ha mostrado un documento que el Anciano le dejó. ¡Cómo se ha ocultado
la verdad al mundo! Lo transcribo textual “El jefe del consejo americano en el juicio de Núrernberg,
Thomas J. Dodd dijo -Nadie puede decir que (Hitler) esté muerto”. El General Mayor Floyd Parks,
comandante general del sector americano en Berlín, añadió que él mismo se encontraba presente
cuando Zhukov (El General Ruso que entró en Berlín en 1945) declaró que pensaba firmemente
que Hitler podría haber escapado.
Teniente General Bedell Smith, jefe del Estado Mayor del General Eisenhower en la invasión
sobre Europa, y más tarde, director de la CIA, declaró públicamente el 12 de octubre de
1945: "Ningún ser humano puede decir de forma concluyente que Hitler esté muerto".
Todos esos hechos nos persiguen, intentando apagar nuestro amor ¿Qué tengo que ver con
ello? Si se ha creado una de las mentiras más grandes de la historia, nosotros dos somos ajenos a
ella. Solo quiero amarla, nada más, Poco me importan las ideologías. Solo quiero ser feliz.
Ahora nos persiguen los fantasmas del pasado, en un tormento abrumador.
Ella se ha acostado. Me llama. No puedo dejar de escribir todos estos extraordinarios sucesos.
8 de Marzo 1958
Hemos pasado varios días felices, aunque con el temor de la separación definitiva. Hoy
amaneció lloviendo lenta y pesadamente. El día me entristece. Me llena de una congoja pegajosa.
La ansiedad trepa desde mi pecho. Pienso, pienso una alternativa que me permita no perderla. El
desamparo me envuelve el alma. Estoy al borde de un precipicio profundo y final.
Frida no se levantó a preparar el desayuno. La encontré llorando en silencio. La abrace con
ternura. No quise preguntarle.
-Querido la historia lo muestra como un monstruo, un maníaco que llevó a su pueblo a la
destrucción. Temblaba cada vez que estaba a su lado. Nunca lo juzgué. He visto las imágenes, el
horror, los campos, las pilas de cadáveres, los soldados congelados. Para mí fue infinitamente
peor el sufrimiento, porque soy parte de todo eso, soy alemana. También el dolor ha sido mi
compañero año tras año.
La ausencia definitiva de mis seres queridos y de tantos otros, se me ha clavado en el pecho.
Duele en lo profundo. Intentas respirar y el aire es pesado. Siento a una mano que me estruja el
corazón. El olvido nunca llega.
Miraba a ese viejo, enfermo, con sus terribles dolores de estómago y sus manos temblorosas y
recordaba tanta tragedia. ¡Ha sido un suplicio Mario! ¿Sabes por qué?, porque yo sí siento que la
culpa, me desgarra y lloro cada noche en mi cama. A veces me despierto gritando, ya lo has visto.
Sufro, sufro un horror como no puedes imaginar. Yo sé que se equivocó, su tozudez destruyó todo
aquello por lo que se luchaba, pero yo quise a ese viejo a pesar de todo.
-No llores querida, vos no mataste a nadie, también fuiste una víctima de tanto horror. ¡Mírame
yo estoy aquí!
-¡Mario, ya no soportaba más!, le doy gracias a Dios porque te puso en mi camino. Y ahora un
nuevo suplicio se acerca tendremos que dejarnos. Olvidar
-Yo voy a protegerte, a cuidarte.
Ya canta ese insecto ¿cómo se llama?
-La cigarra.
-Cigarra, ¡Qué nombre!, va a hacer calor.
-Yo te daré calor, querida, vamos.
9 de Marzo 1958
Hoy pasaron hechos terribles. Salí temprano a buscar comida. Caminaba con temor, mirando
hacia el camino, esperando a los verdugos a que se la lleven para siempre de mi vida. Frida se ha
quedado acostada. Al regresar la encontré tirada en la cama y una botella de vodka vacía en el
piso. Sus ojos vidriosos me miraron con un desamparo infinito. Quiso levantarse y se cayó de la
cama sobre la botella rompiéndola. La levanté empapada en sangre. El vidrio le había cortado
parte de la cintura y en una de sus manos profundamente. Entre los efectos del alcohol y el dolor
gritaba y reía diciendo
-¡Maldito Doctor! ¡Maldito Doctor! ¿Qué me hiciste? Solo atiné a llevarla al baño. Le levé las
heridas. La vendé y la arrastré a la puerta. No tenemos un médico así que pensé en llevarla al
pueblo más cercano. Frida reía y gritaba que no hacía falta. Le dije que estaba borracha y que los
cortes eran muy profundos. Se sentó en el piso riendo mientras se arrancaba las vendas. Las
heridas habían cicatrizado, sencillamente no estaban. La piel, ahora apenas roja, se levantaba
suavemente en cada latido.
La puse en la cama y se quedó dormida.
Sentado en el porche, pensaba en el extraño suceso. Era imposible y sin embargo allí estaba ella
totalmente curada. ¿En qué extraño mundo me encuentro? ¿Qué es ella?
El cielo se cubrió con unas nubes bajas, encapotando aún más a mi ánimo. El Trueno llegó y
después el rayo. El aguacero hizo desaparecer al pueblo, al campo, a todo.
El mundo se transformó en una rueda que gira enloquecida. Pasaron por mis ojos seres brutales,
campos arrasados, ciudades, ruinas, bombas abrazando todo con fuegos, gritos, llantos, humos,
mares rojos, playas con miles de cadáveres, sirenas, niños abandonados, submarinos estallando
en las profundidades, náufragos, mares encendidos, islas remotas desbastadas, carne quemada,
chimeneas, cielos negros de hollín, dolor infinito. Muertes en el hielo, inviernos brutales, arenas
ensangrentadas. El llanto de millones de almas perdidas se confundió con el desbastador grito del
rayo. Imágenes del horror me rodearon en la oscuridad del día.
La tenebrosa locura de la guerra que nunca viví se encuentra ahora aquí, a mi lado.
Mi alma amando a ese ser dormido, temeroso de perderlo y anonadado por las preguntas
¿Quién es ella? ¿Cómo pudo convivir con él? ¿Cómo? ¿Cómo?
10 de marzo 1958
Ella ha dormido intranquila toda la noche. ¿Con que soñará? ¿A qué mundos oscuros habrá
llegado? ¡Cuánta tragedia en esta mujer maravillosa!
Pasadas las diez de la mañana abrió sus esplendidos ojos.
-Es tarde he dormido mucho ¿No es así amor?
Sus palabras no reflejaban los hechos asombrosos de la noche. Ni siquiera un dolor en las zonas
de los cortes. Sonreía. Me acerqué y le tomé la mano herida. Ella me miraba sonriendo.
-¿Qué haces?
Le pregunté si no le dolían los cortes. Entonces todo cambió. Su cara se endureció. Había
recordado. Retiró su mano de la mía.
-¿Qué viste anoche?
-Un milagro. ¿Me explicarás?
-¿Qué tengo que decirte?
-La verdad. Anoche tomaste y alcoholizada te caíste de la cama sobre la botella. Se rompió
debajo de tuyo. Te cortaste profundamente. Aún se encuentra la toalla en el baño empapada de
sangre. Yo estaba desesperado. Vos riendo te arrancaste las vendas rojas. Vi las heridas, los
vidrios clavados centímetros. Luego tu piel quedó sin una sola herida, apenas roja. ¡Eso en un
milagro!
-No, es ciencia, maravillosa ciencia alemana. Traté por todos los medios que no lo supieras. Pero
ayer desesperada por perderte tomé mucho. Lo siento tanto Mario. Ahora vas a estar aún en un
peligro mayor.
-¡Quiero saber!
-Él soñó con un ser especial, superior. Y lo consiguió. Con la ayuda del médico que te dije y
miles de prisioneros para realizar experimentos. Yo soy ese ser único. Lo que no pudo imaginar es
que ese inmenso descubrimiento no sería solo para los alemanes. Cualquier humano podría ser
como yo. Negros, blancos, amarillos, latinos, orientales, eslavos. Sin quererlo encontraron la
solución a las enfermedades del hombre. Lograron un ser casi perfecto, longevo, con
características físicas e intelectuales asombrosas.
-¿Qué te han hecho?
-La familia que me cobijó conocía a ese médico.
Realizó experimentos terribles. Lo supe después. Como te dije me enseñó mucho de lo que sé.
Me convirtió en un una persona excepcional pero también me condenó. Mi cuerpo es único.
-¡La caída de Parsifal y el tremendo golpe en la cabeza!
-En ese momento tuve miedo que te dieses cuenta. El accidente habría matado a cualquiera.
-Pero ¿cómo?
-Él comandaba un equipo de mentes brillantes. Cometían crímenes horrendos. La inteligencia y
la casualidad produjeron un resultado final: yo.
-¡Quiero saberlo!
-Sencillamente mi cuerpo es casi perfecto. Una nueva entidad sobre la tierra. Más apto, más
seguro de sí mismo. Mi cerebro incrementa exponencialmente mi inteligencia, la capacidad de
absorber nuevos y más complicados temas. Cuando leo un libro, estudio un nuevo tema, las
conexiones sinápticas se interconectan, desarrollándose rápidamente. Puedo manejar casi
cualquier situación. De cada hoja que veo asimilo cada palabra y ya no la olvido. Las ciencias, las
artes, la música, la literatura. He aprendido en poco tiempo lo que mil hombres no lograrían en
años.
