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SANTA ANA

Hace muchísimo tiempo entraban por aquí un grupo apretándose unas a otras
las llamas que hacían girar su esbelto cuello y sus ojos mielados, llenos de
asombro.
En el virreinato esta cuesta se llamó uma calle porque había sido cabeza de las
calles de la ciudad imperial. El licenciado polo ondegardo construyo una
iglesia en la plazuela donde desemboca y es tradición que hubo allí una cruz
de madera, en cuyo cuerpo se hallaban grabados a cuchillo los nombres y
apellidos de los conquistadores que tomaron el cusco.
El tradicionista Carreño relata que en esta calle en la entrada del barrio de
karwinka se colgó en una lanza la cabeza del bravo y gentil guerreo kutipa
choquemaqui, hijo de curacas que vivían en la urbe sagrada.
Kutipa fue sorprendido en coloquios amorosos con la bellísima chimpupaucar
princesa del pueblo de Q’ayaq. Ella no era libre pues el inca había entregado
la mano de la princesa al noble orejón titu qosñipa pero no su corazón que ya
tenía dueño. Su amor quedo en prenda y apenas su esposo marcho con sus
tropas a la fortalezas de waqra pukara llamo a su amante.
Mama ninankuro, su nodriza, le advirtió que una perdiz herida había
manchado de sangre sus hilados y eso significaba mal presagio, los consejos
de mama ninankuro fueron en vanos, pero tampoco hiso caso a las palabras de
agoreras del taita alanoqa ni la muerte que leyó en las hojas de coca. La
hermosa princesa sin temer partió a la cita con su amado en el cementerio
donde creía que no serían atrapados.
A la luz de la luna pálida los tucuyricuy ojos y oídos del imperio descubrieron
a la sacrílega pareja en el sagrado ayawasi y temblaron indignados por la
audacia de los profanadores. Los pututos ensordecieron la noche y mil fogatas
se encendieron en las cumbres.
En el mismo lugar el aqorasi sairi wilkanina alcalde de q’aqya cobro la ofensa
hecha a los muertos y a los vivos sentenciando a los culpables, chinpupaucar
murió ahorcada con sus propias trenzas y a kutipa le cortaron la cabeza
enviándola al cusco para ser exihibisdda en escarmiento. El pueblo fue
arrasado por el inca y enviados a chinchero
En 1650 santa Ana recibió en sorteo la parroquia de umacalle .su iglesia
amasada con barro en la ciudad de piedra sin siquiera fachada con una torre
solitaria de vigía se ilumino por dentro con relumbrón de oro y plata.
Tuyrutupa el gran talldor inka cobro mil cienm pesos de limosnas por dorar el
retablo del altar mayor y llenar los vacios con figuras de anatomía dolorida y
torturada, cuerpos sangrientos caras hundidas acuchilladas por la pena o
tristemente dulces. El artista firmo su contrato con un tal francisco Pizarro
alcalde ordinario de los libres talvez bisnieto del capitán que dio un Perú a
España. No se sabe más, salvo que era indio.
Oscura y sin ambiciones, santa Ana, pariente pobre de las iglesias cusqueñas
atesora sin embargo la gloria de un corpus copiado con codicia, sin perder
detalle, en doce lienzos extraordinarios. La más opulenta de las fiestas
coloniales brilla todavía en los cuadros humildes, sin marco, semiborrados por
los siglos que han sido trasladados en estos últimos años al museo de arte
virreinal del arzobispado. Por ellos ruedan los macizos carros con preciosa
carga de santos sus guiones y sus cruces sus príncipes indios y sus frailes
enjoyados, sus sacristanes y sus caballeros, en una estampa de color robada
por el tiempo.
CUESTA DE SANTA ANA
Empinada y desigual de anchas gradas de piedra reluciente la subida esta. Las
casas de barro son más bajas. La mayoría de ellas, vetustas. El tiempo ha
hecho estragos en sus muros y puertas. Subsisten desafiando el pasar de los
años muchos balcones y balconcillos coloniales de factura ella y no imitada
hoy, valiosos, pero afectados por el descuido y el tiempo. Hay balcones que
semejan el locutorio de un monasterio y que en años idos habrán velado a la
curiosidad y mirado ardiente de muchos hijodalgo de gorguera los ojos de más
de una española o criolla de magnifica belleza.
Como se sigue ascendiendo hacia la plaza de santa Ana el ambiente es
poblacho cada vez más. Las casas de hospedaje y de “rescate” son de menor
importancia que las de Meloc. De muchas puertas de casas se advierte el acre
olor a boñiga. Algunas decenas de metros antes de la iglesia parroquial se
alzan altos muros de piedra, restos de un arco conocido también como el arco
de la alcabala que en los días fastuosos de la colonia habría sido construida
con el objetivo de demarcar los barrios españoles y el cobro por ingresar al
cusco, también la puerta del cusco para el lado de la hoya apurimeña.
Se respira en todo este sector ambiente de tranquilidad, y de vida de aldea. Se
ha perdido, en absoluto, el trafago del centro citadino.
SANTA ANA
Unos pasos más y la unta de afirmado de piedra de la carretera que parte de
Picchu-Kkucho, rompe la monotonía ambiente en forma violenta.
El medio humilloso y las tonalidades de aldea lejana desaparecen por algunos
minutos.
Por la carretera está la plazoleta de la parroquia se santa Ana, cuadrilátero
dormido, en cuyo centro el aire de la tarde que desciende del pico de sencca
juega con el polvo y levanta remolinos.
El templo parroquial esta al fondo. La pintura que otra fue de lujo de su
fachada, se ha deteriorado. El abandono y la lluvia lo han deteriorado. El
abandono y la lluvia lo ha deshecho, y en las grietas que tiene, la pobre iglesia
muestra su contextura de barro, paja y piedras sin labrar.
Las puertas de ermita que fuera en las festividades religiosas del coloniaje, y
muy concurrida, así como en lo primeros tiempos de la república, esta
resquebrajada y las arañas han tejido ahí sus telas.
EL CAMPANARIO
En un Angulo de la plaza, sobre un repecho que domina la plaza mayor del
cusco esta la torre de la iglesia parroquial. Su factura es grosera. Todas de
adobes y piedras, sin una línea que le haga elegante.
Parece el alma desmadejada, en pena, de un indio que desoyendo al Dios inti
se hubiese tornado a la iglesia de Valverde y quedado, en castigo como figura
grotesca de la torre. La torre muestra a todo el cusco su figura gruesa, tosca,
coronada de tejas burdas y una figura de barro que simboliza la terminación de
ella.
Antes de salir de la plazoleta, se ve la cruz de piedra que alzaba sus brazos de
misericordia a los indios de la pampa de anta que eran transportados como
bestias de carga, a todos unos a otros, con sogas de lana de llama, para el
laboreo de minas, por los nobles castellanos, defensores del rey y de la iglesia.

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