Mis células pueden reproducirse una y otra vez sin agotarse. Voy a envejecer muy lentamente.
Prácticamente no puede haber enfermedades en mí. Salvo que adrede me destruya con alcohol,
drogas o lo someta a tóxicos. Mis huesos son fuertes y a la vez flexibles. Mi sangre puede detener
una gran hemorragia en segundos.
-¡Es maravilloso!
-No, no lo es. Es un suplicio. No tendré paz. Me perseguirán siempre. Te perderé. Veré morir a
todos, yo seguiré entre desconocidos en la soledad, en la noche del anonimato y en el silencio
interminable de días y años vacíos. No habrá nunca cielos claros. Jamás una mano amiga. Ni un
hombre en el que pueda recostarme. Lloraré lágrimas heladas y no habrá nadie para secarlas. ¿Te
das cuenta que quisiera ser normal? Ese maldito me convirtió en esto. Soy una cáscara. Una rama
verde inútil que seguirá por mucho tiempo cuando todas las hojas hayan caído. Estaré sola. No te
tendré a mi lado, ni a nadie que conozca. Todos, todos irán muriendo y yo aún estaré.
-¡Quiero saber!
-¿Para qué?
¡El más grande descubrimiento y yo estoy solo frente a vos!
-Solo obtendrás dolor y más dolor. Si algo te pasa luego...
-Nada, me va a pasar
-¡Si llegaran a sospechar que estuvimos juntos vivirás en el infierno!
-Dilo.
-Está bien. Existen decena de ideas que tratan de explicar por qué el ser humano envejece.
Encontrar la fuente de la juventud es uno de los sueños más preciados. Una bebida mágica que
nos haga inmortales.
-¿Es posible?
-No. No inmortales pero si muy sanos y fuertes.
Es importante no solo conocer por que los organismos se deterioran y mueren con el paso del
tiempo. Es necesario además entender cómo ha actuado la evolución y porqué los procesos del
envejecimiento varían tanto de una especie a otra y entre tejido y órganos. Algunos piensan que se
produce un desgaste orgánico. La célula utiliza la glucosa y el oxígeno, generando energía, el
motor se gastaría con el tiempo. Otros suponen que existe una programación genética. Así cada
ser tendría incorporado un reloj biológico.
Ese maldito encontró que las células normales están programadas para una determinada
cantidad de rondas divisionales ¿Entiendes?
-Sí.
-Bien. Recordarás que los cromosomas intervienen en la división celular. Allí está el ADN con la
información genética que cada célula va a heredar. ¿Está claro?
-Sí.
-Cada cromosoma tiene en sus extremos una serie de secuencias muy repetitivas y no
codificantes. Esos elementos se van acortando con las sucesivas divisiones. Existe una enzima
que atenúa esa acción. El descubrió que esa enzima existe en las células embrionarias, pero se
inactiva en las células desarrolladas. Es el reloj biológico que nos encamina lenta e
inexorablemente hacia la muerte. Es decir que la capacidad de división celular se va perdiendo.
Los elementos que se van acortando en las divisiones, al llegar a un cierto nivel mínimo
desencadenan mecanismos que llevan a la muerte celular. ¿Entiendes?
-Parece sencillo
-¿Sencillo? Es de una complejidad inmensa. Él lo logró.
-¿Bestial? Ha realizado el descubrimiento más importante para la humanidad
-¡No entiendes! Él buscaba crear una raza de seres genéticamente puros. Lo que ha conseguido
es la posibilidad de vivir largos años en salud a todos los seres humanos. No es lo que buscaba.
-¿Qué importa? Como sea será un beneficio para la humanidad.
-Así no. ¡De ninguna manera! Obligó bajo pena de muerte a sus subordinados a profundizar en
los secretos de la vida. Lo peor ha sido el costo. Miles de seres torturados. Conejillos de indias.
¿Cómo crees que llegó a lo que soy? Prueba y error. Cada error una vida. Cada vida decenas de
días de suplicios.
-¿En qué lugar estuviste con ese hombre?
-En Auschwitz.
-¿Cómo pudiste ver todo eso y soportarlo?
-¡Eso es lo terrible! Vivía en dos mundos. ¿Quieres creerlo? Yo admiraba a ese hombre. Ya
había visto el horror. Me trataban con respeto y yo aprendía en su compañía. Por un lado el gran
médico impartía ciencia, por otro ante la búsqueda de la perfección no le importaban los costos.
Contaba con varios laboratorios y equipos.
¿El lugar era muy grande?
Sí, se componían de tres campos principales y 39 secundarios.
-¿Cómo pudiste estar allí?
-¿Vas a odiarme ahora?
-¡Jamás!, te amo pero no lo entiendo.
-La guerra es lo más espantoso que puede ocurrirle a cualquier ser. ¿Sabes por qué? El odio. La
destrucción engendra ese sentimiento brutal. Vives una vida normal, tranquila. Amas a tus padres,
te quieren. Tienes a tus vecinos y amigos. En un abrir y cerrar de ojos los pierdes. No han muerto
en un accidente. Han llegado de otro país y los han asesinado. Toda tu vida se desmorona. Ya no
te encuentras limpia, tranquila, alimentada, segura, amada. Ahora estás sola, si nadie. En un
mundo calcinado de dolor. Intentas sobrevivir. Muchos no lo soportan y sencillamente se dejan
morir. Pero en mi una fuerza interior me hizo seguir, no rendirme.
¿Sabes que quería aquella pequeña adolescente que lo había perdido todo, hasta la inocencia?
Deseaba la venganza. No importaba a quien o quienes. Imaginaba solo una cosa: matar, matarlos
a todos los que pudiese. Ya vez lo que engendra el inmenso dolor de la pérdida. Odio, absoluto y
brutal. Por eso en aquellos momentos en que los prisioneros pasaban muy cerca mío imaginaba
verlos muertos a todos. Pero en las noches me despertaba de terribles pesadillas. Veía sus ojos y
surgían en mi interior fuerzas titánicas. Quería odiarlos y no podía.
Lloraba en las largas horas nocturnas. Me desesperaba. Me levantaba, caminaba sobre el piso
helado, miraba por la ventana a aquel mundo gris y bestial. Me ahogaba. Me imaginaba allí afuera,
del otro lado de las alambradas, con aquellos seres. Volvía a la cama mientras las sombras grises
de la noche lenta pero inexorablemente dejaban paso a otro día de sufrimientos y agonías
En aquel lugar yo trabajaba en uno de sus “hospitales”. Un día el Doctor trajo a una adolescente.
Una pobre niña con su uniforme gris y la estrella en el pecho. No pude nunca olvidar sus ojos
hundidos. Su mirada de infinita congoja me persigue. Los brazos caídos, sin un movimiento.
Deambulaba en silencio. Trataba de pasar por un autómata, para que la creyeran un poco loca. De
esa forma evitaría nuevas torturas.
Ya habían desechado a muchos prisioneros.
Él la trajo una mañana. Arrastraba sus piecitos. En su brazo un número indicaba su proceder.
Dijo que yo debería cuidarla y anotar cada una de sus reacciones.
Ella me miró a los ojos. Supe que en ese ser indefenso brillaba una inteligencia única. Con el
riesgo de ser acusada de ayudar a una prisionera exigí que los guardias me dejaran llevarla a mi
barraca. La excusa fue perfecta, Él había dicho que debería cuidarla. Y eso hice. Primero la
alimenté. Le aseguré que no sufriría más. Antes que él se fuese me aleje y le dije “la cuidaré pero
no la lastimen más”. Una mirada helada me taladró la mente. Me comprometí a ocuparme de ella y
a controlarla. Te juro que en ese momento me jugaba la vida. Si pestañaba, sí él suponía que
podría traicionarlo o ayudar a la niña terminaría en el patio trasero fusilada. Lo miré tranquila (pero
aterrada). Simplemente dijo -está bien. Quiero respuestas.
Yo anotaba cada estudio, cada reacción. Él llenaba libros de notas con dibujos. Explicaciones
infinitamente detalladas, fórmulas, etc.
Cuando la niña lograba dormirse leía cada hoja. Entonces entendí lo que él buscaba. El
experimento máximo. El sueño supremo de la humanidad: un ser perfecto, puro físicamente. Una
criatura cuyo cuerpo no enfermera. Sus células se reprodujeran indefinidamente, sin mutaciones.
Un cuerpo sin cansancio. Un individuo que viviese años y años sano. Descendencias siempre
perfectas. Cuerpos en los que ninguna enfermedad los atacaría. El sistema inmune, los glóbulos
blancos se volverían capaces de protegerlo durante más de 140 años y mantener indemne al
individuo. Las heridas cicatrizarían en segundos, incluso heridas grandes.
Se extendería la vida más allá de lo soñado. Los enfermos recobrarían su salud. No más
afecciones mentales. Los huesos nunca se desintegrarían con la osteoporosis. Prácticamente,
salvo lesiones extremas, nadie podría quebrarse un hueso. Estos se volverían increíblemente
fuertes, pero a la vez más flexibles. Los corazones no fallarían, ni los riñones, ni el hígado, nada.
Perfección. Un equilibrio maravilloso en todos los sistemas.
La niña dormía entrecortadamente. Hasta ese momento no pude imaginar el grado de locura y de
genialidad de ese hombre, ni la cantidad de seres destruidos en esa búsqueda. Allí estaba quizás
el resultado. Me acosté, esa noche al lado de esa niña cuya única posibilidad de vivir era yo.
Pasaban los días y ella me seguía siempre como un pequeño perrito. Como esos seres
minúsculos, sin dueño que siguen desesperadamente a la única mano que les ha dado una simple
palmada. Mientras tanto día a día ella era inyectada con distintas sustancias. Se le realizaban
infinidad de análisis.
Por alguna razón que yo desconocía, siempre tuve la certeza que esa niña no moriría como
tantos otros. Estaba segura que habían llegado casi al límite del conocimiento. Allí estaba ella,
pequeña, perteneciendo a la raza que tanto odiaban. Se le daba la llave a una vida superior, única
¿No es una paradoja?
Había visto infinidad de seres definitivamente perdidos. Los prisioneros apenas eran
alimentados. Solo los que trabajaban obtenían un poco más de sustento. La niña sin embargo se
encontraba en perfectas condiciones. Entre las múltiples pruebas que debía efectuarle la
alimentación era fundamental. Debía sobrevivir. Esa quizás fue la razón por la cual se me permitió
llevarla conmigo.
En las noches, cuando el suplicio de las pruebas había concluido, se me acercaba mirándome
desde la profundidad del dolor. Me suplicaba sin palabras.
Cada día, cuando caminábamos hacia el complejo donde trabajaba, ella miraba a los harapientos
prisioneros. Luego alzaba sus ojos hacia mí. No podré olvidar jamás a aquella alma torturada. La
traté con infinita ternura.
Se le tomaban pruebas de sangre. Jamás emitió una mueca de dolor. Extraordinariamente sus
heridas cicatrizaban casi instantáneamente. Su cuerpo lentamente cambiaba. Se endurecía, su
mente comenzaba abrirse. En aquellos momentos un terror vino taladrar mi espíritu. Pensaba que
si lograban lo que querían la matarían. Lo que importaba era el método y lo estaban teniendo.
Un mes después de su llegada ya habíamos cenado, esperaba que le leyera alguna historia
como cada noche, entonces ocurrió habló por primera vez. Solo dijo ¿Por qué? Dos palabras que
encerraban toda la locura humana. Lloramos juntas. Comprendí allí que nada nos diferenciaba.
Entonces un recuerdo de mi vida anterior llegó instantáneamente. Tenía 12 años, estábamos con
mi madre en el centro de la ciudad, ella entró a una tienda. Me quedé esperándola, en la vereda.
En ése momento un pequeño perro se acercó a mis piernas. Estaba perdido. Era un cachorro vivaz
que olía desesperado el piso. Buscaba a su madre. Estaba perdido, nunca más la encontraría. La
niña, yo y todos los prisioneros éramos como ese perro, seres que nunca más hallarían sus
afectos. El animal no lo sabía, nosotros sí.
Al siguiente día nos encontrábamos en el campo realizando ejercicios. Una alambrada nos
separaba del campo de prisioneros. Una larga hilera de seres destruidos caminaban hacia unos
camiones. La niña de pronto se detuvo y yo con ella. Corrió hacia la cerca. Los guardias le gritaron.
La criatura no pudo imaginar lo que ocurriría o tal vez eso buscaba. El tableteo de la ametralladora
estalló en aire. Un grupo de palomas volaron desde los tejados. La niña sin un grito cayó a tierra
con su espalda destrozada. Enloquecida corrí hacia ella. Los guardias me siguieron. En mi locura
arrebaté una pistola y la puse en la cabeza del asesino. El Médico llegó en ese momento. Cinco
armas me apuntaban. Quise matar y morir en ese instante, ya nada me importaba. Mi dedo se
crispaba sobre el gatillo. El soldado temblaba. Él me sacó el arma de la mano. Dio una orden y las
armas bajaron. Con la misma pistola que le apuntara a aquel soldado él se la puso en los ojos y
disparó. La sangre me salpicó. Puso el arma en mi mano y me dijo ¡úsala! Apunte al cadáver y
disparé una, dos, tres…muchas veces, hasta que se agotaron las municiones. Ese mismo día
todos los guardias que estuvieron allí fueron fusilados. Habían matado a su más preciado tesoro.
Enterré yo misma a aquel pobre ser.
Al siguiente día vino a verme a mi habitación. Sus ojos inmutables buscaron los míos. Dijo -
sigues tú, te convertiré en una mujer única, excepcional. Serás lo mejor de la raza alemana.
Todavía estás en etapa de crecimiento, quizás lo logremos.
-¡Dios mío! Todo lo que has pasado. ¿Hay alguien más como vos?
-No
-¿Pero cómo es posible? ¿Cómo lo lograron?
-Se adelantaron decenas de años. Fue un golpe de suerte.
La complejidad de nuestro cuerpo es de una magnitud comparada con el universo. El cuerpo
humano es una máquina maravillosa. Muchos de los sistemas poseen una doble acción, es decir
ante un problema o una falla, se dispara un mecanismo de reparación. Luego se reinvierte y se
establece el equilibrio, que llamamos homeostasis. Por ejemplo la sangre. Está constituida por
glóbulos rojos, blancos, plaquetas, etc. Si se produce una herida, las plaquetas la detectan,
cambian de polaridad y de forma, se “pegan” a la herida, crean un tapón de fibras y tú te salvas de
morir desangrado. Luego el sistema se frena y todo vuelve a la normalidad. En el cerebro, entre las
células nerviosas hay un espacio, cuando una señal debe pasar de una a otra, se liberan ciertos
elementos que optimizan la conexión. Una vez que el impulso eléctrico ha pasado, una bomba de
recaptación, toma esos elementos para utilizarlos la próxima vez. En la depresión falla ese sistema.
El corazón funciona equilibradamente, ingresa sodio, se produce el movimiento, sale potasio, etc.
Así ocurren infinidad de acciones corporales sin que tengamos la menor idea.
-¿Y entonces?
-En ocasiones el equilibrio, por múltiples causas, falla. A parte del normal envejecimiento también
por herencia defectuosa de genes, stress, consumo de alcohol, drogas, mala vida, deficiente
alimentación etc. Roto el equilibrio se presentan las enfermedades. Hasta aquí, muy brevemente
para que entiendas, lo que ocurre en nuestros cuerpos.
Hay un momento del desarrollo de un ser en que todo (salvo excepciones) funciona
perfectamente y podría ser casi inmortal. Pero cada vez que una célula se divide para formar otra,
una pequeña parte del ADN pierde parte de su eficacia. En la próxima división perderá más y así
sucesivamente. En algún momento ya no tendrá capacidad para crear nuevas células, el
organismo se dirigirá lenta pero inexorablemente a su final. Como antes te dije.
Una vez que un ovulo ha sido fecundado por un espermatozoide el milagro de la vida comienza.
Se produce un crecimiento muy rápido, las células se especializan y crean a un nuevo ser humano.
Con el tiempo ese sistema se va deteniendo. Una vez que hemos crecido inexorablemente nos
dirigimos hacia las enfermedades y hacia la muerte. Con el tiempo el motor de las células se gasta
y se vuelve más y más ineficiente.
-Explícame más.
-El mecanismo de la vida. Por un lado lograron modificar el reloj bilógico que hace que las células
vayan perdiendo la capacidad de reproducirse. Desarrollamos el método para que un cuerpo
pueda auto regenerarse, utilizamos el mismo sistema que hace que en un feto o en un niño, sus
células se reproduzcan velozmente. Las llamamos embrionarias. Son las encargadas de dar lugar
a todos los tejidos del cuerpo. Tienen la asombrosa capacidad de convertirse en muchos tipos de
células diferentes del organismo. Al servir como una especie de sistema de reparación para el
cuerpo, pueden dividirse potencialmente sin límite para reponer otras células que se hayan dañado
o que se deban reemplazar.
El desgaste de las células pasa desapercibido, pues estas nuevas progenitoras las reemplazan
permanentemente, siempre son nuevas.
Se necesitaron miles de pruebas, fetos y cordones umbilicales….y personas.
Te dije, yo miraba a las alambradas. Esas caras no puedo olvidarlas.
Caminaba cada mañana desde mi barraca a los laboratorios. Ellos estaban allí, siempre distintos
pero el mismo sufrimiento. Silencio ¡no puedes imaginar tantos ojos mirándome! En esos
momentos mi mente volvía a mi familia, a mis amigos, a todo el dolor que yo había sentido y
trataba de odiarlos, a ellos al enemigo.
-Ellos no eran tus enemigos.
-¡Lo sé! ¿Pero a quien odiar entonces? ¡No imaginas el terror que se siente ante un bombardeo!
Allá arriba, hombres que nunca verás, lanzaban fuego y destrucción. Cientos, miles de ellos
masacrando a cada habitante que caminaba sin armas. Desde sus países les dijeron que éramos
el enemigo ¿Lo fuimos nosotros seres indefensos? Tuvimos nuestro país, al que amamos y
desarrollamos inmensamente. ¿Sabes por qué ocurrió la guerra?
-Sí, porque el Anciano la inició.
-Eso es una mentira. Sencillamente nuestro desarrollo social y tecnológico no solamente
sorprendió al mundo, creyeron que constituíamos un peligro. Nos llevaron a la guerra.
-Pero volviendo a los campos esos seres estaban indefensos.
-Sí, y ese ese es el peor recuerdo que taladra mi alma. Quiero convencerme que aún los odio,
incluso cuando todos ellos ya hayan muerto, pero no lo logro. Se confunden espantosas
sensaciones en mí. Desearía tanto hacer justicia con los que nos destruyeron.
-Trata de sacar eso de tu mente, te destruirá.
-¡No puedo! ¡No puedo!
-¿Cómo es posible que ante una gran herida tus tejidos cicatricen rápidamente?
-Es difícil de explicártelo, no lo entenderías
-Inténtalo.
-La casualidad vino en nuestra ayuda. Estaban estudiando una enfermedad que se da entre los
euroasiáticos. Buscaban algo que nos diferenciara de los no arios. Encontraron un severo trastorno
de hipercoagulabilidad. ¿Cómo te explico? Ante una herida existen tres momentos. En el primero
las plaquetas (que corren en la sangre) se activan, cambian de forma y se pegan a la herida.
Forman un provisorio tapón. Eso dura unos segundos. Luego se crea (a través de un muy complejo
sistema) un tejido de fibras, que cubre mejor la herida. Dura minutos. Finalmente la cicatrización
cierra el proceso que puede tardar un par de semanas. Descubrieron que muchas mujeres
embarazadas, que portaban esa enfermedad de la sangre, sangraban muy poco en el parto. Los
soldados heridos apenas lo hacían. Así se pensó que poseían una enorme ventaja sobre otras
personas. Pero no era así. Tenían una enfermedad de hipercoagulabilidad.
-¿Y entonces?
-La sangre puede generar un taponamiento del sistema. Crear trombos, que pueden ocluir una
vena o arteria y matar al individuo.
Todo el sistema plaquetario funciona en armonía, salvo en la enfermedad. Una vez que la herida
es cerrada, todo el proceso de coagulación se detiene y vuelve a la normalidad. Las plaquetas
regresan a su forma normal y circulan libres, hasta otro proceso, como dije.
-¿Cómo es posible que tus heridas cicatricen en segundos?
-¡Quieres saber mucho! ¡Será peor!
-¡Dímelo!
-Lograron que en mi sangre las plaquetas y el tapón fibroso se realice en casi un solo paso. Pero
fundamentalmente sin crear en mí un riesgo de hipercoagulabilidad, es extraordinario. Ya ves.
-¿Pero cómo?
-Modificaron muchos parámetros y esperaron a que no tuviese mutaciones en mi ADN.
Sencillamente sospechaban pero no lo sabían con certeza. Tuvieron mucha suerte y yo también.
Cientos, miles sucumbieron antes.
-¡Estoy maravillado! Simplemente nuevas células.
-No exactamente, cada organismo posee una secuencia específica de ADN, una complejísima
cadena de genes. Cuando uno cambia o muta, el organismo puede verse afectado y desarrollarse
una patología específica. Nuestros científicos hallaron algo así como la huella digital para cada ser
humano. La llave, el Grial. Perdimos la guerra, los vencedores nos quitaron muchos de nuestros
descubrimientos, pero el más grande no lo tienen. Por eso debo huir y tú debes volver a tu vida.
Olvidar todo esto.
-Eso es imposible, jamás, jamás podré.
-Soy la única persona en el planeta que ha ensayado el procedimiento. Aquella niña que yo
cuidaba fue asesinada. Por eso trataron conmigo.
-¡Eres inmortal!
-No exageres, sana y es suficiente. Todos moriremos.
-Es un descubrimiento que supera todo, el sueño humano hecho realidad.
-¡No! Es una locura. La naturaleza llegó desde un mínimo ser hasta nosotros con tres
herramientas, prueba, error y muerte. Una y otra vez. Un ser defectuoso moría y nacía otro
mejorado. Miles de años y el hombre quiere contradecir la base de la naturaleza. ¿Qué crees que
pasaría si millones de seres fuesen como yo?
-No lo sé.
-No te imaginas el mundo que vendría. ¡Basta! ya lo sabes. Si alguien más llega a saberlo ambos
moriremos de la peor manera. Si me arrancan el secreto quien sabe que podría ocurrir.
-¿Qué pasaría si una gota de tu sangre toca la mía?
-¿Quieres ser como yo? Imagina que no te enfermas, ves a tus hijos sufrir el dolor que no
podrías sentir tú. Tu familia envejecería y estarías casi siempre joven, al menos muchos más que
ellos. Nada podrías hacer, solo verlos deteriorase. ¿Quieres una gota de mi sangre?
-No, mejor no.
-¡Muy bien! De todas formas, no funciona así. Deberán encontrar los procedimientos.
-¿Ese Doctor cómo era su nombre?
-Joseph Mengele.
-¿Mengele? ¡Dios mío!
-¿Aún vive?
-Sí y atendía en Buenos Aires junto a otro gran médico Karl Vaernet.
¡Ahora no vas a creer lo que te diré! Mengele ingresó al país con el nombre de Helmut Gregor, el
29 de junio de 1949. Lo gracioso es que luego uso su verdadero nombre.
-¡No puede ser!
-Sí, solicitó la rectificación de su apellido y obtiene la Cedula de Identidad de la Policía Federal.
Le otorgaron el documento como Josef Mengele.
-¡Pero lo buscaban!
-¡No me digas! Qué interesante. Ya que te gusta tanto escribir te daré sus direcciones. La del
consultorio que compartió hasta 1954 con Vaernet: Uriarte 2251, del Barrio de Palermo. La chapa
con su nombre estuvo en la puerta largo tiempo. Sus domicilios: Sarmiento 1875, Olivos.
Azcuénaga 1551, Buenos Aires. Arenales 2460, Florida y Dreysdale 3575, Carapachay.
-¿Cómo recuerdas todo?
-¡Gracias a él! ¡MI memoria!
-¡Es una broma!
-Lo he visitado varias veces. Me practicó varios estudios.
-¡No es posible!
¡Basta no me preguntes más, basta por favor! Quiero que me ames, que me ames. El final se
acerca.
-Sí, soñaré siempre cuando llegabas a mi cama envuelta en tu toalla.
¡Debes olvidarme! Tal vez te escriba y tengas una sola vez noticias mías.
-¡Prométemelo!
-Está bien, te lo prometo, pero solo una vez. Guarda los mejores recuerdos de esta dicha que
ambos hemos vivido. Nadie podrá nunca quitárnosla. En los días grises que lleguen, a nuestras
solitarias vidas, cerraremos los ojos y pensaremos en éste tiempo. Ahora ven aquí. ¡Ámame!
¡Nos queda poco tiempo tan poco tiempo!
11 de Marzo 1958
Todo se vuelve gris. Como si un gigantesco pincel hubiese borrado el color de las ventanas. La
fuerza del verde de los pinos. El plateado de los eucaliptus. El marrón suave de las calles. El
campo inmenso es ahora un sucio recuerdo de otros días.
¡He vivido tanto en tan poco tiempo! Ella, la magnífica Frida se va apagando. Detrás de esos ojos
azules la locura del fuego y el dolor quieren asomarse a esta triste vida de hombres simples de
campo. Su alma se agita bajo las titánicas fuerzas de los terribles recuerdos.
Regresaba de comprar alimentos y una extraña música me recibió. Me quedé petrificado. Cerca
de la casa, desde una de las ventanas, una maravillosa melodía trepaba hacia los cielos. No quise
entrar e interrumpir ese momento mágico. Una flauta creaba imágenes. Cientos de ellas en una
catarata extraordinaria de tonos. Subían y bajaban. De pronto un breve silencio lograba
angustiarme hasta que otra vez los sonidos me trasportaban a mundos aún no soñados. Me dejé
caer de rodillas absolutamente extasiado. Cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba allí. Me encontré
en una inmensa habitación cuyo techo no alcanzaba a distinguir. Una gran cortina se corrió. Surgió
un inmenso coro de niños, vestidos de blanco; acompañaban a la flauta, creando una alegría
imposible de describir. Ahora miles de aves, nunca vistas, atravesaban el estar, creando un gran
arcoíris y una suave brisa con sus pequeñas alas.
La música cambió llevándome a una planicie.
Caminaba sobre una gruesa hierba. Me acosté sobre ella disfrutando su suavidad. En lo alto
brillaba un cielo profundamente azul, surcado por nubes de miles de formas.
La música escalaba decenas de tonos, se calmaba y volvía a bullir. Me envolvía. Acariciaba la
hierba como un viento tiernamente inesperado. Me incorporé. Caminé hacia abajo de una cuesta.
El cielo se cubrió lentamente. Las nubes blancas dejaron paso a otras suavemente grises.
A lo lejos una pequeña casa me llamaba.
Me deslizaba casi sin pisar el suelo, sin cansancio, feliz.
Crucé un breve bosque de encinas. El profundo aroma de la foresta me asaltó como cientos de
curiosos ojos de pequeños animales. Otra vez en campo abierto. Me acercaba. Lograba ver sus
ventanas iluminadas.
Las nubes se volvieron más y más oscuras. A lo lejos escuche el fragor del trueno. Me detuve y
vi la luz de un rayo.
La flauta se multiplicó por cientos. Infinidad de notas se enroscaron en el aire trepando muy alto.
Me empujaban hacia mi refugio. Corrí, corrí volando sobre la tierra que comenzó a recibir las
primeras gotas.
Una inmensa bandada de extraños y oscuros pájaros voló hacia el bosque.
El rayo se acercaba. Una cortina de agua se descargó furiosa, mientras decenas de aromas
brotaban y subían por mis piernas inundando mis sentidos. Con él último rayo cayendo muy cerca
abrí la puerta. La casa se encontraba vacía. Solo un gran fuego en la chimenea iluminaba el estar.
La noche había llegado. Afuera toda la oscuridad ocultaba la brutalidad de la tormenta. El cielo se
deshacía.
La música continuaba ahora con un dejo de tristeza. Más tenue. Mientras, tiritando, me secaba al
fuego, la melodía fue aumentando mi desasosiego, revelando mi oscuro mundo. Y como había
comenzado cesó y yo estaba de rodillas en la puerta de la cabaña.
Entré y sin comprenderlo encontré a Frida con la flauta en la mano. Nunca la había visto tocar.
Ella lloraba lenta pero desconsoladamente. La abracé sin saber que decir.
Hoy entre llantos me ha contado muchas más cosas. El movimiento alemán en nuestro país.
Desde la lejana Patagonia, pasando por los inmensos bosques y lagos del sur hasta sus contactos
en Buenos Aires y otras ciudades. Nombres, fechas, datos que resultan increíbles.
Me ha dicho que el gobierno nacionalista alemán no pensaba en invadir la Patagonia. Todo lo
contrario, usarla como un bastión del Reich. Claro que apoyado por el gobierno de Perón de clara
tendencia nacionalsindicalista. Pensaron en enviar tropas y armamento para reforzar este “fuerte”
en el fin del mundo. Y el lugar se prestaba absolutamente para esos planes compartidos.
Imaginaban una expansión mundial. La Argentina ubicada justo entre los dos océanos y por ende
en el camino hacia Japón. Pero al caer Stalingrado se divide el Eje desde los puntos más
importantes de abastecimiento de tropas, alimentos y armas para las ciudades.
Si se hubiese podido abastecer a la Argentina en tiempo y forma todo hubiese sido disto, pero
entonces fue imposible. Se perdía la guerra y esa idea de un sur americano aliado fue
impracticable. Pero aún quedaba algo. Nuestro país sirvió de salvoconducto con el fin que la
doctrina nacionalsocialista no se perdiera y quizás diese a alguna esperanza a algunos de la
cúpula del Reich.
Hacia finales de la Segunda Guerra el Estado Mayor de los Estados Unidos realizó una
operación para utilizar a muchos científicos alemanes. En algunos años, cerca de 1500 científicos
nazis son sacados de Alemania y reclutados para trabajar contra la URSS. Realizan
investigaciones principalmente sobre armas químicas, el uso de psicotrópicos en la tortura y la
conquista del espacio. Lejos de situarlos en puestos subalternos el Pentágono les confía la
dirección de estos programas. Finalmente la codicia por el conocimiento deja de lado los
“antecedentes” de muchos de ellos. Nombres fundamentales (según Frida) Wernher von Braun,
afiliado a las SS. Así, Theodor Zobel es acusado de haber efectuado experiencias con seres
humanos cuando dirigía los túneles de pruebas aerodinámicas de Chalais-Meudon, en Francia.
Otto Ambros es de los que se benefician con el programa. Director del IG Farben durante la guerra,
participa en la decisión de utilizar el Zyklon B (producido por una filial del IG Farben) en las
cámaras de gas y escoge Auschwitz para instalar una fábrica.
Frida me ha brindado muchos más nombres y es inconcebible.
Friedrich Hoffmann es uno de los primeros en llegar a la base americana. Sintetizaba durante la
guerra los gases tóxicos y las toxinas para el laboratorio de química de guerra de la universidad de
Würzburg y el Instituto de Investigaciones Técnicas de la Luftwaffe. Una vez en los Estados
Unidos, es encargado de crear nuevos trajes de protección y antídotos contra los dos gases más
mortales, el Tabun y el Sarín, llevados en grandes cantidades desde Alemania a los arsenales
norteamericanos.
¿Cuál es la verdad? ¿Para qué se perdieron tantas vidas? Nada a importa a los políticos, solo
más poder, sin importar el costo.
Los otros días ella me hizo una pregunta. En ese momento estábamos lejos de casa y solo
contaba con un anotador. Me dijo -¿sabes cómo se organizó el Servicio de Inteligencia Policial en
tu país? Le respondí que no tenía idea. Y dijo -Perón tuvo un Secretario Personal, hijo de
alemanes y conectado con la elite de la Gestapo, Rodolfo Freude. Fue el encargado de traer a
científicos, economistas, militares, ingenieros y expertos en seguridad desde Alemania. Fue Perón
junto con el personal de la Policía Política Alemana, nuestra Gestapo, quien crea un sistema
policial a imagen y semejanza de esa organización. La llamaron Orden Social, luego Coordinación
Federal. Le dije que eso es descabellado. Rió y exclamo -¡tonto!, debes aprender que nada es lo
que parece. Si te cuento todo esto es por una sola razón, sabes mi secreto. Al conocer los datos
que te doy tal vez puedan ayudarte a salvar tu vida. Podrás usarlos en un caso extremo. A veces el
hacer público un secreto puede servir para detener un ataque. Pero no es seguro. Solo trata de
olvidar y volver a tu familia.
¿Cómo podré lograrlo? ¿Será cierto todo esto? ¿Dónde está la verdad, Dios mío, donde?
12 de Marzo1958
Desayunábamos y Frida, con los ojos hundidos y húmedos a dicho sorprendida -¡he perdido el
reloj que mi padre me obsequiara! Le pregunté dónde. “En el estanque” -dijo. Le pedí que
fuésemos a buscarlo. Bajando la vista me pidió que lo trajese yo. Ella debería ir a ver a una mujer
que le faltaba poco para dar a luz. Sin ganas subí a la camioneta y me dirigí a nuestro remanso. Al
mejor lugar en el mundo, donde bajo el enorme sauce llorón nos amáramos tantas veces.
La camioneta levantaba una polvareda enorme. Me tapó la visión hacia atrás.
Dejé a mi espalda la larga línea de eucaliptus y salí a campo abierto. Tres tranqueras abrí y
cerré.
A medida que me acercaba a la aguada mi corazón se aceleró. Un espantoso presentimiento
trepaba por mis piernas hasta el pecho. La cabeza me pesaba. Paré, bajé del vehículo y caminé
los últimos pasos hasta la sombra del sauce. Ya escuchaba el suave rumor del arroyo cayendo en
el estanque. Vi los ojos de Frida llorosos. Su mirada baja. Sus palabras entrecortadas. Antes de
llegar ya lo sabía. Finalmente vi el reloj sobre la carta. Caí de rodillas. Leí llorando a gritos sus
últimas palabras. -Te dejo mi recuerdo más preciado. Que cada segundo te lleve dulcemente mi
imagen, pero trata de no sufrir. ¡Me has hecho tan feliz! Me brindaste luz en mi oscuridad.
Esperanza en la incertidumbre La más exquisita y tierna dulzura. Me has hecho sentir mujer y le
has otorgado un sentido a mi existencia. ¡Te amo tanto!
PD: ¡Gracias, gracias querido Mario! Vuelve a tu familia. Una cosa más, no puedo ocultártela me
has dado lo más maravilloso que una mujer puede tener: ¡Una hija! ¡Sí serás padre! Quizás, si
algún día las fuerzas oscuras dejan de perseguirme, te haré saber de ella. Quédate tranquilo,
estará bien y protegida.
¿Por qué digo una hija? ¡Estoy seguro que será niña! Y se llamará Ana ¿Te gusta ese nombre?
Te querré siempre. Sufre lo menos posible. Tuya para siempre Frida.
El campo entero escuchó mis gritos desesperados. Corrí a la camioneta, corrí, rompí varios
alambrados. Volví a la casa. Se la habían llevado. Nada quedaba allí.
El silencio inmenso de la pérdida fue tapada a ratos por el sonido de una paloma. Esa música
que yo tanto he amado parecía decirme ¡es el fin! Volví a la camioneta, corrí al centro del pueblo. A
las tres de la tarde todos dormían la siesta. Un paisano cruzó la plaza solitaria. Llegué hasta él y lo
tomé bruscamente del brazo, mientras le gritaba ¿Quiénes vinieron? ¿Cuántos eran? Se soltó
diciéndome que no había visto nada.
Regresé a la casa. Buscaba algo, un mínimo recuerdo que la trajera de vuelta. Allí estaba sobre
una silla, un largo pañuelo para la cabeza. En el colmo del frenesí lo olí a borbotones. Aún su
perfume estaba allí. Abrí una botella de licor y la tomé integra. Estoy en plena noche. La
borrachera se me ha pasado. Escribo estas últimas palabras en la angustia más intensa de toda mi
vida.
La decisión final
Al final del camino cada pieza de esta historia estuvo en su lugar.
Tal vez todo lo narrado no es cierto y solo ha sido un trabajo literario de mi padre. Quizás el
deambular de mi hermano por la Patagonia consistió solo en las aventuras de un muchacho
extraño y algo extraviado. También es posible que la muerte de Judith nada tenga que ver con un
secuestro y sus maquinaciones se hayan debido a un ser perdido mentalmente por las brutalidades
de la guerra. Y bien puede ser que todo lo que me ha ocurrido haya sido por mi imaginación
exacerbada.
Quizás no tenga una hermana cuya sangre encierre el secreto de la juventud. ¡Eso deseo! Pero
las pruebas son de tal magnitud que me resisto a creer que será tan sencillo librarme de todo esto.
Así he podido a comprender lo inmenso de la tragedia y lo que podría pasar si se llegara a
conocerse el último eslabón de la cadena, que ya no me afectaría solo a mi o a mi familia, sino a
cientos, tal vez a millones de seres.
Regreso a mi hermano Alejandro. A su vida marcada por el abandono, el dolor y la muerte.
Recordé sus ojos mirándome desde su cama agonizando. Cuántas cosas podría haberle
preguntado antes, cuando aún teníamos tiempo.
Seres tan disímiles, mi hermano, papá, un Adolfo Hitler, ya viejo y olvidado, pretendiendo, desde
un ínfimo pueblo de la Provincia de Buenos Aires, que un don nadie, un simple vendedor de
herramientas, como mi padre, compartiera sus palabras de grandeza, en un gesto inútil y final,
pero necesario.
Frida, su adorada Frida, entregándosela a papá
Judith, la esposa de mi hermano, tomando una misión para arrancarle el secreto tan buscado.
Suicidándose en un acto de amor incomprensible.
Mi padre perdido en su necesidad de huir de mi madre.
Mi propia madre trabajando arduamente, para sostenernos, a mi hermana y a mí, en la vieja casa
de la calle Gascón 2335 de Mar del Plata, en Argentina, mientras mi adolescencia transcurría sin
que me diese cuenta de los extraños sucesos que estaban trascurriendo.
Veo, el tiempo que, como fina arena, se escapa de mis manos, grano a grano. Pero es un viaje
hacia atrás, que de todas formas se mezcla con ayeres y presentes.
Estoy parado ahora frente la tumba de Otto Luwing, en este olvidado cementerio de Saldungaray,
en la Provincia de Buenos Aires, mientras el viento inexorable me hiela hasta los huesos. El
camino polvoriento se pierde entre los tilos. Supongo que bajo esa lápida se encuentra otro cuerpo
que nadie imaginará nunca.
El tiempo borrará también el nombre sobre el mármol. Ya nada quedará. Curiosamente la
información sobre su destino final me llegó por pura casualidad. Una vía no relacionada con ésta
historia (o tal vez sí). Lo diré: Un ex agente de Inteligencia de la Armada, interesado en la historia,
me proveyó de documentación clasificada (parte de la cual he mencionado en parte) en la que se
indica el lugar donde “Don Otto” se convierte en polvo. Mientras el mundo lo recuerda como el
monstruo.
La arena corre entre mis dedos. Estoy en el desván, buscándo lo que mi tío me pidiera. El sol
juega con las sombras y veo el arcón.
El Diario corre hoja a hoja entre mis manos.
Mi padre desde el fondo del tiempo habla de su aventura con ese viejo que suponíamos muerto
hace mucho tiempo.
Una tumba abierta en el fango. El cementerio de la Chacarita, absolutamente tétrico, en la furia
de la tormenta. El ataúd de mi hermano, tirado rápidamente al agujero inundado, mientras nos
espían.
El tiempo extrae recuerdos de mi mente a borbotones.
Alejandro volviendo a Buenos Aires.
La avidez de Olga, su segunda esposa, acaparándolo todo. Fría e insensible.
Alejandro castigado, viajando a en un polvoriento tren hacia la Isla Leones, en el lejano Chubut,
al destacamento militar.
El faro cómo un único y solitario ojo. Las innumerables tormentas. Los vientos implacables. La
lluvia taladrando los techos de chapa. Las noches increíblemente largas. Las olas barriendo gran
parte de la isla. El aislamiento. Los cielos negros desbordados de rayos y truenos, estallando en
las rocas. Buenos Aires en un norte inalcanzable. Las cartas a sus tías. El silencio de nuestro
padre.
Luces en la noche. Llamadas quizás a los U-Boats.
El despertar de Alejandro. La llegada del primer submarino. Alemanes desde la guerra a la
Patagonia.
El fin de la inocencia. El escape. La navegación hacia el norte.
El cruce por la estepa hacia el Oeste. La soledad y la intemperie. Un pobre muchacho con sus
sueños destrozados. Huyendo, siempre.
El corazón enorme de Don Eusebio, cuidando de mi hermano. Otra vez la percusión, buscándolo.
La separación. La inmensa tristeza de Don Eusebio.
La carrera hacia los bosques.
El silencio de las noches. Los fuegos calentándolo en alguna gruta. Los inviernos durísimos. Las
aves altas en los cielos de montaña. Él mirando esa libertad sublime. El deseo de escuchar alguna
vez una voz humana. La caza para alimentarse. Los bosques para pasar desapercibido.
El alma añorando una mano, una caricia.
Las largas cartas enviadas a nuestro padre.
Los trabajos en las estancias. La vuelta a la naturaleza impredecible. Desvanecerse, una y otra
vez.
La nieve en las montañas. Los amaneceres helados. Las pieles cubriendo su cuerpo. Los ojos y
el alma cansados. La esperanza de ver a papá.
Su niñez, correteando en la vieja casona de Flores, en Buenos Aires.
Mi hermana y yo, lejos de él, en Mar del Plata
Mi padre sin trabajo fijo, deambulando por los pueblos, vendiendo herramientas.
Mi madre, mi hermana y yo, siempre solos.
Papá casándose con Noemí, mujer extraordinariamente culta. Gran pianista. Él cantando arias
de ópera, mientras ella desgranaba magistralmente cada nota en el piano.
Mi madre, amiga de Noemí aconsejándola que no se casara con mi padre, por que éste era poca
cosa para ella y luego contrayendo matrimonio con él.
La muerte de Noemí, la madre de Alejandro, durante el parto.
Mi padre casado por segunda vez, ahora con mi madre.
Ella rechazando a Alejandro pequeño. Mi padre inmutable.
Más atrás, aún más lejos. La arena resbala ávidamente entre mis dedos. El tiempo corre en un
vendaval de imágenes.
El Coronel Cortina, tatarabuelo de mi abuela materna, cabalga junto al General, Don José de San
Martín. Camaradas, amigos, a las órdenes de la Patria Grande. Que un día traería a otros hombres
sucios por el humo de la Guerra. Patria que mucho más tarde se vería desgarrada por la
corrupción generalizada de pueblo y gobiernos.
Tiempos en que aquellos que soñaron con un futuro de grandeza no pudieron imaginar la
desolación sin esperanzas que traería el futuro.
Una patria desgarrada por seres miserables. Luego, cuando creíamos haber llegado al fin al
sueño colectivo, trajeron mentiras una y otra vez, en nombre de la democracia
El indio, en las inmensidades del sur y de la Pampa corretea libre. Cabalgando con el viento.
Persiguiendo los horizontes.
El hombre blanco. El maldito Juan Manuel de Rosas dando la orden de la “Solución Final” “Dejen
solo a las mujeres de menos de 20 años. Indios, indias y niños, me los matan”
Los malones. La resistencia. Los Caciques, cuyos nombres poco conocemos. La tenaz lucha
contra el invasor español. Los mapuches, los puelches.
El criminal Julius Popper, un ingeniero rumano, que mataba onas por diversión.
Niños indígenas corriendo despavoridos ante el fuego de los rémington y el filo del acero.
¿Qué patria hemos hecho? ¿Cuánta sangre y mentiras aún debemos soportar?
Holocaustos, muchos e incontables holocaustos. Sí. No hubo uno, fueron cientos. Miles, tantos
como la abrumadora historia humana.
Desde el fondo del lejano sur, antes que siquiera nos dijesen que somos argentinos, ya se
realizaron inmensas matanzas de inocentes. Luego vinieron otras.
La Guerra, los rusos violando y asesinando a las alemanas . Ciudades reducidas a polvo.
Hombre a hombre, mujer a mujer, niño a niño. Los libertarios aplastando cada vida.
El ardor, la carne quemada en Hiroshima.
¿Los judíos víctimas?, sí, unas más entre tantas.
¿Qué hacer si la ley no nos protege?
Elegimos a nuestros “representantes”. Firmamos el supuesto contrato social, entregamos gran
parte de nuestra libertad y luego, ellos hacen lo que se le ocurra.
¿Cómo lograr un país de Derecho, sin exclusiones, donde la justicia sea el más preciado bien?
Una vez que los políticos toman el poder, nosotros, los súbditos miramos atónitos, por las
ventanas del palacio, la eterna fiesta.
Otro poder, mucho más siniestros y sutil ha inundado el corazón del hombre. El ser humano, que
es el único que se plantea el porqué de su existencia, lleva la carga de su propia muerte. La
esperanza innata lo induce a creer sin ningún fundamento en el después. Ellos lo supieron casi
desde el comienzo de los tiempos y procedieron en consecuencia. Fueron creando religiones. Se
inflamaron las mentes con premios y castigos. Paraísos e infiernos. Se alzaron catedrales, y el
hombre miró hacia el cielo creyendo en las promesas. Así, un poder ayudó al otro y se potenciaron.
Hoy creemos que vivimos en libertad y esperamos (si respetamos el estatus quo) que tendremos
nuestro premio: después de la vida. Claro que son tan increíblemente perfectas las religiones, que
nadie va a poder quejarse de la inexistencia del infierno ni del paraíso. Sin embargo la gente
seguirá creyendo, ya que es más sencillo que la duda y menos temerario. Los gobiernos se sirven
de esa ignorancia en su propio provecho.
¿Existe Dios?, sinceramente no tiene ninguna importancia. No al menos en los asuntos
humanos. Sufre tanto un inocente niño con cáncer, un aciano olvidado, un ser hambriento o
cualquier otra forma en que el dolor se presenta en la carne humana. ¿A quién le importa? ¿Acaso
la única manifestación divina debe ocurrir después y no antes de la muerte? Así es claro que el
Dios que creemos que nos ama y nos protege, no lo hace cuando sufrimos. ¿Quieres llamarlo
naturaleza?, está bien, quizás orden, complejidad maravillosa de nuestros cuerpos. La música del
Universo, que de la nada se creó. Polvo incandescente, gravedad, esferas de luz formándose,
girando, brillando. Tiempos inconcebibles, eones, mundos y en uno de ellos, perdido en el frío
vacío del espacio, nuestro ínfimo y maravilloso planeta. El único lugar donde estar. Nuestra casa,
repleta de agua y de vida. ¿Es eso Dios? Tal vez. Me gusta pensar en el orden como una ley. Pero
ese Dios no es de ninguna manera el que nos quieren vender.
No tenemos más hogar que ésta esfera azul, terriblemente superpoblada, sin más certezas que
nuestra corta vida. Con una civilización superflua y egoísta. Con más preguntas que respuestas.
¿A dónde iremos? ¿A dónde?
La decisión se acerca. El elixir de la vida. Un mundo sin enfermedades. Cuerpos perfectos
capaces de auto regenerarse. Ciento treinta o quizás ciento cincuenta años de lucidez. Nunca más
cáncer, ni malformaciones. La cura para casi la totalidad de las patologías.
¡Un mundo prácticamente sin médicos! Allí está la copa que podría hacernos al fin libre ¿Libres?
Ahora tengo en mi mente la cara de mi hermanastra, allá en el sur patagónico. La imagino en su
casa. En la soledad de la montaña, sin marido ni hijos. Esperando sencillamente que el tiempo
también le alcance y el secreto tan buscado, desaparezca con su muerte.
Entonces si todo esto es cierto, si no ha sido, como deseo, una extraordinaria ficción de mi
padre, Ana, mi hermanastra es seguramente como su madre. Si la encuentro y hablo de su
existencia, correrá un peligro mortal. Su vida y la de millones de seres están ahora en mis manos.
La raza superior puede ser ahora el hombre nuevo. Cada ser del planeta, todos.
¿Un nuevo comienzo? ¿O el comienzo del final? ¿Tengo derecho? ¿Una vida vale más o menos
que la de millones?
¿Podré ser tan obtuso como para creer que ella será respetada? ¿Qué graciosamente todo ese
conocimiento se utilizará para mejorar vidas?
El viento corre por el cementerio, hace frío. Miro por última vez el mármol negro y unas estúpidas
flores de plástico.
Camino solitario entre las tumbas. El enorme portal del pequeño cementerio queda atrás.
Cientos de millones de vidas, de inocentes masacrados, se han olvidado como si nada hubiese
importado.
¿Quiénes tenían la razón en la guerra? ¿Los que ganaron o los que la perdieron? La respuesta
es sencilla, en la guerra no hay razones, solo verdugos, de uno y otro lado.
Vuela el polvo del camino. Levanto el cuello de mi abrigo, ahora llueve. Se ha levantado un
viento fuerte y helado que me empuja indiferente.
Bajo el último tilo, antes de buscar la calidez de mi automóvil, me apoyo en árbol sin hojas. Sus
ramas se alzan al cielo gris como si un enorme esqueleto humano le gritara a su Dios invisible
¿Por qué?
Cierro los ojos y cientos de imágenes pasan asombrosamente por mi mente: Hombres parecidos
a monos matándose. Pequeñas tribus. Días de hielos, ciudadelas, desiertos. Volcanes cambiando
la superficie terrestre. Ciudades amuralladas, templos, pirámides, ejércitos marchando. Conquistas,
inocentes, fuegos. Piedras lanzadas por máquinas. Imperios que nacen y desaparecen.
Civilizaciones tragadas por la arena y el tiempo. Dioses inertes de piedra, deidades, creencias.
Cargas de caballería, espadas, cruces, torturas, llantos, iglesias, poderes. Reyes, soberanos,
países, colonias, holocaustos, matanzas. Pueblos huyendo, desesperación. Invocaciones a los
dioses, plagas, más guerras, naciones contra naciones. Odios, brutalidad, matanzas en masas,
ignorancia. Miradas hacia el más allá, papados repletos de oros y mentiras. Falacias, tecnologías,
destrucciones. Pilas de cadáveres, fosas, hornos, bombardeos. Matar en nombre de la libertad,
libertad en nombre del capital, capital en nombre de la avidez. Selvas calcinadas en nombre del
futuro. Fábricas en nombre de la esclavitud. Comprar, acceder, bienes desparramados por el
mundo, barcos llevando todo lo innecesario de un punto a otro. Montañas convertidas en desiertos
en busca del oro y del carbón. El veneno nuclear desparramándose hacia las aguas. Selvas sin
verde, árboles cortados, cielos marrones. Autos y más autos. Hambrunas, misiles, guerras en
busca del petróleo. Mentiras y más mentiras. Políticos riéndose de todos aquellos que los eligieron.
La tierra vista desde el espacio cada vez más marrón. Nuestra hermosa burbuja azul... nuestro
hogar, único y maravilloso, envenenado por todos nosotros.
Estoy mareado, todo da vueltas, el Diario. Mi padre impasible. Mi hermano. Un viejo gastado, en
un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Atilo Bebilaqua, Frida. Judith. Olga. Don
Eusebio. El Faro en la Isla Leones. Los U-Boats en nuestras costas. La base Alemana en el Polo.
Ana mi hermanastra y el secreto en su sangre. Hombres buscando la clave última del hombre.
Ráfagas de viento, hojas arrastradas, tierra y soledad.
Allá se encuentra la entrada al cementerio. Cómo una gran boca, parece reírse de la humanidad
entera gritando ¡esperen! Todos pasarán por aquí, solo es cuestión de tiempo.
La carta náutica en mis manos, la posición del U-Boat, en las oscuras aguas australes
¿Sobrevivir? ¿Acaso hay esperanzas?
Tengo frío, el alma me pesa, la decisión final. La salvación para los enfermos, una mejor vida
para todos. ¿Para todos?
Imagino a nuestros gobernantes utilizando para ellos el conocimiento, perpetuarse, es lo que
hacen siempre. Luego vendrán desde el norte a arrebatarnos el elixir de la vida. Crearán sí, una
nueva raza, o etnia, como Adolfo quería, solo para algunos de ellos. Volverán a mentirnos. Las
iglesias hablarán de milagro y cada gota de sangre de mi hermanastra se cotizará en oro.
Crearán nuevos soldados, más ejércitos. Se reirán de las hambrunas del África, de los humildes,
de todos nosotros. Vendrán nuevas y más espantosas guerras. Más diferencias que el “nuevo
progreso” creará. Los reyes del mundo, sentados en sus tronos democráticos harán lo que quieran,
mientras falsos dioses serán adorados por las multitudes. El Vaticano agradecerá a Dios y
recogerá los dineros de los fieles que esperarán inútilmente su gota de sangre.
Miles de millones de seres en un mundo que lenta pero inexorablemente se va extinguiendo. El
verde se transforma en marrón, el azul del mar se esfuma, la hermosa tierra, es arrasada. Los
dineros se prestan a países y generan, sin esfuerzo espurias riquezas. El capitalismo salvaje
quiere más y más.
¿Por qué voy a darles este poder?
Finalmente la nada nos espera a todos. El vacío de la eternidad, ese es el verdadero sentido
democrático, las mismas posibilidades para todos.
Puedes creer lo que quieras, sueña inútilmente con un más allá, la nada está ya muy cerca.
Todo da vueltas, en un frenesí sin límites, tengo nauseas por mí, por todos nosotros. Por la
estupidez humana, por no razonar y utilizar la maravillosa mente que poseemos.
Veo a un niño en una cama de hospital, sin su cabello, con tubos, siento su dolor y el de tantos
otros. Por mi piel se trepan miles de hambrientos en harapos, si sus genes fuesen como los de
Ana serían tan fuertes….
La última esperanza, la salvación.
¿Quién soy yo para decidir por todos? ¿Por qué estoy aquí con éste tremendo conocimiento?
Apoyado en el tronco del viejo árbol levanto los ojos hacia las grises nubes, ha dejado de llover.
Más allá, muy arriba el espacio negro se ilumina con las estrellas que no puedo ver. Me alejo, a
velocidades inmensas hacia el vacío.
¡Ahora lo he comprendido! lloraré por los enfermos. Portaré una carga infinitamente pesada.
Los humildes seguirán allí resistiendo, hasta que las ovejas se conviertan en lobos, hasta que
puedan comprender cuál debería ser el camino.
Un momento en nuestra historia en que los gobernantes rindan cuentas de sus actos con sus
bienes y hasta con su propia vida y ello no signifique salvajismo, si no justicia. Un tiempo en que
los gobernados podamos juntarnos y legalmente echar a patadas, con un simple trámite legal a
todos aquellos políticos “elegidos” que se han vendido al mejor postor.
Sí, lo siento tanto. La carta náutica, la posición del U-Boat se deshace en mis manos. Los
pequeños trozos son llevados por el viento hacia el cementerio. Encontrarlo significaría que todo
esto es cierto. Ahora al menos queda la duda. No hay copias. Su ubicación descansa en lo
profundo de mi mente. Está perdido para siempre. El acero se disolverá lentamente y será cubierto
por el fondo marino.
La última carta de Alejandro es llevada por el viento. Mi hermanastra seguirá tranquilamente con
su vida y su sangre será solo para ella.
He elegido, este mundo no admite más personas. Dejemos que la muerte siga reinando.
Quizás el planeta posea algún tipo de inteligencia para hacernos desaparecer o quizás para
reducirnos dramáticamente. Aún quedan otros 4500 años millones de años por delante. Tal vez
otra civilización, otros valores en otro tiempo.
Fin
Dichos
Una vez que terminé de escribir la historia encontré algunas frases y pensamientos sugestivos.
Los personajes que intervinieron en el drama han dejado su impronta en mi espíritu. Quizás al
finalizar la obra el lector vuelva a los mismos, aceptándolos o negándolos, es libre de hacerlo, ya
que de ninguna manera ha sido mi intención modificar el pensamiento de nadie. Solo narro lo que
el destino o la casualidad depositaron en mis manos.
Las guerras me repugnan, no solo porque en ellas muera mucha gente, sino porque las personas
que mandan a los demás a la muerte quedan vivas
Nada tan grande como la voluntad
Nada tan frágil como el sentimiento
Nada tan indispensable como la libertad
Y nada tan implacable como el tiempo
Solo se puede luchar por lo que se ama, se ama lo que se respeta y se puede respetar lo que se
conoce.
Acerca del bien y el mal
Me he preguntado qué significan estas dos palabras. Si a través de los tiempos e
independientemente de las costumbres, han existido siempre acciones humanas que podamos
considerarlas el mal en forma absoluta.
Esta obra ha soslayado el tema. Modestamente entiendo que toda vez que una vida humana o
animal es sometida, adrede, a cualquier sufrimiento, ello constituye sin duda el mal. Si es así no
cabe duda que no hubo un holocausto, existieron cientos. Cada vez que un grupo de persona (y no
importa el número) que, por cualquier razón, hayan sido violadas en su vida, inteligencia, libertad,
moral, creencias, etcétera, ello ha constituido siempre una tragedia. Ergo: no hay malos y buenos.
Existen los seres humanos. Y así como el hombre puede ser un Dios cuando sueña, a veces se
convierte un verdugo sin alma. El porqué no lo sabemos.
La historia la escriben los que ganan, no los que pierden, por ello toda descripción de un tiempo
es subjetiva, arbitraria e intencionada y nos deja en la incertidumbre de la duda.
Tal vez llegue un tiempo en que las ovejas se conviertan en lobos y los gobernantes -elegidos
democráticamente- rindan cuentas de sus actos, con sus bienes y hasta con sus vidas y ello no
signifique salvajismo sino justica.
Un día en que la democracia deje de ser una palabra vacía, un invento para que creamos que
elegimos y sea el ideal más puro y más noble del ser humano.
Sólo pido dos cosas: Justicia libre del poder político y castigo ejemplar para todo el que rompa el
Contrato Social y No tener nunca más vergüenza de ser argentino. Para ello solo se requiere algo:
amar a la patria. Los buenos tiempos llegarán entonces sin sobresaltos.
De los sentidos es de donde procede toda credibilidad, toda buena conciencia, toda evidencia de
la verdad y ya que ellos son falaces y solo nos permiten una mínima mirada del mundo, entonces
nuestras “verdades” solo son una parodia de la realidad. Esto es importante pues no lleva a
plantearnos el engaño en que hemos vivido (y aún lo estamos).
En el comienzo, cuando un hombre y una mujer deambulaban ¿felices? en un Edén, el Padre
realizó la primera prohibición “No comer del árbol del conocimiento”, ya que el hombre nunca
debería llegar a saber cómo Dios. ¿Qué importancia nos trae esta superchería? La más
importante: el suicidio de la razón. La obediencia ciega y fanática. Así la fe cristiana (y otras) han
mutilado la libertad. Atando al ser a la dependencia, al fanatismo y sacrificando toda posibilidad de
crear nuestro destino.
El dogma es la Ley. Uno manda y todos obedecen so pena del castigo o la recompensa
extraordinaria de la felicidad eterna. Claro está que la única certeza de la misma depende de la
creencia y el sometimiento.
Quizás ésta forma de aprender el mundo sea la consecuencia de cómo nos va en ésta sociedad
planetaria.
Lo que llega a nuestra mente, a través de los ojos y oídos, solo son falacias, muchas veces
alimentadas por aquellos que necesitan que las creamos, para mantener el Statu Quo.
Hemos entregado lo más preciado: nuestro libre albedrío. Perdimos la armonía y nos
convertimos en míseros seres que luego del genocidio mundial esperamos la hostia salvadora que
nos redima hasta la próxima ejecución. ¡Es tan sencillo! Solo arrepentirnos. ¡Nuestro Dios es
maravilloso!
La naturaleza va perdiendo su balance. Aunque prefiero la nada a un Dios que somete a sus
hijos, imagino finalmente que la naturaleza, el planeta mismo, tarde o temprano, nos hará sentir su
cólera. Poco importará entonces que nos arrodillemos a implorar.
El equilibrio se deberá restaurar a pesar nuestro.
Referencias
U-Boot, abreviatura del alemán Unterseeboot, «nave submarina» En ésta obra los mencionamos
como U-Boats o Lobos Grises.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial, el 3 de septiembre de 1939, sorprendió plenamente a
las fuerzas submarinas del III Reich, que apenas se encontraban listas para entrar en acción. Hitler
había afirmado que al menos hasta el año 1944 no necesitaría apoyarse en las fuerzas armadas
para conseguir sus objetivos políticos, y esa confianza en sus palabras había retrasado de forma
ostensible el rearme naval (Plan "Z"), que preveía la construcción de una enorme flota disuasoria,
en la que no podían faltar 233 sumergibles en sus versiones costera y oceánica. Al finalizar la
guerra lograron fabricar más de 1100 submarinos.
Isla Leones
La Isla Leones es realmente inusual y excepcional. Hay enormes colonias de pingüinos
Magallanes, de aves marinas de todo tipo y loberías. Se acercan a alimentarse delfines y orcas.
Pueden verse mulitas mansas en sus lomas. Esta isla se encuentra al sur de la provincia de
Chubut, debajo de la Bahía Camarones, en la boca norte del Golfo de San Jorge. Es toda de
piedra con poca vegetación arbustiva y muy espinosa
La altura máxima es de 79 metros (donde se encuentra el faro) y tiene unas dos millas de largo y
1,5 millas de ancho.
El nombre original de la isla fue Barela, por el primer piloto de la expedición de los sacerdotes
Quiroga y Cradiel a la Patagonia entre 1745 y 1746, don Diego Barela. En 1780, cuando el
paquebote “San Sebastián” efectuaba el reconocimiento del Cabo Dos Bahías, el piloto Tafor lo
cambio por el actual, debido a los fuertes ecos que los lobos producían en ese lugar. La población
más cercana es Camarones, pueblo pesquero pequeño, que abasteció a los torreros durante más
de 50 años. Aún sobreviven el almacén de ramos generales “Casa Rabal”, en cuya fachada se lee
la fecha 1901.
Para mejorar las condiciones de seguridad de esa zona, donde había naufragado en 1899 el
ARA Villarino (Que trajera los restos del General Don José de San Martín) en las cercanas islas
Blancas, el gobierno decretó la instalación de seis faros en diferentes puntos geográficos, uno de
ellos sería el de Leones. Según el libro de navegación del balizador ARA Mackinlay en 1915
Museo Perón
Es un museo dedicado a los años que los Perón pasaron en Camarones, donde Juan Domingo
Perón era un niño. Esta obra, realizada por la provincia, data del año 2007, suma casi 500 m².
Ocupa el mismo predio donde se asentó la histórica vivienda. La colección exhibe objetos que aún
permanecían en la zona; con la colaboración de familiares, militantes y amigos, se sumaron piezas
únicas provenientes de diferentes puntos del país que fueron recolectados por la Secretaría de
cultura de la provincia y que hoy jerarquizan la muestra. También hay fotografías y manuscritos de
relevancia, en la historia del movimiento justicialista, destacan entre una gran cantidad utensilios,
ropa, juguetes y el mobiliario que acompaño a la familia en estas tierras sureñas.